Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.
Indice
Abajo

Localización, autoría y fecha de una fábula mitológica atribuida a Collado del Hierro

Juan Manuel Rozas





Varios repertorios bibliográficos, desde la Biblioteca de Nicolás Antonio hasta el Manual de Palau1, han catalogado una Fábula de Dafne y Apolo atribuida al poeta gongorino don Agustín Collado del Hierro. Fue Gallardo quien por primera vez, con su acostumbrada seguridad, hizo la descripción del opúsculo en las papeletas que luego formaron su Ensayo2:

Dafne / i Apolo. / A Don Francisco / de los Covos, Conde de / Ricla. / Por Don Agustin / Collado del Hierro. 8°. 36 ps. Sin l. ni a. sign. A-C Título. Texto (es un romance).



A finales del siglo pasado adquirió un ejemplar de la obra el Marqués de Jerez de los Caballeros y la incluyó en el Catálogo de su biblioteca3. En su casa fue donde seguramente la vio Menéndez Pelayo, quien a los datos de Gallardo añade esta apreciación: «es un romanee con argumento tomado del libro I.º de las Metamorfoses»4. En nuestros días se pierde su pista, al menos en España, y dos libros excelentes que estaban muy interesados en su estudio reconocen no haberla hallado: Fábulas mitológicas en España, de Cossío5, y El poema Granada de Collado del Hierro, de Orozco Díaz6.

Con el pensamiento lejos de Collado, había yo leído muchas veces esta Fábula, envuelto en una de esas pesadas bromas a que nos tienen acostumbrados las primeras ediciones de nuestros poetas barrocos. La había leído -sorpresa- entre las poesías de... Juan de Tassis, Conde de Villamediana. Todas sus ediciones del siglo XVII, seis nada menos, desde 1629 a 1648, dedican diez páginas a copiar a dos columnas una larga Fábula de Dafne y Apolo7, que ha resultado ser la misma que en edición suelta, con el mismo título y bajo el nombre de Collado del Hierro, catalogaban los repertorios bibliográficos. Señalarlo, localizar un ejemplar, seguramente único, y fijar la autoría y la fecha del poema es el objeto de este trabajo.




1

Como poema de Villamediana ha sido citada o estudiada varias veces. Ya Gracián en su Agudeza y Arte de ingenio8 copió unos versos sin dudar de la atribución al Conde: Cotarelo le dedica unas palabras en su monografía9; Cossío se veía envuelto en la duplicidad de autores, citándola como obra perdida de Collado, y encontrándosela, sin saberlo, en las páginas que dedica a Villamediana, donde la estudia, y con suma sensibilidad, pues intuye algo raro en la atribución:

Nueva vez trata el Conde de Villamedina el tema de Apolo y Dafne, y ésta en romance y con carácter harto distinto de la fábula en octavas que hemos considerado. Ignoro yo la cronología de las obras del Conde y no es posible ni aventurar cuál de las dos fábulas es anterior a la otra. Ésta parece servilmente gongorina, y otras cualidades que notaré me la hacen aparecer como de poeta menos experto y experimentado. Pero bien sé lo falible y aventurado de hipótesis de este género10.



Por las mismas razones casi que voy a exponer aquí, aunque sin poder ofrecer entonces la prueba documental, había yo afirmado en más de una ocasión que la fábula editada en las Obras de Villamediana no parecía ser suya, y que debía de ser la obra atribuida a Collado por los repertorios bibliográficos11. Pero, al no encontrar el opúsculo en las bibliotecas próximas a mi lugar de trabajo, fui retrasando mi enfrentamiento con esta identidad de textos, hasta que hace unos meses, al adquirir la nueva edición del Catálogo de Clara L. Penney12, vi que en la rica biblioteca de la Hispanic Society of America existía un ejemplar. Gracias a una amable carta de la citada investigadora, conservadora de los fondos manuscritos y raros de la entidad, donde me copia unos versos del principio y del final del texto y da satisfacción a algunas preguntas que le formulaba, sé hoy que, en efecto, el poema reproducido en las seis ediciones de Villamediana y el editado suelto corno de Collado del Hierro son una misma cosa.

Vista esta identidad, quedan dos preguntas por contestar: a la más importante, por qué es de Collado y no de Villamediana, puedo dar respuesta enteramente satisfactoria; para la segunda, más curiosa que necesaria, cómo se produjo esta historia bibliográfica, habré de tejer más hipótesis de las deseables, dejando, sin embargo, bastante precisa la fecha de composición del poema.




2

Y lo primero que tenemos que rechazar es la idea de que seis atribuciones al Conde, frente a una sola a Collado, sean razón de peso para despojar a éste de la paternidad de la fábula. Las seis ediciones de Villamediana son para estos efectos una sola, pues, una vez formada la primera, las cinco restantes repitieron el mismo texto, en el mismo orden y con los mismos errores de atribución. Las dos de Zaragoza, 1629 y 1634, y la última, de Barcelona, 1648, son idénticas en todo; las tres de Madrid, 1635, 1643 y 1643 o 1644, añaden al final nuevos poemas, pero no en la parte anterior ni inmediatamente posterior a la fábula en litigio. Hasta la página 408 siguen fielmente las ediciones anteriores, y casi página a página: tanto en las zaragozanas como en las madrileñas, esta fábula empieza en la página 337 y acaba en la 447, si bien en las segundas, de letra y composición levemente más holgada, termina casi al final de la última página, mientras que en las primeras la página sólo se empieza.

Así hemos de plantearnos la cuestión: una atribución, repetida automáticamente seis veces, a Villamediana, frente a otra a Collado del Hierro. Por otra parte, en varios lugares he demostrado las varias inexactitudes en que cae el colector de las Obras del Conde. Dionisio Hipólito de los Valles, con toda seguridad un anagrama todavía no descifrado. Incluyó poemas de Góngora, Quevedo, Pacheco y otros dudosos. Más rigor puso el anotador -del que luego hablaré- de un ejemplar de la edición príncipe que en el año 1633, sólo cuatro después de su aparición, se dedicó a corregir el texto y señalar algunas imitaciones de poesías de Góngora. Casi siempre lo hizo con acierto, y desde luego poseía un manuscrito o manuscritos distintos a los utilizados por Dionisio Hipólito de los Valles, pues llega hasta añadir octavas enteras a la Fábula de Faetón. Este anotador estuvo atento sobre todo a los errores cometidos en la transcripción de las obras mayores, La Gloria de Niquea y las fábulas mitológicas, pero al llegar a esta de Dafne y Apolo en romance pasa por encima de ella, sin añadir ni tocar una tilde, y se detiene, sin embargo, en el poema siguiente. O bien sabía que no era del Conde, y por tanto no le interesa su corrección -él seguramente intentaba una nueva edición, limpia de errores- o bien, sin dudar de su autenticidad, no la tocó por no poseerla en sus manuscritos. Esta hipótesis parece la más lógica, ya que de saber con seguridad que era apócrifa lo hubiese manifestado; pero también la primera posibilidad tiene a su favor el que aun sin manuscritos podía haber rechazado alguna errata chocante, como abuela, por abuelo, que se lee en el verso diecisiete. En cualquiera de los dos casos, nos hallamos ante una tradición textual distinta a la de las Obras en la que la Fábula de Dafne y Apolo no aparece.

La experiencia añade a estos datos que lo normal es la inclusión de una obra dudosa entre la poesía del poeta más famoso o comercial de los varios a quienes se puede atribuir. Así ocurre con las sátiras del siglo XVII que se colocan sistemáticamente en manos de Ouevedo, Góngora o Villamediana. Así Corneille creyó que La verdad sospechosa era de Lope. Así se dieron a Villamediana dos poemas de Soto de Rojas, Venus y Adonis y Los Rayos del Faetón. Este último ejemplo es muy aleccionador para nuestro problema por ser muy semejante al que ahora tratamos.

Entrando en un nuevo núcleo de razones, hallamos dos muy importantes para rechazar la paternidad de Villamediana. Este escribió -y no hay duda alguna de que es suya- una Fábula de Apolo y Dafne, dirigida al Duque de Alba13. En ella desarrolla, también por Ovidio, el mismo argumento del poema ahora en litigio, y lo hace con todo lujo de detalles y estilo. Resulta raro que un mismo poeta aborde el mismo tema dos veces y en ambas con extensión. Además, la dedicatoria de la fábula en romance, a don Francisco de los Cobos, Conde de Ricla, parece poco probable en boca de Villamediana. ¿Con qué motivo iba a poner su obra a los pies de un noble de menos fama, edad y calidad que él? Ello iba contra las leyes sociales del momento. ¿Y cómo iba a decirle cosas semejantes a las que sólo había dicho a la Casa de Alba? Veamos algunos versos de la dedicatoria y digamos de pasada que hay en ella un tono y un contenido que, si bien procede de la moda impuesta por el Polifemo y las Soledades de Góngora, recuerda al propio Villamediana:


Mientras cantando altame(n)te
de tus ínclitos heröes,
la lira mudada en tronpa
todos los siglos me oyen.


Tú q(ue) has de vestir sus armas
de altivas emulaciones,
gallardo hijo de Apolo,
fuerte nieto de Mavorte;


oi que, si, de abuelo y padre,
tantos heroicos blasones
mayores son que su fama,
es más que todos tu nombre;


las quexas de Apolo escucha...14

.


Aun sin saber nada de la persona representada en ese Conde, era muy difícil aceptar que el de Villamediana, Correo Mayor del Reino, tuviese -pudiese- que decir esas cosas de la casa de Ricla. Después de buscar la identidad del personaje homenajeado en estos versos, la dedicatoria se vuelve una demostración de la no autoría de Tassis. Don Francisco de los Cobos, Conde de Ricla, era hijo de don Diego de Guzmán y los Cobos, Marqués de Camarasa, Señor de Sabiute y Beiliza, Gentilhombre de Cámara de Felipe IV y Sumiller y Mayordomo del Cardenal Infante. Había nacido en 1610 y murió en plena juventud en 1638. El suceso fue muy comentado, y Bocángel y Unzueta trazó la vida y el elogio de don Francisco en La perfecta juventud15. Por esta biografía sabemos que actuó casi adolescente en una misión diplomática, el recibimiento y acompañamiento hasta la raya de Castilla al legado del Papa, Cardenal Barberino. Esto ocurrió en 1626, y en las Relaciones de Alenda existen varios folletos en que se cuenta la llegada del mensajero pontificio, citando, al menos en uno, la misión específica del Conde de Ricla16. Tenía entonces dieciséis años, edad justa o corta para una misión representativa, por lo que hay que suponer que era la primera en que intervenía. Era el momento en que actuaba como cortesano, conde y diplomático, con independencia de su puesto familiar. Por tanto, la dedicatoria no puede ser anterior a 1626 -incluso parece probable que se aprovechase el momento de su aparición como diplomático para enviarle un poema-. Villamediana murió en 1622, cuando este futuro Conde de Ricla tenía unos doce años, lo que hace inverosímil la atribución de la fábula a don Juan de Tassis.

Por el contrario, ningún motivo de orden social ni cronológico impide que Collado se dirija en 1626 o después al Conde de Ricla, buscando ayuda económica por medio de sus versos, como la buscó luego con su poema Granada en la casa del Conde del Arco. Todas las razones que me llevan a negar la atribución a Villamediana vienen bien para afirmar la de Collado. Ningún repertorio ni estudioso ha dudado nunca que Collado escribiese una fábula de Dafne y Apolo, y esa fábula está publicada suelta a su nombre. La razón, sin embargo, definitiva está en una nota manuscrita existente en el ejemplar que vio Gallardo. Dice así:

El ejemplar que describimos tiene al principio, de letra de don Gabriel Henao, la nota siguiente: Missus ex dono Authoris ad. D. D. Gabrielem de Henao Monjaraz, Dominus huiusce Bibliothecae17.



Ante la solemnidad de esta nota, y habiendo demostrado que la atribución a Villamediana es inverosímil por la edad del Conde de Ricla cuando el poeta muere y por otras razones, leñemos que concluir, sin duda alguna, que el poema es de Collado del Hierro.

Todavía añadiré dos razones de estilo. El romance es forma poética eludida casi sistemáticamente por Villamediana. En la edición príncipe se editan sólo tres; y uno en medio de La Gloria de Niquea, y de atribución ya en su época discutida. El tercero es esta fábula. Las ediciones de Madrid añadieron uno nuevo que yo he otorgado a Antonio Hurtado de Mendoza. Y nada más en sus impresos. Los manuscritos guardan alguno más entre sus sátiras, uno también discutido por Cotarelo. No me extrañaría nada llegar un día a la aseveración de que no escribió nunca en el metro más castellano. Y este rasgo choca en un poeta barroco y gongorista, amigo de sátiras y burlas populares. Es tal vez una de las dos o tres características fundamentales de la poesía del Conde, pero no es lugar este trabajo para explicar esto, ni por qué se hermana por medio de este rasgo con Soto de Rojas, el otro gran seguidor de Góngora.

La segunda razón es el tono inexperto y menor que tiene la fábula. Lo primero lo vio perfectamente Cossío sin saber nada de lo que aquí nos ocupa, y por tanto sin el prejuicio de elegir entre Collado y Villamediana. No es que Collado sea un mal poeta aquí, pero no comparable al Conde, ni a sí mismo en su poema Granada, verdadera joya de lo primoroso barroco y granadino, como ha demostrado Orozco. Y este tono menor de lo primoroso es notorio en Dafne y Apolo, desde las voces que lo expresan directamente: primor (por ejemplo, pág. 338), palabra también usada en Granada; o en diminutivos: corcillo, cupidillos. cupidillos menores. El diminutivo, y todo tono menor, es algo ajeno al Conde. Su voz es grave, solemne siempre, incluso con tendencia a lo hueco y monótono cuando no es capaz de mantener su altura poética. Sólo puedo recordar ahora un diminutivo en sus obras, navecilla, y no es válido, pues está traduciendo navecilla de Marino. Fuera de éste, los abundantes diminutivos de Marino son apartados tajantemente por el Conde, incluso cuando lo va traduciendo. Por último, son también rasgos que se oponen al Conde ciertas voces de Dafne y Apolo nunca usadas por él: vaticinaciones, profetisa, caracoles, más ciertos nombres de vegetales, más propios de un médico que sabe de hierbas y plantas.




3

Eran muy escasos los datos que poseíamos de Collado del Hierro hasta que Orozco los ha aumentado y aclarado. Gracias a su monografía, podemos trazar una esquemática trayectoria del poeta médico y oponerla a la de Villamediana, buscando aquellos puntos de contacto que nos expliquen el equívoco textual y la actitud posterior de Collado. Un nuevo dato nos ayudará en la comprensión de los hechos.

Collado se gradúa de bachiller en Artes y se matricula de Metafísica en 1604 en la Universidad de Alcalá. Es decir, pertenece a la generación siguiente a Lope y Góngora, a la que bien podemos llamar de consolidadores, pues, tanto en la lírica Villamediana y Soto de Rojas, como en el teatro Vélez y Tirso, consolidan las geniales innovaciones de los maestros nacidos hacia 1560. Collado nacería no mucho después de 1582, fecha en que lo hizo Villamediana. Orozco ha demostrado que nació en Alcalá de Henares, y que acabados los estudios de medicina, después de dejarlo, de metafísica y teología, pasó su vida en Madrid y luego en Granada. Los años vitales del gongorismo, los que van de la aparición del Polifemo y las Soledades a la llegada de Góngora a la corte, los vive Collado en Madrid y pronto toma postura gongorina al participar en el certamen motivado por la traslación de la Virgen del Sagrario a su nueva capilla toledana. Esto ocurre en 1616, un año después de la vuelta de Villamediana de Italia y uno antes de que circule su Faetón, primer respaldo consecuente -y de un noble- del Polifemo y las Soledades, al mismo tiempo que el primer puente claro entre Marino y Góngora. La Fábula de Faetón no pasó sin polémica, y en ella se vio una bandera gongorina18. Collado y el Conde estaban muy cerca, y es normal pensar que tras la llegada de Góngora se conocieron y tal vez por medio del maestro. (En 1618, al ser desterrado Villamediana a Alcalá -y recordemos de pasada que se ha dicho que estudió en esa universidad como Collado-, tal vez tuvo nuevas relaciones con él, si éste tenía bienes raíces en la ciudad de su nacimiento.) Los vemos, pues, a los dos muy próximos, y en el Madrid de entonces es seguro que se trataron y que se intercambiaron poesías: como gongorinos aparecen ambos en las Epístolas satisfactorias. Sin embargo, el único dato positivo que reúne a la vez a Collado, Góngora y Villamediana no es muy explícito. Se trata de una octava burlesca publicada como de don Luis por Millé. Su epígrafe dice así: Tomando ocasión de la muerte del Conde de Villamediana, se burla del doctor Collado, amigo suyo. Dice así:


Mataron al señor Villamediana:
dúdase con cuál arma fuese muerto;
quién dice que fue media partesana;
quién alfanje, de puro corvo tuerto:
quién el golpe atribuye a Durindana,
y en lo horrible tuviéralo por cierto,
a no haber un alcalde averiguado
que le dieron con un doctor Collado19.



La octava, que es para dejar perplejo a cualquiera, merece un comentario que no haré aquí20. Con respecto a nuestro tema nos asegura que Collado era amigo de Góngora, pero no que fuese Collado médico de Villamediana como piensa Orozco. Sí que los tres poetas estaban muy próximos: la octava es una burla de tertulia de amigos poetas.

Un nuevo dato puedo añadir a éstos: Collado poseyó un ejemplar de la primera edición de Villamediana, en el cual estampó su firma21. Es decir, Collado tuvo noticia desde 1629 de que los editores del Conde le robaban uno de sus poemas más importantes. Esto nos permite explicar algo de lo que ha pasado con el poema desde que fue escrito hasta nuestros días.

La Fábula, como se ha visto por la edad del Conde de Ricla, no puede ser anterior a 1626. Ni posterior a 1628, en que se fuman las aprobaciones de las Obras de Villamediana, en las que figura. Podemos, pues, fechar el poema, con bastante seguridad, entre el mes de mayo de 1626 -en que entra en Madrid el Cardenal Barberino- y octubre de 1628, en que se aprueban las Obras de Tassis. Y especificar como más probables los meses centrales del año 1626, con motivo de la primera misión pública de Ricla.

Cuando en 1629 Collado adquiere un ejemplar -todavía hoy conservado- de las Obras de Tassis se encuentra con que le han rollado uno de sus más extensos poemas. Y se apresura a hacer una edición suelta de él, seguramente de pocos ejemplares. No surte efecto esta demostración de autoría, pues en 1635, en Madrid, cuando Collado estaba en Granada, de nuevo se edita en las Obras del Conde, y al aparecer la segunda edición madrileña, 1643, seguramente ya Collado ha muerto.

El médico poeta mandó a los amigos un ejemplar de su fábula. Se nos ha conservado uno, el enviado a don Gabriel Henao Monjaraz, poeta representado en el curioso y famoso libro Avisos para la muerte (Madrid, 1648, fol. 51 v.). En tiempo de Nicolás Antonio no era aún difícil hallar ejemplares, y así la suelta aparece en su Biblioteca. Pero luego se pierde su pista, se pierden los ejemplares, y sólo uno llega localizado al siglo XIX, el que describe Gallardo, advirtiendo que perteneció a Henao. Por la historia del ejemplar desde entonces bien podemos suponer que Gallardo lo había adquirido. No está en el inventario de sus pérdidas22, y, de ser suyo, pasaría en 1852 a su sobrino Juan Antonio Gallardo. A finales de siglo lo hallamos en la biblioteca del Marqués de Jerez de los Caballeros. A ella pudo llegar fácilmente desde la de Gallardo, como tantos otros impresos y manuscritos, por dos caminos: a través de Sancho Rayón, que compró al sobrino muchos ejemplares valiosos, o a través de los herederos de Juan Antonio Gallardo, uno de los cuales vendió ejemplares con frecuencia23. En la biblioteca del Marqués de Jerez lo vio Menéndez Pelayo, quien pasaba temporadas como huésped del gran coleccionista en Sevilla24. Ahora ya la historia es segura. En la venta de la biblioteca del Marqués a Huntington en enero de 1902 iba la fábula, y, así, se conserva hoy en la Hispanic Society. Hay que remarcar que este ejemplar es el mismo que vio Gallardo, como me comunica amablemente Miss Clara L. Penney, con lo cual hemos de suponer que es ejemplar único. Desde hace mucho más de un siglo todos, Gallardo, Menéndez Pelayo, Jerez de los Caballeros, Penney, están manejando el mismo ejemplar, que no se repite en las bibliotecas más conocidas25.

Merece, pues, una reedición que coteje la suelta con las seis de Villamediana, y un estudio que valore el poema exactamente dentro del gongorismo. Labor que nadie mejor que el Prof. Orozco puede emprender a continuación de su edición del poema Granada.





 
Indice