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11

Apenas es necesario que repita aquí mi precedente disculpa. En todo pueblo, la parte más cultivada pone caracteres honorables de todo género y, aunque a alguno pueda tocar ésta o la otra censura, si es agudo sabrá tomar el partido de desentenderse de los demás y exceptuarse a sí mismo.

 

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En la metafísica, la moral y en las doctrinas de la religión, nunca se es lo bastante precavido con los escritos de esta nación. Domina en ellos comúnmente mucha bella fantasmagoría, que no sostiene la prueba de una investigación reposada. El francés gusta de la audacia en sus expresiones; pero para alcanzar la verdad no hay que ser audaz, sino precavido. En la historia gusta de tener anécdotas en las cuales sólo se echa de menos que sean verdaderas.

 

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La mujer en Francia da el tono a todas las reuniones y a todo el trato. Y no se puede negar que las reuniones sin el bello sexo son bastante insípidas y fastidiosas: pero si la mujer da en ellas el tono bello, el hombre deberá dar el noble. De otro modo el trato resulta igualmente fastidioso, pero por otro motivo; porque nada es más repugnante que una dulzura empalagosa. Según el gusto francés, no se pregunta:«¿está el señor en casa?, sino «¿está la señora en casa?». La señora está ante el espejo, la señora tiene vapores (una especie de bellas chifladuras); en una palabra, todas las conversaciones se refieren a la señora, y todas las diversiones cuentan con la señora. Y no significa esto que honren más a la mujer. Un hombre que se dedica a fáciles escarceos amorosos, carece siempre de sensibilidad, tanto para el verdadero respeto como para el amor delicado. Yo no quisiera, ni mucho menos, haber dicho lo que Russeau afirma de manera tan atrevida: «Que una mujer nunca llegará a ser más que un niño grande.» Pero el penetrante suizo escribió esto en Francia, y probablemente él, tan defensor del bello sexo, sentía con indignación que no se le tratara allí con mayor respeto que a un niño grande.

 

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No es necesario que un ostentoso sea al mismo tiempo arrogante; esto es, se forme un concepto falso de sus cualidades, sino que puede, acaso, no estimarse más de lo que merece: su defecto es sólo tener un falso gusto en hacer valer este mérito exteriormente.

 

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Se ha notado por lo demás que a los ingleses, a pesar de ser un pueblo de tan buen sentido, se les puede inducir a veces fácilmente a creer en una cosa absurda y singular, afirmándosela sin vacilaciones. Y es que un carácter atrevido, preparado por diversas experiencias, en las cuales muchas cosas raras han resultado, a pesar de todo, verdaderas, prescinde pronto de los pequeños escrúpulos que detienen en seguida a una inteligencia débil y desconfiada, y la preservan a veces del error, sin que esto signifique una superioridad propia.

 

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Conviene distinguir siempre el fanatismo del entusiasmo. Aquél cree sentir una inmediata y extraordinaria comunidad con una naturaleza superior; éste significa aquel estado en que el espíritu se halla encendido por un principio cualquiera más allá del grado conveniente, ya sea por la máxima de la virtud patriótica de la amistad o de la religión, sin que en ello intervenga para nada la idea de una comunidad sobrenatural.

 

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En Pekín, sigue celebrándose, con ocasión de un eclipse de sol o de luna, la ceremonia de ahuyentar con un gran estrépito al dragón que pretende devorar aquellos cuerpos celestes, y a pesar de saber ahora que las cosas ocurren de otro modo, siguen conservando esa costumbre, nacida de la ignorancia de tiempos remotos.