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1.      Voy a presentar un ejemplo del terror noble que puede infundir la descripción de una completa soledad, entresacando algunos trozos del sueño de Carazan en el Bremer Magazín, tomo IV, pág. 539. A medida que sus riquezas crecían, este rico avaro había cerrado su corazón a la piedad y al amor por sus semejantes. Con todo, según iba en él enfriándose la filantropía, aumentaba la diligencia de sus oraciones y de sus actos religiosos. Después de esta confesión, continúa hablando de esta suerte: «Una noche que hacía mis cuentas a la luz de la lámpara y calculaba las ganancias, me dominó el sueño. En tal estado vi venir sobre mi al ángel de la muerte como un remolino, y, antes de que pudiese evitar el terrible choque, me golpeó. Quedé entonces pasmado cuando me di cuenta de que mi suerte estaba echada por la eternidad, y que nada podía añadir a lo bueno que había realizado, y nada sustraer a todo lo malo por mí cometido. Fui llevado ante el trono de aquel que habita en el tercer cielo. El resplandor que ante mí llamaba, me habló de este modo: «Carazan, tu culto a Dios es rechazado. Cerraste tu corazón al amor humano y guardaste tus tesoros con mano de hierro. Has vivido sólo para ti mismo, y sólo has de vivir, por tanto, en adelante por toda la eternidad, sustraído a todo contacto con la creación entera.» En este momento fui arrastrado por un poder invisible a través de las brillantes construcciones de la creación. Mundos innumerables quedaban tras mí. Cuando me acercaba al término más extremo de la naturaleza, noté que las sombras del infinito vacío se hundían en lo profundo, huyendo de mí. ¡Un terrible imperio de calma eterna, soledad y tinieblas! Ante tal espectáculo, un terror inexpresable cayó sobre mí. Poco a poco fueron desapareciendo a mi vista las últimas estrellas, y, por último, se extinguió el postrer resplandor vacilante de la luz en las tinieblas extremas. La angustia mortal de la desesperación crecía en mi a cada momento y a cada momento aumentaba también mi alejamiento del último mundo habitado. Pensaba, presa el corazón de insufrible angustia, que cuando cientos de miles de años me hubiesen conducido más allá de los límites de todo lo creado, miraría siempre ante mí el inacabable abismo de las tinieblas, sin auxilio o sin esperanza de retorno. En esta confusión, tendí mis manos a la realidad con tal energía, que me desperté. Ahora he aprendido a tener en mucho a los hombros; aun el más insignificante de aquéllos, que en el orgullo de mi felicidad había rechazado de mi puerta, lo hubiese preferido en aquel espantoso desierto a todos los tesoros de Golconda.

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2.      Las sensaciones de lo sublime tienden las fuerzas del alma más enérgicamente, y fatigan antes, por tanto. Se podrá leer más largo tiempo sin interrupción una poesía pastoral que el Paraíso perdido, de Milton, y a La Bruyère mejor que a Young. Y hasta me parece una falta de este último, como poeta moralista, su uniformidad en el tono sublime, pues la energía de la expresión sólo puede ser renovada realzándola con pasajes más suaves. En lo bello nada cansa más que el arte trabajoso tras él adivinado. El esfuerzo por impresionar resulta penoso y produce una sensación de fatiga.

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3.      Cuando la sublimidad o la belleza rebasa el conocido término medio, se la suele denominar romántica (romanisch).

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4.      Pronto se advierte que esta honrada sociedad está repartida en dos palcos: el de los chiflados y el de los fatuos. A un chiflado instruido se le llama piadosamente un pedante. Cuando adopta un aire presuntuoso de sabiduría, como los necios antiguos y modernos, le sienta perfectamente la capa con cascabeles. La clase de los fatuos se encuentra principalmente en el gran mundo. Acaso es mejor que la primera. Hay en ellos mucho que ganar y que reír.

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5.      Considerada más de cerca, se ve que a la condición compasiva, por amable que sea, falta la dignidad de la virtud. Un niño que sufre, una mujer desdichada y simpática, infundirá en nuestro corazón este sentimiento, en tanto que recibimos fríamente la noticia de una gran batalla, en la cual, como es fácil pensar, una considerable porción del género humano ha perecido inocentemente bajo crueles dolores. Muchos príncipes que apartaron tristemente la vista de una persona desgraciada, no tuvieran inconveniente en desencadenar al mismo tiempo la guerra por motivos a menudo frívolos. No hay aquí ninguna proporción en los defectos, ¿cómo puede, pues, decirse que la causa sea el amor general a la humanidad?

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6.      Y hasta se tiene por feliz sólo en cuanto imagina que los demás lo tienen por tal.

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7.      También se comprende que una cierta finura de sentimiento sea contada como mérito. Que se pueda hacer una buena comida con carne o tortas, o que se duerma admirablemente bien, se considerará como señal de buen estómago, pero no como mérito. En cambio, quien sacrifique una parte de la comida a la audición de una música, quien ante un cuadro experimente una agradable distracción, o lea con gusto algunas cosas ingeniosas, aunque sean pequeñeces poéticas, reviste a los ojos de casi todos el prestigio de hombre delicado, y de él se tiene una opinión ventajosa y halagüeña.

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8.      Fue ésta llamada antes, en juicio estricto, virtud adoptada; aquí, en gracia al favor que merece por el carácter de sexo, se la denomina, en general, una virtud bella.

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9.      Como todas las cosas en el mundo tienen también su lado malo, sólo es de lamentar en este gusto que degenere más fácilmente que otro en libertinaje. El fuego encendido por una persona puede extinguirlo cualquier otra, y no son sobradas las dificultades que pueden limitar una pasión desenfrenada.

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10.      Esta ventaja está muy disminuida por la observación que se pretende haber hecho, según la cual los hombres que han frecuentado temprano y durante largo tiempo aquellas sociedades donde la mujer da el tono, se hacen comúnmente algo insignificantes y fastidiosos en el trato masculino, o resultan hasta despreciables, pues son incapaces de interesarse por una conversación que, aunque alegre, tenga un contenido positivo, que, aunque mezclada con bromas, pueda ser útil.

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11.      Apenas es necesario que repita aquí mi precedente disculpa. En todo pueblo, la parte más cultivada pone caracteres honorables de todo género y, aunque a alguno pueda tocar ésta o la otra censura, si es agudo sabrá tomar el partido de desentenderse de los demás y exceptuarse a sí mismo.

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12.      En la metafísica, la moral y en las doctrinas de la religión, nunca se es lo bastante precavido con los escritos de esta nación. Domina en ellos comúnmente mucha bella fantasmagoría, que no sostiene la prueba de una investigación reposada. El francés gusta de la audacia en sus expresiones; pero para alcanzar la verdad no hay que ser audaz, sino precavido. En la historia gusta de tener anécdotas en las cuales sólo se echa de menos que sean verdaderas.

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13.      La mujer en Francia da el tono a todas las reuniones y a todo el trato. Y no se puede negar que las reuniones sin el bello sexo son bastante insípidas y fastidiosas: pero si la mujer da en ellas el tono bello, el hombre deberá dar el noble. De otro modo el trato resulta igualmente fastidioso, pero por otro motivo; porque nada es más repugnante que una dulzura empalagosa. Según el gusto francés, no se pregunta:«¿está el señor en casa?, sino «¿está la señora en casa?». La señora está ante el espejo, la señora tiene vapores (una especie de bellas chifladuras); en una palabra, todas las conversaciones se refieren a la señora, y todas las diversiones cuentan con la señora. Y no significa esto que honren más a la mujer. Un hombre que se dedica a fáciles escarceos amorosos, carece siempre de sensibilidad, tanto para el verdadero respeto como para el amor delicado. Yo no quisiera, ni mucho menos, haber dicho lo que Russeau afirma de manera tan atrevida: «Que una mujer nunca llegará a ser más que un niño grande.» Pero el penetrante suizo escribió esto en Francia, y probablemente él, tan defensor del bello sexo, sentía con indignación que no se le tratara allí con mayor respeto que a un niño grande.

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14.      No es necesario que un ostentoso sea al mismo tiempo arrogante; esto es, se forme un concepto falso de sus cualidades, sino que puede, acaso, no estimarse más de lo que merece: su defecto es sólo tener un falso gusto en hacer valer este mérito exteriormente.

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15.      Se ha notado por lo demás que a los ingleses, a pesar de ser un pueblo de tan buen sentido, se les puede inducir a veces fácilmente a creer en una cosa absurda y singular, afirmándosela sin vacilaciones. Y es que un carácter atrevido, preparado por diversas experiencias, en las cuales muchas cosas raras han resultado, a pesar de todo, verdaderas, prescinde pronto de los pequeños escrúpulos que detienen en seguida a una inteligencia débil y desconfiada, y la preservan a veces del error, sin que esto signifique una superioridad propia.

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16.      Conviene distinguir siempre el fanatismo del entusiasmo. Aquél cree sentir una inmediata y extraordinaria comunidad con una naturaleza superior; éste significa aquel estado en que el espíritu se halla encendido por un principio cualquiera más allá del grado conveniente, ya sea por la máxima de la virtud patriótica de la amistad o de la religión, sin que en ello intervenga para nada la idea de una comunidad sobrenatural.

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17.      En Pekín, sigue celebrándose, con ocasión de un eclipse de sol o de luna, la ceremonia de ahuyentar con un gran estrépito al dragón que pretende devorar aquellos cuerpos celestes, y a pesar de saber ahora que las cosas ocurren de otro modo, siguen conservando esa costumbre, nacida de la ignorancia de tiempos remotos.

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