Adonis fue hijo de Cínaras, rey de los cipros, habido incestuosamente en su hija Mirra, cual dice
Ovidio en el décimo de sus Transformaciones. Siendo Adonis mancebo de mucha gentileza, se
enamoró dél la diosa Venus, de la cual el dios Marte estaba aficionado, y conociendo que por los
amores de Adonis era desfavorecido y menospreciado de la diosa Venus, se transformó en un
jabalí, y andando Adonis cazando cual tenía de costumbre en el monte Idalio, le salió el jabalí en
que Marte se había transformado y le dio una herida en la ingle de la cual Adonis murió luego.
Viendo la Diosa Venus muerto a su querido, con triste llanto conmovió a Júpiter y a los demás
dioses a bajar a consolar a Venus, que después de muchas lágrimas lo volvió en una flor roja
llamada anémone.
El llanto acerbo y muerte dolorosa, |
el sentimiento triste y desventura, |
las congojas del alma temerosa |
y el joven en injusta sepoltura; |
la hija del gran Jove poderosa |
que en flor volvió la forma y hermosura |
de su querido y deseado amante, |
me inspira Apolo que en su lira os cante. |
|
Si vuestro ingenio alto y ecelente |
admitiere mi canto doloroso |
y el llanto de la diosa más potente |
que habita el cielo de inmortal reposo, |
verá bajar a Jove presidente |
del celeste consilio poderoso |
a Neptuno dejar cetro y gobierno, |
y al dios tartáreo del horrible Infierno. |
|
Con ese claro nombre que engrandesce |
a nuestra Iberia, patria esclarecida, |
por quien su inmortal gloria resplandesce |
en la dorada edad restituida, |
favoreced la Musa, que os ofresce |
lo que puede, y va a ser favorecida |
de vos, dándole el paso a la alta cumbre |
del que los orbes dora con su lumbre. |
|
Oh luz sidérea, honor del rico ocaso, |
a quien rodea la encendida zona, |
sacro retor del coro de Parnaso, |
poseedor de Hipocrene y Helicona |
no me falte tu amparo en este paso, |
porque mi canto del amor pregona; |
pierde la antigua enemistad, pues tienes |
la venganza del caso que mantienes. |
|
Si en fuego ardiente se abrasó tu pecho |
por la hermosa hija de Peneo, |
tú descubriste de su madre el lecho |
manifestando su adulterio feo; |
si a tu hija encendió en amor estrecho |
del monstro fiero con bestial deseo |
ahora a Venus puedes ver arderse |
y sin remedio en llanto deshacerse. |
|
Habiendo Venus ahincadamente |
a su querido Adonis persuadido, |
que perdiese el furor y el brío ardiente |
que en perseguir las fieras ha tenido, |
creyendo que en el ánimo valiente |
puede el consejo a la ocasión venido, |
así la diosa al joven persuadía |
y mil graves peligros le ponía. |
|
Determinada de partirse al cielo |
entre sus brazos a su Adonis prende |
y vuélvele a decir: «dulce consuelo, |
por quien mi alma en vivo amor se enciende, |
huye, y recela algún adverso duelo |
y de seguir las fieras te defiende. |
Mira que me fatiga un espantoso |
estímulo, que turba mi reposo. |
|
Todas las horas que al descanso obligan |
éste y otros cuidados me desvelan, |
éste y otros me turban y fatigan |
y las entrañas de pavor me yelan; |
no fuerza en mis dolores no mitigan |
cuidando (ay, gloria) un mal que te recelan |
las sombras portentosas que me espantan |
y las horribles aves que me cantan. |
|
Éste cesa, con sólo persuadirte |
que el uso de la caza trabajosa |
es peligroso, y pueden mal regirte |
flacas fuerzas en lid tan rigurosa; |
bien puedes a mi ruego reducirte |
y admitir el consejo de tu diosa |
que no te ofrece a cosas imposibles |
que lo fueran a fuerzas invencibles.» |
|
Puso la bella vista en el hermoso |
joven, enternecida y suspirando, |
mostrando un sentimiento congojoso |
el de su alma, en él sinificando. |
Volvió a decille: «amor, vida, reposo; |
que no sigas las fieras te demando.» |
Y con estrecho abrazo se despide |
y encima de su carro el aire mide. |
|
Ida Venus, Adonis da la vuelta |
al monte Idalio, y cerca su aspereza |
tiende las redes y los canes suelta |
y espárcelos por toda la maleza; |
el arboleda estaba tan revuelta |
que mal ejercitaban la destreza; |
al fin, tras de su aliento rastreando |
fueron un bravo jabalí alterando. |
|
Las cerdas erizadas, hace cara |
a los monteros que tras él venían, |
y con fiera braveza se repara |
a los perros, que apriesa lo seguían; |
arrimándose a un roble, en él se ampara, |
mas desde fuera recio lo herían, |
cuál con saeta, cuál con dardo agudo |
en el pecho que pone por escudo. |
|
El monte deja, y sale al verde prado |
siguiéndolo los diestros cazadores; |
Adonis, que algo estaba desviado, |
acude presto oyendo los clamores; |
no baja río tan desenfrenado |
de ecelso monte, ni los voladores |
rayos, que arroja Júpiter al suelo, |
ni la errante cometa por el cielo, |
|
cuanto en presteza el joven se adelanta, |
que el viento precedía en la soltura, |
que sin tocar al suelo con la planta |
al prado sale y deja la espesura; |
ve estar la fiera de braveza tanta |
que le admira mirarle la postura, |
cómo desvía al uno, al otro acude, |
cómo al que llega hiere y lo sacude. |
|
El animoso Adonis acomete |
al jabalí, que así se defendía, |
y con brioso ánimo le mete |
el venablo con diestra lozanía; |
herido, contra el joven arremete, |
y el joven, sin mostrarle cobardía |
le aguarda, mas la fiera embravecida |
le dio en la ingle una mortal herida. |
|
Penetróle la llaga rigurosa |
que la ingle le abrió de parte a parte, |
por do la muerte oscura y dolorosa |
en él vino a ocupar la mejor parte; |
el alma suelta sale presurosa, |
y con divorcio natural se parte |
del cuerpo el alma que sin vida deja |
en la tierra, a ser tierra, y dél se aleja. |
|
Habiendo el corvo diente del cerdoso |
jabalí, dado muerte al joven tierno |
que tendido en el suelo polvoroso |
estaba ya entregado al sueño eterno, |
la idalia diosa, que el camino airoso |
iba subiendo a su lugar superno |
descuidada del caso sucedido |
aunque no del recelo en que ha vívido. |
|
Yendo su vía, vio que se volvían |
los cisnes que del carro le tiraban, |
los unos, que a una parte revolvían, |
los otros, que al contrario caminaban, |
que con horror las alas sacudían |
y en lugar de cantar grasnidos daban; |
la diosa entendió bien que estas señales |
pronosticaban venideros males. |
|
Los ojos vuelve adonde la memoria |
tiene ocupada, y corazón cativo, |
do tiene todo su contento y gloria |
por quien se arde en dulce fuego vivo, |
viendo que en esta vida no hay vitoria |
ni bien a quien no turbe el mal esquivo, |
con el recelo desto, en un instante |
la vista envía a procurar su amante. |
|
Tiende los ojos donde amor se anida, |
mirando ahora el monte, ahora el prado, |
investigando aquesto embebecida |
traía la memoria y el cuidado, |
cuando a su vista, en nada detenida, |
se presentó sin alma el cuerpo amado; |
revuelve con presteza sacudiendo |
el carro aéreo, al suelo decendiendo. |
|
Ahora, oh Musas del febeo secreto, |
podéis dar vuestro aliento al canto mío, |
que ya me falta, y hallo mi sujeto |
débil, si no aspiráis con nuevo brío; |
pues espíritu humano es sin efeto |
al fin que aspiro y de cantar confío, |
sí no os parecen cosas peregrinas |
llorar humano lágrimas divinas. |
|
Celebrará mi verso el tierno llanto |
de la madre de Amor, de amor cativa, |
los ardientes suspiros, el quebranto, |
el sentimiento de la muerte esquiva; |
haré saber con espedido canto, |
siéndome concedida el agua viva |
los que en el llanto citereo estuvieron |
y quién y cuáles su dolor sintieron. |
|
Deja el ligero carro en que iba al cielo, |
que le parece tardo y perezoso, |
y con veloz presteza baja al suelo |
que su cuidado no le da reposo; |
ardiendo en vivo amor y desconsuelo, |
viendo el triste suceso doloroso |
pasa por montes, prados, prestamente, |
que amor es natural ser impaciente. |
|
Bien descuidada del infausto duelo |
que veo, y que la muerte rigurosa |
tan presto me privara del consuelo |
con que vivía mi alma tan gozosa; |
mas, ¿quién se fía en cosas deste suelo? |
¿Por qué me descuidé? ¡Ay, alevosa |
enemiga del bien del alma mía, |
fiera contra mi dulce compañía! |
|
A mí puedo culparme de tu suerte |
pues tuve corazón para dejarte, |
yo meresco el castigo acerbo y fuerte |
si la Muerte en los dioses tiene parte. |
Eternamente lloraré tu muerte, |
jamás podré olvidarme de llamarte |
Adonis mío, y este dulce nombre |
quede por gloria mía y tu renombre. |
|
Ningún contento me será agradable, |
todo me dará pena y descontento, |
siempre viviré en llanto miserable |
en memoria del duro acaecimiento; |
en voz fúnebre y verso lamentable |
repetirá mí alma en triste acento |
tu dolorosa muerte, Adonis mío, |
y cantada del Austro al Bóreas frío. |
|
Bien podrá Febo no mostrar su lumbre, |
Júpiter de su imperio ser quitado, |
Proserpina habitar la ecelsa cumbre |
del cielo, entre los brazos de su amado |
y no acabarse la inmortal costumbre |
de ser de mí tu nombre celebrado, |
ay bello Adonis, ay Adonis mío |
pues de mi alma hubiste el señorío.» |
|
Esto diciendo la ericina diosa, |
sobre el cuerpo del joven ya sin vida, |
del intenso dolor y ansia penosa |
quedó con un desmayo amortecida. |
La voz fue por la selva sonorosa |
por la ligera Eco repetida, |
que las hermosas Dríadas la oyeron, |
y a ella las Nereides acudieron. |
|
Tuvo tal fuerza el llanto doloroso |
que conmovió el oír el triste acento, |
que dejando las diosas su reposo |
viniesen al citereo descontento; |
y así acudió con paso presuroso |
de diosas, ninfas, faunos, el convento |
a consolar la mísera tristeza |
de Venus, en su angustia y aspereza. |
|
Cuál deja el hondo y espumoso río, |
cuál el monte de árboles cercado, |
cuál la labor, y cuál sin atavío |
apriesa sale cual se halla al prado; |
jamás se vio acudir tan gran gentío |
de varias partes a ningún mercado |
cuanto al llanto de Venus acudieron |
que el prado y largas márgenes cubrieron. |
|
No vino por el aire al presto grito |
del ave presa, tantas aves sueltas, |
ni de estrimonias grúas el conflito |
cuando con los pigmeos traen revueltas |
ni en Roma se vio el número infinito |
en el Anfiteatro, o en las vueltas |
de Baco, o las de Fauna Bonadea, |
cuanto acudió a la pena citerea. |
|
Los pastores dejaban la manada |
por venir tras las ninfas congojosas, |
los sátiros, la rustiquez dejada, |
acompañaban a las bellas diosas; |
toda la selva fue desocupada |
y llena de las voces sonorosas |
que todas dieron viendo a Adonis muerto, |
sintiendo tiernamente el daño cierto. |
|
Ven la madre de Amor en aquel suelo |
tendida, sin acuerdo ni sentido, |
lloran de verla en su lloroso duelo, |
alzan a una el llanto entristecido. |
Las aves paran de su presto vuelo, |
atrás los ríos su curso han detenido, |
los vientos no soplaron, los ganados |
el pasto olvidan de los verdes prados. |
|
Sienten de Adonis la inmatura muerte, |
venlo sin vida, y a la idalia diosa |
traspuesta del dolor soberbio y fuerte |
contra el cual no valió ser gloriosa; |
que a la fuerza de amor ninguna suerte |
jamás se vio que fuese poderosa, |
que ni aun el mismo Amor pudo librarse |
de Sique, ni su madre reservarse. |
|
Sueltan al aire los cabellos de oro |
y su fiero dolor y pena aumentan |
viendo en el suelo el único tesoro |
de Venus, y sus llantos acrecientan; |
de los saltantes sátiros el coro |
acude, y los pastores se presentan |
con voces, que hiriendo las montañas |
resonaban por bosques y campañas. |
|
Todo era angustia, todo era quebranto, |
todos eran acentos dolorosos, |
no se oye otra cosa sino llanto, |
clamores, y suspiros congojosos. |
Las ninfas, desviadas de su canto, |
del arco, danza, y juegos amorosos |
andaban por el prado discurriendo |
ejercicios tristísimos haciendo. |
|
Los retejidos corros olvidaban, |
la suelta ligereza no seguían, |
el corvo arco no lo ejercitaban |
ni a la silvestre caza acometían; |
todo ya por odioso lo dejaban, |
todo sino el llorar aborrecían, |
llamando a voces a su bella diosa |
que traspuesta en su mal no oye cosa. |
|
La triste y melancólica Angerona |
diosa de la tristeza, estaba a un lado |
y un mudo son en un gemido entona, |
los dos labios sellados de un candado. |
La rica Flora y cordial Pomona, |
el ánimo de entrambas lastimado, |
sintiendo el caso y llorando el daño |
del dañado culpaban el engaño. |
|
Resonaba en el alto firmamento |
el llanto, por los aires esparcido, |
a todas partes en confuso acento |
andaba haciendo horrísono ruido; |
arrebata la voz el presto viento, |
tracendiendo los aires ha herido |
en el trono de Júpiter tonante, |
donde Eco la hace resonante. |
|
El padre Jove, que del caso horrendo |
estaba descuidado, y de la pena |
que la querida hija está sufriendo |
de todo su contento y bien ajena, |
en su celeste audiencia proveyendo |
lo que su inmensa providencia ordena, |
así en las cosas del humilde suelo |
o en las que tocan al sublime cielo, |
|
vuelve aquel rostro con que la fiereza |
del fiero viento hace sosegarse, |
y del airado mar, que con braveza |
suele a las altas nubes levantarse; |
ve la madre de Amor en la graveza |
del soberbio dolor, sin remediarse; |
gime el suceso en el oculto pecho, |
siente ver a su hija en tal estrecho. |
|
Ve los campestres sátiros y diosas |
andar haciendo miserable llanto; |
ve las cerúleas ninfas congojosas |
y las silvestres en fúnebre canto. |
Júpiter, suspendido en estas cosas, |
triste que Venus sienta aquel quebranto, |
determina bajar en presto vuelo |
al suelo, a consolar el triste duelo. |
|
Ya los tiernos suspiros habían ido |
al hondo Huerco do Plutón reinaba; |
siendo ya el triste caso dél sabido |
dejando a Proserpina caminaba; |
porque no era el término cumplido |
de los seis meses que con él estaba |
con tierno abrazo della se desparte |
y del horrible reino apriesa parte. |
|
Guían al rico dios las infernales |
Euménides, el Sueño y la Pereza; |
la Codicia inmortal de los mortales |
y el Avaricia llena de tristeza; |
los odios, las venganzas, y los males |
que trae la hambre de adquirir riqueza, |
y todas las miserias que en el mundo |
atormentan y llevan al profundo. |
|
El gran Neptuno y el cerúleo bando |
de tritones y ninfas salen fuera, |
todos en tristes lágrimas mostrando |
de Venus el dolor y pena fiera; |
el ancho prado ya venía ocupando |
de Baco la compaña placentera, |
coronada de pámpanos, corriendo, |
unas veces llorando, otras riendo. |
|
Iba el viejo de Nisa, el dios Sileno |
con su gran vientre y ojos adormidos, |
llorando como propio el mal ajeno |
dando, tras un ¡ay!, otro, y mil gemidos; |
de netáreo licor un frasco lleno |
(que el olor regalaba los sentidos) |
llevaba junto a sí, con que mojaba |
la lengua que el calor le desecaba. |
|
Los sátiros que en torno del jumento |
iban acompañándole, volvían |
a mirar el lloroso sentimiento, |
casi dando a entender que lo sentían. |
Yendo en este confuso movimiento |
por el camino a que su intento guían |
llegó Momo diciendo: «oh, ayo amado, |
del que de vides anda coronado: |
|
¿Adónde haces por aquí camino |
con mustio rostro y con semblante triste? |
Si desto, oh padre, me hicieres dino, |
te diré la ocasión que así me viste. |
Mira cual voy en traje peregrino |
del que usé siempre, y tú me conociste, |
por ver si aplaco por tan nuevo modo |
a Jove, a quien odioso soy en todo.» |
|
Reconoció la voz y abrió los ojos |
Sileno, y como vio al pungiente Momo, |
dijo: «¿de qué proceden tus enojos |
que yo a mi cargo su remedio tomo? |
Bien sabes que te puedo dar despojos |
del que dijiste, y que sus fuerzas domo; |
y con este seguro, dime presto: |
¿qué ha sido la ocasión que así te ha puesto?» |
|
Dio un gran bostezo y la cabeza inclina |
sobre el pecho, y volvió a decir: « ¿qué aguardan |
los míos?, ¿en qué ocupan la divina |
bebida?, ¿para cuándo nos la guardan?» |
Al punto, cada sátiro camina |
(que un solo instante en acudir no tardan) |
con frascos, y otros vasos revertiendo |
el nisio humor, que él se venía moviendo. |
|
Tomó Sileno un frasco, y Momo apaña |
otro, y a una entrambos comenzaron |
con un sediento ardor y un ansia estraña, |
que con ser propia en ellos, se admiraron; |
dábanse a su labor tan buena maña |
que aún al resuello el paso le negaron, |
y como por estorbo lo tenían |
felicemente sin cesar bebían. |
|
|
Como acabasen la porción vinática, |
Sileno respiró y dijo: «amigo, |
diestro estás en la vídica gramática |
que yo con todos mis alumnos sigo; |
y volviendo a la ya dejada plática |
quiero saber adónde va contigo |
tanto enlutado y qué te enluta tanto, |
porque me da la novedad espanto. |
|
Yo voy, cual ves, por este prado ahora |
con lento paso y con aspeto triste |
a donde Venus a su amante llora, |
que es decir donde voy cual me pediste; |
tú, que por horas crece y se mejora |
de tu dolor el ansia que dijiste |
que te acrecienta, el odio del potente |
Jove, aguardo a saber atentamente.» |
|
Levantó (Momo) el ala del sombrero |
respondiendo: «oh Sileno, quién tuviera |
la lengua de aquel nuncio palabrero |
que estima el regidor de la alta esfera |
mas ya que me acompaña este grosero |
modo, y es fuerza en él que te refiera |
los festivos sucesos que a mi cuenta |
están de pesadumbres y de afrenta, |
|
oye con atención la nueva historia |
por ventura de ti jamás oída, |
y aunque es verdad que aflige mi memoria, |
tal vez la veo de gozo enriquecida; |
sabrás, que en menosprecio de mi gloria |
el aula de los dioses conmovida |
pronunció que del cielo me lanzasen |
y de estar entre ellos me privasen. |
|
La causa fue que el hijo poderoso |
de Saturno, mandó subir al cielo |
todos los dioses con deseo amoroso |
de complacer a Juno su consuelo, |
convidando a un banquete suntuoso |
que admiración pusiese a los del suelo |
y a los que se concede en su presencia |
el néctar por honor o perminencia. |
|
La fama desto divulgó la Fama |
con sus cien lenguas de metal nombrando |
a quien la permisión de Jove Dama |
para su lauta mesa convidando. |
Yo, como sé del modo que me ama, |
saber quise a quién iba señalando |
y dijéronme: Momo, a ti te escluyen |
del banquete y de ti los dioses huyen. |
|
Cuando hirió tal voz en mis oídos |
se me anudó la lengua a la garganta, |
prívame el sentimiento los sentidos |
y de horror el cabello me levanta; |
en suspensión mis pasos detenidos |
sin poder resistir congoja tanta |
caí, donde juzgara quien me viera |
que estaba muerto, si morir pudiera. |
|
Estando de la suerte que te digo |
un grande espacio, al fin volví en mi acuerdo |
dando voces a Jove, mi enemigo, |
y todos mis agravios le recuerdo; |
desafiélo a pelear comigo |
diciendo (pues por ti la gloria pierdo): |
¿Donde tantos adúlteros se alojan |
no cabe Momo, y sólo dél se enojan? |
|
¿Qué estrupo o qué maldad no se comete |
de ésos tus aliados, Jove fiero? |
Cuál en la piel de un sátiro se mete, |
cuál en un lince y cuál en un carnero, |
estos son dinos de ir a tu banquete, |
estos tendrán asiento en lo primero; |
Momo es el malo por decir verdades |
ellos son buenos por hacer maldades. |
|
Estando en este frenesí encendido |
se resfrió la cólora herviente, |
reducí la razón que había perdido |
y entender quise la razón urgente, |
por donde me vía ser aborrecido |
de los dioses y Júpiter potente; |
y acordéme que fue de mis enojos |
no mi lengua la causa, mas mis ojos. |
|
Sabrás que un día, entrando descuidado |
en donde Juno tiene su aposento, |
sin saber de quién pude ser llevado |
presente me hallé en su acatamiento |
estaba el bello espíritu entregado |
al cimerio dulzor», sin ornamento, |
tendida en su regalo y blanda cama, |
que el regalado en ella, adora y ama. |
|
Estaba, cual la vio el pastor ideo |
en Ida con las otras bellas diosas |
cuando aspiró a salir con el trofeo |
de más hermosa que las dos hermosas; |
quedé cuando la vi cual hoy me veo, |
estimulado de ansias pavorosas, |
convertido en un Bato, sin moverme, |
sin discurso ni ser para valerme. |
|
Embelesado cual te digo estaba |
y ella durmiendo con descuido y gusto, |
bien ajena del bien que yo gozaba |
que le sobresaltó con tal desgusto, |
porque abriendo las luces que cerraba |
el blando sueño, y viendo el caso injusto, |
dejó salir la voz, con altas voces |
llamando a sus sirvientes, a los dioses. |
|
Con la mayor presteza que te puedo |
sinificar, huí de su presencia, |
prestando alas a mi fuga el miedo, |
ayudando a la presta diligencia; |
púseme en salvo vitorioso y ledo |
sin aguardar a nueva competencia; |
quedó el suceso sin saberse oculto, |
que fue encubrir la culpa del insulto. |
|
No se trató más desto, y llegó el día |
del convite aplazado en que a mí sólo |
con tanto menosprecio me escluía, |
que fue más que justicia un falso dolo; |
estimé en tanto esta deshonra mía |
que fuera déste al otro opuesto polo |
peregrinando, por vengar mi ofensa |
en quien más libre y más señor se piensa |
|
Apercebí con este sentimiento |
un gran saco de pulgas, y escondido |
debajo de mi manto, y con gran tiento |
al punto conveniente apercebílo; |
subí, y estaba Apolo en su instrumento |
echando de gloriosa, en alto estilo |
a los dioses y diosas celebrando, |
y Mercurio con sueltos pies danzando. |
|
Viendo que estaban en la voz y danza |
ocupadas las vistas, fui llegando |
poco a poco a la mesa, y sin tardanza |
le fue las pulgas a sus pies largando; |
tendiéronse, y con libre destemplanza |
en unos y otros su costumbre usando; |
que ni a ojos ni a rostros perdonaron |
ni a partes reservadas reservaron. |
|
Cuando los dioses tal ardor sintieron |
en sus cuerpos, dejaron los escaños |
y de las mesas con pavor huyeron |
sin conocer la causa de sus daños; |
la vista todos contra mí volvieron |
con semblantes y zuños tan estraños |
que el mismo reino del horror temblara |
como yo, sin osar alzar la cara. |
|
Ellos, en su congoja fatigados |
cual yo en la mía, aunque riendo dellos, |
cuán sin concierto y cuán desatinados |
andaban, y cuán fuera de entendellos; |
daban voces, tomaban denodados |
armas, para en su honor satisfacellos; |
las diosas se quejaban y gemían |
y venganza a los dioses pedían. |
|
Viendo el riesgo a los ojos, pavoroso, |
puse en los pies mi último remedio |
y huí de entre todos presuroso |
así eligiendo mi seguro medio. |
Jove dijo: él se va vitorioso |
de todos, pues teniéndolo aquí en medio |
no fuimos poderosos de estorballe |
la ida, y dinamente castigalle. |
|
Mas ya que ahora en libertad se puso, |
Mercurio, ve y di que lo destierro |
del cielo, y que el terrestre y mortal uso |
siga, y que en sus márgenes lo encierro. |
De la suerte que Jove lo dispuso |
lo ejecutó Mercurio, y por mi yerro |
quedé del alto cielo desterrado |
y en infame bajeza condenado. |
|
Y viendo esta ocasión que a Venus tiene |
rendida a su dolor, junté esa gente |
del Parnaso, que a honrar comigo viene |
con luto y versos la ocasión presente. |
Esto hago por ver si se contiene |
Jove, del odio que me muestra ardiente, |
por ver si puedo así lisonjeallo |
en celebrar el muerto y alaballo.» |
|
«Bien haces -respondió Sileno-, y vamos, |
que la hora nos llama y apresura, |
y más en la sazón que deseamos |
para probar en Jove tu ventura; |
y pues vemos el puesto que buscamos, |
con diligencia la deidad procura |
que en gozo tiene de volver tu pena, |
y ve en paz, que el fúnebre clamor suena.» |
|
Despidiéronse, y Momo fue derecho |
adonde Venus desmayada estaba, |
de su insignia contento y satisfecho |
que era lo que a su intento le importaba. |
Mostró el semblante, que al doblado pecho |
tanto llanto y gemido lastimaba, |
admirado de ver los que acudían |
y lo que al funeral apercebían. |
|
Ya la fúnebre flauta congojosa |
convidaba a llorar la muerte indina; |
todos cercaban a la cipria diosa |
y a ella, el que más puede se avecina; |
arde el ciprés en llama codiciosa, |
apareja la tumba Libitina, |
ya las ninfas las reses degollaban |
y al fuego ardiente las entrañas daban. |
|
Humean los altares, arde el fuego |
en los sacrificados animales; |
acude a ver el humo el vulgo ciego |
y a consultar agüeros y señales. |
Todo anda envuelto, todo sin sosiego, |
las ninfas y las diosas celestiales, |
los semideos, faunos y pastores |
celebran las obsequias con clamores. |
|
En esto andaban todos vacilando |
cuando el satúrneo Júpiter en vuelo |
(con todo su celeste y sacro bando |
de moradores del sublime cielo) |
ante Venus se muestran, que olvidando |
todas las cosas en su desconsuelo |
está transpuesta, del dolor crecido |
ya sin aliento, ajena de sentido. |
|
El movedor del sidérea altura |
viendo la hija en tal estado puesta, |
con grave afeto siente el ansia dura, |
y el dolor que la tiene así transpuesta; |
y para remediar su desventura |
toda su inmensa providencia apresta; |
mas viendo que otro dios hizo este hecho |
entiende que el remedio es sin provecho. |
|
Que ya una vez el alma libre y suelta, |
como hubiese gustado del Leteo, |
imposible sería dar la vuelta |
al mundo a ver el resplandor febeo, |
que entre desnudas almas ya revuelta |
andaría vagando, con deseo |
que la gran madre al cuerpo dé hospedaje |
por no aguardar cien años el pasaje. |
|
El hijo de Saturno revolviendo |
esto consigo, en su oculta mente |
mil diversos remedios proveyendo, |
aunque ninguno al caso conveniente: |
porque el mejor en este mal horrendo |
es inviolable ley que no consiente |
lo que hacía entre los dioses uno |
que lo pudiese deshacer ninguno. |
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Esto advertiendo Jove, no podía |
tornar a nueva vida al joven muerto |
que bien claro del hecho conocía |
que fue Marte el autor del desconcierto; |
porque el amor que a Venus le tenía, |
por quien tenía el corazón abierto, |
no podía estorballo de otra suerte |
sino con darle a Adonis cruda muerte. |
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Por esta causa, ardiendo en ira y celo, |
viendo menospreciarse de la diosa, |
quiso privar a Venus de consuelo |
con darle a Adonis muerte rigurosa. |
El regidor del inmutable cielo, |
poseedor del cumbre luminosa, |
por dar remedio a la amorosa madre |
tocó la mano el poderoso padre. |
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El desmayo tristísimo desecha, |
y vuelta en sí, a Jove conociendo |
ante sus pies con mil suspiros se echa, |
lágrimas congojosas despidiendo; |
imagina que aquello le aprovecha, |
y aquello irá su bien restituyendo; |
que el deseo al que ama es engañoso |
para emprender lo más dificultoso. |
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Alza la voz diciendo: «oh padre caro, |
¿qué razón puede haber que tal olvido |
tengas de los que esperan en tu amparo |
y con él en sus daños se han valido? |
¿Por qué diste lugar que el Hado avaro |
me hubiese de tal bien desposeído, |
privando al joven cinareo de vida |
y de contento a Venus tu querida? |
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¿Qué premio esperaré de tu clemencia? |
¿Qué bien puede tu gran poder hacerme? |
¿Qué puede en mí hacer tu omnipotencia |
sí en tal dolor no fuiste en guarecerme? |
¿Este remedio das a la inclemencia |
de mi mal? ¿Esto ha sido socorrerme? |
¿Este es el galardón que prometiste |
cuando la suerte celestial me diste? |
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Cuán confiada en tu favor vivía, |
cuán sin temor gozaba mi contento, |
cuán sin recelo desta triste vía |
andaba mi gozoso pensamiento. |
Ay, padre mío; ay, fortuna mía, |
que así mí gloria convertiste en viento, |
sin que deidad ninguna contrastase |
al duro Hado y su querer mudase. |
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Sólo me resta el nombre glorioso |
de ser nombrada y dicha hija tuya, |
este solo renombre es poderoso |
para que toda adversidad destruya; |
con esto, y con tu aliento valeroso |
no habrá fortuna que de mí no huya |
y yo quede contenta y vencedora |
de la suerte (ay de mí) que me veo ahora. |
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El Hado fiero y la invidiosa muerte |
quisieron destruir mi bien y gloria. |
Con ser tu hija y celestial mi suerte |
no por eso dejaron su vitoria. |
Si había de pasar dolor tan fuerte |
no me hicieras de inmortal memoria, |
nombrándome por diosa entre las diosas, |
pues no me reservabas destas cosas.» |
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Habiendo sus querellas concluido |
la triste diosa en su dolor presente, |
su razón con silencio ha interrumpido |
por que responda el padre omnipotente. |
Momo, que atento estaba, habiendo oído |
la querella de Venus, dijo: «siente |
con sus quejas las mías, padre eterno, |
con divina piedad y pecho tierno. |
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Bien sabes que jamás tuve mal trato |
contra ti, aunque el vulgo se deslengua |
llamándome traidor, sin ley, ingrato, |
y cuanto quiere en vituperio y mengua. |
Siempre contra mí tocan a rebato |
porque me alargo un poco de la lengua, |
que es la falta que tengo, y no es tan grande |
para que tanto el vulgo se desmande. |
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Por esto me destierras, y me apartas |
de estarme gloriando en tu presencia, |
sin que ningún bien otro me repartas |
cual hace a los demás tu omnipotencia; |
por ver si de tu odioso ardor te hartas |
vengo con esta insignia y aparencia |
de sentimiento, por la infausta muerte |
de Adonis, por servirte y complacerte. |
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A deplorar su muerte soy venido |
con toda esta musaica compañía; |
óyela con piadoso y grato oído, |
oirás cuanto hay que oír en la poesía; |
que Mercurio, a quien esto es remitido |
de seguir con ardiente lozanía |
la fiera, y de las voces que fue dando |
está ronco, y de estar aquí llorando. |
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También dicen que Marte era la fiera |
que al cipro joven le quitó la vida, |
y que Mercurio sin saber quién era |
le fue siguiendo con veloz corrida; |
el jabalí, en furor ardiente espera |
en su forma, dejando la fingida, |
y que Mercurio cuando vio el denuedo |
del tracio dios, enronqueció de miedo.» |
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El arcadio cilenio, ardiendo en ira |
fue a responder, y Jove dijo: «vete, |
vete de aquí, que el vulgo que te mira |
un horrible castigo te promete; |
no aguardes más, que todo se conspira |
contra ti, y a las armas arremete. |
Vete, profano Momo, y no respondas |
o haré echarte en las marinas ondas.» |
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Levantóse un clamor diciendo: «vaya |
el enemigo a todos los del cielo.» |
Momo, oyendo la voz, tiembla y desmaya |
y con pies prestos va midiendo el suelo. |
Acudió el hijo de la bella Maya |
y al alboroto hizo alzar el vuelo; |
sosegó todo, y Jove en voz suave |
a Venus dice en su congoja grave: |
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«No fui de ti jamás tan olvidado, |
ni tus penas me dan tan poca pena |
que dellas viva un punto descuidado, |
pues lo que a ti te aflige, a mí me pena; |
ni me ofende tan poco tu cuidado |
cual tu razón, sin ella me condena, |
que a la necesidad despareciese |
ni al Hado sobre ti poder le diese. |
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Bien sé que de mí entiendes otra cosa, |
y que la pena del dolor presente |
te hace contra mí ser sospechosa, |
aunque razón en ello no consiente; |
a la ocasión de estar triste y llorosa |
no te quiero decir que estuve ausente |
pues no hay cosa que haga de mi ausencia |
ni parte que no ocupe mi presencia. |
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Mas quiérote advertir, hija querida, |
que de la causa y caso miserable |
que a triste sentimiento te convida |
tiene la culpa el Hado incontrastable; |
el cual, luego que el hombre tiene vida, |
el límite le pone irreparable, |
sin que deidad ninguna pueda darle |
un punto más de vida, ni quitarle. |
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Mira si Apolo evitó la suerte |
que contra el hijo el Hado disponía, |
que con mi propia mano le di muerte, |
cual en su suerte el Hado proveía. |
¿Qué te podré decir de Alcides fuerte? |
Con ser mi hijo, no fue suerte mía |
remediarlo del fuego riguroso |
que en él dispuso el Hado glorioso |
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El poderoso Hado tiene parte, |
ninguno si no es él tiene derecho, |
y así puedes a él solo querellarte, |
aunque ya son tus quejas sin provecho. |
A ti puedes con más razón culparte, |
que no te preveniste antes del hecho, |
con vivir recatada y temerosa |
que no le sucediese adversa cosa. |
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Y pues ya remediallo no es posible, |
consuela tu lloroso desconsuelo, |
que no hay dolor ninguno tan terrible |
que deje de admitir algún consuelo; |
ya que tu dura pena es insufrible, |
no permitas que sea inmortal el duelo; |
sea tu refrigerio al descontento |
que vamos juntos al celeste asiento.» |
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Cesó el gran movedor de los Triones, |
a la acidalia Venus consolando, |
si consuelos consuelan las pasiones |
de un alma que en amor se está abrasando; |
la cual, condecendiendo a las razones |
del que en hombres y en dioses tiene mando |
se vuelve al joven ya entregado en muerte |
y en una flor purpúrea lo convierte. |
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Al punto, el prado pareció cubierto |
de rojas amapolas producidas |
de la sangre real del joven muerto |
al nombre suyo desde allí ofrecidas, |
porque sabiendo su misterio cierto |
fuesen con reverencia conocidas, |
trayendo su principio a la memoria |
cual dio Venus al cuerpo nueva gloria. |
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No quiso que la tierra poseyese |
el cuerpo que su alma poseía, |
ni que sus bellas carnes consumiese |
así cual hace cuantas cosas cría; |
y porque ufana dél no se atreviese |
juntar otra titánea compañía, |
que provocase a guerra el alto cielo |
y de sangre tiñese el mortal suelo. |
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Esto movió a la citérea diosa |
volver en flor a su querido amante, |
y moviendo la lengua gloriosa, |
dice a las diosas que tenía delante: |
«Oh ilustre compañía religiosa |
y la demás terrestre circunstante: |
yo os ruego que tengáis en la memoria |
este día en que tuvo fin mí gloria. |
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Y desde hoy más, en religioso oficio |
mi Adonis honraréis en este prado |
con eterno y solene sacrificio |
que sea en el mes de Julio celebrado; |
esto, en el nombre suyo y mi servicio |
aqueste aniversario sea guardado, |
donde todos lloréis la triste muerte |
de bello joven de tan alta suerte. |
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Y rodeando el túmulo funesto, |
funestos versos andaréis cantando, |
y el alma ilustre honraréis con esto |
que en los Elíseos vive reposando. |
Y tú, mi Adonis, que en mi alma puesto |
quedas, quédate en paz ya descansando; |
vale, mi Adonis; vale, mi consuelo; |
vale, mi Adonis, gloria deste suelo.» |
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Esto diciendo, el carro se levanta |
tirado de los cisnes sonorosos, |
y con presteza tanto se adelanta |
que precede los vientos presurosos. |
Las diosas quedan en angustia tanta, |
que vuelven a sus llantos dolorosos |
y las ninfas renuevan sus querellas, |
y el cielo hieren con las voces dellas. |
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Ida Venus, las ninfas y las diosas |
convocan a los faunos y pastores |
que esparzan por el suelo frescas rosas, |
do murieron de Venus los amores; |
y dejando las lágrimas piadosas |
suban la tierra en alto con sus flores, |
haciendo un alto túmulo, y se escriba |
este epitafio en una piedra viva: |
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