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Lo maravilloso en tres relatos de viajeros castellanos del siglo XV

Victoria Béguelin-Argimón


Universidad de Lausana

La Edad Media europea vivió bañada en la visión de un Oriente mítico, legendario y poblado de maravillas. Los orígenes de esta imagen se remontan a los relatos de Herodoto, Ctesias de Cnido o Megástenes y se perpetúan a partir de las leyendas que se forjaron en torno a las conquistas de Alejandro Magno. Obras como la Historia natural de Plinio o la Collectanea rerum memorabilium de Solino transmitieron la información sobre los mirabilia de Oriente a enciclopedias, cosmografías, historias naturales o bestiarios, y estos prodigios fueron recogidos en la producción medieval escrita e iconográfica.

Durante todo el medioevo, cruzados, peregrinos, misioneros, comerciantes y diplomáticos se abren camino hacia estos horizontes míticos. Los protagonistas de los periplos dejan a veces constancia escrita de sus experiencias y contactos con las nuevas tierras y sus pobladores; estos textos conviven con relatos de viajes de ficción, sin que los receptores del texto disciernan entre el carácter real o ficcional de lo narrado. Poco a poco, se forja así un corpus de relatos de viajes uno de cuyos ejes temáticos más importantes lo constituyen los mirabilia, las maravillas, que cobran vida mediante el contacto real o imaginario con el Otro, con lo desconocido o con lo simplemente lejano y diferente. Como señala Pérez Priego1, dos relatos paradigmáticos del género, el Libro de las cosas maravillosas de Marco Polo y el Libro de las maravillas del mundo de Mandeville, contienen en su título la mención de lo maravilloso.

Los viajeros medievales parten pertrechados de una determinada Imago Mundi, en la que se entrelazan la realidad y la maravilla. Sus testimonios escritos van a reforzar, a confirmar, a matizar, a poner en duda o a negar la imagen que el hombre medieval se ha forjado de Oriente. Si textos como los de Odorico de Pordenone están plagados de mirabilia, en Marco Polo se empieza a percibir al observador que contrasta sus conocimientos previos con la realidad vivida. Efectivamente, a medida que avanza la Edad Media, la mirada de los viajeros va a ir cambiando poco a poco y sus relatos van a tratar de reflejar la experiencia empírica, dando cuenta de lo visto, sin dejar por ello de incluir, de un modo u otro, la maravilla, ingrediente indispensable de la tradición textual en la que los relatos se insertan.

En este trabajo trataremos de detectar, clasificar y analizar los principales elementos maravillosos en dos relatos de viajes reales del siglo XV, la Embajada a Tamorlán de Clavijo y las Andanças e viajes de un hidalgo español de Pero Tafur, así como en un relato de un viaje de ficción, la Historia del Infante Don Pedro de Portugal de Gómez de Santisteban; veremos cómo, a pesar de la voluntad de realismo y de la objetividad de Clavijo y de Tafur, la maravilla encuentra cabida en sus textos.

Tanto lasAndanças e viajes como la Embajada a Tamorlán pretenden dejarnos sendos reflejos de la experiencia vivida. Aunque los protagonistas de ambos viajes emprendan camino bajo la influencia de los relatos de sus predecesores, viajeros reales o imaginarios, e impregnados de leyendas, de la historia sagrada y de la geografía bíblica, sus textos revelan una labor innovadora de importancia: el esfuerzo por reflejar fielmente lo que ven y la de sopesar, contrastar y comparar en todo momento lo que llevan en su equipaje imaginario con aquello de lo que son testigos.

Muy diferente cariz presenta la Historia del Infante Don Pedro de Portugal, relato breve de ficción en el que se entretejen aventuras, anécdotas curiosas y un sinfín de maravillas de origen grecolatino o medieval. El texto mezcla elementos reales e imaginarios, lo que le confiere cierto grado de verosimilitud a los ojos de lectores u oyentes: efectivamente, Pedro de Portugal es un personaje histórico, como también lo es Tamorlán al que visita. Además, el relato incluye una carta del Preste Juan, documento que, a pesar de su contenido fantástico, circuló efectivamente en la Europa medieval y motivó una serie de viajes reales en busca del mítico sacerdote y de su reino. Con la Historia del Infante Don Pedro podemos observar la importancia de la impronta de lo maravilloso, profundamente medieval, todavía presente en algunos de los libros de viajes en pleno siglo XV.

Muchas son las propuestas de clasificación de las maravillas medievales2. Vladimir Acosta3, en el epílogo a su exhaustivo estudio sobre viajeros y maravillas, señala cuatro facetas de lo maravilloso medieval: en primer lugar, lo maravilloso religioso o maravilloso cristiano; en segundo lugar, lo maravilloso centrado en lo material; en tercer lugar, lo maravilloso antropológico y, por último, lo maravilloso folklórico o mitológico.






ArribaAbajoLo maravilloso cristiano

Por el universo cultural en el que se inscriben, lo maravilloso religioso, lo maravilloso cristiano, o la maravilla divina, como la llama López Estrada4, ocupa en los relatos de viajes reales castellanos un lugar importante. Tanto Tafur como los embajadores visitan monumentos, lugares santos o ciudades de tradición cristiana donde escuchan leyendas locales cuyos protagonistas son ángeles, santos o personajes bíblicos, y oyen relatos de hechos maravillosos y milagrosos. Los viajeros incluyen en sus textos todos estos materiales, que presentan muy a menudo un carácter insólito y sorprendente.

Tafur recoge varias maravillas cristianas en forma de breves relatos insertos en el discurso. Las formas verbales dize o dizen suelen introducir estas secuencias; en ellas, lo que el viajero ha oído, el recurso a la oralidad, permite al narrador presentar el tema, distanciarse de lo contado e, incluso en algunas ocasiones, permite reflejar la opinión divergente de sus informantes, lo que dota al discurso de cierta apariencia de objetividad. Así ocurre en su mención a la leyenda de San Jorge: «Otro dia de mañana fuemos dos millas de aí al monesterio de Sant Jorge, donde dizen que fué enterrado su cuerpo, é aun dizen que allí mató al Dragon, aunque muchos son de opinion que lo mató en Barut, puerto de Damasco»5.

El mismo recurso a la oralidad utiliza Tafur para relatar la intervención milagrosa de un ángel en el castillo de San Angelo en Roma, o en el Sinaí, cuando cuenta la leyenda de Santa Catalina. Veremos más adelante cómo Tafur echa mano de nuevo de la oralidad pero esta vez a través de un informante concreto, Nicolò di Conti, para transmitir la leyenda de Santo Tomás.

Constantinopla es un marco geográfico especialmente propicio para la inclusión de una serie de relatos cristianos de cariz maravilloso, legendario o milagroso. Tafur cuenta un prodigio del que fue testigo presencial en la ciudad: un solo hombre era capaz de cargar sobre sus hombros una pesadísima imagen de la Virgen. Tanta impresión le produjo el hecho que agrega: «E tanto que en Constantinopla estuve, nunca erré dia que non fuese allí, porque ciertamente es cosa de grant maravilla» (p. 174-175). También incluye Tafur la leyenda del ángel que había velado durante años sobre Constantinopla y la leyenda de San Lucas, pintor del primer icono de Jesucristo.

Aunque el espacio europeo favorezca menos la proliferación de maravillas, Tafur incluye algunos milagros oídos durante su viaje por Europa, como el ocurrido en la capilla de los Reyes Magos en Colonia, pocos días antes de su llegada a la ciudad; aquí, la inmediatez temporal confiere verosimilitud al prodigio.

La Embajada integra también lo maravilloso cristiano, aunque en menor medida que Tafur: la reliquia del brazo de San Juan, conservada en Constantinopla, permite al narrador introducir la leyenda que cuenta por qué carece dicha reliquia del dedo pulgar. Los embajadores recogen también el prodigio de la pesada imagen que un solo hombre es capaz de transportar en hombros. Además, a lo largo de su viaje, la maravilla está directamente presente en hechos que los embajadores viven como milagrosos: la tormenta en el Mediterráneo donde perciben los fuegos fatuos o la que viven en el Mar Mayor.

El Infante Don Pedro y los suyos peregrinan a Tierra Santa, pero el narrador se limita a la mención de los lugares visitados y a una escueta evocación de los acontecimientos ocurridos en los mismos, basados en las Escrituras; no se percibe voluntad alguna de presentar mirabilia de tema religioso salvo un hecho que se localiza en la India. Se trata de la leyenda y los prodigios en torno a Santo Tomás, evangelizador de estas tierras. Este asunto también es recogido tanto por los embajadores como por Tafur, y su interés reside precisamente en la variedad que presenta en las tres versiones. En el Libro del Infante leemos:

«La víspera del día del santo le ponen en la mano un sarmiento seco, el cual se reverdece al instante, echa hojas y tres racimos de uvas, que al toque de oración están en agraz y cuando amanece ya están en sazon: de ellas se hace mosto, y con él celebra misa el Preste aquel día, el del Corpus y el de Nuestra Señora, á 15 de Agosto, que son las tres únicas que dice en todo el año»6.



Frente a la receptividad que muestra el narrador ante este prodigio cristiano, cabe señalar el escepticismo que expresa cuando, al visitar la tumba de Mahoma, observa que el féretro que guarda los restos del Profeta se encuentra suspendido en el aire, achaca el prodigio a unos imanes colocados en las paredes de la sala y señala que esto lo «atribuyen á milagro aquellos miserables fanáticos» (p. 15).

La Embajada se hace también eco de la leyenda de Santo Tomás. Los embajadores no viajan hasta la India, pero durante su estancia en Samarcanda ven a uno de los nietos de Tamorlán al que llaman «Señor de la India Menor». El encuentro con un personaje relacionado con esta tierra mítica es el recurso para introducir la leyenda de Santo Tomás en el texto. La oralidad, con el uso del «dizen», permite al narrador evocar los prodigios acerca del río que fluye en la isla donde se encuentra su tumba. También por vía oral les llegan los hechos sorprendentes que ocurren en la fiesta del santo. Cuentan que, el día de su onomástica, Santo Tomás agarra a un hombre por la mano y no lo suelta hasta al año siguiente en el que se vuelve a repetir el mismo fenómeno. El continuo deseo de objetividad del que siempre hace gala el narrador de la Embajada se manifiesta aquí cuando, ante tal prodigio, desea comprobar la veracidad de los hechos con algún posible testigo de los mismos. Justamente, en ese momento, se encuentran en Samarcanda unos mercaderes de la India y los embajadores aprovechan la ocasión para contrastar lo oído con la realidad: «Lo cual fue preguntado a unos mercaderos de la dicha India que en Samaricante estavan, si era verdad esto de santo Tomé, e ellos respondieron que eran moros, e que no lo avían visto, mas que lo avían oído dezir muchas vezes.»7. La introducción del elemento maravilloso se articula en dos fases sucesivas: primero, se introduce lo oído para luego sopesar o verificar los hechos. Sin embargo, veraces o no, el efecto del discurso está asegurado: lectores u oyentes habrán disfrutado de la leyenda.

Tafur, por su parte, pone los prodigios de Santo Tomás en boca de Nicolò di Conti, un veneciano al que encuentra durante su estancia en el Sinaí y que le relata su vida en las tierras indias del mítico Preste Juan. Como veremos más adelante, el relato de Nicolò di Conti será la puerta por la que entrarán las maravillas de Oriente en el Libro de las Andanças. Nicolò le cuenta la leyenda del santo: después de haber encallado el tronco de un gran árbol en el Nilo y sin que nadie lo pueda mover, Santo Tomás interviene con la condición de que los que sean testigos del milagro se conviertan. El santo retira el tronco y con él construye la capilla en la que más tarde será enterrado. El relato de Tafur adquiere verosimilitud al añadir el narrador que todavía conserva unas bolitas de tierra procedentes de la tumba del santo que Nicolò le había regalado, y que tienen la virtud milagrosa de sustituir a la Comunión en caso de necesidad.




ArribaAbajoLo maravilloso centrado en lo material

López Estrada observa la importancia que adquiere en la Embajada la obra del hombre como elemento maravilloso8. Pérez Priego9, por su parte, señala también la maravilla basada en lo mecánico y artístico, dando como ejemplos la descripción de Constantinopla y la tienda de Tamorlán en la Embajada, y en Tafur, la descripción de la Roma decadente y medieval, de la ribera del Nilo o de la ciudad de El Cairo. Para Pérez Priego, la propia figura del emperador tártaro va a ser utilizada como fuente de maravilla a lo largo del relato de los embajadores.

La opulencia de Oriente suscita la admiración de los viajeros. Todos los libros de viajes han plasmado la imagen de unas tierras exuberantes y de tesoros infinitos, y lo maravilloso material aparece incluso referido a lugares que los viajeros no han visitado; eso se manifiesta, por ejemplo, con las alusiones de los embajadores a las riquezas del Catay. Una simple evocación de los productos del comercio con estas tierras da entrada en el discurso a horizontes lejanos vinculados a riquezas materiales con sus rubíes, perlas, paños o especias. En Tafur, el exotismo y la opulencia llegan al relato a lomos de los camellos de una caravana procedente de la India : «esta es la que trae toda la espeçería é perlas, é piedras, é oro, é perfumes, é lienços, é papagayos, é gatos de la India, é otras muchas cosas que se reparten por el mundo» (p. 95). En la Embajada, la abundancia de alimentos, los banquetes y la atmósfera de ocio que se respira en la corte de Tamorlán despiertan también la admiración de los embajadores frente a un nivel de vida al que no están acostumbrados. Relacionada con las riquezas materiales se encontrará a menudo la idea de inefabilidad o de la imposibilidad de plasmar tantas maravillas en el marco reducido del discurso. Valgan como ejemplo estas líneas de la Embajada: «E estas dichas obras e otras muchas fueron vistas en esta iglesia, que no se podrían contar ni escribir tan en breve, ca tan grande es el edificio e obras maravillosas que en esta iglesia ha, que oviera para un tiempo cuanto un omne pudiese mirar de cada día e ver cosas nuebas» (p. 132-33).

La misma reacción ante lo maravilloso material se siente en el relato de Pedro de Portugal: la visita del Infante a Tamorlán es una ocasión para presentar la opulencia y el poder de los que goza el mongol; el narrador de la Historia de Don Pedro de Portugal elogia las riquezas de la Meca y queda impresionado frente a las del Preste Juan.




ArribaAbajoLo maravilloso antropológico

Una humanidad distinta, con las diferencias que conlleva a nivel físico, social y cultural, puede despertar rechazo, inquietud o curiosidad. Sólo la capacidad de abstraerse de las apariencias para identificar ciertos rasgos de racionalidad en el Otro, permite que surja la aceptación. Sea cual sea la reacción, el encuentro con el Otro es la ocasión en los relatos de viajes para la presentación de una serie de elementos maravillosos relacionados con los seres humanos o animales.

La Historia del Infante es, por supuesto, el texto que mayor número de mirabilia de carácter antropológico presenta. Al tratarse de un viaje ficticio, el narrador aprovecha para introducir el amplio abanico de seres prodigiosos que suelen aparecer en los relatos de viajes. Entre los animales fantásticos menciona que los viajeros vieron al unicornio, y la lista se amplía con los seres humanos monstruosos: en Urian encuentran centauros; en Saba, rusticanos, hombres con cara de perro; más adelante, pigmeos de los que el texto ofrece una descripción y, después, gigantes antropófagos. En el reino del Preste Juan tendrán también noticia de hombres con voz de perro, y la carta que el Preste envía al rey de Castilla establece un repertorio de los seres monstruosos que pueblan las tierras de la India: monstruos antropófagos de un solo ojo, los gomeos; hombres de pies redondos, que se dedican a la agricultura; hombres de reducida estatura muy belicosos; gigantes pacíficos, y seres híbridos de humanos y caballos. Entre los animales fabulosos cita a los dragones y a los animales de siete cabezas.

Muy interesante nos parece la reacción espontánea de Tafur frente a pueblos con los que entra en contacto realmente. Estando en Cafa, el castellano califica a su población de bestial y deforme, sustrayéndola así de esta humanidad que es la conditio sine qua non para la aceptación del Otro. Tal es el rechazo que experimenta que decide abandonar la ciudad y renuncia a continuar su ruta hacia Oriente:

«É mucho quisiera yo tenerme en estas tierras, mas por ser gentes bestiales é por los mantenimientos non ser conformes á mi naturaleça, é porque es como cerradura quasi á la India mayor, que es imposible de yr, é en las otras tierras non ay que ver sinon gentes destruydas é gastadas, éstos los xpianos que dixe, por la maleveçindat de los tártaros, é por mengua de non tener Señor que los defendiese, é ansí pasan fasta que Dios los provea [...]. Tanta es la bestialidat é deformidat de aquesta gente, que de buena voluntat yo abrí mano del deseo que tenía de ver adelante, é tomé la buelta á la Grecia [...] »


(p. 168-169).                


Ya hemos mencionado el papel que desempeña el relato de Nicolò di Conti tan hábilmente incorporado en el texto de Tafur: el encuentro con el veneciano ofrece la ocasión de introducir mirabilia relacionados con la problemática confrontación con el Otro. Nicolò di Conti cuenta sobre el reino del Preste Juan, situado en la India, y sobre sus maravillas, e intenta disuadir a Tafur de viajar a la India, atribuyendo justamente las dificultades del camino a los pueblos que habitan estas regiones, calificados de bestiales, y a las dificultades que supone el cambio de aire y de alimentación. Respondiendo a la curiosidad de Tafur, Nicolò salpica su relato de referencias a costumbres orientales, como el canibalismo de ciertos pueblos orientales o el suttee, la cremación voluntaria ritual de las esposas a la muerte de su cónyuge.

Tafur interroga a Nicolò sobre la existencia de monstruos humanos en la India y, mostrando la imagen que posee de esta tierra, le proporciona los ejemplos que pueblan los textos y relatos sobre la India: le pregunta si ha visto hombres con un solo pie o con un solo ojo, o tan pequeños como un codo o tan altos como una lanza. A pesar de que Nicolò dice no haber visto nada de eso, Tafur ha conseguido introducir y mencionar una serie de elementos que son ingredientes tradicionales en el relato de viajes. Nicolò asegura, en cambio, haber visto animales extraordinarios: un elefante blanco como la nieve, un asno multicolor o unicornios.

Las maravillas del mundo animal darán pie al relator de la Embajada y al propio Tafur para introducir sendas descripciones de la jirafa y de los elefantes, animales desconocidos en Castilla. Tafur describe también a los cocodrilos que viven en aguas del Nilo. La maravilla es en estos casos lo que realmente se ve pero es diferente de lo cotidiano, y la comparación que se establece con lo conocido permite la integración y aceptación de lo nuevo en el universo de lectores u oyentes.




ArribaLo maravilloso folklórico y mítico

Los tres relatos que nos ocupan acogen los grandes temas del imaginario relacionados con la búsqueda de paraísos y mundos maravillosos, de origen folklórico o mítico: el reino del Preste Juan, la leyenda de las Amazonas y las referencias al Paraíso Terrenal, concretamente a los ríos del Paraíso, tienen cabida en mayor o menor medida en nuestros textos.

El reino del Preste Juan constituye junto con el Paraíso Terrenal uno de los espacios sagrados y maravillosos que buscan los viajeros de la Edad Media. La leyenda del rey-sacerdote, en cuyas tierras ubicadas en la India reina una justicia y armonía perfectas, nace a partir de una famosa carta que este supuesto monarca cristiano de Oriente escribe en 1163 al emperador bizantino Manuel Comneno y al emperador romano-germánico, Federico Barbarroja. La idea de aliarse con dicho rey contra los musulmanes da pie a una misiva de respuesta por parte del papa Alejandro II en 1177 y a una serie de viajes infructuosos en su búsqueda.

La expedición fabulosa de Pedro de Portugal tiene como destino principal el mítico reino. Cuenta Gómez de Santisteban que el grupo llega, después de haber atravesado la tierra de los gigantes, a la ciudad de Albee donde reside el Preste. En el relato, el desplazamiento físico permite la entrada en este espacio geográfico maravilloso que se presenta como la culminación, el clímax del periplo. El narrador recurre al topos de la inefabilidad para expresar su admiración: «vimos cosas tan admirables y edificios tan magníficos que es imposible explicarlo; baste decir, que cuanto hasta entonces habíamos visto fue nada en comparacion de lo que en esta ciudad admiramos» (p. 18). Obsérvese la gradación semántica entre lo que habíamos visto y lo que en esta ciudad admiramos.

Las tierras del Preste aparecen a los ojos de los viajeros, testigos directos, tal y como la tradición las había presentado: se describe el suntuoso palacio, el complejo protocolo para acceder al Preste Juan, la etiqueta durante la comida y el simbolismo de los alimentos de los que se nutre el monarca. Baste recordar las peras en cuyo interior, se corten como se corten, aparece siempre una cruz. La leyenda se ve reforzada por los viajeros que afirman que «tres meses estuvimos en aquella corte muy bien tratados y asistidos en todo lo necesario, en cuyo tiempo vimos cosas muy maravillosas» (p. 19).

Por otro lado, el relato de Pedro de Portugal presenta efectivamente a un soberano cristiano que ostenta a la vez el poder temporal y espiritual en un reino que goza de paz y armonía; se describe el procedimiento de elección del Preste, así como las costumbres y obligaciones de los sacerdotes de su reino. Además, la misiva que el rey-sacerdote va a confiar a los viajeros para que la transmitan al rey de Castilla y que es una de las tantas versiones de la carta del siglo XII que circularon por Europa, repite los contenidos básicos de la misma: creencias del Preste; descripción geográfica de las Indias (con información sobre la superficie, los nombres de las provincias, la flora, la fauna y la agricultura); mención de la convivencia matrimonial de los sacerdotes y alusión a la recta administración de la justicia que se practica en sus tierras.

Ni los embajadores ni Tafur visitan la India. Sin embargo, estas tierras, que parece que no puedan faltar en un relato de viajes, aparecen en ambos textos y en ambos se introducen mediante el recurso del encuentro con personajes procedentes o vinculados a las mismas. Dichos encuentros abren las puertas a secuencias más o menos extensas dedicadas a este espacio geográfico y a la introducción de leyendas o referencias sobre ella, basadas, una vez más, en la oralidad.

En el Monasterio de Santa Catalina en el Sinaí, después de un periplo por diversas partes de Europa y de Tierra Santa, Tafur desea proseguir su camino hasta la India. Pide información a Nicolò di Conti, que acaba de regresar de allí y dice haber vivido en el reino del Preste Juan. La voz narrativa del veneciano introduce en el relato de Tafur las tierras de la India con sus maravillas y sus leyendas.

Nicolò cuenta por qué llegó a la India, cómo fue recibido por el Preste Juan, cómo contrajo allí matrimonio y narra su vida en aquellas tierras durante cuarenta años. El relato se presenta en discurso directo, reflejo de la reproducción fiel de las palabras del locutor, y en boca de un personaje que expone sus propias experiencias de primera mano. Los elementos maravillosos contenidos en la narración de Nicolò se introducen así sutilmente y gozan, gracias al uso del estilo directo, de un estatuto de veracidad prácticamente igual a la del texto en el que se insertan.

La primera parte del relato de Nicolò tiene como objetivo principal el disuadir a Tafur de emprender el viaje. Las gentes bestiales con las que tendría que enfrentarse más las diferencias climáticas y alimenticias deciden al viajero a abandonar su proyecto. Tafur vuelve, pues, a El Cairo y durante el trayecto del Monasterio de Santa Catalina hasta la ciudad, Nicolò le facilita nuevos datos sobre la India. Tafur precisa que no sólo recoge la información oralmente de su interlocutor sino que éste «muchas cosas [le] dió por escripto de su mano». El prestigio de la escritura refuerza la autenticidad de lo contado.

A ruegos de Tafur, Nicolò expone el poder del Preste Juan, con veinticinco reyes a su servicio, y relata el rito de elección del rey-sacerdote así como los esfuerzos de éste por alcanzar las fuentes del Nilo. Introduce, además, una serie de maravillas en su narración que tienen como marco las tierras indias.

En la Embajada, la India del Preste Juan aparece en el texto gracias al encuentro con uno de los nietos de Tamorlán, como ya hemos mencionado:

«E este día vinieron todos los embaxadores que allí eran a hazer reverencia este sobredicho nieto del señor Tamurbec, el cual podía aver hasta veinte e dos años, e era baço, sin barvas, e dezían que se llamava Señor de la India Menor, e no dezían verdad, ca el que agora es rey e señor natural de la India es cristiano e a nombre N., según a los dichos embaxadores fue contado»


(p. 286-287).                


Aquí se observa cómo una posible reminiscencia del mítico Preste Juan se desliza en el texto de los embajadores, que se convierten de este modo en portavoces de la leyenda. Además, la introducen como «verdad» aunque maticen su seguridad al final de la secuencia mediante el recurso a lo oído, con el «según a los dichos embaxadores fue contado».

Otros ecos del reino legendario encuentran cabida también en el relato de los embajadores, con varias referencias a la India como tierra habitada por cristianos. Así se lee: «E los d'esta India son cristianos, e el señor e los más d'ellos, a la manera de los griegos» (p. 288) o «E entre ellos ha otros cristianos que se señalan de fuego en el rostro, a aun an otra openión que no los otros, pero estos que así se señalan de fuego son menospreciados entre los otros. E entre ellos viven moros e judíos, pero son subjetos a los cristianos» (p. 288). Diversas facetas de la leyenda se integran, pues, en los relatos de viajes analizados.

La voluntad de objetividad junto a la precisión cronológica y geográfica que refleja un relato como el de la Embajada podría hacer pensar que toda noción de maravilla o de hecho no comprobado ha sido apartada del texto. Tafur manifiesta a menudo su escepticismo frente a ciertas informaciones que recibe, expresando también su deseo de transmitir únicamente aquello de lo que ha sido testigo. Sin embargo, hemos visto cómo algunos de los mirabilia que hallamos en la Historia del Infante Don Pedro, e incluso otros, aparecen de manera más o menos velada en los dos relatos de viajes reales. Pensamos que la importancia que tradicionalmente estos materiales han ocupado en el relato de viajes medievales hace difícil para el viajero tomar una distancia respecto a la tradición y no integrarlos aunque sea por medio de recursos discursivos distanciadores o por la integración de distintas voces narrativas. Además, cabría preguntarse hasta qué punto los redactores de estos textos podían ignorar las expectativas del público receptor, ávido de maravillas.





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