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ArribaAbajo VI. La poesía árabe clásica: la decadencia. El reino de Granada (1232-1492)


ArribaAbajo Los poetas-funcionarios

La pobreza intelectual del reino de Granada se refleja especialmente en su poesía, que se asemeja a la cerámica estampillada de sus contemporáneos, los artesanos mudéjares; encontrado un modelo, se repite en un molde hasta el infinito. Sus únicos hallazgos son debidos bien al fenómeno de la condensación, y a veces el perfume del pasado es de tal calidad que perdura a través de las altas temperaturas de la servil imitación, o bien al auxilio de otras artes, como sucede en la poesía epigráfica.

El conservadurismo institucional granadino hace resucitar viejas formas socioculturales con una rigidez que seguramente no poseía el modelo. Así el poeta cortesano, encargado de cantar las glorias del poder, se transforma en un funcionario en toda la regla. Hay un especie de ministerio cuyo responsable ha de redactar las cartas oficiales del sultán granadino -escritas en papel rojo, el color heráldico de los emires de la roja Alhambra- y componer las casidas en honor de los soberanos.

Ya indicamos en otro lugar que el talante de estos poetas-funcionarios, siempre a la búsqueda de una fórmula feliz que pudiera aplicarse en diversas ocasiones como una fórmula administrativa, era el de un gremio de artesanos, que trabajaba el sutil material de la lengua árabe bajo la dirección de un maestro, que corregía y pulía el trabajo de los aprendices y leía sus propias obras, destinadas a ser recitadas en los momentos solemnes. De ahí que el estilo de todos los poetas al servicio de palacio, de la Alhambra, se asemeje y haya habido confusión   —130→   respecto a la autoría de los poemas epigráficos, obra de estos poetas, ligados por la función común y la relación de maestros y aprendices.

Cronológicamente, el primer poeta-funcionario es Ibn al-Grafíaakīm de Ronda (1261-1309), del que no se conservan demasiados ejemplos de poesía porque fue, además de arráez del gabinete de escritura de la Alhambra, primer ministro, y llegó a detentar el poder real, con lo que fue a él a quien dedicaron los poemas oficiales. No obstante tal vez sean suyos los poemas de El Partal.128

Es en cambio muy extensa la obra de su discípulo Ibn al-Ŷayyāb de Granada (1261-1348), que fue durante más de cincuenta años arráez del gabinete de escritura de los sultanes nasríes y del que afortunadamente se ha conservado su cancionero o dīwān.129 Entre sus numerosas casidas oficiales destacan aquellas en que describe los palacios granadinos, como la siguiente, en la que canta a un palacio, el de Naŷd, construido por el sultán MuGrafíaammad III:


¡Oh alcázar Naŷd, tú eres la más noble de las mansiones
pues has reunido lo bueno con lo óptimo!
Enorgullécete sobre todos los palacios, si quieres,
y sobre todas las comarcas y regiones.
Tienes tal belleza que no tienes parangón
con los palacios de Bagdad y Gumdān;
se han reunido en ti maravillas
que sobrepasan cualquier idea o pensamiento;
es tu cúpula como una novia que se pavonea
con su belleza seductora en el cortejo nupcial;
el sol borda detrás de sus cristales
vestidos rebosantes de todos los colores;
brilla su belleza y es, a veces, campo de batalla,
y otras, guarida de leones;
su alberca como el mar tiene flujo y reflujo
mientras juguetea el viento con las ramas;
es como un ejército al que se ha ordenado retroceder
y luego vuelve de flanco a sus posiciones;
—131→
hacia ella se deslizan arroyos y riachuelos
como espadas desenfundadas de sus vainas;
los leones abren a su alrededor sus bocas
y arrojan coral líquido;
la tierra extiende su verde túnica bordada
que ha tejido la mano de la lluvia;
cuando la lluvia ha servido la bebida,
los árboles agitan sus cuellos de borracho;
los pájaros cantan en árabe
maravillosas canciones y sones.130


En otra ocasión describe una carrera de caballos cada uno de los cuales tiene un color:


Los corceles corren rápidos,
a rienda suelta, en tu honor;
aparecen tan rápidos y mudos
como la mirada de los ojos;
uno, alazán, en cuya frente brilla un lucero
es como la punta coloreada de una flecha;
otro es rojo y corre hacia tu Alhambra,
la roja y alta;
Otro es negro, de poderosas crines que parecen
los ropajes de las de la noche;
es como una estrella fugaz en su caída
o un halcón que vuela
con las plumas de una flecha;
y otro, amarillo, que parece se ha sumergido
en un mar de oro fundido;
cuantos luceros de sus frentes corren hacia ti
con ligereza, esperando una recompensa131.


Ibn Zamrak (1333-1393), que fue discípulo de Ibn al-JaGrafíaīb (1313-1375), discípulo, a su vez, de Ibn al-Ŷayyāb en el oficio de poeta oficial de los naGrafíaríes, vuelve a usar el tema de la carrera de caballos de diferentes colores con el molde aprendido, pero tal vez con una vena   —132→   poética más elevada porque es, en nuestra opinión, el mejor de los tres grandes poetas funcionarios del siglo XIV:


Un jinete va montado sobre un rayo, embridado con un lucero,
con la luna ensillado y herrado con una media luna;
otro caballo, ceniciento como el amanecer, es montado por el alba
y extermina a las cometas extraviadas;
otro, oscuro como la noche y con una estrella por arracada,
se sumerge en la mañana y es seguido por sus huellas;
otro, rubí como oro incandescente,
adornado de esplendor perenne e inextinguible;
otro, como un fuego abrasador por su galope
semejante al que se enciende el día del encuentro amoroso;
otro, como el vino, llena su vaso a los comensales,
iluminado con burbujas chispeantes.132


Ibn al-JaGrafíaīb, discípulo de Ibn al-Ŷayyāb, maestro de Ibn Zamrak, es el más pedantesco de los tres, tal vez por su capacidad para acumular todo tipo de conocimientos que se reflejan en su prolífica obra, pues fue un auténtico polígrafo que trató, siempre en su estilo dificilísimo, los más variados temas.

De sus panegíricos destacamos su casida en lām, que dicen se escribió en las paredes de la Alhambra, compuesta para celebrar la vuelta al trono de MuGrafíaammad V.133 En ella describe, entre otras cosas, un combate naval, con un lenguaje que nos trae a la memoria a al-Mutanabbī y al cantor de los fatimíes, el andalusí Ibn Hānī:



Acudían los barcos a tu encuentro hendiendo
fieramente las aguas, avanzaban veloces,
hacia la meta de sus anhelos y esperanzas.

Mostraban amenazadores sus costados
si bien porque acudían en tu ayuda despejado
y sonriente llevaban su semblante.
—133→

Son naves que con sus banderas tremolando en el aire
vienen luciendo, orgullosas y altaneras,
sus galas de exquisita juventud.

Parece que fueran aves que al extender sus alas,
las velas, dieran sombra a sus polluelos.

Son criaturas abultadas que en su concavidad
llevan una preciosa carga. ¿Quién conoce a la hembra
y lo que en sus entrañas lleva?

Surgieron en el horizonte nítidas y claras
-y eso que era oscura noche- gracias a esa aurora
que es tu frente, aurora que despeja las tinieblas.
Y llegaron a este país con el matutino lucero
en busca de la victoria y del triunfo que, impaciente,
ya salía a su encuentro.

Los enemigos que aún quedaban cayeron aniquilados
por el abrasador viento y ya vencidos
rodaron por tierra.

Con la neta y pura mentira se mostraban orgullosos,
altaneros, mas, ahora, ante la verdad clara
y patente han tenido que mostrarse humillados.


[Trad. de J. M. Continente].                


Ibn al-Ŷayyāb ya había tratado igualmente el tema. Así se imagina una bellísima batalla naval en la que vencían los musulmanes en el estrecho de Gibraltar:


Los cristianos encendieron el fuego de la guerra
y la tierra ardió con esa hoguera;
el mar sofocó sus esperanzas,
aunque eran numerosos como piedrecillas;
en la confluencia de los mares, los ejércitos
se enfrentaron por la causa de la Guerra Santa;
los perros de los cristianos quisieron bloquearlo,
pero, ¡quita allá!, su bloqueo era una estratagema;
el politeísmo había tendido sus lazos, cortando el camino,
y la religión verdadera llamó a sus valientes leones;
los ejércitos del Islam estaban irritados
—134→
e impacientes por terminar aquel lazo;
tú acudiste a Málaga con rapidez
para destruirlos ¡oh guerrero de la Fe!,
preparaste los negros cuervos de las naves
que marcharon como una bandada hacia el abrevadero;
iban como flechas de la guerra,
defensoras de la religión de Mahoma,
todas iban hacia el enemigo
con la velocidad de las miradas fugitivas;
las arrastraban las manos del viento y se doblaban,
jugueteando, como si fuesen ramas verdes;
están calafateadas con una pez que es abbasí,
aunque parecen por su revestimiento de hielo;
por la luz de la Guerra Santa son blancas
y borraban las negras tinieblas;
llevaban todas arrojados combatientes
que son como piedras de chispa, productores de fuego;
corrían hacia el combate, pensando en su veneno,
más fácil y dulce para gustar que la miel.134


E. García Gómez ha estudiado con gran detalle una casida de Ibn, al-JaGrafíaīb del género mawlidiyyāt, pascua musulmana que celebraba el nacimiento del Profeta y que era una fiesta religiosa que había aparecido en el Islam muy tardíamente y no había llegado a al-Andalus hasta finales del siglo XIII o principios del XIV. Con este motivo el sultán MuGrafíaammad V celebra una gran fiesta en su Alhambra -en los palacios que él había hecho construir- y uno de los atractivos de la celebración es un horologio, o complejo reloj mecánico, para el que Ibn al-JaGrafíaīb compone un poema para cada una de las horas que marcaba el artefacto, nueva prueba de la habilidad técnica de este poeta y de lo que se había convertido la poesía en el reino de Granada.135

Se ha conservado también completo el dīwān de un tercer poeta-funcionario del reino de Granada, Ibn, Furkūn, panegirista del sultán poeta Yūsuf III (m. 1417), que parece tener unas características semejantes, tal vez en un grado mayor, de baja calidad poética al adentrarse   —135→   en el siglo de la decadencia total de la cultura granadina. Conocemos también algunas casidas de otro poeta funcionario: Ibn ‘ĀGrafíaim, que utiliza formas poéticas aberrantes como el poema que dedica a Yūsuf V (1445-1446), que había de escribirse con tintas de tres colores -negro, rojo y verde- y con esta diferenciación se podían leer dos casidas y dos moaxajas.

El último poeta-funcionario es también el auténtico último poeta de al-Andalus, pues fue panegirista de Boabdil, el rey chico, y vio la caída de la ciudad de Granada: MuGrafíaammad ibn ‘Abd Allāh al-‘Uqaylī, conocido por al-‘Arabī y natural de Guadix. Para el último panegírico andalusí, la casida se tiñe de tintes neoclásicos, con un breve nasīb en que aparece la Su‘ād de los poemas del camello, como el espectro amoroso:


¿Es acaso el rostro de Su‘‘ād, despojado de su velo
o la luna del horizonte, surgiendo entre las nubes
o yo estoy perdiendo la razón
o es un sueño que ha aparecido mientras duermo?
¡Oh qué bella visión para el que la ve,
su corazón enloquecería al perderla!


Pero resulta que el rostro es el del soberano, Abū ‘Abd Allāh MuGrafíaammad «Boabdil», hijo de Abū-l-Grafíaasan «Mulhacen»:


Es como si fuese un rayo de luz
el rostro de nuestro señor el Imām excelso.
Hijo elegido de Abū-l-Grafíaasan
y corona brillante entre los reyes...136


La monarquía musulmana de al-Andalus moría acompañada de los solemnes versos de la poesía que había acompañado a su nacimiento en tiempos de ‘Abd al-RaGrafíamān I, pero convertida en caricatura de sí misma.



  —136→  

ArribaAbajo La poesía epigráfica

La poesía árabe, al final de su largo camino medieval, desde el desierto arábigo al jardín de la Alhambra, enfermó de lánguida monotonía, agotado su ritmo solemne de caravana y mortecinas las estrellas fugaces de sus metáforas. Para retener en su senilidad la belleza que ahora le era esquiva acudió a un insólito elemento estético: la escritura.

Era el uso de lo gráfico como un significante más de la expresión poética, a modo de los caligramas de Apollinaire, aunque con un sentido menos lúdico, porque el alfabeto árabe había sido, desde siempre, algo más que una escritura; sus rasgos se habían estilizado y embellecido por una razón más profunda que el puro gusto estético de los escribas: la escritura árabe, con el Islam, estaba condenada a representar, por medio de signos abstractos, las imágenes vedadas por los versículos coránicos. Las artes menores fueron las primeras que se beneficiaron de la conjunción de la poesía y la escritura: muebles, tinteros, espadas, ropajes, tapices, se cubrieron de versos hechos ex profeso por los poetas y unieron la belleza de la poesía a los rasgos estilizados de la caligrafía. Nunca fue más la escritura literatura y la literatura escritura.

Pronto la poesía caligrafiada y ornamental trepó a los muros de los palacios y cumplió una nueva función: cantar la gloria de sus constructores los poderosos. En el palacio toledano de al-Ma’mūn en el siglo XI ya había, en el más exquisito de sus pabellones, un poema epigráfico, y debió de haber muchos más entre arcos de herradura y alicatados hasta llegar a la Alhambra. Era una conjunción estética feliz, pues como dice uno de los poemas de la Alhambra: «Todas las artes me han dado su hermosura», es decir, poesía, caligrafía, arquitectura.

De estos posibles poemas de los palacios de al-Andalus, sólo se han conservado los de la Alhambra y el Generalife. Su caligrafía estilizada de tipo andalusí, labrada en yeso, sobrevivió enigmáticamente a la incuria del tiempo y de los hombres. En el siglo XIX se estudiaron y se descubrió uno de sus autores, Ibn Zamrak, al que dedicó un extraordinario estudio Emilio García Gómez137. Mucho después tuve la fortuna de descubrir que Ibn al-Ŷayyāb e Ibn al-JaGrafíaīb eran también autores   —137→   de poemas de la Alhambra.138 Muy recientemente Emilio García Gómez ha publicado y vuelto a traducir todos los poemas epigráficos de los palacios granadinos,139 de forma que es posible pararse a contemplarlos con todo detenimiento. Aquí daremos un paseo corto, visita apresurada de viaje turístico.

Los poemas de Ibn al-Ŷayyāb se encuentran en los edificios más antiguos, ya que es cronológicamente el primer poeta conocido de la Alhambra. Sus versos adornan esa pequeña joya que es la Torre de la Cautiva, fortaleza por fuera, palacio por dentro, como describe el propio poeta en las inscripciones que adornan sus cuatro esquinas interiores y que elogian a quien las construyó, el sultán Abū-l-Grafíaaŷŷaŷ Yūsuf I. Uno de ellos dice:


Adorno es esta obra de la Alhambra,
morada del hombre de guerra y el de paz;
pues es torre que guarda un palacio
y te preguntarás si es fortaleza o morada de placer.
Su techo, pavimento y sus cuatro paredes
se reparten con igualdad la belleza.
Maravillas hay en su estuco y azulejos
y aún es mejor su artesonado.
Tras reunir tanta belleza, subió hacia arriba
y alcanzó el lugar más alto;
las formas de su decoración parecen figuras poéticas,
paranomasias, aliteraciones y estrofas.
En el rostro de Yūsuf también se reúnen
todas las perfecciones
Es de la estirpe de Jazraŷ gloriosa
de obras en religión como aurora.


Ibn al-Ŷayyāb también compuso los poemas del Generalife, construido por Ismā‘īl I para conmemorar la victoria de la Vega (1319) sobre los Infantes de Castilla, don Juan y don Pedro. En las tacas u hornacinas del Generalife donde se ponían unas jarras de agua, Ibn al-Ŷayyāb dice:

  —138→  

Nicho en la puerta del salón dichoso,
frente a la Majestad y a su servicio
¡Cuán grande es su hermosura, en pie, situado
de este rey sin rival a la derecha!
Moza su jarro de agua nos parece
que en su boda se muestra en la tarima.
¡Gózate en Ismā‘īl -por cuanto quiso
Dios honrarte con él- y ten ventura!
¡Que perdure el Islam, con gloria
de tanta elevación perpetuamente!


[Traducción de E. García Gómez].                


Aunque los poemas de Ibn al-JaGrafíaīb debieron de abundar en la Alhambra de Yūsuf I y MuGrafíaammad V, su caída en desgracia los borró y fueron sustituidos por los de Ibn Zamrak, eso sin tener en cuenta el continuo tejer y destejer de los edificios de la Alhambra por parte de sus soberanos. Quedan sus versos en las hornacinas que dan paso al salón de Comares:



A todas las bellas supero en hermosura,
con mis adornos y mi corona
y hasta los astros en sus casas zodiacales ante mí se inclinan.
El jarrón de agua que yo contengo parece un devoto
cuando en la quibla de la mezquita reza fervoroso;
mi piedad la sed sacia en todo tiempo
y doy mi socorro al que lo necesita,
es como si yo siguiese las huellas de la mano generosa
de nuestro señor el sultán Abū-l-Grafíaaŷŷāŷ,
¡brille él como luna llena en mi cielo siempre,
mientras dure la luna en las tinieblas!

Los dedos de mi artífice bordaron mi brocado,
tras engarzar aljófares en mi corona;
parezco estrado de novia, y aún le supero
pues garantizo felicidad a las parejas;
para quien a mí acude, quejoso de sed,
mi fuente le da agua dulce, pura, sin mezcla.
Soy como el arco iris cuando aparece,
con el sol me muestro, señor Abū-l-Grafíaaŷŷāŷ.
¡Que continúe guardando la paz,
mientras la Casa de Dios reciba peregrinos!


  —139→  

El resto de los grandes poemas inscritos en los muros de la Alhambra son de Ibn Zamrak, pues pertenecen a construcciones o reconstrucciones de MuGrafíaamad V, soberano al que sirvió como funcionario-poeta; Lindaraja, las Dos Hermanas, el Patio de los Leones. De todos ellos incluimos aquí nuestra versión del poema que adornaba la Fuente de los Leones, los últimos leones-surtidores de la tradición artística y literaria árabe:


¡Bendito quien dio al sultán MuGrafíaammad
estas moradas que por su belleza son gala de las mansiones!
Ejemplo es este jardín en que hay tantas maravillas
que el mismo Dios prohibió otro semejante;
y estas figuradas perlas de transparente claridad
que adornan los bordes con orla de aljófar;
la líquida plata que se desliza entre joyas,
también pura y blanca belleza;
la vista se confunde ante lo quieto y lo fluyente
y no se sabe si es el mármol o el agua lo que fluye.
¿Acaso no ves que el agua corre por los bordes
y luego se oculta por los sumideros?
Se asemeja al amante con los párpados rebosantes de lágrimas
que oculta por temor que le delaten.
¿No es agua de las nubes, en verdad,
que acequias traen sobre leones?
Es igual a los favores de la mano del Califa
que dispensa a los leones de la guerra.
Tú que estás mirando, verás que los leones están al acecho
y si no saltan es por respeto tuyo,
¡oh heredero de los que ayudaron al Profeta,
legado de grandeza que aligera las cargas,
sobre ti la paz y sean numerosos los días fastos
y sean amargos para tus enemigos!


En el siglo XV continuaron las obras de la Alhambra y con ellas los poemas epigráficos, escritos por el rey-poeta Yūsuf III y su panegirista Ibn Furkūn,140 poemas sobre hornacinas especialmente. Han desaparecido   —140→   de las paredes de los palacios granadinos y sólo queda su testimonio sobre los manuscritos.




ArribaAbajo La poesía fuera de palacio

Los poetas de la Granada nazarí no sólo eran funcionarios de la poesía. Éstos incluso hacían versos por darse gusto y no sólo para cumplir su función y había poetas que ejercían su arte sin los rígidos moldes de la casida palatina. Así Ibn al-Ŷayyāb era aficionado a hacer adivinanzas en verso. Sin embargo esta poesía arabigogranadina, escrita lejos de los umbrales del poder, es hija de sus circunstancias y ha perdido el sentimiento hedonista que había acompañado a la poesía andalusí a lo largo de toda su historia. Cuando los granadinos hablan del placer siempre tienen en cuenta su fugacidad y llega a ser casi obsesiva la alusión a la aparición de las canas como símbolo de la caducidad de las cosas.

La seriedad parece uno de los signos de la poesía granadina con estos temas de lo efímero de la juventud y la vida o su exaltación de la amistad o el amor conyugal. Por otro lado, son frecuentes los poemas de tema religioso o los místicos.

Si la poesía arabigogranadina está carente de alegría, rebosa virtuosismo técnico que culmina en las aberraciones de las que hablábamos más arriba con los poemas de tres colores de Ibn ‘ĀGrafíaim.

Ya uno de los primeros poetas del reino de Granada, Ibn MuraGrafíaGrafíaal de Málaga (1207-1299), utiliza el procedimiento de terminar cada verso en un dual que desdobla:


¡Oh aquellos que se han ido lejos!, de cuando estabais cerca,
atesoré dos alhajas: la palabra y la obra.
Os marchasteis y se han hecho proverbiales mi pasión
y mis dos desvelos: la poesía y el refrán.
Algunos quedaron en mi compañía, espero que no hayan sido
las dos desgracias el amor y la censura.141


  —141→  

Pocos poetas de este período se libran de algún tipo de artificio técnico, especialmente de componer tawriyyas, o poemas de doble sentido. En este tipo de artificios es, sin duda, maestro Ibn JāGrafíaima, de Almería (m. 1369), excelente poeta, que aún puede permitirse hacer esta clase de juegos sin pérdida de calidad. Soledad Gibert, que lo ha estudiado con profundidad142, señala sus curiosos versos correlativos:


Anda como una gacela que se aleja de nosotros,
su talle es tan frágil, que parece va a romperse.
La deseé en una fiesta, en medio de un jardín
que nos enviaba el perfume del ámbar desde su arboleda.
Me llamó y dijo: ¿Es que eres insensible?
¿Qué jardín puedes desear después de verme?
Su espesura, las ramas, el perfume, el rocío,
sus hojas, las palomas, la duna, el laurel,
su verdor, el vino, los dulces, las canciones,
sus narcisos, el azahar, el mirto, la rosa,
son mis vestidos, mis brazos, mi aliento, mis favores,
mis pendientes, mis joyas, mis caderas, mi talle,
mi cara, mi saliva, mis pechos, mi voz,
mis ojos, mi boca, mis cabellos, mi mejilla;
cuando aparezco, aparece mi hermosura y si me oculto
no hay pena que se esconda ni belleza que se muestre.


[Traducción de Soledad Gibert].                


Entre tanto artificio técnico la esporádica sencillez de algún poeta se asemeja a una bocanada de aire fresco. Así cuando Yūsuf III, el rey poeta (m. 1417), expresa su amor a su amada cristiana, Leonor:


Clamé cuando la noche arrastraba su ropaje:
¡Leonor, el Mesías no perdona tu alejamiento!
Cuando el ardor de Leonor resplandece,
la mañana envidia el rubor de sus mejillas;
la saliva de sus labios que yo degusté es tan dulce
que se diría mezclada con el agua del río del Paraíso;
—142→
cuando Leonor aparece, su resplandor despeja el horizonte
de mis pensamientos y el amanecer de mis desvelos.
Es ella a quien me refería cuando dije:
«eres la luna de la Ruptura del Ayuno y un día de Pascua».
Diría que su piel es de inquieta gacela, pero
¿cómo una gacela puede tener una piel semejante?
Si dijera que es como el sol rosado del alba, también mentiría,
porque ¿qué astro puede tener un rubor como el suyo?143


O cuando Ibn Zamrak toma el estilo de Ibn Jafāŷa para describir un amanecer en un jardín, mientras suena un laúd:


La aurora en oriente luce sus albricias,
mientras los luceros galopan a carrera,
dirigiéndose hacia occidente, acuciados por el alba,
mientras el amanecer hace entornar los ojos del delator;
gime el laúd en manos del contertulio
mientras se aquietan los cantos de los pájaros que le envidian;
hay notas mágicas en su salmodia
que arrebata el sentido y lo cautiva;
lo pulsa con suaves dedos que parecen perlas
pero que son flores de las colinas;
mata con sus miradas desde el arco de sus cejas
con que asaetea a los corazones adrede y los mata;
el jardín amanece y las ramas se inclinan,
doblando los espíritus de pasión por ellas;
no danzan los árboles con las flores
hasta que no rompen a cantar las cantoras de las aves.144





ArribaAbajo Los trenos

Dadas las características que acabamos de señalar en la poesía arabigogranadina, no es de extrañar que los trenos en recuerdo de los difuntos sean cultivados con profusión y maestría por los poetas de la época: nunca mejor ocasión para hablar de la fugacidad de la vida que   —143→   a la hora de hablar de la muerte. Existen numerosos trenos oficiales que se doblan en epitafios poéticos, algunos conservados también en la piedra de las lápidas donde fueron grabadas. La razón de esta abundancia no es sólo el celo de los poetas funcionarios, sino también la frecuencia de fallecimientos de los príncipes nazaríes, que acaban sus reinados por el procedimiento del asesinato y de los cuales pocos murieron de muerte natural, suerte que compartían igualmente los altos funcionarios de la corte, amén de haber sido atravesada Granada por el rayo de la gran peste negra de 1348, más las continuas guerras y escaramuzas con los cristianos.

En nuestra opinión, el mayor interés lo ofrecen los trenos privados, aquellos en que los poetas lloran a un ser querido realmente por ellos. Así Ibn al-Ŷayyāb, autor de numerosos trenos, pues estuvo al servicio de cinco sultanes, escribe poemas impresionantes a la muerte de su hijo, donde olvida la retórica para expresar el dolor:


La muerte ha acampado con mi tribu
ha plantado sus tiendas junto a mí;
me ha cortado mis medios de vida;
no le ha bastado que yo perdiera mi juventud,
ha tenido que saciarse con la muerte de mi hijo;
me clavó sus certeras flechas,
sin sentir compasión de quien es capaz de amar;
Extendió hacia mí su diestra y su siniestra
y de un golpe certero se llevó su botín;
desarraigó mi raíz, cortó mis ramas,
mató a mi padre, luego siguió con mi descendencia;
quise librarme de mi alma, cuando no murió de sentimiento
por aquella estrella frustada;
quise librarme de mi corazón, cuando no murió de sentimiento
por este potrillo hecho ceniza;
quise librarme de mis párpados, cuando no enfermaron
por las lágrimas derramadas.
¡Oh alegría de los ojos! ¿Acaso es posible regresar
del agitado viaje, sin retorno, de la muerte?
El corazón está loco y se ha desbordado el mar del dolor,
muda está la lengua y no puede articular palabra.
¿Cómo olvidar, aunque me engañe
la resignación mentirosa?
En verdad, te deposité en la tumba,
—144→
apoyado en tu lado derecho,
rehén de la lápida y de la tierra;
luego di la vuelta, sin formular juramentos por ti,
alejándome de la señal de la muerte;
no cumplí lo ordenado cuando te enterré,
no rasgué mi corazón, ni mis vestiduras;
pero si hubiese hecho todo con propiedad,
no hubiese podido comer y beber, tras tu muerte.
¡Qué duro es para mí entrar en una habitación, llamarte
y que no contestes a mi llamada...!145



No todos los trenos reflejan tan auténtico dolor. Así, Ibn al-JaGrafíaīb en el treno que dedica precisamente a la muerte de Ibn al-Ŷayyāb se muestra mucho más retórico, aunque nos habla de las actividades del poeta funcionario, hasta su uso de papel rojo:


Era un tesoro de las ciencias, cuyas monedas
no se gastaban jamás.
¿Quién hará amanecer en la tertulia nocturna
con maravillas que eran savia para la humanidad?
¿Quién moverá con su pluma el veneno para el enemigo
y las llaves para los favores?
Árbol frondoso cuyos frutos ha marchitado la muerte,
mientras las víboras escupen su veneno.
¿Quién escribirá billetes de color rojo
en los que se unía la belleza
del rubor de las mejillas con el del tinte de los ojos?
Herían las entrañas del enemigo
como si fuesen afiladas espadas ensangrentadas;
emocionaban los corazones de los amigos, como si fuesen
el alegre vino servido por el escanciador.146



Aunque Ibn al-JaGrafíaīb era también capaz de expresar el dolor, como hizo a la muerte de su esposa, fallecida durante el exilio de ambos en Salé, adonde habían seguido al emir destronado MuGrafíaammad V, en el año 1360. Ibn al-JaGrafíaīb escribe el epitafio de su esposa, a la que entierra   —145→   en el huerto de su casa de Fez, erigiendo una fundación piadosa para que nunca faltasen oraciones sobre su tumba:


La pena sorprendió mi vida, perturbó mi existencia,
y me alcanzó, cuando yo era feliz;
fuiste mi viático cuando el destino me traicionó,
mi armadura cuando las calumnias me atacaron;
cavé tu sepultura en el suelo de mi casa para consolarme,
para gozar de tu presencia cercana,
pues ¿cómo me puedo permitir perderte?
¡Que riegue tu tumba la lluvia peregrina,
que sea para siempre lugar de aguaceros!
Fuiste mi fortuna cuando no había fortuna,
fuiste mi esperanza cuando no tenía nada;
aunque la tierra de Salé cubra tu rostro,
jamás me consentiría consolarme de tu partida;
espérame, pues la pasión me atormenta
y me hace sentir que pronto nos encontraremos;
prepárame un lugar a tu lado, pronto emprenderé el viaje,
llamándote, pues se me aparece un augurio
del final de mi vida.147






ArribaAbajo La guerra de Granada

La guerra de Granada no fue sino el episodio final de una contienda intermitente entre el último reducto de al-Andalus y Castilla dispuesta a terminar con la Reconquista. Los problemas internos y externos de los reinos cristianos peninsulares y la habilidad diplomática del pequeño reino musulmán, vasallo intermitente de Castilla o de los benimerines de Marruecos, hizo el milagro de que el reino de Granada perdurase hasta 1492.

Pero el espíritu de guerra permanente aparece a lo largo de la poesía arabigogranadina y sin el talante caballeresco que contiene una gran parte de la literatura castellana sobre el moro de Granada. Los poemas traslucen un odio feroz hacia el enemigo cristiano. Prueba de ello son   —146→   los versos de Ibn al-Ŷayyāb al celebrar la batalla de la Vega contra los Infantes de Castilla don Pedro y don Juan (1319):


¡Que venga la ruina a los cristianos,
que siguen caminos sediciosos!
Adoran al Mesías, triplican sus ídolos
y se afanan en la mentira y la calumnia;
se coaligaron, esperando la ayuda de sus errores,
y cayeron en la caída de la decepción;
trajeron las inmunidades que habían reunido
desde todos los confines de su país.
Fueron rápidamente hacia la muerte;
su demonio les engañó con su seducción
en el campo de el descalabro y la aflicción;
para llevarles a la perdición, les condujo
hacia un ejército de leones y a la capital del sultán
y cuando sentaron sus reales en lo más bajo de la Vega,
cayó sobre ellos la noche, como un lobo...148



El odio estaba motivado por el temor. Cuando el cadáver del Infante Don Pedro es conducido a Granada, Ibn al-Ŷayyāb le dedica un nuevo poema lleno de odio en el que se trasluce el temor granadino:


Al enemigo, tiñoso y tirado en tierra,
le ha llegado su fin, derrotado;
no temas de él un valor que da la espalda,
ni tengas ya más miedo y temor;
no te atemoricen sus numerosos soldados,
pues su corrupción los hace escasos;
no te entregues a la secta del Crucificado
que sólo contiene engaño.149



El fingido optimismo va dejando paso a la desesperanza. El sultán poeta Yūsuf III (m. 1417) nos muestra esta imagen lamentable de las fronteras del reino de Granada, las tierras de los zegríes o fronterizos:

  —147→  

¡Ay de mí! ¿Qué fue de aquellas fronteras,
hoy abandonadas y sin protectores?
la más despreciable chusma comete sus fechorías
hasta que nuestros hogares se abren a los enemigos.
No me consideraré de la estirpe nasrí, hasta haber extirpado
esta inmundicia de entre nosotros.150



Cuando estalla la definitiva guerra de Granada, a los poetas no les queda sino el llanto. Así, el poeta al-Qaysī de Baza lamenta la batalla de los Alporchones (7 de marzo de 1452):



Las lágrimas se vierten por la desgracia de al-Andalus
cuando ha sucedido aquello que deshace el pecho;
ha ocurrido con los enemigos un suceso que espanta,
hace lamentarse a todo quien puede ver o escuchar
y que su corazón esté a punto de rasgarse.

El destino ha sido injusto en todos los puntos,
pues ha entregado sagradas gentes al enemigo;
¿crees que Dios les ha atribuido errores
y ha decidido acabar en tropel con ellos,
permitiendo que se produzca la victoria?

Sus enemigos han cambiado las tornas
y hay hechos que hacen gustar el horror;
se colmó su humillación en todas las regiones,
cuando de Lorca salieron sus héroes
y fue la terrible batalla.

Salieron todos a combatir, como deseaban,
y fueron mártires los que allí estuvieron.
¡Cómo hirió el enemigo, cómo hirió!
Quizá no haya prisioneros que rescatar.
¡Cuánta locura, cuánto dolor causaron!151



Pero no hay ¡«ays» de mi Alhama! ante la caída de Granada. Al-‘Ugaylī, el último poeta de al-Andalus, el panegirista de Boabdil, se limita a escribir estos versos como una pequeña oración, porque a los granadinos no les queda sino rezar:

  —148→  

Todos los días nos espantan el atabal y el añafil,
pues no hay después de éste y aquél sino guerra.
¡Oh señor, de tu arreglo espera quien se ha roto el brazo!
No me quites la entereza de la que se ha enlorigado mi corazón.152