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Los Amantes de Teruel

Drama en cinco actos en prosa y verso

Juan Eugenio Hartzenbush



PERSONAJES
 
DON JUAN DIEGO MARTÍNEZ GARCÉS DE MARSILLA.
DOÑA ISABEL DE SEGURA.
DOÑA MARGARITA.
DON RODRIGO DE AZAGRA.
DON PEDRO DE SEGURA.
DON MARTÍN GARCÉS DE MARSILLA.
ZULIMA.
MARI-GÓMEZ.
ADEL.
ZEANGIR.
TRES BANDIDOS.
Soldados moros, damas, caballeros, criados, bandidos, un verdugo, un barquero.

El primer acto pasa en Valencia, y los demás en Teruel.

Año 1217.



[Nota preliminar: Edición digital a partir de la versión en cinco actos de la de Madrid, Imprenta de José Mª Repullés, 1838, 2ª ed., y cotejada con la edición de Jean-Luis Picoche (Madrid, Alhambra, 1980).]






ArribaAbajoActo I

 

Dormitorio magníficamente adornado a usanza morisca. A la derecha, una cama del mismo gusto, inmediata al proscenio; a la izquierda, un bufete de dos cuerpos con entalladuras arabescas, y más arriba, una ventana con celosías y cortinajes. Puerta grande en el fondo, y una pequeña a cada lado.

 

Escena I

 

ZULIMA, ADEL, MARSILLA, adormecido en la cama.

 

ZULEMA.-  Tú eres el único depositario de este secreto.

ADEL.-  Sultana, recias son las llaves de los calabozos, y en veinte años no se me han hecho pesadas; ligera es ésta del harem que hoy me das, y ya me descoyunta la mano.

ZULEMA.-  Y ¿por qué? ¿No es llave también de una cárcel?

ADEL.-  En la cárcel donde se gime, puede el carcelero recibir mil huéspedes sin peligro; pero en la cárcel donde se goza, si da entrada a más de uno, ya puede despedirse de su cabeza.

ZULEMA.-  ¿Rehúsas ahora servirme?

ADEL.-  Señora, ya sabes tú que no puedo rehusarlo. El ínclito Amir Zeit Abenzeit, que Alá prospere, dijo a sus siervos al partir de Valencia: obedeced a nuestra esposa Zulima como a mí mismo mientras yo me detenga en Murcia.

ZULEMA.-  Debes obedecerme.

ADEL.-  Así lo he hecho, y así lo haré. Pero tornará a Valencia el Amir; y si amanece un día aciago en que las piedras hablen, me dirá el querido del profeta: ¿Por qué has introducido en nuestro real harem a un perro cautivo? Yo podré responderle que así lo mandó la sultana Zulima; pero tal excusa no librará al introductor de ser azotado, desorejado, y acañavereado o quemado vivo. Yo quisiera evitar esto, salvo tu parecer.

ZULEMA.-  ¡Maldígate Alá, vaticinador de desastres! ¿La llama del suplicio nombras delante de quien arde en la del amor?

ADEL.-  Como una puede conducir a otra...

ZULEMA.-  ¿Juzgas que he descuidado nuestra seguridad? Ausente el rey, nadie penetra en estas habitaciones. Ramiro se hallará aquí tan aislado, tan ignorado como cuando yacía bajo tu custodia en la mazmorra más profunda de la alcazaba. Además, tú propio me dijiste que si permanecía allí dos días iba a expirar.

ADEL.-  Verdad te dije: pero harto mejor hubiera sido callar hasta pasado mañana.

ZULEMA.-  Tú entonces le hubieras acompañado en la tumba.

ADEL.-  Peligros por un lado, perdición por otro. Está visto que mi suerte se halla enlazada con la de ese buen idólatra: cúmplase lo que está escrito. Tarda mucho en volver en su acuerdo.

ZULEMA.-  Tarda demasiado. ¿Si te excederías en la dosis del narcótico?

ADEL.-  No sabemos a qué hora lo tomaría. Yo le descolgué anoche la vasija, pero no le envié gana de beber al mismo tiempo. Y como le tiene tan debilitado la enfermedad... Por la torre de la Caaba, señora, que el objeto de tus bondades más bien debe inspirar lástima que amor.

ZULEMA.-  Lástima fue la que me condujo a amarle. Veíale yo en el jardín del serrallo cargado de pesados hierros, tal vez insuficientes a sujetar sus brazos indómitos; al pasar delante de mis celosías, notaba yo la palidez de su noble rostro; oía sus suspiros, las palabras incoherentes, únicas con que interrumpía su tétrico y porfiado silencio. ¿Por qué suspiras?, solía yo decirle detrás de los cortinajes de las ventanas. Soy esclavo, me respondió siempre.

ADEL.-  ¡Cuánto aman los cristianos a su patria!

ZULEMA.-  Veneno brotan todas tus expresiones, Adel. Pero te engañas, vaso de malicia, te engañas en tus mezquinas sospechas. Ramiro no suspira por una querida; Ramiro no ha tenido amores en su patria; aquel pecho altivo no es capaz de rendirse a un amor ordinario, un amor de cristiana; sólo un amor de África, ardiente como el sol, que hace carbón el cutis, pudiera inflamarle. Ramiro es un caballero de ilustre cuna: bien lo prueba la joya que ocultaba en el seno. Criado en la opulencia, habituado al poder, ¿no ha debido hallar la servidumbre cruelísima, insoportable? Por eso ha hecho tantas tentativas para evitarla.

Segura estoy de que cuando me lean ese lienzo que le hemos hallado, escrito en español con su sangre, o cuando consienta en declarar su cuna, oiremos uno de los apellidos más ilustres de España. ¿No murieron de pesadumbre algunos de los caballeros que aprisionó Yacob en la batalla de Alarcos? ¿No los mató su orgullo? ¿Por qué no ha de ser Ramiro orgulloso como ellos? ¿Por qué más bien ha de ser amante? ¡Desdichado él entonces! ¡Desdichada yo! Si tanta aflicción, tantos esfuerzos por alcanzar la libertad, tanta indiferencia conmigo, tuvieran su origen en el amor, ¿qué amor igualaría al suyo? Ramiro, despierta para calmar mi recelo: dime si quieres que no me amarás nunca, pero júrame que nunca has amado.

ADEL.-  Yo desearía precisamente lo contrario.

ZULEMA.-  Tú no le conoces: si llegó a amar una vez, aquel amor llenará toda su vida.  (Abre, y registra el cuerpo superior del bufete.) 

ADEL.-  A todo esto, él guarda un silencio que puede significar cualquier cosa.

ZULEMA.-  Creía tener aquí un espíritu que le hiciera volver. Voy a buscarlo.

 

(Vase.)

 


Escena II

 

ADEL.

 

ADEL.-  La princesa cuidará ahora mucho del cautivo; el cautivo conocerá que debe la vida a la princesa; aunque no sea más que por agradecimiento, se rendirá a sus halagos: todos los placeres serán para ellos, y el día del castigo habremos de repartir a tanto por cabeza. Duro es ir por gusto ajeno al precipicio con los ojos abiertos. Pero ¡qué viviente de tan débil instinto es la mujer! ¡Esta Zulima, qué obcecada con el título de reina, ni aun sospecha que haya quien espíe invisible sus pasos, quien interprete sus palabras, y hasta los gestos de su semblante! ¿Si el Amir, por gracia especial, habrá dejado sin ejercicio a sus confidentes africanos?  (Ábrese la puerta pequeña de la izquierda y aparece ZEANGIR.)  Ya veo que no.



Escena III

 

ZEANGIR. ADEL.

 

ZEANGIR.-  Os he escuchado.

ADEL.-  Nos habrás oído...

ZEANGIR.-  Todo.

ADEL.-  Y ¿podrás responderme...?

ZEANGIR.-  A nada.  (Dirígese al bufete y lo examina como quien busca alguna cosa y no la halla; llégase a la cama, toma con viveza un lienzo que hay sobre ella escrito con sangre, y lo lee para sí con admiración.) ¡Qué es lo que descubro!  (Aparte.) 

ADEL .-   (Aparte.) Hoguera tendremos.  (A ZEANGIR.)  Dime a lo menos qué ha escrito ahí ese infiel. Deseo saber qué noticias da el cautivo de su persona. Hay quien le crea un príncipe, y yo le tengo por un jayán. Él rompía las más fuertes cadenas, él escalaba las paredes del baño, y jamás trató de rescatarse mediante una buena suma. De aquí infiero yo que es más rico en fuerzas que en oro. El contenido de ese lienzo no exigirá tanto secreto... y en todo caso, carcelero soy; he visto expirar a muchos por habladores, y estoy harto persuadido de la utilidad de ser mudo.

ZEANGIR.-  Ésa es tu obligación, ser mudo; sobre todo con Zulima. (Deja sobre la cama el lienzo, y se encamina a la puerta por donde salió.) 

ADEL.-  ¿Y estoy relevado del encargo de obedecerle?

ZEANGIR.-  Mañana ya habrá cesado ese deber.

ADEL.-  ¿Y hoy?

ZEANGIR.-  Puedes servirla. Olvida que me has visto... cuida mucho de la vida de ese cristiano.  (Vase.) 

ADEL.-  ¡Que cuide de él! No dijera más Zulima. Que me empalen si entiendo algo. Por fortuna, para obedecer no es necesario penetrar: cúmplase lo que está escrito.



Escena IV

 

ZULIMA. ADEL.

 

ZULEMA.-  Encarga que busquen entre los cautivos del baño algún alfaquí nazareno que nos sepa descifrar eso.  (Señalando el lienzo.) 

ADEL.-  Venga, y lo llevaré.

ZULEMA.-  Podrá echarlo menos Ramiro. A la noche, durante su sueño, se leerá sin que él lo note. Marcha.

ADEL.-  De aquí a la noche puede darte Ramiro cuantas noticias solicites.  (Aparte.)  Pretexto para echarme fuera.

 

(Vase.)

 


Escena V

 

ZULIMA. MARSILLA.

 
ZULEMA
Su pecho empieza a latir.
ZEANGIR
Ya es tiempo: así que perciba...
 

 (Aplícale un pomito a la nariz.) 

MARSILLA
¡Ay!
ZULEMA
Volvió.
MARSILLA

 (Incorporándose.) 

¡Qué luz tan viva!
No la puedo resistir.
ZULEMA

 (Corriendo las cortinas de la ventana.) 

De aquella horrible mansión 5
el triste a las sombras hecho...
MARSILLA
No es esto piedra: -es un lecho.
¿Qué ha sido de mi prisión?
Señora...

 (Reparando en ZULIMA.) 

ZULIMA
Por orden mía,
en medio de tu letargo 10
te trajeron, y a mi cargo
estás aquí.
MARSILLA
¡Todavía
esclavo!
ZULEMA
Cese tu afán.
Serás libre.
MARSILLA
¿Dónde estoy?
¿Quién eres?
ZULEMA
¿Quién? -Hija soy...
15
del alcaide...
MARSILLA
¡De Merván!

 (Dirige una ojeada rápida alrededor de sí; ve sobre la cama el lienzo ensangrentado, y lo esconde.) 

ZULEMA
Sí, pero aunque soy mujer,
mi voz el valor disfruta
de ley... y nada ejecuta
Merván sin mi parecer. 20
Ausente el rey de Valencia,
de este alcázar la señora
soy yo, es Zoraida.
MARSILLA

 (Aparte.) 

¡Traidora!
¿Si han leído?... ¡Qué imprudencia!
Yo sus secretos contemplo 25

 (A ZULIMA.) 

que Merván fía de ti.
ZULEMA
No los tiene para mí.
Tú debes seguir su ejemplo.
MARSILLA

 (Aparte.) 

Es cómplice.
ZULEMA
La inquietud
deja; tu mal cede ya; 30
pronto te arrebolará
el carmín de la salud.
MARSILLA
Mi dolencia necesita
un remedio...
ZULEMA
Dilo. ¿Cuál?
MARSILLA
Beber el agua natal. 35
ZULEMA
No habrá medio que se omita,
con tal que a tu dicha cuadre.
La libertad, un tesoro
te ofrezco...
MARSILLA
Me basta el oro
que me ha quitado tu padre. 40
Robóme hacienda y ventura
cuando apresó mi navío.
ZULEMA
Yo satisfacerte fío
la pérdida con usura.
MARSILLA
¿Vienes, mujer celestial, 45
a dar a mis males fin?
¿Eres algún Serafín
en figura de mortal?
Si cabe que satisfaga
tan inestimables bienes... 50
ZULEMA
Mujer soy; la prueba tienes
en que reclamo una paga.
MARSILLA
Si mi eterna gratitud...
ZULEMA
Quiero más.
MARSILLA
Nada poseo...
ZULEMA

  (Reparando en una joya que tiene MARSILLA al cuello, pendiente de un cordón.) 

¿Ese talismán que veo 55
no tiene alguna virtud?
MARSILLA
La tienen... para un cristiano.
ZULEMA
¿Y a mí me podrá dañar?
Déjamela examinar,
si acaso no lo profano. 60
MARSILLA

 (Dando la joya a ZULIMA.) 

Toma, Zoraida; te entrego
mi único bien, pues al cabo,
siendo como soy esclavo,
mal haré si te lo niego.
ZULEMA
Y mal haré yo también 65
si te creo agradecido,
porque mucho te ha dolido
perder tan pequeño bien.
MARSILLA
Por ti vertiera contento
mi sangre; mi alma te cede 70
toda la parte que puede
dar el agradecimiento;
¡y ojalá parte mayor
te pudiera conceder!
ZULEMA
Eso es mucho agradecer. 75
¿Quisieras tenerme amor?
Tú pensaste, a lo que entiendo,
que yo afición te tenía.
Menos vano te creía;
mas no por eso me ofendo. 80
MARSILLA
Yo en ti no miro una dama,
miro una divinidad
que halla su felicidad
en los dones que derrama;
y aquella retribución 85
que indicaste...
ZULEMA
Es bien ligera:
la noticia verdadera
de tu nombre y condición.
Los cautivos encubrís
cosas que quiero me fíes. 90
¿No son tus deudos Valíes
y Jeques en tu país?
Decláralo, que no soy
codiciosa de rescates,
ni eso añadirá quilates 95
al valor que yo te doy.
MARSILLA
Siempre fue avara y cruel
la fortuna con mi casa.
ZULEMA
¡Ella de haber tan escasa,
y tú dueño de un bajel 100
de oro cargado...!
MARSILLA
¡Ah, señora!
si me hubiera la fortuna
mecido en dorada cuna,
no fuera tu esclavo ahora.
Mi apacible natural 105
no se hubiera hecho violencia
para buscar la opulencia
en la carrera marcial.
ZULEMA
En cada voz tuya miro
doble misterio encubierto: 110
declarate más. ¿No es cierto
que no es tu nombre Ramiro?
MARSILLA
Mi nombre es Diego Marsilla,
y cuna Teruel me dio,
ciudad que ayer se fundó 115
del Turia en la fresca orilla,
cuyos muros entre horrores
de guerra atroz levantados,
fueron con sangre amasados
de sus fuertes pobladores. 120
Al darme el humano ser,
quiso sin duda el Señor
destinar al fino amor
un hombre y una mujer,
y para hacer la igualdad 125
de sus afectos cumplida,
les dio un alma en dos partida,
y dijo: Vivid y amad.
A esta voz generadora
Isabel y yo existimos, 130
y la luz del cielo vimos
en un día y una hora.
Desde los años más tiernos
fuimos rendidos amantes,
desde que nos vimos, antes 135
nos amábamos de vernos;
y parecía un querer
tan firme en almas de niño,
recuerdo de otro cariño
tenido antes de nacer. 140
Ciegos ambos para el mundo,
que tampoco nos veía,
nuestra existencia corría
en sosiego tan profundo,
en tanta felicidad, 145
que mi limitada idea
mayor no alcanza que sea
la gloria en la eternidad.
Mas dicha de amor no dura.
ZULEMA
No, en verdad: sigue; te escucho. 150
Me has interesado mucho.
MARSILLA
Pasó el tiempo de dulzura,
llegó el de pena mortal,
supe qué eran celos...
ZULEMA
¡Oh!
¡pena atroz!, ¡bien lo sé yo! 155
MARSILLA
Tuve un rival...
ZULEMA
¿Un rival?
MARSILLA
Opulento...
ZULEMA
¿Eso más?
MARSILLA
Hizo
alarde de su riqueza...
ZULEMA
¿Y sedujo a tu belleza?
MARSILLA
Poco del oro el hechizo 160
puede en quien de veras ama;
mas su padre deslumbrado...
ZULEMA
Dejó tu amor desairado
y dio a tu rival la dama.
MARSILLA
Le vi, mi pasión habló, 165
su fuerza exhalando toda,
y suspendida la boda,
un plazo se me otorgó.
ZULEMA
¿Cómo?
MARSILLA
Si me enriquecía
en seis años...
ZULEMA
¿Han cumplido?
170
MARSILLA
Ya ves que no he fallecido.
ZULEMA
¿Terminan...?
MARSILLA
Al sexto día.
ZULEMA
¡Tan pronto!
MARSILLA
Oro me faltaba;
vuestro Miramamolín
todo el cristiano confín 175
entonces amenazaba.
No podía consagrar
mi brazo a causa mejor,
y animaba mi valor
la esperanza de medrar. 180
Con licencia de mi hermosa
seguí a Castilla a mi rey,
y combatí por mi ley
en las Navas de Tolosa.
ZULEMA
¡Lugar maldito del cielo 185
donde la negra fortuna
postró de la media luna
la pujanza por el suelo!
MARSILLA
La destreza que tenía
en el bélico ejercicio, 190
bien que el matar por oficio
repugnase al alma mía,
distinguió allí mi persona,
y rico botín me dio;
mas ¡ay! todo pereció 195
en la orilla del Garona.
Sobre el cadáver caí
del rey, peleando fiel,
en la rota de Maurel;
preso me hicieron, huí, 200
llegué a la Siria; un francés
albigense refugiado,
a quien había salvado
la vida junto a Beziés,
los restos de su opulencia 205
me legó al morir: a España
tornaba... mi suerte extraña
siervo me trajo a Valencia.
Tal vez mi mano quebró
de mis cadenas el hierro... 210
En vano, que en un encierro
vivo se me sepultó.
Postrado al fin y vencido
en la lucha desigual
que contra el genio del mal 215
tanto tiempo he sostenido,
tú mis sueños apacibles
vienes a resucitar,
tal vez para despertar
a realidades terribles. 220
ZULEMA
No de males adivino
quieras en tu daño ser;
te va la suerte a poner
en la mano tu destino.
Ya que de tus aventuras 225
me has referido la historia,
toma bien en la memoria
mis amantes desventuras.
Un cautivo aragonés
vino al jardín del serrallo: 230
sus prendas y nombre callo;
no quiero ser descortés.
Le vi, le amé; no con leve,
con devorante pasión:
brasa es nuestro corazón, 235
el de las cristianas nieve.
Debió a tentativas locas
de fuga, mortal sentencia:
mi amorosa diligencia
librole veces no pocas. 240
Sálvole por fin del trato
de rígido carcelero,
declárole que le quiero...
¿qué piensas que hizo el ingrato?
MARSILLA
¿Su creencia te alegó...? 245
ZULEMA
Sí, pero en mi desvarío
le dije: tu Dios es mío,
mi Dios en ti veré yo.
MARSILLA
Si antes alguna española
mereció su tierna fe... 250
ZULEMA
Quiere a tu dama, exclamé,
no exijo que me ames sola:
pero que al menos te deba
piedad mi amor. ¿No dispuso
entre vosotros el uso 255
tener esposa y manceba?
De este título afrentoso
verás que ufana me precio:
¿qué importa injusto desprecio,
si es el corazón dichoso? 260
Por orgullo solamente
prendarte de mí debieras.
Dime: ¿no te envanecieras
de ver de tu voz pendiente
una mujer, una esclava, 265
que, con razón o sin ella,
del amor la rosa bella
la lisonja apellidaba?
¿Qué puede más opulento
hacerte que lo es aquí 270
del reino el primer Valí?
¿Qué para dar más aumento
de tu esposa a la hermosura,
desde el cabello a la planta
la cubra de joya tanta 275
de tan superior finura,
que cuando en bizarra lidia
entre reinas se presente,
se pinten en cada frente
la admiración y la envidia? 280
Diamantes tengo, y no son
quizá los de más valía,
que pagarme no podría
el tesoro de Aragón.
Medítalo bien, y sabe 285
que frenético mi amor
será el frenesí mayor
de mi venganza, si cabe.
MARSILLA
¡Infeliz!
ZULEMA
Menos te pido:
dile a mi cariño ciego: 290
«espera», y mátame luego.
¿Qué hubieras tú respondido?
MARSILLA
Que mereces compasión.
Mas cuando ya en la niñez
nacida, creció a la vez 295
con el cuerpo la pasión,
cuando es para la existencia
tan necesario elemento
como el sol y como el viento,
cuando resiste a la ausencia, 300
no puede amante ninguno
hacer tan atroz engaño,
porque de terrible daño
temor le acosa importuno.
Témese que tal falacia 305
vengue el objeto querido
con su cólera o su olvido,
que es la postrera desgracia.
Burlando que le dijera
Isabel a otro: «Te quiero», 310
la matara con mi acero...
¡Oh! no, yo sí que muriera.
Para mi felicidad
Dios un camino trazó,
donde años ha me paró 315
la cruel adversidad.
Si me envía un salvador,
derecho habrá de guiarme,
y al que quiera extraviarme,
diré: «Aparta, tentador». 320
ZULEMA
Pues a tu Dios nada más
luego en tu miseria clama:
despídele de tu dama,
porque nunca la verás.
¡Oh rabia! Alá me destruya 325
si tolero mi baldón.
¡Tan infeliz situación,
y tal soberbia la suya!
¡Pone mi afición sumisa,
pone a un mísero cristiano 330
un corazón en la mano,
y le arroja, y me le pisa!
¿Sabes hasta donde alcanza
mi cólera y mi poder?
Pronto ha de hacértelo ver 335
con estragos mi venganza.
Me debería escupir
en la faz, si no me vengo,
la última sierva que tengo.
¡Cristiano! vas a morir. 340
¡Impune jamás humilla
nadie un corazón altivo!
Esto le dije al cautivo:
esto le digo a Marsilla.
MARSILLA
¿Y piensas que le amedrente 345
morir? ¿Acabar sus males?
ZULEMA
Pues entre angustias mortales
padecerás largamente:
volverás a tus cadenas
y a tu negro calabozo; 350
y allí yo con alborozo
que más encone tus penas,
la nueva te llevaré
de ser Isabel esposa.
MARSILLA
¿Y en prisión tan horrorosa, 355
cuántos días viviré?
ZULEMA
¡Rayo del cielo! el traidor
todo mi poder derrumba;
defendido con la tumba,
se ríe de mi furor. 360
Trocarás la risa en llanto.
Cautiva desde Teruel
me han de traer a Isabel...
MARSILLA
¿Quién eres tú para tanto?
ZULEMA
Tiembla de mí.
MARSILLA
Furia vana.
365
ZULEMA
No es Zoraida la que ves,
no es hija de Merván, es
Zulima.
MARSILLA
¡Tú la sultana!
ZULEMA
La reina.
MARSILLA

 (Dándola el lienzo ensangrentado.) 

Toma, con eso
correspondo a tu afición: 370
entrega sin dilación
a hombre leal y de seso
el escrito que te doy.
Sálvete su diligencia.
ZULEMA
¡Cómo! ¿Qué riesgo...?
MARSILLA
A Valencia
375
llega tu esposo...
ZULEMA
¿Cuándo?
MARSILLA
Hoy;
y esta noche tú y él y otros
de la traición al puñal
perecéis.
ZULEMA
¿Qué desleal
conspira contra nosotros? 380
MARSILLA
Merván, tu padre supuesto.
Si tu cólera no estalla,
mi labio el secreto calla
y el fin os llega funesto.
ZULEMA
¿Cómo tal conjuración 385
a ti...?
ZULEMA
Delirante ayer
la puerta hube de romper
de mi encierro; la prisión
recorro, oigo hablar, atiendo...
Junta de aleves impía 390
era, y Merván presidía.
Pérfido aviso creyendo,
tu esposo hoy a la ciudad
venir debiera. Salvarle
resuelvo para obligarle 395
a ponerme en libertad,
y con roja tinta humana
y un pincel de mi cabello
la trama en un lienzo sello,
y el modo de hacerla vana. 400
Poner al siguiente día
pensaba el útil aviso
en la cesta que el preciso
sustento me conducía.
Vencióme tenaz modorra, 405
más fuerte que mi cuidado:
desperté maravillado
fuera ya de la mazmorra.
Como admitas mi consejo,
sin sangre te salvaré; 410
de premio no te hablaré;
a tu justicia lo dejo.
Llama a un Visir sin tardanza,
y oiga el plan que concebí;
y tú recibe de mí 415
esta lección de venganza.


Escena VI

 

ADEL. Dichos.

 
ADEL
Señora, en Valencia está
el rey.
ZULEMA
¡Destino feroz!
MARSILLA
Mira si mintió mi voz.
ADEL
En la alcazaba hace ya 420
tiempo que entró con sigilo.
Si viene, si ve al esclavo...
ZULEMA
¡Llegó mi mal a su cabo!
ADEL
Tu vida pende de un hilo:
dispón...
MARSILLA
Basta el apartarme
425
de aquí. Fía de mi labio:
yo sé olvidar un agravio.
ZULEMA
Te admiro.  (Aparte.)  Puedo salvarme.
Condúcele por aquí.

 (A ADEL.) 

 (Abre ZULIMA una puerta disimulada en el muro detrás de la cama.) 

Fuera del harem un lecho 430
le darás.
ADEL
Pronto.

 (A MARSILLA.) 

 (MARSILLA sale de la cama, y apoyado en ADEL, se entra por la puerta secreta.) 

MARSILLA

 (Al entrarse.) 

En mi pecho
no hay odio.
ZULEMA

 (Sola.) 

En el mío sí.
¡Va a ser feliz con su amada,
y yo a expiar mi delito!
¡No!

 (Abre el cuerpo superior del bufete, y toma de allí un frasquito prolongado, cuyo tapón es un mango como de puñal, y, tiene por hoja una aguja o punzón delgado.) 

Con un golpe lo evito
435
de esta aguja emponzoñada.
El hierro es sutil, violencia
tiene el veneno terrible;
será la herida invisible.
Que expiró de su dolencia, 440
a pesar de mis desvelos,
diré. Calle la piedad:
sangre mi seguridad,
sangre me piden mis celos.
 

(Vase por la puerta que abrió.)

 


Escena VII

 

ZEANGIR. SOLDADOS MOROS. UN VERDUGO. UN BARQUERO.

 
 

Salen por la puerta de la izquierda.

 
ZEANGIR

 (A los SOLDADOS.) 

Esa pérfida belleza 445
conducid a una prisión.

 (Al VERDUGO.) 

Corta a Merván la cabeza.
y cuélgala de un balcón.

  (Al BARQUERO.)  

Tú esta noche has de llevar
un féretro a sumergir, 450
y aunque en él oigas gemir,
lo arrojarás a la mar.



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