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Literatura autobiográfica y cómicos: balance de las últimas publicaciones

Juan Antonio Ríos Carratalá


Universidad de Alicante



Nos encontramos ante un momento de auge de la literatura autobiográfica en España. Superados otros tiempos en que por diversas razones fue poco cultivada, en la actualidad son numerosos los individuos que escriben y publican obras de distintos géneros que englobamos bajo un epígrafe bastante amplio. Y con éxito, al menos si nos atenemos a las ventas, la promoción y la difusión de unos libros que han interesado a un mercado editorial hoy predispuesto favorablemente a este tipo de obras.

Los actores no podían faltar a la cita. En mi libro Cómicos ante el espejo (Alicante, Universidad, 2001) y en otros trabajos que he publicado recientemente, explico las razones que justifican la destacada presencia de este colectivo profesional en la actual literatura autobiográfica. Entre las mismas sobresale su condición de «autores mediáticos». Esta circunstancia es fundamental para las editoriales, que suelen seguir unas estrategias de promoción deudoras de una condición decisiva a la hora de las ventas. Un actor popular durante un considerable período, estimado por un público relativamente amplio, con una asidua presencia en los medios de comunicación... es un sujeto que puede recibir la sugerencia de una editorial para que escriba sus memorias. Y si no está dispuesto o capacitado para hacerlo, esa misma empresa pondrá a su disposición un «negro» que realice una labor resuelta casi siempre mediante el uso de un esquema convencional.

Hay excepciones, y algunas son tan notables que nos permiten interesarnos por un fenómeno editorial que de otra manera sólo sería relevante desde la perspectiva de una sociología de la lectura. Junto a actrices como Imperio Argentina (Víllora, 2001), Sara Montiel (Víllora, 2000), Mari Carrillo (2001) o Concha Velasco (Arconada, 2001), también podemos encontrar entre las más recientes las memorias de actores como Albert Boadella (2001), que se suman a las ejemplares de Fernando Fernán-Gómez (1998) y Adolfo Marsillach (1998). O sugerentes diarios como el de Ramón Fontseré (2002), tan al margen de la parafernalia de las actrices citadas como las reflexiones autobiográficas de Teófilo Calle (2000). Nos encontramos, pues, ante un fenómeno editorial de amplio espectro donde se encuentra casi de todo1. Los anecdotarios insustanciales, el chismorreo más propio de la «prensa rosa», los silencios tan deliberados como obvios, la promoción de una determinada imagen popular... de unas obras dan paso a una reflexión lúcida y crítica de otras, donde la memoria se convierte en un ejercicio ajeno a la nostalgia.

Esta elemental diferenciación no se traduce en una respuesta más o menos masiva por parte de los lectores. El espectacular éxito de ventas de unas memorias como las de Adolfo Marsillach, varias veces reeditadas, nos indica hasta qué punto la calidad no es un obstáculo para llegar a miles de lectores. Ya en su día se comprobó con las de Fernando Fernán-Gómez, oportunamente ampliadas y reeditadas al calor de esta tendencia, y se ha vuelto a poner en evidencia con el reciente éxito de las de Albert Boadella. Las tres han tenido una difusión superior a las de otras concebidas como una oportunista operación editorial, concebida a veces al calor de una circunstancia pasajera como fue el caso de las de Tony Leblanc. Estos datos nos reconfortan y nos permiten alentar la posibilidad de nuevas obras donde el ejercicio de la memoria se plasme en un dialéctico reencuentro con el pasado.

¿Qué podemos encontrar en estas memorias? En las que de verdad lo son, algo difícil de determinar en ocasiones, encontraremos un caudal de información que a menudo no circula por otras vías. Los actores que alcanzan la popularidad suelen contestar a cientos de entrevistas a lo largo de su carrera profesional. O, mejor dicho, a una misma entrevista con pequeñas variantes repetida hasta la saciedad. Apenas cuentan, por lo tanto, con la oportunidad de reflexionar sobre su propia trayectoria, al menos en unos términos pausados y alejados de la agobiante inmediatez propia de una profesión tan relacionada con el periodismo. En las memorias hay otro tiempo y, aunque asumen una imagen a menudo creada por esos múltiples contactos con los medios de comunicación, los autores tienen la posibilidad de marcar preferencias y seleccionar contenidos. Desde esa perspectiva memorialística, lo personal y lo profesional se conjugan de manera que el lector puede conocerles mejor y, al mismo tiempo, bucear en un pasado cultural de la mano de unos destacados protagonistas del mismo. Tal vez nos llevemos alguna decepción en este sentido, pues la importancia objetiva de una determinada obra o película no se corresponde con la repercusión que tuvo en la trayectoria personal o profesional de uno de sus protagonistas. Pero con más frecuencia, siempre que nos movamos en un nivel como el de los actores arriba citados, encontraremos claves que nos permiten conocer mejor los entresijos de empresas culturales que han resultado decisivas. Y observadas desde la perspectiva del actor, tan desconocida habitualmente por quienes nos dedicamos a la historia del teatro y el cine.

También podemos encontrar una reflexión sobre la condición del actor en unas determinadas coordenadas históricas. La obra de Fernando Fernán-Gómez, que se suma a otras suyas que abordan el mismo tema desde distintos géneros (novelas, ensayos, artículos periodísticos...), ha resultado ejemplar en este sentido. Y así ha sido reconocido por unos colegas que le han convertido en un referente para un colectivo que se siente orgullosamente representado por él en estos temas. En mi citado libro, El tiempo amarillo fue la obra básica que cotejaba con las de otros colegas de la misma generación (Paco Rabal, Miguel Gila, Adolfo Marsillach...) para perfilar el retrato de unos cómicos que desarrollaron buena parte de su trabajo bajo el franquismo. El resultado es un retrato generacional e histórico al que poco podrán añadir otras memorias, dada la lucidez y capacidad de síntesis demostradas por Fernando Fernán-Gómez y Adolfo Marsillach. El resto, y en distintos grados, añaden detalles complementarios, nuevas opiniones, testimonios... tan interesantes como reiterativos a menudo a la hora de seleccionar lo fundamental.

No obstante, este retrato de quienes ya han fallecido o están en torno a los ochenta años se corresponde con el de una generación que, a efectos de escribir sus memorias, ya ha empezado a ceder el paso a la siguiente. Son otras las circunstancias históricas y profesionales de esta última, ya no tan marcada por la Guerra Civil aunque sí por un franquismo que condicionó sus primeros pasos sobre los escenarios. Este nuevo retrato generacional ha empezado a ser trazado gracias a las polémicas y provocadoras memorias del hábil Albert Boadella, enfrascado con su grupo, Els Joglars, en un proceso de reflexión tras cuarenta años de trabajo. No creo que se conviertan en un punto de referencia inexcusable como en el caso de las de Fernando Fernán-Gómez, pero sí en el punto de partida para otras de quienes comparten profesión y generación. Espero, por lo tanto, que en los próximos años y al calor del citado auge de la literatura autobiográfica, pronto encontremos otras memorias de quienes llegados a los sesenta, más o menos, están en condiciones de volver la vista atrás. Y espero que lo hagan con el sentido polémico de un actor y autor que a unos gusta y a otros disgusta, pero a pocos deja indiferente.

Actor y autor, he aquí la clave, al igual que ocurriera en los casos de Adolfo Marsillach y Fernando Fernán-Gómez. Aunque introduzcamos cuantos matices sean precisos y respetemos las aportaciones de una teoría de la literatura que tanto se ha ocupado recientemente de estas obras, considero que unas buenas memorias son en última instancia una buena obra de ficción. Y la misma requiere la presencia de un autor, o de alguien que tenga la conciencia de serlo y actuar como tal. Sólo a partir de esta circunstancia se justifica el interés de estas obras para un lector que, como es lógico, no suele ser un investigador a la busca del dato que le permita aclarar, por ejemplo, el origen de determinada obra. Un lector que, de manera casi inconsciente, acaba asumiendo una perspectiva similar a la que tiene cuando lee una novela. Inconsciencia que no supone ignorancia, sino que es consustancial con un género cultivado con habilidad por quienes en todo momento actúan como autores, en el pleno sentido de la palabra y sin ningún reparo por una ficción tan presente en sus obras como la memoria.

Esta necesaria voluntad de autoría, con lo que implica también de voluntad estilística, delimita el número de aspirantes a «crear» unas memorias de verdadero interés. En Adolfo Marsillach, Fernando Fernán-Gómez y Albert Boadella encontramos una feliz coincidencia de autores-actores que está en la base del interés de unas obras que, además, se alimentan desde la privilegiada atalaya de quienes han protagonizado destacados eventos de nuestra cultura reciente. No es fácil encontrar otros casos similares. No despreciamos las obras escritas por terceros al dictado de los protagonistas de las memorias. Pueden ser correctas y hasta interesantes desde determinados puntos de vista. Pero con más frecuencia caen en un esquema repetitivo, artificial, seguro y tan poco personal como creativo. Un esquema, en definitiva, que no sólo limita el alcance «literario» sino que también incide negativamente en la creación que siempre supone el reencuentro con la memoria. Cuando el diálogo con uno mismo, con el propio pasado, se convierte en uno con un «negro», el riesgo en este sentido es evidente. De ahí que, sin caer en apriorismos excluyentes, prefiramos las pocas obras donde coincide la condición de autor con la de actor, sobre todo cuando el protagonista ha destacado en ambas facetas.

Lo arriba indicado y la aceptación de la ficción como parte fundamental de las memorias nos lleva a interesarnos por aquellas obras que, desde la narrativa, también se han ocupado de los actores y sus vivencias. Al margen de una obra ejemplar y ya clásica como es El viaje a ninguna parte, de Fernando Fernán-Gómez, recientemente Joan Lluís Bozzo -director e intérprete de Dagoll Dagom- ha recopilado diversos cuentos en Cómica tribu, un volumen donde al margen de descubrirnos sus habilidades narrativas nos da una rica y contrastada visión de los actores de su generación. Con una perspectiva más histórica y cercana a las de las memorias arriba citadas, el crítico teatral y novelista Marcos Ordóñez ha publicado recientemente Comedia con fantasma. Su protagonista, un cómico que relata su trayectoria vital desde los años treinta hasta el final del franquismo, aproximadamente, podría ser un compañero de tantos otros que nos han legado sus memorias. Es más, la lectura de estas últimas se encuentra en la base del interés de una novela que sintetiza, desde la libertad que da la pura ficción, mucha de la información vertida en las obras autobiográficas. De ahí que pongamos estas dos creaciones junto con las memorias porque, al margen de las lógicas divergencias, también tienen un interés común.

En la actualidad, y como decía al principio, la publicación de memorias es un auténtico fenómeno editorial en el que los actores han alcanzado un destacado protagonismo. No conviene lamentarse ni adoptar posturas puristas. La abundancia dista mucho de ir pareja con la calidad, pero los historiadores del teatro y el cine agradecemos esta acumulación de títulos donde casi siempre encontramos algo de valor. También hay mucho sin interés, demasiado. Tal vez porque ni las editoriales ni los propios actores se plantean la necesidad, más o menos objetiva, de escribir sus memorias, al menos si tienen la pretensión de ser tales y superar el socorrido anecdotario. Todos tienen el derecho de rememorar su trayectoria personal y profesional, de verter el resultado en un libro que casi siempre intenta certificar el éxito de sus protagonistas. Pero esta necesidad o derecho subjetivo a menudo no se compagina con el interés de cara al lector que pretende leer unas memorias, con lo que éstas tienen de mirada reflexiva que desborda los límites de la propia persona que las protagoniza. Son muchos los cómicos con un rico bagaje de vivencias que dan un jugoso resultado en obras autobiográficas. Son muchos menos los capaces de convertirlas en categoría, de trascenderlas en un contexto más amplio. Ahí radica gran parte de la sabiduría de un Fernán-Gómez o un Marsillach, pero también es un indicativo de su carácter excepcional y, como tal, minoritario.

Conviene, por lo tanto, aceptar la avalancha de obras autobiográficas de actores, pero también es necesario separar las verdaderamente significativas de las que tan sólo añaden algún matiz a nuestro conocimiento de la condición de cómico en unas determinadas coordenadas históricas. Y no nos debe extrañar que con un número muy limitado podamos conocer dicha condición. No es un problema, básicamente, de incapacidad por parte de los autores del resto. La explicación es más sencilla: en cada colectivo y en cada época son pocos, muy pocos, los que asimilan lo individual y lo colectivo, el dato personal con la reflexión sobre una época, el diálogo consigo mismo con el establecido con un pasado común que puede compartir el lector... Y no cabe lamentarse, sino aceptar una realidad que, en buena medida, hace innecesarios muchos libros autobiográficos condenados a perderse en su propia trivialidad. ¿Pero quién se lo dice a los autores, si es que lo son? ¿Quién puede frenar las iniciativas editoriales en este campo? Nadie y, como en tantas otras ocasiones, nuestra labor debe partir de una criba en la que, como historiadores del teatro y el cine, tendremos que leer todo para quedarnos con una pequeña parte.

Otro «problema» con el que probablemente nos enfrentemos en los próximos años es el de la pérdida de especifidad de la condición de cómicos. Cuando Fernando Fernán-Gómez y sus colegas han descrito las vivencias de este colectivo se han encontrado ante una realidad tan específica como diferenciada, y hasta contrastada, con el resto de la sociedad. Hablar de cómicos durante el período franquista era hacerlo de un grupo no sólo cohesionado por una práctica profesional, sino también por una mentalidad y unas costumbres que resultaban inhabituales en una sociedad donde todavía se observan los restos de una secular marginación. Por múltiples razones esta situación ha cambiado y, probablemente, ya no quepa hablar de «cómicos» sino de «actores», dando a este último término un sentido estrictamente profesional. Esta favorable situación no lo es tanto desde la perspectiva que nos ocupa, pues resta un interés específico a unas autobiografías que contaban con el valor añadido de unos rasgos que, al margen de su realidad histórica, eran también muy propios de la narrativa popular. El actor ya no es el sujeto «diferente», marginal hasta cierto punto, que dista de compartir los hábitos y las pautas morales de la mayoría, que viaja en unos tiempos donde pocos lo hacían... El actor es un profesional más y esa realidad obligará a los autobiografiados a plantear de manera diferente sus hipotéticas obras. Espero y confío que la pérdida de ese valor añadido se compense con una mayor profundización en los aspectos estrictamente profesionales, que la pérdida del encanto de una generación a veces heroica quede compensada por una reflexión sobre el papel de los actores en nuestra cultura. Varios de los que están en la frontera de los sesenta lo pueden hacer porque, de manera asistemática y sin una perspectiva autobiográfica, ya lo han hecho en reiteradas entrevistas o declaraciones públicas. Esperemos que esos antecedentes den paso a una voluntad de enfrentarse a una práctica literaria y creativa basada en la memoria personal y colectiva.

Mientras tanto, conviene felicitarse por la que tal vez sea una consolidación del género autobiográfico entre nosotros y la destacada participación de los actores en el mismo. Al margen de otras consideraciones, por primera vez los historiadores del teatro y el cine disponemos de un material de gran interés capaz de dar un rostro y una voz a un colectivo sumido en el silencio en nuestra práctica académica e investigadora. Un material tan rico como de dudosa procedencia a veces, tan lúcido como subjetivo..., pero del que no debemos prescindir si de verdad intentamos renovar nuestra metodología a la hora de hacer una verdadera historia del teatro y el cine. No conviene analizar estas obras autobiográficas desde una perspectiva estrictamente de investigación. Recordemos que no están escritas para nosotros, sino para un lectorado mucho más amplio con unos objetivos que son los propios del género autobiográfico. Pero, aceptando esa perspectiva, conviene utilizarlas, contrastarlas y cribarlas para perfilar un retrato analítico de un colectivo con tantas dificultades para disfrutar del protagonismo que merece en las historias del teatro y el cine.






Obras citadas

Arconada, Andrés. Concha Velasco. Diario de una actriz. Madrid: T & B Editores, 2001.

Boadella, Albert. Memorias de un bufón. Madrid: Espasa, 2001.

Bozzo, Joan Lluís. Cómica tribu. Barcelona.

Calle, Teófilo. Ésta es la cuestión (Memorias de un actor). Murcia: Universidad de Murcia, 2000.

Carrillo, Mary. Sobre la vida y el escenario. Memorias. Barcelona: Ediciones Martínez Roca, 2001.

Fontseré, Ramón. Tres pies al gato. Barcelona, Muchnik Editores, 2002.

Fernán-Gómez, Fernando. El tiempo amarillo. Memorias ampliadas (1921-1997). Madrid: Debate, 1998.

Marsillach, Adolfo. Tan lejos, tan cerca. Mi vida. Madrid: Temas de Hoy, 1991.

Ordóñez, Marcos. Comedia con fantasmas. Barcelona, Plaza & Janés, 2002.

Ríos Carratalá, Juan A. Cómicos ante el espejo. Alicante: Universidad de Alicante, 2001.

——. «Los cómicos españoles y sus memorias: breve balance». Anales de Literatura Española, n.º 14 (2000-2001), pp. 179-188.

——. «Memorias de actores y transgresión». En Juan A. Ríos Carratalá y John D. Sanderson (eds.), Relaciones entre el cine y la literatura: La transgresión. Alicante: Universidad, 2000, pp. 23-32.

——. «Los cómicos españoles y sus memorias». En Enric Balaguer (ed.), Literatura autobiogràfica. Història, memòria i construcció del subjecte. Valencia: Denes, 2001, pp. 191-199.

——. «Relaciones entre el teatro y el cine en el franquismo: la perspectiva del actor», Anales de Literatura Española Contemporánea (en prensa).

Víllora, Pedro Manuel. Sara Montiel. Memorias. Vivir es un placer. Barcelona: Plaza Janés, 2000.

——. Imperio Argentina. Malena Clara. Madrid: Temas de Hoy, 2001.



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