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Lope de Vega a través de la prensa romántica

Enrique Rubio Cremades





Las publicaciones periódicas del Romanticismo nos demuestran que los lectores de la pasada centuria sintieron gran interés por nuestro teatro del Siglo de Oro. La proliferación de periódicos y revistas literarias alcanzan en dicho período cotas de alta perfección, actuando como auténticos catalizadores del sentir romántico respecto a nuestros clásicos.

A través de sus páginas podernos observar el éxito o fracaso estruendoso de la pieza recién estrenada; el sentir del público, su indiferencia, censura o elogio hacia la obra representada y, en definitiva, la polémica literaria que se cierne y toma cuerpo en las tertulias del momento. La prensa romántica entronca con la del XVIII y, salvo ciertas diferencias que afectan más a la forma que al contenido, el espíritu literario que envuelve a ambas es prácticamente el mismo. Con todo ello, el enfrentamiento que se da entre neoclásicos y partidarios del Siglo de Oro en el XVIII no es el mismo que en el Romanticismo, pues en este último no se trata de una lucha por la supervivencia de elegir una forma de teatro única y exclusiva, sino que conviven -una vez superada la efervescencia romántica- distintas manifestaciones teatrales1.

Los enjuiciamientos que se dan en torno a Lope revisten distinta cargazón semántica entre uno y otro movimientos. Pensamos que el apasionado enjuiciamiento crítico que se da en la prensa del XVIII no es el mismo que en el período romántico, observándose en este último una mayor condescendencia en las representaciones teatrales.

Las opiniones en favor del Siglo de Oro difundidas por Nipho desde las columnas del Diario Noticioso2, El Duende, Caxon de Sastre, Correo General histórico, literario y económico de la Europa, El novelero de los estrados y tertulias y diario universal de las bagatelas, etc., los enjuiciamientos de Tapia desde El escritor sin título y las opiniones del Correo Literario de la Europa, Correo de Madrid o de los Ciegos. El memorial literario o en La Espigadera demostrarán la actual degradación del teatro español del momento, añorando su pronta reaparición.

Las opiniones favorables en torno a Lope irán in crescendo a lo largo de la centuria, pudiéndose afirmar que el teatro del Siglo de Oro goza de gran popularidad a finales del XVIII. Obvio es testificar que los preceptistas, apoyados en condiciones más ventajosas, encontraron campo abierto para sus diatribas.

Un testimonio favorable a la cimentación del teatro de Lope lo encontramos en las páginas del periódico El Censor. Este periódico alude al teatro de la época del trienio liberal (1822) como si se tratara de auténtico conglomerado de corrientes, entremezclándose a un mismo tiempo las comedias de Lope o Calderón con obras de corte moratiniano, adaptaciones y refundiciones de obras extranjeras.

En los años que precedieron al citado trienio liberal, nuestro teatro del Siglo de Oro recibe nuevos impulsos a causa de la proscripción de ciertos dramas de autores del momento. El mismo Mesonero Romanos, desde las páginas de El Semanario Pintoresco Español, nos informa no sólo de la fuerte censura que sufría el teatro, sino también de la actitud de los comediantes en el momento de elegir autores:

«Fueron envueltos en la segunda proscripción originada por la contrarrevolución de 1823; sus obras y hasta su nombre prohibido; y el teatro y la literatura entregados de nuevo a manos de la más implacable censura, o abandonados al olvido más desdeñoso. En la carencia absoluta de autores, y hasta en la imposibilidad de hacerlos por aquellas causas, el antiguo repertorio de Tirso, Lope de Vega y Moreto fue el recurso benéfico de nuestros comediantes»3.



Los elogios en el Romanticismo hacia la figura de Lope son en verdad copiosos. Véanse, por ejemplo, las actitudes de Agustín Durán, Manuel Silvela, Ángel Anaya, P. Juan Cayetanos, entre otros. Sus opiniones corroboran la línea ascendente de nuestros clásicos; sin embargo, los ataques se prodigan y surgen los detractores contra el teatro del Siglo de Oro. Gómez Hermosilla y Pérez de Camino censuran a Lope agriamente. Aunque si bien es cierto que aluden a su excepcional ingenio creador, también le censuran por no ponerlo al servicio de un teatro clasicista.

Tras este mundo polémico surge una voz apasionada -nos referimos a Durán-, que se alza en contra de los detractores del teatro del Siglo de Oro. Su obra Talia Española o Colección de Dramas del antiguo teatro español fue favorablemente acogida por la prensa romántica. Por ejemplo, la Revista Española4, califica a dicha obra con toda suerte de elogios. El Eco del Comercio5 expresa su satisfacción por la publicación de Duran y La Abeja6 lo elogia igualmente por reavivar el nombre de nuestros clásicos, no sólo en España, sino también en el extranjero. La Abeja hace especial hincapié en la importancia concedida a Lope fuera de nuestras fronteras, denunciando al público español por sus escasos conocimientos hacia su obra.

Larra, desde las páginas de la Revista Española, elogia la actitud de Durán por reivindicar el nombre de los escritores del Siglo de Oro:

«Reconocemos en todo el discurso una mano maestra y de buena gana recomendamos su lectura a los aficionados a estas cuestiones literarias, bien seguros de que habrán de sacar del discurso más luz que de todas las discusiones vocingleras de café, y deseosos de que su lectura haga renacer la amortiguada afición a desentrañar y estudiar las muchas y extraordinarias bellezas de nuestro teatro antiguo, que nosotros, dueños de ellas, tenemos olvidadas, al paso que la Europa entera les tributa el justo homenaje de imitación a que son tan eminentemente acreedoras»7.



Palabras que acreditan el justo merecimiento de Larra, afirmando que «los hombres amigos de los extremos hicieron una masa común con las grandiosas y colosales producciones de los Lopes y Calderones, y las rastreras Obras de los Valladares y Comellas; todas fueron malas, porque en todas bajaban y subían los telones, porque en todas había conceptos; todo, pues, quedó enterrado en el silencio del olvido, del cual si lo sacó algún frío preceptista, fue para ridiculizarlo amargamente; si alguna obra que otra logró escaparse de la general y reglamentaria proscripción, fue merced a osadas mutilaciones con que manos inexpertas tuvieron la audacia de desfigurar los partos de los grandes poetas»8. Postura que se reafirmará unos años más tarde en su artículo «Literatura», publicado en El Español9.

El Artista, en un anuncio editorial10, recoge la importancia de esta obra y la feliz recepción que tuvo entre los admiradores de Lope. Posteriormente Eugenio de Ochoa, en su artículo «Lope de Vega»11, habla de sus portentosas cualidades creadoras y del éxito obtenido en su época. El crítico pone en tela de juicio la paternidad de su copiosa producción literaria, preocupándose a renglón seguido en ofrecernos una imagen muy parcial de su vida.

Otro periódico romántico, El Alba12, recogerá opiniones parecidas. El artículo que escribiera Ramón de Campoamor -«Literatura dramática»13- entronca con los ya aparecidos en otros periódicos. Tras ofrecer un rápido bosquejo de nuestro teatro hasta su época, elogia a Lope y censura el comportamiento del público y autores, que creen con toda rigurosidad, que el teatro debe ser la escuela de las buenas costumbres. Sin embargo, en este periódico Luis Valladares y Garriga en su artículo «Literatura dramática. Don Leandro Fernández de Moratín»14, ataca a los continuadores del teatro del Siglo de Oro y defiende la comedia moratiniana.

Las noticias sobre Lope son en verdad copiosas, aunque también observamos que algunos periódicos no citan para nada al autor. Por ejemplo, periódicos tan señalados como El Liceo Artístico y Literario Español o El Reflejo, no se hacen eco del interés que despertaba Lope. Lo usual es advertir una presencia continua de Lope, ya de forma directa -estudio monográfico- o bien como parte integrante de las corrientes teatrales del momento. A este respecto puede señalarse el periódico No me olvides, en el que, de la mano de Jacinto Salas y Quiroga, la figura de Lope sala beneficiada al comparar su gran ingenio con el poco sentido de nuestros autores románticos15.

Si las noticias sobre nuestro autor en la prensa romántica ocupan un porcentaje importante, parte de este interés lo protagoniza una de las más interesantes y admiradas revistas literarias del momento: El Semanario Pintoresco Español. Dicha publicación ocupa un amplio panorama de la época estudiada (1836-1857), circunstancia que llama la atención al lector de prensa romántica acostumbrado a encontrarse periódicos que tan sólo duran meses o, a lo sumo -salvo raras excepciones-, dos o tres años.

Los artículos aparecidos en el Semanario son muy desiguales en calidad, predominando lo anecdótico en casi la totalidad de los artículos. Por ejemplo, en el artículo de Adolfo de Castro, «Relación entre las costumbres y los escritos de Lope de Vega»16, se elogia la vida y escritos del autor sin rigurosidad. A renglón seguido, el crítico salpica la historia con dos anécdotas. La primera se refiere cuando Lope escribe El asalto de Maastricht, ofreciendo el papel de un alférez aguerrido y de agradable figura a un actor mal parado y de porte bellaco. Al finalizar la representación, un hermano del alférez, se encaró a Lope y le reprochó la poca fortuna de la elección del actor, «que cambiaba de actor o le acuchillaba». Lope se vio en la obligación de dar gusto a tan intransigente interlocutor.

Otra historia que el crítico teje sobre la vejez del autor está basada en un sermón de Fr. Francisco Peralta predicado en las exequias de Lope. En ella se habla de la suavidad de su carácter en el justo momento en que un hombre iracundo desafía a Lope, éste le responde, «vamos, yo al altar a decir misa y vuesa merced a ayudarme a ella».

Elogios basados en un anecdotario que intenta hacernos ver la modestia, generosidad y esplendidez de Lope.

El artículo termina con un claro colorido costumbrista. No olvidemos que está fechado en 1851, año en que se edita por segunda vez Los españoles pintados por sí mismos. Si la edición princeps se publicó en 1843, la segunda obedece al vivo interés del público por estas ediciones costumbristas. Desde esta perspectiva hay que analizar el presente artículo de Adolfo de Castro, cuando afirma que Lope pinta la sociedad de su tiempo como si de un costumbrista se tratara. El término «pintar» lo utiliza el crítico en sentido arcaico, pues observamos que ya por estas fechas se alude al «retrato» social como materia novelable. Tras informarnos en este artículo de las excepcionales dotes de Lope, leemos lo siguiente:

«Lope de Vega, para pintar la sociedad española de su tiempo, recorrió todos los estados, y al fin desde los palacios descendió a las vidas de las busconas en su comedia El anzuelo de Fenisa, y a la de los bribones en El Rufián Castrucho.

Pero aunque Lope de Vega se dejase arrastrar de su deseo de describir las costumbres de su siglo, y las describiese con negros colores, nunca fueron tales que igualasen al horror de ellas. Por eso en todas las comedias de Lope, sean cuales fueren sus asuntos, siempre se ve al alma pura de su autor en las bellas pinturas de la naturaleza, y en la delicada expresión de dulcísimos afectos»17.



Casi la totalidad de los artículos dedicados a Lope en el Semanario Pintoresco Español se centran en torno a la biografía del autor, excepto el que publicara Mesonero Romanos titulado «Teatro de Fray Lope de Vega Carpio». El artículo de «El Curioso Parlante» nos parece el más concienzudo de los aquí aparecidos, citándonos el crítico los repertorios bibliográficos utilizados para la elaboración de su estudio. Alude en primer lugar al trabajo publicado en 1735 por los herederos de don Francisco Medel del Castillo, mercader de libros y comerciante de comedias18. A continuación al no muy afortunado estudio de García de la Huerta19; por último, el Índice formado por don Juan Isidro Fajardo, en 1716, con el epígrafe Títulos de todas las comedias que en verso español y portugués se han impreso hasta el año de 1716...20.

Tras una detallada pormenorización de las obras de Lope -relación alfabética de las mismas-, el autor pone final a su artículo tras pasar revista a los juicios críticos de Montalván.

El artículo de A. Gil y Zárate -«Biografía española. Lope de Vega»21- corrobora el interés despertado por la figura de Lope. El citado artículo se refiere a los momentos más críticos de la vida de Lope, hoy sobradamente conocidos y que sería, prolijo enumerar. Si acaso destacar que la documentación utilizada por el articulista para ciertos aspectos de Lope fue de primer orden, aludiendo, por ejemplo, que «su testamento lo tenemos a la vista». Es en definitiva un artículo objetivo y claro, destinado a esclarecer ciertos pasajes de la vida del Fénix que parecían desdibujados y erróneos. En este sentido, la actitud de Gil y Zárate nos parece loable. Por el contrario, el artículo titulado «El nacimiento de Lope de Vega»22, perjudica la trayectoria de El Semanario Pintoresco Español. No nos explicamos cómo dicho artículo pudo tener cabida en esta revista ecléctica tan admirada y querida por los estudiosos del Romanticismo. Su contenido se asemeja más a una historia folletinesca que a un estudio acerca de los progenitores del autor. El padre de Lope se nos presenta como ducho galanteador de damas que no vacila en abandonar su casa para seguir su aventura amorosa con una tal marquesa de la Puebla de los Montes. La madre de Lope, Francisca Fernández, al enterarse de la infidelidad de su esposo, no duda en vestirse de hombre y batirse en duelo con la marquesa, esta última con ropajes de galán. El duelo termina felizmente para doña Francisca, pues consigue el amor y arrepentimiento del esposo, de suerte que en esta paz conyugal se gesta el nacimiento de Lope. La actitud de la marquesa no es menos sorprendente: arrepentida y aprovechando la terrible acción de doña Francisca, decide retirarse a un convento. En definitiva, los datos aquí ofrecidos parecen más materia novelable que otra cosa, teniendo el autor una historia totalmente fortuita y que no guarda visos de realidad23. Lo único real es el marco geográfico -Valle de Carriedo y Madrid-, y aun así las apreciaciones hechas por el crítico son más que dudosas.

Las restantes noticias que el Semanario Pintoresco Español ofrece sobre Lope son demasiado lacónicas y convencionales para ser tenidas en cuenta. Algún epitafio o composición suelta, el éxito de una comedia lopesca o la presentación de autógrafos que no son en verdad destacables24.

Otra revista romántica de gran importancia, no sólo por los alardes tipográficos, sino también por la nómina de sus colaboradores, es El Laberinto, revista que recoge abundantes datos sobre los estrenos y representaciones del momento. Su «Revista de la quincena» presenta al lector un interesante material para seguir los pasos de nuestro teatro durante los años 1843-1845. De esta revista destacamos uno de los estudios más profundos e interesantes de los aparecidos en el Romanticismo. Juan Ignacio Hartzenbusch, en su artículo25, analiza el teatro anterior a Lope de Vega afirmando que se trataba de un teatro sin carácter y que Lope de Vega fue el auténtico creador de nuestra escena. Posteriormente examina su teatro y lo coteja con el de la época, afirmando a renglón seguido lo siguiente:

«En nuestros días ha prevalecido el sistema de Lope: se admiten todos los géneros, y entre ellos uno que los admite a todos, el drama. La comedia antigua con corta diferencia el drama de ahora. No se le podrá, pues, culpar porque faltase a las unidades de lugar y de tiempo; pero si cuando faltó a la de acción y la de interés. Tampoco, ya que se le disculpa, se le podrá proponer por modelo en esta parte, sino cuando de cada infracción de una regla resulte una belleza. El que con arreglo a las unidades escribe una obra buena, hace bien, y el que desatendiendo las reglas de unidades escribe una obra buena, está en su derecho. Téngase presente que los griegos no siempre guardaron escrupulosamente las unidades de lugar y de tiempo, que son puramente convencionales; la de acción es esencial»26.



Más tarde Hartzenbusch tras clasificar las comedias de Lope en cuatro apartados27 censura los anacronismos utilizados por Lope y, aunque afirma que no hay que escandalizarse por ello, tampoco hay que imitarle:

«Los poetas dramáticos antiguos de España consideraban el drama como una obra puramente de imaginación, por lo cual no solamente inventaban a su placer personas y lances, sino que también se formaban una cronología y aún una geografía a su modo. Hoy no es dable hacer esto»28.



La actitud que adopta Hartzenbusch frente a los anacronismos es comprensible. En cierto modo se viene a censurar a los dramaturgos románticos y, en general, al escritor romántico -recuérdese la postura de los novelistas de la época- por abusar de los anacronismos. Pero también es cierto que no se debe analizar la obra literaria desde esta perspectiva, con ojos de historiador. Si el drama o la novela presentan calidades literarias no serán anuladas por la utilización de anacronismos. En cierto modo también está en contra del abuso de lo anacrónico, haciendo ver que el buen escritor romántico debe conocer su pasado y no caer en crasos errores históricos. Lo cierto es que ya por estas fechas, tanto la novela histórica como el drama, guardan mayor fidelidad con nuestra historia.

Tras estas apreciaciones también examina las comedias desde la perspectiva moral, artística y lingüística, por un lado; por otro, desde el punto de vista de la historia teatral y de la versificación. En definitiva Hartzenbusch se propone guiar al lector por el buen camino, haciéndole ver que toda obra literaria debe reunir unos requisitos mínimos para ser aplaudida.

La prensa romántica nos demuestra el vivo interés por el teatro de Lope. Su figura admirada y respetada no sólo por los consumados dramaturgos románticos, sino también por aquellos que estaban en contra del mismo drama romántico. Aun los más esforzados admiradores del teatro moratiniano veían el ingenio y valor de Lope; e incluso, los eclécticos toman como punto de partida nuestro teatro del Siglo de Oro. El testimonio de Lope en la prensa romántica es ineludible, de ahí que su figura y su obra sean admiradas por tan dispar conglomerado literario.





 
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