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21

Véase RAMÓN MENÉNDEZ PIDAL, El hogar de Lope de Vega, en La casa de Lope de Vega, Madrid. Centro de Estudios Históricos, 1935.

 

22

Marcela parece haber tenido dotes literarias. En el convento se guardaban versos suyos, manuscritos. De ese manuscrito proceden los tantas veces citados:


Yo soy un pobre estudiante
tentado de ser poeta,
cosa que por mis pecados
me ha venido por herencia,
porque ello es que qualis pater
talis filius, et cetera.



Sin embargo, se procuró ocultar su nacimiento. En una biografía manuscrita de las monjas se dice que no se sabe quiénes fueron sus progenitores; «sólo ha quedado memoria de haber sido muy cercana consanguínea... del famoso poeta español D. Félix de Vega, que en los últimos años de su vida venía a decir misa a la iglesia de las madres por atención a su virtuosa parienta». Marcela murió de ochenta y tres años, en enero de 1688.

 

23

Jerónima de Burgos es llamada por el poeta Gerarda, y también la amiga del buen nombre. Lope fue su huésped en Segovia y en Toledo. Para ella escribió La dama boba.

 

24

Feliciana fue bautizada en la parroquia de San Sebastián, de Madrid, casi al año de nacer. Fue su madrina María de Guardo, pariente de la madre fallecida.

 

25

Solamente unas alusiones del propio Lope en un poema en octavas contenido en las Rimas sacras. (Véase RENNERT y CASTRO, Vida de Lope de Vega, págs. 236-237.)

 

26

La polémica entre Lope y sus detractores y enemigos preceptistas ha sido minuciosamente estudiada por JOAQUÍN DE ENTRAMBASAGUAS, Una guerra literaria del Siglo de Oro. Lope de Vega y los preceptistas aristotélicos, Madrid, 1932. (Reeditada en Estudios sobre Lope de Vega, I y II, Madrid, 1946-47.)

 

27


    Cuando yo vi mis luces eclipsarse,
cuando yo vi mi sol escurecerse,
mis verdes esmeraldas enlutarse,
y mis puras estrellas esconderse,
no puede mi desdicha ponderarse
ni mi grave dolor encarecerse,
ni puede aquí sin lágrimas decirse
cómo se fue mi sol al despedirse.
    Los ojos de los dos tanto sintieron,
que no sé cuáles más se lastimaron,
los que en ella cegaron o en mí vieron,
ni aún sabe el mismo amor los que cegaron,
aunque sola su luz escurecieron,
que en lo demás bellísimos quedaron,
pareciendo al mirarlos que mentían,
pues mataban de amor lo que no vían.



 

28

Lope puso reiterado empeño en atraer la atención y el mecenazgo del Conde Duque de Olivares. Le dedicó en 1621 El premio de la hermosura, y el 1623, La Circe. Le colmaba de elogios e hizo que sus hijos Lope y Feliciana le dedicasen sonetos. Volvió a homenajear al valido en el poema Isagoge a los reales estudios, escrito en 1628, con motivo de la apertura de los Estudios de la Compañía de Jesús en Madrid, y aún lo hizo en vanas ocasiones más. Lope no sacó nada del favor cortesano. Seguramente, aparte de las diferencias de gusto y de orientación artística, pesaba en el ánimo de los cortesanos la vida de escándalo del viejo sacerdote, que sería fomentada en maledicencias por los envidiosos. Ya en 1620, el último año del reinado de Felipe III, Lope había pedido ser Cronista Real, puesto vacante por la muerte de Pedro de Valencia. La petición no fue tomada en consideración. (Lope venía suspirando ya tiempo atrás por este cargo, y así lo hace ver en algunos lugares.) De todos modos, la Corte no fue generosa con él. Los cargos y honores que Lope tuvo eran los que podía tener cualquier poetastro de mala muerte o cualquier clérigo ignorante y anónimo. En 1620 se publicó la Parte XIII de sus comedias, y en el prólogo se lamentaba de esta indiferencia de los grandes.

 

29

A este respecto, es muy clara la cita de ANTONIO DE LEÓN PINELO, en sus Anales de Madrid, quien hace resaltar «la estimación que le dio el pueblo dondequiera que estuvo, y particularmente en esta Corte, donde en oyéndole nombrar los que no le conocían, se paraban en las calles a mirarle con atención, y otros que venían de fuera, luego le buscaban y a veces le visitaban sólo por ver y conocer la mayor maravilla que tenía la Corte, y muchos le regalaban y presentaban alhajas sin más título que el de ser Lope de Vega, y si llegaba a comprar cualquiera cosa de mucha o poca calidad, en sabiendo que era Lope de Vega se la ofrecían dada o se la vendían con toda la cortesía y baja de valor que les era posible...; dieron en Madrid, más de veinte años antes que muriese, en decir por adagio a todo lo que querían celebrar o alabar por bueno, que era de Lope; los plateros, los pintores, los mercaderes, hasta las vendedoras de la plaza, por grande encarecimiento, pregonaban fruta de Lope, y un autor grave, que escribió la historia de Don Juan de Austria, para levantar de punto la alabanza, dijo de uno que era capitán de Lope, y una mujer, viendo pasar su entierro, que fue grande, sin saber cuyo era, dijo que aquél era entierro de Lope, en que acertó dos veces».

 

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AMÉRICO CASTRO, El pensamiento de Cervantes, Madrid, 1925, pág. 23.