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Lo íntimo manifiesto: Isabel Oyarzábal de Palencia

Josebe Martínez





La intelectual Isabel de Palencia (Málaga 1878-Ciudad de México 1974), fue escritora, periodista (fundadora de la primera revista dirigida a mujeres en la España de 1908) y embajadora de España en Suecia y Finlandia durante la Guerra Civil (1936 a 1939).

I Must Have Liberty (1940) es su autobiografía1, y es a la vez una interpretación histórica de los primeros cuarenta años del siglo XX, hasta la fecha en que Isabel parte al exilio. El libro sirve pues en sí mismo como introducción a la historia del destierro, y da cuenta de las experiencias de muchas de sus mujeres en el ámbito político y social. El libro, fiel ejemplo de las constantes de memoria y pasado que caracteriza la producción del exilio, reconstruye el ayer (histórico, político, común) a través de la escritura íntima para que sea leído y vivido por otros, sirviendo, incluso, de propaganda a la causa republicana2.

La publicación de esta autobiografía en inglés, y en Estados Unidos, es debida, al igual que Doble esplendor, la autobiografía de Constancia de La Mora3, al interés que despertó en ese país la guerra civil española de 1936. España y la causa española ocupaban por primera vez en la era moderna el interés de todas las naciones, especialmente de aquellas que, en la década de los años treinta, contaban con crecientes corrientes liberales, como lo era Estados Unidos durante el gobierno de Roosevelt. Durante la guerra, Isabel Oyarzábal de Palencia había realizado varias visitas a Norteamérica enviada por el gobierno republicano como portavoz de la España leal4. Sus viajes, que aparecen descritos en su autobiografía, dan una idea clara de su papel como embajadora y emisaria de la Segunda República Española, y también de los sentimientos y la disposición del público norteamericano hacia la causa democrática española. Intelectuales, artistas y opinión pública le ayudaron con dinero, manifiestos y publicaciones, como lo demuestran los éxitos que a estos tres niveles obtuvo en sus apariciones en Nueva York, en el Madison Square Garden, ante más de 25.000 personas, en Los Angeles, Colorado, Miami, Toronto, Montreal, Ontario, etc. La adhesión del público de EE. UU. y Canadá, y la concienciación y sensibilización con respecto al tema de España habían quedado ya manifiestas con la creación de la Brigada Abraham Lincoln, que luchó en suelo español, por la causa leal.

Rumbo a su exilio mexicano, en 1939, tras una breve estancia en Nueva York, Isabel Oyarzábal escribía:

«Antes de salir de Nueva York se acordó que volvería a los Estados Unidos en el otoño para dar alguna conferencia sobre España. También se habló de la posibilidad de que yo escribiera uno o quizás dos libros...»5.



En realidad fueron dos libros los escritos por ella entonces, I Must Have Liberty y Smouldering Freedom, publicado este último en Londres en 1946. Bajo el subtítulo «The story of Spanish republicans in exile», este segundo libro hace un análisis político y social de las últimas etapas de la guerra, de la inmediata posguerra y del exilio (1939-1945).

El contrato para la publicación del primer libro con la editora Longmans es del 2 de mayo de 1940. Si ubicamos esta fecha en el panorama internacional tenemos que Polonia había sido invadida por Alemania en septiembre de 1939, en abril de 1940 Hitler invade Dinamarca y Noruega; Holanda y Bélgica caen bajo el dominio alemán en mayo del mismo año, y Francia es invadida también en mayo, mes en el que Isabel de Palencia firma su contrato.

En 1940 la España republicana, derrotada desde abril del 39, cinco meses antes del desencadenamiento de la II Guerra mundial, aparece ante los norteamericanos como un ejemplo de dignidad y resistencia (tres años de lucha) contra el fascismo, en una Europa que se rendía en semanas a los nazis. La labor de los intelectuales y de la prensa de EE. UU. en la popularización de la causa española fue, como mencionábamos, muy grande6. I Must Have Liberty apareció ante el lector norteamericano en una hora en que su horizonte de expectativas exigía este tipo de literatura7.

Rastreando las críticas, puede decirse que I Must Have Liberty recibió la atención de al menos cuarenta y siete periódicos a lo largo y ancho de Estados Unidos. Entre ellos se hallan, por supuesto, los más notables del país, que publican recensiones favorables al libro y largos reportajes con fotografías de la autora. The New York Times le dedica un largo comentario en su sección «Books of the Times» del 27 de noviembre de 1940, e igualmente lo hace el New York Times Book Review del 8 de diciembre. Otras recensiones notables aparecen en el New York Telegram (28-11-40), The New Yorker (30-11-40), New York Herald Tribune (30-11-40 y 1-12-40), New York Post (6-12-40), Los Angeles Times (8-12-40), The Boston Herald (21-12-40), The Boston Transcrip (28-12-40), The Nation (25-1-41)... a los que hay que añadir las reseñas aparecidas en Kansas City Star, The Republican de Minnesota, The News de Buffalo, Everyday Magazine de St. Louis, The Townsman de Massachussets, The Houston Post, Tejas, etc.8




Mujeres y autobiografía

La publicación de su autobiografía, a instancias de ciertos sectores de la opinión estadounidense, no es, como apuntábamos, un hecho fortuito en ese momento histórico. Tampoco es un hecho aislado en la historia de la mujer el escribir autobiografías con fines políticos y a instancias de intereses externos. Dos autobiografías españolas de los siglos de oro escritas por mujeres pueden servirnos de referencias históricas, precursoras de esta dedicación política o social, solicitada y promovida en un caso, y ahogada al fin en el otro. El más conocido y productivo ejemplo dentro de la tradición española lo constituye santa Teresa, cuyo Libro de la vida, escrito a instancias de varios confesores, cumplió su misión apologética de justificar y defender su propia vida de mujer religiosa. Claro que, estableciendo un paralelismo con la época que nos ocupa, la popularidad y la recepción alcanzada por las obras de la santa, promovidas y auspiciadas por el poder patriarcal, en una de sus más evidentes esferas, la eclesiástica (que en los siglos XVI y XVII, con el cuerpo inquisitorial, estaba más que nunca unida al patriarcado político y legal), debería relacionarse con las experiencias confesionales y visionarias que dirigieron desde el púlpito, la tribuna y la escuela el triste sino de la mujer española de posguerra. La protección de que gozó la obra de santa Teresa por parte del poder nos puede llevar a pensar que su obra se producía desde el centro mismo de ese poder, bajo su protección y reconocimiento, y que por lo tanto, no servía a ninguna causa liberadora, sino al poder mismo, el cual la habría seleccionado para acallar las voces disidentes que lo amenazaban desde los márgenes.

Distinta suerte habría corrido la biografía (y la vida) de doña Leonor López de Córdoba9. Considerada como la primera autobiografía de una mujer española, fue escrita hacia 1412 y trata de justificar, desde la prisión a que fue largamente condenada, su vida y las luchas, tanto de ella como de su familia, al servicio del rey de Castilla Pedro I, asesinado y reemplazado en el trono por Enrique de Trastámara. Su apología, hecha desde la marginación, no fue nunca recogida por el poder, ni produjo mayores consecuencias cuando la autora perdió el favor real de la reina regente Catalina de Lancaster, nieta de Pedro I.

I Must Have Liberty es una autobiografía apologética, escrita en defensa de la causa republicana después de su derrota, y desde la marginación geográfica, física, y textual; escrita en el exilio por uno de los vencidos, una mujer, y en una lengua extranjera trataba de mostrar en el exterior la verdadera historia, o la «otra» historia del conflicto español; es decir, sobre todo, sustentar la legitimidad del régimen republicano y demostrar que la guerra española no fue en definitiva una guerra civil sino una invasión de las potencias fascistas europeas, Alemania e Italia, amparadas en la política de no intervención promulgada por Inglaterra, Francia y Estados Unidos10.



Isabel de Palencia nos presenta una historia que se desarrolla de forma lineal, sin las discontinuidades comunes a muchas de las biografías escritas por mujeres (aunque el recuerdo se entrecruce también aquí con el presente, creando la sustancia de la obra). Hay que observar que ni el padre, ni el marido, ni el hijo ocupan el lugar central de la biografía. Isabel de Palencia escribe por sí misma y por su país, presentando la tensión entre su destino personal de esposa y madre, y la ambición profesional que cristaliza en el servicio a la República.

La autobiografía no fue escrita en defensa propia, ni se puede considerar una confesión. Es parte de su proyecto patriótico. En ella no se defiende o justifica la moral de su autora11, sino que es la autora, Isabel Oyarzábal quien, con su ejemplo, interpela al lector sobre su propia moral. Francisco Ayala interpreta bien este sentir cuando expresa que «la causa española, España, irrumpió de golpe en un orden mundial del que era arrabal inerte, para perturbarlo y plantearle a Occidente su cuestión moral en términos tan perentorios, tan obstinados y violentos, que se haría para él cuestión de vida o muerte, de salvarse o condenarse»12.

Esta biografía es pues un texto de carácter ético trasunto de aquella cuestión moral que fue la guerra de España. Al surgir de ella, contradice también los cánones de la autobiografía, según los cuales los hombres escribirían en los grandes periodos de crisis y las mujeres en épocas de paz y progreso (abundantes en las primeras décadas del XX y en los años sesenta y setenta). I Must Have Liberty está escrita por una mujer, en tiempo de hombres. Tampoco cumple el precepto de encerrarse en sí misma y olvidar su circunstancia de acuerdo con el común de las autobiografías femeninas, sino que nos proporciona, con gran detalle, su inclusión en la época que trata; inserción llevada a cabo mediante sus escritos y sus intervenciones políticas, cosas ambas que tampoco abundan en los trabajos de mujeres. La necesidad de explicación y entendimiento del propio pasado, que parece inmanente a las autobiografías de mujeres, deja aquí paso a la interrogación abierta al mundo, sobre el pasado y el presente de individuos y naciones. Se trata de una exposición lineal y clara sobre la evolución de una persona que es, a la vez, la de un pueblo13. Hay episodios en que aparece lo estereotípico de la mujer; por ejemplo, cuando se detiene a describir el vestido que lució al entregar sus credenciales de embajadora en manos del rey sueco. Lo hace, sin embargo, por una razón de fondo: la historia oficial no prevé indumentaria femenina para tal ocasión porque no prevé ministros plenipotenciarios de dicho sexo.




Géneros y esferas

Isabel de Palencia escribe su biografía a los sesenta años de edad, una edad en la que ya es posible mirar hacia atrás y repasar la vida. El momento y las circunstancias en las que fue escrita obligan a la autora a revisar el pasado estableciendo una selección que responde a sus propias preguntas sobre lo relevante y recordable de lo vivido. Para Isabel Oyarzábal estas preguntas se sintetizan en el predominio de los sucesos vividos y los actos protagonizados que configuran las causas y las consecuencias de su proceder político14. Este proceder terminará proyectándose más allá de ella misma, buscando la significación de su historia dentro del proceso social y político de su país, haciendo un entramado con ambas historias, pero supeditando la suya propia a la nacional.

Cabe relacionar esto último con la tendencia, constatada en otras autobiografías escritas por mujeres, de escribir sobre lo ajeno, en lugar de escribir sobre lo propio, describiendo lo que vieron más que lo que vivieron. La sumisión de la vida personal a la nacional en la autobiografía que tratamos no parece revertir en detrimento de la primera, y aunque sí nos impide el acceso al conocimiento detenido de la vida personal de la autora, dicha autora se nos muestra, no obstante, en su calidad de protagonista público. Es obvio que Isabel calla muchas experiencias que sin duda le parecen no relevantes para el interés político de la obra, interés que ella considera central. Las experiencias omitidas corresponden claramente a la esfera privada, área en la que no profundiza como lo hace en su identidad de sujeto ciudadano15.




Ricas y famosas

Isabel de Palencia pertenecía a una familia acomodada del sur de España; su padre era andaluz, de ascendencia vasca, y su madre escocesa. El hecho de que su madre fuera extranjera representa un factor primordial en su vida y su obra, ya que parte de su educación se lleva a cabo en Inglaterra, donde tiene ocasión de conocer otras formas de vida, que le llevarán a cuestionar las establecidas en España como únicas o universales. Además, su madre nos es presentada como una mujer europea y liberal que acepta y ampara el proceder de su hija, en oposición a la parte española de la familia imbuida de los prejuicios de clase y devota conservadora de los deberes de los sexos. La temprana pérdida del padre acercará, como la propia autora reconoce, a madre e hija y, en cierto modo, permitirá el incondicional apoyo de la madre a los planes de Isabel, aunque fuesen tan poco adecuados a su condición de señorita burguesa como el teatro o el periodismo.

Sus orígenes acomodados y la imposibilidad de adecuarse a los requisitos y a las convenciones que tal status requería, cabe relacionarlos con el proceder de otras mujeres españolas, que compartieron orígenes similares y se comportaron de manera parecida, entre ellas la poeta Concha Méndez, la aristócrata comunista Constancia de la Mora y la diputada socialista Margarita Nelken. Todas ellas compartieron también el exilio mexicano. La característica que relaciona a estas mujeres, además de vivir la misma época, sería pertenecer a la clase alta española, lo cual significa, como decíamos, educación en países extranjeros, posibilidad de viajar, conocimiento de otros idiomas y, sobre todo, desconocimiento, en primera instancia, del significado de la pobreza. El contacto de estas mujeres con la miseria ajena se produce de forma indirecta y, en su comienzo, mediante el ejercicio de la caridad, observancia adecuada a su cuna y condición. Por ejemplo Isabel de Palencia escribe:

«El comentario de un campesino de Alhaurín me hizo darme cuenta, de repente, que mucha gente no tenía nada [...] Le había preguntado por su familia, a la que conocía. ¿Cómo quiere que estén, señorita?, dijo. Tienen hambre. Tienen hambre, como siempre, están hambrientos. Lo miré asombrada. Nunca había pensado que el hambre podía ser algo más que una molestia pasajera»16.



La enorme importancia de su relación con el extranjero queda expuesta en la siguiente referencia de su estancia en Escocia, donde convivió con muchachas que estudiaban filosofía y leyes, o que eran parte activa del movimiento sufragista. Por ejemplo, Eunice Murray, de la que Isabel Oyarzábal comenta:

Fue a través de ella como supe de la gran lucha que se estaba llevando a cabo en Inglaterra por los derechos de la mujer. Me llevó con ella a las charlas que dio en los pueblos de los lagos de Escocia. La gente, por regla general, se reía de ella.

«Confieso que yo misma no estaba convencida de nuestra razón, pero hice lo que pude por entender. Eunice me presentó a la gran sufragista, la señora Despard, quien expresó su esperanza de que España se uniera pronto al movimiento. No podía imaginar a ninguno de mis amigos deseando tal cosa...»17.



Respecto a su educación en España, llevada a cabo en conventos y colegios religiosos, Isabel de Palencia recuerda:

«Era tan desgraciada que ni siquiera podía sentir lástima de mí [...] Me habían quitado todo lo que quería y no me habían dado nada a cambio [...] Las reglas del convento eran muy estrictas... Quizás el horario hubiera sido más llevadero si se nos hubiese dado un poco más de libertad. Si no se nos hubiera obligado a andar en fila, rezar el rosario y, sobre todo, si se nos hubiera permitido hablar con las otras al menos en las comidas. Pero hablar estaba estrictamente prohibido durante todo el día, y la más ligera infracción se castigaba con una marca o con tener que besar el suelo en público»18.



Comentario parecido al que proporciona Constancia de la Mora en Doble esplendor.

«Después de seis años de ardua asistencia al Colegio de la Esclavas del Sagrado Corazón en Madrid, salí con ligeros conocimientos de Geografía, Religión (solamente la Católica, Apostólica y Romana, naturalmente) y Literatura Inglesa. La Historia que aprendíamos en el colegio, tanto la de España como la Universal, era más leyenda que Historia, según pude darme cuenta más tarde. Verdad es que también me enseñaron a restar y multiplicar y que también estudié durante dos años un libro que se titulaba Lógica y Estética; pero a pesar de ello solamente comprendí el significado de estas dos palabras mucho después»19.



Concha Méndez20 también expresa su rechazo a las convenciones educativas y habla de sí misma como persona de espíritu aventurero. Este aventurerismo, que podría definir de diferentes maneras el sentir de estas mujeres, no se corresponde en absoluto con la acepción del término establecida por ideologías conservadoras de la posguerra, donde era sinónimo de falta de moral; ni tampoco es equiparable a la acepción del concepto que manejaron los partidos de izquierda durante la Segunda República y la Guerra civil (en particular el Partido Comunista estableciendo la categoría del aventurerismo político), acepción en la que aventurerismo significaba comportamiento gratuitamente arriesgado, extravagante y fantástico, de raíz burguesa. Por el contrario, como explica Paloma Ulacia en el prólogo a las Memorias de Concha Méndez,

«Sus desplantes de rebeldía no fueron gestos exhibicionistas para escandalizar a la sociedad; al contrario: correspondieron a un verdadero esfuerzo por transgredir, desde su interior, todos los valores sociales y morales con los que le tocó nacer»21.



María Zambrano, en la presentación de la biografía de Concha Méndez, señala el amor que ésta profesaba por su hermano Pascual «porque fue el único que no le pegó cuando volvió a casa nada menos que de la Universidad».

El episodio lo relata Concha Méndez:

«Me hubiera gustado ir a la universidad. Un día acudí de oyente a un curso de literatura geográfica; entonces me enteré de que la poesía se daba en Galicia, de que el teatro en Madrid, y la novela en el norte de España y en Canarias. Volví muy contenta a casa. Entré. Mi madre hablaba por teléfono y me llamó: "Venga usted aquí". Al acercarme me dio con la bocina en la cabeza. Me dio porque se había enterado por un hermano de mi presencia en la universidad. Me abrió la sien y me salió un chorro de sangre; del golpe sentí que se me había ido Dios a quién sabe dónde. Tuvieron que vendarme la cabeza y aún guardo la cicatriz»22.



Constancia de la Mora, otra mujer que desafió convenciones, cuenta en su haber no solamente la desobediencia familiar que supuso para una nieta de Antonio Maura abrazar la causa republicana, sino el haberse divorciado en cuanto la República instauró la ley de divorcio en 1932. De la Mora no supo acomodarse a las demandas sociales de su clase, ni doblegarse a la autoridad del señor Bolín, su marido. Trabajó junto a Zenobia Camprubí en una tienda de cerámicas y artesanía popular: la gente acudía para ver a la nieta de Maura despachando.

Margarita Nelken, cuyo caso vimos en el capítulo anterior, tampoco acató las normas morales que debieron regir su vida como niña bien del Paseo de la Castellana. Llegó a desafiar las convenciones tanto en su vida privada, en la que rechazó el matrimonio y adoptó la libre convivencia, como en la propia escritura, motivo de sustento diario y de polémica general; su libro La condición social de la mujer en España fue incluso prohibido por el obispo de Lérida y la profesora que lo utilizaba como texto en la Escuela Normal de esa provincia, cesada23.

No podemos observar estos ejemplos, entre muchos más habidos en España en esta época (basta mirar la bibliografía al respecto), sin pensar al mismo tiempo en un país que claramente pugnaba por ser libre. Estas mujeres pagaron con el destierro su obstinación en obtener justicia y en vivir de acuerdo con el principio de igualdad. Son modelo de lo que fue un comportamiento republicano, aunque, en su caso, de doble frente: en lo político social y en lo político sexual. Estamos considerando biografías de mujeres que contradijeron lo que se esperaba de ellas, y se empeñaron en hacer valer su voz, como lo harían en la misma época Victoria Kent y Clara Campoamor, entre otras. No podemos olvidar aquí los nombres de las que, con una extracción social más humilde (y por ello con más mérito): Federica Montseny, Dolores Ibárruri, Encarnación Fuyola, tuvieron valor para hacerse oír. Ni podemos olvidar los nombres de otras muchas, las de más valor, las que lo dieron todo, incluso la vida, en la Guerra civil o en sus prolegómenos: Lina Odena, Juanita Rico o Aída Lafuente. Sus voces fueron acalladas y sus ejemplos expulsados o asfixiados en prisiones.

Teresa Iles, en su introducción al Estudio de la biografía, señala cómo ésta se adecúa a la mujer, entendiendo que ofrece la posibilidad de relacionar y ordenar las experiencias inconexas, los placeres y dolores. La autobiografía ofrece la oportunidad de encontrar un hilo conductor a nuestro pasado para crear eslabones en la estructura de nuestro laberinto, tan cerrado y opaco, muchas veces, para nosotras, tan ajenas a nuestros propios intereses. En la autobiografía de Isabel de Palencia, como en la de Constancia de la Mora, la autora nos brinda, descubriéndose a sí misma, las razones, las respuestas y la coherencia de su acción; aunque, por estar escrita después de la guerra, el proceder de esta mujer aparezca como un fracaso emblemático de la causa derrotada.

La narración, tanto de la infancia como de la juventud y el matrimonio de Isabel Oyarzábal, nos habla del quehacer diario, de la historia común de una mujer de la clase alta. Monjas, viajes, primeras comuniones, bailes, primeros novios, la imposibilidad de obtener un trabajo, y el desinterés por esos señoritos que no hablaban sino de jacas y tientas. La insatisfacción personal que demuestran las opiniones que los otros le merecen ayudan al lector a perfilar la personalidad de Isabel de Palencia, coincidiendo también en esto con la autobiografía de Constancia de la Mora.

Así describe Isabel de Palencia su juventud en Málaga:

«Nuestra casa llegó a ser uno de los centros de vida social en Málaga. Conocí a muchos jóvenes, pero los encontraba muy poco interesantes. La dorada juventud de Málaga no era atractiva. Eran los típicos señoritos. Hijos de familias ricas que sólo pensaban en caballos, corridas y en casarse con una rica»24.



Su visión del ambiente español, después de un viaje a Inglaterra donde había conocido a la bailarina Pavlova y entrado en contacto con el mundo del teatro, no puede ser más pesimista:

«Este mundo [el de Inglaterra] era tan diferente al de Málaga que a veces pensaba que yo misma era otra persona. Cuando volví a casa ese año decidí no continuar viviendo como hasta entonces. Se me tenía que permitir buscar mi camino y encontrar los medios para expresarme que yo creía necesitar. Obviamente nunca podría hacer esto en Málaga. Un día le dije a mi padre que quería hacer algo. No disimuló su sorpresa. "¿Qué quieres hacer?", preguntó. "No sé, algo". No me atreví a decirle que quería hacer teatro. "Creo que me debo ganar la vida". Esto todavía lo sorprendió más»25.



El texto autobiográfico tiene la virtud de introducir al autor como elemento indispensable en la narración; en el texto que nos ocupa, la autora es la protagonista y, al mismo tiempo, la observadora de la acción que se narra y de sus circunstancias. Ese «yo» que analiza la sociedad de su tiempo es el sujeto íntimo que se funde con lo narrado, haciendo de lo escrito un testimonio vital a la par que un manifiesto político. No existe distancia entre lo descrito y lo vivido, pues la autora no se ve a sí misma como mera observadora de lo comunicado. Si tenemos en cuenta la época en que escribe, 1939-1940, cuando todavía se sentía la guerra, no resulta extraño que se considerase la neutralidad un término inviable, y que ella viviera y escribiera posicionándose y decidiendo opciones que afectaban tanto a su vida pública como a la privada.

En las autobiografías que se mencionan en este estudio se percibe cómo es en el área privada, en el diario devenir de lo personal, donde estas autoras se sitúan, subversiva y activamente, contra su vieja determinación social como mujeres en el mundo. Su conducta política y pública supone también la manifestación externa de una actitud íntima e individual de subversión sexual.

Esta posición personal, subversiva en lo cotidiano, se expresa en el texto mediante unos mecanismos de representación gracias a los cuales la autora minimiza su propia experiencia individual, trascendiéndola inmediatamente, e incrustándola en el contexto histórico nacional; es decir, haciendo causa política de sí misma.

El hecho de que la representación de la propia subversión sexual sea breve, minimizada, o sucintamente aludida, es debido también a que estas vidas narradas están todavía condicionadas por prejuicios personales y sociales que les impiden decir lo «inenarrable», en el caso de la mujer, lo que atañe directamente a su cuerpo, el cual ni siquiera se menciona en el texto, sublimado como está a lo político general.

Isabel de Palencia se vale de artilugios expresivos, ajenos a su propio sentir o a su cuerpo, para manifestar su experiencia sexual, la cual nos es presentada de forma indirecta, y proyectada, según hemos dicho, en el orden social. El cuerpo textual compone una alegoría de su propio cuerpo, y éste es visto como cuerpo de batalla, campo de la historia nacional.

Es interesante observar que Isabel de Palencia critica el hecho de que tenga que ser mediante una traducción de los volúmenes sobre psicología sexual de Havelock Ellis como ella se entere por vez primera de lo concerniente al sexo, a las enfermedades sexuales, a los tipos de sexualidad, etc. Este episodio tiene lugar bastante después de los capítulos de noviazgo y boda, e incluso después de referir su maternidad. El estado de su sexualidad, así, indirectamente presentado, es, a renglón seguido, convertido en factor de análisis social:

«Como la mayoría de las mujeres en España en esa época estaba totalmente ignorante sobre los principales hechos de la vida hasta la hora del matrimonio. Incluso después de casarme no sabía nada sobre enfermedades o aberraciones sexuales»26.



Termina diciendo que dicho descubrimiento le pasmó y la mantuvo en shock por mucho tiempo.

Otra observación interesante, cuestionando su papel como mujer y la función de su cuerpo, se produce al narrar su maternidad:

«Durante meses había soñado con este momento [el nacimiento] parecía que estaba viviendo un poco aparte de todos, incluso de Cefe [su marido] y pronto me encontré lanzada en ese abismo de dolor del cual no se podía volver»27.



Y, enseguida, traspone su caso al ámbito social:

«Ninguna mujer e España en aquellos años tenía paliativo en el parto, ninguna excepto la reina, quien, según se rumoreaba, había insistido en ser ayudada con algún nuevo método...»28.



Desde la soledad del parto la autora se comunica casi confidencialmente con el lector, compartiendo sus angustias. La parturienta se queja de que nadie la hubiera preparado, sintiéndose ajena a todo lo que no fuera su cuerpo doliente. Con anterioridad al nacimiento de su hijo había pensado que sufriría, pero no tanto como para que el dolor provocara la ruptura de la comunión entre la madre y el recién nacido.

Lo curioso es que Isabel de Palencia hace esta evaluación de la maternidad treinta años después del nacimiento de su hijo, al escribir sus memorias. El recuerdo del trance de ser madre, que es a la vez una consideración sobre la maternidad en su época, no nos lo transmite movida por la desesperación del dolor inmediato, sino por una reflexión muy posterior. Este recuerdo se explicita al lector como criterio acerca de lo injusto de su condición y de la situación de descuido y desatención en la que se encontraban las mujeres de su tiempo (con excepción de la reina, como ella indica).

Es la época en la que el doctor Marañón, colaborador del periódico El Sol (al igual que Isabel de Palencia), influido por los intelectuales europeos contemporáneos y partiendo de las premisas de Weininger y de su teoría sobre los componentes masculinos y femeninos de todo ser humano (siendo los primeros las cualidades morales e intelectuales, y los segundos la carnalidad), argumentó que la mujer era diferente, no inferior, y que esa diferencia consistía en última instancia en su función biológica, ser madre29.




Sexualidad

El postulado de Marañón debe situarse en un contexto histórico del que Isabel de Palencia hace el siguiente retrato:

«En ese tiempo, y de hecho hasta que la nueva constitución diseñada por la república fue implementada, años después, las mujeres españolas no sólo no tenían ningún derecho político sino que eran tratadas durante toda su vida como si fueran menores de edad. Si estaban casadas no podían abrir una cuenta bancada ni vender su propiedad ni obtener pasaporte sin la autorización de sus maridos. No tenían derechos sobre sus hijos. Si no se casaban, o si enviudaban raramente ejercían su independencia. Las leyes de matrimonio sólo permitían separación legal de maridos y esposas, no divorcio. La separación era concedida en casos de flagrante adulterio, de continuado tratamiento abusivo o por abandono de hogar: no era difícil de obtener, especialmente por los hombres. La posibilidad de nuevo matrimonio estaba, por supuesto, fuera de cuestión»30.



Es entonces, en 1915, cuando un grupo de mujeres comienza el debate sobre el sufragio en el Ateneo de Madrid; había que informar a las mujeres españolas y conseguir que se unieran para luchar por sus derechos. Las corrientes sufragistas que habían recorrido Europa parecen encontrar cauce (débil, muy débil cauce) en la sociedad española de la segunda y tercera décadas del siglo veinte.

Curiosamente, aunque la revolución de 1868 había ayudado a la causa femenina (se impulsó la libertad y la educación en todos los ámbitos, también en el que concernía a la mujer), el sufragio «universal» que se estableció entonces era un sufragio universal masculino.

Aquí debemos hablar una vez más del retraso democrático de España con respecto a otros países occidentales, donde la lucha de las mujeres por el sufragio había ya dado sus primeros frutos a finales del siglo XIX, cuando el voto fue concedido a las mujeres en diversos estados de Estados Unidos, en Australia y en Nueva Zelanda; en Inglaterra el movimiento empieza en 1903, también en Alemania y Francia31. Geraldine Scanton explica el retraso español del movimiento feminista en función del rechazo y la oposición con que España se enfrentó a dos fenómenos europeos que según ella son la raíz del movimiento feminista europeo y americano: las doctrinas ideológicas que inspiraron la revolución francesa y los cambios económicos producidos por la revolución industrial.

España tendrá que esperar hasta la llegada de la Segunda República para alcanzar el derecho de la mujer a participar en la elección de sus representantes, legitimando lo dicho por Gregorio Martínez Sierra de que el voto vendría a las españolas sin ellas pedirlo.

«Durante el año 1915 un grupo de mujeres comenzaron un debate sobre el sufragio femenino en el auditorio del Ateneo de Madrid. Esos días yo estaba metida en casa y ninguno de mis amigos cercanos tomaban parte en él, así que no estaba informada sobre el mismo. A juzgar por las reseñas de los periódicos, sin embargo, todo parecía ir admirablemente.

Muchos hombres respetables habían secundado las peticiones de las mujeres, y algo que habría sido ridiculizado sin compasión poco tiempo antes era ahora tratado con el mayor respeto. La guerra nos había hecho conscientes a todos»32.



Isabel de Palencia simpatizó (tímidamente en aquellos viajes iniciáticos a Inglaterra, y abiertamente después) con la causa feminista, aunque, como ella misma expresa, no se sentiría involucrada hasta que definitivamente la incluyeron en el organigrama. En un principio, como la cita indica, se desentiende del proceso que se está llevando a cabo en este campo, pero no lo rechaza. Parece que las tareas domésticas la tienen demasiado ocupada para acudir a las reuniones de las sufragistas. Sin embargo comenta:

«Un día un grupo de mujeres que había comenzado el movimiento por el sufragio de la mujer vino a verme. Querían que me uniera a ellas. Al principio rechacé la invitación. Estaba demasiado ocupada. Además, no estaba todavía interesada. De cualquier modo parecían muy interesadas en que yo las ayudara, ya que podía ser de mucha ayuda especialmente para contactar con grupos en el extranjero, así que acepté, y pocas semanas después me enteré, para mi sorpresa, que había sido elegida vicepresidenta de la asociación. Ese invierno di algunas charlas. Di otra lectura en el Ateneo y dos más a diferentes agrupaciones»33.



La vivencia personal de Isabel de Palencia demuestra esta paulatina y lenta entrada de la conciencia feminista aún en los estratos más avanzados de la sociedad española. Al mismo tiempo, muestra la íntima disyuntiva entre los postulados feministas, con los que ella termina identificándose, y su proceder personal en el ámbito del hogar.

«Las conferenciantes [para el movimiento feminista] eran muy solicitadas y yo había vencido los nervios del principio... Estaba muy ocupada estudiando los problemas de las mujeres de las clases educadas de la más alta burguesía [...] Un día dos miembros del grupo de mujeres del partido socialista me llamaron para preguntarme si quería dar una charla en la Casa del Pueblo en el aniversario de su sindicato. Eligieron como tema la educación de las mujeres. Acepté entusiasmada»34.



El comportamiento de Isabel de Palencia oscila entre el apoyo a las ideas feministas y una posición más tradicional con respecto al comportamiento conyugal. En la autobiografía no se manifiesta en ningún momento a favor del matrimonio, aunque, al describir su juventud, se declaraba contraria al mismo, explicando que su temperamento independiente no concebía ese tipo de ataduras; entonces rechazó también la oportunidad de contraer un matrimonio de conveniencia. Después de casada, su larga vida conyugal no le merece el menor juicio de valor sobre la institución. Apareciendo en el texto como una relación que en ocasiones vivió felizmente, que en otras ocasiones padeció, pero de la que, en definitiva ni comenta, ni reniega. En el matrimonio ella sigue siendo de por vida la «nena» a la que su marido, paternalmente, siempre se refiere.




Deseo y escritura

La escritura de Isabel de Palencia nos interesa porque se produce en momentos de crisis, y porque responde a la necesidad de cambio, y a la búsqueda de una situación comunicacional distinta. Para ella es una forma decisiva de expresión reflexiva y consciente, que probablemente satisfizo su necesidad de establecer relaciones abiertas y amplias. Es también la forma de incrustar el tiempo biográfico en el acontecer histórico, en el tiempo común. El grupo social en el que primero se introduce es el de las mujeres, como fundadora y editora de la revista dedicada exclusivamente a ellas, La Dama35.

«Ese verano [1908] mi hermana Anita terminó el colegio. Me encontró dispuesta a comenzar algo nuevo. Este "algo" iba a ser una revista para mujeres. Sería la primera de su género que se daría en España [...] La Dama como decidimos llamarla, debería ser lo suficientemente frívola para ser atractiva, lo suficientemente profunda para lograr su propósito, y lo suficientemente obsequiosa como para no ser criticada... Anita ofició de secretaria general y yo escribía casi todo, pero bajo diferentes nombres»36.



Para Isabel de Palencia este proyecto respondía a su ambición de algo nuevo y a la necesidad general que, según ella, había de este tipo de revista en España. Pensaba que las mujeres españolas leían pocas noticias porque no se les daba nada que leer37. Solamente algunas señoras privilegiadas estaban suscritas a revistas francesas de moda; ninguna mujer leía los periódicos diseñados para hombres. La innovadora revista resultó bien acogida, pero, precisamente, en aras de la recepción, acabó convirtiéndose en un fetiche bonito repleto de fotografías de «gentes bien», y traducciones de novelas victorianas. Resultaba imposible introducir una nueva línea, un nuevo estilo, sin la inmediata protesta de las lectoras. Logró mantener su publicación por tres años, pero dejó de producirla por dos razones: la primera, por el incremento en el coste del personal y del papel; la segunda, por la falta de interés que tenía para la autora seguir produciendo ecos de sociedad.

Continuó traduciendo y comenzó su colaboración para corresponsalías y periódicos extranjeros (Laffan News Bureau, The Standard, y más tarde el Daily Herald), que compaginó con colaboraciones asiduas en El Sol 38y esporádicas en otras publicaciones nacionales del momento.

Cabe destacar que tanto antes como después del exilio escribió y publicó varias obras de índole social. Primero fue un estudio sobre la psicología del niño39 (en este libro, como en otras publicaciones y artículos, usó el pseudónimo de «Beatriz Galindo», famosa preceptora de Isabel de Castilla). Más tarde publicó El sembrador sembró su semilla40 una novela que, muy en la línea naturalista, trata de herencias físicas y psíquicas; aunque parece que fue bien recibida, hoy no podríamos aceptar su lenguaje decimonónico, fuera ya de época. Escribió sobre los trajes regionales y las costumbres españolas41, libro publicado simultáneamente en Londres y Madrid, y también escribió contra las corridas de toros42. En un volumen publicado en México, en 1944, con el título Diálogos con el dolor43, recoge sus piezas dramáticas breves. Algunas de las piezas habían sido representadas en España y traducidas al inglés antes del exilio. En la introducción a la edición mexicana Isabel de Palencia recuerda cómo en la edición española, ella misma, «una mujer, joven, de temperamento enérgico, ciudadana de un país fuerte, progresivo», criticaba la resignación al dolor. Y cómo ya en México, años más tarde, concluye que el dolor es inevitable y que «el país joven y vigoroso que quería desterrar el padecimiento del corazón humano se halla sumergido en un mar de dolor».

También en el destierro publicará En mi hambre mando yo44, novela de corte social e ideas socialistas, en la que el conflicto amoroso entra en juego con el de clase y con las convenciones sociales; es, en gran medida, un retrato de la sociedad andaluza que conoció la autora. El otro libro importante, publicado en inglés y en el destierro, trata sobre la vida de Alexandra Kollontay, la embajadora rusa que Isabel de Palencia conoció en su periodo como ministra plenipotenciaria en Suecia, y a la que admiró profundamente por su saber, elegancia e inteligencia45.

Con anterioridad a la publicación de Alexandra Kollontay, Isabel Oyarzábal había ya publicado la autobiografía I Must Have Liberty que aquí tratamos.




La mujer y la historia

Podemos afirmar que la primera incursión de Isabel Oyarzábal en el mundo real, en la historia, la primera observación de lo político, fue motivada por su trabajo como corresponsal del periódico inglés The Standard, corresponsalía que la obligó a ver España tal cual era, despojada de las protecciones y oblicuas perspectivas a que la tenían acostumbrada su círculo social y su esmerada educación:

«Descubrí que las malas políticas y la intervención de la iglesia y el ejército en la vida pública mantenían al país en un estado de pobreza e ignorancia. Más del cincuenta y dos por cien de la población era analfabeta. Los salarios, especialmente de los campesinos, eran terriblemente bajos. No había límite de horas de trabajo y las condiciones de vida, incluso en la capital, eran de desgracia. La mortalidad infantil estaba entre las más altas de Europa, y la regulación internacional era inexistente. En Madrid los partidos conservador y liberal se sucedían en una pobre imitación de los británicos Whigs and Tories. Cada vez que había cambio una legión de empleados perdían sus puestos en favor de los que llegaban y se iban a casa esperando que el partido rival cayera pronto.

La única señal esperanzadora estaba en el movimiento obrero. Bajo la dirección de Pablo Iglesias los trabajadores estaban siendo organizados en sindicatos y estaban luchando contra políticos corruptos y por mejores condiciones de vida»46.



Las circunstancias que se describen se dieron poco antes de la guerra de Marruecos, cuando la realidad española mostraba la carencia de modelos justos de conducta, y el proceder del gobierno no respondía a las necesidades nacionales. Isabel de Palencia expone claramente la incompetencia de los mandos militares, la falta de armas y municiones, y la indiferencia con que Madrid veía los asuntos coloniales, todo lo cual provocó el sacrificio de miles de jóvenes españoles. Sólo interesaba la guerra a quienes buscaban promoción o hacían negocios sacrificando lo más fácilmente sacrificable, el pueblo. Estas nociones, ampliamente compartidas por la gente, determinan una acusación comprometida y definitiva por parte de la autora. Y, aunque personalmente confiesa estar confusa sobre lo que el patriotismo significa, demuestra, en aquellos momentos, tener una visión cristalina sobre los verdaderos fundamentos de la patria.

Su hijo Ceferino Palencia (hijo habido en su matrimonio con el pintor del mismo nombre) definía así las opciones políticas de sus padres:

«Mi madre entró en el partido socialista, y mi padre fue republicano, entre otras razones porque era muy amigo de Marcelino Domingo, que era un republicano muy antiguo [...] Mi madre entró en el Partido Socialista y nos arrastró a mi hermana y a mí [...] Mamá siempre pensó que había que hacer una labor social entre el elemento obrero. Mi padre, aún cediéndole a los obreros todo lo que fuera necesario, es decir, dándoles todas las facilidades desde el punto de vista de salario, de prestaciones, etc., no era socialista, era republicano»47.



En los últimos años del periodo monárquico, marcados por la dictadura de Primo de Rivera, se produjo la fermentación de un proceso nacional que desembocaría en un nuevo orden institucional y político. En el nuevo orden los intentos de reestructuración económica y social habrían de provocar la intervención armada de la reacción franquista, y la restauración, llevada a los extremos del fascismo, de los postulados del antiguo régimen.

En este periodo final de la monarquía se produciría el desarrollo de la sociedad capitalista en España, que se produjo entre 1914 y 1917 según Santiago Roldán y José Luis García Delgado48. Este desarrollo de la sociedad capitalista contaría con los dos polos del binomio que conformarían la dinámica histórica de la etapa que estudiamos: el capital y el trabajo. El capital industrial nació de los sectores de la alta y media burguesía, y de la aristocracia asociada a ella. En España, la oposición entre aristocracia y burguesía, que tan determinante fue en la sociedad industrial inglesa, no se manifestó abiertamente. Ambas clases sociales formarían un bloque compacto que sostendría una línea de pensamiento promovida por el estado monárquico y apoyada fundamentalmente por la iglesia mediante el discurso cristiano de la caridad como justicia social, la familia como destino universal y la concepción mariana de la mujer.

El otro polo del doblete dialéctico está formado por los grupos de trabajadores asalariados, que irrumpieron en el panorama nacional forjando una clase que ya en Europa había conseguido sus propios modelos sociales e ideológicos. En España estos grupos coincidirían con sectores intelectuales y pequeñoburgueses avanzados, que disentían del discurso político y religioso planteado por el capital. Al igual que en Inglaterra, la separación y oposición entre aristocracia y burguesía había ocasionado en España tres tipos de ideales: los ideales de la aristocracia, los ideales de la clase media49 y los ideales de la clase trabajadora. En España, probablemente por el retraso en crear una capa burguesa definida y sólida, dicho estamento quedó dividido entre la burguesía estable, que se unió a los intereses de la aristocracia, y la pequeña burguesía que no se vio beneficiada con el aumento de capital que la I Guerra mundial había inyectado en la grande y mediana industria española. Esta pequeña burguesía hubo de trabajar frecuentemente como asalariada y, al igual que los obreros, vio su poder adquisitivo disminuido. Concha Méndez habla de los beneficios obtenidos por su padre, constructor, en estos años: «Durante la Primera Guerra Mundial dobló su capital cada año. Muchísimos extranjeros durante los años de guerra vinieron a vivir a España. Madrid se volvió una ciudad cosmopolita y un centro cultural importantísimo»50.

Isabel Oyarzábal describe también esa situación:

«El gobierno supo mantener el país neutral, y globalmente, los españoles podrían haber obtenido grandes beneficios por su posición, si hubieran sabido cómo manejarlos. Pero el río de oro que vino a España no fue invertido como hubiera sido debido, en una transformación total de las viejas industrias y en el desarrollo de las riquezas naturales del país. Fue metido en bancos y gastado en comprar marcos alemanes. Cuando el marco cayó muchas empresas españolas cayeron con él»51.



Las clases sociales se polarizaron indefectiblemente y esto repercutió a todos los niveles, entre ellos el político, en el que dejó sin espacio político a esa «tercera España» más tarde propuesta por los intelectuales moderados.

La falta de espacio para la «tercera España» se demuestra en todos los órdenes del pensamiento y de la práctica; por ejemplo, en el caso que nos ocupa, podemos citar al doctor Marañón que, como veíamos anteriormente, lanzó una propuesta médica sobre la mujer. Dicha propuesta, una asunción científica de la conducta de la mujer que, más que optar por una tercera vía, dotó de una argumentación científica al discurso manejado por las fuerzas más tradicionales, y se opuso frontalmente a la concepción de la mujer como sujeto capaz de discernimiento por sí misma, propuesto por la vanguardia del movimiento feminista.

Las tres tendencias feministas que distinguía Adolfo González Posada52 en 1899, todavía estaban vigentes en 1930: el feminismo católico, reflejado en la obra novelística de Ricardo de León, propugnador de una simbiosis entre mujer moderna, feminismo y catolicismo; el feminismo «oportunista y conservador» expresado por Marañón y filósofos como Ortega y Gasset, que, según decíamos, sólo servía para actualizar la línea tradicional y, frente a ellos, el feminismo que González Posada denominó radical, propuesto por mujeres que exigían igualdad de derechos, de oportunidades y de educación, y que, como apunta Aurora Morcillo Gómez, estaba apoyado por el feminismo inglés y francés.




El Lyceum Club

En 1926 se fundó en Madrid el Lyceum Club, lugar de encuentro y reunión de mujeres con el objetivo de potenciar el intercambio de ideas, la comunicación, la creación de un ambiente femenino/feminista, al estilo de los que se podían encontrar en Londres, París o Nueva York. La presidenta era María de Maeztu; Victoria Kent e Isabel Oyarzábal ocupaban las dos vicepresidencias, y la secretaría estaba a cargo de Zenobia Camprubí. El Lyceum constaba de biblioteca, sala de reuniones, salones, comedor, etc.; las socias se repartían en grupos y secciones con distintos intereses: asuntos sociales, literatura, artes, música, y situación internacional53. Además de convertirse en un centro cultural importante, donde se realizaban constantemente lecturas públicas, exposiciones, reuniones, conferencias internacionales y actividades sociales, parece ser, según un reportaje del periódico La Prensa (Madrid, 29 abril 1927), que en el mismo se daban cita mujeres de todas las clases sociales. Damas de la aristocracia compartían su tiempo con las genuinamente fundadoras, intelectuales y esposas de las más importantes figuras de la cultura. También destaca ese mismo reportaje cómo el Lyceum era frecuentado por mujeres de la clase media y baja: «Mujeres de la clase media, mujeres de las clases proletarias, se juntan en esta primera asociación femenina de España con las universitarias, las aristócratas, las escritoras, las artistas». Sobre esta supuesta convivencia feliz de las mujeres españolas radicales, no todos están de acuerdo, puesto que mujeres de la izquierda, anarquistas, socialistas y comunistas, se oponían al movimiento feminista y a las asociaciones exclusivas de mujeres por parecerles de índole burguesa, lo cual era cierto; pero muchas mujeres de este Lyceum, por ejemplo sus vicepresidentas, pertenecían también a partidos de izquierda.

Concha Méndez, una de sus fundadoras, tiene su peculiar opinión del Lyceum:

«Al Lyceum acudían muchas señoras casadas, en su mayoría mujeres de hombres importantes: la mujer de Juan Ramón, Zenobia de Camprubí, Pilar Zubiaurre y otras. Yo las llamaba las maridas de sus maridos, porque, como ellos eran hombres cultos, ellas venían a la tertulia a contar lo que habían oído en casa. Era yo la más joven y la única que escribía. Dentro de las conferencias que organizamos, una vez invitamos a Benavente, que se negó a venir, inaugurando como disculpa una frase célebre del lenguaje cotidiano: "¿Cómo quieren que vaya a dar una conferencia a tontas y a locas?"»54.



Pero no eran tontas ni locas, sino mujeres en busca de sus derechos, sirva de ejemplo la instancia que el Lyceum elevó al gobierno pidiendo la reforma del Código civil, según se resume en un periódico de la época:

«Excelentísimo señor presidente de la Comisión de Códigos:

La sección social del Club Femenino Español sometió a la junta general ordinaria [...] el proyecto de reforma de los Códigos civil y penal que tenemos el honor de presentar a la Comisión de su digna presidencia [...] He aquí, señor nuestras peticiones:

  • 1.ª Que la patria potestad se ejerza en común por el hombre y la mujer durante el matrimonio, y la viuda que contraiga segundas o posteriores nupcias conserve la patria potestad sobre los hijos del primer o anteriores matrimonios, ya que el Código civil vigente le reconoce esta facultad cuando el marido difunto lo hubiese dispuesto así en el testamento.
  • 2.ª Reconocimiento sin limitaciones de la facultad de la mujer soltera o casada para ser testigo en los testamentos, formar parte del Consejo de familia, ser tutor, protutor, curador, albacea, etc.
  • 3.ª Administración y gobierno común de los bienes gananciales, con prohibición de ambos cónyuges a hipotecar, gravar o enajenar bienes inmuebles y valores industriales y públicos sin el consentimiento del otro.
  • 4.ª Que el sistema aceptado en las capitulaciones matrimoniales pueda ser cambiado por otro que estimen los cónyuges más en armonía con las condiciones y circunstancias de la vida matrimonial, siempre que lo soliciten ambos cónyuges [...].
  • 5.ª Que los motivos de desheredación sean idénticos para el hombre y la mujer.
  • 6.ª Reconocimiento del derecho de la mujer casada a disponer libremente del producto de su trabajo, salvo la obligación que tiene a contribuir a las cargas de la familia, derecho reconocido ya en el Código de Comercio.
  • 7.ª Supresión del artículo 47 del Código civil sustituyéndolo por este otro: "El marido y la mujer se deben protección y consideraciones mutuas".
  • 8.ª Que la mujer casada conserve su nacionalidad.
  • 9.ª Supresión del número 3 del artículo 603 del Código penal, y sustitución del número 2 del mismo artículo por este otro: "Los maridos que maltraten a sus mujeres, y las mujeres que maltraten a sus maridos, aun cuando no les causaren lesiones de las comprendidas en el párrafo anterior".
  • 10.ª Supresión del artículo 438 del Código penal.
  • 11.ª Investigación de la paternidad»55.


El sentimiento y tono de la época, aunque sin duda conformado en la impronta del carácter social dominante, fue cristalizando en el cúmulo de relaciones establecidas entre todos los grupos sociales, entre los cuales las mujeres, las madres, o las obreras intervenían de forma directa o indirecta en una conciencia social que fructificará políticamente con la proclamación de la Segunda República. Y en este periodo político, se pondría de manifiesto nuevamente la funcionalidad de las alianzas de los grupos y subgrupos sociales de izquierda como alternativa al poder político. El poder lo alcanza una alianza de grupos sociales y políticos cuyos intereses no se correspondían con los de la clase económicamente dominante. De ahí la brevedad y el fatal desenlace del periodo republicano.




Diplomacia republicana: La mujer en la República y la Guerra civil

Es muy significativa la respuesta dada por Isabel de Palencia a una encuesta de Matilde Muñoz, aparecida con grandes titulares en la revista Crónica, en 1931, año de instauración de la Segunda República:

«Ante la España que renace Crónica pregunta a las más destacadas figuras del feminismo español: ¿Cuál debe ser la labor de la mujer en la República?

Isabel de Palencia contesta: La mujer tiene, a mi juicio, y en primer lugar, que llevar a cabo una labor intensa de propaganda, procurando que los actos del Gobierno Provisional no sean objeto de malévolas interpretaciones ni de otras acechanzas del derrotismo; trabajando fervorosamente en ciudades y aldeas para que el pueblo se penetre bien del alcance de su misión representativa, y llevando al propio hogar un alto espíritu cívico que sirva de base a la educación de las nuevas generaciones.

Consolidado el régimen republicano debe la mujer colaborar con toda plenitud en la vida nacional, exigiendo que le sean otorgados sus derechos y aplicando estos primordialmente a la imposición de normas administrativas pulcras y decentes, al fomento del desarrollo de la cultura, a la desaparición de irritantes desigualdades sociales, al bienestar del niño y al aseguramiento de la paz por medio del desarme».



Esta es la descripción que Isabel de Palencia hace del sentir de la mujer republicana, apuntando además que «la vida valía la pena vivirse en aquel entonces». La autora misma tuvo un papel activo dentro del propio aparato gubernamental; intervino directamente en la formulación de nuevos códigos y leyes, primero para las escuelas nacionales de sordos y mudos, también para la regulación de los hospitales y de los derechos de trabajadores mutilados. Más tarde participó en el control y la normativa del desempleo en el marco de la mejor legislación mundial del trabajo promulgada por Largo Caballero. Delegada española en la Sociedad de Naciones y en la Conferencia Internacional del Trabajo, en Ginebra, presentó nuevas y revolucionarias propuestas para la regulación laboral de mujeres y niños. Y, como relata en su biografía, fue la primera mujer inspectora de fábricas en una España que estaba garantizando a las mujeres todos sus derechos, sin restricciones.

Isabel de Palencia era una funcionaria incondicional del gobierno en el primer bienio republicano. Apoyó las medidas de Azaña como ministro de Guerra, y criticó duramente a Alcalá Zamora, presidente de la República y a la sazón extraordinariamente moderado y católico para un gobierno innovador de izquierda. La autora, por supuesto, hace hincapié en la permisibilidad del régimen:

«Un régimen que no había perseguido ni siquiera a quienes eran directamente responsables por el atraso del estado. Algunos habían perdido privilegios, pero se les había permitido el mayor privilegio: ser hombres libres en un país libre, sin mayores restricciones que las impuestas por la ley. Si alguna orden religiosa había sido prohibida, al igual que en la monarquía, sus miembros podían vivir en el país como ciudadanos.

De cualquier manera el régimen no satisfizo a ciertos grupos y, antes de que la república cumpliera años, parte de las fuerzas autocráticas en el ejército, la iglesia y la aristocracia estaban conspirando en su contra»56.



Interesa observar que Isabel de Palencia define a la clase media como seguidora de la aristocracia, sin establecer un estamento independiente por sí misma. Este hubiera servido para deshacer la hegemonía conservadora que es lo que, según mencionábamos, sucedió en la Inglaterra industrial, donde los intereses de la clase media no coincidían con los de la aristocracia.

El descontento de los sectores conservadores dio lugar a la dimisión de Azaña como presidente del gobierno, y a la convocatoria de elecciones por parte de Alcalá Zamora, en 1933. La negativa de socialistas y republicanos a establecer su alianza y formar un frente común para las elecciones fue la causa de muchos males, según Isabel de Palencia, el principal de los cuales fue permitir a Lerroux y a la extrema derecha juntar fuerzas y obtener la mayoría. También parece intervenir en el triunfo de la derecha el hecho de que les fuera dado el voto a las mujeres, que era el subgrupo más atrasado dentro de cada grupo social. Feministas como Nelken y Kent se opusieron a que el voto les fuera concedido, mientras Clara Campoamor abogó por el voto para la mujer. Claro que, al cabo de tres años, quizás fue este voto el que hizo que el Frente Popular ganara las elecciones en febrero de 1936.

En las elecciones de 1933 la cuestión del voto se presenta como compleja incluso vista desde la perspectiva actual; quizás se hubiera debido postergar la convocatoria a las urnas. Desgraciadamente, las mujeres estaban más desinformadas, eran más ignorantes y más creyentes. Es un asunto contradictorio y paradójico. Habría que calibrar el hecho de si negarles el voto significaba necesariamente negarles la voz; o si darles el voto, contradictoriamente, significaba negarles la opinión y la palabra para dárselas a los que siempre hablaron por ellas: la iglesia y los patriarcas.

De cualquier forma, las elecciones dieron paso al «bienio negro» de un gobierno conservador, de cuya actuación Isabel de Palencia resalta la represión de los mineros asturianos que, con el apoyo de los partidos republicanos catalanes y de los sindicatos de Bilbao, Madrid, y otras ciudades, se rebelaron en octubre de 1934 contra el gobierno de Lerroux, en el que Gil Robles, enemigo abierto de la República, era ministro con un poder creciente.

La represión fue general, y la autora cuenta cómo, a raíz de los hechos de Asturias, catorce guardias civiles, seis miembros del servicio secreto, y dos vehículos con tropas de asalto registraron su casa en una sola mañana.



El año de 1936 fue recibido al grito de «salvar a los presos políticos». Las cárceles estaban llenas; cuarenta y cinco mil hombres y mujeres defensores de la República estaban en prisión. Cientos de niños asturianos habían sido trasladados a otras provincias porque morían de hambre. España estaba amordazada, la censura era estricta, y la República estaba en manos de sus enemigos.

Nuevas elecciones fueron convocadas para el 16 de febrero, bajo el control del gobierno conservador. Las derechas, dirigidas por Gil Robles, tenían su oponente en el Frente Popular, alianza de los partidos de izquierda. Las mujeres también votaron y, esta vez, su voto fue para la izquierda. No en vano, dice Isabel de Palencia, habían pasado dos años en los que su libertad había sido amenazada.

El Frente Popular ganó, y Azaña encabezó un nuevo gabinete. Los meses siguientes fueron de franca y solapada conspiración de la derecha: agentes provocadores, desacatos militares, y el terror propagado por la derecha sobre el gobierno 'comunista' (no había comunistas en el gobierno y en el parlamento los comunistas tenían quince asientos en un foro de cuatrocientos setenta y tres).

Isabel de Palencia colaboró con el nuevo gobierno, lo representó en la Conferencia Internacional del Trabajo y en el Comité Internacional sobre la Esclavitud en vísperas de la sublevación franquista.

Poco después del levantamiento sería enviada por el gobierno republicano a una gira internacional como emisaria de la causa leal, junto al padre Sarasola y Marcelino Domingo (ministro de Instrucción Pública en 1931 en el gabinete de Alcalá Zamora, y de Agricultura en 1936, en el gobierno de Azaña), en la que daría numerosas conferencias en Estados Unidos y Canadá: en Nueva York ante veinticinco mil personas, en el Madison Square Garden, en Seattle, en Portland; en San Francisco, en el Western Writers' Congress con Upton Sinclair, John Steinbeck, Humphrey Cobb, Doroty Parker, Haakon Chevalier, y con la adhesión de Thomas Mann; en Los Angeles, Denver, Tampa, St. Louis, Wisconsin, Chicago, Washington, en la Casa Blanca, con Franklin Delano Roosevelt y en la Society of Women Geographers, de la que era miembro. Vancouver, Montreal, Toronto y Quebec completaron la gira. Al terminarla, el gobierno español la envió como embajadora a Suecia. Esta función se alternó con representaciones tanto en Inglaterra, donde hablaría de la situación española en la Cámara de los Comunes57, como en la Liga de Naciones, en Ginebra, junto al ministro de relaciones exteriores Álvarez del Vayo. La reacción internacional era de temor ante el conflicto español, que era presentado por España en la Liga como una invasión extranjera. México expresaba abiertamente su apoyo: «El legalmente constituido gobierno de la República española tiene todo el derecho ante las leyes internacionales de recibir armas, y nosotros, los mexicanos, vamos a actuar de acuerdo con esa ley»58.

Su labor en Suecia consistió en ahondar, extender y consolidar las relaciones comerciales que tenía España con aquel país. Durante la guerra, se trataba, más que nunca, de abastecer a la nación de productos como leche, mantequilla, queso, y carne, de los que ya carecía. Por otra parte, Suecia necesitaba fruta del oriente español. El problema consistía en que los aviones italianos y alemanes hundían los barcos españoles que transportaban estas mercancías, y los suecos sólo pagaban la carga que llegaba hasta sus puertos. Otro aspecto de la diplomacia comercial consistió en impedir a toda costa que las compañías suecas comerciaran con la zona franquista, cosa que pudo evitarse hasta poco antes de terminar la guerra. A fines de 1938 el gobierno sueco, presionado por las grandes compañías industriales nacionales e internacionales, envió una representación comercial a la zona franquista. La intercesión diplomática de Isabel Oyarzábal se había extendido también a Finlandia, donde su tarea y su persona, como embajadora del gobierno leal, le granjearon el respeto y la colaboración hasta los momentos finales de la guerra, cuando las potencias internacionales reconocieron a Franco.

Siendo el desenlace inevitable, ella, en conferencias periodísticas y radiadas, acusó gravemente a la política internacional de los países occidentales, que tanta prisa se daban en reconocer al régimen fascista de Franco y tan remisos se habían mostrado ante un estado democráticamente elegido. Al terminar la guerra, libre de su responsabilidad diplomática, salió de Suecia embarcándose rumbo a Nueva York, de donde iría a México, «verdadera tierra de libertad para miles de españoles» como escribe en la dedicatoria de Smouldering Freedom, su siguiente libro sobre esta etapa política española.





 
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