VI. La poesía árabe clásica: la
decadencia. El reino de Granada (1232-1492)
Los poetas-funcionarios
La pobreza intelectual del reino de Granada se refleja
especialmente en su poesía, que se asemeja a la cerámica
estampillada de sus contemporáneos, los artesanos mudéjares;
encontrado un modelo, se repite en un molde hasta el infinito. Sus
únicos hallazgos son debidos bien al fenómeno de la
condensación, y a veces el perfume del pasado es de tal calidad que
perdura a través de las altas temperaturas de la servil
imitación, o bien al auxilio de otras artes, como sucede en la
poesía epigráfica.
El conservadurismo institucional granadino hace resucitar viejas
formas socioculturales con una rigidez que seguramente no poseía el
modelo. Así el poeta cortesano, encargado de cantar las glorias del
poder, se transforma en un funcionario en toda la regla. Hay un especie de
ministerio cuyo responsable ha de redactar las cartas oficiales del
sultán granadino -escritas en papel rojo, el color heráldico de
los emires de la roja Alhambra- y componer las casidas en honor de los
soberanos.
Ya indicamos en otro lugar que el talante de estos
poetas-funcionarios, siempre a la búsqueda de una fórmula feliz
que pudiera aplicarse en diversas ocasiones como una fórmula
administrativa, era el de un gremio de artesanos, que trabajaba el sutil
material de la lengua árabe bajo la dirección de un maestro, que
corregía y pulía el trabajo de los aprendices y leía sus
propias obras, destinadas a ser recitadas en los momentos solemnes. De
ahí que el estilo de todos los poetas al servicio de palacio, de la
Alhambra, se asemeje y haya habido confusión
—130→
respecto a la
autoría de los poemas epigráficos, obra de estos poetas, ligados
por la función común y la relación de maestros y
aprendices.
Cronológicamente, el primer poeta-funcionario es Ibn
al-akīm de Ronda (1261-1309), del que no se
conservan demasiados ejemplos de poesía porque fue, además de
arráez del gabinete de escritura de la Alhambra, primer ministro, y
llegó a detentar el poder real, con lo que fue a él a quien
dedicaron los poemas oficiales. No obstante tal vez sean suyos los poemas de El
Partal.128
Es en cambio muy extensa la obra de su discípulo Ibn
al-Ŷayyāb de Granada (1261-1348), que fue durante
más de cincuenta años arráez del gabinete de escritura de
los sultanes nasríes y del que afortunadamente se ha conservado su
cancionero o
dīwān.129
Entre sus numerosas casidas oficiales destacan aquellas en que describe los
palacios granadinos, como la siguiente, en la que canta a un palacio, el de
Naŷd, construido por el sultán
Muammad
III:
¡Oh alcázar Naŷd,
tú eres la más noble de las mansiones
pues has reunido lo bueno con lo óptimo!
Enorgullécete sobre todos los palacios, si
quieres,
y sobre todas las comarcas y regiones.
Tienes tal belleza que no tienes parangón
con los palacios de Bagdad y Gumdān;
se han reunido en ti maravillas
que sobrepasan cualquier idea o pensamiento;
es tu cúpula como una novia que se pavonea
con su belleza seductora en el cortejo nupcial;
el sol borda detrás de sus cristales
vestidos rebosantes de todos los colores;
brilla su belleza y es, a veces, campo de batalla,
y otras, guarida de leones;
su alberca como el mar tiene flujo y reflujo
mientras juguetea el viento con las ramas;
es como un ejército al que se ha ordenado
retroceder
Ibn Zamrak (1333-1393), que fue discípulo de Ibn
al-Jaīb (1313-1375),
discípulo, a su vez, de Ibn al-Ŷayyāb en el oficio de poeta oficial de los
naríes,
vuelve a usar el tema de la carrera de caballos de diferentes colores con el
molde aprendido, pero tal vez con una vena
—132→
poética
más elevada porque es, en nuestra opinión, el mejor de los tres
grandes poetas funcionarios del siglo XIV:
Un jinete va montado sobre un rayo, embridado con un
lucero,
con la luna ensillado y herrado con una media luna;
otro caballo, ceniciento como el amanecer, es montado por el
alba
y extermina a las cometas extraviadas;
otro, oscuro como la noche y con una estrella por arracada,
se sumerge en la mañana y es seguido por sus
huellas;
otro, rubí como oro incandescente,
adornado de esplendor perenne e inextinguible;
otro, como un fuego abrasador por su galope
semejante al que se enciende el día del encuentro
amoroso;
otro, como el vino, llena su vaso a los comensales,
Ibn al-Jaīb, discípulo de Ibn al-Ŷayyāb, maestro de Ibn Zamrak, es el más
pedantesco de los tres, tal vez por su capacidad para acumular todo tipo de
conocimientos que se reflejan en su prolífica obra, pues fue un
auténtico polígrafo que trató, siempre en su estilo
dificilísimo, los más variados temas.
De sus panegíricos destacamos su casida en
lām, que dicen se
escribió en las paredes de la Alhambra, compuesta para celebrar la
vuelta al trono de Muammad V.133 En ella describe, entre otras cosas, un combate naval, con
un lenguaje que nos trae a la memoria a al-Mutanabbī y al cantor de los
fatimíes, el andalusí Ibn Hānī:
Acudían los barcos a tu encuentro hendiendo
fieramente las aguas, avanzaban veloces,
hacia la meta de sus anhelos y esperanzas.
Mostraban amenazadores sus costados
si bien porque acudían en tu ayuda
despejado
y sonriente llevaban su semblante.
—133→
Son naves que con sus banderas tremolando en el
aire
vienen luciendo, orgullosas y altaneras,
sus galas de exquisita juventud.
Parece que fueran aves que al extender sus alas,
las velas, dieran sombra a sus polluelos.
Son criaturas abultadas que en su concavidad
llevan una preciosa carga. ¿Quién conoce
a la hembra
y lo que en sus entrañas lleva?
Surgieron en el horizonte nítidas y claras
-y eso que era oscura noche- gracias a esa aurora
que es tu frente, aurora que despeja las
tinieblas.
Y llegaron a este país con el matutino
lucero
en busca de la victoria y del triunfo que,
impaciente,
ya salía a su encuentro.
Los enemigos que aún quedaban cayeron
aniquilados
por el abrasador viento y ya vencidos
rodaron por tierra.
Con la neta y pura mentira se mostraban
orgullosos,
altaneros, mas, ahora, ante la verdad clara
y patente han tenido que mostrarse humillados.
[Trad. de J. M. Continente].
Ibn al-Ŷayyāb ya había tratado igualmente el tema.
Así se imagina una bellísima batalla naval en la que
vencían los musulmanes en el estrecho de Gibraltar:
Los cristianos encendieron el fuego de la guerra
y la tierra ardió con esa hoguera;
el mar sofocó sus esperanzas,
aunque eran numerosos como piedrecillas;
en la confluencia de los mares, los ejércitos
se enfrentaron por la causa de la Guerra Santa;
los perros de los cristianos quisieron bloquearlo,
pero, ¡quita allá!, su bloqueo era una
estratagema;
el politeísmo había tendido sus lazos,
cortando el camino,
y la religión verdadera llamó a sus
valientes leones;
los ejércitos del Islam estaban irritados
—134→
e impacientes por terminar aquel lazo;
tú acudiste a Málaga con rapidez
para destruirlos ¡oh guerrero de la Fe!,
preparaste los negros cuervos de las naves
que marcharon como una bandada hacia el abrevadero;
iban como flechas de la guerra,
defensoras de la religión de Mahoma,
todas iban hacia el enemigo
con la velocidad de las miradas fugitivas;
las arrastraban las manos del viento y se doblaban,
jugueteando, como si fuesen ramas verdes;
están calafateadas con una pez que es
abbasí,
aunque parecen por su revestimiento de hielo;
por la luz de la Guerra Santa son blancas
y borraban las negras tinieblas;
llevaban todas arrojados combatientes
que son como piedras de chispa, productores de
fuego;
E. García Gómez ha estudiado con gran detalle una
casida de Ibn, al-Jaīb del género
mawlidiyyāt, pascua musulmana
que celebraba el nacimiento del Profeta y que era una fiesta religiosa que
había aparecido en el Islam muy tardíamente y no había
llegado a al-Andalus hasta finales del siglo XIII o principios del XIV. Con
este motivo el sultán Muammad V celebra una gran fiesta en su Alhambra
-en los palacios que él había hecho construir- y uno de los
atractivos de la celebración es un horologio, o complejo reloj
mecánico, para el que Ibn al-Jaīb compone un poema para
cada una de las horas que marcaba el artefacto, nueva prueba de la habilidad
técnica de este poeta y de lo que se había convertido la
poesía en el reino de Granada.135
Se ha conservado también completo el
dīwān de un tercer poeta-funcionario del reino de Granada, Ibn,
Furkūn,
panegirista del sultán poeta Yūsuf III (m. 1417), que parece tener unas
características semejantes, tal vez en un grado mayor, de baja calidad
poética al adentrarse
—135→
en el siglo de la decadencia total
de la cultura granadina. Conocemos también algunas casidas de otro poeta
funcionario: Ibn
‘Āim, que utiliza formas poéticas
aberrantes como el poema que dedica a Yūsuf V (1445-1446), que había de
escribirse con tintas de tres colores -negro, rojo y verde- y con esta
diferenciación se podían leer dos casidas y dos moaxajas.
El último poeta-funcionario es también el
auténtico último poeta de al-Andalus, pues fue panegirista de
Boabdil, el rey chico, y vio la caída de la ciudad de Granada: Muammad ibn
‘Abd Allāh al-‘Uqaylī, conocido por al-‘Arabī y natural de Guadix.
Para el último panegírico andalusí, la casida se
tiñe de tintes neoclásicos, con un breve
nasīb en que aparece la
Su‘ād de los poemas del
camello, como el espectro amoroso:
¿Es acaso el rostro de Su‘‘ād, despojado de su
velo
o la luna del horizonte, surgiendo entre las nubes
o yo estoy perdiendo la razón
o es un sueño que ha aparecido mientras
duermo?
¡Oh qué bella visión para el que la
ve,
su corazón enloquecería al perderla!
Pero resulta que el rostro es el del soberano, Abū
‘Abd Allāh Muammad «Boabdil», hijo de Abū-l-asan
«Mulhacen»:
La monarquía musulmana de al-Andalus moría
acompañada de los solemnes versos de la poesía que había
acompañado a su nacimiento en tiempos de
‘Abd al-Ramān I, pero convertida en caricatura de
sí misma.
—136→
La poesía epigráfica
La poesía árabe, al final de su largo camino
medieval, desde el desierto arábigo al jardín de la Alhambra,
enfermó de lánguida monotonía, agotado su ritmo solemne de
caravana y mortecinas las estrellas fugaces de sus metáforas. Para
retener en su senilidad la belleza que ahora le era esquiva acudió a un
insólito elemento estético: la escritura.
Era el uso de lo gráfico como un significante más de
la expresión poética, a modo de los caligramas de Apollinaire,
aunque con un sentido menos lúdico, porque el alfabeto árabe
había sido, desde siempre, algo más que una escritura; sus rasgos
se habían estilizado y embellecido por una razón más
profunda que el puro gusto estético de los escribas: la escritura
árabe, con el Islam, estaba condenada a representar, por medio de signos
abstractos, las imágenes vedadas por los versículos
coránicos. Las artes menores fueron las primeras que se beneficiaron de
la conjunción de la poesía y la escritura: muebles, tinteros,
espadas, ropajes, tapices, se cubrieron de versos hechos
ex profeso por los poetas y unieron la
belleza de la poesía a los rasgos estilizados de la caligrafía.
Nunca fue más la escritura literatura y la literatura escritura.
Pronto la poesía caligrafiada y ornamental trepó a
los muros de los palacios y cumplió una nueva función: cantar la
gloria de sus constructores los poderosos. En el palacio toledano de
al-Ma’mūn en el siglo XI ya
había, en el más exquisito de sus pabellones, un poema
epigráfico, y debió de haber muchos más entre arcos de
herradura y alicatados hasta llegar a la Alhambra. Era una conjunción
estética feliz, pues como dice uno de los poemas de la Alhambra:
«Todas las artes me han dado su hermosura», es decir,
poesía, caligrafía, arquitectura.
De estos posibles poemas de los palacios de al-Andalus,
sólo se han conservado los de la Alhambra y el Generalife. Su
caligrafía estilizada de tipo andalusí, labrada en yeso,
sobrevivió enigmáticamente a la incuria del tiempo y de los
hombres. En el siglo XIX se estudiaron y se descubrió uno de sus
autores, Ibn Zamrak, al que dedicó un extraordinario estudio Emilio
García Gómez137. Mucho después tuve la fortuna de
descubrir que Ibn al-Ŷayyāb e Ibn al-Jaīb eran también autores
—137→
de
poemas de la Alhambra.138 Muy recientemente Emilio
García Gómez ha publicado y vuelto a traducir todos los poemas
epigráficos de los palacios granadinos,139 de forma que es posible pararse a
contemplarlos con todo detenimiento. Aquí daremos un paseo corto, visita
apresurada de viaje turístico.
Los poemas de Ibn al-Ŷayyāb se encuentran en los edificios más
antiguos, ya que es cronológicamente el primer poeta conocido de la
Alhambra. Sus versos adornan esa pequeña joya que es la Torre de la
Cautiva, fortaleza por fuera, palacio por dentro, como describe el propio poeta
en las inscripciones que adornan sus cuatro esquinas interiores y que elogian a
quien las construyó, el sultán Abū-l-aŷŷaŷ
Yūsuf I. Uno de
ellos dice:
Adorno es esta obra de la Alhambra,
morada del hombre de guerra y el de paz;
pues es torre que guarda un palacio
y te preguntarás si es fortaleza o morada de
placer.
Su techo, pavimento y sus cuatro paredes
se reparten con igualdad la belleza.
Maravillas hay en su estuco y azulejos
y aún es mejor su artesonado.
Tras reunir tanta belleza, subió hacia arriba
y alcanzó el lugar más alto;
las formas de su decoración parecen figuras
poéticas,
paranomasias, aliteraciones y estrofas.
En el rostro de Yūsuf también se reúnen
todas las perfecciones
Es de la estirpe de Jazraŷ
gloriosa
de obras en religión como aurora.
Ibn al-Ŷayyāb también compuso los poemas del
Generalife, construido por Ismā‘īl I para conmemorar la victoria de la Vega
(1319) sobre los Infantes de Castilla, don Juan y don Pedro. En las tacas u
hornacinas del Generalife donde se ponían unas jarras de agua, Ibn
al-Ŷayyāb dice:
—138→
Nicho en la puerta del salón dichoso,
frente a la Majestad y a su servicio
¡Cuán grande es su hermosura, en pie,
situado
de este rey sin rival a la derecha!
Moza su jarro de agua nos parece
que en su boda se muestra en la tarima.
¡Gózate en Ismā‘īl -por cuanto quiso
Dios honrarte con él- y ten ventura!
¡Que perdure el Islam, con gloria
de tanta elevación perpetuamente!
[Traducción de E. García Gómez].
Aunque los poemas de Ibn al-Jaīb debieron de abundar en la Alhambra de
Yūsuf I y
Muammad V, su
caída en desgracia los borró y fueron sustituidos por los de Ibn
Zamrak, eso sin tener en cuenta el continuo tejer y destejer de los edificios
de la Alhambra por parte de sus soberanos. Quedan sus versos en las hornacinas
que dan paso al salón de Comares:
A todas las bellas supero en hermosura,
con mis adornos y mi corona
y hasta los astros en sus casas zodiacales ante
mí se inclinan.
El jarrón de agua que yo contengo parece un
devoto
cuando en la quibla de la mezquita reza fervoroso;
mi piedad la sed sacia en todo tiempo
y doy mi socorro al que lo necesita,
es como si yo siguiese las huellas de la mano
generosa
de nuestro señor el sultán Abū-l-aŷŷāŷ,
¡brille él como luna llena en mi cielo
siempre,
mientras dure la luna en las tinieblas!
Los dedos de mi artífice bordaron mi
brocado,
tras engarzar aljófares en mi corona;
parezco estrado de novia, y aún le supero
pues garantizo felicidad a las parejas;
para quien a mí acude, quejoso de sed,
mi fuente le da agua dulce, pura, sin mezcla.
Soy como el arco iris cuando aparece,
con el sol me muestro, señor Abū-l-aŷŷāŷ.
¡Que continúe guardando la paz,
mientras la Casa de Dios reciba peregrinos!
—139→
El resto de los grandes poemas inscritos en los muros de la
Alhambra son de Ibn Zamrak, pues pertenecen a construcciones o reconstrucciones
de Muamad V,
soberano al que sirvió como funcionario-poeta; Lindaraja, las Dos
Hermanas, el Patio de los Leones. De todos ellos incluimos aquí nuestra
versión del poema que adornaba la Fuente de los Leones, los
últimos leones-surtidores de la tradición artística y
literaria árabe:
¡Bendito quien dio al sultán Muammad
estas moradas que por su belleza son gala de las
mansiones!
Ejemplo es este jardín en que hay tantas
maravillas
que el mismo Dios prohibió otro semejante;
y estas figuradas perlas de transparente claridad
que adornan los bordes con orla de aljófar;
la líquida plata que se desliza entre joyas,
también pura y blanca belleza;
la vista se confunde ante lo quieto y lo fluyente
y no se sabe si es el mármol o el agua lo que
fluye.
¿Acaso no ves que el agua corre por los
bordes
y luego se oculta por los sumideros?
Se asemeja al amante con los párpados rebosantes
de lágrimas
que oculta por temor que le delaten.
¿No es agua de las nubes, en verdad,
que acequias traen sobre leones?
Es igual a los favores de la mano del Califa
que dispensa a los leones de la guerra.
Tú que estás mirando, verás que los
leones están al acecho
y si no saltan es por respeto tuyo,
¡oh heredero de los que ayudaron al Profeta,
legado de grandeza que aligera las cargas,
sobre ti la paz y sean numerosos los días
fastos
y sean amargos para tus enemigos!
En el siglo XV continuaron las obras de la Alhambra y con ellas
los poemas epigráficos, escritos por el rey-poeta Yūsuf III y su
panegirista Ibn Furkūn,140 poemas sobre hornacinas especialmente. Han desaparecido
—140→
de las paredes de los palacios granadinos y sólo queda su
testimonio sobre los manuscritos.
La poesía fuera de palacio
Los poetas de la Granada nazarí no sólo eran
funcionarios de la poesía. Éstos incluso hacían versos por
darse gusto y no sólo para cumplir su función y había
poetas que ejercían su arte sin los rígidos moldes de la casida
palatina. Así Ibn al-Ŷayyāb era aficionado a hacer adivinanzas en verso.
Sin embargo esta poesía arabigogranadina, escrita lejos de los umbrales
del poder, es hija de sus circunstancias y ha perdido el sentimiento hedonista
que había acompañado a la poesía andalusí a lo
largo de toda su historia. Cuando los granadinos hablan del placer siempre
tienen en cuenta su fugacidad y llega a ser casi obsesiva la alusión a
la aparición de las canas como símbolo de la caducidad de las
cosas.
La seriedad parece uno de los signos de la poesía
granadina con estos temas de lo efímero de la juventud y la vida o su
exaltación de la amistad o el amor conyugal. Por otro lado, son
frecuentes los poemas de tema religioso o los místicos.
Si la poesía arabigogranadina está carente de
alegría, rebosa virtuosismo técnico que culmina en las
aberraciones de las que hablábamos más arriba con los poemas de
tres colores de Ibn
‘Āim.
Ya uno de los primeros poetas del reino de Granada, Ibn
Muraal de Málaga
(1207-1299), utiliza el procedimiento de terminar cada verso en un dual que
desdobla:
¡Oh aquellos que se han ido lejos!, de cuando
estabais cerca,
atesoré dos alhajas: la palabra y la obra.
Os marchasteis y se han hecho proverbiales mi
pasión
y mis dos desvelos: la poesía y el
refrán.
Algunos quedaron en mi compañía, espero
que no hayan sido
Pocos poetas de este período se libran de algún
tipo de artificio técnico, especialmente de componer
tawriyyas, o poemas de doble sentido. En este
tipo de artificios es, sin duda, maestro Ibn Jāima, de Almería (m. 1369), excelente
poeta, que aún puede permitirse hacer esta clase de juegos sin
pérdida de calidad. Soledad Gibert, que lo ha estudiado con
profundidad142, señala sus curiosos versos correlativos:
Anda como una gacela que se aleja de nosotros,
su talle es tan frágil, que parece va a
romperse.
La deseé en una fiesta, en medio de un
jardín
que nos enviaba el perfume del ámbar desde su
arboleda.
Me llamó y dijo: ¿Es que eres
insensible?
¿Qué jardín puedes desear
después de verme?
Su espesura, las ramas, el perfume, el rocío,
sus hojas, las palomas, la duna, el laurel,
su verdor, el vino, los dulces, las canciones,
sus narcisos, el azahar, el mirto, la rosa,
son mis vestidos, mis brazos, mi aliento, mis
favores,
mis pendientes, mis joyas, mis caderas, mi talle,
mi cara, mi saliva, mis pechos, mi voz,
mis ojos, mi boca, mis cabellos, mi mejilla;
cuando aparezco, aparece mi hermosura y si me oculto
no hay pena que se esconda ni belleza que se
muestre.
[Traducción de Soledad Gibert].
Entre tanto artificio técnico la esporádica
sencillez de algún poeta se asemeja a una bocanada de aire fresco.
Así cuando Yūsuf III, el rey poeta (m. 1417), expresa su
amor a su amada cristiana, Leonor:
Clamé cuando la noche arrastraba su ropaje:
¡Leonor, el Mesías no perdona tu
alejamiento!
Cuando el ardor de Leonor resplandece,
la mañana envidia el rubor de sus mejillas;
la saliva de sus labios que yo degusté es tan
dulce
que se diría mezclada con el agua del río
del Paraíso;
—142→
cuando Leonor aparece, su resplandor despeja el
horizonte
de mis pensamientos y el amanecer de mis desvelos.
Es ella a quien me refería cuando dije:
«eres la luna de la Ruptura del Ayuno y un
día de Pascua».
Diría que su piel es de inquieta gacela, pero
¿cómo una gacela puede tener una piel
semejante?
Si dijera que es como el sol rosado del alba,
también mentiría,
porque ¿qué astro puede tener un rubor
como el suyo?143
O cuando Ibn Zamrak toma el estilo de Ibn Jafāŷa
para describir un amanecer en un jardín, mientras suena un
laúd:
La aurora en oriente luce sus albricias,
mientras los luceros galopan a carrera,
dirigiéndose hacia occidente, acuciados por el
alba,
mientras el amanecer hace entornar los ojos del
delator;
gime el laúd en manos del contertulio
mientras se aquietan los cantos de los pájaros
que le envidian;
hay notas mágicas en su salmodia
que arrebata el sentido y lo cautiva;
lo pulsa con suaves dedos que parecen perlas
pero que son flores de las colinas;
mata con sus miradas desde el arco de sus cejas
con que asaetea a los corazones adrede y los mata;
el jardín amanece y las ramas se inclinan,
doblando los espíritus de pasión por
ellas;
no danzan los árboles con las flores
hasta que no rompen a cantar las cantoras de las
aves.144
Los trenos
Dadas las características que acabamos de señalar
en la poesía arabigogranadina, no es de extrañar que los trenos
en recuerdo de los difuntos sean cultivados con profusión y
maestría por los poetas de la época: nunca mejor ocasión
para hablar de la fugacidad de la vida que
—143→
a la hora de hablar de
la muerte. Existen numerosos trenos oficiales que se doblan en epitafios
poéticos, algunos conservados también en la piedra de las
lápidas donde fueron grabadas. La razón de esta abundancia no es
sólo el celo de los poetas funcionarios, sino también la
frecuencia de fallecimientos de los príncipes nazaríes, que
acaban sus reinados por el procedimiento del asesinato y de los cuales pocos
murieron de muerte natural, suerte que compartían igualmente los altos
funcionarios de la corte, amén de haber sido atravesada Granada por el
rayo de la gran peste negra de 1348, más las continuas guerras y
escaramuzas con los cristianos.
En nuestra opinión, el mayor interés lo ofrecen los
trenos privados, aquellos en que los poetas lloran a un ser querido realmente
por ellos. Así Ibn al-Ŷayyāb, autor de numerosos trenos, pues estuvo al
servicio de cinco sultanes, escribe poemas impresionantes a la muerte de su
hijo, donde olvida la retórica para expresar el dolor:
La muerte ha acampado con mi tribu
ha plantado sus tiendas junto a mí;
me ha cortado mis medios de vida;
no le ha bastado que yo perdiera mi juventud,
ha tenido que saciarse con la muerte de mi hijo;
me clavó sus certeras flechas,
sin sentir compasión de quien es capaz de
amar;
Extendió hacia mí su diestra y su
siniestra
y de un golpe certero se llevó su
botín;
desarraigó mi raíz, cortó mis
ramas,
mató a mi padre, luego siguió con mi
descendencia;
quise librarme de mi alma, cuando no murió de
sentimiento
por aquella estrella frustada;
quise librarme de mi corazón, cuando no
murió de sentimiento
por este potrillo hecho ceniza;
quise librarme de mis párpados, cuando no
enfermaron
por las lágrimas derramadas.
¡Oh alegría de los ojos! ¿Acaso es
posible regresar
del agitado viaje, sin retorno, de la muerte?
El corazón está loco y se ha desbordado
el mar del dolor,
muda está la lengua y no puede articular
palabra.
¿Cómo olvidar, aunque me engañe
la resignación mentirosa?
En verdad, te deposité en la tumba,
—144→
apoyado en tu lado derecho,
rehén de la lápida y de la tierra;
luego di la vuelta, sin formular juramentos por ti,
alejándome de la señal de la muerte;
no cumplí lo ordenado cuando te
enterré,
no rasgué mi corazón, ni mis
vestiduras;
pero si hubiese hecho todo con propiedad,
no hubiese podido comer y beber, tras tu muerte.
¡Qué duro es para mí entrar en una
habitación, llamarte
No todos los trenos reflejan tan auténtico dolor.
Así, Ibn al-Jaīb en el treno que dedica precisamente a la
muerte de Ibn al-Ŷayyāb se muestra mucho más retórico,
aunque nos habla de las actividades del poeta funcionario, hasta su uso de
papel rojo:
Era un tesoro de las ciencias, cuyas monedas
no se gastaban jamás.
¿Quién hará amanecer en la tertulia
nocturna
con maravillas que eran savia para la humanidad?
¿Quién moverá con su pluma el
veneno para el enemigo
y las llaves para los favores?
Árbol frondoso cuyos frutos ha marchitado la
muerte,
mientras las víboras escupen su veneno.
¿Quién escribirá billetes de color
rojo
en los que se unía la belleza
del rubor de las mejillas con el del tinte de los
ojos?
Herían las entrañas del enemigo
como si fuesen afiladas espadas ensangrentadas;
emocionaban los corazones de los amigos, como si
fuesen
Aunque Ibn al-Jaīb era también capaz de expresar el
dolor, como hizo a la muerte de su esposa, fallecida durante el exilio de ambos
en Salé, adonde habían seguido al emir destronado Muammad V, en el
año 1360. Ibn al-Jaīb escribe el epitafio de su esposa, a la que
entierra
—145→
en el huerto de su casa de Fez, erigiendo una
fundación piadosa para que nunca faltasen oraciones sobre su tumba:
La pena sorprendió mi vida, perturbó mi
existencia,
y me alcanzó, cuando yo era feliz;
fuiste mi viático cuando el destino me
traicionó,
mi armadura cuando las calumnias me atacaron;
cavé tu sepultura en el suelo de mi casa para
consolarme,
para gozar de tu presencia cercana,
pues ¿cómo me puedo permitir perderte?
¡Que riegue tu tumba la lluvia peregrina,
que sea para siempre lugar de aguaceros!
Fuiste mi fortuna cuando no había fortuna,
fuiste mi esperanza cuando no tenía nada;
aunque la tierra de Salé cubra tu rostro,
jamás me consentiría consolarme de tu
partida;
espérame, pues la pasión me atormenta
y me hace sentir que pronto nos encontraremos;
prepárame un lugar a tu lado, pronto
emprenderé el viaje,
La guerra de Granada no fue sino el episodio final de una
contienda intermitente entre el último reducto de al-Andalus y Castilla
dispuesta a terminar con la Reconquista. Los problemas internos y externos de
los reinos cristianos peninsulares y la habilidad diplomática del
pequeño reino musulmán, vasallo intermitente de Castilla o de los
benimerines de Marruecos, hizo el milagro de que el reino de Granada perdurase
hasta 1492.
Pero el espíritu de guerra permanente aparece a lo largo
de la poesía arabigogranadina y sin el talante caballeresco que contiene
una gran parte de la literatura castellana sobre el moro de Granada. Los poemas
traslucen un odio feroz hacia el enemigo cristiano. Prueba de ello son
—146→
los versos de Ibn al-Ŷayyāb al celebrar la batalla de la Vega contra los
Infantes de Castilla don Pedro y don Juan (1319):
¡Que venga la ruina a los cristianos,
que siguen caminos sediciosos!
Adoran al Mesías, triplican sus ídolos
y se afanan en la mentira y la calumnia;
se coaligaron, esperando la ayuda de sus errores,
y cayeron en la caída de la decepción;
trajeron las inmunidades que habían reunido
desde todos los confines de su país.
Fueron rápidamente hacia la muerte;
su demonio les engañó con su
seducción
en el campo de el descalabro y la aflicción;
para llevarles a la perdición, les condujo
hacia un ejército de leones y a la capital del
sultán
y cuando sentaron sus reales en lo más bajo de la
Vega,
El odio estaba motivado por el temor. Cuando el cadáver
del Infante Don Pedro es conducido a Granada, Ibn al-Ŷayyāb le dedica un nuevo poema lleno de odio en el
que se trasluce el temor granadino:
El fingido optimismo va dejando paso a la desesperanza. El
sultán poeta Yūsuf III (m. 1417) nos muestra esta imagen
lamentable de las fronteras del reino de Granada, las tierras de los
zegríes o fronterizos:
—147→
¡Ay de mí! ¿Qué fue de
aquellas fronteras,
hoy abandonadas y sin protectores?
la más despreciable chusma comete sus
fechorías
hasta que nuestros hogares se abren a los enemigos.
No me consideraré de la estirpe nasrí,
hasta haber extirpado
Cuando estalla la definitiva guerra de Granada, a los poetas no
les queda sino el llanto. Así, el poeta al-Qaysī de Baza lamenta la
batalla de los Alporchones (7 de marzo de 1452):
Las lágrimas se vierten por la desgracia de
al-Andalus
cuando ha sucedido aquello que deshace el pecho;
ha ocurrido con los enemigos un suceso que
espanta,
Pero no hay ¡«ays» de mi Alhama! ante la
caída de Granada. Al-‘Ugaylī, el último poeta de al-Andalus, el
panegirista de Boabdil, se limita a escribir estos versos como una
pequeña oración, porque a los granadinos no les queda sino
rezar:
—148→
Todos los días nos espantan el atabal y el
añafil,
pues no hay después de éste y aquél
sino guerra.
¡Oh señor, de tu arreglo espera quien se ha
roto el brazo!
No me quites la entereza de la que se ha enlorigado mi
corazón.152