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Llevan a la luna un día hasta la comisaría

Antoniorrobles





La Isla de la Golondrina era muy grande y muy preciosa. Tenía leguas y leguas de extensión, y montañas con rocas, y llanos con huertas, y pueblos con torres.

En un extremo estaba la magnífica ciudad de Tilín de la Hermosura, con su soberbio puerto de mar. Y a más de cien kilómetros, y sobre unas rocas altísimas, altísimas, un pueblecillo ruin que se llamaba Villacoser de los Remiendos, con las techumbres de paja, las paredes de piedra sin cal ni ventanas; y unas, puertezucas que para entrar por ellas había que agacharse.

¡Pobres niños de Villacoser! Eran muy incultos y no habían bajado jamás al llano, ni sabían lo que era un juguete.

Tenían que entretenerse con montoncitos de arena y de barro, o tumbando las sillas, para simular que eran caballos. Pero ellos no sabían siquiera que había juguetes en el mundo. Sabiendo silbar, ya creían tener un juguete.

Y teniendo un troncho de berza, ya tenían otro juguete: un balón para darle puntapiés. Y nada más.

*  *  *

Pero sucedió una vez que Botón Rompetacones llegó a Tilín de la Hermosura como pinche de las cocinas de un transatlántico. No podía pelar patatas porque tenía una mano de madera -que perdió la suya peleando contra los enemigos de los trabajadores y los invasores de su nación-, pero sabía menear los pucheros... y cogía las mejores patatas fritas con el tenedor que siempre llevaba en la cinta de su sombrero.

Y como se encontrara en Tilín a sus amigos Balón, siempre tan gordo, y Bidón, siempre con su «mono» azul, decidieron hacer una excursión a los Picos de la Golondrina, que eran los más altos de la isla de este nombre.

Lucían unos escasos materiales de alpinismo: Botón llevaba al hombro unas escobas por si le servían de esquís; Balón se cubría la cabeza con un embudo, y Bidón llevaba el termo colgado de un cordón de la luz que le cruzaba el pecho. Sin embargo, estos dos amigos subieron a las montañas con esquís auténticos. Ya muy altos, muy altos, y muy de noche, vieron las luces de un automóvil.

Les extrañaba muchísimo, porque ellos habían tenido que trepar casi con las uñas.

Los faros se acercaban... y los tres niños estaban cada vez más extrañados. O mejor dicho, cada vez se les convertía más la extrañeza en miedo.

De pronto, ¡qué horror!, advirtieron que no había tal auto, sino un lobo feroz.

¡Ah! Pero allí estaban las escobas de Rompetacones y los esquís de Bidón y Balón; de manera que los esquís se pusieron a la defensiva, con los pinchos hacia el lobo, y Botón le ahuyentó a escobazos.

Y así pudieron seguir trepando. Treparon, treparon, y cuando ya se veían, muy abajo, muy abajo, muy abajo, las luces del último pueblo que habían pasado, se encontraron con lo que menos podían esperar: con que aún había otro pueblo muy chiquitín y muy disimulado entre las rocas.

Habían llegado a Villacoser de los Remiendos.

*  *  *

Llamaron al sereno con dos palmadas, y no vino nadie. Otras dos palmadas, y de pronto apareció un pastor.

-¿Es usted el sereno?

-Aquí no hay sereno -respondió-. ¿No veis que aquí no tenemos nada que guardar? No hay cuidado de que nos robe nadie, como no nos roben piedras.

-¿Y dónde podríamos descansar nosotros? -preguntó Botón.

-Venid conmigo.

Los llevó al pajar de su casa y sobre tres sacos se tumbaron. Aquello estaba completamente obscuro; pero se oía de cuando en cuando la cencerrilla de alguna cabra.

El pastor sacó su ganado, que era un grupo de seis cabritas, y se lo llevó cuando todavía era de noche, aunque ya iba a empezar a clarear.

Los tres muchachos se quedaron dormidos, porque estaban cansados. Y ya bien de día se despertaron.

Era domingo y se oía cerca el guirigay de la chiquillería, que estaba jugando por allí cerca.

Botón y sus amigos se fueron a un arroyito fresco, se lavaron, y luego se acercaron poco a poco a los muchachos, que estaban jugando al torito «dao», porque es un juego para el que no hace falta más juguete que una china del suelo, y con ella echar a suertes.

Los chavales se asustaron un poco al ver a estos otros tres chicos alpinistas. Pero Rompetacones se puso a hablar con ellos cariñosamente.

Entonces los del pueblo les trajeron pan y leche, y según estaban desayunando les preguntó Botón:

-¿Qué tal es vuestro maestro?

-¿Maestro?... No tenemos maestro.

-¡Qué disparate! ¿Y no sabéis leer ninguno?

-Ninguno -respondieron los chavales.

-Me dais mucha lástima.

-¡Ca! -dijo uno de ellos- Cuanto menos maestro, menos nos sujetan.

-Sí, pero seguiréis esta vida miserable siglos y siglos... Yo he ido mucho a la escuela, y con los maestros de antes, que eran muy machacones, me aburría mucho y teníamos que tirarles papelitos con un tirador de gomas para distraernos. Pero los maestros de ahora juegan con los chicos y les enseñan cosas muy curiosas que gusta saber, y que son las cosas que valen para vivir el día de mañana, Nada, muchachos, que no hay derecho a que os tengan abandonados porque seáis de un pueblo tan lejano. Todos los niños tienen derecho a que se les enseñe, y a ser, cuando mayores, tanto como los demás, si lo merecen,

Pensativos se quedaron los chiquillos de la sierra; y entonces dijo Balón:

-Y de juguetes, ¿cómo andáis?

-¿De juguetes? ¿Y qué son juguetes?

No habían visto un juguete en la vida; ya os lo hemos dicho. Así es que Botón, Balón y Bidón les estuvieron explicando lo que eran los balones, los soldados de plomo, los automovilitos, los trenes, los aros, las muñecas, los rompecabezas, los peones, los bolos, las cocinitas y tantas y tantas cosas más.

De manera que aquellos chavales de las rocas se miraron unos a otros con tristeza, pensando en la alegría que ellos tendrían si alguien les regalara juguetes.

-¡Juguetes!

Pronunciaban la palabra con entusiasmo; como si fuera de magia.

-¡Juguetes! ¡Quién tuviera juguetes!...

*  *  *

Botón y sus amigos siguieron a los picos más altos, que estaban allí al lado, y desde ellos vieron toda la Isla de la Golondrina.

Y allá, muy lejos, a más de cien kilómetros, el puerto y la preciosa y llana ciudad de Tilín de la Hermosura, cuyas calles principales estaban de noche iluminadísimas; la iluminaban sus escaparates llenos de joyas, de frutas lujosas, de maniquíes de sastre, de objetos para regalos, de torres hechas con latas de conservas y de juguetes magníficos.

Botón y sus amigos, después de pisar en la roca más alta, descendieron, con los esquís y las escobas, por el otro lado, que tenía nieve porque no le daba el Sol. Y al cabo de dos días llegaron a Tilín, de cuyo puerto había zarpado ya el barco donde estuvo empleado Botón Rompetacones. De modo que él se quedó unos días a vivir con sus amigos.

*  *  *

Es natural que los chiquillos de Villacoser de los Remiendos sintieran un gran deseo de tener juguetes.

Se asomaban a las rocas, veían allá lejos Tilín de la Hermosura, y a ellos les parecía que Tilín tenía que ser una ciudad llena de juguetes por todas partes, que colgaban hasta de las cuerdas de tender la ropa.

Por eso estaban entristecidos, y sobre todos ellos, uno que se llamaba Flequillo.

-¿Qué te pasa? -le preguntaba la madre, mientras comían unas tristes sopas de ajo.

-Que no tengo juguetes. Ya ves: todos los niños de Tilín de la Hermosura tienen muchos juguetes...

Entonces el padre y la madre de Flequillo se miraban con tristeza. Pero él insistía:

-¡Yo quiero juguetes, padre! ¿Cómo son los juguetes?... Yo también soy niño, como los de Tilín de la Hermosura, y no tengo juguetes...

-Ya los tendrás, ya los tendrás -le decía el padre para calmarle.

Pero el niño seguía con su terquedad infantil:

-Anda, padrecito, cómprame juguetes.

Esto que pasaba en la choza de Flequillo, pasaba también en todas las casucas de Villacoser, y entró en el pueblo una inquietud tremenda, porque todos los niños querían que sus padres bajasen hasta la gran ciudad en busca de alguna colección de juguetes.

-Ya los tendrás, ya los tendrás -les decían, como los padres de Flequillo.

Pero no los tenían nunca. No podían tenerlos. Ya sabéis que en Villacoser de los Remiendos eran muy pobres, y no tenían más ganancia que la que sacaban de sus escasas cabras trepadoras.

El terreno era muy malo para sembrar; muy alto y muy rocoso. Servía sólo para las cabras. ¿Y qué juguetes podían comprar, si apenas tenían para pan?

*  *  *

Lo malo -es decir: lo bueno- era que en Villacoser los padres querían mucho a sus hijos, y se les veía tristes en las horas de la comida.

-¿Qué te pasa? -decía la madre de Flequillo al padre.

Y cuando Flequillo no les oía, el padre contestaba:

-Que me fatiga eso de que mi hijo no tenga juguetes como los demás niños. ¡Qué feliz será el Mundo cuando se ocupen de los campesinos tanto como de los de la ciudad!...

-¿Y no le puedes comprar nada, nada?

-Nada. Si vendo la «Rueda», la «Caja», la «Toalla» o la «Sardina» para comprar juguetes, no nos quedará apenas leche para vender, y nuestro hijo no tendría pan, que es más necesario que los juguetes.

Ya comprenderéis que la «Rueda», la «Caja», la «Toalla» y la «Sardina» eran sus cuatro cabras, que se llamaban así.

Como en todas las casas del pueblo estaban preocupados por los juguetes, sucedió que un día iba el buen hombre detrás de la «Rueda», la «Caja», la «Toalla» y la «Sardina», y se encontró con otro vecino, pastor de otras poquitas cabras.

-¡Muy triste vas!- le dijo éste.

-Sí que voy preocupado. Mi hijo Flequillo quiere juguetes, y yo no tengo cuartos, para comprarlos.

-Igual me pasa a mí con mi hija Tijerilla...

Y los dos rudos pastores se quedaron muy pensativos y muy silenciosos, mientras las cabras triscaban por las rocas, a ver si encontraban algo para ir comiendo.

Así un día, y otro día... ¡Siempre muy preocupados y tristes!...

*  *  *

Pero una de las veces se encontraron los dos pastores, y uno dijo:

-Pues, señor, ¿qué se me ocurriría a mí para traer algunos juguetes a mi hijo Flequillo?

-¿Y qué te parece que haría yo para traer a Tijerilla unas muñecas?

Pensáronlo mucho, y como estaban en una roca que daba vista a Tilín de la Hermosura, se le ocurrió al padre de la muchacha esta mala idea, qué dijo con cierta timidez:

-¿Quieres que bajemos a la ciudad... y sin que nos vea nadie entremos en una tienda de juguetes... y llenemos un par de sacos?...

-No está bien eso que has pensado -contestó el padre de Flequillo-; créeme que eso no está bien...

-Sin embargo, no tendremos otro remedio -replicaba el padre de Tijerilla.

-Estamos en este rincón del Mundo, y nadie nos hace caso. Tendremos que ir a coger los juguetes así: por sorpresa. Si no, nuestros hijos seguirán llorando... y con razón.

-Nada, nada; eso no debe hacerse.

Pero se encontraron tantas veces los dos pastores entre las rocas, y se lo dijo tantas veces, que al fin cedió... y decidieron hacerlo.

Fuéronse a sus casas, cogió cada uno un saco y un garrote, y comenzaron a bajar por aquellos riscos agudos y difíciles que tenían aislado del resto de la isla al pueblecillo.

De pronto se encontraron un lobo, ¡dos lobos!, ¡¡tres lobos!! Apenas se les veía en la noche; pero se les oía.

-¿Nos comerán? -preguntó uno.

-¡Pobres de nuestros hijos si los lobos se nos comen! ¡Ya no podríamos ayudarles a vivir!...

-Entonces, ¡adelante, por la felicidad de nuestros hijos!...

Avanzaron con los garrotes y los lobos, aterrados, huyeron. Pero algo había allí, lleno de misterio, y se liaron a estacazos con ello.

Media hora llevaban de lucha, en lo más dificultoso del camino, cuando de pronto salió la Luna y se encontraren con que se trataba de un desgraciado espantapájaros, que quedó destrozado para siempre. ¡Pobre monigote!

¡Qué hermosa era la Luna recién salida!...

Era casi redonda, grande, ancha, blanca, generosa de luz. Gracias a ella pudieren continuar su camino.

¿Salió para favorecerles?... ¿Quién lo sabe?...

Parece que le tocaba salir; sin embargo, algunos astrónomos dijeran que había salido unos minutos antes de que le correspondiera.

No tendría nada de particular, porque la Luna es demasiado bonita y no podrá nunca ser mala.

*  *  *

Durmiendo en el campo y comiendo sobre las piedras del sendero, llegaron al cabo de das días a Tilín de la Hermosura. Nunca habían bajado a la ciudad. Se deslumbraron ante los escaparates. ¡Cuánta joya!... ¡Bah! Pero las joyas no les interesaban... ¿Para qué les servía eso? Para nada.

¡Cuánto traje bonito en los muñecos de las sastrerías luminosas!... Pero tampoco los elegantes maniquíes les importaban mucho.

Ni siquiera las latas de ricas conservas, teniendo ellos su buen pan moreno, la blanca leche, las morcillas negras y las rojas longanizas que se sacaban en sus cocinas de pueblo. Lo que les encendía el deseo eran aquellos escaparates Henos de luz y de juguetes, que serían capaces de lograr la felicidad de sus hijitos durante cinco o seis años.

-¡Mira que es triste -decía el padre de Flequillito- esto de que los zagalillos de la sierra no puedan disfrutar de la felicidad infantil que dan los juguetes!...

-No, pues los nuestros sí que van a disfrutar. Ya lo verás -dijo el otro compañero, muy decidido.

Como uno de los escaparates era de un bazar de entrada libre, entraron. Y cuando nadie los veía, se metieron debajo de una gran espuma de virutas finísimas que había en un rincón, que pertenecía a las cajas de los más delicados juguetes, que iban vaciando.

*  *  *

¡Ea! Ya era el momento de salir del escondite. Por cierto que les dio un susto muy grande, casi tan grande como el de los lobos, un automovilito de juguete, que lo habían estado probando ante un comprador, y se le había quedado un poco de cuerda atascada. De manera que ahora se le soltó la cuerda que le quedaba y empezó a correr por el suelo adelante.

Después encontraron al guarda de noche; ése les asustó menos, a pesar de que sacó una pistola.

El padre de Tijerilla le dio un palo en la mano y le tiró el arma. Y el padre de Flequillo le tapó la boca y le ató las manos, mientras le decía con verdadera amabilidad:

-Perdone usted que le atemos y le hagamos callar; pero no hay más remedio; porque si no, no nos iba usted a dejar coger juguetes para nuestros niños.

Y el guarda contestó, antes de que se le acabasen de tapar la boca:

-Ustedes también deben perdonarme a mí que no me ponga de su parte; pero cobro un sueldo por ser guarda de noche, y me gusta cumplir con mi obligación.

-En eso hace usted bien -le dijeron los otros, acabándole de amordazar y dejándole tumbado blandamente en las virutas.

Se fueron luego a escoger los juguetes. Cogieron veinte muñecas, treinta cajas de soldados, muchos muebles para el tamaño de las muñequitas, autos de madera, seis caballos de cartón, doce escopetas de juguete, toros, trenes, bolos... ¡de todo!

Y ya con los sacos bien llenitos, cogieron la llave al guarda, abrieron, le destaparon la boca para que respirase bien, le cerraron con llave, y huyeron corriendo por la carretera, con los sacos al hombro.

*  *  *

Entonces el guarda, con las manos atadas y las narices libres, hizo una cosa con la que no contaban los pueblerinos aquéllos; y fue que se acercó al teléfono, quiera automático, y con la punta de las narices cumplió con su obligación y llamó al número del dueño: el 33333, que es muy fácil para unas narices.

-¡Oiga!... ¡Dos hombres con tipo de pueblo se han llevado dos sacos de juguetes!...

-¿Cómo, cómo? -preguntó, preocupado, el dueño- ¿Que dos ladrones han robado dos sacos de juguetes?...

-No sé si eran ladrones, porque no sé si, cuando se cogen juguetes para los hijos que son pobres, es robar; pero yo creo que sí: que todo es robar. Yo cumplo con mi deber avisándoselo a usted.

-Está bien -dijo el amo.

El cual se asomó a la ventana de su casa y empezó a gritar:

-¡¡Socorro!! ¡¡Socorro!!

Llegó el sereno, que por cierto tenía la chapa de su cinturón muy brillante, y tocó un pito:

¡¡Piiiii!! ¡¡Piiiii!!

Luego vino un guarda con un bigotazo muy espeso y un silbato también muy brillante.

¡¡Riiiii!! ¡¡Riiiii!!

Después llegó el cornetín de órdenes de los guardias, y tocó su brillantísima trompeta:

¡¡Tararí!! ¡¡Tararí!!

Y, en fin, a seguido llegó el carro de la guardia, lleno de guardias de botones brillantes, y haciendo sonar su campana, que era lo que más brillaba aquella noche:

¡¡Tilín!! ¡¡Tilín!!

Hasta Botón se despertó y se asomó al balcón; de modo que oyó al amo del bazar, cuando dijo al teniente desde la ventana:

-¡Me han robado!... ¡Unos pueblerinos me han robado dos sacos de juguetes, y han salido corriendo!...

-Bueno, bueno, pues saldremos a coger a los ladrones -dijo el jefe, que cumplía así con su obligación; sobre todo en aquel tiempo en que los guardias estaban al servicio de los señorones.

Mientras cogían gasolina en un surtidor, Botón llamó a sus amigos Balón y Bidón, y guiñando los ojillos con picardía a los guardias que iban detrás, se les consintió que montaran en la trasera.

Salieron rodando, y Botón tenía que cogerse el sombrerito con su mano sana, porque se le iba con la velocidad.

-Hay seis carreteras -indicó el chofer.

-Vamos por esta misma -respondió el jefe, señalando una cualquiera.

*  *  *

Vieron en seguida dos hombres con sacos.

-¡¡Aquéllos son!! -exclamó el teniente.

Destaparon con violencia los sacos y resultó que eran patatas. Claro está que las frieron y se las comieron.

Inmediatamente salieron por otra carretera, y vieron otros dos hombres con sacos.

--¡¡Aquéllos sí que son!!

Les dieron alcance, destaparan los sacos, y eran fardos de camisetas. Así es que las sacaron y se las pusieron. ¿Qué iban a hacer?...

En otra carretera vieron dos pueblerinos con dos sacos al hombro.

-¡¡Aquéllos tienen que ser!!

Los cogieron, cogieron los sacos y no eran tales sacos, sino pellejos de vino. Y claro está que se lo bebieron y se fueron por otra carretera.

Y volvieron a ver otros dos hombres cargados con sacos.

-¡¡Ésos, ésos son!!

Como lobos desataron los fardos para ver si eran los juguetes, y resultaron de cigarros puros. De manera que se los fumaron... y se fueron por la quinta carretera, a la que llegaban ya al amanecer.

Pasó lo mismo: dos mozos con dos sacos.

-¡¡A por ellos, que ellos han de ser!!

Resultó que los sacos eran de paja. ¿Se lo comieron? No. Eso sería insultar a los guardias, que estaban cumpliendo con su deber, menos en lo de comer, beber, vestirse y fumar con tanta tranquilidad.

No se comieron la paja; pero echaron los sacos al suelo, y poniendo sobre ellas las cabezas todos los guardias, se quedaron dormidos como troncos.

Botón estaba detrás de un árbol, siempre vigilante. Y sus dos amigos, detrás de oíros dos.

Ya había salido el Sol. Y como les cogía con las barrigas bien llenitas y con mucho sueño, estuvieron durmiendo todo el día, hasta que la Luna les alumbró con su blanca luz.

*  *  *

A todo esto los padres de Flequillo y Tijerilla habían caminado casi toda la noche anterior y casi todo el día; y cuando la Luna salió esta noche, estaban empezando a subir la cuesta que, cada vez más pina, había de llevarlos a las rocas sobre las que estaba Villacoser de los Remiendos.

¡Buena Luna! Si ayer parecía llena, hoy estaba casi tan redonda como un duro, y ¡grande grande! Alumbraba como un Sol de la noche.

Se veían hasta los conejos que caminaban a cien pasos, con ese caminar de los conejillos, que parece que dan cocecitas.

*  *  *

Pero volvamos a los del camión, donde el teniente, al ver lo tarde que era, mandó tocar diana a las nueve de la noche, cosa que no había pasado nunca. Y montando todos, salieron a gran velocidad hacia la sexta y última carretera que les quedaba por ver. A la trasera del coche se montaron otra vez Botón, Balón y Bidón, que iban entonando esté cantar:


«Montemos en camión»
(dice cantando Botón).
«Para ver si es un ladrón»
(añade luego Balón).
«O cuántos ladrones son»
(dice en seguida Bidón).
Sin ninguna, obligación
ni necesidad alguna,
van cantando esta canción,
alumbrados por la Luna,
Botón, Balón y Bidón.



Efectivamente, al son de este disparate musical, y con una noche tan luminosa que permitía correr alocadamente a los guardias, siguieron la ruta número 6.

*  *  *

Subiendo cuestas y más cuestas con aquel par de sacos que les pesaban de verdad, iban camino de su pueblecito los padres de Flequillo y de Tijerilla; pera de pronto vieron allá lejos unos hermosos focos de automóvil.

-¡Chico: aquello me escama! -dijo el de Flequillo.

-Temo que nos quiten los juguetes -añadió el primero.

-Y que nos metan en la cárcel -dijo el padre de la muchacha.

-Y entonces se acabó la diversión de nuestros hijos... y el pan.

-Tienes razón: y el pan.

-Y lo malo -añadió el de Flequillo- es que también tendrán razón para detenernos. Hemos robado... Somos unos ladrones, aunque lo hayamos hecho por nuestros hijos.

-¿Pero no crees que tenemos algún derecho...?

-No lo creo; para coger una cosa ocultamente no se tiene derecho jamás.

Muy preocupados caminaban: los dos hombres, y el miedo les tenía cada vez más encogidos en vista de que los faros se iban acercando más y más cada vez.

¿Brincarían por las rocas? ¡Bah! De todos modos los verían y los cazarían como a conejos, con la luz de aquella Luna espléndida.

La situación era horrible. Estaban perdidos.

*  *  *

¡Ah! Pero la hermosa Luna se dio cuenta, y como ya se ha dicho que una cosa tan bonita como una Luna llena no puede tener mala intención, tuvo un feliz y noble pensamiento.

Le faltaban unos minutos todavía para ponerse detrás de la montaña; lo que sería tiempo suficiente para que llegaran los guardias. Y entonces es cuando hizo una grande y simpática picardía: se dejó caer rápidamente como una estrella en lluvia de estrellas, y se perdió.

Y la montaña quedó completamente a obscuras. No se veía ni a medio metro. No se veía ¡nada!...

Los dos hombres de los sacos tenían que caminar cogidos de la mano para no perderse el uno del otro. De modo que, al tacto de los pies y las manos, se salieron de la carretera, se acurrucaron entre unas rocas... y el camión pasó hacia arriba sin ver nada... y volvió a pasar al cabo de una hora hacia abajo, sin ver tampoco a nadie.

Botón fue escuchando a los guardias que se decían, unos a otros así sobre la marcha:

-Nos ha reventado la Luna.

-Como que yo creo que lo ha hecho a propósito.

-Ya lo creo que lo ha hecho a propósito; porque yo había visto dos hombres con sacos, que ésos sí que no tenían más remedio que ser los ladrones.

-Yo también los había visto en aquel instante en que se fue la Luna -añadió el otro guardia.

Y el teniente decía:

-Esta Lunita nos la ha de pagar, si se atreve a salir mañana, ¡ea!

*  *  *

Cuando se lo dijera al comisario de Policía, dio un tremendo puñetazo en la mesa donde había dejado el sombrero. Qué puñetazo sería, que el sombrero dio un salto y se quedó dando vueltas, enganchado en un rápido ventilador de molino que colgaba del techo. Y exclamó el comisario:

-¡¡Luna es cómplice de esos dos bandoleros, y pagará su culpa!! ¡¡Mañana, nada de camiones de guardias!! ¡¡Mañana, que salgan a buscar la Luna dos aeroplanos de la Policía!! ¿O es que se cree que se va a poner en contra de los poderosos de la isla?... ¡¡A cazarla!!

-Está bien, señor comisario. Así se hará.

*  *  *

En efecto, cuando a la noche siguiente salió la noble Luna, algunos vecinos de Tilín de la Hermosura vieron cómo despegaban del aeródromo dos aviones policíacos con guardias bigotudos, y se encaminaban hacia ella.

Y todos los vecinos de la ciudad, y entre ellos Botón Rompetacones y sus dos amigos, vieron también cómo llegaban ante la Luna los aparatos, la rodeaban dando vueltas y la obligaron a marchar delante de ellos, con dirección a la Tierra.

¡Qué pena daba ver un astro tan bonito y tan redondo, conducido por una pareja bigotuda de aquellos guardias de régimen antiguo!...

Porque habéis de saber que, si ayer estaba la Luna casi casi redonda como un duro, hoy estaba redonda redonda, como lo más redondo del Universo; es decir: como la mismísima Luna llena.

¡Qué bonita era! ¡Qué redonda estaba! ¡Qué emoción producía verla!

*  *  *

La bajaron hasta el aeródromo, y desde allí fue conducida por dos guardias de fusil hacia la Comisaría. La llevaban rodando por la carretera. Resultaba tan grande, que casi les llegaba a la cintura; así es que rodaba perfectamente; mucho mejor que un tonel.

Allí, en la Comisaría, y para que no rodara más, la pusieron sobre una jofaina grande que le servía de peana. Pero además hubo que poner en lo alto de la gran bola un pisapapeles -que era un perro de bronce, sobre una peana de mármol- porque, si no, se subía sola, como un globito.

Se reunieron tres gafas severas y tres sombreros de copa para juzgarla, y debajo de los sombreros tres señorones de ésos que, como son señorones, siempre favorecen a los señorones; de consiguiente, estaban dispuestos a favorecer al poderoso dueño del bazar de juguetes.

-¡Audiencia pública! -exclamó el bedel desde una puerta.

Algunos curiosos entrarán a ver cómo se juzgaba a la Luna; y claro está que entre el público aparecieron el manco, el flaco y el gordo; es decir: Botón, Bidón y Balón.

-¿Cómo se llama usted? -le preguntaron desde debajo de uno de aquellos sombreros de copa.

-Doña Luna.

-¿Profesión?

-Satélite.

-¿Dónde presta sus servicios?

-En los alrededores de la Tierra.

-¿Qué edad tiene usted?

-Veinticinco años.

Todos se miraron porque se comprende que se quitaba años. Alguien dijo por allí que tendría de doce mil para arriba: pero, en fin, no era mucha la diferencia.

-¿Domicilio?

-En el cielo.

-Bien, pues se la acusa a usted de ser cómplice de unos ladrones de juguetes.

La pobre «mujer» se defendió como pudo:

-Mire usted, señor Presidente: roban, porque no saben leer... Cuando se tiene un poco de cultura, se tiene mejor idea de la dignidad y no roban nada más que los que son, en el fondo, ladrones; pero no éstos que lo hacen sin saber apenas que eso no debe hacerse... Además, hay que comprender que sus hijos no tienen juguetes. ¿Por qué se les tiene tan abandonados, sin escuelas para que sepan lo feo que es robar, y por qué no les regalan unos juguetes que hagan feliz la infancia de sus hijos?... Castíguenme a mí, si quieren; pero que no los busquen a, ellos... ¡Pobres padres y pobrecitos hijos!... Yo que lo veo todo desde arriba, sé cuándo se les debe perdonar...

-¡Nada, nada! -gritó uno de aquellos sombreros de copa, con su caballero debajo- Usted ha favorecido a esos ladrones para que roben a este señor del bazar, y tiene usted que cumplir la siguiente condena.

Miraron con sus tres gafas los tres señores de las tres «chisteras» en tres gruesos libros de Justicia, y dijeron solamente los tres al mismo tiempo:

-¡Seis años y una noche estará usted atada a la chimenea de la cárcel! Y únicamente la soltaremos antes si aparecen los ladrones.

Cuando la iban a sacar de la Comisaría -siempre entre los dos guardias de fusil y bigotazos-, fueron Botón, Bidón y Balón, y poniéndose en pie entre el público, exclamaron:

-Nosotros somos el pueblo, y la perdonamos por esta vez.

En efecto, el público los aplaudió; pero pudieron más los señorones, y a los diez minutos estaba la Luna atada como un globito de niño a la chimenea de la cárcel. ¡Qué desgraciada!

*  *  *

De día pasaba un poco inadvertida; pero de noche brillaba con sentimiento; y daban ganas de venir a cantarle coplas, como esta que una vez le oímos a Botón Rompetacones, acompañado de corneta:


Luna que estás en la cárcel
que te ataron con bramante;
seis años de triste luz,
si no te desatan antes.



Y no olvidéis que entre los que iban a cantarle coplas estaban Balón con una guitarra y Bidón con una bocina; que al fin y al cabo todo produce ruido.

*  *  *

Pero a Botón Rompetacones le pasaba una cosa y era que por las noches tardaba en dormirse, pensando que acaso tuviese él la culpa de la prisión de la Luna; porque él habló de los juguetes del mundo en Villacoser de los Remiendos, y tal vez fueran vecinos de tan remoto pueblo los ladrones.

Así es que se subió él solito a Villacoser de los Remiendos, y se encontró, en efecto, con que todos los niños tenían juguetes recentísimos.

Botón se enteró de quién los había subido, y dijo entonces a los padres de Flequillo y de Tijerilla:

-Si los ladrones de juguetes no se entregan, el Mundo entero estará sin Luna durante seis años y una noche.

-Está bien; somos gente de buena voluntad, no somos ladrones de oficio; ya ves que hemos repartido los juguetes entre todos los niños del pueblo; así es que verás cómo nos portamos bien con la Luna, a la que estamos tan agradecidos.

El otro añadió:

-Y hasta nos portaremos bien con el rico dueño del bazar, a pesar de lo poco que de los pobres campesinos se acuerdan en las ciudades; que ni nos mandan maestro para que nuestros hijos sean tan hombres como los demás, ni juguetes para que nuestros hijos sean tan niños como los demás.

Rompetacones emprendió la bajada hacia Tilín de la Hermosura y en llegando dijo a Balón y a Bidón:

-Ya sé quiénes se llevaron los juguetes; y aunque desconozco lo que irán a hacer, me han prometido arreglarlo todo bien.

-¿Qué prepararán?

-¿Irán a entregarse?

-No lo sé, pero son buena gente -les contestó Botón.

Y aquella noche tardaron los tres en dormirse, pensando en qué sería lo que fueran hacer aquellos pueblerinos.

*  *  *

A los cuatro días, cuando ya la Luna empezaba a desinflarse por su tristeza, Botón, Balón y Bidón fueron a cantarle esta copla:


Luna que estás en la cárcel
prisionera con bramante:
me parece, me parece,
que te van a soltar antes.



Eso la animó un poquillo, y parece que volvió a inflarse; pero a los ocho días de cárcel se entristeció de nuevo.

Y he aquí que un jueves aparecieron en la Comisaría dos hombres con dos sacos llenos al hombro.

-Aquí están los juguetes que faltan en el bazar.

El comisario y los dos jueces se pusieron las gafas para mirar con más severidad a los pueblerinos y les preguntaron así:

-¿Es que los devolvéis?

-Sí, señor.

-¿Y venís a entregaros?

-Sí, señor.

-¿Y cómo es eso? -preguntaron los caballeros de los tres sombreros de copa.

-Pues porque hemos comprendido, aunque tarde, que no está bien llevarse lo que no es de uno. No porque los grandes ricos se enriquezcan con el trabajo de los pobres vamos nosotros a robarlos. Y con cada noche nos remordía más la conciencia, hemos acabado por traerlos... y entregarnos.

Así habló el padre de Tijerilla. Y el del chaval llamado Flequillo añadió:

-Además, hemos estado aprendiendo a hacer algunos de los juguetitos. Nosotros somos gente que trabaja, y con trabajo lo resolvemos todo. Porque han de saber que le sabe mejor a un padre hacerle él mismo los juguetes a sus hijos, que comprárselos o robarlos.

El comisario y los dos jueces, al comprender la nobleza tan firme que tenían aquellos dos pastores, se pusieron de pie en señal de respeto, se quitaron sus «chisteras» en señal de más respeto todavía, y habló así el comisario:

-Quedáis en libertad.

-Bien, pero que suelten también a la Luna -dijeron ellos.

-Esta noche será libertada. Porque de noche es más bonita.

*  *  *

Efectivamente, Botón y sus amigos asistieron al momento de soltarla. El mismo comisario, con el sombrero de copa en la mano cortó con unas tijeras el bramante.

Y la Luna volvió a subir a su sitio, como un globito que se hubiera hinchado de pronto de felicidad.

Toda la gente aplaudió con fervor. Y Rompetacones le cantó esta copla:


Luna que te vas volando
que le han cortado el bramante:
ya tienen todos juguetes;
puedes seguir adelante.



Y así era: al igual que antes, la Luna daba su luz para ricos y pobres; ya los juguetes de la Isla eran para ricos y pobres también. Es decir, que paraba Lima y para los juguetes, ya no había niños pobres ni niños ricos; todos eran iguales.

Desde aquellos días, los vecinos de Villacoser de los Remiendos, que casi todos eran pastores de cabras, se llevaban al campo unas cuantas herramientas, y hacían sillitas, mesitas, autos de madera, caballos, bolos, peonzas, y hasta muñecas, para que las niñas hicieran vestidos con trapitos limpios.

Además, como los pastores eran trabajadores, siguieron perfeccionándose, y bajaban de cuando en cuando a Tilín de la Hermosura sacos llenos de entretenidos juguetitos de madera, que vendían a las tiendas y bazares.

Y así añadían algún dinerito a lo poco que con las cabras ganaban.

*  *  *

El dueño del bazar, que lo había heredado de su padre y vivía del trabajo de las fábricas y de los dependientes de la tienda, se incomodó diciendo que los pastores de Villacoser de los Remiendos le quitaban algo de negocio con eso de vender juguetes.

Pero a todo el pueblo indignó su avaricia; y ya se sabe le que pasa cuando un pueblo se indigna: un día asaltaren brutalmente el bazar y se llevaron todos los juguetes para los enfermitos de los hospitales.

La Luna lo alumbró todo.

Entonces Botón habló al dueño, le convenció con buenas palabras y lo que el señor hacía era vender allí los juguetitos que fabricaban a mano todos los pastores; y así el negocio era de todos.

Y bastase hicieron famosos los juguetes de madera de Villacoser de los Remiendos.

Botón llevó las cuentas durante una temporada. Y cuando había buena Luna, trabajaba con su luz, como si la Luna le ayudara en el negocio, le inspirase para las cuentas y le aconsejase para las decisiones.

Y al ser más felices los chiquillos de la sierra, se lavaban más veces, y hasta empezaron a pedir maestro, como cuando pedían juguetes.

¡Cómo habían cambiado... y qué buenos barcos de veía se hicieron para jugar en el arroyo!...





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