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Lope de Vega ante la picaresca

Gonzalo Sobejano


Universidad de Pennsylvania, Philadelphia



En 1925 recordaba Américo Castro cómo Lope de Vega, habiendo pulsado casi todas las cuerdas de la literatura de su tiempo, se abstuvo, al igual que Cervantes, de escribir una novela picaresca, si bien ambos la bordearon repetidas veces1. Castro mismo, y luego otros varios críticos, han tratado de explicar la actitud de Cervantes; nadie, que sepa yo, la de Lope.

Conviene distinguir novela picaresca de materia picaresca, según puntualizaron Francisco Márquez Villanueva y Francisco Rico2. Lo haré así para el caso de Lope, e intentaré apuntar razones y consecuencias.


Lope ante la novela picaresca

Refiérese Lope al Lazarillo de Tormes en su epístola a Barrionuevo (hacia 1603) y en La Dorotea (I, 1) para evocar el «Madre, ¡coco!» del hermanillo negro de Lázaro en relación con los que ven los defectos ajenos y no los propios; en la comedia Los españoles en Flandes (1597-1606) para ridiculizar la codicia de un reparto de prendas equiparable al de las uvas del ciego y el mozo; y, si es suya, en la comedia La esclava de su hijo, donde se alude al despecho del escudero por un «Manténgaos Dios». Maxime Chevalier recogió esos textos, salvo el último, para probar que los escritores de aquel tiempo estimaban el Lazarillo como obra de burlas y sólo Cervantes comprendió su novedad y la aprovechó3. Olvida Chevalier a Mateo Alemán, que también la aprovechó, y no subraya el hecho de que Góngora, según mostró Rico, pudo escribir un bello soneto conceptista elevando a Lázaro y a su ciego a metáforas del enamorado y de Cupido4. Pero, de todos modos, para Lope citar el Lazarillo sólo era posible en una epístola familiar o en una comedia, al modo como incluía en sus cartas a Sessa alguna comparación vulgar o cómica, o contaba en ciertas epístolas en verso algún vil ejemplo, excusándose siempre en razón de la moraleja.

Aunque Lope fue amigo de Mateo Alemán, Quevedo, Salas Barbadillo y Espinel, nunca se refiere a Guzmán, Pablos, Elena o Marcos (huelga advertir que no he registrado toda «la estampada flota de las Comedias»).

Lo más notable es el silencio sobre el Guzmán de Alfarache, obra de su amigo Mateo Alemán, a quien en 1603 dedica un largo poema como autor del San Antonio de Padua, comparándole con San Mateo. Sabida es la amistad de ambos escritores en Sevilla, y se puede suponer que la de Lope con Cristóbal Pérez de Herrera, bien probada, y la de éste con Alemán, documentada por Edmond Cros, constituyese otro enlace entre quienes pensaban casi lo mismo acerca del amparo de los pobres5. Pero Lope no manifiesta conocer ni apreciar el Guzmán de Alfarache, libro mencionado o aludido por escritores que le eran tan adversos como Cervantes y Quevedo. Lope de Vega acusa despectivamente el éxito del Quijote; no lega, en cambio, señal alguna de su reacción ante el éxito del Guzmán.

En 1973, Juan Bautista Avalle-Arce, en su edición de El peregrino en su patria, propuso entender esta obra de Lope como «peregrinatio amoris» frente a la «peregrinatio famis» de la picaresca. El peregrino, por serlo en su tierra y no fuera de ella, implicaría «un desafío a la novela picaresca», que había dado vida a la paradoja del peregrino en su propia patria, y «una superación espiritual de la picaresca, ya que está animada por la suposición fundamental de que el camino del hombre en la vida es uno de perfectibilidad». «Confrontado con los edictos de Trento, y con la solución literaria a que había llegado Mateo Alemán en su Guzmán de Alfarache (1599), Lope formula en su Peregrino una nueva y original respuesta a los mismos problemas». En una nota, aún insiste Avalle en la idea de superación de la novela picaresca porque Pánfilo de Luján es cortesano, soldado, cautivo, peregrino, preso, loco, pastor y lacayo, mientras el pícaro «está anquilosado en una forma de vida»6.

Superación, desafío, respuesta. Veamos. Superación espiritual, no, porque, admitido el carácter católico-reformista de ambas obras el Guzmán traza el proceso del vicio para erigir, «ex contrario», la figura del hombre perfecto y mostrar la capacidad de salvación del más mísero, esparciendo enseñanzas a cada paso y predicando el más hondo comunismo cristiano, mientras Pánfilo no progresa en el vicio pero tampoco en la virtud. ¿Es mérito propio curarse de los celos atropellados que le lanzaron al camino, o perdonar a Celio por haber arrastrado consigo a su hermana Finea cuando él, Pánfilo, empezó por arrastrar a Nise, hermana de Celio? Nada de esto justifica los trabajos, acumulados hasta el vértigo, de las dos parejas. Pánfilo es tan mediocre al partir como al volver. Guzmán se hunde en el abismo de la miseria y se redime al final (no vale decir que el final está fuera de la novela: el final es el fin o sentido de toda novela).

Desafío (por la paradoja del peregrino dentro de su patria), tampoco. Pánfilo y Nise salieron alguna vez de su patria: estuvieron cautivos en Fez, pasaron a Ceuta, fueron romeros en Roma. Guzmán rebasa las fronteras españolas en su largo viaje por Italia, donde busca sus orígenes familiares.

Quizá pueda admitirse, en cambio, que El peregrino sea una respuesta al Guzmán en la medida en que pretende ser una novela de doctrina católica reformista, una novela edificante (ese tipo de novela que, acaso por los mismos años, repudiaba Quevedo en su Buscón). Pero si Lope intentó tal respuesta, se quedó en la superficie: las visitas a santuarios, los autos sacramentales, las poesías devotas, los ejemplos y milagros de los eremitas y algunas digresiones moralizadoras, son paramentos sobrepuestos a una alocada trama de percances innecesarios, e infinitamente peor ligados al texto novelesco que las reflexiones del héroe de Mateo Alemán, el cual sabe siempre relacionar a fondo el extravío del individuo en medio de una sociedad viciada con la urgencia de reformar a ésta prácticamente y el anhelo de salvarse aquél por el acceso a la fe.

Lope pudo también aprender algo del Guzmán en cuanto a actualidad y reflejo de ambientes humildes. En su novela no se trata ya de pastores ilusorios, como en la Arcadia, sino de caballeros y damas de buena familia, extranjeros que peregrinan por España, eremitas, locos y loqueros, cautivos, villanos. La acción es coetánea: 1600. Algunos nombres son ordinarios. El narrador declara que «desdichas de un peregrino no son sólo verisímiles, pero forzosamente verdaderas» (libro IV, pág. 336).

Quizá Lope leyó el Guzmán y quiso dar su respuesta en El peregrino en su patria acentuando sobre la pauta bizantina (indesmentible) un catolicismo post-tridentino más bien superficial e incomplejo, y dando paso a un cierto realismo o actualismo que lograría notas más propias en La Dorotea. (Después de escrito este trabajo encuentro segura confirmación de que Lope leyó el Guzmán de Alfarache en: Donald McGrady, «Further Notes on the Sources of Lope de Vega's La prueba de los amigos», Hispanic Review, 48, 1980, pp. 307-17, especialmente p. 313).




Lope ante la materia picaresca

Por materia picaresca entiendo aquí la que puede ser objeto de arte en diversos géneros (poesía, drama, pintura), no ciertas costumbres del mundo de la época por sí mismas.

A esta materia picaresca se muestra más abierto Lope de Vega. En los cantos V y VI del poema Isidro (1599) evoca a unos pobres a quienes milagrosamente da de comer el santo labrador. Empieza el poeta alabando a los pobres de espíritu, que aman la pobreza como si fuese riqueza, y pasa luego a recomendar a todos la limosna, pues basta que los mendigos pidan por Dios, y sólo a los que gobiernan toca examinarlos. Todo ello está en perfecta consonancia con lo razonado por Pérez de Herrera en su Amparo de pobres (1598) y con lo trasmitido a éste por Mateo Alemán en su carta de 1597, Edmond Cros y Michel Cavillac, editor éste del Amparo, proporcionan la información pertinente y la interpretación más justa para ver que el problema de la mendicidad es una de las raíces mayores del Guzmán7. Pero ni Cros ni Cavillac aluden al Isidro ni a esta materia en la obra de Lope.

En el Isidro confiesan al labrador las causas de su indigencia varios mendigos, entre ellos un soldado tullido que pide limosna «con la lengua y con el pie». La escena, reducida, cobra forma dramática en la comedia San Isidro, labrador de Madrid (1604-1606)8, en cuyo acto III reaparece el soldado, «Pierna gorda», de quien sus compañeros sospechan que sea un fingidor (Pérez de Herrera, Alemán, Quevedo pintaron el tipo). Adquiere más relieve la figura del soldado mendicante en la comedia Juan de Dios y Antón Martín (1611-12). Aquí, Calahorra roba un cofre de joyas, acosa a la gente con su pedigüeñería y pordiosea «fingiendo pata coja y mano manca». El «soldado pícaro», el «picarón», «se tulle a sí mismo», refiere inventadas desgracias y acude a la sopa boba entre los denuestos de sus colegas, que le llaman «bellaco», «turnado», «marquesote», «bribón» y «señor capitán andrajo». Pero Juan de Dios le da de comer, le examina de pobre (no indagando causas, sino preguntándole si se ha confesado y sí lleva rosario) y le acoge en su hospital. Conviértese el pícaro y, como «hermano Calahorra», viene a ser el escudero de ese quijote de la caridad, quien por cierto designa al Demonio, su enemigo, como «pícaro desnudo, / de la cocina de Dios», o sea, del Infierno9.

El pícaro de cocina tiene figuración más conocida en la comedia El Gran Duque de Moscovia (¿1606?), donde Demetrio, perseguido por Boris, hace de novicio en un convento, segador en un campo y pícaro de la cocina de un conde, siempre en compañía del español Rufino. Pronuncian ambos desde la cocina, en el acto II, un elogio de la vida picaresca, ya comentado por Herrero García y por Erwin Brody10. Tal elogio («¡Ay dichosa picardía! / ¡Comer provechoso en pie! / ¿Cuándo un pícaro se ve / que muera de perplejía?», etc.) permite fáciles paralelos con el Guzmán auténtico y el apócrifo, con La pícara Justina y con el poema en tercia rima «La vida del pícaro». Marcel Bataillon interpretó tales loas como expresión del anhelo de eximirse de los cuidados sociales frente a la agobiante obsesión por la honra11. Pero ni Demetrio ni Rufino son pícaros de veras, aquél deseoso de recobrar su trono, y éste de no pasar más hambre. Su elogio denuncia, pues, el automatismo de un «topos» literario en auge, o bien puede estimarse como un gesto de resignación en clave irónica.

Cuando Lope se aproxima a la materia picaresca en sus comedias lo más frecuente es que los tipos apicarados resulten al fin personas de honrado origen. Así ocurre en la comedia citada, pero también en El mesón de la corte (1588-95) de asunto muy parecido al de La ilustre fregona, y así en El caballero de Illescas (hacia 1602), donde el travieso, desobediente, jugador, pendenciero, mujeriego, espadachín y homicida Juan Tomás, criado con un labrador, se finge en Nápoles caballero de Illescas bajo el nombre (antigoytisolano) de Don Juan de la Tierra, enamora a la hija de un conde y, tras varías peripecias, resulta ser en verdad sobrino de aquel conde y protegido de Fernando el Católico, a quien sin reconocerlo le salvó la vida. (Al entrar Guzmán de Alfarache de pícaro de cocina, su nuevo amo le pregunta: «Bien, ¿qué dice agora poca ropa? ¿A qué bueno por acá el caballero de Illescas?»)12.

Si Lope saca a escena alguna vez la figura del pícaro perverso, como en El caballero del milagro (1593-98), es para descargar sobre él un tremendo escarmiento, aunque en tono de farsa. Y en comedia tan celestinesca como El rufián Castrucho (hacia 1598) este «pícaro» o «bellaco» que revuelve a cuatro militares españoles con una mujer a la que él usufructúa, termina premiado por el General a causa de su astucia, y obligado a casarse con esa mujer, y Lope además sitúa la acción en la Roma meretriz (como en El caballero del milagro) exagerando los rasgos hasta la caricatura para dar un aire de irrealidad al escabroso asunto.

Trátese de pícaro noble o de pícaro pícaro, siempre se confirma lo aseverado por Enrique Tierno Galván: «La novela picaresca aparece como la antítesis de la mentalidad lopesca. [...] Lope explica la historia de España y la sociedad española a través de la nobleza. Lo contrario ocurre en la novela picaresca, en que la sociedad española se explica desde la crítica del proletariado»13.

Acaso la comedia pudo servir a Lope de coartada para no escribir novela picaresca. Lo que en los corrales y para el vulgo surgía de cuando en cuando como representación divertida, debía quedar de los géneros nobles. En el teatro de Lope la vida picaresca no es objeto de crítica constructiva (como en el Guzmán) ni tampoco de aniquilante sarcasmo (como en el Buscón).

El género más cercano a la comedia era, según Lope, la novela corta. En las que compuso para Marcia Leonarda no hay materia picaresca, pero algo pudiera traslucirse del arte digresivo de Mateo Alemán14, y su estilo familiar abre camino a la Dorotea y a las Rimas de Burguillos.

En La Dorotea (1632) hay personajes antiheroicos (una cortesana, su galán, un indiano, la alcahueta, los criados), ambiente urbano y doméstico, cuestiones de intereses, el prosaísmo de las relaciones ordinarias, conversaciones sobre asuntos del diario vivir, reflexiones morales, refranes y sentencias, el juego engaño-desengaño, cierta calidad de «Bildungsroman», y el predominio de la ironía. Pero no hay novela ni hay pícaro.

Tampoco hay novela ni pícaro en las Rimas humanas y divinas del Licenciado Tomé de Burguillos (1634), pero este personaje ofrece algunas notas picarescas y su cancionero dibuja una especie de novela de la vida común. Pobre, desaliñado, bohemio, sonreidor de todo y de sí mismo, Burguillos es, como dijo Vossler, alguien que «sale siempre con las manos vacías y que, desde su situación marginal, desengañado y divertido, alegre y fatigado, contempla el mundo»15, Para Alan Trueblood «la perspectiva de Burguillos, aunque antiheroica, no llega al negativismo y amargura de la picaresca»16.

Pero ciertas afinidades podrían marcarse en la conciencia de la pobreza y la humildad por parte del sujeto, en su rebajamiento autocrítico (roto, pobre, feo, desamado), en la historia de sus amores con Juana la lavandera, en la degradación cómica de los tópicos (petrarquescos, platónicos, mitológicos, pastoriles) y en una disposición satírica menos refrenada que en la obra anterior de Lope.

Claramente picarescos son los motivos del hambre, la impecunia, el desaliento, el reconocerse despreciado o el proyectar equívocamente un viaje a las Indias: «en España nací con solo el pico, / cansado estoy de trajinar desvanes, / dime, ¿por dónde van a Puerto Rico?»17.

Al fondo de La Gatomaquia de Burguillos se columbra además un ambiente madrileño de novelita apicarada: el corredor o la cocina del licenciado, la azotea de un clérigo, el mozo que saca agua del pozo para regar la casa, el tejado de la tendera Casilda, una maleta rota, las esclavas Paula y Marina, un boticario, un regidor, un príncipe a la caza de vencejos, los desvanes de Madrid. O, en símiles humanizadores, surgen los galloferos fingiéndose mancos o cojos (Silva III, verso 138), las jácaras picarescas a la moda (III, 60), los músicos callejeros y la ronda de la justicia (III, 313-61) o el poeta afligido porque no gustó su comedia o alegre porque pareció mal la de su mayor amigo (VII, 164).




Razones y consecuencias

La actitud de Lope ante la picaresca es de desvío. Sintió siempre aversión a la sátira, y la novela picaresca es sátira constitutivamente. La coartada de la comedia, género popular, pudo alejarle también del cultivo de ese tipo de novela. No debe olvidarse tampoco el origen humilde del poeta en contraste con unas dotes excepcionales y unos éxitos tempranos que alimentaron sus ambiciones. Su mayor anhelo era sobresalir en los géneros nobles: lírica; épica nacional, caballeresca y mitológica; narrativa bizantina y pastoril; historia. El indudable conformismo de Lope con la fe de su pueblo, con el sistema monárquico-señorial del Estado, con la jerarquía social y los destinos de su patria, su dependencia del mecenazgo, su sacerdocio, la doble verdad religiosa y erótica en que se debatió, sus desvelos por resguardarse de la envidia y velar sus debilidades, todo esto debió de contribuir a distanciarle de la novela picaresca, forjada por Alemán con un radicalismo reformista muy propio de quienes desde las clases modestas empezaban a criticar lo establecido. Lope a veces defiende la virtud por encima del linaje o dignifica a la clase campesina, pues un hombre no es un monolito; pero no fue satírico en sus novelas, poco en sus comedias y rara vez en su poesía (no escribió «letrillas», ni «sátiras», ni «lecciones» morales en verso).

Su desvío de la novela picaresca y su silenciamiento del Guzmán de Alfarache corroboran la tendencia de Lope a la conformidad. Y ello permite reconocer que esa novela, si es muestra de «perfectismo», según Tierno Galván propone, no lo es de inmovilismo, pues justamente aquel empeño perfectista y puritano de Alemán, Pérez de Herrera y otros reformadores, revelaba una fuerte voluntad de mejora, la más oportuna para remover el orden fijo; fenómeno que han comentado con agudeza Michel y Cécile Cavillac por lo que hace al Guzmán y Jean Vilar para los arbitristas18.

Sólo el lúcido desengaño de la vejez llevó a Lope a una mayor clarividencia crítica y autocrítica en sus dos mejores obras no dramáticas: La Dorotea y las Rimas, más humanas que divinas, de Burguillos. Aquí se acerca Lope al humor de Cervantes19. Ni uno ni otro persiguieron reformas inmediatas, pero ambos llegaron, por distintos caminos, a una comprensión generosa del hombre que anunciaba la libertad moderna.







 
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