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Llave del Nuevo Mundo

José Martín Félix de Arrate




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Dedicatoria

Ilustre Señor Cabildo, Justicia y regimiento de la muy noble y muy leal ciudad de San Cristóbal de la Habana.

     En un rudo embrión o mal formado bosquejo ofrezco a la grandeza de V. S. una breve descripción de esta nobilísima ciudad, incultamente adornada de las pocas noticias que he podido adquirir de su primitivo establecimiento, y de las honrosas causas y circunstancias que contribuyeron desde sus principios para que, aventajando en sus progresos a las demás de la isla, llegase a ser hoy tan célebre entre las más famosas de este nuevo mundo.

     Creo que en las groserías de mi pluma y en el desaliño de mi estilo perderá la mayor parte de su esplendor en el asunto; pero el sentimiento de verlo tan olvidado de aquellos ingenios de quienes era tan propia esta empresa y tan digna esta memoria ha inspirado alientos a la cortedad de mi espíritu para formar esta pequeña obra, la que me dejará con la noble vanidad de haberla intentado aunque no conseguido a proporción de su mérito, ni de mi deseo.

     El único objeto que se le ha propuesto a mi gratitud para este empeño, en que me ha servido de estímulo así el culpable silencio de los patricios como la plausible curiosidad de los extraños (a quienes ha debido en sus escritos tan ilustres recuerdos), ha sido solamente aquella generosa emulación de que no le falte a mi patria lo que gozan otras ciudades de menor bulto y nombre.

     Conozco que V. S., con su nobleza, lealtad y circunspección, la representa mucho mejor que yo puedo bosquejarla; pero no sé si entre sus lucimientos se dejará examinar más bien que entre mis borrones, ya porque lo que es permitido vean todos en los originales se comunica fácilmente en las copias, o ya porque hay ojos tan achacosos, que ofuscándose con las claridades, suelen percibir más entre las sombras.

     La que yo solicito y me prometo en el amparo de V. S. no puede dejarme de ser tan benigna como segura; pues siendo la obra y el autor cosas tan de V. S. se halla precisado igualmente a protegerles. Perdonándome el que cuando he procedido tan osado

en la ejecución de un proyecto superior a las fuerzas de mi habilidad, me porte tan modesto en los elogios de V. S., porque no quiero eslabonar yerro a yerro, dando que sufrir más a su prudencia, y que disimular a mi ignorancia y atrevimiento.

     Dios nuestro Señor guarde a V. S. con los aumentos y felicidades que le suplico. Habana y noviembre treinta de mil setecientos sesenta y uno.

Muy Ilustre señor.

B. L. M. de V. S.

José Martín Félix de Arrate



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Al que leyere

     La inclinación que desde mis tiernos años tuve a los libros, sirviéndome desde aquella edad su lección de mayor deleite, fue creciendo con el curso del tiempo y más perfecto uso de la razón. Porque encontrando cada día en su hermosa y dulce variedad las más cumplidas satisfacciones el gusto, y el más sazonado pasto el entendimiento, se hizo en mí insaciable el apetito de leer, y como repasando a veces las noticias históricas, eruditas y mitológicas, era preciso sacase algún jugo sustancial y provechoso; al modo que la oficiosa abeja chupando el rocío de las flores fabrica panales de suavísima miel, advirtiendo entre las máximas discretas y agudas del doctísimo padre Garau cuanto excita los ánimos generosos a que en vez de ocuparse en materias de poco peso eleven el espíritu a revolver los anales de la patria y descubrir los hechos de los que la ennoblecieron, (1) pensé desde entonces dedicarme (como con efecto me dediqué) a investigar en lo historias de Indias, así generales como particulares, el origen y fundación de esta ciudad, los nombres y circunstancias de sus primeros pobladores, y reducir esta materia a un especial tratado, exornándolo con las individualidades de su situación, aumentos que ha tenido y estado en que se hallaba.

     Con este conato repasé unas y otras, encontrando en ellas tan poca luz para lo principal, que en vez de servirme de norte y aliento para seguir la idea me llenaron de desmayo y ofuscación para abandonarla. Sin que me pudiese lisonjear la vana esperanza del recurso ordinario a los archivos, por constar plenamente de las mismas crónicas haber consumídose en el incendio que padeció esta ciudad invadida del francés año de mil quinientos treinta y ocho.

     Ni pude persuadirme a que en aquellos tiempos pudiese haber reparado la curiosidad lo que devoró la desgracia, reproduciéndose por medio de algunos instrumentos comprobativos las recientes noticias de su establecimiento y población, por considerar muy ajeno a la constitución de aquella edad tan exquisita diligencia. Porque el rumor de nuevas conquistas, y el poderoso incentivo de la adquisición de grandes riquezas, llamaba las atenciones de los pobladores más a obrar que a escribir. Concepto que verifiqué bien fundado, luego que con mi ingreso a uno de los regimientos de esta ciudad se me facilitó la ocasión de ver sus libros capitulares, en los que no hallé monumento alguno de los que necesitaba para el propuesto fin, pero ni aun otros muchos que pude esperar hubiese en los años sucesivos a la enunciada invasión. Comenzando los que existen desde el año de mil quinientos y cincuenta, catorce después de la fatalidad acaecida, falta en que tuve tanto más que sentir, cuanto hay menos razón para poderse honestar; pasando más alla; de lo temido mi dolor a vista de este descuido, que me quitó los pocos alientos con que aspiraba a plantificar la obra.

     Habiendo calmado con este último desengaño mi deseo, libre ya de la zozobra en que hace fluctuar el ansia de no conseguirse lo que se apetece, continué con serenidad mi antigua aplicación algún tiempo, hasta que al soplo de una insinuación respetable volvieron a la primera inquietud mis anhelos, figurándoseme dispensables los fundamentos que estimaba antes por tan necesarios para cimentar la premeditada construcción de la obra, resolviéndome a ejercitar lo posible, ya que lo demás no era practicable a costa del mayor desvelo y trabajo.

     Esta reflexión me hizo conformar con la necesidad de ejecutar lo que pudiese, ya que no lo que debía y deseaba; pues quien carece de arbitrios y facultades para obsequiar con mucho, hace un grato sacrificio de lo poco, que aunque no sea el más lucido, es el más costoso. Porque el rubor de ofrecer una cortedad de más mérito a la oblación. Empeñándome a esto la doctrina y erudición del conde Thesauro, que califica de breve la vida de cualquier ciudadano que muere sin rendir algún obsequio a la patria. No queriendo terminase la mía sin tributarle una leve señal del amor que le tengo, y que por tantos títulos merece. Y más cuando el ejemplo de los extraños sirve de estímulo y aun de sonrojo a los patricios, tomando aquéllos como asunto de sus plumas la materia que a éstos no les ha debido ni un solo rasgo con que pudieron haber ministrado más alas a la fama y nombre de esta ciudad.

     No pretendo comprender absolutamente en este cargo al regidor D. Ambrosio de Zayas Bazán, porque sé muy bien compuso una relación histórica del establecimiento, situación y calidades de esta ciudad, adornada de algunas noticias particulares de la Isla, y que se remitió a la Corte por disposición del brigadier D. Gregorio Guaso, siendo gobernador de esta plaza; pero como esta obra no ha salido a luz, ni quedado copia de ella entre sus papeles, creo le resulta por el descuido parte de aquella nota, y a mí el dolor de no haber logrado un ejemplar o diseño de tan buena pluma, para haber errado menos en el trasunto.

     Expresaré aquí los que han honrado a la Habana en sus escritos; pues aunque resalte a vista de su memoria el defecto de la nuestra, no es justo padezcan olvido en mi gratitud los que tanto la han exaltado y engrandecido.

     El maestro Gil González en su Teatro eclesiástico, y Juan Díaz de la Calle en su Memorial de noticias sacras y reales de Indias, recogieron y sacaron a luz varias de las circunstancias y requisitos, que así en lo formal como en lo material ilustraron y ennoblecieron esta ciudad.

     D. Pedro Cubero en el libro de sus peregrinaciones hizo en una sucinta, pero expresiva relación, curiosos apuntes de la bondad de su puerto, excelencia de sus fortalezas, aseos de sus templos y hermosura de su población.

     El Rmo. Padre Francisco de Florencia, varón de mucha doctrina y virtud, en la Crónica de su provincia de Nueva España, aun desviándose (como lo conoció y expuso) de su principal asunto, se amplificó en describir y demostrar su benigno temple, generosa índole de sus naturales, comodidades de su célebre bahía, y otras notorias ventajas y conveniencias de su importante situación.

     El maestre de campo D. Francisco Dávila Orejón, que ilustró esta ciudad no menos con su gobierno que con sus recomendaciones y aplausos, gastó muchas hojas en manifestar al orbe lo esencial que era su puerto a la conservación de los dos opulentísimos reinos de México y Perú; explayándose en las noticias de su situación, utilidades de su fortificación, y amor y obediencia de sus vecinos; de suerte que en sus elogios suenan más como requiebros de un amartelado y tierno amante, que como expresiones de un desinteresado pangirista. Como se verá en el libro que imprimió, intitulado Excelencias del arte militar.

     El marqués de Altamira, caballero angelopolitano, en un cuadro que aún corre manuscrito, formó en verso y prosa una breve y elegante descripción de nuestra Habana con las noticias que pudo recoger al tiempo de transitar por ella para los reinos de Castilla, retribuyendo su urbanidad en encomios cuanto disfrutó en cortesanía de los moradores de este país, siempre obsequiosos con los forasteros, aunque no siempre tan bien correspondidos.

     Todos estos autores y otros (aunque más de paso) han inmortalizado en sus obras el nombre y excelencias de nuestra patria; y yo me valgo de ellos para apoyar el contexto de la mía. En lo que no dudo, se reconocerán muchos deslices y aun faltas graves propias de mi ignorancia, pero muy ajenas de mi intención, que ha sido sólo desempeñar las obligaciones de mi agradecimiento, y hacerla más conocida a costa de este trabajo y estudio.

     Confieso el poco que me ha costado el título que le he puesto a este opúsculo; porque no es invención debida a mi voluntad y discurso, sino un glorioso epíteto con que ha querido la real grandeza distinguir y condecorar a la Habana, llamándola Llave del Nuevo Mundo y antemural de las Indias Occidentales, como consta de las cédulas que cita D. Francisco Dávila Orejón, y otras antecedentes y posteriores de que hago mención y confirman y corroboran ser muy peculiar de esta ciudad tan honroso nombre, y dimanado no menos que de la regia autoridad, digno por tan soberano origen de la veneración de todos sus vasallos. -Vale.



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Capítulo I

Del descubrimiento de la isla de Cuba y de su situación y excelentes calidades

     Entre las varias hermosas y fecundas islas que el grande Palinuro o famoso argonauta D. Cristóbal Colón descubrió en estas partes de occidente, el año de 1492, y le afianzaron con su hallazgo y reconocimiento el deseado logro de aquella admirable empresa, con que quitó a las más heroicas y célebres de la antigüedad la mayoría, ya que no pudo la precedencia, fue la de Cuba, a quien llamó Juana, la primera en que por las noticias de su grandeza y apariencias de más fertilidad hizo internar algunos españoles, acompañados de dos indios, para que buscando en las inmediaciones de la costa pueblos de gentes, les diesen a entender en nombre de los Reyes católicos el principal motivo de su venida a estas regiones. Pero aunque resultó de las diligencias el haber penetrado hasta un lugar de cincuenta casas y visto otras menores en que fueron bien recibidos, trayéndose consigo los enviados tres naturales por quienes se investigasen los de sus habitadores, satisfecho Colón con el informe de la cercanía de nuevas y más ricas tierras, prosiguió su derrota en demanda de la isla más vecina, a quien después tituló la Española.

     Separose de Cuba con la incertidumbre de si era o no tierra firme, permaneciendo esta duda hasta que el año de 1494, siendo ya Almirante de las Indias y volviendo a continuar sus descubrimientos, examinó ser isla, verificándose esto más claramente después que por especial orden del Rey comunicada al Comendador Nicolás de Ovando, gobernador que era entonces de la Española, la bojeó enteramente Sebastián de Ocampo el de 1508, reconociéndola por una y otra costa, y observando las buenas calidades del país, comodidades y excelencias de los muchos puertos y bahías de que gozaba por ambas partes.

     Examinó entre los mejores y más recomendables por sus circunstancias, aún no bien comprendidas en aquel tiempo, éste de la Habana, a quien nombró puerto de Carenas por haber, como es tradición, facilitado en él la de sus bajeles con el casual hallazgo de un manantial de betún, que suplió la falta de brea y alquitrán con que venía; socorro que por no esperado fue más aplaudido.

     Volvió, pues, Ocampo a Santo Domingo, y aunque con su llegada se hizo notorio todo lo que había advertido de la feracidad y requisitos de Cuba, no produjo ningún efecto en cuanto a tomar expediente para su población, hasta que el año de 1511, habiendo sucedido en la posesión del almirantazgo de las Indias D. Diego Colón a su padre D. Cristóbal, determinó pasase de la Española a Cuba el capitán Diego Velázquez, con el honroso encargo de reducirla y poblarla, contribuyendo mucho las apreciables prendas del electo para el más fácil y feliz éxito de la jornada, y lograr con la pacificación de los naturales los mejores establecimientos en la Isla; de cuya situación, grandeza y fertilidad, antes de pasar a otra cosa, es preciso hacer digna memoria, tocando algunas noticias históricas, políticas y geográficas que conducen a su mayor lustre y estimación y son muy propias de mi asunto, porque la Habana interesa como parte, y parte tan principal y mejorada cuanto se diga en honor de su todo, que es la Isla, por ser el precioso engaste de esta rica presea de la corona española, y la estimable concha de esta occidental margarita, como la llamó aquel gran apreciador de sus quilates, el discretísimo Orejón. (2)

     Está situada la isla de Cuba dentro del trópico de Cancro en la embocadura del Seno Mexicano, al norte de la equinoccial desde los veinte grados de latitud, en que se demarca el cabo de Cruz, hasta los veintitrés y quince minutos, en que cae la bahía de Matanzas; y desde los doscientos ochenta y ocho grados y tres minutos de longitud, en que está el cabo de San Antonio, hasta los trescientos uno y veinte minutos, en que queda la punta de Maisí. (3) Su terreno es fértil y el temperamento es benigno, pues siendo seco y caliente, es más templado y sano que el de Santo Domingo y otras provincias de este nuevo mundo, porque las lluvias y vientos lestes, que comúnmente reinan en ella, hacen menos intensos los calores del verano y estío, y en la estación del invierno, por la frecuencia de los nortes, goza los más días y noches regularmente frías, o cuando menos frescas. (4)

     Sobre su longitud, latitud y circunferencia varían considerablemente los autores. El cronista Herrera escribe que desde punta de Maisí, extremo oriental, hasta el cabo de S. Antón, que es el occidental, tiene de largo doscientas treinta leguas, y que su mayor latitud es de cuarenta y cinco, desde cabo de Cruz hasta el puerto de Manatí. Cómputo que sigue Moreri en su diccionario, difiriendo de Herrera en que por lo más angosto le da quince, y aquél le señala doce.

     Don Sebastián Fernández de Medrano reduce su longitud a doscientas leguas, su mayor latitud a cuarenta y su circunferencia a quinientas sesenta. (5) Pero el maestro Gil González se extiende a doscientas cincuenta de largo, cuarenta y cinco o cincuenta por lo más ancho, doce por lo más angosto, y más de seiscientas de circunferencia. (6) En cuya diversidad de cómputos no puedo establecer sólidamente el más fijo; pero juzgo más conforme y arreglada la longitud que expresa el último, aunque padeció el engaño que los demás en las doce leguas que pone por lo más estrecho. Porque son catorce las que incontrastablemente hay desde Batabanó a la Habana, que es lo más angosto.

     Son por la mayor parte sus tierras fructíferas y llanas, pues aunque hay algunas anegadizas o cenagosas en la costa del sur, y se dilatan las serranías desde la punta de Maisí para Cuba como treinta leguas, no faltando otras (aunque no tan altas) en medio de la Isla y en la banda del norte, las que corren hasta el cabo de San Antón, esto es lo menos y aún son útiles para la crianza de ganado.

     Los ríos que hacen cómoda y fertilizan esta Isla son ciento cuarenta y ocho. (7) Los veinticinco derraman desde la Habana al Cabo de San Antón por la costa del norte; y desde éste al Batabanó, por la del sur, desembocan catorce.

     Desde este surgidero hasta Jagua se numeran siete, que tributan sus aguas a una ciénaga de sesenta leguas de largo, derramando a la expresada bahía tres navegables, que han recibido antes el caudal de diez; uno de ellos el de Santa Lucía, con buen salto para el moler, aserrar y llevar agua a la fortaleza que defiende aquel puerto. De Jagua a Trinidad hay catorce ríos, uno de ellos el de Arimao, con riberas y surgideros como el mar.

     De Trinidad a Cuba por los territorios de Santo Espíritu, Puerto del Príncipe y Bayamo derraman veintiocho ríos, algunos navegables y de los mayores de la Isla. De Cuba a Punta de Maisí hay veintiuno, y fenecida la costa del sur, volviendo por la parte del norte, se cuentan hasta Baracoa tres, y desde ésta a Holguín veinte. De Holguín a la Guanaja, surgidero del Puerto del Príncipe, tres; y desde ésta al Cayo, cuatro; y del Cayo a Matanzas otros tantos. Contándose desde este puerto al de la Habana ocho. En todos los cuales hay mucha pesca de lisas, sábalos y manjuaríes, que suben del mar, y de otros diversos regalados peces de agua dulce, como son guabinas, biajacas, y gran copia de camarones.

     Sus montañas son abundantes de frutas silvestres y ricas, de preciosas maderas, cedros, caobas, robles, granadillos, guayacanes y dagames, y otras de grande corpulencia y estimación, no sólo muy a propósito para la construcción de bajeles, como se ha experimentado en las fábricas establecidas por el Rey en esta ciudad, sí también muy especiales para otros usos que las han hecho apetecibles en España y en otros países de Europa, prefiriéndolas a las de aquellos reinos, y solicitándolas para las obras más excelentes y maravillosas que la magnificencia de nuestros monarcas ha proyectado y emprendido, como se evidencia de una real cédula de 8 de junio de 1578, en que se encargó al gobernador de esta plaza remitiese palos de diversas menas de las más particulares para el suntuoso edificio del Escorial. (8) Después en estos tiempos se han perdido once mil tablones de caoba para el palacio nuevo que S. M. labra en Madrid, de que se ha conducido ya gran porción; pero resta todavía parte de ella y de otras diferentes encargadas para distinto fin de su real agrado y buen gusto.

     De las frutas de Europa o a su similitud, como se dice, únicamente llevan estos territorios uvas, higos negros y blancos, granadas, melones y sandías; pero de las regionales produce muchas exquisitas de excelente sabor. (9) Las piñas, anones, zapotes, mameyes colorados y amarillos, plátanos, papayas, cocos, y otras de que hace mención el cronista Oviedo, engrandeciendo algunas sobre las más regaladas de otras partes, especialmente la piña, que sobrándole para reina (título con que se ha levantado según escribe un autor) de todas ellas la corona que tiene, solamente le hafaltado para emperatriz de las Indias el que nuestro Máximo, Carlos V no la hubiese querido comer. Pues habiéndole presentado una, como refiere el padre Acosta, se contentó con aplaudir su buen olor, y no probar su delicado gusto o diversos sabores, en que parece remeda al maná, como dice el traductor del citado Espectáculo de la naturaleza. (10) Negativa que parecería sin duda desprecio de aquella fruta, y yo juzgo prudentísima circunspección de aquel soberano monarca por no cebar el apetito en una golosina que no podía satisfacerle o saciarle siempre que desease gustarla.

     Hay en los campos hermosa variedad de árboles floridos, yerbas y plantas odoríferas, entre las que es muy particular el navaco por su admirable fragancia. Hállanse en ellos muchas aves de canto como son ruiseñores, sinzontes, mariposas, chambergos, azulejos, mallos y negritos, de cuyas diversas especies pidió el Rey al gobernador de esta ciudad se le enviasen en flotas y galeones. (11) Y para la caza, hay palomas torcaces, becacinas, codornices, perdices y diferentes generos de patos de que se pueblan ríos y lagunas, no faltando pájaros de vistosa y varia plumería, como son los flamencos, guacamayas, cotorras y periquitos, que estos últimos son de distintas especies de papagayos que enseñados a hablar son de mucho aprecio.

     Sus tierras de labor, a más del tabaco y cañas dulces, que son las cosechas más largas y de mayor utilidad, producen con abundancia yucas, batata, gengibre, maíz, arroz y algún cacao y café; y después que las cultivan los españoles dan casi todas las verduras y legumbres de Castilla y algunas más excelentes. Sólo del trigo, aunque se siembra y coge en diversos terrenos, son escasas las cosechas, porque aunque rinde bien, le cae la pensión de la aljorra, que a veces desanima a los labradores para no extenderlas. Por lo que me causa extrañeza que un autor tan verídico como el Padre Acosta afirme que en estas islas de barlovento no se cogía el referido, ni el maíz, cuando por lo que toca al primero, así antigua como modernamente se ha visto y toca lo contrario, llevando mucha y buena porción; (12) y por lo que mira al segundo, se disfrutan anualmente dos copiosas cosechas, una que llaman de agua y otra de frío, con admiración del orbe, como lo celebra el grande Solórzano por crédito de la fertilidad de estas regiones. (13)

     Ni son menos aptas sus montañas, bosques y sabanas para las crianzas de ganado mayor y menor, especialmente del último, siendo los puercos de esta isla muy ventajosos a los de otras partes. Así lo sintió D. Francisco González del Álamo, médico natural de esta ciudad, en la respuesta que dio a la consulta de su Ayuntamiento en 1706, la cual corre impresa, y en ella prueba con razones y autoridades que, por ser su nutrimento y común pasto la palmiche, que da la palma real, naranjas, guayabas agrias y jovos, es su carne más sana y sabrosa que la de aquellos que se sustentan con maíz y bellota, cuya fruta no falta en algunos criaderos de la Isla y distrito de esta ciudad. (14)

     Antes de poblar en aquélla los españoles no había más animales cuadrúpedos que las hutías y cierta casta o raza de perros mudos, la cual parece que se ha extinguido, porque de cuantas conocemos ahora ninguna carece de articulación para latir, si no es que de los introducidos de varias partes han tomado o aprendido a ladrar, como se experimentó en los de las Islas de Juan Fernández, según afirma D. Antonio de Ulloa en su relación histórica. Suplíase la falta de carnes con la de las tortugas, que era la frecuente pesca y sustento ordinario de los isleños de ella. (15)

     En la riqueza de minerales de metal, aunque no fue tan opulenta como la Española, es cierto que a los principios de su población se sacó mucho oro en distintos parajes de ella, singularmente en los términos de Jagua y cercanías en quese fundó la villa, ya hoy ciudad, de la Santísima Trinidad: (16) a lo que parece aludió la noticia que dieron a Colón los indios, diciendo que en Cubanacán (que es lo mismo en su idioma, que en mitad de la Isla) se daba mucho oro. Y a la verdad hubo año que rindió al Rey seis mil pesos de quinto; pero como se aniquilaron los naturales y se entregaron los pobladores a otras ocupaciones y granjerías, en que se particularizaron los de esta Isla, faltó quien se ejercitase en este servicio. (17)

     Y aunque Gómara, Moreri y Medrano escriben que el oro que se cogía en esta Isla era de poca ley, Herrera afirma lo contrario expresando excedía en dulzura y quilates al de Cibao de la Isla de Santo Domingo, lo que confirma aun hoy la experiencia; pues en los de Holguín y del Escambray (18) se saca en granos muy acendrado, por las personas que hoy se aplican a este trabajo, lo que hace creer subsisten minas de este metal en aquellas inmediaciones, de donde arrastra el ímpetu de las lluvias los muchos granos que en ambos nos se cogen.

     Por lo que mira a cobre, no sólo hay los célebres minerales del pueblo de Santiago del Prado, (19) cercano a la ciudad de Cuba, que a más del que dieron para las fundiciones de artillería que antiguamente se hicieron en aquélla y en ésta, se embarcaban y conducían dos mil quintales todos los años para Castilla, como parece de una real cédula fecha en Madrid a siete de marzo del de 1630; pero los hay también en el distrito de la Habana, de que se han remitido a España muchas porciones por cuenta de la Real Hacienda en tiempo que tuvo esta comisión y encargo el contador D. Juan Francisco de Zequeira.

     Poco tiempo ha que se encontró en términos de la jurisdicción de esta ciudad una mina de fíerro, que labrado para remitir muestra a la corte, se ha reconocido por inteligentes ser de tan buena calidad como el de Vizcaya, y de gran ahorro al real erario si se beneficiase para el preciso consumo de los bajeles que se construyen en este arsenal.

     Entre los vegetables de la Isla hay muchedumbre de plantas medicinales, y aunque de las virtudes de algunas, como son el tabaco y la cebadilla, trató cierto médico sevillano en un opúsculo que dio a luz, y el venerable Gregorio López en la obra que escribió, ambos dijeron poco, por ser tantas las que hay y se reconocen y experimentan cada día, que pudiera la curiosidad de los herbolarios y químicos enriquecer la farmacéutica con las noticias de sus salutíferas propiedades. (20) Pero dejando el hablar de todas o las más específicas para la curación de algunas dolencias a los profesores y facultativos, pasaré a lo que juzgo no ser muy impropio ni separado de mi asunto, antes sí muy concerniente a él, dando alguna luz y noticia de los célebres baños de agua caliente de que goza la Isla y esta ciudad en su distrito, siendo bien repetidas y famosas las curaciones de los tocados del humor gálico o mal francés, experimentándose su eficacia con sólo bañarse en ellos y beber su agua, observando en la comida razonable dieta, con lo que se ve todos los días en los aquejados de este achaque perfecta sanidad, recobrando muchos tullidos y baldados el uso y expedición de los miembros y partes impedidas aun al cabo de muchos años y después de diversas curaciones, de que hay innumerables ejemplares, por lo que son continuadas sus aguas anualmente de muchas gentes en el tiempo de seca, que es el más proficuo para tomar estos baños.

     De ellos tenemos unos a cuarenta leguas de esta ciudad a la parte de sotavento, que son los del río de S. Diego; a cuya orilla brota un ojo de agua que es el más cálido y sulfúreo, y dentro del mismo río brotan otros varios que son los más templados. Los otros están a la banda de barlovento, algo próximos a la costa del sur, distantes como dieciséis leguas de la Habana, en el paraje que llaman el Cuabal, y ambos son frecuentados, sin embargo de lo prolijo de los tránsitos, por el beneficio e interés de la salud, tan justamente preferida a otra cualquiera comodidad, porque ninguna se goza con gusto faltando aquélla.



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Capítulo II

Prosigue la materia antecedente con algunas noticias de otras particularidades de la Isla

     Sobre las apreciables excelencias de esta isla de Cuba, que dejo diseñadas en el capítulo antecedente, y que la hacen tan digna de ser reputada por una de las Hespérides en que fingió la antigüedad aquellos huertos y árboles que producían manzanas de oro, añadiré otras no menos considerables, sin tocarlas con aquella individuación que merecen, por no extenderme más de lo que juzgo conveniente al método de esta obra y fuerzas de mi pluma; siendo la primera tratar de la multitud y bondad de sus puertos, en que no sólo excede esta Isla a otras de barlovento, pero a todas las del orbe. (21) Pues sin contar algunas ensenadas y surgideros cómodos de menos nombre, y que en otras partes se estimarían por puertos, tiene innumerables en una y otra costa, las insignes bahías de Cuba, Guantánamo, Nipe, Jagua, Bahíahonda, Cabañas, Mariel, la Habana, Sagua y las Nuevitas; de las cuales las más no tienen semejanza en ambos mundos, y de cada una se pudieran escribir muchas particularidades, expresando su extensión, seguridad y fondo. Pero lo omito por excusar prolijidad, y no por el recelo de que puedan excitar curiosidades extranjeras, como lo explicó cierto grave autor, para no hacerlo, porque si en aquella edad fue prudente la precaución, ya en nuestros tiempos parece ociosa y aún ridícula, pues son más notorias sus circunstancias a los extraños o enemigos que a los naturales, como se evidencia en sus mapas, diseños y cuarterones. (22)

     A consecuencia de la copia admirable de puertos que goza la Isla, daré con brevedad alguna noticia de las buenas y abundantes salinas que también tiene, de cuyo beneficio, como escribe D. Francisco Orejón, le ha tocado bastante parte, proveyéndola la naturaleza sin auxilios del arte de un género tan preciso y precioso para la vida humana, y con tanta prodigalidad que, sin motivar falta al abastecimiento necesario de sus poblaciones, puede comunicarlo a otras del continente americano: como lo hace en ocasiones al reino de la Nueva España, en donde es más apreciable nuestra sal que la de las provincias de Campeche o Yucatán, por ser más blanca, más pura y de mejor grano.

     Las salinas más principales de la Isla son las de Guantánamo, en la costa del sur, y la de la Punta de Hicacos en la del norte, que distará veinticuatro leguas de esta ciudad a barlovento, correspondiendo en ellas la abundancia y la calidad del grano, no siendo inferior la que se coge en el cayo llamado de Sal; pero éste, aunque muy cercano a nuestra costa, está separado del continente de la Isla, en que se diferencia de las expresadas.

     No debo omitir entre las demás circunstancias de ella que ya he referido, y he de continuar en este capítulo, hacer alguna memoria de la naturaleza y costumbres de los indios en ella, sobre que hablan con uniformidad nuestros cronistas, asentando, sin discrepancia sustancial, eran de humor pacífico, dóciles y vergonzosos, muy reverentes con los superiores, de grande habilidad y aptitud para las instrucciones de la fe, bien dispuestos y personados, y de graciosa forma y hermosura, y que en la labor y construcción de sus casas y poblaciones gastaban curiosidad y policía.

     El Padre Torquemada los favorece tanto, que habiendo celebrado su policía civil y otras generosas propiedades, no dudo decir parecía en su trato y sinceridad gente de la primera edad del mundo, o estado de la inocencia. (23) Bien al contrario de lo que se ha escrito de otras bárbaras o gentílicas de estas mismas partes, y de las de África; y lo que es más, de algunas gentes de Asia, que es tenida por la mejor cultura y política, pues en ellas apenas se conocían rastros de humanidad, ni de virtud moral. Tenían el engaño y la simulación por crédito de ingenio, como sucede entre los japoneses, los actos políticos de torpeza por obras laudables de la misericordia, como se lee de los chinos, el hurto o rapiña que se hace a los advenedizos por una lícita granjería permitida a los naturales, como se refiere de ciertas islas asiáticas; y sobre todo los sacrificios horribles de sangre humana por estatuto o rito sagrado de la religión: errores en que no fueron comprendidos los naturales de esta isla, quienes dotados de la bella índole que se ha expresado, y de las demás prendas que se han dicho, acreditan sin duda la bondad del clima.      No puedo negar que deshicieron las expuestas calidades por pusilánimes, o demasiadamente inclinados al ocio y descanso, buscando por remedio contra la indispensable necesidad del trabajo la última desesperación de ahorcarse, pues afirma el Inca se hallaban diariamente las casas despobladas de vivientes y llenas de cadáveres, de que hasta ahora se conservan osarios en algunas espeluncas o cuevas del contorno, a donde debían también de retirarse a quitar por sus mismas manos las vidas. (24) Pero al fin como hombres apasionados o frenéticos, viéndose compelidos a trabajar más de lo que permitía su flaqueza o habían tenido por costumbre, los hizo su ceguedad dar en semejante despecho, el que aniquiló, como diré en otra parte, la muchedumbre de habitadores que poblaban la isla, y de que apenas quedaron algunas pocas reliquias en Guanabacoa y el Caney.

     Réstame todavía que entre tantas estimables circunstancias, como en lo natural ennoblecen esta isla de Cuba, se haga recuerdo de otras, que en lo político y cristiano también la ilustran y autorizan, y hacen manifiesta su dignidad y excelencia sobre las otras; no siendo la menor de sus prerrogativas el haber sido origen de muchos descubrimientos y gloriosas conquistas. Porque como publican todas nuestras historias, fue Cuba el taller donde se forjaron los grandes armamentos para el reino de Nueva España, provincias de Yucatán y la Florida, debiendo no sólo a la celosa actividad y magnánimo corazón de su gobernador y adelantado Diego Velázquez, sino también al valor y marciales espíritus de sus principales pobladores, el que con dispendio de sus caudales y abandono de sus establecimientos en ella solicitasen dilatar la fe de Cristo y dominio español en este vastísimo imperio, lo que convencen bien los enunciados cronistas, y son padrón eterno de esta gloria de Cuba. (25) A que atendiendo S.M. en el acaecimiento del gran incendio que consumió muy a principios la ciudad de Santiago, ordenó se le diese de su real erario cierta suma para los reparos, haciendo en el despacho expedido para esta gracia relación del justificado mérito que tengo referido.

     No es posible tampoco pasar en silencio la diversidad de renombres con que se ha distinguido esta isla, desde su feliz descubrimiento, pues se le debe dar, entre sus otros honores, mucho lugar al que le resulta de aquéllos. (26) Llamola primero, como hemos tocado, Juana D. Cristóbal Colón, en memoria del príncipe de Castilla primogénito de los Reyes católicos. Después, queriendo honrarla más el mismo católico D. Fernando, mandó que se titulase Fernandina, por alusión a su real nombre, y siendo éste que le dispensó la regia dignación, tan soberano y augusto, quiso el cielo fuese también conocida por la Isla de Santiago y del Ave María, gozando la primera nomenclatura por su patrón, el que lo es de toda la monarquía española; y la segunda que le adquirió la entrañada devoción de los indios naturales, aun entre las oscuridades de sus errores gentílicos, a la Santísima Virgen nuestra señora, y milagrosas asistencias con que los favorecía esta piadosísima Madre en varias ocasiones, como refieren más individualmente algunos escritores. (27)

     Por esta causa o razón, aunque no dudo influiria también la del título de su iglesia católica, discurro que habiéndose determinado señalar blasón de armas a esta Isla para que lo usase en sus pendones y sellos, se dispuso el año de 1516 darle un escudo partido por medio, en cuyo superior cuartel estuviese la Asunción de Nuestra Señora con manto azul purpurado y oro, puesta sobre una luna, con cuatro ángeles en campo de color de cielo con nubes, y en el inferior la imagen de Santiago en campo verde, con lejos de peñas y árboles, y encima una F, y una I a la mano derecha, y una C a la izquierda que son las letras iniciales de los nombres de Fernando, Isabel y Carlos, y a los dos lados un yugo y unas flechas y bajo de estas figuras colgando del pie del escudo un cordero, manifestándose que el principal timbre con que se honra y distingue Cuba es María Santísima señora nuestra.

     El cordial afecto y religiosa veneración a esta gran Reina, tan general en casi todos los originarios de esta Isla, la creerán propaganda de aquellos sus primitivos naturales, los que más piadosamente que el maestro Puente quisieron hacernos herederos de sus virtudes, como él se persuadió que lo seríamos de los vicios que con tanta generalidad apropió a los habitantes de estas partes. (28) Pero no siendo un atributo tan sobrenatural como el expresado, ni influjo de los astros, ni constelación del clima, sino especial gracia y don de Dios, de quien desciende todo lo bueno y lo perfecto, es sinduda que sólo a Su Majestad debemos reconocer por origen y autor de esta felicidad; siendo blasón característico, que ha dado el cielo a los de esta Isla, la tierna devoción con María Santísima, pues apenas hay corazón en ella que no le sirva de templo, ni templo en que no le hayan erigido multiplicados altares los corazones de los vecinos y naturales de este país todo mariano.



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Capítulo III

Del apresto de Diego Velázquez para pasar a Cuba, su arribo a ella, principios de su población y primitivo establecimiento de la villa de la Habana

     Nombrado ya, como dejo dicho en el capítulo primero, el capitán Diego Velázquez para que pasase a poblar a Cuba, se divulgó por toda la Española el armamento que disponía para esta empresa; (29) y como era persona rica y acreditada de gran prudencia y afabilidad en los manejos y comisiones que había obtenido, y por eso generalmente aceptable a los castellanos, le siguieron hasta trescientos de ellos; y en cuatro embarcaciones que estaban preparadas para el transporte en Salvatierra de la Sabana, situada en el cabo de la isla de Santo Domingo, pasaron con felicidad a la de Cuba, desembarcando en el puerto de Palmas, cercano a la punta de Maisí. (30)

     Desde este paraje, venciendo muchas dificultades que ocasionaba la espesura de los montes, que por aquella parte son, aun hoy, fragosos o intraficables, y alguna leve resistencia de los habitadores de aquella provincia, que eran los más indios fugitivos y malcontentos de la Española, a quienes esforzaba la ojeriza del cacique Hatuey, adverso a la dominación de los castellanos, comenzó Velázquez a intentar su población, año de 1512, fundando en la ribera de un puerto de la costa del norte la villa de la Asunción de Baracoa, que fue la primera de la Isla, y estimada algún tiempo cabeza suya.

     Establecido ya en la nueva villa dicho capitán y poblador, determinó enviar con suficiente acompañamiento a Pánfilo de Narváez, y al licenciado Bartolomé de las Casas, que fue después el decantado Obispo de Chiapa, a reconocer y pacificar los lugares y gentes de la Isla; siendo el efecto algo contrario a los fines de su intención y de la jornada, porque el ardor natural e imprudencia del primero dio varios motivos de desazón e inquietud a los isleños. (31) Pero serenados los ánimos de éstos, parte por la docilidad y mansedumbre de sus genios y parte por la bondad del padre Casas, pasaron desde las provincias del Bayamo y Camagüey, que es donde se asentaron después las villas de San Salvador y Sta. María del Puerto del Príncipe, hasta lo más occidental de la Isla, en que estaba situada la provincia de la Habana.

     Detuviéronse en ésta algún tiempo con el designio de recobrar ciertos españoles que habían librado de un naufragio y residían en ella, los cuales les mandó entregar el Cacique; pero luego que tuvieron aviso de que Diego Velázquez venía a encontrarse con ellos en el puerto de Jagua, partieron para allí los citados Narváez y Casas con la demás gente que habían traído, y se juntaron con Velázquez en el prevenido lugar. Tomáronse en él las providencias de fundar la villa de la Trinidad, en la costa del Sur, y la de Sancti-Spíritu en lo interior de la Isla, a distancia de veinte leguas de aquélla, habiéndose plantificado en este mismo año, que fue el de 1514, las otras tres villas de Santiago de Cuba, San Salvador del Bayamo y Santa María del Puerto del Príncipe, y al año siguiente la de San Cristóbal de la Habana.

     La escasa y confusa noticia que los historiadores de las Indias han dejado en sus obras cerca de las referidas poblaciones, y particularmente de la última que es la de mi intento, se ha hecho más sensible, y aun irreparable, por no tener recurso a los archivos y monumentos antiguos de esta Isla, que se han perdido por varios accidentes, experimentándose la misma desgracia en los de esta ciudad; porque habiéndola sorprendido un corsario francés el año de 1538, a los veintitrés de su fundación, perecieron, como he referido en el prólogo, en el incendio que padeció entonces, y ha sido el único que hasta ahora le ha ocasionado la envidia de los enemigos. Por cuya razón no tocaré este punto con la claridad y certeza que es necesaria, sino con la que ministran algunas inferencias de las citadas historias y tradición de los antiguos.

     Dio principio Diego Velázquez, con la asistencia de los ya nombrados Narváez y Casas, a la fundación y establecimiento de la Habana el referido año de 1515, llamándole villa de San Cristóbal por haberla comenzado a poblar su propio día, que es el veinticinco de julio, aunque acá se celebra, por especial indulto de la Silla Apostólica, a dieciséis de noviembre, porque no se embarace la festividad con la de Santiago patrón de España y de la Isla. (32) Pero a más del expresado motivo puede discurrirse concurriría también el de obsequiar con la memoria y título de este santo mártir al Almirante de las Indias, por haber tenido su glorioso padre este mismo nombre.

     El de Habana, que obtiene y escribe cierta pluma ser voz fenicia, derivada de los hebreos, o de la ciudad de Aba, de donde afirma no está lejos el río Abana de Damasco, (33) que refiere la Sagrada Escritura, lo tomó o se lo dieron en mi sentir por la provincia en cuyos términos fue asentada la nueva villa así como las demás primitivas poblaciones de esta Isla, pues a excepción de la Trinidad y Sancti-Spíritu, que conservan únicamente las denominaciones sagradas que les dio el poblador, todas mantienen el nombre de las provincias en que fueron establecidas, y aun la villa del Puerto del Príncipe es conocida y llamada hasta ahora, aunque no generalmente, Camagüey, título que tenía entre los naturales aquel territorio o provincia en que fue situada, como se percibe del cronista Herrera, infiriéndose también del mismo lo que he dicho del renombre de Habana, pues antes de tratar de la fundación de la villa de San Cristóbal, hace muchas veces mención de la provincia titulada la Habana en que fue asentada después. Lo que desvanece enteramente la conjetura de un moderno, que pensó que este nombre se le pudo haber impuesto por el lugar de Habanilla, encomienda en España del orden de Calatrava, por relación que uno de los principales pobladores de esta villa tenía con los señores del citado lugar, como se tocará en otro de esta obra.

     El primer sitio o paraje que eligió y tomó para poblar la Habana no se sabe con certeza, porque aunque algunos ancianos afirman que su primitivo asiento fue junto a la boca del río de la Chorrera, nombrado de los indios Casiguaguas, distante como una legua de donde ahora está situada esta ciudad, (34) esto se opone a lo que dicen y aseguran muy graves cronistas de estos reinos, cuyos escritos hacen constante que de la banda o costa del Sur, en donde estuvo fundada, se trasladó a la del Norte a la orilla del puerto de Carenas, en que hoy existe, y como la expresada boca de la Chorrera se halla y está en un mismo paralelo y costa que el prevenido puerto, se convence no haber sido allí su primera fundación. (35)

     Ni hace fuerza en contrario la circunstancia en que se particulariza Gómara entre los demás historiadores de Indias, pues aunque tratando del primer asiento que tuvo la villa, la expresa situada a la boca del río Onicajinal, no puede inferirse sea éste el de la Chorrera, porque teniendo la boca al Norte, como se ha dicho, se implicaría notoriamente en afirmar que estuvo fundada en la parte del Sur. (36) A que se añade que así como se conserva la memoria del apelativo de Casiguaguas, que le daban los naturales, era muy regular el que permaneciese también el título de Onicajinal que le da Gómara, el que hoy no se encuentra, ni aun por consonancia, en ninguno de los que tenemos noticia derraman en una y otra costa, ni se ve ni registra en algunos más antiguos de la Isla, y sólo puedo asentir a que si su primero establecimiento estaba, como se dice y yo supongo, en la costa del Sur, es muy posible fuese el que ahora llaman de la Bija, que desemboca en ella en paraje más oriental que el Batabanó, y en donde estoy informado se divisan algunas señales de que hubo antiguamente embarcadero.

     A más del fundamento propuesto arriba que ministra la historia para no convenir en que esta villa estuviese poblada en las proximidades de la boca de la Chorrera, que cae al Norte, sino en otro paraje de la banda del Sur, lo persuade también otra razón apoyada en la autoridad del cronista Herrera, quien escribe que como hasta entonces los más descubrimientos que se hacían y empresas que se intentaban eran hacía el Sur en la Tierra Firme, se discurría por Velázquez ser conveniente para el comercio asentar sus poblaciones en aquella banda de mediodía, y para que mejor pudiese comunicarse con las demás de la Isla, pues exceptuada la de Baracoa, todas tenían sus puertos o surgideros al mismo Sur. (37)

     En esta duda o contrariedad, que resulta de lo que afianza la historia y persuade la tradición, conformándome más con la autoridad y razones que favorecen aquélla que con la sencilla noticia que comunica ésta, he llegado a creer como indubitable que nuestra villa de San Cristóbal estuvo al principio plantificada en las cercanías de Batabanó, en otro surgidero inmediato de aquella costa o banda meridional: asunto sobre que expondré en el capítulo siguiente algunos fundamentos que corroboren el argumento, dejando al juicio de los más prudentes lectores la decisión de este problema, en que por encontrar o descubrir lo más cierto, propongo lo que me parece más verosímil. No siéndolo para mí en ningún modo el que si hubiese sido situada esta villa en la Chorrera, como se dice, estando este paraje tan próximo a la parte donde ahora está, se dejasen de ver en aquel terreno algunos vestigios de la población antigua o a lo menos se conservase la memoria, llamando a aquel paraje Pueblo Viejo, como sucede con otros lugares que se han mudado en diversos países. Ni considero posible que, estando tan poco distantes ambos sitios, se escogiese aquél que solamente tiene una corta ensenada abierta, y no éste que gozaba de una bahía tan hermosa y resguardada, aunque sufragase por el primero el estar muy contiguo al río, pues esta conveniencia en que excedía al segundo no era comparable con la del puerto que tenía éste, siendo muy fácil de conseguirse, como después se consiguió, el conducir de un sitio a otro las aguas para la provisión de la nueva villa.



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Capítulo IV

En que se proponen otras razones que persuaden haber sido poblada en la costa del Sur la villa de la Habana, y sido sus primeros vecinos los que se expresan

     Entre las razones de congruencia que reservé tocar en este capítulo, a fin de establecer mejor contra una vulgar tradición la autoridad de una noticia histórica que nos persuade a creer que esta villa estuvo antes fundada en las cercanías del Batabanó o en otro surgidero inmediato, expondré primeramente la de haber venido Diego Velázquez, como refiere Herrera, desde Baracoa al puerto de Jagua por la costa del Sur y ser regular que por esta misma banda pasara desde Jagua a fundar la Habana, y que llegando al Batabanó u otro surgidero que tendría esta provincia por aquella parte, lo escogiese para plantar la nueva villa, concepto en que me hace afianzar un pasaje de la Historia de Nueva España escrita por D. Antonio Solís, que a mi juicio y el de otros sujetos más reflexivos ha parecido muy bien fundado.

     Refiriendo este elegante historiador el viaje de Cortés y su armada desde la Trinidad a la Habana, dice: «Partió con la armada al puerto de la Habana, último paraje de aquella Isla, por donde empieza lo más occidental de ella a dejarse ver del Septentrión». (38) De cuyas cláusulas, omitiendo otras semejantes del mismo autor y de Herrera, se deducen a mi ver dos cosas con bastante claridad. La una que esta villa estuvo antes fundada en aquella costa del Sur, pues si estuviera en ésta del Norte, en que está la boca del río de la Chorrera, que tiene a la frente el Septentrión, no expresara que desde la Habana comenzaba a dejarse ver de éste lo más occidental de la Isla. Y la otra que siendo aquella parte cercana al Batabanó, según demuestra la delineación de la Isla, el paraje por donde parece comienza a inclinarse algo hacia el Norte apartándose un poco del Sur lo más occidental de ella, es consiguiente que en aquel surgidero o en otro inmediato estuviese plantada entonces la antigua o primera villa.

     Pero contra todo lo expuesto puede decirse o replicarse, con lo que se infiere del contexto de otras palabras que en su historia de Nueva España trae Bernal Díaz del Castillo, ser muy probable lo contrario. (39) Son así a la letra: «Fuimos a un puerto, que se dice en lengua de Cuba Jaruco, y es en la banda del Norte, y estaba ocho leguas de una villa que entonces tenían poblada, que se decía de San Christóval, que desde dos años la pasaron a donde agora está.» Las cuales esfuerzan o corroboran más otras del mismo escritor al capítulo siguiente, en donde refiere que: «En ocho días del mes de febrero del año de 1517 salimos de la Habana, y nos hicimos a la vela en el puerto de Jaruco.» Y de unas y otras cláusulas se deduce que, estando esta villa solamente ocho leguas del mencionado puerto, no era su situación en la costa del Sur, cuando es inconcuso que la menor latitud que tiene la Isla de costa a costa es de catorce leguas, y esto de Batabanó a la Habana, que es lo más angosto, pero no de Jaruco a Batabanó, que median sin duda más. De donde se hace más creíble estuviese fundada en la Chorrera, que dista de Jaruco nueve o diez leguas, en que es menos notable la diferencia del número que se asigna.

     No puedo negar que esta réplica a la primera vista hace fuerza, y parece destruye los fundamentos de mi sistema, y más siendo producida por un autor que con sus propios ojos, y no guiado de ajenos informes, como Herrera y Solís, escribe y da noticia de lo que vio y pudo ver en tres o cuatro ocasiones que consta por su historia haber estado en la Habana. Pero todo esto se desvanece y allana fácilmente si se reflexiona, lo primero, que en aquella edad es muy regular no estuviesen puntualmente medidas las distancias que había de lugar a lugar, y así aunque se reputasen por ocho leguas las que mediaban desde Jaruco a la Habana antigua, podían ser y con efecto serían más en la realidad, porque ni aun hoy hay en esto la mayor exactitud, viniendo a este propósito lo que sintió un grave y moderno autor sobre la diferencia de leguas que se dan en España, diciendo que estas distribuciones de distancias no se hicieron siempre con el cordel en la mano sino por juicio, o como dicen a ojo. (40) Y lo segundo, que expresando ser la situación del puerto de Jaruco al Norte, nada dice sobre que la Habana estuviese poblada en la misma costa, siendo tan fácil y consiguiente esta expresión; arguyéndose muy bien de este silencio y de otras cláusulas, que trasladaré del capítulo 23 de la misma obra, que la expresada villa estaba fundada en la contraria.

     Dice pues en el lugar citado, hablando sobre la demora que tuvo Hernán Cortés en su navegación desde el puerto de la Trinidad al de la Habana, lo siguiente: «Teníamos sospecha no se hubiese perdido en los Jardines que es cerca de las islas de Pinos, donde hay muchos baxos, que son diez o doce leguas de la Habana.» (41) Luego, siendo indisputable que los referidos bajos nominados los Jardines están en la costa del Sur, y que distaban según sus cláusulas diez o doce leguas de la primitiva villa, se hace evidente que estaba situada en aquella banda, y no en la del Norte.

     Pruébase esto con más claridad, lo primero, porque era regular referir la distancia que había desde dichos bajos a la tierra tomándola desde ellos a la costa del Sur a donde caen, que no desde esos mismos a la del Norte, de que están tan apartados. Lo segundo, por ser innegable que los citados jardines están distantes del Batabanó, o de aquella costa del Sur, trece o catorce leguas, conforme al más ajustado o corriente cómputo; y de aquí es que supuesta la latitud, que por donde menos tiene la Isla, distarían dichos bajos veintiocho leguas de esta banda del Norte; de cuya diferencia debe tenerse por más verosímil el que errase en una o dos leguas, que no en tantas. Y por consiguiente ser muy conforme a la distancia que señala desde aquellos bajos a la Habana el que la situación de ésta fuese en la otra costa y no en ésta. Y si lo expuesto no fuere admisible, considerándose equivocación del autor, también inferiré lo mismo, y con mayor fundamento, de la distancia que expresa había desde Jaruco la antigua villa de San Cristóbal.

     Mas aunque faltase todo lo que se ha dicho y alegado arriba sobre el asunto, bastaría en mi entender para afianzar la noticia histórica, y persuadir que el establecimiento primero de la villa fue en aquella costa del Sur y cercanías del Batabanó, un monumento antiguo y auténtico que he encontrado en los libros de este Cabildo, que por la dificultosa inteligencia de la letra redonda no había sido descubierto hasta ahora.

     Consta, pues, de él que en 18 de marzo de 1569 hizo pedimento Diego Hernández, indio, suplicando se le concediese para corral de puercos un sitio que estaba en el Pueblo Viejo, dos leguas de Yamaraguas y doce de esta villa. De cuyo contexto se deducen varias reflexiones que califiquen el argumento propuesto y corroboren la opinión que sigo como más probable.

     Que el Pueblo Viejo de que hace mención el nominado indio en su pedimento fuese la villa antigua de la Habana, lo persuade verosímilmente el que aquella expresión indeterminada de Pueblo Viejo parece relativa a la nueva población o villa existente con quien hablaba. Lo otro porque no constando de las historias ni de la tradición que en estas inmediaciones haya habido situado otro lugar, ni sido trasladada otra población que la villa de San Cristóbal, es muy presumible que fuese ésta y no otra distinta de que no hay noticia. A más de que afirmando uniformemente Herrera, Gómara y otros que la villa vieja de San Cristóbal estuvo en sus principios fundada en aquella costa, de donde se mudo a la del Norte, conviniendo en el paraje de su situación con el Pueblo Viejo que se refiere en el pedimento, parece sin duda que fue éste y no otro el primitivo asiento de la antigua villa de la Habana, lo que a mi ver se prueba con claridad.

     El sitio Yamaraguas, señalado como confinante del Pueblo Viejo, es hasta hoy conocido por el nombre en esta ciudad, de donde está catorce leguas al Sur, en paraje más occidental que el Batabanó, de quien dista leste oeste como seis leguas: bajo de cuyo concepto es muy regular discurrir y aun creer que por allí fue establecida la primera villa o Pueblo Viejo, así por convenir según se ha dicho con la autorizada noticia de los cronistas citados, que la dan fundada en la banda del Sur, como porque estando dicho sitio de Yamaraguas dos leguas y media a corta diferencia de la playa y costa de mediodía, y casi a la misma distancia de la boca del río de la Bija, que baña su contorno, es muy conforme a razón y práctica se eligiese para la población aquel lugar, que tenía un río tan fértil para su abasto, y un surgidero tan inmediato para su comercio marítimo: sin que se ofrezca reparo ni dificultad, ya se considere situado el Pueblo Viejo dos leguas más allá de Yamaraguas hacia el Sur, o dos leguas más hacía el Norte, porque a más o menos distancia siempre subsistía la conveniencia de poder comunicarse por el río con el mar, como sucede en el Bayamo.

     Baste lo referido para que se forme juicio de la incertidumbre que hay en esta materia, en que sólo se encuentran algunas cortas luces entre muchas sombras, quedando únicamente asentado, como irrefragable, el que hubo tal traslación y que ésta parece se ejecutó por el tiempo y motivos que expresaré en el capítulo siguiente.

     Nótase igual descuido y silencio en los cronistas de estos reinos en orden a los nombres, número y calidades de los vecinos y primeros pobladores de la Habana, (42) aunque me persuado que, entre otros, lo fueron Francisco de Montejo (después Adelantado de Yucatán), Diego de Soto, Garci Caro, Sebastián Rodríguez, Juan de Nájera, Angulo, Pacheco, Rojas, los dos hermanos Martínez, y un Santa Clara, los mismos que salieron de esta villa con Cortés el año de 1518, y es muy presumible estuviesen todos avecindados en ella desde su fundación, por constar plenamente el que Montejo tenía posesiones en el Mariel del distrito de la Habana cuando siguió al expresado caudillo en su jornada, y que deseosos los demás de mejor fortuna dejarían a su ejemplo las que gozaban, pues por lo que toca a Diego de Soto y Alonso de Rojas (distinto del que se conocía por el rico, que era Juan) no se ofrece duda ninguna, porque finalizada la empresa y ocupaciones que en ella alcanzaron, volvieron a la Habana como a lugar propio de su domicilio y vecindad, y dejaron en ella legítima descendencia, que se conserva hasta hoy y tiene justificado serlo de aquellos primitivos pobladores.

     No dificulto incluir ni nominar entre los expresados al capitán Antón Recio, porque siempre he oído ser reputado por tal, y hace mucha prueba a su favor el que en el asiento y sepulcro que tiene en la parroquial mayor de esta ciudad, manifiesta la inscripción que sirve de orla a la piedra de su huesa, y se labró el año de 1572, que fue uno de los principales pobladores de la Isla, y por consiguiente de la Habana, en donde fundó casa y mayorazgo, y sirvió el oficio de regidor y depositario general muy desde sus principios, como diré después.

     Fundado en otra razonable conjetura, discurro también que el primero teniente de gobernador que tuvo esta villa fue Pedro de Barba, que lo era al tiempo que transitó por ella con su armada Hernando Cortés, porque desde el establecimiento de la Habana, el año de 1515, hasta el de 1518 que arribó a ella, sólo mediaron tres años, término en que era regular permaneciese en dicho encargo desde que se ausentó Velázquez, dejando efectuada la población, y así tendrá en la serie de las personas que consta la han gobernado hasta ahora el primero lugar, reservando para el que competa esta nomenclatura.



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Capítulo V

En que se da razón del tiempo en que parece se trasladó esta villa al puerto de Carenas, motivos con que se infiere la ejecutó el adelantado Velázquez, y carácter de éste

     Aunque los escritores citados en el capítulo que antecede testifican constantemente en varios pasajes de sus obras la mudanza de la villa de San Cristóbal de un sitio a otro, sólo Bernal Díaz del Castillo nos da luz y fundamento para inferir se efectuó la prevenida translación el año de 1519, porque en las palabras que dejo fielmente copiadas en otro lugar dice, hablando de su arribo a Jaruco, que estaba ocho leguas de la nominada villa, la que de allí a dos años pasaron al paraje donde ahora se halla; y como por otras cláusulas del capítulo siguiente se entiende que su llegada al enunciado puerto fue a fines del año de 1516 o a principios del de 1517, es muy regular asentir a que se hiciese la mutación el año señalado, o cuando más al siguiente.

     Lo asentado es muy conforme a lo que se percibe del cronista Herrera, (43) quien tratando del viaje de Cortés a la Nueva España el año de 1518 expresa que llegó a la prevenida villa, que a la sazón estaba en la costa del Sur, y después se pasó a la Habana, lo que es razonable creer se verificase al citado tiempo, porque no denota aquel después llano mucha intermisión o curso de años entre lo uno y lo otro.

     Acerca de los motivos que ocurrieron para tomar la resolución referida, no dicen nada nuestras historias; pero es tradición vulgar que por ser poco sano aquel sitio y conocidamente nocivo a los recién nacidos, se tuvo por conveniente mudar la población a otro de distinta especie, a que no resisto dar algún ascenso, pues estoy persuadido que influyeron otros más eficazmente para facilitar esta idea tan feliz como acertada.

     Las ventajas y conveniencias que ya descubierto y comenzado a conquistar el vastísimo reino de México se irían percibiendo o conjeturando de trasladar la Habana al puerto llamado de Carenas, (44) por ser más al propósito para el comercio y escala precisa de las navegaciones que habían ya principiado a hacerse por el canal de Bahama llamado nuevo, inspiraría eficaces motivos y razones al Adelantado Diego Velázquez, que ya en aquel tiempo gozaba este título, para promover y practicar la diligencia de pasar la villa de San Cristóbal del sitio primitivo a la parte occidental de esta bahía, concurriendo la circunstancia de que ya en él había, según se percibe de Gómara, (45) alguna población, pues siendo dicho Adelantado hombre muy sabio, como lo titula Herrera y lo hace manifiesto su aprobada conducta, y el jefe que entonces gobernaba la Isla, debo considerarlo el principal autor o móvil de esta utilísima providencia y loable determinación, porque la imagino muy propia de la atención y desvelo con que procuró los aumentos de ella y de todas sus poblaciones, por cuyo mérito, y otros de igual respecto dignos de especial estimación, daré en este lugar una breve noticia de la bondad del carácter de su persona, servicios que hizo a la Monarquía y beneficios que le debió Cuba, de cuya honrosa memoria es muy acreedor, y sería en mí culpable no tributarle este obsequio.

     Fue el referido Gobernador y Adelantado natural de Cuéllar, vecino de la isla Española, de donde lo sacó el Almirante D. Diego Colón para la conquista y población de esta Fernandina, la que consiguió con tanta prosperidad, que en poco más de tres años la pacificó, y fundó siete poblaciones, no ocho como supone Herrera, porque San Juan del Cayo se estableció después, con títulos de villas, todas ilustradas de gente noble y personas principales, porque el buen tratamiento y acogida que hallaban en él los castellanos les atraía de todas partes la mejor porción de los sujetos de calidad que pasaban a Indias, como escribe Herrera y Bernal Díaz, asegurando que los que residían en esta Isla a su sombra se hallaban ricos y acomodados, siendo éste el poderoso y suave magnetismo con que atraía a los unos y conservaba a los otros en abundancia y tranquilidad. (46)

     No era menos la que experimentaban los naturales en el tiempo de su gobierno, (47) pues hasta que terminó con su muerte el año de 1524 no se notaron en ellos, como se infiere de las historias, los alzamientos y fugas que en el de Manuel de Rojas, su inmediato sucesor, ni los desesperados homicidios que en sí propios ejecutaban en el de Gonzalo Núñez de Guzmán, y que continuaron después. (48)

     No se funda esto solamente en las inferencias de los citados escritos, sino que se hace constar expresamente de ellos esta verdad en honor del Adelantado, pues habiendo querido ausentarse de Cuba para una de las empresas que dispuso contra Cortés, le requirió la Real Audiencia por medio del licenciado Ayllón, como quien tenía tantas experiencias de lo que influía su buena dirección en la quietud de los vecinos y naturales de la Isla, se separase de tal designio, porque su presencia haría notable falta en ella para mantener el sosiego de los indios y españoles que lo amaban tanto.

     Ni el Rey formaba menos favorable concepto de la acreditada conducta del Adelantado, pues ordenó se suspendiesen las comisiones dadas a los licenciados Lebrón y Zuazo, para que no perturbase el estrépito judicial y odioso de las pesquisas el bueno estado en que tenía las cosas de su gobernación, no impidiéndole las atenciones que empleaba esmerándose en ella, extenderlas y aplicarlas a otras providencias del real servicio, solicitando, con dispendios considerables de su caudal, como afirma el cronista Oviedo, (49) y con fatigas de su persona, varios descubrimientos y gloriosas conquistas que, habiendo sido muy felices y opulentas para la corona y para otros individuos, fueron infaustas para él y para su hacienda, que consumió en los precisos gastos de ellas, sin que sacase ni aun el honor de que las reconozcan todos por efectos suyos: razón que sin duda movió a Herrera para decir que en este famoso varón no fue igual la dicha a la sabiduría y buenas intenciones que le adornaban, porque cogieron otros el fruto de sus bien encaminados proyectos y grandes erogaciones, no alcanzando de la piedad del Rey en vida más que la merced del Adelantamiento de la Isla, por el tiempo de ella, y en muerte la honorífica expresión de sentimiento que hizo Su Majestad, con que calificó lo bien servido que se hallaba de este vasallo, y digno a la verdad de mayor premio, y de que yo haya hecho esta sucinta memoria en reconocimiento de haber sido el fundador de esta ciudad, y que durante su vida conservó esta Isla en la tranquilidad que he referido, siendo su muerte, si no el último período de la felicidad de sus naturales, un anticipado anuncio de la próxima desgracia, de su inquietud y aniquilación, materia que discurro tocar en el capítulo inmediato con la extensión que me parece pide, para que se comprendan los medios y providencias que se aplicaron para atajar el daño, y no tuvieron la eficacia que se deseaba, o no produjeron el efecto que se pretendía.



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Capítulo VI

Refiérense las causas que parece concurrieron para la aniquilación de los naturales de la Isla, medios que se tomaron para atajarla y suplir su falta

     Siempre será lamentable a los buenos patricios aquella fatal y lastimosa época en que, empezando a hacerse visible y casi inevitable la acelerada disminución de los naturales de la Isla, pronosticó como en las demás de barlovento el total exterminio del considerable número de indios que la habitaban al ingreso de Diego Velázquez en ella: pues consta de la Historia general de Herrera que, afianzados los vecinos de Santo Domingo de la certidumbre de esta noticia y sentidos de la falta experimentada de los isleños de la Española, pretendieron que el Rey mandase proveer la inopia que había en la una con la abundancia de la otra. Instancia a que no quiso acceder S.M. sin dictamen del citado Velázquez, el que debió de ser contrario, porque no tuvo efecto la pretensión.

     En esta próspera constitución parece que subsistió la Isla sin conocida decadencia poco espacio de tiempo, porque el año de 1523 ó 1524, ya muerto el Adelantado, dio el Rey permiso para introducir en ella trescientos negros: providencia a que sin duda daría motivo la evidente disminución de los naturales, que aunque atribuida por unos a la epidemia de viruelas, y por otros a la prohibición de la poligamia y mudanzas de costumbres, tengo fundamentos más sólidos en la historia para persuadirme que, aunque concurrieron las referidas causas, ninguna contribuyó tanto a su aniquilación como su misma rabiosa saña.

     Así se infiere claramente de lo que por autoridad del Inca dejo apuntado en el capítulo segundo, y lo que también se deduce de la Historia de Herrera, que afirma que los indios, por no conocer nuevos encomenderos, se alzaban y huían a las montañas, donde es constante se quitaban la vida por no experimentar el castigo o volver a la sujeción que, aunque fuese muy moderada y suave, la estimaría su preocupación o libertinaje como penosa y tiránica. A más que siendo en los hombres tan diversos los genios como los rostros, no dudo tuviesen muchas razones para temer la severidad y rigor de algunos encomenderos, y que eligieran ciegamente la muerte, aun más bien que la servidumbre a que se veían reducidos, ahorcándose de los árboles, como expresa el citado Inca. Exceso que solicitó atajar la piedad de nuestro Soberano entonces reinante, tomando entre otros expedientes favorables, propios de su real y cristiano corazón, el de mandar los pusiesen en perfecta libertad, y los dejasen cultivar por sí mismos la tierra; pero ni aun este remedio tuvo el efecto de mejorarlos, porque debía de ser ya incurable la enfermedad, o porque no se aplicó como debía el medicamento.

     Ello es cierto que mucho tiempo después de expedida la real orden que cita Herrera continuaba con horrible demasía el desafuero de los isleños, pues habiendo sido despachado aquel año de 1531, todavía se experimentaba la desgracia después del de 1538, en que arribó a Cuba Hernando de Soto, Adelantado de la Florida, como testifica Garci Laso, cuyas palabras, aunque parece enuncian que entonces tuvo principio aquel desorden, lo que debe entenderse de ellas es que por aquel tiempo tomó más fuerza el mal, y se dieron en ahorcar, como él dice, todos. De suerte que a la sazón que él escribía apenas se encontraban algunos.

     De la aserción de un autor tan verídico como el citado se convence bien que la principal causa que influyó para la aniquilación de estos naturales fue, como dejo asentado arriba, su mismo desatinado furor, el cual despobló la Isla de innumerables vivientes, y lleno el abismo de casi infinitos habitantes. No puedo señalar el tiempo fijo en que terminó esta lastimosa tragedia; por el contexto de una real cédula librada el año de 1567 a pedimento de Bartolomé Barcaso, vecino de esta ciudad, entonces villa, discurro que ya por aquellos años existían muy pocos, y estos fugitivos por los montes, respecto a que su representación se dirigía únicamente a que se le permitiese reducir a una sola población los naturales que andaban derramados en ellos, y que se le diesen en encomienda. De que arguyo no había ya tanta copia de indios, pues no se extendió su proposición a más, siendo tan ordinario el que los pretendientes no pidan ni se contenten con lo menos.

     Fundado en lo antecedente, no puedo asentir a la noticia que produce cierto escritor en la Cronología de su orden, dando por asentado que cuando transitó por este puerto para Castilla San Luis Beltrán predijo la devastación lastimosa de gentes que padecería la Isla a tiempo que tenía doscientos mil indios habitantes. Porque siendo inconcuso que este apostólico varón volvió de Cartagena a España el año de 1569, se hace difícil de creer, según lo supuesto, el que subsistiesen en ella tanto número de indios; a más de que en la vida de este glorioso santo escrita por el maestro Vidal, ni se hace relación de su arribo o escala en este puerto, ni de su profecía acerca de nuestros isleños.

     Hace más sólido mi reparo, y más vehemente mi duda sobre la citada noticia el que, comenzando los libros capitulares de esta ciudad el año de 1550, no se encuentra ni registra en ellos documento que persuada hubiese en esta comarca ni jurisdicción, que no sería la menos habitada, pueblos de naturales a excepción del de Guanabacoa, ya hoy villa de españoles, distante como una legua de esta ciudad, el cual se fundó por acuerdo suyo en el nominado sitio y el de Tarraco el año de 1554, para reducir en él a doctrina y policía los que andaban vagabundos por los campos, como consta del Cabildo de 12 de junio del prevenido año; pues aunque parece que en el de 1575 pidió Diego Díaz, protector de los naturales, se les señalase en los confines de esta población tierra para sus conucos o labranzas, y con efecto se dio comisión para ello a Jerónimo de Rojas y Avellaneda, alcalde ordinario, y a Manuel Díaz, procurador del común, se infiere de la misma pretensión y providencia dada para su establecimiento en el contorno de esta ciudad serían tan pocos que no podrían formar un pueblo. A más que conforme a una recibida tradición no eran estos indios originarios de la Isla, sino traídos de la provincia de Campeche, los que dejaron perpetuado este nombre al barrio destinado para sus casas y siembras, y esto se hace muy verosímil porque, a no ser distintos de nuestros isleños, era regular haberlos puesto en Guanabacoa, como se practicaba con los pocos que vagaban por las haciendas del distrito. Todo lo que me obliga a creer que muchos años antes del de 1569 se habían reducido a cortísimo número y a dos lugares solos todos sus pueblos.

     Esta desgraciada situación, cuyas perjudiciales resultas quizá no se comprendieron en aquella edad como se sienten ahora, abrió más ancha puerta a la introducción de los negros, que ya desde el año de 1508 habían principiado los genoveses, haciéndose necesario suplir la falta de los indios, trayendo del África armazones numerosas de aquéllos para el cultivo de las tierras y colección de los frutos; pero aunque de la expresada providencia se originó el beneficio de atraer al seno de nuestra sagrada religión una suma casi infinita de gentiles, que hubieran perecido en aquellas regiones entre las sombras del paganismo, privados de las luces de nuestra fe católica, única puerta de su eterna salud, no podemos negar que el remedio, aunque en lo espiritual dejo reparado el daño, no ha podido en lo temporal, político ni civil producir igual ni tan útil efecto. (50)

     No se disputa que los negros por su robusta complexión o vigorosa naturaleza fuesen y sean más a propósito que nuestros primitivos isleños para el trabajo y fatiga de las minas, pues nos los pintan las historias muy delicados y perezosos para tal ministerio, sin embargo de que los ejemplares del reino de Nueva España desautorizan esta especie; pero prescindiendo de esta circunstancia, que en otras partes de este Nuevo Mundo, opulentas de minerales, haría casi indispensable y conveniente la introducción de negros para la saca y labor de los metales, es incontrovertible que en este país y otros semejantes hubiera sido incomparablemente más favorable la conservación de los indios que la entrada de los expresados negros: porque siendo aquéllos gente menos bárbara, como suponen nuestros historiadores, servirían con más inteligencia y habilidad en las labores de azúcares y tabacos y en las siembras y cosechas de los demás frutos que lleva la Isla y no piden tanta resistencia como la que necesita el trabajo de las minas.

     A más de la razón expuesta concurren otras que persuaden que los intereses y conveniencias que por medio de la conservación y aumento de los naturales hubieran disfrutado los moradores de la Isla, serían sin disputa muy ventajosas a las que han conseguido mediante la introducción y comercio de los negros, de modo que comparadas unas con otras se hace el exceso notable y la diferencia manifiesta aun a los entendimientos menos reflexivos, porque los primeros trabajarían en las haciendas por la comida y un moderado jornal a riesgo y ventura suya, como sucede en la Nueva España y provincias donde los hay, y los segundos, a mas del preciso desembolso de su compra, sirven al coste y riesgo de sus dueños, quienes reportan los gastos de su alimento, vestuario y curación, y la paga de sus fugas, hurtos y entierros, perdiendo muchas veces su valor antes de utilizarse de su servicio: expuestos continuamente a ser enfadosos y nocivos a los amos, por la rudeza y barbarie casi común en todos, y la mala condición y viciosas costumbres de muchos de ellos.

     Tengo por cierto que aunque fuesen equiparables en lo expresado los unos y los otros, se debe formar más piadoso juicio a favor de los descendientes de nuestros isleños, pues nacidos y criados con otra disciplina en el país, saldrían más hábiles para cualesquiera ocupaciones, dándose entre unos y otros la diferencia que se toca en los mismos negros entre bozales y criollos, siendo consiguiente de todo lo dicho que aun entre buenos y buenos, habría entre los indios y los negros la distinción de ser los unos menos estúpidos que los otros, y entre malos y malos, aquéllos dejaban la libertad de despedirlos; pero en éstos hay la precisión de mantenerlos, o por mucha dicha enajenarlos con quebranto de sus principales.

     Pero sobre todo lo que se ha tocado arriba, parece que nada hace ver mejor las ventajas y utilidades que hubieran redundado a la Isla de la conservación de sus naturales, que el considerar la suma casi infinita de caudal que han sacado de ella los extranjeros por medio de la navegación y asiento de los negros e introducción de otros géneros que a vuelta de los permitidos con ellos se han metido con detrimento del comercio de España, como exclama el autor que cito: (51) lo cual sin duda hubiera quedado a corta diferencia en aquel supuesto a beneficio de los cosecheros y vecinos de este país, o a lo menos a favor de los mercaderes españoles.

     No es posible dar una exacta noticia de las gruesísimas porciones de pesos que se han sacado de la Isla con motivo de la entrada y venta de los negros que ha más de dos siglos sirven de operarios en todas las haciendas mayores y menores de ella; pero para que se forme alguna idea o juicio prudente sobre el asunto, me parece expresar que solamente los 4.986 negros entre grandes y chicos que se permitieron a la Real Compañía introducir en esta Isla, montaron 717.561 pesos 7 reales. De donde se podrá conjeturar o inferir las cantidades que habrán sacado los asientos establecidos con Génova, Portugal, Francia y la Gran Bretaña, especialmente después que aumentadas las haciendas y vecindarios, se fue necesitando de más copiosa provisión de negros anualmente para ellas y para el servicio de las familias, experimentándose en unas y en otras un considerable quebranto en los caudales por las frecuentes desgracias de sus muertes, y no menores atrasos en la quietud y gusto por sus repetidas fugas y demás desórdenes, de suerte que, soportándose en esto último el mismo gravamen que se padecería en caso de ser los naturales igualmente viciosos que los negros, se carece del alivio que por lo respectivo a lo primero no se experimentaría en el servicio de los indios; cuya falta, como he demostrado, ha hecho mucho menos feliz la Isla, y por consiguiente esta ciudad, de cuyo establecimiento no hablaré en el siguiente capítulo, por parecerme que corresponde tratar primero de las excelencias de su puerto, y referir después cuanto conduzca a aquel asunto y a los progresos que fue teniendo en su vecindad esta población. Considerando haber sido el referido puerto causa de sus aumentos y éstos el efecto que produjo su bondad con el comercio, como Llave del Nuevo Mundo y la garganta de todas las Indias occidentales. (52)



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Capítulo VII

De las circunstancias del puerto de la Habana conocido antes por el de Carenas, y favorables resultas de su población

     El puerto de la Habana, celebrado de propias y de extrañas plumas con varios epítetos y sublimes encomios, que le gradúan de singular en todo lo descubierto, y por eso famoso en ambos mundos, está en la costa del Norte, opuesto a los cayos y tierra firme de la Florida con intervalo de veinticinco leguas, por la cual sigue al Norte el canal de Bahama que llaman nuevo; su boca mira al mismo Septentrión, y es tan estrecha que desde el castillo del Morro a la fortaleza de la Punta se comunican por la voz. (53) La profundidad de su canal es suficiente para sufrir los navíos de mayor porte. Corre su ensenada de Norte a Sur y de Este hace un recodo al Oeste que vuelve hacia el mismo Norte, dejando como un istmo de media legua entre la margen del Sur y costa septentrional, por donde se continúa la población con su continente.

     El Padre Florencia hace su extensión a tres leguas de bojeo, resguardada de todos los vientos, pues aunque está abierta al Norte, en poniéndose los bajeles al socaire del Morro y serranía de la Cabaña, que la ciñe por la parte oriental, aunque sea recio el aire parece calma. (54) El autor del Atlas abreviado lo considera capaz de mil vasos, y de esta noticia no dudo ser abonador porque puede verificarse muy bien, según la diversidad de tamaños. (55) En su entrada es la bahía muy estrecha, como se ha dicho, pero abre mucho más en lo interior, porque desde los muelles de la Habana hasta los embarcaderos de la otra banda media como una legua.

     Los dos lados de la bahía tienen unos aspectos muy agradables, de que goza la gente de los navíos con libertad, porque en el de Poniente miran la bella perspectiva de la ciudad y sus muros y fortalezas, templos, torres, edificios y miradores, y aun parte de las plazas y calles, y en el de Oriente, en pasando la empinada sierra de la Cabaña, se descubre en algunos terrenos llanos y otros doblados muy vistosas y alegres campiñas, hermoseadas no sólo de palmas reales y otros distintos y bien copudos árboles, que produce la fertilidad del terreno, sino también de varias sementeras que fomenta el cultivo, sirviendo al recreo y admiración porque nunca les falta verdor ni lozanía a estos campos, verificándose en ellos lo mismo que del país de Canaán ponderaba Moisés a los hebreos, no faltándoles la lluvia del cielo a los tiempos que la tierra la necesita, y así gozan de una amenidad perpetua y de una copiosa fertilidad.

     Regístranse en ellos asimismo diversas caserías, unas en las distancias y otras a la propia lengua del agua, más cómodas para la diversión del paseo, especialmente el devoto y deleitable santuario de Nuestra Señora de Regla, erigido en una breve punta que de la parte del Sur se introduce en la bahía inclinada al Norte; cuyo templo y casas de hospedería, ceñidas de un recinto de piedra y coronado de almenas, si excita la devoción para religiosas romerías, también convida al gusto para recreaciones honestas. Haré de él más extensa relación entre las iglesias de esta ciudad, con noticia de su fundación, aseo de su culto, multitud de votos y solemne juramento con que fue aclamada patrona de esta bahía.

     Tiene ésta en la ribera opuesta a la ciudad cuatro embarcaderos, el de Cojimar, Mari-Malena, Regla y Guasabacoa, por donde en canoas y botes se conducen y comunican las gentes y frutos que de aquella banda quieren transportarse a ésta; siendo mucho este tráfico porque todo lo más ocurre a esta ciudad de los ingenios y estancias de aquella comarca y de la inmediata villa de la Asunción de Guanabacoa, y vienen a desembarcar a los dos muelles que hay de esta parte en la Real Contaduría y el que llaman de la Luz, siendo frecuentes y casi innumerables las embarcaciones pequeñas que diariamente cruzan a vela y remo la bahía, particularmente en tiempos que hay en ella escuadras; de modo que sin embargo de la moderación del estipendio establecido para el flete de cargazones y pasaje de las personas, rinde hoy cerca de dos mil pesos de renta a los propios de la ciudad en cada año, sin hacer cuenta de los aprovechamientos y utilidades que le quedan al asentista que lo arrienda por un bienio, como comúnmente se hace con los demás arbitrios concejiles que goza como éste con real aprobación.

     Por el paraje que llaman Guasabacoa, que está como ya dije a la otra banda de la bahía en la parte del Sur, penetra un estero como un cuarto de legua la tierra dentro, por el que desembocan en ella las aguas del río Luyamó, que es perenne aunque no caudaloso. En el tiempo de la seca y a la parte del Este del dicho estero, en el sitio nombrado el Jagüey, está situado el Almacén o casa de pólvora, que labró allí el Teniente General D. Juan Francisco de Güemes, gobernando esta plaza, a quien avisó el incendio del navío del Rey titulado el Invencible los peligros a que estaba expuesta la ciudad en tener dentro de su recinto, como lo estaba, este material, por lo que eligió aquel lugar por ser el más remoto y retirado de la población y del tráfico, y donde sólo habita la tropa que lo guarda.

     En el recodo que desde la banda del Sur hace la bahía hacia el Occidente, y a la parte que cae al Norte y confina con la ciudad, se ha formado el Real Astillero o Arsenal para la fábrica de los bajeles de S.M. y de los particulares, que dando bajo de la artillería de los baluartes que guarnecen la plaza por la parte de tierra, de que hablaré después como corresponde.

     Es casi toda la orilla o ribera de este puerto tan hondable que pueden dar fondo cerca de tierra navíos de primera línea o alto bordo, lo que hace menos costosas sus descargas y facilita sus armas, y se experimenta uno y otro así por las escuadras del Rey como por los bajeles sueltos y mercantiles que andan en la carrera de Indias y demoran en este puerto, como tránsito casi indispensable de sus viajes a Europa y a otras partes, logrando, como especifica un grave autor, a más de los citados beneficios, refrescar las aguadas y bastimentos, curar y convalecer sus tripulaciones y pasajeros con mayor facilidad y felicidad que en otras partes de estos dominios; de suerte que si acaso faltase, como añade el mismo, este asilo, se haría muy difícil y trabajosa, cuando no imposible la navegación. (56)

     Las expuestas comodidades, y las que en ocasiones les resulta de completar sus cargazones con la corambre y azúcar de que abunda el país, les hace apetecible y útil esta escala a los comerciantes, no siendo menos favorables los efectos que produce hacia el vecindario, pues logra la saca de sus frutos y otras conveniencias por este medio, que es recíprocamente ventajoso a los unos y a los otros.



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Capítulo VIII

Continúase la materia antecedente exornada de noticias y razones conducentes a ella

     La admirable colocación de este celebérrimo puerto en los confines del Seno Mexicano y cercanías del Canal Nuevo no sólo ha contribuido a la Corona y al comercio con los beneficios y utilidades que se han notado en el anterior capítulo, sí también con otros muy especiales que referiremos en éste, para que más bien se reconozca lo que ha servido en lo pasado y puede servir en lo adelante su conservación y el fomento de su trato para el más pronto socorro de los naufragios que experimentan en estas inmediaciones los navíos de la carrera de Indias, salvándose, por las providencias que se han dado de él, la gente y tesoros que se hubieran sin duda perdido a no estar tan a la mano este puerto surtido regularmente de barcos pequeños y grandes, que lo frecuentan y facilitan en breve cualquiera expedición de éstas o de guerra, como individuaré.

     El año de 1622, habiendo naufragado en los cayos de Matacumbé la Almiranta y el galeón nombrado la Margarita, de la armada del Marqués de Cadereyta, de que eran capitanes D. Pedro de Ursúa y Gaspar de Vargas, (57) se logró por la exquisita diligencia y continuado trabajo de Francisco Núñez Melián, vecino y regidor de esta ciudad, haber sacado toda la plata y oro que conducían en sus planes, en que fue muy interesado el Real Erario y muy atendido este servicio por S.M., como se infiere de lo que escribe de este suceso el doctísimo Solórzano. (58)

     Poco tiempo después, porque acaeció antes del año de 1630, fracasaron también en la costa de la Florida dos galeones de los del cargo del Maestre de Campo Antonio de Otaiza, y según el contexto de un real despacho que he visto, habiéndosele socorrido de este puerto, se salvó hasta parte de su artillería. (59)

     El año de 1691 se perdieron en los bajos de la Víbora, que están en la costa del Sur de esta Isla, cuatro navíos de los galeones que comandaba el Marqués de Bao, el Maestre, y por el oportuno y pronto socorro que se les dio de este puerto, y fue a cargo del capitán D. Esteban de Berroa, vecino de esta ciudad, práctico en el mar y de experimentada conducta, se consiguió salvar 156.000 pesos antes que la codicia de los ingleses pudiese ocurrir de Jamaica a coger fruto de esta desgracia, como lo intentaron después con poco o ningún provecho.

     En los siguientes de 1698 peligró en la ensenada de Cibarimar, cinco leguas a barlovento de este puerto, la Almiranta de los galeones del Almirante General D. Jerónimo de Lara, que iba a cargo de D. Bartolomé de Soto Avilés, debiéndose a la celeridad con que se acudió a su socorro de esta ciudad, para salvar el tesoro que conducía, el que apenas se perdiese otra cosa que el vaso y algunos pertrechos.

     A fines del año de 1712 se perdieron con un recio temporal en el paraje que llaman Jaimanita, cinco leguas a sotavento de este puerto, la Almiranta de barlovento, que mandaba D. Diego de Alarcón y Ocaña, con otras cinco embarcaciones mercantes que del puerto de Veracruz venían a transitar por éste para los reinos de España, a cuyo socorro se acudió con la mayor puntualidad, y se salvaron un millón y setecientos mil pesos, pertenecientes a S.M. y al comercio, haciendo menor la fatalidad y quebranto padecido los auxilios con que fueron ayudados.

     Habiendo experimentado igual desgracia en los placeres del canal de Bahama la fragata nombrada San Juan, de la armada de barlovento, el de 1714 que iba a conducir la situación de las islas de Santo Domingo y Puerto Rico, avisó en una lancha a este puerto, de donde se ocurrió con tal presteza al socorro, que no sólo se salvó la gente y caudales, sino que se recogieron los pertrechos y equipaje.

     El sucesivo año de 1715 padeció en la costa de la Florida y proximidades del río Aiz entero naufragio la flota de Nueva España del cargo de D. Juan Esteban de Ubilla, y los navíos del capitán de mar y guerra D. Antonio de Echeverz, y pidiendo una pérdida tan numerosa socorro muy considerable de bajeles, buzos, víveres y gentes, todo se facilitó con increíble presteza, habilitándose las embarcaciones del tráfico, recogiéndose los bastimentos necesarios y lo demás conducente para el alivio de los fracasados, contribuyendo con caudal para el apresto el capitán Manuel de Meireles, vecino de esta ciudad, lograndose por este medio muy buenos efectos hacia los intereses de S.M. y del comercio.

     Continuándose después el descubrimiento y buceo del tesoro que llevaban algunos navíos de particulares, ahuyentaron los piratas ingleses nuestros operarios, y fue preciso formar armamento para retirarlos de allí, como se ejecutó, hallando embarcaciones de buen porte y fuerza, y gente experta del país para tripularlas; con cuya providencia se logro al fin, debiéndose éstas y otras de igual importancia a la inmediación de este puerto y proporciones con que se hallaba por su comercio.

     En el infortunio acaecido el día 16 de julio de 1733 a la flota del teniente general D. Rodrigo de Torres, que naufragó toda, a excepción de un navío de los de su conserva, en los ya nominados cayos de Matacumbé, no fueron menos activos, completos y eficaces los expedientes que se dieron por este gobierno para socorrer la gente, sacar y conducir el tesoro y parte de los pertrechos a esta ciudad: común asilo en tan trágicos sucesos por lo bien proveído que ha estado este puerto de embarcaciones proporcionadas a tales fines y abundar de víveres y gentes prácticas; lo que costaría mucha dificultad, y no menos tardanza y gastos, si por la falta de comercio viene a otro estado y constitución que la imposibilite para el remedio de otros semejantes accidentes.

     En los que se han experimentado en tiempo de guerra, no ha servido ni ayudado menos este puerto para el socorro y refuerzo de los circunvecinos, como tocaré en el lugar conveniente, siendo por sus singulares circunstancias más a propósito para adquirir y comunicar las noticias más importantes a los dos Reinos por medio de prontos repetidos avisos, como lo expresó D. Francisco Dávila Orejón, trayendo por ejemplo lo que el año de 1669 se logró con la flota del general D. Enrique Henríquez, debido a las anticipadas prevenciones de la Habana; pues, como dice el antedicho, todas las noticias que pueden causar daño a una y a otra armada aquí se alcanzan mejor que en otra parte para dirigirlas a Veracruz a las flotas, y a Cartagena a los galeones; cláusulas que autorizan el asunto, y con que finaliza el capítulo. (60)



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Capítulo IX.

De los principios de la fortificación de este puerto, y relación de las que se han ido aumentando

     Error fue de Licurgo y otros antiguos, imitado después de la arrogancia de los numantinos y de los bárbaros etíopes de la Abassia, librar únicamente la defensa de las ciudades en el esfuerzo de sus habitadores, despreciando el abrigo de las murallas y el resguardo de las fortificaciones como desdoro de la animosidad de los ciudadanos, cuando aun la misma celestial Jerusalén que nos describe San Juan en su Apocalipsis se manifestó cercada de muros y guarnecida de almenas, siendo en todas edades y poblaciones tan precisos como practicados estos reparos, que sólo en el capricho de los expresados pudo tener estimación tan soberbia idea, a la que parece fue en parte algo semejante la de aquellos ministros que a los principios del descubrimiento y población de este Nuevo Mundo componían el consejo de nuestros monarcas, pues adhirieron, según dice Herrera, al dictamen de que no convenía se fortificasen las recientes plantaciones de Indias, hasta que el año de 1526, prevaleciendo como más bien fundado el opuesto sentir, se mandaron resguardar con algunos castillos y fortalezas, principalmente las marítimas.

     A este expediente tan favorable darían sin duda motivo las lastimosas y repetidas hostilidades que ejecutaban en ellas los piratas y corsarios extranjeros, los cuales avisaron con el estrago para que se proveyese, aunque tarde, de remedio que asegurase las nuevas poblaciones, disponiéndose desde luego, para precaver otros insultos, el preciso reparo de algunas defensas, lo que no tuvo efecto por lo respectivo a la Habana hasta algunos años después.

     En el de 1538 experimentó la enunciada villa, siendo su gobernador Juan de Rojas, el mismo infortunio que los de más puertos y poblaciones litorales de indios, sin que se eximiera en ella lo sagrado del templo ni lo venerable de las imágenes de la codicia del saco ni de la voracidad del incendio que la redujo a cenizas; (61) llegó a Cuba lo infausto de esta noticia con la velocidad con que comúnmente vuela todo lo trágico, y como pocos meses antes había arribado a aquel puerto con el gobierno y capitanía general de la Isla el Adelantado de la Florida Hernando de Soto, hallando en su magnánimo corazón no sólo resistencia para el golpe, sino actividad y fuerzas para el socorro, dio pronta providencia para que el capitán Mateo Aceituno, natural de Talavera de la Reina, pasara a reedificar la más que arruinada y extinguida población, (62) y a promover la construcción de alguna fortaleza para su defensa y seguridad, a la que parece dio principio desde su ingreso en la Habana, poniendo por obra en el paraje que ahora está, aunque no con tanta perfección ni amplitud, el Castillo de la Real Fuerza, que por ser la primera la distinguieron, después de hechas las obras que hoy tiene, con el título de la Fuerza Vieja, de quien quedó por alcaide el mismo Aceituno, y conjeturo estaba perfectamente acabada por los años de 1544 o siguiente, pues en el inmediato de 1546 se expidió a pedimento de su alcaide la real orden para que los navíos, así sueltos como de escuadra, que entrasen en este puerto, saludasen su fortaleza como la de Santo Domingo, según afirma Herrera, y hoy es disposición de una ley recopilada. (63)

     Está plantificada la referida Fuerza en esta banda de la bahía que le cae al Poniente, frontera a la sierra de la Cabaña al mismo labio u orilla del mar y raíz de la población opuesta a la boca del puerto, que descubre enteramente. Es una fortificación regular, cuadrilátera, con cuatro baluartes, uno en cada ángulo; aunque es algo reducida, es muy fuerte, por ser sus murallas dobles y sus terraplenes de bóvedas: la altura de aquéllas será de 24 a 25 varas, y está circundada de un buen foso donde se ha labrado en estos tiempos una gran sala de armas; tiene en el ángulo saliente, que mira por un lado a la entrada del puerto, y por otro a la Plaza de Armas, un torreón con su campana con que se tocan las horas y la queda de noche, y se repiten las señas de velas que hace el Morro, poniéndose en él las banderillas correspondientes al número de las que se han avistado, con distinción de las que aparecen a barlovento o reconocen a sotavento. (64)

     Desde el año de 1718, que pasó su habitación a ella el brigadier D. Gregorio Guazo, gobernando esta plaza, de que ya había ejemplar en el tiempo del Maestre de Campo D. Juan de Tejeda que vivió allí, sirve de palacio o morada a los sucesores de este empleo, quienes han ido amplificando sus fábricas a proporción de sus familias, especialmente el Mariscal de Campo D. Francisco Cagigal, que la ha ilustrado con una pieza que ha construido sobre el caballero que cae al mar, para sala de recibo, adornada interiormente de medallas y escudos primorosos de yeso, y por lo exterior con un balcón hermoso que la circunda o rodea.

     El nominado brigadier hizo y formó el rastrillo que hoy tiene esta fortaleza, y los cuarteles altos y bajos que a su continuación corren al lado del Sur, para el alojamiento de la tropa de infantería y caballerías de la montada.

     La alcaldía o comandancia de esta fortaleza anduvo anexa algún tiempo al empleo de Gobernador y Capitán General de la Isla, (65) según se manifiesta de una real cédula fecha en el Pardo a 21 de noviembre de 1590, de que haré mención en otro capítulo; pero tengo evidencia de que a más del Capitán Aceituno obtuvieron este cargo, antes que se encomendase a los gobernadores, el Capitán Juan de Lovera, Diego Fernández de Quiñones y el Sargento Mayor Diego de Argüello, y que después lo ejercieron Francisco Díaz Pimienta, D. Antonio Manuel de Águila y Rojas y su hijo el capitán D. Juan, caballero del orden de Santiago, natural de esta ciudad, que fue el último alcaide de esta fortaleza.

     Ésta fue sin duda el exordio o principio de la fortificación de la Habana, que experimentó desde luego los favorables efectos que le resultaban de esta defensa, pues en los años de 1543 ó 1544, (66) gobernando esta villa el Ldo. Juan de Ávila, arribaron sobre este puerto cuatro navíos de guerra y un patache francés de que era comandante Roberto Baal, echando gente en tierra por la parte en que ahora está el castillo de la Punta: fue rechazado y puesto en fuga, con considerable pérdida de los enemigos, por el fuego de la artillería de la Fuerza y ardor con que a su abrigo le acometió el vecindario, pagando en esta desgraciada empresa y no esperada resistencia algún tanto de lo que había obrado en Santa Marta y Cartagena, pues si de allí salieron victoriosos, de aquí se retiraron corridos y escarmentados. (67)

     La experiencia de lo que había contribuido para atajar el antedicho insulto la expresada fortaleza, o, lo que es más de creer, el pleno y perfecto conocimiento de la esencialidad de este puerto para el mayor seguro del comercio y navegación de los dos reinos, hizo que años después el Rey nuestro Sr. D. Felipe II, (68) por antonomasia el prudente, anteviendo con su gran política e incomparable penetración que lo que entonces era interés de unos corsarios particulares llegaría a ser en lo sucesivo objeto y empeño de las testas coronadas, mandó se construyese una insigne fortaleza, (69) digna de su real ánimo y propia para el designio de hacer inexpugnable este puerto, destinando para ello al famoso ingeniero Juan Bautista Antonelli, que con la dirección del ya enunciado Maestre de Campo Tejeda, Gobernador y Capitán General de la Isla, empezó a fabricarla el año de 1589, a cuyos principios fue el arribo de ambos a esta ciudad, no dándole lugar al segundo todo el tiempo que permaneció en este gobierno para que la dejase perfectamente acabada, porque consta de una representación de su sucesor, D. Juan Maldonado Barnuevo, que aun el de 1589 no estaba cabalmente concluida la obra, y que necesitó de los auxilios del vecindario para proseguirla y finalizarla.

     Además de un testimonio tan autorizado, persuade la misma grandeza de este castillo la robustez y extensión de sus muros y la profundidad de su foso, que, aunque hubiesen sido muy numerosas y efectivas las expensas y multiplicados los operarios destinados para su construcción, no pudo finalizarse en tan corto tiempo, como manifiesta la inscripción o letrero que existe grabado en una piedra, a la entrada del rastrillo de la prevenida fortaleza; porque siendo indisputable que así el expresado Gobernador Tejeda como el ingeniero Antonelli llegaron a esta ciudad corriendo ya el año de 1589, en que se supone ya hecha, no es verosímil que una máquina tan corpulenta como la que admiramos se hubiese concluido en lo restante del mismo año; cuya reflexión me hace ser de sentir se puso inadvertidamente el año en que se le dio principio por el de su consumación; como se percibe del siguiente rótulo que se conserva en el lugar ya referido, aunque lastimados algunos caracteres de la injuria del tiempo que todo lo destruye.

GOBERNANDO LA MAJESTAD DEL SEÑOR DON PHELIPE SEGUNDO HICIERON ESTE CASTILLO DEL MORRO EL MAESTRO DE CAMPO TEJEDA Y EL INGENIERO ANTONELLI, SIENDO ALCAIDE ALONSO SÁNCHEZ DE TORO. AÑO DE 1589.

     Para individuar con la claridad correspondiente las circunstancias de este gran castillo, se necesita de más campo que el que me deja este capítulo, y así reservo su descripción para el subsecuente, a que solicitaré ceñirla, y dar lugar también al de la Punta.



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Capítulo X

Refiérese la situación y grandeza del Castillo del Morro, los alcaides que ha tenido y se da noticia del de la Punta

     Sobre un alto peñasco que combate embravecido el mar, por su elevación dominando el puerto, la ciudad y las playas circunvecinas de barlovento y sotavento, está situada la gran Fortaleza de los Tres Reyes, célebre en ambos orbes, en una punta que de la parte del Oriente sale a la misma boca o entrada de la bahía y cae al Nornoroeste, levantándose 35 ó 40 varas de la superficie del mar, que a veces furioso suele asaltar tanta altura. (70) Su fortificación es irregular, por no permitir otra el terreno o extensión del risco, y se compone de un medio baluarte formado en lo más angosto de la punta, el cual tiene en el ángulo saliente un sublime torreón de doce varas de alto, que llaman el Morrillo y sirve de atalaya para vigiar las embarcaciones que se avistan y hacer seña con la campana del número de velas que se descubren, las que se manifiestan por unas banderitas que se fijan sobre la cortina que cae encima de la puerta del castillo, y mira a la población, distinguiéndose por el lado en que las colocan el rumbo o banda por donde aparecen, como ya expresé en el capítulo antecedente.

     A este medio baluarte se siguen hacia el mar cuatro pedazos o cortinas que forman algunos ángulos, según da lugar la figura del peñasco, y en ellos hay repartidos cañones gruesos que todos miran al mar: remátanse los expresados lienzos en un baluarte cuadrado que tiene cuatro piezas de bronce con la misma mira, y del medio sale una escala plana hacia otro baluarte, que compite en la altura al torreón del Morrillo, mirando una de sus caras al mar, y la otra a tierra, guarnecidas ambas y sus flancos de culebrinas de bronce de buen calibre.

     Deste este baluarte continúa una cortina que remata en otro casi igual y mira a la campaña de barlovento, a la bahía y ciudad. En él hay un grande aljibe o alberca. Ciñe todo este lienzo de muralla intermedio y los dos baluartes colaterales un foso profundísimo abierto en la misma peña, con entrada encubierta y estacada a la campana, que es asperísima por ser toda de arrecifes muy agrios.

     Corre desde este baluarte hacia el Poniente un lienzo de muralla de 40 a 45 varas de largo, que cae a la bahía y remata en una escala plana que baja hasta el Morrillo, y al lado izquierdo tiene otro baluarte cuadrado con cuatro cañones que apuntan dos a la boca del puerto y dos a su fondo. Hay en él otro aljibe nada inferior al que he referido, y ambos se reputan con provisión bastante de agua para mantener la guarnición en el más prolijo sitio que pueda ofrecerse.

     Del pie del torreón del Morrillo sale y desciende una escala plana hasta la plaza de armas en donde está situada hacia el Norte, la iglesia, casa del comandante, otra para el capellán y oficiales, y tres cuarteles altos y bajos para el alojamiento de la tropa, divididos unos de otros con sus regulares calles. Hay otras oficinas, calabozos y bóvedas en lo interior de su ámbito, siendo la más principal la del cuerpo de guardia, que es a prueba de bomba. Tiene éste a su entrada un puente levadizo, por donde se pasa a la puerta del rastrillo desde la cual se baja al llano por una larga explanada, con su parapeto que la resguarda.

     Habiéndose premeditado sería conveniente demoler, de la obra antigua que tenía esta fortaleza, un baluarte pequeño, formado casi al pie del Morrillo, titulado Los Doce Apóstoles por el número de los cañones que lo guarnecían y eran dedicados a estos santos, se construyó bajo del castillo a la parte del Sur una batería en figura de media luna, a donde se trasladaron las citadas piezas, la cual tiene cuarteles y oficinas para la gente que se destacare a su defensa, y todos los fuegos miran a la boca del puerto: labrola en su tiempo D. Juan Francisco de Güemes.

     A distancia de 500 varas del castillo se formó después otra con igual número de cañones, nombrada La Pastora, que por estar más baja y oculta es más resguardada, y por consecuencia muy ofensiva a los bajeles que intentaron forzar la entrada: perfeccionó esta última D. Francisco Cagigal de la Vega.

     El primer alcaide de este castillo, como queda dicho, fue Alonso Sánchez de Toro, como consta de la inscripción que dejo trasuntada, a quien sucedieron en este empleo, según he podido investigar, las personas siguientes:

     Año de 1600, Antonio de Guzmán, antes Castellano de la Punta.

     Año de 1607, Juan de Villaverde, que fue primero Gobernador de Cuba. (71)

     Año de 1615, Jerónimo de Quero, que fue antes Sargento Mayor de esta plaza, y mandó las armas con título de Gobernador y Capitán General en virtud de real provisión de la Audiencia del distrito, expedida el año de 1619; ascendió al Gobierno y Capitanía General de la provincia de Santa Marta.

     Año de 1624, Capitán Juan de Esquivel Saavedra: gobernó las armas, y después obtuvo el empleo de Castellano de S. Juan de Ulúa y Gobernador de Veracruz.

     Año de 1625, Capitán Cristóbal de Aranda: mandó lo militar.

     Año de 1630, D. Mateo Varaona, interino en virtud de real orden.

     Año de 1633, Sargento Mayor Damián de Vega.

     Año de 1638, Juan de Arizmendi, Gobernador de las armas.

     Año de 1644, Sargento Mayor D. Lucas de Carvajal.

     Año de 1654, Capitán Pedro García Montañés: gobernó la guerra.

     Año de 1655, D. José de Aguirre: gobernó lo militar por muerte de D. Juan Montaño.

     Año de 1660, Gaspar Martínez de Andino, Castellano antes de la Punta: pasó después con el grado de Maestre de Campo al Gobierno y Capitanía General de la isla de Puerto Rico.

     Año de 1663, capitán Pedro García Montañés, por deposición del antedicho.

     Año de 1664, Gaspar Martínez, restituido.

     Año de 1683, Capitán de caballos D. Andrés de Munive, caballero del orden de Santiago: gobernó la guerra.

     Año de 1701, Capitán de caballos D. Luis Chacón, natural de esta ciudad: gobernó tres veces las armas, la última como Gobernador y Capitán General en virtud de real orden; tuvo el grado de Teniente Coronel.

     Año de 1734, Coronel D. Manuel José de Jústiz, natural asimismo de esta ciudad; fue antes Sargento Mayor de esta plaza, y después Gobernador y Capitán General de las provincias de la Florida.

     Año de 1750, Teniente Coronel D. José Fernández Borbua, antes Sargento Mayor de esta plaza.

     Año de 1751, Teniente Coronel D. Fulgencio García de Solís, Sargento Mayor de la plaza de Cuba y de la Habana: pasó en ínterin de Gobernador y Capitán General de la Florida, y después en propiedad de Comayagua en el Reino de Guatemala.

     Año de 1754, capitán D. Mateo de Sarabia, actual.

     Fue este empleo en la antigüedad de la mayor confianza por tener y gozar, entre otras preeminencias que corren recopiladas entre las Leyes de Indias, la de suceder en el gobierno militar de toda la Isla por muerte del Capitán General de ella, en cuya posesión permanecieron desde el año de 1615, que a pedimento de Jerónimo de Quero se les confirió este honor, hasta el de 1715, que se creó para esta plaza Teniente de Rey o Cabo subalterno, a ejemplo de los que había ya en estas partes en las ciudades de Cartagena y Santo Domingo, siendo el primero provisto el Coronel reformado D. Pedro de Olivier y Fullana, a quien antes de pasar a tomar posesión de este empleo se le dio ascenso al gobierno de la Florida, donde falleció.

     Con poca diferencia de tiempo, porque fue en el del gobierno del mismo Maestre de Campo Tejeda, se empezó a labrar otra fortaleza al Poniente, casi frontera a la del Morro, que está a la otra banda, y aunque inferior en todo a la de los Reyes, es muy a propósito, por estar situada en terreno bajo, para batir más a la superficie la campaña de este lado, y para coger entre dos fuegos a los bajeles enemigos que emprendiesen tomar el puerto, que aunque se hace tan difícil por la estrechez de su canal, quiso ponerlo con esta defensa más arduo el arte; aunque algunos inteligentes en el de la fortificación no la han considerado tan conveniente como la supongo, lo que entendido en la Corte ha motivado varias providencias para su demolición; pero siempre han quedado suspensas, lo que obliga a creer que, con mejores informes, se ha calificado por necesaria o a lo menos por útil.

     La figura o forma de esta fortaleza, nombrada San Salvador de la Punta, es cuadrilátera, con sus baluartes en cada ángulo y sus flancos regulares; los lienzos o cortinas intermedias tendrán como 40 varas de largo, de donde se puede deducir según reglas el ámbito y tamaño de los expresados baluartes, de los cuales dos miran al mar y los otros a tierra, y están guarnecidos de buena artillería; tiene fábricas interiores para la habitación de su comandante, y alojamiento para la gente que la guarda. Su entrada la resguarda un parapeto de cantena con su estacada: desde ella hasta la puerta del recinto de la muralla que cae a aquella parte, se ha formado camino cubierto, que está casi a la orilla de la bahía, y hoy se le han aumentado otras obras de importancia hacia la campaña.

     Consta por una piedra que permanece embebida en una de sus cortinas, que a la fábrica que en ella hizo el Gobernador Tejeda, aumento alguna en su tiempo D. Lorenzo de Cabrera, su sucesor. Los alcaides que ha tenido desde su principio parece que han sido los que expresaré a continuación, aunque puede faltar uno u otro de que no se ha podido hallar noticia.

     Año de 1596, Capitán D. Antonio de Guzmán.

     Año de 1600, D. Mateo de Varaona.

     Año de 1624, Capitán Juan de Alemán.

     Año de 1630, Capitán N. Portierra.

     Año de 1637, D. Pedro Enríquez de Novoa.

     Año de 1650, Capitán Gaspar Martínez de Andino.

     Año de 1660, Capitán de caballos D. Andrés de Munive.

     Año de 1683, Capitán de infantería Gaspar Mateo de Acosta, mi abuelo, que pasó con grado de Maestre de Campo a los Gobiernos y Capitanías Generales de Cumaná y Maracaibo.

     Año de 1683, Teniente de caballos D. Francisco Gaytán de Vargas.

     Año de 1687, D. Pedro de Aranda y Avellaneda, antes Sargento Mayor del Presidio de la Florida.

     Año de 1694, D. Pedro Rodríguez Cubero, que pasó al Gobierno del Nuevo México.

     Año de 1700, Capitán de caballos D. Luis Zañudo y Anaya, que pasó al de Cuba.

     Año de 1710, Sargento Mayor D. José de Santa Cruz, natural de esta ciudad.

     Año de 1729, Capitán de infantería D. Juan de Florencia, natural de ella.

     Año de 1737, D. Juan de Figueroa, idem.

     Año de 1758, D. Fernando Arias, actual.

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