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ArribaAbajo16. El periodista en su letra

En cuanto a la primera actividad de don Viriato, en nuestro medio, digamos que fue la de periodista literario, oficio que no le resultaría extraño por haberlo practicado y ejercido en su país.

Se sabe que ha participado en la redacción de revistas españolas que en buena medida estuvieron relacionadas con el modernismo, entre ellas Electra (1901), donde comparte afanes con Valle Inclán, Maeztu, Baroja, Villaespesa, Manuel Machado y Juan Ramón Jiménez. Allí se publican poesías de autores premodernistas y modernistas, como Salvador Rueda. Entre 1901 y 1902 es editada Juventud, a la que se considera «como el depósito de la ideología del 98», en la que colaboran Baroja, Unamuno, Maeztu y Azorín.

Entre 1903 y 1904 surge Helios, nacida del grupo que encabeza Juan Ramón Jiménez, y en la que figuran -además de Darío, Unamuno y Azorín- ambos Machado, Rueda y Jacinto Benavente. En ella hace conocer don Viriato la primera versión de sus   —106→   notas y traducción de El Cuervo de Poe. Contemporáneamente aparece Alma Española (1901-1904), motejada de «rebelde y liberal», agregándose que «la voz ideológica de la revista responde al programa de Giner de los Ríos, del Instituto Libre de Enseñanza»; en ella escriben Valle Inclán, Maeztu, Azorín, Unamuno y Baroja, así como Darío, Benavente, los Machado y Juan Ramón Jiménez.

En su obra sobre el modernismo, Ricardo Gullón dice de Helios que fue «la mejor revista» de esa tendencia, calificándola de «seria, bien organizada y bien escrita diferente de las demás». Ofrece una extensa lista de colaboradores, entre los cuales está Díaz-Pérez, y nombra a escritores que fueron amigos de éste como Cansinos Assens, Pedro González Blanco, Juan Ramón Jiménez, Antonio y Manuel Machado, y hasta a su maestro, el krausista don Urbano González Serrano.

Otros autores se han referido igualmente a este intenso movimiento periodístico-literario, en especial Guillermo de Torre, quien escribiría un capítulo entero sobre El 98 y el modernismo en sus revistas95.

Tal quehacer se extenderá por largos años en la vida de don Viriato, pudiendo suponérsele consustancial a ella. Probablemente, allá en las vísperas de su viaje, no pensara que tan pronto vendría a prolongarlo en el Paraguay.

Aparte de una esporádica colaboración en El Cívico en los comienzos (setiembre de 1906), dedicada a los archivos españoles, y de una conferencia que pronuncia con el patrocinio del Centro de Estudiantes de Derecho96, puede asegurarse que todos sus esfuerzos serán entregados a la Revista del Instituto Paraguayo, que tenía ya diez años de existencia.

  —107→  

Un inocultable predominio de novecentistas se advierte por esa época en su plantel, habiéndose destacado como directores, entre otros, Moreno, Eusebio Ayala y Domínguez -sin contar los integrantes de las comisiones internas como Gondra, Teodosio González y Adolfo Riquelme-, nombres que le concederán un definido matiz generacional, aun cuando su anterior orientación, centrada en el historicismo y en la literatura de extracción romántica, le adjudicara una filiación que en verdad estaba lejos de nivelarse con la de muchos de sus componentes. Pero eso no es suficiente indicio como para sostener que haya podido subsistir por sí una generación del Instituto97.

Algunos ensayos de marcada propensión histórico-sociológica se habían dado a conocer en la Revista, prevaleciendo, a manera de contrapeso, los de interés documental. Hasta esa fecha -fines de 1906 y principios de 1907- han colaborado en prosa o verso, con excepción de Eligio Ayala, los novecentistas más significativos: López Decoud, Domínguez, Gondra, Moreno, Garay, Barrett, Goycoechea Menéndez, Marrero Marengo, O'Leary y Pane.

La lista completa puede leerse en un trabajo de la profesora argentina Mafalda Victoria Díaz Melián, el que hubiera podido ser útil si no adoleciera de los notorios errores que contiene, cometidos, sin duda, por carencia de familiaridad con el asunto y por el soslayamiento de indispensables fuentes paraguayas. Mayor confianza merecen las páginas que a ese tema dedicara Juan Francisco Pérez Acosta, a quien le tocó asistir a la vida, pasión y muerte del Instituto, sobreviviéndolo por largos años98.

La predilección por los distintos asuntos en una   —108→   y otra época, 1896-1906 y 1907-1909, servirá para establecer la diferencia entre ambas, no muy difícil de comprobar. En la de 1896 a 1906 se nota, además de una marcada disposición historicista -según hemos indicado-, otra hacia la etnografía, lingüística y literatura, y una tercera hacia las ciencias naturales influencia indudable de Bertoni y Boggiani.

Otra particularidad consiste en el aporte de firmas extranjeras. Entre los distintos autores que integran el índice, la mayoría corresponde a italianos y españoles, y en menor medida a franceses. La situación se modifica a partir de 1907, al asumir don Viriato la jefatura de redacción. Los temas relacionados con la lingüística, la literatura y la documentación histórica (anteriormente un tanto relegados) pasan al frente restringiéndose el apogeo de las ciencias naturales, que hallan ubicación en publicaciones especializadas (agronomía y agricultura) que edita el sabio Bertoni. Los autores italianos poco menos que desaparecen -ha muerto Boggiani, que podía incentivarlos para quedar centrada la atención en los españoles, que mantienen su sitio, y particularmente en los franceses, más numerosos que antes.

La sección bibliográfica, que en el decenio inicial no era exigente ni se hallaba muy poblada -tal vez hayan contribuido a esta deficiencia problemas de canje y de comunicación postal- crece en proporción a la universalidad que van adquiriendo las páginas de la revista y a una especie de proyección de su imagen, más allá de las fronteras nacionales, marginando la timidez de los comienzos99.

A pesar de los buenos auspicios y de la prestigiosa actividad del Instituto que la patrocina, lo cierto   —109→   es que la revista languidecía, corriendo el riego de desaparecer. Quienes la impulsaban hallábanse sumergidos también en los negocios públicos y no podían dedicarle el tiempo que una presentación más exigente demandaba. Hay que añadir a esto la necesidad de ensanchar el horizonte cultural acudiendo a una visión más amplia y, por sobre todo, con una más efectiva experiencia en la materia ya que la cuestión no podía reducirse a un procedimiento de buena voluntad.

Como los novecentistas que agrupa el Instituto tienen siempre la ventaja -por encima de otros agrupamientos anteriores o posteriores- de saber enfilar el rumbo o de rectificarlo si es preciso, no se vacila en acudir a quien no sea paraguayo y en este caso a un recién llegado, para que en sus manos la revista tenga otra fisonomía y otro carácter, dentro de lineamientos que son ya inconfundibles. Además de las razones anotadas, se deduce del entusiasmo con que es acogida la presencia de don Viriato, el deseo manifiesto de poner a la publicación a cubierto de algunas erupciones, propias de un ámbito en exceso sensibilizado, las que -como hemos visto- no han dejado de proliferar.

Con la esperanza y expectativa de quienes lo reciben se incorpora don Viriato, como integrante de una cofradía intelectual en marcha y no como un extranjero (palabra esta extraña al lenguaje universal de los novecentistas y de uso poco frecuente, cuando no cuidadoso) sino como un compañero -hay que remarcarlo- que de tal se lo trata desde un primer momento. Le había tocado a Pane confesar, en 1902, el reconocimiento debido al magisterio de los predecesores: «Verdad es que todo nuestro progreso intelectual   —110→   ha sido obra de maestros extranjeros». (Se ha comprobado con cuánta avidez los anheló don Carlos Antonio López y procuró atraerlos el Mariscal).

Para aquella generación lo extraño -países, personas- no existía en la dimensión de la inteligencia. Así lo señala Moreno al defender al doctor Ritter de ataques xenófobos: «Sólo la savia extranjera vivificará nuestra cultura». Y Ritter, polígrafo ruso residente desde principios de siglo, ha de hacer profesión de fe nacional y será el primero aquí en hablar y escribir sobre Proust, a tres años de su muerte, recordación que constituye todo un acontecimiento.

López Decoud, cuya raigambre paraguaya nadie osará desmentir, le dice a Manuel Ugarte al presentarlo en el Teatro Nacional:

Habéis observado que nuestro bagaje intelectual es pequeño, pero os puedo asegurar que nuestra inteligencia colectiva está abierta a todas las incitaciones del Arte y de la Ciencia.



Habrá que sumar también, a los muchos testimonios de O'Leary, desperdigados a lo largo de su obra, el capítulo dedicado al Mayor Sebastián Bullo, donde se hace justicia, como pocas veces ha ocurrido en este país, al héroe italiano de la guerra contra la Triple Alianza.

Tampoco aquella generación, cuyos miembros nacieran en los diez primeros años de la posguerra, signada por el dolor y la tristeza, engendrará ningún espíritu revanchista, pues como se dijo en 1907 por la voz de Domínguez: Los odios murieron con los muertos. (La virulencia de O'Leary no será más que exaltación   —111→   patriótica). Cada uno de los países aliados en aquella contienda recibiría de los novecentistas paraguayos amplias demostraciones de comprensión, unida a un ánimo confraternal que alcanzará -eso sí con exclusividad- a los respectivos pueblos. Ese es el sentimiento que se evidencia en todos ellos, debiendo citarse especialmente a López Decoud, Domínguez y O'Leary, que celebrarán en prosa y en verso tanto a la Argentina y el Uruguay como al «libre Brasil republicano».

No es de extrañar, entonces, que la presencia de don Viriato haya sido saludada no sólo sin prevención, sino hasta con la ansiedad de una renovada camaradería. La campaña contra Barrett, realizada por un oculto Juvenal y respondida por aquel con su lapidario: ¡No mintáis!, que aún hoy tiene valor antológico, debe considerarse en verdad como una de las excepciones que confirman la regla, mucho más si se recuerda que su autor era hijo de padre y madre españoles.

Dos años después de muerto Barrett, Herib Campos Cervera (padre) firmará una página rencorosa, que recoge un diario asunceno recién fundado por Eugenia Garay. Las Cartas Íntimas del escritor español, en las notas aclaratorias de su esposa, contienen severas recriminaciones hacia el «pequeño Herib», y alguna recomendación de indulgencia por parte del maestro hacia ella100.

Este extenso intermedio ha tenido el propósito de exponer las ideas del novecentismo paraguayo en su concepción de lo foráneo. Pensamos que él puede contribuir con palpable elocuencia, a darle una interpretación al sentido del recibimiento de que será objeto   —112→   don Viriato, acorde con la conciencia que por ese tiempo se tenía de lo extraño.

Regresemos ahora al periodismo literario. En el N.º 54 de la Revista del Instituto Paraguayo, que todavía pertenece a la serie de 1906, su presencia es admitida con no escasas alabanzas. Se lo presenta como a «español de los buenos», recordándose que la prensa local celebró su arribo en términos conceptuosos. Y agrega la nota que

no sólo es un joven de espíritu abierto, miembro prominente de la vanguardia intelectual de la España moderna, sino también es amigo de nosotros, que gustó, a través de la distancia geográfica ya que en el orden moral desaparecen los linderos sangrientos de nación con nación entre todos los que rinden a la verdad de las cosas del Paraguay: le estudió y le amó. Y que gran parte de su tiempo nos consagró, ora en calidad de cónsul general que fue del Paraguay en Madrid, ora, sobre todo, como investigador de lo pasado en sus relaciones con la Historia Nacional.



Y sin más preámbulo es incluido en el grupo redactor de la revista

deseando que se incorpore resuelta y activamente a robustecer nuestra intelectualidad colaborando en la formación de la mentalidad paraguaya pues encontrará en esta tierra la acogida que se merece por su talento. Esto sin contar que la ciencia tiempo ha que ha franqueado la muralla china de las nacionalidades.



  —113→  

En las páginas siguientes se trascribe el trabajo de don Viriato sobre Obras y manuscritos referentes al Paraguay que se encuentran en algunas bibliotecas españolas101.

El impacto producido -no se trata sólo de un maestro que viene a enseñar sino de un camarada dispuesto a compartir trajines e ideales comunes- se refleja en una nueva presentación, hecha al incorporarse como redactor-jefe de la Revista.

Con el título de Un nuevo compañero la Dirección reconoce que hacía falta un integrante que contribuyera a regularizar la marcha de la publicación, pues

no existe todavía el medio ambiente, indispensable para sostener la nota intelectual a la altura e intensidad que demanda la cultura actual del mundo. Es que el sonido no repercute en el vacío. No hay eco.



Se alude a su llegada y a las primeras funciones que le toca ejercer, demostración de que ha sido escrita a comienzos de 1907:

Ayer no más vino de España a visitar a un miembro de su familia. Desde muchos años atrás venía ocupándose de nuestro país. Se halla en tierra guaraní en el desempeño de un cargo muy estimable: jefe de la Sección Archivo Nacional.



Agrega que «se inició en la vida intelectual presentado por el famoso periodista Nakens», haciendo mención de las distintas publicaciones españolas de interés general en las que colaborara. Coincide así   —114→   mismo en recordar su participación como periodista literario:

Ha sido cofundador de algunas revistas de arte independiente. Estuvo en Electra con los Machado, Valle Inclán, Maeztu y Villaespesa; en Juventud con Aguilaniedo; en Helios, órgano de la intelectualidad española intransigente, con Martínez Sierra, Juan Ramón Jiménez y Pedro González Blanco, y Alma Española. Dirigió Sophia y accidentalmente La Ciudad Lineal.



También se hace saber allí que tradujo obras de Ruskin, Nietzsche, Annie Besant, Mabell Collins, etc. Aquella nómina confirma en un todo la que hemos ofrecido anteriormente.

Como la dedicación de don Viriato se advierte hasta en la transformación gráfica y en la disposición de las distintas secciones, además del ingreso de otros colaboradores, la revista se adelanta a manifestar que «desde el presente número, se presenta mejor ataviada»102.

Encuéntrase allí el trabajo sobre Rueda, extenso y minucioso, en el que se aclara que son notas escritas en enero de ese 1907, cuando el autor ha fijado residencia en el país. Dicho ensayo se subtitula Con motivo de un libro nuevo, y hay en él, aunque de pasada alguna profesión de fe modernista, sin perjuicio de compartir las críticas que se le han hecho, patentizada en la forma de dirigirse al autor:

Aparte de que usted ataca por hipertrofia del Yo a Rueda, como Gondra atacó a Rubén por el egotismo, énfasis y presunción de las Palabras   —115→   liminares de sus Prosas Profanas (que aparte de su deliciosa petulancia a mí me placen. ¡Cómo no!)103.



Varios de los novecentistas anteriores continúan colaborando, con el agregado de dos recientes: Ramón V. Caballero (después: de Bedoya) y Roberto A. Velázquez, en el ensayo104. Se suman contribuciones -extraídas de páginas europeas-, de Anatole France, Remy de Gourmont y Maurice Maeterlinck, cuyo espiritualismo deslumbrará por los años 20, a Domínguez y O'Leary, y que difundiera Díaz-Pérez, tanto en la Revista como en su conferencia universitaria del 13 de setiembre de 1913105.

Por su trascendencia debemos detenernos en la consideración de dos colaboraciones: la real de Pedro González Blanco (1883-1961) y la presunta de Paul Groussac (1848-1929). Vamos a tratar inicialmente de la primera por abarcar una etapa importante del proceso literario de España y por los vínculos afectivos e intelectuales que unían a su autor con don Viriato, desde los días de bohemia madrileña.

La importancia de este trabajo reside en tres causas: a) La afinidad literaria habida entre González Blanco y don Viriato; b) El propósito de éste de dar a conocer a los más recientes críticos y ensayistas europeos, en particular hispánicos; c) La intención, paralela a la anterior, de acercar al Paraguay los gustos estéticos y las ideas del mundo moderno.

La información que trae González Blanco -ceñida a este carácter- no dejará de tener trascendencia en nuestro ambiente; en tal sentido su extensión: cuatro números y un total de 38 páginas impresas,   —116→   está justificada. Convengamos asimismo en que ella es brindada en el instante en que se produce la captación del modernismo en el sector novecentista y en el año (1908) en que inicia su aparición la Revista del Centro Estudiantil, avalada por una incipiente modernidad literaria que asumen, entre otros, el ya mencionado Luis de Gásperi y Adriano Irala. A ese tramo corresponde la irrupción generacional a que se refiriera Juan E. O'Leary.

Diez años justos han pasado desde la crítica de Gondra a Darío y el interés por los temas modernistas, en lugar de diluirse o decrecer -como suponen indocumentados historiadores nacionales y extranjeros- ha ido en aumento a un ritmo que ya no hallará pausas. Cuando el primer número de Crónica sea entregado al público en abril de 1913, el modernismo no significará entre nosotros mayor novedad.

Lo que se muestra a partir de esa fecha forma parte, en algunos prosistas y poetas, de una exacerbación imitativa, aunque se agreguen ciertas expresiones no carentes de originalidad, como en el caso de Molinas Rolón, un simbolista distinto de Velázquez. Pues si bien no intenta novedades estróficas o combinaciones métricas al margen de las ensayadas en aquel movimiento, en cambio se interna, con insólita valentía, en el mundo de la metáfora, audacia que pone al descubierto una riqueza de imaginación no común en poetas inmediatamente anteriores (1904-1909) o en los que llegaron después.

El nombre de Darío -familiar para Gondra, Domínguez, López Decoud y Pane, entre 1898 y 1908 figura en el estudio de González Blanco agasajado por algún adjetivo: «El gran Rubén Darío renovador de   —117→   la lírica española». A la vez Rodó es citado como uno de los mayores críticos. Reconoce el escritor español que de América fueron a su país «ciertos ecos del simbolismo y el decadentismo, las modalidades que más importancia tienen en la literatura española actual». Y añade que en España esperaron que América enviara estas novedades francesas, implícita alusión a aquel galicismo mental que Valera descubriera en el Azul de Darío.

Nada desconocidos -por el contrario: bastante conocidos- son los nombres de nuestra América que González Blanco incorpora a sus citas: Gutiérrez Nájera, Silva, Casal, Darío, Lugones, Leopoldo Díaz, Nervo y Díaz Romero, todos ellos leídos, en mayor o menor medida, como se ha visto, por nuestros novecentistas. Y en la recordación, porque no los trascribe ni comenta, está el secreto: «... no me pararé a estudiar la obra de esos grandes poetas que han precedido a nuestros coetáneos en los atrevimientos modernistas». Más claro, imposible.

Dos de los poetas aludidos con prolijidad en ese recuento han compartido afanes intelectuales y tenido amistad con don Viriato, quien será aquí el primero en hacerlos conocer. Dice al respecto González Blanco que «Antonio Machado, hermano del autor de Alma, es la figura más culminante de la poesía española en la actualidad» y que «Juan Ramón Jiménez es el sucesor de Bécquer en la poesía española».

Por último, yendo a Groussac, conviene aclarar que de las iniciales P. G. la profesora Díaz Melián intuye, sin pruebas, el nombre y apellido de Paul Groussac, los que aparecen en dicho Índice con el encabezamiento traspuesto. El ensayo del que sería autor:   —118→   A propósito de americanismos no lleva noticia alguna de si se trata de un trabajo original o de una trascripción. Después de todo, no dejaría de ser significativo (si se comprobara su autenticidad) ese aporte del nada complaciente crítico, tanto como su figuración en la revista106.

Entre los de nuestra América la Revista del Instituto registra a dos de vasta y variada nombradía: el guatemalteco Enrique Gómez Carrillo (aludido por Gondra en su ensayo, aunque es dudoso que haya sentido atracción por su literatura) y el argentino Leopoldo Lugones. La colaboración de este último parece sugestiva dado el celo con que siempre vigiló sus prerrogativas intelectuales. Esta es la causa de que nos inclinemos a aceptar su autenticidad, vinculando a esto la propia presentación de Díaz-Pérez.

Agreguemos que esa es la época de más estrecha comunión entre el poeta argentino y el paraguayo Eloy Fariña Núñez, quienes compartían afanes periodísticos en El Diario de Buenos Aires, según carta de éste dirigida a don Viriato el 22 de enero de 1918, confirmatoria de dicha amistad y de la no poca influencia que ejerciera Lugones sobre su joven compañero (Fariña Núñez tenía 23 años)107.

A todo lo especificado como labor de don Viriato debe añadirse la incalculable capacidad de trabajo del joven jefe (31 años recién cumplidos), quien participa con su firma, sus iniciales y hasta con seudónimo, en la totalidad de los números desde el 54, hasta el 64 y final, en un lapso riguroso de tres años: 1906-1909. En eso pone gran parte de sus afanes de estudioso, tanto como en las notas y traducción de El Cuervo de Poe (origen de una carta-ensayo de Domínguez)108,   —119→   asimismo el intenso ensayo sobre Ruskin y la mencionada presentación a Lugones, que puede considerarse todo un hallazgo en la historia del modernismo nacional. Con esto se inician las citas bibliográficas sobre su obra en el Paraguay109.

Escudado en su conocido personaje Fernán Días, redacta don Viriato, en esa y otras publicaciones, comentarios, gacetillas bibliográficas y hasta trabajos de investigación, creando a la vez, en la del Instituto, una útil Revista de Revistas, demostrativa no sólo de la manifiesta necesidad de información -estar al día, que se le ha llamado después- sino de una más intensa comunicatividad con los medios culturales y literarios del exterior. Que este no era un procedimiento casual ni atenido a las circunstancias propias de una renovación, lo prueba, el hecho de que fue repetido en las dos revistas que posteriormente dirigiera: la Revista del Paraguay y la Revista Paraguaya110.

Apreciada como un milagro, esa resurrección gráfica y periodística de la Revista del Instituto fue debidamente interpretada por uno de los diarios asuncenos de prestigioso plantel profesional, muchos de cuyos integrantes eran hombres de letras. Dicha nota coincide también con la esperanza que la dirección de la revista había puesto en el cometido de don Viriato, puesto prácticamente al frente de ella, aunque otros -que se avinieron a descansar en su capacidad- figuraran como responsables directos.

Dice Los Sucesos, después de reconocer que es un «interesante volumen» el que acaba de llegar a la mesa de redacción, en comentario alusivo al N.º 56:

  —120→  

Bajo la dirección del ilustrado escritor doctor Viriato Díaz-Pérez, la Revista del Instituto Paraguayo ha sufrido una transformación tan radical como beneficiosa para el éxito de la publicación. La Revista del Instituto Paraguayo no es más aquel folleto antiestético que nadie leía porque, en realidad, raras eran las ocasiones en que tenía algo digno de causar interés; el doctor Díaz-Pérez ha convertido aquella revista en una publicación interesantísima, cuyo sólo aspecto puede predisponer a la lectura111.



En materia bibliográfica hemos señalado que su primera colaboración estuvo referida a un trabajo de compulsa que realizara en España y que aun en nuestros días viene a reforzar el tema de la bibliografía paraguaya accesible en entidades del exterior. Debe indicarse que, no obstante aquellas lejanas comprobaciones, no existen catálogos de inmediata frecuentación que permitan conocer las obras de y sobre el Paraguay que pueden consultarse en bibliotecas extranjeras, salvo aquellas muy contadas que proceden a la edición de índices112.

Una vasta compilación documental -que puede considerarse de excepción- será la que brinde diez años más tarde y que por su plan y características sólo podría comparársele la Historiografía Paraguaya de Efraím Cardozo (México, 1959). Se trata del primeramente denominado Polibiblión Paraguayo, que en las informaciones del Congreso Americano de Bibliografía e Historia, efectuado en Buenos Aires en julio de 1916 y al que fuera presentado, aparece con la denominación, quizá más ajustada, de Polibiblia Paraguaya113.

  —121→  

Tales faenas culminarán en 1925 -otra década más- con su crítica a un trabajo bibliográfico del profesor argentino Narciso Binayán, quien había estado en el Paraguay en 1920. Él mismo publica, luego de dos años, en una revista universitaria especializada, su Bibliografía de bibliografías paraguayas. Don Viriato comenta este trabajo a casi un lustro de su aparición estimándolo como «el mejor ensayo existente hasta el momento sobre la materia, pero no completo», olvidando generosamente la importancia de su propio aporte114.

Salvado el paréntesis, podemos afirmar que don Viriato, en las dos publicaciones que fundara -luego de la desaparición de la Revista del Instituto, ocurrida en 1909- requiere con más dedicación firmas de novecentistas, según se advierte en la Revista del Paraguay, que dirige en 1913 con Ramón Lara Castro (1873-1960). Esta es la primera revista que denominaríamos suya -aunque compartida- que edita en el país115.

Por su lado la Revista Paraguaya que sale en noviembre de 1925 (las décadas siguen caracterizando a estas movilizaciones) y desaparece en 1928 lo encuentra sin acompañantes. Para editar y dirigir esta publicación -de más amplitud y mayores ambiciones que la anterior- don Viriato emprende solo su trabajo, que por ser un poco más intenso le toma, con intermitencias, dos años y dos meses de incesante actividad. Pero no es con el cargo de director que figura allí sino de redactor-jefe, aunque sin otras autoridades visibles.

Hemos incluido noticias sobre estas dos revistas rebasando en mucho el límite de época que nos fijáramos   —122→   por anticipado, porque una comparación con la del Instituto Paraguayo en sus últimos tiempos, y aún entre ellas, puede contribuir a la adopción de ciertas conclusiones sobre la evolución observada en la tarea de don Viriato como periodista literario en el Paraguay.

En lo que hace a estas dos publicaciones habrá que manifestar que el cotejo de los ensayos que incluyen, tanto como de los respectivos índices, sería de evidente importancia para la extracción de datos referentes al desarrollo de la cultura nacional, evitándose así divagaciones inútiles e injusticias notorias116.




ArribaAbajo17. Un artículo precursor

Don Viriato se incorpora a la historia literaria del país con un artículo inaugural: Movimiento intelectual en el Paraguay, que hace conocer en 1904, o sea cuando aún se halla, en el desempeño del consulado. Aunque sería riesgoso adelantar una creencia, puede inferirse que, de acuerdo a lo que indican las comprobaciones, se trata de una de las primeras -sino la primera- aportaciones europeas al estudio tanto de la literatura como de la cultura paraguayas, en su conjunto. Se difunde en Madrid dos años y tres meses antes de su venida. Durante años se hace la sombra sobre su contenido, que esta edición comentada contribuirá, por supuesto, a actualizarlo, con escrupuloso respeto de su versión inicial.

Debe interpretárselo como un esfuerzo verdaderamente meritorio, mucho más si se tiene en cuenta   —123→   que el material informativo relacionado con el tema era, a la vez que exiguo, poco menos que ignorado. No es seguro que don Viriato haya podido consultarlo todo -incluidas las menciones orales de su cuñado Herib- pero se deduce del texto cuáles pudieran haber sido sus fuentes. Ha de advertirse que sobre literatura paraguaya, en su estricto sentido, poco era lo que podía obtenerse y no sólo en Europa117.

Es de justicia recordar en este aspecto a José Segundo Decoud -fundador de la Universidad Nacional, personalidad influyente de la posguerra- como suscitador del primer indicio concreto de interés por las disciplinas literarias en la etapa que va de 1870 a 1890. Prueba de ello es la carta que acerca del tema enviara a una publicación local en 1882.

Dos años más tarde, el 28 de noviembre de 1884, pronuncia una conferencia de carácter literario en la sesión nocturna del primer Ateneo Paraguayo. Con el título de Discurso su contenido pasa a integrar el tercer fascículo de composiciones editado por dicha entidad en 1888. La versión definitiva de ese trabajo circuló como segunda edición un año después118.

El siguiente aporte de época es el que ofrece, comentando el anterior, el historiador argentino doctor Arturo P. Carranza, en extensa nota que, aunque sin firma, ha sido posible identificar como suya. El artículo tiene un título parecido al del folleto: Las letras en el Paraguay119.

Si hemos de referirnos al material poético digamos que ese mismo año aparece, sin mayores estridencias, la primera antología compilada por Pane, con prólogo de Cipriano Ibáñez y en modesto folleto   —124→   de 40 páginas. Su orientación es netamente posromántica120.

Por su parte los elementos bibliográficos de consulta son verdaderamente magros, no en calidad sino en número. Uno de ellos es el ya citado Catálogo Alfabético de la Biblioteca Nacional, y otro análogo será editado en el extranjero y en inglés, como complemento de una anterior aportación, hecha en 1902 por José Segundo Decoud121.

Menciones relacionadas con la evolución cultural del país hasta 1904 tampoco hay muchas. Se las halla en el discurso de Gondra, dicho en la recepción al doctor Báez. Es esta una pieza de singular importancia como recuento cultural desde el 70, transcripta in extenso sin título y sin aclaración de origen. Debe situársela en alguno de los dos regresos de Báez de sus misiones en el exterior: México, 1901, o Montevideo, 1902. No figura en el folleto que José Antonio Pérez consagrara a Báez, ni en la recopilación póstuma de Gondra, hecha por Natalicio González. Es dudoso, por tal motivo que la haya conocido a tiempo don Viriato o que hubiera tenido noticias de ella122.

Igualmente, en la conferencia pronunciada por Pane el 26 de noviembre de ese año en el Ateneo de Santiago de Chile y que tiene edición en opúsculo, se formulan idénticas precisiones, aunque más detalladas123 y por último los respectivos capítulos del libro Ricardo Brugada (h), referente a las relaciones con el Brasil e impreso en 1903 en Río de Janeiro124. Estos dos son la consecuencia de las funciones diplomáticas que sus autores cumplían, por esa época, en Chile y en el Brasil.

Díaz-Pérez se anticipa a manifestar que, aunque   —125→   desconocido, el proceso literario del Paraguay existe y que a pesar de los resultados de aquella guerra -que califica de epopéica- puede el país dar ejemplo de intelectualidad. Destaca los logros alcanzados por la enseñanza y pasa a citar a los principales escritores.

A la cabeza de ese movimiento está, a su juicio, Manuel Domínguez, «gloria no sólo de su país, sino de América». Añade que en España podría ser comparado con Pi y Margall o Valera. Se acoge a la opinión de su maestro González Serrano, para quien Domínguez es uno de los pocos escritores de espíritu y habla europeos.

En contraposición con aquella opinión debe recordarse que, sin mayor conocimiento de su obra, el historiador y crítico Luis Alberto Sánchez ha tratado a Domínguez de «aristocratizante, blanquista y europeizante». Esto último es lo que, precisamente, dio lugar al elogio de González Serrano y aun al de Morayta. El pensamiento del maestro paraguayo debe ser interpretado a la luz de su generación, de la cultura universalista que esta adoptara y no a través de una condición cosmopolita que no cultivara. Por lo demás, mueve a sospecha la acusación de blanquista, sabiéndoselo orgulloso de su raza (como él la llamaba), que no era otra que la hispano-guaraní. Tampoco debe olvidarse que si Domínguez era contemporáneo de Arguedas, Zumeta o Bunge, en cuanto a la captación de ideas, también sabía serlo de Korn, Rodó y Vaz Ferreira.

Habría que fijar muy bien, por medio de estudios comparativos, que de hecho estamos proponiendo, el supuesto influjo del aristocratismo de Renan   —126→   en el ideario de Domínguez, y aun en su esteticismo literario. Es de creer que ya por 1925 -a unos quince años de la edición del libro donde Sánchez ubica su parecer- aquel estaba de vuelta de sus viejos amores renanianos, como alcanzará a confesarlo en la conferencia sobre sus ideas y su estilo.

A propósito de Renan -alrededor de cuya ética quizás hubiera más de una coincidencia de época con Domínguez- habrá que retrotraerse al ensayo en que, por 1903, dice don Viriato:

Yo creo que el calumniado Renan no sólo no fue tan dañina como dicen para con la Iglesia, sino que casi siempre fue -consciente o inconscientemente- el mayor de sus auxiliares modernos.



Aunque esa no haya sido la base de la doctrina en que el maestro paraguayo se apoyara para combatir a Menéndez y Pelayo, por ejemplo, según se infiere de sus mismas expresiones125.

Sin embargo, alaba Díaz-Pérez esas polémicas cartas, centradas más bien en el hecho ideológico-religioso (por donde don Marcelino podía ser algo más vulnerable) antes que en el puramente literario, epístola que encontraron en Cecilio Báez -su destinatario- pareja respuesta. La embestida de éste se orienta a censurar, con una energía que carece de la elegancia con que Domínguez recubre la suya, a una España reaccionaria y bastante remota, abstraída del pensamiento moderno. Con el transcurrir de los días, el autor de El Alma de la Raza se encargará de modificar, lúcidamente, cualquier actitud negativa, no obstante   —127→   que nunca se resignara del todo a apearse de sus añejos modelos franceses126.

Encomia don Viriato el sentido de las discusiones con Boggiani, tal vez deslumbrado por el despliegue de Domínguez en su incursión por el campo, entonces no muy frecuentado, de la filología guaraní, en el que Gondra había adelantado algunos ensayos. Nuestro polígrafo finaliza su cita afirmando que «Domínguez es un símbolo del Paraguay»127.

El doctor Báez recibe el calificativo de «ilustre crítico», al mismo tiempo que lo considera, con los españoles Zubizarreta y Olascoaga, «el padre de la intelectualidad paraguaya», opinión que antes de la polémica de 1902 sustentaba por igual la mayor parte de la juventud estudiosa.

A Gondra en tanto -expresa- puede tenérselo como distinto de los anteriores, figurando entre «uno de los más originales y eruditos de América», hallándolo semejante a Darío en sus anhelos de cultura moderna, y específica que son conocidos sus estudios de crítica que contaran con la opinión de Clarín y la admiración de Rueda. Tres años más tarde, hallándose ya en el Paraguay y en su ensayo sobre el poeta español, al referirse al comentario de un señor Wilson, le dice, refiriéndose a Gondra:

Remito a usted a un estudio famoso conocido en España y América con el título de En torno a Rubén Darío debido a Manuel Gondra (Ministro del Paraguay en Río de Janeiro) quien, como usted sabrá, es uno de los críticos más ilustres de este país y acaso también de Sudamérica.



  —128→  

Por la reseña se ve que Díaz-Pérez sabía de la segunda y definitiva versión de la Revista del Instituto y no de la primera de 1898, que no tiene esa denominación.

Se ocupa de O'Leary como de uno de los jóvenes que más renombre ha alcanzado. Evocador de las glorias de su patria «es el poeta nacional del Paraguay». Nadie como él ha cantado al indio. No está de más recordar lo que años más tarde dirá de la poesía indigenista juvenil de O'Leary el escritor argentino Héctor Pedro Blomberg:

Él cantó con el más profundo acento al guaraní legendario. (...) Su poema El alma de la raza, aunque inspirado en la forma del Tabaré de Zorrilla de San Martín, no deja de ser original en el fondo, y constituye una de las obras señeras de la literatura paraguaya.



Hay que advertir que el haber literario édito de O'Leary no era muy caudaloso en 1904: unos Recuerdos de Gloria y dos poemas -entre ellos el que se menciona- concretados en opúsculos128.

Por su actuación poética son incluidos Pane y Francisco L. Bareiro, distinguiéndose éste -según don Viriato- por su originalidad y elegancia. También profetiza sobre el mismo:

Verdadero temperamento de artista, su obra es lo de un precursor influido por las auras de una espiritualidad exquisita y santa.



El tiempo no daría curso a tales esperanzas. Hay   —129→   allí una generosidad derivada del criterio de Gondra en su carta del 98, pues el mayor caudal de Bareiro era, por 1904, su aludido poema Espuma y un soneto a José de la Cruz Ayala (el difunto y añorado Alón), de corte posromántico, que José Rodríguez Alcalá incluye en su Antolojía juntamente con el primer soneto dedicado a Humaitá, que es de 1907.

Cuando Bareiro (Panchito para sus amigos) publica el segundo de la serie -unido al anterior y significativamente destinado a don Arsenio López Decoud- se reavivan las ilusiones sobre su retorno poético, pero a partir de entonces (1910) el poeta calla definitivamente. Queda así, como un anhelo trunco, el reconocimiento hecho por Rodríguez Alcalá a esa calidad lírica que no habría de concretarse: «... una de las muchas esperanzas de las letras paraguayas que retardan, esquivas, la hora de ofrecerse gloriosamente realizadas».

También Gondra -que lo llama «mi joven amigo», «querido amigo»- le hará llegar frases como estas:

... todo lo que de usted he leído ha sido para mí la revelación de que hay en su alma una hermosa virtualidad artística. (...) La naturaleza lo quiere a usted poeta y de usted depende el serlo. (...) Sus dotes naturales son excelentes: imaginación, sentimiento, sentido del ritmo; lo esencial.



Vemos, pues, que, de esta opinión parte don Viriato para emitir la suya. Está avalada, además, por el respeto que Gondra le merecía como crítico y que recoge el parecer unánime de la generación del 900129.

  —130→  

Evoca a Herib Campos Cervera y su reciente viaje a España, donde entrevistara a Galdós, Núñez de Arce y Salvador Rueda. Es él quien publica el primer trabajo sobre Domínguez difundido allá. No sería extraña a esta referencia, así como a los nombres manejados por don Viriato, una carta que dos años atrás ha mandado Herib a su contemporáneo Adolfo F. Antúnez -residente en la Asunción-, quien aunque no cultiva las letras suele colaborar en los periódicos. Hay allí párrafos de no escaso interés, aunque no se aclara si el López mencionado es don Enrique Solano López, don Arsenio López Decoud o el Dr. Venancio V. López, primos entre sí y además intelectuales. Dice Herib entre otras cosas:

Creo que con hombres de la talla de Domínguez, Moreno, Fleytas (sic), Báez, López y otros en el gobierno se podrá dar un paso más hacia la senda florida del progreso. Si la época de la ineptitud confabulada ha muerto es de esperar que no tendremos una etapa de egoísmo intelectual que todo lo quiera para sí y practique, como es de costumbre en otros países inferiores al nuestro, la conocida ley del embudo.



Don Viriato hace figurar, igualmente, a Ricardo Brugada (h) como periodista y no olvida a Moreno y López Decoud. El primero ha hecho conocer ya su libro sobre el Brasil, además de opúsculos informativos y políticos. Moreno ha publicado un ensayo donde expone sus ideas económicas, de intención proteccionista en algunos aspectos, pero en modo alguno embarcado en un nacionalismo que por entonces se   —131→   hubiera considerado extemporáneo, según ha pretendido Natalicio González. López Decoud, a pesar de su intensa militancia de periodista y orador, sólo había escrito un breve libro, el citado Sobre feminismo, ensayo de matiz sociológico, en el que no están ausentes las predilecciones positivistas -menciona a Comte- aun cuando el autor no aparezca adhiriendo de lleno a esa corriente130.

Resumen parecido al de don Viriato hará Rubén Darío en las vísperas de su nombramiento como cónsul en París, firmado el 3 de setiembre de 1912 por el presidente Schaerer y refrendado por su ministro José P. Montero, designación debida, desde luego, a los esfuerzos de Gondra. Dura en sus funciones hasta el 30 de junio de 1914 en que presenta su renuncia, que le es aceptada. Acerca de las rentas producidas por ellas -la digresión no está de más- hay una carta de Alberto Gerchunoff al poeta, la que en su párrafo más interesante expresa:

Hablemos de nuestras cosas. Me dice usted que el consulado paraguayo resultó honorífico. He ahí algo que nosotros, líricos y todo, no hubiéramos imaginado.

Ese recuento es incluido inicialmente en Mundial, revista que Darío dirigía en la capital francesa, y luego en volumen póstumo de título equívoco: Prosa Política, que lleva un subtítulo cierto: Las Repúblicas Americanas, estando cada capítulo dedicado a los respectivos países del continente131.



  —132→  

ArribaAbajo18. El cambio de los años

Menos optimista se mostrará don Viriato en su Epístola a Villaespesa, fechada en enero de 1911. En ella nombra a Blasco Ibáñez y Valle Inclán, y a sus visitas al Paraguay. Lo mismo a Unamuno y al «imponderable Santos Chocano»; a Vargas Vila, «tan lleno de buena intención como de baratijas literarias»... Después confiesa al amigo poeta:

Quería ver en alguna forma tu nombre al frente de las ingenuas y sencillas melodías que forman esta serie de canciones de un joven, y lejano país.



Recoge don Viriato la creencia, común en aquel tiempo, de que el Paraguay ha carecido de poetas y trata por ello de explicar la causa: «Tuvo que rehacer su nacionalidad destrozada por una catástrofe sin igual». Pero hay que hacer notar que tampoco concede mayor vigencia al teatro y la novela, llegando a la conclusión de que en realidad no existen.

Y explica ese estado de cosas como propio de la posguerra nacional y sus consecuencias, nada propicias -tal es su conclusión- a las exaltaciones intelectuales:

[el país] yacía hace unos lustros en el letargo en que cayera después de los más heroicos esfuerzos que registran las gestas modernas: su lucha sin fortuna contra tres naciones coaligadas.



  —133→  

Piensa, en consonancia con su formación ideológica y con la visual de la época, que todo el pasado conspiró negativamente y que la vida y la libertad volvieron a partir de 1870.

En su concepto, ésta de José Rodríguez Alcalá es «la primera antología que ve la luz en tierra guaraní». Convengamos en recapitular que Pane ha publicado la suya siete años antes y que contemporáneo de aquella recopilación es el Parnaso Paraguayo (1911), de Manuel Fleytas Domínguez, tan mentado como desconocido y cuyas noticias no van más allá de su denominación.

Percibe Díaz-Pérez, y así se lo hace saber a su amigo, que

aquí se vive en plena era del patriotismo. La música tiende al himno; la palabra al discurso; la poesía a la oda. ¡Como nuestro pasado poético cuando cantaba Quintana y los viejos lloraban recordando los días de la Independencia!



Romanticismo temperamental y terrígena, el nuestro, de origen hispánico, que por entonces está iniciando su despegue. Pues, aunque ciertos poetas hagan algunas concesiones, puede afirmarse que las odas van quedando confinadas a la inspiración de Pane y O'Leary, quienes también habrán de evolucionar. Si se comparan las demostraciones del viejo estro con poemas de Guanes, Marrero Marengo, Toranzos Bardel, Freire Esteves y Velázquez -que hemos enumerado- podrá comprenderse que el énfasis patriótico no encierra todo el rumbo de la poesía de esa época. Otras voces, embarcadas en tal modalidad, afloran   —134→   como de bastante menor tono para considerarlas con derecho a una exégesis crítica.

En la mayoría de los escritores paraguayos -esa es su convicción- no existen ambiciones literarias, porque en caso de haberlas tenido algunos de ellos hubieran alcanzado consagración continental. El obstáculo que ha malogrado este intento -anota Díaz-Pérez- no es otro que la política que «transforma los más bellos anhelos». Y le advierte a Villaespesa: «La mayor parte de los poetas que leerás, aunque viven, pertenecen al pasado, fueron poetas; hoy son políticos». (Tal vez golpeaba su sensibilidad el ejemplo de Francisco L. Bareiro, que tantas esperanzas literarias concitara, convertido primero en intendente municipal y luego fugaz ministro del coronel Jara, dejado para siempre de las Musas).

Sin embargo, algunos a pesar de todo se mantienen con cierta pureza poética: Guanes, Marrero Marengo, el romántico maestro Chamorro, entre los incorporados a esas páginas. Otros se apagarán silenciosa y voluntariamente, como Roberto A. Velázquez, Frieire Esteves o Jiménez Espinosa.

En la exposición de los maleficios políticos coinciden con Díaz-Pérez los que como Barrett se entregan a la lucha social o los que como Rodríguez Alcalá no se sienten propensos a tales entusiasmos. También Goycoechea Menéndez, a menudo contradictorio, fue su censor, no obstante haberse dedicado a ellos con la fugacidad propia de su ánimo. Hasta Pane, sumado a una bandería nada indefinida, está de acuerdo en que la política -la empírica y vernacular, se comprende, no la de ideas, en la cual cree- es la fuente de no pocas frustraciones personales y nacionales.

  —135→  

Los resultados posteriores, en cuanto al porvenir cultural del país -corriendo a cada paso el albur de nublarse por estancamiento- les darán en parte la razón. La exigente diosa terminará fagocitándose nada menos que a tres maestros, entre los más dotados para el ejercicio de las humanidades: Báez, Domínguez y Gondra. En cambio López Decoud supo resistir, aunque a medias sus asedios, teniendo por defensa una orgullosa e inalterable actitud estética, que al final se convertiría, afortunadamente, en su ética132.

Ciñéndonos a un estricto precepto literario hemos de anotar que la modificación de algunos puntos de vista queda evidenciada al cumplirse los cinco años de la actuación de don Viriato en nuestro medio. De este modo, observa a O'Leary con óptica distinta a la de antaño, situándolo como «poeta nacionalista (no ya nacional) que «ha cantado a las razas primitivas y olvidadas». Asegura que su nota dominante es la energía, trasmitida igualmente a su prosa133. Asimismo pone de resalto la influencia de Zorrilla de San Martín, lejanamente descubierta por Pane134.

La valoración de Guanes -por el contrario- se ha acrecentado, y tanto es así que -de acuerdo a su parecer- su sola presencia justifica toda la antología. Previene sobre su característica más descollante: la carencia de color local y el hecho de que «gusta cantar el misterio de las cosas». En verdad, es el único, entre los surgidos del novecentismo, en quien se revelan inquietudes religiosas y aun esotéricas135.

Tampoco el futuro de Guanes, en lo que se vincula con su vocación poética, daría validez a la promesa que en él se insinuaba. Once años después de su   —136→   muerte, acaecida en 1925, es editado un conjunto de poemas suyos -los extraídos de la Antolojía de José Rodríguez Alcalá- al que se le incorporó como anticipo un artículo recordatorio de Domínguez escrito en 1926. El título del libro ha sido tomado del prólogo.

Se mezclan en aquella colección sus producciones posrománticas con algunos preanuncios modernistas, así como simples versos ocasionales, que confunden el panorama antes de aclararlo. Entre lo más rescatable puede mencionarse: El Domingo de Pascua, Las leyendas, Allan Cardec; sus traducciones: Ulalume de Poe, Los frutos de oro y Las palmeras de Casabianca, y un original: Glosa de las siete palabras, que sólo figura en el Índice de Buzó Gómez. Ha quedado soslayada -ignoramos con qué propósito- su poesía epigramática y satírica, que cultivara desde sus días juveniles y hasta el final.

Sus aproximaciones a la teosofía se concretan en notas periodísticas, publicadas enseguida de su fallecimiento con introducción de don Viriato136.

A pesar de dichas expectativas generacionales, puede decirse hoy que Bareiro y Guanes -ambos abandonaron el contacto público por la misma época: 1910- son dos fragmentarios, aquel con más aguda persistencia que éste, por escasez de obra. Díaz-Pérez reconoce que los demás «pocos son y poco han escrito», y añade:

Hase llegado a decir por algunos que no había Parnaso paraguayo. Los que así hablaron eran paraguayos, parte interesada.



  —137→  

Aunque esto escape a la órbita rigurosamente novecentista, cabe acotar que tampoco descuidó Díaz-Pérez la incorporación de integrantes de un núcleo cuando le tocara redactar el ensayo sobre Literatura del Paraguay para la Historia Universal de la Literatura -compilada por Santiago Prampolini- cuya cronología termina en 1939.

Circunscribiéndonos al espacio que abarca los cinco primeros años de la vida paraguaya de don Viriato, podremos ofrecer una breve lista de sus trabajos más trascendentes, incluidos en la Revista del Instituto Paraguayo, con excepción del último. Ellos son: 1907: «Para un crítico de Salvador Rueda» y «Notas y traducción de El Cuervo de Edgard A. Poe»; 1908: «El gran esteta inglés Sir John Ruskin y sus Siete lámparas de la Arquitectura»; 1909: «Civilidad y Arte», juntamente con Juansilvano Godoi; 1911: «Un paraguayo olvidado: José María de Lara»137.

La crítica desplegada en torno a los novecentistas le fue -como hemos visto- favorable, no sólo en el Paraguay sino en España, donde los hombres de la generación a que perteneciera iban trabajando su obra rectora, mientras la voz de este ausente, reducida a un profuso epistolario, se tornaba por instantes inaudible a través de la distancia y los años, teniendo que trazarse sus propios caminos de altura; confinada como estaba en este rincón mediterráneo. Por haber comprendido ese destino en toda su amplitud merece destacarse la palabra de José Rodríguez Alcalá, quien no obstante ser el más joven logra captar, en 1907, la trascendencia de otra de las tareas que desde un comienzo emprendiera don Viriato a impulso de su voluntad:   —138→   la de unificador de conciencias y opiniones, por encima de las rivalidades políticas y personales:

Viriato Díaz-Pérez, el exquisito intelectual a cuyo nombre va unida toda una tradición literaria, ha conseguido en el pequeño mundo de los que en Asunción nos dedicamos a escribir, lo que muchos de nosotros habíamos intentado más de una vez sin resultado.



Luego se refiere al espíritu de conciliación que lo caracterizó desde su llegada:

Díaz-Pérez y nosotros habíamos estado deplorando los distanciamientos que separan a quienes debieran estar fraternalmente unidos, y recordando horas de inolvidables expansiones cerebrales, cuya evocación le ponía triste, Viriato nos hablaba del Ateneo y de los cenáculos literarios de Madrid.



A su vez el doctor Báez, en 1910, habría de reconocer que Díaz-Pérez «es joven, ilustrado y laborioso»138.

Desde España lo recuerda Cansinos Assens, quien en una ficha de un libro Nueva Literatura (1900) hace figurar a don Viriato como residiendo en el Paraguay un año después de su llegada. Agrega que «... era una figura familiar en los círculos literarios de comienzos de siglo» y lo sitúa como «el amigo discutidor y locuaz de Villaespesa, de los Machado, de Pedro Blanco, de todos cuantos entonces eran jóvenes y escribían». Asimismo ofrece esta imagen anterior a su viaje:

  —139→  

... teósofo, ocultista, políglota, tenía una fama ya algo imponente de sabio, y empezaba a sentir la asfixia de la España monárquica, cuando se le abrió impensadamente la amplitud de América139.



En carta enviada desde Bogotá por el maestro y escritor colombiano Baldomero Sanín Cano a su compatriota Santiago Pérez Triana -residente en Madrid, colaborador de Helios y uno de los entusiastas del modernismo- alude, entre otras cosas, a este propósito que trasunta mucho interés y de tanto o más valor si tenemos en cuenta que se trata de una referencia indirecta y que está fechada en 1904:

Tenía el mayor deseo de tropezar con Viriato Díaz-Pérez, a quien sólo conocía de nombre. Tiene gracia, no hay que darle vueltas, pero tiene otra cosa que no es menos rara en el día y es la almendra o como dicen allá, con palabra innoble: enjundia.



Y agrega, en letra manuscrita: «¡Su Zaratustra me sabe!»140.

Por contraposición, casi la mayoría de las historias literarias o de la cultura paraguaya -varias de ellas recomendadas actualmente como texto en la enseñanza secundaria- lo mencionan con datos equivocados, copiándose las unas a las otras, cuando no dan en silenciar, sin más trámite, su intensa labor de polígrafo141. Excepciones a la regla pueden considerarse las extensas citas contenidas en las dos versiones de Carlos R. Centurión142.

  —140→  

Internándonos en el cursus honorum diremos que además de las cátedras, logra don Viriato funciones públicas vinculadas a su especialidad. A cuatro meses de su llegada, el 13 de diciembre de 1906, es designado, por decreto, jefe del Archivo Nacional, en reemplazo de Tomás Airaldi, cargo en el que permanecerá por más de dos décadas143.

El 22 de mayo de 1911 pasa a interinar la Dirección General de la Biblioteca, Museo y Archivo Nacional por ausencia de su titular, don Juansilvano Godoi, que se ha ausentado en misión diplomática al Brasil. La jefatura del Archivo es ocupada por quien llegaría a ser un meritorio paleógrafo: José Doroteo Bareiro144.

Sufre don Viriato transitorio eclipse burocrático al resolverse su reemplazo por don Constantino Misch, dándosele las gracias por los servicios prestados. Paga así su derecho de piso americano y por añadidura su antigua amistad con los cívicos. Esa es una de las pocas veces, por aquellos tiempos, en que se ve envuelto en los vaivenes de la política mal llamada criolla145.

El decreto a que aludimos es del 3 de marzo de 1912 y lleva las firmas del presidente de la República doctor Pedro P. Peña y de su ministro de Justicia, Culto e Instrucción Pública, doctor Rogelio Urízar. Dicho gobierno dura apenas del 28 de febrero al 22 de marzo, fecha ésta en que es derrocado. La nueva situación produce el 2 de abril otro decreto, por el que se repone a don Juansilvano -regresado del Brasil- en la Dirección General, dejándose sin efecto, por consecuencia, la designación de Misch. Seis días después don Viriato vuelve a sus antiguas tareas en el Archivo146.

  —141→  

Un acontecimiento nada común merece consignarse pese a estar fuera del marco novecentista, como una prueba de la confianza que seguía mereciendo don Viriato de sus compañeros de generación. A esa disposición habría de suceder otra de indudable trascendencia para el país. Efectivamente: originado en el Ministerio de Relaciones Exteriores se da a conocer el decreto N.º 20098, del 26 de febrero de 1925 -con las firmas del presidente de la República doctor Eligio Ayala y de su canciller doctor Manuel Peña- por el que se aumenta el personal de la Comisión Nacional de Límites y el número de paleógrafos, designándose en ese carácter al doctor Díaz-Pérez, con una asignación mensual de 1300 pesos de curso legal.

La importancia de esta resolución -nada extraña al espíritu emprendedor de aquel mandatario- reside ante todo en el hecho singular de que en no pocos de sus aspectos los trabajos de aquella Comisión tienen el sello de confidenciales -el problema territorial con Bolivia empezaba a agudizarse- y que no obstante esa calidad fueron realizados por quien no había llenado aún requisito alguno de ciudadanía, es decir: que continuaba siendo legalmente nada más que un residente, español. Hasta exactamente un año más tarde don Viriato proseguía actuando en el mencionado organismo oficial147.



  —142→  

ArribaAbajo19. Ciudadano paraguayo

Poco antes de celebrarse los veinte años de su arribo y como una rúbrica puesta a su identificación con esta tierra, don Viriato se convierte en ciudadano paraguayo, circunstancia cuya magnitud puede medirse por el hecho de que en ese tiempo no existían tratados recíprocos de doble nacionalidad. Mas es de pensar, conociendo la índole de sus ideas, que se ha tratado no sólo de un acto de fe sino de la afirmación de una conducta.

Hombres de todas las tendencias -en un rasgo por entonces frecuente de civilidad- saludan con júbilo este ingreso decisivo a la ciudadanía por parte de quien, sin vanas ostentaciones, les había acompañado, en los momentos buenos y malos de la vida nacional, con espíritu abierto y constructivo. En todo momento don Viriato estuvo dispuesto a seguir la suerte del país, que en muchos tramos de esos veinte años fuera a la vez azarosa e incierta. Quema así sus naves remotas, aunque España no haya dejado de latir con su corazón, y más que como el aliento de una presencia activa, como una irrecuperable nostalgia.

A ejemplo de sus predecesores, los grandes maestros hispánicos, supo ser español y paraguayo, sin renunciar a su universalidad cultural. Pero en el riesgo de aquella actitud debe verse mucho del deseo de definir un camino, a sabiendas de que aún en el plano de la cultura, con haber avanzado bastante en la extensión de media centuria, nuestro ambiente -empobrecido y modesto, aunque de indesarraigable dignidad social- no podía resultar favorable para comparaciones extramuros. Sin embargo, don Viriato, alma   —143→   desprejuiciada después de todo (¿Quién que Es no es romántico?) prefería al Paraguay como refugio de sus meditaciones. ¿Será por eso que, Juan Ramón Jiménez, su amigo de juventud, a quien él dedicara expresiva página allá por el 900, dio alguna vez en llamarle el heroico148?

Para una mejor comprensión de aquel suceso hagamos historia. El Poder Legislativo, por Resolución N.º 777, del 15 de abril de 1926, concede la ciudadanía paraguaya al ciudadano español doctor Viriato Díaz-Pérez, documento que refrendan los titulares de ambas Cámaras: don Manuel Burgos, por el Senado, y el doctor José P. Guggiari, por la de Diputados. Dos días después es promulgada por el Presidente Eligio Ayala149.

En el parlamento destacan el significado de ese gesto el senador y comandante don Atilio Peña y el diputado doctor Luis de Gásperi, cuyos discursos se incluyen en el Apéndice. La elocuencia de este último, en especial, se revela como la interpretación que los discípulos y continuadores del novecentismo paraguayo le dan a la lealtad y al magisterio de don Viriato.

Silvano Mosqueira ha consagrado páginas de ponderación a este suceso en verdad simbólico, mucho más si se recuerda que en 52 años de residencia nuestro polígrafo nunca volvería a España y que todo su desplazamiento consistiría en algún esporádico viaje a Buenos Aires.

Por el mencionado autor se sabe que el 24 de junio de ese año, amigos de todos los sectores se reúnen en el Hotel Comercio para agasajar al reciente compatriota, oportunidad en que habla a nombre de aquellos el doctor Juan Monte, haciéndola el estudiante Enrique   —144→   A. Sosa por los alumnos del Colegio Nacional.

Mosqueira informa -en su detallada crónica- que la reunión constituyó «una verdadera fiesta de la cultura paraguaya». Y seguidamente afirma que esa ley de ciudadanización le parecía un pleonasmo porque

el doctor Díaz-Pérez es ya nuestro compatriota desde hace veinte años o sea el día en que, encontrando aquí corazones amigos que lo acogieron, no se sintió nunca extranjero entre nosotros, y conviviendo nuestra vida social y administrativa y colaborando en nuestra lenta evolución intelectual, aquí derramó a manos llenas y desde aquí propagó, como producto de nuestro medio, lo mejor y más luminoso de su alma y de su cerebro.



Después recuerda que don Viriato se casó con una «dama de abolengo ilustre, con raíces en nuestra historia» y que «al formar su hogar paraguayo nos dio la sangre de su espíritu y de su corazón». Y termina manifestando que

nosotros, por espacio de veinte años, nos hemos habituado a ver y escuchar en él a un caracterizado representante de la moderna mentalidad hispánica y un propagador de los ensueños e ideales culturales de la madre patria150.



La respuesta de don Viriato tiene un sobrio aunque evidente sentido confesional. Considera al de la ciudadanía un acto corriente, pues desde mucho tiempo   —145→   atrás sentíase unido a esta nueva patria, hija a su vez de una patria grande y común. Y este concepto es bien distinguido por él:

Hay una patria natural, de nacimiento; hay una patria sentimental, que es la de nuestros anhelos espirituales; hay una patria positiva que es la de nuestros hijos, la de nuestros amigos, la de nuestros compañeros. Por ésta es por la que he optado151.



Esto último lo de recordar a sus camaradas novecentistas ha de tenerse por muy valioso. En cuanto a lo otro, a la tierra de quienes forman su hogar, no debe olvidarse que don Viriato ha asentado el suyo al casar el 30 de setiembre de 1909, en el recinto del Museo de Bellas Artes (el padre de la novia, masón; el novio, teósofo) con una de las hijas de don Juansilvano Godoi, Leticia Juana Godoi Rivarola, nacida durante el destierro de su progenitor en Buenos Aires (1877-1895).

Con ella tendrá cinco hijos, cuatro varones y una mujer, todos ellos paraguayos. Había contraído matrimonio a los tres años y un mes de llegar al Paraguay. El poeta Alejandro Guanes, amigo de la pareja, le dedicó un Epitalamio que termina así:

Los naranjos florecidos / su perfume al aire dan / y en sus ramos coloridos / liban miel entre zumbidos / las abejas de Guarán152.



A los cuatro meses de aquella ciudadanización, el 26 de octubre de 1926, moría Leticia y comenzaba para   —146→   don Viriato la profunda soledad. Uno de los hijos que permanecieron junto a él será el poeta Rodrigo Díaz-Pérez, a quien se debe la mejor y más valiosa compilación de elementos documentales para una biografía de su padre. Finalmente dos de ellos, Fernán Nicolás y Haydée, colaboraron en el ordenamiento del material bibliográfico incluido en la edición de sus obras. Han fallecido ya Herman, y Juansilvano153.

Casi al final de este recuerdo debemos admitir que una interrogación nos ha asediado durante todo su recorrido: ¿Por qué se quedó aquí don Viriato? En un sentido concreto podría argumentarse que porque echó raíces vitales muy pronto, casándose a los tres años de su arribo; que aquí tenía una larga parentela formada por sus primos segundos, los Campos Cervera; que se le hizo tarde el recordar que quizá no fueran más que espuma las ilusiones que habían alentado Herib y Alicia para hacerlo venir; que ya no le restaban muchos lazos familiares por cuidar en España. Eso, que en lo humano podría significar mucho, tal vez no lo fuera tanto desde el punto de vista intelectual, el más aproximado para interpretar el mundo anímico en que se movía.

Mas, en el otro extremo, dentro de una comparación de ámbitos, es de suponer que no dejaba de haber alguna diferencia entre el Madrid literario y universitario del 900 y el humilde recinto -poco más que aldeano- que era San Lorenzo del Campo Grande al iniciarse el siglo; que es probable le bastara en los primeros tiempos alguna correspondencia y que para atemperar en algo sus evocaciones madrileñas convinieran en acompañarle algunos cercanos amigos: Mariano Carmena y los integrantes del clan Molano, el   —147→   último de los cuales murió aquí. Todos ellos intelectuales que cultivaban las letras y el periodismo.

La mano de don Viriato puede verse en el proyectado desplazamiento de catedráticos españoles al Paraguay. Según información, el cónsul en Madrid había comunicado, en diciembre de 1906, al Ministerio de Relaciones Exteriores que «varios profesores de filosofía y letras de la Universidad local se reunieron en su despacho y resolvieron ofrecer sus servicios al gobierno de la República para la Universidad de Asunción». Esto coincide también con el regreso del doctor Olascoaga a la península. Lamentablemente esa iniciativa no pudo realizarse.

Al final sólo le quedaría el consuelo de algunas visitas para paliar en algo su añoranza. Así fueron llegando sucesivamente, para pronunciar conferencias, por mediación de don Manuel Gondra: Blasco Ibáñez, en 1909; Valle Inclán y Adolfo Posada, en 1910154.

¿Y después? Alicia se ha evaporado con un halo de color y tragedia, y Herib, el animador de otras épocas, fracasada la aventura periodística de La Verdad, arrastrará su bohemia por tierras lejanas, perdiéndose para siempre. (Hasta sus últimos días O'Leary guardó fidelidad a la memoria de este entrañable compañero de juventud).

Para más colmo tuvo don Viriato que contemplar algunas de nuestras excitaciones insurreccionales -a nivel de color local- bien distintas al debate ideológico a que estaría acostumbrado en el Ateneo de Madrid, aunque allá en la España finisecular y de principios de siglo muchas cosas confinaran en la prisión de Nakens o en el fusilamiento del ilustre profesor Francisco   —148→   Ferrer. Vio también, como en el reverso de una medalla, la otra cara de la tristeza, de la mezquindad o de la intolerancia, que por cierto no podría ser adjudicada con exclusividad a ningún asentamiento nacional. Pesados al mismo tiempo los dos platillos, con sus pro y sus contra, no se hallaría a simple vista una adecuada explicación.

A don Viriato, humanista en la más amplia acepción, diserto en lenguas vivas y muertas, frecuentador de tertulias y cafés literarios, colega de españoles del 98 y del modernismo -que hoy figuran inamovibles en la historia intelectual de su país-, periodista y escritor de publicaciones de no desdeñable nombradía y autor ya de algunos libros, poco le hubiera costado en ese breve lapso que va del 10 de agosto de 1906 al 30 de setiembre de 1909, enfilar la proa hacia otro destino, más acorde con las ambiciones que lógicamente podía conservar.

Sus mismos compañeros paraguayos, conscientes de las limitaciones del medio -apenas si disimuladas por el infatigable quehacer de una minoría representativa- no estaban muy seguros de la prolongación de su permanencia, según lo dejó expresado el propio José Rodríguez Alcalá:

Ojalá se quede perennemente entre nosotros este intelectual en quien está representada la más alta cultura europea; pero aun cuando se marchara, la obra fundada por él subsistirá porque su recuerdo le serviría de escudo contra las veleidades disolventes. De la arena de nuestra incipiente intelectualidad no se borrarán jamás las huellas   —149→   que va dejando el paso de este digno heredero de ilustres blasones literarios155.



No estaríamos descaminados si afirmáramos que lo que verdaderamente contribuyó a esa decisión de don Viriato fue la cálida y espontánea acogida que le brindaron los novecentistas -para quienes nunca sería, repetimos, un extraño o un extranjero-, hospitalidad que hizo extensivo todo el ambiente intelectual. Esa apetencia por retener a alguien que con los antecedentes de su cultura mucho podía significar para el progreso de nuestras letras y aun de nuestra enseñanza; ese interés, esa efusión, ese allanar todas las vallas para que el joven profesor madrileño pudiera cumplir aquí su tarea, debieron haberle tocado el corazón a la hora de las definiciones.

Lo que vendrá más adelante con el estallido de la guerra mundial no hará más que rubricar esa decisión. Y tanto es así que entre las luces de la España moderna -que lo era a pesar del desastre colonial- y la grave y dulce penumbra de Villa Aurelia, en los aledaños de Asunción, prefirió a este país. Hay que decirlo y refirmarlo por si alguien no hubiera aprendido a reconocer la valentía de esa elección.

Pudo él haber repetido, en los instantes propensos al abatimiento o a la meditación, aquellas palabras del Barrett perseguido y enfermo, pero todavía creyente, palabras que sirven para todos los tiempos:

¡Paraguay mío, donde ha nacido mi hijo, donde nacieron mis sueños fraternales de ideas nuevas, de libertad, de arte y de ciencia que yo creía posibles -y lo creo aún ¡sí!- en este pequeño   —150→   jardín desolado, ¡no mueras!, ¡no sucumbas! ¡Haz en tus entrañas de un golpe, por una hora, por un minuto, la justicia plena, radiante, y resucitarás como Lázaro!156



No estaría de más ahondar otro poco, insinuando si en aquellos conceptos del Hotel Comercio -lo menos parecido a la exuberante oratoria de moda- no podría encontrarse la directriz y síntesis de una motivación última que lo llevara a consustanciarse con genes e ideales del Paraguay, que sintiera similares a los suyos. Mirando por encima del pasado fue que alcanzó a ensayar como una justificación de su tránsito de veinte años y exhumar las razones -quizá finales de ese paso importante de su vida:

Me he sentido como hijo de esta tierra, amando su historia, que tantas veces he denominado extraordinaria y única; afectado en ocasiones ante sus desdichas; interesado en el estudio, del misterio de sus razas aborígenes que merecería la consagración de muchas vidas; protestatario ante las injusticias que azotaron su pasado; respetuoso frente al espectáculo de aquellos momentos pretéritos con los que dio exotismo y personería a la historia del continente; fustigante como humano a la vista de los errores también humanos; rehabilitador de sus hijos olvidados y preteridos; amante del estudio de esa filosofía cristalizada que es su lengua autóctona; y de los ritmos quejosos de sus cantos vernáculos e indianos; vencido sentimentalmente en la comprensión de sus mujeres; consagrado, entre las ironías de la vida, a corresponder   —151→   sin cálculo a los dones del ambiente, mediante mi restringido y único haber: el del espíritu.



Todo lo que allí se manifiesta aparece como el resumen de una jornada cumplida, una exposición de propósitos ya concretados, con una meta puesta en cada intención. Pero es, al mismo tiempo que una rendición de cuentas ante la propia conciencia, su mejor radiografía moral.

No clausuraremos esta incursión por su existencia juvenil sin antes advertir que aquellas ideas que don Viriato sustentara sobre el idioma vernáculo no eran la consecuencia de una actitud improvisada o complaciente, y tanta es así que supo hallar ocasión de confirmarlas. Efectivamente: en calidad de miembro fundador ingresa con el N.º 3, en 1942, a la Academia de la Lengua y Cultura Guaraní. Había con ello cerrado un ciclo157.

Don Viriato, vivirá 32 años más desde la fecha de su nacionalización, hasta que un 25 de agosto de 1958 -traspuesto el portal de los 83- consiga desprenderse de este mundo para habitar aquel que sus visiones ocultistas y teosóficas le tenían a lo mejor, preparado. Y como se sabe que cualquier tiempo de avance ha de ser a la vez el de la despedida -de la que por supuesto no están excluidas las edades- le tocó sobrevivir la de su generación y ver, al igual que O'Leary, como las cosas, las personas, las costumbres, iban siendo otras y si no incomprensibles, por lo menos distintas.

Los novecentistas habían participado -como actores directos- en una época de oro de la cultura nacional, no importa cuáles fueran las frustraciones materiales   —152→   o políticas. De ahí que el espectáculo que algunos tuvieron que contemplar después -sin fuerzas ya para dominar los acontecimientos o dirigirlos- hería, junto con sus sentimientos, la convicción de que aquello no era más que el reflejo de una soledad interior cada vez menos posible de ser interpretada en toda su dimensión.

Con ellos, con los grandes maestros de la cultura paraguaya contemporánea, se apagaba para siempre un magisterio de medio siglo, que ha quedado sin continuadores ni legatarios. Dolorosa pero cierta verdad. De los discípulos que dejaron sólo algunos estuvieron a su altura hasta que las euménides se apoderaron de ellos y fueron yéndose de a poco, aquí o en el exterior, fragmentados o truncos en su destino. Su contenido bibliográfico, con no ser escaso, no llega a satisfacer la misión que, con menos bagaje, se impusieron y lograron los novecentistas. La presencia, en un pasado no muy remoto, de pensadores de valía, no hace sino acrecentar esta orfandad.




ArribaAbajo20. La posteridad

La posteridad, de ordinario no muy agradecida ni justiciera, le ha destinado a don Viriato una calle del barrio de Santo Domingo, perpendicular a la Avenida Santísimo Sacramento; según Ordenanza Municipal 6117, del 13 de abril de 1967. Lejos, por cierto, de aquel en que discurrieran su saber y su ética, su ciencia y su filosofía158.

Otra lleva su nombre en San Lorenzo del Campo   —153→   Grande, paralela a la que recuerda a su compañero y amigo Juan Emiliano O'Leary, denominaciones ambas que rigen desde hace más de setenta años por voluntad del pintoresco propietario y planificador del predio, su cuñado Herib159.

En fecha más actual, el 7 de agosto de 1975, a iniciativa del Club de Leones y por resolución de la comuna de San Lorenzo, fue inaugurada la Biblioteca Pública Municipal «Viriato Díaz-Pérez», coincidentemente con el año en que se cumplía el bicentenario de la fundación de la ciudad y el centenario del natalicio de don Viriato160

Tal será el corolario de su otro camino, andado desde dos décadas a partir de su ausencia. Es en ese tramo que vienen siendo editadas, con honrosa regularidad y con sentido gráfico acorde a sus predilecciones estéticas, sus obras completas, que los jóvenes podrán alcanzar en sus prosas y en sus versos, descubriendo en estos su oculta vena lírica.

Porque todo un acierto ha significado la inclusión de su volumen de poemas y prosas poéticas en esa serie, ya que es este un aspecto poco menos que desconocido de sus afanes literarios. La mayoría de las producciones allí reunida pertenece a la época de su residencia europea, la de su juventud entre los 20 y 27 años. Aunque hasta el momento no haya nuevas muestras éditas, puede afirmarse que nunca se atemperó en él ese fervor por temas y gentes de poesía.

A pesar de su amistad y estrecha vinculación con Villaespesa y Manuel Machado -dentro de lo característico del modernismo español, a cuya expansión concurriera- no se advierte en esas páginas que van de 1897 a 1908, pues, hay algunas escritas en el Paraguay,   —154→   una decidida influencia, de aquellos, en relación con su poesía de ese tiempo.

Por el contrario, un halo de melancolía, una tendencia a la expresión fina y contenida -casi bordeando la elegía- lo acercan más al Antonio Machado de Soledades (1903) y al Juan Ramón Jiménez de las Pastorales de ese año, que a la pirotecnia verbal y al anecdotismo de los primeros.

La reiteración de los versos inicial y último de cada estrofa nos retrotrae a la evocación de aquel poema «Siempre», del modernista boliviano Ricardo Jaimes Freyre. En la prosa poética, en cambio, habría que buscar precedentes en lengua francesa: Baudelaire, Aloisyus Bertrand y Rodenbach, sin quitarle por eso su acento propio.

Algunos breves ejemplos ayudarán a ubicarlo con mayor exactitud:




Viriato Díaz-Pérez


Siempre tus ojos de pudor velados
serán mi norte, marcarán mis huellas
serán mis solas, únicas estrellas
siempre, tus ojos de pudor velados.

Lejana luz nostálgica y saudosa
cúspide virginal de mis amores...
¡Cuántas penas me causas y temores
lejana luz nostálgica y saudosa!

Tú el manantial que apague mis anhelos
para siempre, serás. En ti se encierra
—155→
si es que se encuentra dentro de la tierra
el manantial que apague mis anhelos.

(Lejana luz..., Madrid, 1902)




Ricardo Jaimes Freyre (1868-1933)


Peregrina paloma imaginaria
que enardeces mis últimos amores;
alma de luz, de música y de flores,
peregrina paloma imaginaria.

(Siempre)




Antonio Machado (1875-1939)


Vuelve la paz al cielo;
la brisa tutelar esparce aromas
otra vez sobre el campo, y aparece
en la bendita soledad, tu sombra.

(XXIII, Soledades, 1899-1907)




Juan Ramón Jiménez (1881-1958)


Los caminos de la tarde
se hacen uno, con la noche.
Por él he de ir a ti,
amor que tanto te escondes.
Por él he de ir a ti,
como la luz de los montes,
como la brisa del mar,
como el olor de las flores.

(Pastorales, 1903-1905)161



  —156→  

Ha transcurrido más de medio siglo desde que fueran dichas las recordadas palabras del Hotel Comercio, y si hiciéramos un balance para comprobación de quien o quienes han continuado o completado su programa, llegaríamos a la convicción de que sería muy riesgoso aventurar un resultado. Y si él, a su vez, tuviera el poder de preguntarnos en qué términos hemos seguido -adaptándolas o superándolas dialécticamente- las líneas maestras de su ideario y de su conducta, que son las de la generación del 900; si su acuciosidad nos obligara a trazar una comparación entre la realidad de su época y la del presente, nos sería preciso -hay que confesarlo- bucear hondo en los imponderables de este tiempo, que ya no es el suyo y que va dejando de ser el nuestro, para ofrecerle una respuesta digna de su ejemplo.

Porque de no ser así ¿qué podríamos nosotros, virtuales herederos del espíritu del novecentismo paraguayo, que era también el propio, qué podríamos contestar, honradamente, aquí y ahora, a don Viriato?

Provincia Gigante de las Indias
-Enero / Junio de 1979-
Año Centenario del Natalicio de
Juan E. O'Leary y Eligio Ayala







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