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ArribaAbajoElena Osorio, Isabel de Urbina

Los primeros días de 1588 (Lope de Vega tiene 25 años recién cumplidos) los pasa nuestro escritor en la cárcel. Había sido detenido el 29 de diciembre anterior, en el Corral de la Cruz, durante una representación. Y lo había sido a petición del director de teatro Jerónimo Velázquez, quien le acusaba de ser autor de una serie de libelos en los que se difamaba al propio Velázquez y a sus deudos. ¿Quién era este Velázquez y en qué relación estaba con Lope de Vega?

En los últimos años del siglo XVI vivía en Madrid, a la entrada de la calle de Lavapiés, este Jerónimo Velázquez, famoso actor, con su familia: su mujer, Inés Osorio, y sus hijos, Damián y Elena. Damián era abogado, de cierta nombradía, y desempeñó cargos en las Indias. Elena se había casado en 1576 con otro comediante, Cristóbal Calderón. Parece que, al regreso de la expedición a las Azores, Lope se enamoró rendidamente de Elena Osorio. No es probable que sea éste el primer amor10, pero la pasión de Lope por Elena fue intensa, vehemente. Lope no escatimó los elogios ni los poemas,   —43→   que podrían constituir un verdadero Cancionero amoroso. Elena es siempre designada bajo el nombre de Filis. La pasión debió ser tumultuosa y repentina, a juzgar por las palabras de La Dorotea (donde en sustancia se cuenta este episodio): «No sé qué estrella propicia a los amantes reinaba entonces que apenas nos vimos y hablamos cuando quedamos rendidos el uno al otro». En prosa y verso, de mil maneras y artificios, ha loado Lope de Vega los encantos de Elena Osorio:


Tu gracia y gallardía,
tu vista soberana,
y los serenos ojos por quien muero
dan fuerzas al grosero
estilo de mi pluma...



Al lado de sus prendas corporales de gran belleza, las cualidades espirituales parece que no iban retrasadas. Lope elogia las dotes de Elena cumplidamente. En La Dorotea, a una pregunta sobre la hermosura de la dama, dice:

FELIPE.-  En fin, vistes esa Dorotea. ¿Es muy hermosa?

FERNANDO.-  Eso quisiera que me preguntáredes, porque parece que la naturaleza destiló todas las flores, todas las yerbas aromáticas, todos los rubíes, corales, perlas, jacintos y diamantes, para confeccionar esta bebida de los ojos y este veneno de los oídos.




FERNANDO.-  Esto, en cuanto al paramento visible; que el talle, el brío, la limpieza, la habla, la voz, el ingenio, el danzar, el cantar, el tañer diversos instrumentos, me cuesta dos mil versos. Y es tan amiga de todo género de habilidades que me permitía apartar de su lado para tomar lección   —44→   de danzar, de esgrimir y de las matemáticas, y otras curiosas ciencias; que en entrambos era virtud, estando tan ciegos.



Los amores de Lope y Elena no debieron ser obstaculizados por el marido de ella. Cristóbal Calderón estaba siempre ausente, y ni siquiera figura en el proceso que los familiares de Elena provocaron contra las difamaciones del despechado Lope. El amorío tuvo, como es natural, sus altibajos y sus diversas facetas. Unas veces, Lope se soñaba marido de Elena, otras reaccionaba con evidente furia celosa. De todos modos, el apasionado vivir de los amantes se quebró (aunque, si hemos de creer el relato de La Dorotea, tan exacto en otros extremos, Lope siguió disfrutando de los favores de Elena, entregada a un nuevo dueño «oficial», durante algún tiempo, por lo menos). Quizá la causa de la ruptura estuvo en la demasiada popularidad que sus amores alcanzaban, ya que absolutamente todo cuanto entre la pareja ocurría era de inmediato convertido en poema por Lope11. La familia de Elena   —45→   parece que había tolerado las relaciones mientras Lope componía comedias para Jerónimo Velázquez, y en tanto que no impidiese que Elena tuviera otros amantes de más guarnecida bolsa, como el indiano don Bela, de La Dorotea, realmente don Francisco Perrenot de Granvela, sobrino del cardenal de este nombre. Como fuere, a fines de 1587, corrieron por Madrid unos poemas (uno en castellano y otro en latín macarrónico) altamente ofensivos para la familia Velázquez. Ésta incoó el proceso y Lope, como hemos dicho al comenzar, fue encarcelado.

Durante la marcha del proceso, Lope de Vega negó tranquilamente ser el autor de tales libelos, disculpándose o atribuyéndoselos a otros, como, por ejemplo, el poema latino al licenciado Ordóñez, antiguo compañero en los estudios de la Compañía, ya muerto por esa fecha. Y tal vez continuaba, desde la cárcel, escribiendo injuriosas líneas para todos los Velázquez y Osorios. Los ultrajados volvieron a quejarse, y los jueces intervinieron. La celda de Lope, la noche del 7 al 8 de febrero de 1588, fue registrada y recogidos sus papeles: «Yo quiero bien a Elena Osorio -dijo al ministro de la Justicia encargado de hacer el registro- y le di las comedias que hice a su padre, y ganó con ellas de comer, y por cierta pesadumbre que tuve, todas las que he hecho después se las he dado a Porres, y por esto me sigue; que si yo le diera mis comedias no se querellara de mí».

Oídos los testigos, el Tribunal condenó a Lope a «cuatro años de destierro de esta Corte, y cinco leguas (no le quebrante, so pena de serle doblado) y en dos años de destierro del reino, y no le quebrante, so pena   —46→   de muerte». Después de la segunda denuncia de Jerónimo Velázquez, alusiva a que Lope sigue ofendiéndolos desde la cárcel, los alcaldes dan nuevo fallo: «Confirman la sentencia de vista en grado de revista con que los cuatro años de destierro de esta corte y cinco leguas sean ocho demás de los dos del reino, y los salga a cumplir desde la cárcel los ocho de la corte y cinco leguas, y los del reino dentro de los quince días; no los quebrante, so pena de muerte los del reino y los demás, de servirlos en galeras al remo y sin sueldo, con costas...»12.

El amor con Elena Osorio ha muerto. Perdida la cabeza, se empeña en afrentar por todos los procedimientos a lo que más ha querido. Solamente reaparecerá, muchos años después, en la maravilla de La Dorotea, donde la nostalgia se entrecruza con la realidad y la fantasía, para dar ese libro excepcional, el único sobre el que Lope ha vuelto descansadamente y a distancia, sopesando cada vibración en él contenida. Y con el amor de Elena Osorio ha desaparecido una de sus grandes pasiones, la juvenil, impetuosa, arrolladora, en tantos extremos parecida a las sucesivas de Micaela de Luján o de Marta de Nevares, como ya veremos. Con esta última, las analogías son enormes, especialmente   —47→   en la manera de ver a la mujer amada. De entre ellas, ha salido el tipo femenino retratado en La Dorotea, suma y recuerdo cariñoso de todos los amores, en el que se insinúa un tipo femenino de universal valía, cercano a la Laura del Petrarca, o a la Beatriz de Dante, si bien no llegue a plasmar dentro de la concreta rigidez en que éstas se reflejan13.

La mañana siguiente a la noche del registro en su celda, sale Lope a cumplir su condena. Sale de la cárcel y sale de Madrid. Acompañado, al parecer, del empresario Gaspar de Porres, y por algún amigo y colega de hazañas juveniles: Claudio Conde. Podríamos suponernos a Lope escarmentado, cansado de declaraciones judiciales y de enredos amorosos, dispuesto a marchar a su destierro y a conllevarlo de la forma más sosegada y plácida posible. Y vamos a tropezarle, por el contrario, en plena locura desbordada. Los azares se suceden violentamente, con todos los rasgos de una de sus comedias de capa y espada o de intriga. El Lope que va a cuestas con su condena, campo de Castilla abajo, con las amenazadoras conclusiones: el destierro, «no lo quebrante, so pena de muerte», aparece de inmediato quebrantándolo, y para raptar a una mujer, esta vez una mujer principal, como entonces se decía: doña Isabel de Urbina Alderete y Cortinas, hermana de   —48→   don Diego de Ampuero y Urbina, que había sido regidor de Madrid y rey de armas de Felipe II (y Felipe III). Es probable que estuvieran en relaciones desde algo antes, quizá al sobrevenir la ruptura con Elena Osorio, y, en tal caso, Lope habría comprendido que la distinguida y linajuda familia Urbina no vería con buenos ojos el matrimonio, ni las relaciones siquiera, con un joven de sus cualidades y fama, y lograría persuadir a Isabel para que se dejase raptar, como solución oportuna. El proceso por el rapto se ha perdido, pero queda su registro en el Inventario de las causas criminales: «Lope de Vega, Ana de Atienza y Juan Chaves, alguacil, por el rapto de doña Isabel de Alderete». La familia denunció a Lope, como medida de urgencia, pero después debe de haber mediado un perdón, ya que en vez de seguir adelante el proceso nos encontramos con un matrimonio por poder, verificado en Madrid, en la parroquia de San Ginés, el día 10 de mayo de 1588. Es, pues, muy de suponer que Lope no se hubiese alejado mucho de Madrid, escasamente la distancia impuesta por la condena, y desde luego resulta evidente que violó la prohibición de regresar a la ciudad: que había quebrantado el destierro está comprobado documentalmente.

Pero el vendaval sigue. Es como si Lope no pudiera dar freno alguno a sus decisiones, como si el torbellino de la vida más frenética le arrastrara de aquí para allá. Después de esa boda por poder un 10 de mayo, aparece el primer suceso de la vida de recién casado: Isabel de Urbina, en un nuevo derrotero de mujer casada con un hombre en cierto modo fantasmal, y viviendo a la espera de reunirse con él, es abandonada: Lope se alista en Lisboa el 29 de ese mismo mes, es decir, un par de semanas después de la boda, en la Armada Invencible, como voluntario. Pocas horas, pues, había estado en brazos de su primera esposa. Años   —49→   después, recordará esta expedición a bordo del navío almirante, el San Juan:


Ceñí en servicio de mi Rey la espada
antes que el labio me ciñese el bozo,
que para la católica jornada
no se excusaba generoso mozo...



Vista aérea

1.- Casa de Lope de Vega, en la calle de Francos.

2.- Casa donde vivió Marta de Nevares, calle del Infante.

3.- Casa de Miguel de Cervantes.

4.- Convento de las Trinitarias.

5.- Los Desamparados.

Casa-Museo de Lope de Vega

Casa-Museo de Lope de Vega. - Madrid

Probablemente Lope fue arrastrado por la fiebre de heroísmo que llenó en aquella ocasión a la juventud española, fiebre que cuadraba muy bien al impulsivo Lope, en quien el orgullo nacional alcanzaba formas de exaltado delirio. Y ni la exaltación patriótica, ni el matrimonio reciente, ni el catolicismo en carne viva que la expedición alimentaba fueron bastante para evitar nuevos amoríos en el breve tiempo lisboeta: una carta tardía al duque de Sessa (fechada en 1612) recuerda devaneos de ese tránsito por Portugal. Mientras tanto, Isabel de Urbina, abandonada en la corte, quizá con el disgusto cercano de todos los suyos, pesa en lo más hondo de la sensibilidad lopesca: de esta ocasión es el bellísimo romance:


    De pechos sobre una torre
que la mar combate y cerca,
mirando las fuertes naves
que se van a Ingalaterra,
las aguas crece Belisa,  5
llorando lágrimas tiernas,
diciendo con tristes voces
al que se aparta y la deja:
«Vete, cruel, que bien me queda
en quien vengarme de tu agravio pueda».  10
    No quedo con sólo el hierro
de tu espada y de mi afrenta,
que me queda en las entrañas
retrato del mismo Eneas,
y aunque inocente culpado,  15
si los pecados se heredan,
—50→
mataréme por matarle
y moriré porque muera.
«Vete, cruel, que bien me queda
en quien vengarme de tu agravio pueda».  20
    Mas quiero mudar de intento
y aguardar que salga fuera,
por si en algo te parece,
matar a quien te parezca.
Mas no le quiero aguardar,  25
que será víbora fiera,
y rompiendo mis entrañas
saldrá, dejándome muerta.
«Vete, cruel, que bien me queda
en quien vengarme de tu agravio pueda».  30
    Así se queja Belisa
cuando la priesa se llega;
hacen señal a las naves,
y todas alzan las velas.
Aguarda, aguarda, le dice,  35
fugitivo esposo, espera;
mas, ay, que en balde te llamo;
¡plega a Dios que nunca vuelvas!
«Vete, cruel, que bien me queda
en quien vengarme de tu agravio pueda».  40



Sin embargo, no le faltó tiempo a Lope de Vega durante la expedición para seguir con su ya ininterrumpido quehacer poético. A bordo del San Juan escribió La hermosura de Angélica, a la vez que daba los últimos adioses al amor de Filis empleando los poemas a ella dedicados como tacos de arcabuz:


El arcabuz al hombro,
volando en tacos del cañón violento,
los papeles de Filis por el viento.



La Gran Armada regresó a los puertos españoles después de la dispersión, el ataque y la larga travesía, en diciembre del mismo año, 1588. En el mar había quedado   —51→   para siempre Juan, hermano del poeta, muerto en acción de guerra. Lope desembarcó en Cádiz, y, después de una corta estancia en Toledo (con violación asimismo de la anterior condena), se reúne con Isabel de Urbina, su mujer, y se dirige y establece en Valencia. Allí los encontramos a principios de 1589.


En Valencia

Valencia fue para el matrimonio un lugar de íntegra felicidad y bienestar. Los círculos literarios de Valencia se dejaban influir gustosamente por el aire de la literatura castellana, renunciando definitivamente a la literatura en lengua vernácula, hasta el punto de que en aquella ciudad surgió una brillante producción en castellano. No es ajena a este desarrollo la presencia de Lope allí, por lo menos en lo que al teatro se refiere. Lope leería y se acercaría encantado a la producción tradicional, paladeando su regusto popular, sacando de ella acicates para su universal curiosidad y afán de belleza. Y sobre todo, la realidad de la huerta, del clima, de la serenidad de la tierra le influyeron grandemente:


    Aquí todo el año entero
parece sereno abril,
pues tenéis árboles mil
más copiosos por enero;
    allá crisola el setiembre  5
todo lo que mayo muda;
pues pregúntale si suda
al escarchado diciembre.
    Sin duda que aquesta tierra
debe de ser paraíso  10
donde el cielo, en parte, quiso
mostrar el poder que encierra.



En Valencia, ciudad en la que, en tiempo de Lope, se daban cita las formas medievales y las renacentistas   —52→   (había muchos mudéjares en las huertas, protegidos por la nobleza, y las formas del humanismo italiano habían dejado una gran huella, al lado de formas poéticas aún provenzales) surgió una importante industria editorial y, aún más, una copiosa manifestación teatral. En Valencia se imprimieron multitud de libros importantísimos de la literatura castellana, especialmente Romanceros y Cancioneros. En los momentos del arribo de Lope a la ciudad, la moda del romance artístico estaba en pleno auge. Lope se encontró así, de pronto, con un viejo conocido, como en reencuentro consigo mismo, ya que el romance está siempre en el trasfondo lírico de todo español preocupado por lo popular, y allí escribió los mejores romances que de él nos quedan. En el Primer Romancero general (Valencia, poco después de 1588) ya hay varios romances de Lope de Vega. Ejemplo de este paso por Valencia, trasmutado en exquisita poesía, es el famoso romance:


    Hortelano era Belardo
de las huertas de Valencia,
que los trabajos obligan
a lo que el hombre no piensa.
Pasado el hebrero loco,  5
flores para mayo siembra,
que quiere que su esperanza
dé flores la primavera.
El trébol para las niñas
pone al lado de la huerta,  10
porque la fruta de amor
de las tres hojas aprenda.
Albahacas amarillas,
a partes verdes y secas,
trasplanta para casadas  15
que pasan ya de los treinta,
y para las viudas pone
muchos lirios y verbena,
porque lo verde del alma
—53→
encubre la saya negra.  20
Toronjil para muchachas
de aquellas que ya comienzan
a deletrear mentiras,
que hay poca verdad en ellas.
El apio a las opiladas  25
y a las preñadas almendras,
para melindrosas cardos
y ortigas para las viejas.
Lechugas para briosas
que cuando llueve se queman,  30
mastuerzo para las frías
y ajenjos para las feas.
De los vestidos que un tiempo
trujo en la corte de seda,
ha hecho para las aves  35
un espantajo de higuera.
Las lechuguillazas grandes,
almidonadas y tiesas,
y el sombrero boleado
que adorna cuello y cabeza  40
y sobre un jubón de raso
la más guarnecida cuera,
sin olvidarse las calzas
españolas y tudescas.
Andando regando un día,  45
vióle en medio de la higuera,
y riéndose de velle,
le dice desta manera:
-¡Oh ricos despojos
de mi edad primera  50
y trofeos vivos
de esperanzas muertas!
¡Qué bien parecéis
de dentro y de fuera,
sobre que habéis dado  55
fin a mi tragedia!
¡Galas y penachos
de mi soldadesca,
—54→
un tiempo colores
y agora tristezas!  60
Un día de Pascua
os llevé a mi aldea
por galas costosas,
invenciones nuevas.
Desde su balcón  65
me vio una doncella
con el pecho blanco
y la ceja negra.
Dejóse burlar,
caséme con ella,  70
que es bien que se paguen
tan honrosas deudas.
Supo mi delito
aquella morena
que reinaba en Troya  75
cuando fue mi reina.
Hizo de mis cosas
una grande hoguera
tomando venganza
en plumas y letras14.  80



Los romances del período valenciano alcanzaron una popularidad enorme. Fueron recogidos en los Cancioneros publicados en Valencia entre 1588 y 1591, e incluso en la obra de Ginés Pérez de Hita Las guerras civiles de Granada, libro leidísimo en Europa a fines   —55→   del siglo XVI, se incluyeron algunos. Es evidente que la primera fama de Lope de Vega se debió a sus romances.

Pero Lope de Vega cayó en Valencia entre un grupo de gentes aficionadas al teatro. Allí conocería a Francisco Tárrega y a Carlos Boyl, a Gaspar de Aguilar y a Guillén de Castro. En todos estos escritores no había un gran sentido de lo dramático, pero sí del teatro como espectáculo, lo que el teatro ofrecía de brillante festejo. Lope cayó, pues, en un medio que le venía como anillo al dedo: crecía por todas partes una afición a un teatro que no era, dentro de la ortodoxia retórica, nada de lo que se catalogaba, sino una mezcla de todas las formas existentes, en la que sobrenadaba la visión de la vida toda como espectáculo. Lope se convierte así, como tantas veces, en norte de la sensibilidad colectiva y popular: se puso a escribir comedias, ya no por pura diversión, como había sido hasta entonces, sino porque dentro de su nueva vida le ayudaban a sostener a su familia. Enviaba comedias a Madrid, a aquel Gaspar de Porres que hemos visto a su lado con motivo del destierro por libelos. Lope debió influir, con su constante y brillante producción, en el gusto y en las orientaciones del círculo valenciano preocupado por el teatro. Lo recordó él mismo años después:


Necesidad y yo, partiendo a medias
el estado de versos mercantiles,
pusimos en estilo las comedias.
Yo las saqué de sus principios viles,
engendrando en España más poetas
que hay en los aires átomos sutiles.



Lo cierto es que la fama de Lope crece y crece. Las autoridades valencianas seguramente mirarían con cierto recelo al joven escritor que ha venido de Madrid con una grave sanción a cuestas. Quizá más aumentado   —56→   el recelo por el comportamiento nada serio de Claudio Conde, el amigo íntimo, al que los buenos oficios de Lope tienen que sacar de la cárcel. Pero nada podía detener ya el deslumbramiento que su facilidad y su brillo habían iniciado. En Valencia, Lope era «todopoderoso, poeta del cielo y de la tierra». La misma Inquisición tuvo que luchar contra esta beatería. Muchos años después, en un librito valenciano, de un tal Miguel Sorolla, Bureo de las musas del Turia (1631), las musas del Manzanares saludan a las valencianas con un «Guárdeos Apolo muchos años», a lo que las del Turia responden: «Lope os guarde, que es el mismo Apolo». La consecuencia es que Lope se había convertido en el guía literario, admirado, venerado, casi deificado, de la tierra que le acogió en sus días de desventura. Y no sólo allá: en Madrid, la tierra prohibida, Lope de Vega era el autor más popular y conocido. El prólogo que Cervantes puso a sus Comedias lo revela: «entró luego el monstruo de la naturaleza, el gran Lope de Vega, y alzóse con la monarquía cómica; avasalló y puso debajo de su jurisdicción a todos los farsantes; llenó el mundo de comedias propias, felices y bien razonadas, y tantas, que pasan de diez mil pliegos los que tiene escritos, y todas, que es una de las mayores cosas que puede decirse, las he visto representar u oído decir, por lo menos, que se han representado». En 1590, pasado el tiempo del destierro fuera del reino, Lope, convertido en el mayor poeta de España (y aún no tiene treinta años), solamente está falto de una cosa para sentirse seguro y totalmente feliz: poder volver a Madrid, al lugar donde nació, la gran Babilonia del siglo XVII, y para lograrlo empieza a moverse. Para ello, y visto que puede pisar suelo de Castilla, se encamina a Toledo, donde se establece, esperando, una sombra dolorida en su recuerdo, que pasen los años que faltan del destierro de la Corte, cinco leguas por medio, aunque   —57→   lo quebrantó al parecer algunas veces: Lope se pintaba solo para tales escapadas.

En Toledo se acomodó como secretario del duque de Alba, don Antonio, nieto del famoso caudillo de las campañas de Flandes. El cargo de secretario era una ocupación medio cortesana medio literaria, que se avenía muy bien con los hábitos del joven poeta. Lope lo desempeñó durante cinco años, los que, en su mayor parte, residió en Alba de Tormes, donde los duques tenían su pequeña corte, la misma y gozosa corte renacentista que dio aliento al teatro de Juan del Encina en el paso del siglo XV al XVI, y en el mismo escenario en que Garcilaso de la Vega dijo estremecidamente inigualables palabras:


    En la ribera verde y deleitosa
del sacro Tormes, dulce y claro río,
hay una vega grande y espaciosa,
    verde en el medio del invierno frío,
en el otoño verde y primavera,
verde en la fuerza del ardiente estío.



Hay que suponer que estos años fueron de sonriente paz, de acendrado sosiego, sobre todo para Isabel de Urbina, la Belisa de tantos y tan hermosos poemas, quien, después de tantos azares y devaneos y riesgos, vería ir creciendo la producción de su marido en la paz, verdaderamente pastoril, de Alba de Tormes. Han llegado a nosotros varios manuscritos fechados en Alba (El maestro de danzar, El favor agradecido, El leal criado, entre otras comedias). De este período es El dómine Lucas, pieza que se desarrolla entre Alba de Tormes y Salamanca, y que refleja muy vivamente el ambiente estudiantil de esta última ciudad. Su héroe resulta un abigarrado personaje, torero, estudiante, enamorado, etc. Toda la vida soterraña de la picaresca estudiantil aparece deliciosamente llevada a lo largo   —58→   de la comedia. Dada la cercanía de las dos ciudades y el poco apuro de su trabajo, no es difícil, como Vossler hace, suponer que Lope asistió entonces ocasionalmente a algún curso de la Universidad. Mejor que a algún curso, diría yo, asistió a la vida universitaria, un poco desde fuera, actualizándola en esa mezcla típica del arte lopesco, de lo que fue y lo que se deseó que hubiera sido. Ahí estará la razón de los donaires estudiantiles del licenciado Tomé de Burguillos, cuando ya Lope está doblando los últimos puertos de su vida. También en este período de sosiego, ribera del Tormes arriba y abajo, escribió Lope de Vega su primer gran libro impreso: La Arcadia, novela pastoril de la mejor tradición (1598), bien inserta en Sannazaro, y en la que saca a su protector y sus cuitas amorosas. Parece que La Arcadia fue compuesta antes de 1590, por datos referentes a la boda del duque, y que alguna parte de ella fue añadida con posterioridad a 159515. Porque este año de 1595 es decisivo para Lope. Con él se acaba el paréntesis grato de Alba de Tormes, ya que el año antes muere Isabel de Urbina, al nacer su segunda hija, Teodora16. En La Dorotea se cuenta, en forma de profecía,   —59→   este tiempo del primer matrimonio: «Vos seréis notablemente perseguido de Dorotea y de su madre en la cárcel donde os han de tener preso; el fin desta prisión os promete destierro del reino; pero antes de lo cual serviréis una doncella, que se ha de inclinar a vuestra fama y persona, con quien os casareis con poco gusto de vuestros deudos y los suyos. Ésta acompañará vuestros destierros y cuidados con gran lealtad y ánimo para toda adversidad constante; morirá a siete años deste suceso, y con excesivo sentimiento vuestro daréis la vuelta a la corte». Esos siete años son, claramente, los dos valencianos y los cinco de Alba. En 1595, viudo, sin el calor tranquilo de Belisa, y atraído por el brillo madrileño, Lope abandona el servicio del duque de Alba. Por sí fuera poco, ese mismo año se cierra el cielo de su destierro y de su primer vendaval amoroso. Jerónimo Velázquez, seguramente engatusado con la creciente fama del poeta, solicita de la Justicia se levante el destierro a Lope de Vega, perdonándole. La petición de indulto fue hecha el 18 de marzo de 1595, «por servicio de Dios nuestro Señor y por la voluntad que tiene de servirle como cristiano, tiene por bien de perdonarle al dicho Lope de Vega de todo el delito que cometió y por el que le tiene acusado..., y le remite y perdona y consiente y tiene por bien que el susodicho libremente pueda entrar en esta corte». Lope vuelve a Madrid.

El episodio de Isabel-Belisa pasa rápidamente a ser poesía. Parece que, una vez escrito, depurado el fluir   —60→   de su experiencia, nada quedase en pie para Lope. Cuando, en el primer aniversario de la muerte, Lope la recuerda, lo hace en un bello romance:


    Belisa, señora mía,
hoy se cumple justo un año
que de tu temprana muerte
gusté aquel potaje amargo.
Un año te serví enferma,  5
¡ojalá fueran mil años!
Que así enferma te quisiera
continuo aguardando el pago.
Sólo yo te acompañé
cuando todos te dejaron,  10
porque te quise en la vida,
y muerta te adoro y amo;
¡y sabe el Cielo piadoso,
a quien fiel testigo hago,
si te querrá también muerta  15
quien viva te quiso tanto!
Dejásteme en tu cabaña
por guarda de tu rebaño,
con aquella dulce prenda
que me dejaste del parto;  20
que por ser hechura tuya
me consolaba algún tanto,
cuando en su divino rostro
contemplaba tu retrato;
pero duróme tan poco,  25
que el Cielo, por mis pecados,
quiso que también siguiese
muerta, tus divinos pasos.



El romance nos está diciendo cómo la muerte de Isabel de Urbina acaeció al nacer Teodora. Ésta murió en seguida. Lope le dedicó un bello soneto, lleno de emoción y de ternura:


Mi bien, nacido de mis propios males,
retrato celestial de mi Belisa,
—61→
que en mudas voces y con dulce risa
mi destierro y consuelo hiciste iguales,
    segunda vez de mis entrañas sales;  5
mas, pues tu blanco pie los cielos pisa,
¿por qué el de un hombre en tierra tan aprisa
quebranta tus estrellas celestiales?
    Ciego, llorando, niña de mis ojos,
sobre esta piedra cantaré, que es mina  10
donde el que pasa al indio, en propio suelo
    halle más presto el oro en tus despojos,
las perlas, el coral, la plata fina;
mas ¡ay! que es ángel y llevólo al cielo.



Existe, incluso, un soneto de este período, claramente recuerdo de otro análogo de Camôes donde se juega con los siete años de pastor que Jacob sirvió a Labán, para conseguir sus dos hijas. En fin, todo suceso fluía literariamente, a gusto y aplauso de todos. Forzoso es reconocer que, en multitud de casos, Lope supo poner una nota de sentida emoción y de permanente valía en sus versos. El autor de ese delicado soneto a la muerte de su niña, de cortísima edad, no vaciló en desprenderse de todo cuanto pudiera recordarle la realidad de su existencia, vendiendo en pública almoneda hasta las pequeñas prendas interiores de la niña. Allá se irían las ropas de Isabel, las no muy ricas alhajas familiares17. El recuerdo también se había esfumado: en 1596, Lope de Vega es requerido por los Tribunales de Madrid, y procesado por amancebamiento con doña Antonia Trillo de Armenta, hermosa viuda acomodada y de desenvuelta vida. Antonia Trillo se casó de nuevo y murió antes que Lope (en 1631, viuda otra vez).

  —62→  

1596, Lope tiene treinta y cuatro años. Elena Osorio, (Filis) e Isabel de Urbina (Belisa) son ya simplemente recuerdo, hermosamente dicho, experiencia poética y vital entrañablemente entrelazadas. Un nuevo esguince se insinúa en la vida del Fénix. Ya por estos días comienzan (o quizá un poco antes) a aparecer los sonetos dirigidos a Camila Lucinda, la hermosa Micaela de Luján, a la vez que comienza los preparativos para su segunda boda.





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