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Lógica y lingüística

Sebastián Mariner Bigorra





Las relaciones entre estas dos ciencias parecen en los presentes tiempos más cambiantes que nunca. Estables a lo largo de cerca de dos milenios, si se admite tanta antigüedad para la ciencia del lenguaje en Occidente. Durante ellos, ésta se había presentado desde su nacimiento en el prehelenismo como una ancilla de la del pensamiento. Y aun no como una sierva cualquiera, sino como una auténtica uernacula, nacida y criada en casa de su señora. (No importa, al efecto, que relaciones tal vez anteriores permitieran por su parte hablar de otros vínculos a modo de los entre collazos, según los cuales la Lógica helénica habría, a su vez, nutrido sus primeras fases precisamente de la manera de ser la propia lengua de los griegos). Lo cierto era que el estudio de esta lengua, que había marcado la pauta del estudio del lenguaje en general, estaba fundado en la Lógica, categorizado según ella y contrastado según sus leyes también.

De no admitirse esta remota antigüedad, esto es, para quienes sostengan que, precisamente por tal situación ancilar, no cabe hablar de auténtica Lingüística como ciencia del lenguaje independiente hasta comienzos del siglo pasado, las relaciones -aunque abarcando mucho menos tiempo: algo así como un siglo y medio- eran también estables por definición: se trataba, precisamente, de la tal independencia, como condicionante de la entidad de una y otra, sobre todo, de la Lingüística. (Tampoco importa, en el presente caso, que se tarde aún más en reconocer una tal independencia para la Lingüística, a saber, haciéndola nacer con las enseñanzas saussureanas. En tal supuesto, lo inmediatamente predecesor, o sea, la Lingüística histórica y comparativa se presentaría también con independencia de la Lógica, por lo común, y vinculada más bien con la propia Historia y, a lo sumo, con las ciencias físicas y la Psicología). Antilógica o alógica y psicologista había sido, en efecto, la actitud que, programáticamente, a comienzos del XIX y coincidiendo, por tanto, con los comienzos del comparativismo, había marcado las pautas por las que éste iba a discurrir. Se trata de la obra de Koch, preclara en ambos sentidos del término ya en su título: De linguarum indole non ad Logices sed ad Psychologiae rationem reuocanda1. Después -y por no citar sino hitos también señeros- el primer monumento de Psicología colectiva, a base de los datos del comparatismo, en la Völkerpsychologie de Wundt 2; el experimentalismo de Rousselot; el idealismo de Vossler; el antimentalismo norteamericano; el canto del cisne del neogramaticismo europeo con el Handbuch der erklärenden Syntax de Havers3; la neolingüística y las diferentes direcciones lingüístico-culturales que la precedieron; los distintos estructuralismos y funcionalismos, con apenas una excepción.

Esta vendría constituida por el apriorismo programático de la Glosemática4, y precisamente sólo en este aspecto metodológico e instrumental. En efecto, las nostalgias aristotélicas de Viggo Brondal5 no llegan al contenido de las elaboraciones originales y características de la escuela danesa en sentido estricto, por más que tanto le deba.

Ha sido después, al filo de la mitad de la centuria (y no, en principio, con regreso directo al helenismo ni a la escolástica, sino cabalmente a la Lógica más cercana al psicologismo, en cuanto que se planteó el estudio del pensamiento justamente atendiendo sobre todo al mecanismo que lo produce, a saber, el racionalismo del XVII) cuando ha empezado el sesgo ampliamente cambiante aludido al comienzo. Amplia y auténticamente cambiante, con conciencia de la mutación y voluntariedad reconocida al efectuarla. No un mero epigonismo: epígonos, claro está que había continuado habiéndolos, incluso en los períodos más recalcitrantes, en que bastaba la acusación de «logicismo» para que no ya un razonamiento, sino incluso una descripción pudiera quedar descartada para muchos lingüistas: precisamente en España, donde tan cerca tenemos la actividad y obra de Robles Dégano6, huelga toda demostración de una tal persistencia. (Tampoco un mero ambiente de vecindad a la Filosofía: también aquí Gonzalo Anaya7 ha construido toda su Filosofía de la Gramática a partir del principio de que ésta «descansa» en la Lógica). No, sino que, desde dentro -aunque alguna de las grandes individualidades procediera efectivamente de la vecindad- y sin postura de forasterismo alguna ni menos de olímpico desprecio de lo que desde el XVII y, sobre todo, desde comienzos del XIX haya producido todo el abanico de nuevas Lingüísticas, se ha desanatematizado con actitud postconciliar el logicismo, se ha vuelto agradecidamente a la admiración de Huarte de S. Juan y de Descartes, se ha traducido por primera vez al castellano la Minerva del Brocense8, se ha desentrañado con cariño rayano en mimo lo que Lancelot y Arnaud escribieron sobre Gramática y sobre Lógica en Port-Royal9, y -ya no cara atrás, sino adelante- se ha beneficiado para formalizar los conocimientos lingüísticos el riguroso aparato de la Lógica matemática y su estricto proceder.

Es más: el carácter auténticamente cambiante se manifiesta en la clara conciencia de quienes lo llevan a efecto. Tan clara, que les permite incluso avizorar los peligros de la aventura. Léase en uno de los reconocimientos más sinceros de quien, en lengua castellana, puede pasar por una de las máximas autoridades de la dirección cambiante aludida. Ha escrito así Carlos Peregrín Otero en el prólogo de su traducción de Aspectos de la teoría de la Sintaxis10, páginas XXXVIII-XXXIX: «Una cosa es aplicar los hallazgos y técnicas de la lógica más reciente para formular una teoría clara y rigurosa, y otra muy distinta suponer que la lógica (u otro sistema formal cualquiera) pueda servir de modelo para la actuación lingüística del hablante, o bien de repositorio de soluciones para problemas lingüísticos; una cosa es un sistema matemático artificial, y otra distinta un sistema lingüístico natural; una cosa la lógica formalizada, y otra muy distinta la lingüística formalizada. No se puede saltar a ciegas de la lógica a la lingüística sin grave peligro de estrellarse contra lo absurdo (o de hacer a sabiendas el impostor, como algunos congresistas que gustan de "épater l'humaniste")».

Es de esperar que estas advertencias, viniendo de quien vienen, no pueden menos de ser bien recibidas, por alarmantes que sean. O, tal vez mejor dicho, por alarmantes que son algunos de los resultados que parecen alcanzarse cuando no se las tiene suficientemente en cuenta y, a fuerza de inferencia lógica, no es que se alcance -como en el inocente ejemplo con que ilustra Otero sus reservas- por transformación de «la bandera es blanca y negra», que «la bandera es negra», sino -también por ejemplo, pero no inventado- que cast. lo en «lo bueno» es pronombre11 o que inglés the no es jamás artículo12, cosas de mucho mayor monta en la gramática de una y otra lengua.

Quizá por esta misma monta y porque se trata de casos no inventados, sino realmente presentados como resultado parcial o global de investigaciones de autores distintos, pueda tener alguna utilidad una reflexión sobre diversos planos del estudio lingüístico -desde luego, dada mi limitación, mucho más bajos que el del entronque con la Lógica matemática- en los que ya desde ahora parece que no sería ociosa la advertencia de que existe el riesgo de «estrellarse contra el absurdo» si la relación de la Lógica con la Lingüística se admite «a ciegas» o, al menos, sin la debida matización13.




I

Desde luego, poco habrá que decir -por conocido y aceptado- en el plano de lo que apenas rebasa la idiocia vossleriana: la avería momentánea -o, incluso, repetida, con tal que se mantenga en meramente ocasional- en el uso, que dé lugar a productos lingüísticos ilógicos. En general, estos serían rechazados por el propio usuario, si pudiera reparar mediante la reflexión o la advertencia el percance de que ha sido víctima en su instrumento expresivo.

Entran aquí desde las pronunciaciones defectuosas inconscientes e involuntarias (recuerdo a una colega que no decía «recuantitativizar» sino cuando se corregía al observársele que había emitido, con haplología, «recuantivizar» -y así era, prácticamente, siempre-) hasta fenómenos mucho más ennoblecidos, como que catalogados incluso entre las «figuras» de la Retórica, aun en tiempos del más absoluto ancilarismo y pese a su ilogicismo flagrante, com o es el caso de, p. ej., el hýsteron próteron. No en balde era el propio Virgilio quien había puesto en boca de Eneas (II 353), y hablando de sí mismo, el celebradísimo

...moriamur et in media arma ruamus

tan celebrado, que su traducción «muramos y arrojémonos en medio de la pelea» figuraba todavía como ejemplo de la figura de «Prolepsis o Anticipación» en textos de primero de Lengua castellana14 en el Bachillerato de los años 30.

Sin tanta gloria, «¡el niño! ¡apártalo del fuego!» era -recogido seguramente del lenguaje vivo, sin pretensión retórica alguna- el ejemplo de «Predominio de los afectos sobre la Lógica» empleado en el texto15 en que más de uno habremos tomado contacto con las aportaciones que, para razonar la Sintaxis, había excogitado Havers en su aludido Manual.

Probablemente no será casual que uno y otro pertenezcan -bühlerianamente hablando- a funciones del lenguaje -impresiva el primero, expresiva-impresiva el segundo- distintas de aquella que, por antonomasia, se viene llamando «lógica»16. Es, en efecto, el campo de ésta, el de la comunicación, el que había sido dominio del logicismo por excelencia; a él se referían las descripciones, sobre él se clasificaban los usos y se estudiaba su correspondencia con las categorías lógicas; de él se tomaban mayoritariamente los ejemplos y las demostraciones. A él, pues, irán referidas las observaciones que seguirán a la presente, con la declarada intención de mostrar que no es por tratarse de funciones de lenguaje menos «lógicas» por lo que no siempre los hechos de lengua resultan adecuados a las reglas de la ciencia del pensamiento.




II

En efecto, un segundo plano comprende fenómenos quizás equiparables a los del anterior en su origen, pero que se distinguen de ellos esencialmente, en cuanto no se trata de averías ocasionales, sino irreparables, al parecer, y, por ello, poco menos que aceptadas e institucionalizadas. En comprobación, los usuarios (también oyentes, y no sólo el hablante) no solamente no advierten la equivocación con meramente observársela -como suele ocurrir en los casos del apartado anterior-, sino que, las más de las veces, precisan de una auténtica explicación lingüística para quedar convencidos de lo ilógico de su error. Si es que «error» puede llamarse lo que suele ser de uso habitual y admitido como correcto en muchas ocasiones. También aquí caben ejemplos de muy variadas áreas de la lengua:

fonética: la acentuación de teléfono, ilógica según su etimología y analógica de la de telégrafo;

morfológica: la catálisis del dativo xe (anteriormente, ge) en se, tanto más ilógica cuanto más ambigüedad produce con el auténticamente etimológico se;

semántica: «dinero contante y sonante», siendo así que el dinero no cuenta nada, sino que es «contado»: también por catálisis de la terminación del otro elemento de la juntura, muy lógico él cuando el dinero realmente «sonaba»;

sintáctica: «acordarse mío», en el castellano del Uruguay, por analogía con los empleos en que «de mí» es realmente conmutable con el posesivo;

derivacional: tengo recogido de Carlos Bousoño «poesía postcontemporánea» sin que, en la conferencia en que se lo oí, se refiriera a ninguna escuela de aparición previsible en futurología, sino a una ya existente, sólo que con características que no se habían presentado en los poetas primeros a los que habitualmente cabía llamar «contemporáneos»;

estilística: el encarecimiento con que, por contaminación de dos giros que no alcanza a deslindar suficientemente (p. ej., «no pase cuidado» y «pierda Vd. cuidado») pretende conseguir tanto semierudito con su «no pierda Vd. cuidado».

A ellas podrían añadirse, probablemente con pleno derecho, la mayoría de las etimologías populares, bien sean las fácilmente advertible, porque deforman según la relación ilógicamente sentida el término (tipo «indiosincrasia»), bien aquellas que -si vale decir así- se quedan en el secreto de la conciencia idiomática, de la que sólo pueden salir por autoconfesión o por investigación ajena ante el indicio (tipo «estrambótico», sentido como encarecedor de «extraño» por hablantes que pronuncian este «positivo» como «estraño» y que participan de la impresión de que el volumen de la palabra es, hasta cierto punto, representativo de la intensidad de aquello que designa).




III

En un tercer plano, ya difícilmente cabría atribuir la ilogicidad a avería en el funcionamiento idiomático: se trata más bien de una acomodación de piezas no de origen. Para que el usuario lo advierta, la explicación lingüística que es menester proporcionarle ha de remontar el nivel de lo sincrónico y alcanzar el diacrónico: sólo mediante la etimología se puede captar el desarrollo de la desadecuación.

Es el caso de tantos negativos que no lo fueron en la lengua de origen: nadie, nada; cat. res, cap; fr. rien, pas, personne; y un largo etcétera. Tan largo, que caben dentro de él giros cuya «ilogización» negativa es todavía observable: «en su vida ha roto un plato» dicho de quien no ha cometido tal desafuero ni una sola vez en su vida, ni siquiera esta vez que, en su superficie, miente la estructura de las frases de este tipo; o el andaluz familiar «vayas a caerte», paralelo al cat. coloquial «ploris, home»17: los «subjuntivos», a fuerza de suplantar al imperativo en las prohibiciones junto a adverbios o pronombres negativos, han acabado por contaminarse ellos de la negación y ser, así, ilógicamente, lo contrario que de su valor exhortativo cabría esperar.

Lo es, también, de otras dislocaciones, como la de expresiones locativas empleadas con valor de sujeto, a fuerza de haberlo acompañado para caracterizarlo: «en tu casa sois unos beatos», que ya no parece «recuperable» para una interpretación lógicamente exigente de que se eliminara la elipsis de vosotros; restituir hoy explícitamente un tal sujeto daría habitualmente sentidos ya no conmutables con el que habría pretendido completar: bien recuperando ampliamente el locativo su valor, lo que le haría ser entendido como opositivo a cero o a alguna otra determinación también locativa («sois unos beatos en casa, pero ¡hay que ver cómo sois fuera de ella!»), o bien destacando el carácter adversativo del pronombre sujeto en cuanto tal («vosotros, esto es, los miembros de la familia a los cuales ahora se dirige y refiere la frase; no, los miembros restantes»).

Y así, en general, con dislocaciones de cualquier tipo: sólo enumerar las correctas sería tarea de una vida, aun ciñéndose a una sola lengua. Piénsese en cosas tan inocentes, de primera intención, como una despedida «hasta la vista» o cat. «ja ens veurem!», dichos por alguien que ha estado largo tiempo viendo ya a quienes ahora despide de manera tan escasamente lógica. O en «todo el mundo» indefinido personal (tb. fr. «tout le monde») = cat. tothom. O en que sólo «se suicida(n)» es lógico; para las demás personas harían falta *meicido, *tuicidas, *nostricidamos, *vestricidáis...

Por su incidencia en la metodología, sin embargo, tal vez sea útil señalar cómo -de manera parecida al citado ejemplo de «vosotros»- puede haber explicaciones por elipsis válidas diacrónicamente, pero que no podrían sacudirse el sambenito de «logicistas» si se tratara de suponer que continúan sentidas como tales sincrónicamente. Es del todo admisible que el giro condicional cast. «de + infinitivo» se haya originado por elipsis de una juntura «en caso...», que regiría al sintagma preposicional de una manera totalmente lógica; lo difícil es que un usuario normal, no instruido lingüísticamente, reconstruya el regente que se elidió. (Algo parecido he presentado en otra ocasión y muy a otro propósito18 acerca de la elipsis de «viruelas» en «pasarlas negras» -y de otras palabras correspondientes en giros parecidos-, que ya no suelen ser restituidas por el hablante corriente).

Análogas distanciaciones «ilógicas» entre lo que deberían ser los sentidos de un mismo término a lo largo de sus distintos accidentes pueden encontrarse en otros campos:

número: bigotes, barbas, mostachos no son meros plurales; a veces valen por singular, con el que serían del todo conmutables si no resultaran encarecedores -sentido que puede venir del plural, en cuanto que aumentativo de cantidad; pero ¿quién siente esto?;

diátesis: también en otro lugar19 trato de la confluencia actual en cat. -aunque los orígenes puedan haber sido distintos, respectivamente -TOR Y -TORIUM- de sentidos activo y pasivo en, p. ej., «menjador»: «home molt menjador» = «hombre que come mucho» ≠ «préssec menjador» = «melocotón que ya está para comerlo»; cf. en cast. «niño muy goloso» ≠ «cargo muy goloso». Incluso en verbos: cat. «ja colga» = «ya está enterrado», siendo así que «colgar» es «enterrar»;

léxico: «mini» es en el cast. y cat. actuales un prefijo de gradación («mini-, maxi-, e incluso midifalda»), con vinculación a «mínimo» y desvinculación de «minio».




IV

Ya fuera totalmente del inventario de las averías lingüísticas, en un plano tan superior como es el del uso de las categorías reconocidas en el sistema -o del no uso o defectividad-, igualmente no pocas asimetrías vigentes aconsejan no pedir al olmo de una lengua las peras de una logicidad aceptable. Sirvan de ejemplo, también en distintos campos, por lo que hace al uso,

en el género: mujer es a la vez femenino de hombre y de marido, con la ulterior complicación -que dificulta más todo arreglo- de que hembra lo es también de macho y de varón. En este mismo campo, escribí hace años que mujer pública de ningún modo podría sentirse sin ofensa como el femenino de hombre público; añadiría hoy que tampoco prójima parece un inocente femenino de prójimo20;

en el número: me acuso de haber jugado -también hace tiempo ya- con que ilusiones no siempre es un mero plural de ilusión21; hoy me parece que tampoco intereses lo es, sin más, de interés;

en la derivación: un mismo sufijo -crata adquiere valores muy dispares en derivados que lógicamente parece que debieran ser muy parecidos: «autócrata» (dicho sólo de quien efectivamente manda solo), «aristócrata» (dicho generalmente del perteneciente a una clase social, y prácticamente ignorado como «mejor gobernante» o como «partidario del gobierno del mejor o de los mejores») y «demócrata» (que apenas tiene otro uso que el de «partidario...»). Para empeorarlo, sólo «aristocracia» se refiere habitualmente a «clase social», en tanto que «autocracia» y «democracia» coinciden en aludir generalmente a sistemas de gobierno;

en la composición: directo tiene dos contrarios: indirecto e inverso, que distan mucho de ser meros sinónimos entre sí. Por otro lado, también he utilizado en otro lugar22 el que desenfado sea pocas veces lo contrario de enfado; y añado hoy que tampoco siempre desventaja lo es de ventaja. Insistir en diferencias entre composición y aglutinación, como mal tratar y maltratar parece superfluo, cuando el uso mismo ratifica la distinción haciéndola más tajante a base de invertir habitualmente el orden en la juntura no aglutinada: «tratar mal».

Y, por lo que hace al no uso o defectividad, tengo señalada asimismo a otro propósito23 la asimetría en cat. oriental entre el posible uso pronominal de estimar en combinación con pronombres de tercera («me l'estimo, te l'estimes, se l'estima..., etc.»), hasta el punto de que la no pronominal suena a nuestros oídos inmediatamente como occidental o como castellanismo, frente a la agramaticalidad del empleo pronominal con complementos de alguna de las otras dos personas («me t'estimo» y «te m'estimo», lo mismo que «te m'estimes» y «me t'estimes» son imposibles en cualquier variedad de catalán escuchable). Añado ahora la grave dificultad que encuentro entre los castellanos para admitir sencillas acumulaciones de elementos pronominales cuando uno de ellos es de valor simpatético: prefieren con mucho emplear el posesivo: «ponte a mi lado» y no «pónteme al lado». Lo propio con algunos valores distintos del simpatético y afines, con todo, al de interés en general: «añadirte a ellos», mejor que «añadírteles». Apenas hace falta notar que no parece que estas defectividades se deban al veto de ninguna causa lógica. Ni ellas ni -contra lo que más de un milenio se ha venido sosteniendo- tantas otras, reales o supuestas. Entre éstas -en el propio texto de Gramática castellana aludido-24 la carencia de plural de los concretos de materia, cuando trigos, arroces y oros están al alcance de cualquier oído, o la de gradación en cierto, cuando no sólo se disputan su superlativo dos formaciones (certísimo y ciertísimo) sino que hasta el lenguaje de la judicatura tiene consagrado con todo empaque el comparativo con su «diga el testigo si no es más cierto que...».

La no necesidad de un comportamiento lógico en el uso de los elementos lingüísticos puede afectar a las posibilidades de transformación en un grado mayor todavía que el que ofrece la rechazada por Otero. Aquella «bandera» no es «negra», porque decir que lo es, sin más, supone que lo es toda, siendo así que acaba de decirse que tiene una parte blanca. Pero, al menos, tiene una parte negra también. En cambio si, según el modelo de transformación de «Mercedes y María son mis hijas» en «Mercedes es mi hija» y «María es mi hija» se intenta analizar «Mercedes y María son mis hijas mayores», hay, de parte de la última, una imposibilidad total de contar con el predicado «hija mayor». Ni, pese a que también explícitamente se ha propuesto, cabe la nominalización de «Antonio pinta muy bien» en «A. es muy buen pintor» en una lengua que admite sin agramaticalidad ni absurdo una frase como «A. no es pintor, pero pinta muy bien».

Tan ya no ilógico, sino alógico puede ser el uso, que más de una vez no cabe dar otra razón de diferencias que en él se observan sino sólo radicándolas en la perspectiva en que se sitúan los hablantes. «Alta mar» decimos todavía hoy como latinismo técnico heredado de quienes medían, al revés que nosotros, desde el extremo opuesto hasta aquel donde se hallaban, y que, por ello, podían llamar «caelum profundum» a lo que milenios después para Occidente ha sido el «cielo excelso, altísimo». (Si «rebajamos a la altura del betún», empero, no parece ser por ningún cambio de perspectiva, sino por defectividad del inexistente «bajura»). Cuestión de perspectiva es el doble saludo «buenos días» o «buenas tardes» con que, a una misma hora, despiden los empleados del turno de mañana o del de tarde: unos y otros parten el día según la hora de comer; sólo que no todos han comido a aquella hora: unos sí, otros no. Toda una comunidad puede contar con doble perspectiva: la castellana, por ejemplo, chocantemente empieza a contar las horas de la madrugada a partir de la una cuando, aun en el solsticio de verano, a esta hora -y aun a las dos y a las tres- es noche cerrada. Debo al Dr. José Polo la observación de que, efectivamente, esas horas -y aun hasta las cuatro o cinco de la madrugada en invierno- son las que, en determinadas expresiones, se designan como «altas horas de la noche».




V

No ya el uso que del sistema se hace, sino incluso su funcionamiento en sí puede escapar también, en ocasiones, a la concatenación de la Lógica. Por haber creído que ocurría necesariamente lo contrario se ha llegado a resultados como los que al comienzo se censuraron a propósito de la entidad del artículo castellano e inglés.

De hecho, por exigir un rígido funcionamiento -caben dos negaciones, luego debe contener dos juicios- llegaron los de Port Royal a postular dos en su infausto ejemplo «Brutus a tué un tyran»25. Después de las atinadas advertencias de Otero transcritas al comienzo, sorprende encontrarse con la admiración epigonal por aquel encorsetado análisis lógico de la frase: «Bruto mató a un hombre. El hombre era un tirano». ¿Y por qué no tres juicios? ¿Acaso Bruto no podía matar también animales? «Bruto mató a un animal. Era un hombre. Era un tirano». Claro que, puestos a pensar, ya cabría completar el conjunto, advirtiendo que también los vegetales tienen vida y que Bruto podía asimismo quitársela. ¿Quién no ve que todos estos «juicios», en la formulación lingüística estudiada, no son tales, sino notas conceptuales, semas de «tyran»? ¿Por qué, si estas se descomponen en juicios, no se hace lo mismo con otros elementos de la frase?: «Bruto era un hombre. Un hombre es capaz de matar. Bruto efectivamente mató...».




VI

Puede que ya baste. Pero no estaría bien -no por dejar mal sabor de boca, sino porque no sería justo- preterir el gran servicio que a la penetración lingüística han prestado, y pueden seguir prestando, todos los esforzadísimos intentos para desentrañar sus entresijos a la luz de la Lógica. Con tal que no se abuse...

Y con tal de otra cosa. Porque no sólo el funcionamiento del sistema puede desviarse de lo lógico rígido. Sino que, precisamente por hallarse en boca de hombres, seres pensantes por naturaleza, este sistema puede haber dejado sueltos distintos cabos, en la creencia de que a ningún hombre se le ocurrirá unirlos. Si lo hiciera, resultarían frases de las conocidas como «diabólicas». Indudablemente, billones de años-luz son también -matemáticamente- unos milímetros (más de uno, digamos: por ello, el plural): todo consiste en añadir ceros a la potencia de 10 encargada de expresarlo. Pero a ningún hombre enterado se le ocurrirá decir que no ya las galaxias de los billones de años, sino que ni si quiera Alfa esté a unos milímetros de la Tierra. Aunque el sistema lo comporta como posibilidad.

Útil sí, el ir afinando: notar, por ejemplo, que, en principio, los giros aproximativos excluyen, lógicamente, los números exactos: no se le ocurre a un hablante normal decir que «había, más o menos, 4321 personas». O que los restrictivos tampoco se compadecen, lógicamente, con totalizadores: «sólo lo había perdido todo» suena a raro. Pero sin exclusivismos cuando el sistema no los comporta. Pues a veces, una diablura semántica como ésa puede, en manos de un artista, convertirse en lo mejor que puede el sistema: poesía de verdad, que no tiene que pedir permiso a la Lógica para existir.





 
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