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ArribaActo V

 

Habitación destinada a ISABEL en casa de DON RODRIGO. Una gran ventana sin reja en el fondo que da vista a un jardín alumbrado por la luna. Luces en la escena.

 

Escena I

 

MARGARITA. ISABEL.

 

ISABEL.-  No me digáis nada; dejadme sosegar este momento en que se ha ausentado mi esposo. Porque ya es mi esposo, ¿no es verdad, madre? Sí, me han dicho en la iglesia no sé qué cosas, me han hecho pronunciar no sé qué palabras; y con esto, ya no soy mía; ya soy de otro; y yo debo ser otra también. ¿No es esto lo que queríais decirme? Ya veis que no es necesario: yo lo sé como vos.

MARGARITA.-  No, no es eso lo que quiero decirte: quiero mostrarte mi arrepentimiento; quiero que conozcas lo que padece tu madre. ¿Cómo me atrevo a llamarme madre? Soy un verdugo que te ha sacrificado sin piedad. ¡Hija adorada! Créeme; un espíritu maligno me ha cegado. Él era el que me susurraba al oído en voz temerosa las palabras: «vergüenza, deshonor, castigo». Él me presentaba sin cesar a los ojos el espectáculo de la ira, del dolor de un esposo; él me restituye la razón para que vea toda la extensión de tus males, ahora que es imposible su remedio.

ISABEL.-  Y bien, si no tienen remedio, ¿a qué recordarlos? Decís que padecéis; lo creo, yo también padezco. Decís que me habéis sacrificado; os engañáis, yo soy quien se sacrifica. Decís que os arrepentís; yo alguna vez también me arrepiento, pero por fortuna ya es tarde.

MARGARITA.-  ¡Ojalá pudiese aún aceptar todo el cúmulo de ignominia que me amenazaba, para dejarte libre en tu elección!

ISABEL.-  ¡Todos me han querido dejar libre, y todos me han presentado cadenas! Pero vos, madre... ¿qué más podíais hacer? Gracias, madre mía. Vos sí que os sacrificabais por mí. ¡Oh! no os aflijáis: no atendáis a mis palabras, porque nada expresan sino la confusión y el aturdimiento: desde esta mañana no sé qué es de mí. Cuando he venido a esta sala, era para buscar una persona, para saber una nueva: ya no sé a quién buscaba, ni qué quería saber. En tal estado, ¿qué puedo hacer sino delirar? Más vale que delire a solas; así no os atormentaré. ¡Ah! Yo creo que buscaba a don Rodrigo para pedirle que mañana me llevase a la Corte, a Castilla, muy lejos.

MARGARITA.-  Entró un paje a decirle que le buscaba un caballero: le estará hablando.

ISABEL.-  ¡Ya me acuerdo! ¿Ha llegado, madre mía?

MARGARITA.-  ¿Quién?

ISABEL.-  ¿Quién puede ser? ¿No le he nombrado? Marsilla.

MARGARITA.-  Sí, ya ha venido.

ISABEL.-  Por esto quería yo huir de Teruel, por no verle. Ésta es la noticia que yo esperaba. ¡Cuánto me alegraría de verle! Pero, ¿verdad que no debo, madre mía?

MARGARITA.-  No, no le veas, no le oigas, no te oigas a ti misma.

ISABEL.-  Sí, aquí siento  (Indicando el corazón.)  una voz que me dice: «Él te ama, ámale»; pero aquí  (Señalando la frente.)  me grita otra: «Él puede amarte: tú no le debes amar». ¿Le habéis visto vos? ¿Cómo viene? ¡Mal desasido aún de los brazos de la muerte, hacer un viaje tan precipitado! ¿Si estará muy triste? Y aunque no lo estuviera... no le digáis cuál me hallo yo.

MARGARITA.-  Aún no le he visto, pero quiero verle: me importa consolarle, aconsejarle...

ISABEL.-  ¡Oh! Sí, vedle madre mía, vedle cuanto antes: hacedle que os cuente sus aventuras, y con eso... Pero no, vos no debéis contármelas a mí. Mirad, yo quisiera que le dijeseis, no que amo a su rival, porque no lo creería; no que le he olvidado a él, porque le costaría caro el creerlo: le podríais decir que mi pasión se ha debilitado... Esto es falso, pero no importa. Que he dado voluntariamente la mano a don Rodrigo; esto es verdad, bien lo sabéis. Que respete mi estado, que no procure verme, que no me siga...

MARGARITA.-  Que se esfuerce a olvidarte.

ISABEL.-  No, yo no quiero que me olvide. ¿Por qué ha de olvidarme? ¿Le he de olvidar yo a él por ventura?

MARGARITA.-  Sí, hija mía, sí le olvidarás. Dios, que tiene en la mano los corazones, premiará vuestra virtud con la tranquilidad del espíritu. Dios se rendirá a mis ruegos, y todas las angustias de vuestras almas las trasladará a mi pecho; a mí me servirán de justificación, y vosotros gozaréis aquella paz a que sois tan acreedores. No lo dudes, hija mía; no digas que lo dudas, si quieres que viva. A Dios, Isabel; te dejo sola como deseas, pero con sentimiento: jamás me ha sido tu presencia tan necesaria. Delante de ti mis remordimientos enmudecen, porque tu virtud los refrena; lejos de ti nada hay que se oponga a su dominio. Hija mía, a Dios.

 

(Vase.)

 


Escena II

 

ISABEL.

 
ISABEL
Sí, madre, confía,
verás cómo cesa
bien pronto en mi pecho
la brava tormenta:
no pueden sus olas 5
entrar en la huesa.
Por eso esta mano
mi vida respeta:
ningún moribundo
su fin acelera. 10
Pues si esta esperanza
faltase a mi pena,
si el hórrido cuadro
que pinta la idea
mi suerte futura 15
creyese que encierra,
¿quién a mi despecho
límite pusiera?
¡Vivir con el hombre
que ser hoy me veda 20
la más venturosa
de toda la tierra!
¡Oh! No es tan escasa
en Dios la clemencia.
¿No es cierto, Dios mío, 25
que ya satisfecha
con tantos afanes
tu justicia queda?
¿Que, ya fenecido
el tiempo de prueba 30
que a mí y a Marsilla
prescrito nos fuera,
nos luce la aurora
de la recompensa?
Sí, desde ese trono 35
donde tu grandeza
sobre serafines
las plantas asienta,
benévolo miras
las lágrimas nuestras, 40
y el ángel de muerte
que rompa le ordenas
el arca de barro
que al alma encarcela.
Tú el seno divino 45
que amor sólo alberga
piadoso nos abres,
en él nos estrechas,
coronas de triunfo
nos ciñe tu diestra, 50
y amarnos, y amarnos
por siempre nos dejas.
Sí, yo lo conozco
mi hora se acerca;
por desenlazarse 55
mis miembros pelean.
No puedo tenerme,
se rinden mis fuerzas;
ya nada distingo
de cuanto me cerca. 60

 (Recuéstase en un escaño y permanece inmóvil algunos instantes.) 



Escena III

 

MARSILLA, que entra por la ventana. ISABEL.

 
MARSILLA
Desconozco el lugar. ¿Dónde me encuentro?
¿Podrá ser ésta de Isabel la estancia?
Nada hay en ella de Isabel. ¡Qué miro!
Una mujer... qué plácida descansa.
No turbemos...
ISABEL

 (Abriendo los ojos.) 

¡Ay Dios! ¡Un hombre! ¡Cielos!
65
¿No es él? ¡Él es! Si vienen, si le hallaran...
¿Tendré valor de huir?
MARSILLA
Mi pecho dice
que Isabel está aquí.

 (Vuelve a mirar a ISABEL, la conoce, y se acerca a ella con los brazos abiertos: Isabel se desvía.) 

¡Prenda adorada!
ISABEL
¡Marsilla!
MARSILLA
¡Dulce bien!
ISABEL
Detente. ¿Cómo
te atreves a poner aquí la planta? 70
Si te han visto llegar... ¿A qué has venido?
MARSILLA
Por Dios... que lo olvidé. Pero ¿no basta
para que vuelva a su Isabel Marsilla
el deseo del goce de mirarla?
¡Oh, qué hermosa a mis ojos te presentas! 75
Nunca te vi tan bella, tan galana...
y un pesar, sin embargo, indefinible
me inspiran esas joyas, esas galas.
Arrójalas, mi bien; toca modesta,
cándida flor en mi jardín criada, 80
vuelvan a ser tu angelical adorno:
mi amor se asusta de riqueza tanta.
ISABEL

  (Aparte.) 

Su razón adolece del delirio
que primero en la mía dominaba.
MARSILLA
Ya mi susto cesó: veo en tu mano 85
la señal de tu fe. Tú me esperabas,
y deslumbrar mis ojos pretendiste.
Este anillo es la joya que me agrada.

 (Tómale una mano para besársela.)  

¡No es el mío! ¡Qué horror! Sierpe se vuelve,
y a devorarme viene las entrañas, 90
ISABEL
¿No conoces qué indica este atavío
que no puedes mirar sin repugnancia?
Nuestra separación...
MARSILLA
¡Poder del cielo!
Sí. ¡Funesta verdad!
ISABEL
¡Estoy casada!
MARSILLA
¿Cómo pudiste enajenar tu mano? 95
ISABEL
¡Don Diego!
MARSILLA
Pero, ¿cómo la negaras?
El temor... la violencia... sin saberlo
formó el labio la fatal palabra.
¿No es verdad, Isabel?
ISABEL
El cielo sabe,
y como él sabes tú, si yo te amaba. 100
Y con todo, Marsilla... ¿lo creyeras?,
al altar he llegado voluntaria.
MARSILLA
¿Es Isabel a quien escucho? ¿Sabes
que te acusas de pérfida, de falsa?
ISABEL
¡Yo pérfida! ¡Gran Dios!
MARSILLA
No, no lo creo.
105
No movió la cruel desconfianza
mi labio, fue el dolor, es la sorpresa...
Dime... dime tan sólo que me amas.
ISABEL
Mi deber...
MARSILLA
Es amarme.
ISABEL
Tengo esposo.
MARSILLA
Tus bodas a la ley y a Dios ultrajan. 110
Mía es tu mano, me la dio el cariño,
y de un usurpador vengo a cobrarla.
ISABEL
¿No miras dónde estás? Estas paredes
enemigas te son.
MARSILLA
No temas nada
ni por mí, ni por ti; no estoy yo solo, 115
mi valor y mi acero me acompañan.
Isabel, si cediste a la violencia,
dilo, si con halagos engañada,
si fuiste por el brillo seducida
de las riquezas, dímelo: sé franca, 120
yo indulgente seré. Si ya en tu pecho
la fe que un día me tuviste falta,
decláralo también; amor u olvido
de ti reclamo. De mi vida fallas
o de mi muerte: di, que muerte o vida, 125
como venga de ti, me será grata.
ISABEL
¿Qué podré yo decir? Dios lo ha querido.
El término expiró; fueme anunciada
tu muerte; yo creída...
MARSILLA
¿Y tus promesas?
Cuando resuelta la partida aciaga 130
de ti me despedí, ¿qué me dijiste?
«Parte, que tu Isabel fina te aguarda.
O mi mano mis padres te conceden,
o me consagro a Dios.»
ISABEL
Si penetrara
mi corazón tu vista... si supieras, 135
no de este enlace la secreta causa,
¡no!, lo que me ha costado de suspiros
rendir el cuello a la coyunda sacra,
lágrimas de piedad en vez de quejas
te debiera mi suerte desgraciada. 140
¡Qué! La Isabel a quien llamaste tuya,
¿no pudo merecerte que pensaras
que cuando a Azagra abandonó su mano,
para siempre de ti la separaban
obstáculos inmensos y terribles 145
que superar no pudo fuerza humana?
MARSILLA
¡Obstáculos! ¡Secretos! ¿Cuáles? Dilo.
ISABEL
Jamás.
MARSILLA
¿Así te justificas? Habla.
ISABEL
Imposible, imposible.
MARSILLA
¿Desde cuándo
tuvo en tu pecho la reserva entrada 150
para tu amante?
ISABEL

 (Aparte.) 

¡Oh madre!
MARSILLA
¿No respondes?
ISABEL
Respeta los secretos de una dama...
Suponte de mi muerte persuadido
en un rincón del África o del Asia,
supón que allí una voz, voz revestida 155
de la más fuerte y seductora magia,
voz cuyo acento penetrante esfuerzan,
en la más favorable circunstancia,
naturaleza, gratitud, y todo
cuanto puede hallar eco en tus entrañas, 160
a tus oídos suplicante llega,
y un sacrificio enorme te demanda,
sacrificio de vida para alguno,
de muerte para ti que la anhelaras...
di, ¿no te hubieras como yo casado? 165
MARSILLA
Jamás; nada respeta quien bien ama.
Todo el amante fiel lo sacrifica
en el altar del numen que idolatra.
¿Piensas que en esta ausencia no ha sufrido
mi fino corazón recias batallas? 170
¿No viste a esa mujer que de mi muerte
te dio la nueva, por desdicha falsa?
Esa mujer me amó: yo el sacro nudo
que la unía al rey árabe ignoraba;
ella mi ley y la fortuna mía 175
se prestaba a seguir; ya desdeñada,
con hórrido suplicio rencorosa
me amenazó: ni halago, ni amenazas,
ni el grito que en mi cuerpo falleciente
naturaleza con espanto alzaba, 180
que vacilase conseguir pudieron
el tesón varonil de mi constancia.
Tuyo viviendo, tuyo en el sepulcro
me quise conservar. En vano tratas
de asemejarme a ti: veo con pena, 185
¡pena cruel que me destroza el alma!,
que creyendo tu pecho igual al mío,
mi cariño leal se equivocaba.
ISABEL
Pues bien, Marsilla... ¿para qué negarlo?
Preciso es confesar que soy culpada. 190
Nada a tus ojos excusarme puede.
Todo me acusa y en mi daño clama.
Perdón, Marsilla; si capaz he sido
de faltar a la fe que te jurara,
tú, que nunca cesaste de quererme, 195
tú me perdonarás. Arrodillada,
deshecha en llanto, tu Isabel te pide
perdón, piedad. Merézcate esta gracia...
porque la miras por la vez postrera.
Lleve yo a la presencia soberana 200
del sumo Juez, que al tribunal eterno
ya con tremenda voz llegar me manda,
este favor de ti. Sin perdonarme,
por Dios, Marsilla, que de aquí no salgas.
MARSILLA
¡Tú a mis pies! ¡Tú culpable te confiesas, 205
Isabel! Mas ¿qué importa? Tú me engañas.
Lo que tu acción, lo que tu labio dice
lo desmiente ese llanto que derramas.
No es ese llanto de arrepentimiento,
no, que es de amor, de amor puro, sin tacha, 210
fiel como el mío, sí. Luz de mis ojos,
cesa ya de llorar, cesa, levanta.
Dame la vida en una voz.
ISABEL
¿Prometes
una orden mía obedecer?
MARSILLA
¡Ingrata!
¿Cuándo me rebelé contra tu gusto? 215
¿Mi voluntad no es tuya? Dispón, habla.
ISABEL
Júralo.
MARSILLA
Sí.
ISABEL
Pues bien: yo te amo. Vete.
MARSILLA
¡Cruel! ¿Temiste que ventura tanta
me matase a tus pies, si tu dulzura
con la hiel del dolor no iba mezclada? 220
¿Cómo esas dos ideas enemigas
de amor y de destierro hiciste hermanas?
ISABEL
Ya lo ves, no soy mía; soy de un hombre
que me hace de su honor depositaria.
Deslindar sus derechos es en vano: 225
yo debo serle fiel, Dios me lo manda.
Marsilla, virtuosos hemos sido
hasta aquí; la pasión que nos inflama
es una virtud más: ¿por qué pretendes
en la última prueba profanarla? 230
Si añadir que te adoro es necesario,
que en mi pecho tu imagen estampada
siempre conservaré, yo lo repito,
yo lo juro; mas huye sin tardanza.
Libértame de ti, sé generoso, 235
libértame de mí.
MARSILLA
No sigas, basta.
¿Tú la ausencia me intimas? Es la muerte.
¿Cómo puedo vivir sin esperanza?
Yo proteger tu vida pretendía,
pero tus padres suplirán mi falta. 240
No temas, no, que de mi fin te acuse.
Contento muero porque tú lo mandas.
Permite en recompensa que te estrechen
mis brazos una vez, y que su estampa
deje en tu frente cándida mi labio. 245
ISABEL
No es posible, Marsilla: soy casada.
MARSILLA
Es mi postrera súplica.
ISABEL
¿No tienes
piedad de una mujer enamorada?
MARSILLA
¡Oh!, tenla tú de mí. Será el abrazo
de un hermano dulcísimo a su hermana, 250
cual mi fe tierno, cual tu frente puro.
ISABEL
No te acerques.
MARSILLA
En vano me rechazas.
ISABEL
¡Dios eterno! ¡Salvadme! Deteneos,
Marsilla, o grito a don Rodrigo...
MARSILLA
Llama,
llámale, fementida; mas no creas 255
que tu voz oiga y a tu grito salga.
No lisonjeros plácemes oyendo,
su vanidad en el estrado sacia,
no; lejos de los muros de la villa
muerde la tierra que su sangre baña. 260
ISABEL
¡Qué horror! ¿Le has muerto?
MARSILLA
¡Pérfida! ¿Te afliges?
Si lo sospecho, ¿quién le libra? ¡Oh rabia!
ISABEL
¿Vive?
MARSILLA
Merced a mi clemencia loca,
vive: apenas cruzamos las espadas,
ya en su costado se clavó la mía: 265
un momento después postrado estaba
su orgullo en tierra, en mí poder su acero.
¡Oh maldita destreza de las armas!
¡Maldito el hombre que virtudes siembra
si ha de coger cosecha de desgracias! 270
No más humanidad, crímenes quiero.
A ser cruel tu crueldad me arrastra,
y en ti la he de estrenar. Al punto, ahora
vas a salir conmigo de esta casa.
ISABEL
No, no... ¡Dios mío! ¡Quítame la vida! 275
MARSILLA
Me seguirás.
ISABEL
¡Desventurado...!
MARSILLA
Calla.
Ya nada escucho.
ISABEL
¿Has de atreverte...?
MARSILLA
A todo.
Si es ya preciso. ¿Sabes que se trata
de tu vida, infeliz? ¿Sabes qué dijo
el cobarde que lloras desolada 280
al caer en la lid? «Tuyo es el triunfo,
pero medios me quedan de venganza.»
ISABEL
¿Qué dijo? ¿Qué?

 (Aterrada.) 

MARSILLA
«Me vengaré en don Pedro,
en Margarita, en Isabel; un arma
a los tres herirá.»
ISABEL
¡Santos del cielo!
285
Corramos, estorbemos... -¿Dónde se halla?
Dilo.
MARSILLA
Esposa leal, deja el cuidado:
ya a tu padre dispuse que avisaran,
y a su lado estará.
ISABEL

 (En la mayor desesperación.) 

¡Tú me has perdido!
La desventura sigue tus pisadas. 290
MARSILLA
Va con tu padre el juez; nada receles.
ISABEL
¡Para esto di mi mano!
MARSILLA
¡Desdichada...!
ISABEL
¿Qué es lo que hiciste?
MARSILLA
Tu traición revelas.
¡Impostora! -¡Y decía que me amaba!
ISABEL
¡Hombre de maldición! ¡Ojalá nunca 295
de Teruel las almenas avistaras!
¡Cruel! ¿Amor a reclamar te atreves
de una mujer por ti despedazada?
Ya te aborrezco.
MARSILLA
¡Oh Dios! ¡Ella lo dice!

 (Cae en un escaño como herido de un rayo.) 

No puedo más.
ISABEL
¡Qué miro! Se desmaya.
300
Perdóname un momento de despecho...
MARSILLA
Isabel me aborrece... ¡Me engañaba!
Aquí siento... ¡qué angustia! Yo la adoro...
y ella me aborrecía... ella me mata.

 (Muere.) 

ISABEL
¡Madre mía! ¡Favor! Marsilla... ¡Cielos! 305
Parado el corazón, la frente helada...


Escena IV

 

Dichos. MARGARITA. Después DON PEDRO, seguido de algunos caballeros, damas y criados.

 
MARGARITA
¡Qué es esto! ¿Por qué gritas, hija mía?
ISABEL
Socorredle, salvádmele.
MARGARITA
¡Qué veo!
¿Se halla herido también? Cuando disipa
por fin Azagra mi inquietud, encuentro... 310
 

(Salen DON PEDRO, damas, caballeros y criados.)

 
PEDRO
¡Marsilla!
ISABEL

 (A su padre.) 

Sí, no me culpéis.

 (A su madre.) 

Su vida...
MARGARITA

  (Después de haber tentado las manos de MARSILLA.)  

¡Huye de aquí, infeliz!
ISABEL
¿Con que ya es muerto?
TODOS
. ¡Muerto!
ISABEL
Yo le maté: quise alejarle...
que le odiaba le dije... El sentimiento,
el espanto... ¡Y mentí!
PEDRO
Ven, hija mía.
315
ISABEL
Pero también de mí se apiada el cielo.
Ya de la eternidad me abre la puerta,
y de mis ojos huye el mundo entero,
y una tumba diviso solamente
con un cadáver, y a su lado un hueco. 320
¡Marsilla...! Yo te amé, siempre te amaba...
Tú me lloraste ajena, tuya muero.
 

(Arrójase sobre el cuerpo de DON DIEGO, y expira quedando de rodillas abrazada con él.)

 





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