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Literatura y metaliteratura

José Antonio Hernández Guerrero





Estatuas con palomas, obra de ficción de Luis Goytisolo publicada en año 1992, recorre unos caminos formales y temáticos -los de la «narrativa memorial»- que han sido muy transitados en España desde los años setenta.

En este trabajo pretendo aportar algunos datos que contribuyan al estudio de la «metaficción» en la narrativa española. Creo que este estudio se debe apoyar en un análisis de un número suficiente de obras significativas. En esta ocasión, limito el análisis a la obra Estatuas con palomas de Luis Goytisolo (1992)1.

En esta novela, Luis Goytisolo, movido por un afán de bucear en las raíces de su actual situación vital y literaria, rememora recuerdos entrañables de la niñez y vivencias intensas de la juventud. La obra se inscribe, por lo tanto, dentro de la línea novelística autobiográfica y es una reflexión autocrítica sobre sus experiencias vitales y sobre el proceso personal de su escritura.

Impulsado por una intención abiertamente desacralizadora y por motivos éticos y estéticos, Goytisolo describe ese mundo, posteriormente abandonado, en el que maduró como persona y en el que cristalizó como escritor. Al evocar su tiempo pasado real e imaginario -su tierra, su casa, el contexto familiar- se detiene en una serie de acontecimientos intensamente vividos y que, aunque aparentemente nimios, siguen pesando sobre sus espaldas y sobre su corazón.

A partir de su experiencia personal, nos ofrece, además, las claves de los cambios culturales que ha experimentado el mundo en los últimos años. Entrelazado con esta trama y sobre un trasfondo de alta intriga política, inserta un relato en el que cuenta cómo un historiador latino del siglo I inventa el género novelesco.

Luis Goytisolo explica su concepción del proceso de la creación literaria estableciendo analogías 1.- con la actividad erótica y 2.- con diversos síndromes patológicos, 3.- con la religión, 4.- con las ideologías, 5.- con el conocimiento


Literatura y sexualidad

Creo que ofrece un especial interés la descripción pormenorizada que Luis Goytisolo hace de sus primeras experiencias afectivas y narrativas vividas en esa época que está a caballo entre el colegio y la universidad. Aquí cuenta sus primeros pasos como escritor que estaban trenzados con aquellos ardientes sentimientos -«más que un placer, una fiebre»- que experimentaba por Blanca.

Estos dos fenómenos afines, el de la afición literaria y el del impulso sexual, constituyeron dos expresiones complementarias de una misma realidad profunda. Entre la sexualidad y la literatura se da, según él, un estrecho paralelismo entre los ritmos biológicos de sus respectivos desarrollos e, incluso, entre sus sucesivos contenidos temáticos.

«En líneas generales podría decirse -afirma- que las fantasías sexuales de la infancia se corresponden con los relatos de aventuras estilo Salgari, Karl May o Rafael Sabatini y, ni que decir tiene, con los tebeos y cómics protagonizados por héroes y heroínas como Flash Gordon o Diana Palmer».


(p. 30)                


Goytisolo llega aún más lejos al afirmar que estas historietas destinadas a los niños son imágenes metafóricas de comportamientos y de experiencias sexuales:

«Más aún -dice él- tales historietas y relatos representan la traslación de otro ámbito de una experiencia sexual para sus jóvenes lectores como hasta cierto punto, en su día, tal vez lo supusieron también para sus autores».


(p. 50)                


Las manifestaciones vitales también comparten las mismas exigencias espaciales. Tanto la actividad literaria como la sexual requieren ambientes silenciosos y escenarios reservados. Por eso, frente a los paisajes abiertos y expuestos a la luz del sol, su territorio preferido es el piso del número 41 de Jaime Pique (p. 65).

El descubrimiento de la poesía y, sobre todo, del poema en prosa, lo sitúa en los años de la adolescencia y lo hace coincidir con el hallazgo de la mujer -de una figura concreta que, en su caso, es Blanca-. Ella es el soporte de los valores espirituales y materiales, y la destinataria de los impulsos sexuales y vitales.

Los primeros relatos de adulto, los que son merecedores de una consideración propiamente literaria, coinciden con el paso de la adolescencia a la juventud y, por lo tanto, con una afirmación de la sexualidad.

La afinidad entre ambos fenómenos -literatura y sexualidad- la fundamenta, por un lado, en el carácter común y hasta intercambiable de los modelos en los que se inspiran, y que estimulan cada una de dichas actividades: las lecturas, las películas y las mujeres, y, por otro lado, en la función modificadora que ejerce la propia fantasía. Gracias a ella, la realidad cotidiana se transforma en ficción y ésta genera un nuevo modelo de comportamiento.

Las dos actividades -la literaria y la amorosa- tienen en común, además, el mismo carácter cautivador y, con frecuencia, perturbador, y la misma fuerza compulsiva (157). Por eso, al ser las dos de un mismo signo, resultan entre sí incompatibles:

«¿Era -se pregunta Goytisolo- compatible la vida erótica que llevaba con mi actividad literaria? [...] No; lo que me preocupaba era el carácter absorbente y con frecuencia obsesivo que entraña en sí misma la realidad erótica; charlas, llamadas telefónicas, salidas, despliegues de encanto, vueltas y más vueltas tendentes a crear el clima propicio antes de terminar otra vez en la cama...».


(p. 51)                


«Y el tiempo sustraído a mi actividad literaria -declara- no era menor al que el enamorado hubiera podido perder en su devota entrega al único amor de su vida. Y, cada vez, al regresar a casa, mis propósitos de dar prioridad a la escritura tampoco eran de menor entidad que la voluntad de enmienda que al pecador que, una vez más, ha cedido a la tentación» (51). En favor de su entrega a la actividad literaria, Luis Goytisolo prescinde de amistades y de compañeros, y prefiere el aislamiento de la habitación o la soledad del paseo...

«Amistad, compañerismo y comunicación intelectual, de poco servían, no obstante, cuando, una vez más, regresaba a la escritura, sea directamente, sentado frente a mis papeles, sea en el curso de los largos paseos a solas, caminatas que, hasta donde alcanzan mis recuerdos, siempre me han ayudado a meditar. Algo que nada tenía que ver con el tópico desafío de la página en blanco y mucho, en cambio, como en la relación erótica, con la irreductible subjetividad de lo que no puede ser hecho más que por uno mismo».


(p. 250)                


La relación del autor con la obra es, por lo tanto, una dinámica amorosa y contiene todos los ingredientes y todos los factores que comprende y supone la afectividad, y todos los elementos que implican las relaciones profundas entre los seres vivos: el proceso de conocimiento, de afinamiento o de acoplamiento del uno al otro que se da -afirma- hasta entre las plantas.

La literatura y la sexualidad es, según Goytisolo, un proceso de aproximación recíproca que se produce también, aunque con manifestaciones distintas, en la amistad y en el amor. Este es el tipo de relación que se establece entre el escritor y el objeto literario por él creado, este es el vínculo que une entre sí al autor de la obra y a los protagonistas del relato: «Lo único que cambia de un caso a otro es, no la realidad final, sino el lenguaje que da expresión a esa realidad» (p. 243).

Entre el autor de la obra y los protagonistas del relato, por lo tanto, se produce una aproximación mutua tan íntima que llegan a imbricarse, a confundirse y a identificarse.




Literatura y enfermedad

Escritura y dinámica amorosa comparten también más de un punto de semejanza con la enfermedad (p. 258), y, en concreto, con tres patologías diferentes: la tuberculosis, las alergias y las neurosis. Luis Goytisolo, según él mismo confiesa, estaba especialmente predispuesto para contraer estas tres enfermedades que tienen en común cierto grado de fatalidad (p. 157). La tuberculosis era, como es sabido, hasta hace pocos años, la enfermedad por antonomasia.

Las alergias eran también otro mal respecto al que su predisposición genética era sólo comparable a su sorprendente capacidad de recuperación, Goytisolo no duda en afirmar que «escribir» es una forma de alergia a determinados aspectos de la realidad, una manera de reaccionar, de protestar o de defenderse frente a determinados estímulos nocivos de la vida política o social.

La escritura se parece a la enfermedad, no porque se considere que el acto de escribir se entienda como un impulso irreprimible sino porque, como la «fiebre», es un síntoma de alguna dolencia, es una «reacción» defensiva del sujeto afectado, más que un simple desahogo. Escritura, erotismo, enfermedad son, pues, diversas manifestaciones de una realidad más profunda y oscura cuyas raíces se pierden en las sombras de la conciencia (p. 47).




Dimensión religiosa de la escritura

La escritura -según Goytisolo- posee un contenido, un sentido y una dimensión religiosos. Para acceder a ella es necesario sentir una llamada profunda, poseer una verdadera vocación, estar movido por un impulso interno. Por eso, para entrar en la congregación de los escritores, se exige el abandono del mundo, de sus pompas y de sus vanidades, de sus mentiras y de sus convenciones. Es necesaria una entrega total, un corazón indiviso y una dedicación absoluta. La escritura requiere todo el tiempo, todas las preocupaciones, y todas las energías.

Hacia la mitad del bachillerato, sus planes secretos para el futuro consistían en crear unas grandes plantaciones de té o de café en las tierras altas de África o de América. Posteriormente, pensó que sería mejor escribir novelas y, a semejanza de Conrad, ser también capitán de barco, a ser posible en aguas tropicales; intentó, incluso, ingresar en la Escuela de Náutica hasta que, finalmente, llegó a la conclusión de que, para escribir, era suficiente y necesario dedicarse exclusivamente a escribir, dándole prioridad absoluta a esta tarea, incluso en detrimento de sus estudios de Derecho.

Esta «religión» de la escritura entra en conflicto con las demás «creencias», y no es compatible con las otras «prácticas». La escritura es un credo, una moral y una liturgia. Por eso, Luis Goytisolo defiende que quienes acertaron fueron sus profesores, los hermanos de La Salle, cuando advirtieron a su padre que el hijo no tenía otro problema que el de leer demasiadas novelas, «como también estaban en lo cierto desde su punto de vista, al atribuir a la literatura un valor eminentemente negativo, incompatible con las creencias que se esforzaban en inculcar».




Poder ideológico de la literatura

La escritura posee, además, una naturaleza y un poder ideológicos. No es un poder político más, pero encierra una capacidad extraordinaria para interpretar y para cambiar la vida. Su dominio es «más impreciso y, a la vez, más permanente que el de la política» (p. 336).

La escritura es una peculiar «conciencia de mundo» que propicia su transformación, ofrece un modelo alternativo de vida individual y colectiva, y constituye una permanente incitación a la aventura, a la infidelidad y a la ruptura. Invita a lo desconocido, a la inseguridad de lo lejano, de lo extraño y de lo peligroso.

La escritura es una ideología que «niega» a las demás ideologías concretas, y cualquier compromiso político representa un obstáculo insalvable que el escritor debe obviar. «El compromiso político -dice él textualmente- mientras duró, introdujo una verdadera cuña en mi vida íntima, hasta entonces dominada por dos áreas de preocupación de por sí difíciles de compaginar en la medida que análogas: la escritura y el sexo» (p. 248).

No deja de ser revelador que la escritura se convirtiera en su actividad principal precisamente cuando se desentendió de toda actividad política (p. 261).




La literatura como conocimiento

Resultan también singularmente atractivos, por su claridad y por su rigor, los pasajes en los que cuenta su principal hallazgo teórico: su descubrimiento de que la piedra de toque de la escritura residía, no en lo que se contaba -la intriga, la anécdota, el argumento-, por muy correctamente que estuviera escrito, sino en la forma en que lo contaba, esa expresión literaria capaz de transmutar el texto en algo más que un mero enunciado lingüístico. «En la estructura narrativa vi siempre -son sus palabras-, y a ello me dediqué casi a tientas desde el principio, la clave de la significación de la obra, y, en tanto que uno de los más perfectos medios de progreso en el conocimiento, la posibilidad de convertir esa obra en una verdadera imago mundi» (p. 276).

No debe extrañarnos esta afirmación teórica ya que Luis Goytisolo defiende y aplica el principio fundamental de que la literatura es un medio privilegiado de conocimiento y, como consecuencia, un instrumento con capacidad para transformar el mundo. Cuando se entrega a la literatura, su objetivo, confiesa, no es contar una experiencia personal sino trocar la anécdota supuestamente más anodina en un texto tan rico en su expresión como profundo en su significado2.

La escritura es una forma de conocimiento, es un instrumento de comprensión del mundo, superior a la Filosofía, a la Ciencia y a la Teología (p. 265). A esta conclusión llega Luis Goytisolo en los mismos comienzos de su actividad escritora y llega a ella tras el examen de su propia experiencia como lector: «Cuando empecé a escribir, basándome en mi experiencia de lector, en lo mucho que habían llegado a influir en mí determinadas obras, veía yo en la novela un instrumento de comprensión del mundo superior a la Filosofía o a la Ciencia por su capacidad de referirse a la vez a lo abstracto y a lo concreto, una especie de arma secreta superior, incluso, a los textos religiosos, en la medida en que su vigencia se mantenía intacta con el transcurso del tiempo sin precisar el recurso a la fe como justificación última de aparentes incongruencias de éstos» (p. 265).

Todo el asunto de la novela, y cada uno de sus elementos, son materiales -significantes- que el autor organiza y llena de significados más o menos originales y profundos. Por eso, el valor de un texto depende, sobre todo, de su poder significativo, de su capacidad, más que de informar, de expresar y de significar, por su fuerza evocadora y connotativa. «La clave última de una narración- dice textualmente- se encuentra, no en el eventual gancho del asunto narrado, sino en el narrador, en su capacidad de trocar la anécdota, supuestamente más anodina, en un texto tan rico en su expresión como profundo en su significado. Un problema, no de información sino de comprensión o, si se prefiere, de conocimiento. No hay momentos estelares, ni grandes temas, ni protagonistas privilegiados, héroes o heroínas especialmente cualificados, trátese de nobles o de proletarios, transcurran sus vidas en barriadas obreras o en mansiones aristocráticas» (p. 275).

La literatura se refiere a la realidad pero de ella extrae unos sentidos que no son alcanzables por las experiencias cotidianas ni formulables por las otras ciencias hermenéuticas. Cuando Luis Goytisolo decide dedicarse a la literatura, parte de la convicción y se impone el compromiso de que tiene que tantear una nueva forma de expresión, un tipo de creación literaria distinta de cuantas, hasta entonces, parecían haber sido ensayadas.

En suma, pretende llegar a expresar con palabras lo que los filósofos, historiadores, retóricos, dramaturgos y poetas no acertaron a expresar: algo que fuera, no imitación de la realidad, sino expresión autónoma de esa realidad, un algo que, en ocasiones y con otro lenguaje, determinados pintores han logrado en sus frescos (p. 205).

Por eso rechaza los análisis y las críticas de sus obras que se limitan a identificarlos datos autobiográficos, cuando en realidad éstos sólo son, como en la pintura los colores, meros soportes materiales con los que expresa, más que experiencias personales, vivencias colectivas, comunes a los jóvenes con inquietudes de su generación: «el objetivo no es contar una experiencia personal, sino utilizar esa experiencia aparentemente personal para contar otra cosa» (p. 259). «¿Qué relevancia tiene habitualmente -se pregunta- el físico de tal o cual personaje, que vistan de una o de otra forma, que se tomen una copa, que enciendan un cigarrillo, que digan ¡hola! o simplemente que charlen, si esa charla, de carácter ambientador, carece de una significación que vaya más allá de su propio enunciado?» (p. 261).

La escritura organiza el pensamiento y, al mismo tiempo, configura la realidad, y, a veces, la transfigura. La palabra dota de cuerpo a las ideas y, al «encarnarlas», les infunde una vida real y autónoma, que ilumina la realidad cotidiana y la llena de valores nuevos, de sentidos inéditos. Escribir es concebir y dar a luz una criatura nueva, un ser original que sirve de instrumento -de «clave»- para dotar de significado al mundo externo e interno del escritor.

Luis Goytisolo está convencido de que, gracias a la escritura, ha dado con las claves de la realidad y cada vez le parece mas obvio que el gran instrumento para expresarla y para expresarse a través de ella, es la novela. Nada ha enriquecido -confiesa- tanto su conocimiento de la realidad como la lectura de determinadas novelas y, en virtud de ese mismo principio, las novelas que él escribiera iban a iluminar la realidad personal de cuantos, en el futuro, fuesen a leerlas (p. 109).

La escritura es, pues, para Luis Goytisolo, un conocimiento transformador del mundo y liberador de la persona. En la medida en que descubre el mundo interior del escritor y describe su peculiar constitución psicológica y moral, en la medida en que penetra en el fondo secreto de las aspiraciones profundas y de las frustraciones íntimas, lo libera de todas las trabas que le impiden vivir con autenticidad. La escritura le ayuda a romper las represiones que frenan su propia madurez y su desarrollo humanos. «Es decir: un ejercicio de conocimiento equiparable al aseo personal o al ejercicio físico, de cumplimiento casi supersticioso, realizado a diario incluso en las circunstancias más adversas, tales como la mili o la cárcel» (p. 265). La literatura se convierte así en modelo y en réplica de la propia vida y asume su significado, el de su tiempo y el de su mundo (p. 340).

El conocimiento que proporciona la literatura es, paradójicamente, profundo y trascendente: penetra hasta las fibras más íntimas de la consciencia individual y se eleva hasta las alturas humanas más universales. Posee la capacidad de afirmar el propio yo, de exaltar cuantos rasgos lo distinguen, e identificar la cualidad esencial del individuo, pero, al mismo tiempo, puede proclamar la pertenencia del yo a una entidad o a un proceso superior.

La escritura -o cualquier otra forma de expresión artística- penetra la intimidad hasta tal punto, que puede ser la «conciencia del mundo» y, trascendiendo los límites de la propia individualidad -o al menos definiendo sus propios límites-, ofrece la oportunidad de contemplar el presente, el pasado y el futuro como aspectos simultáneos o complementarios de una misma realidad.

Goytisolo defiende que el origen y la meta de la creación literaria es la búsqueda de una realidad superior, de un orden que se superpone y que mejora la realidad perceptible por los sentidos o concebida por la razón (p. 327).

Esta singular capacidad de «comprensión», de «expresión» y de «trascendencia», esta tensión hacia la «verdad superior», es lo que hace que una obra literaria, mantenga intacto su poder de generar sugerencias, y su permanente vigencia a lo largo de la historia. Esta obra ilustra, pienso, el servicio que la «metaficción» presta a la literatura. Es una ayuda para que comprendamos el papel que la imaginación y el arte pueden desempeñar en el mundo de hoy. Nos estimula y nos convoca para que, al menos como lectores, nos impliquemos en la construcción misma de la novela.

Esta referencia de la escritura sobre sí misma, como juego característico de la imaginación actual, es una incitación penetrante y abismal, para que, en último término, emprendamos la apasionante aventura de la construcción de nuestra propia realidad.








Bibliografía citada

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