Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.
Indice


ArribaAbajo

Los autores italianos en la biblioteca de Cervantes


Daniel Eisenberg





Antes de discutir los libros de autores italianos que podían haberse encontrado en la biblioteca personal de Miguel de Cervantes, paso previo es el demostrar que dicho Miguel poseyera una biblioteca. Las anteriores discusiones de la cultura literaria de Cervantes suponen que leía libros que le prestaron sus amigos o su librero Francisco de Robles, o que tenía acceso a las bibliotecas de uno o varios de sus amigos o mecenas.

Tras esta suposición está la supuesta pobreza de Cervantes. Igual que muchos autores, exageraba sus dificultades económicas cuando se dirigía a un mecenas, cuando, por ejemplo, en la dedicatoria al Conde de Lemos de la segunda parte de Don Quijote, se describe como «muy sin dineros». En un trabajo previo («¿Tenía Cervantes una biblioteca?») he repasado todos los documentos que se refieren al empleo o situación económica de Cervantes. Aunque no era rico, y no gozó de la posición en la sociedad que quisiera y sobradamente mereciera, con todo eso disponía, sin ninguna duda, de los recursos para una vida de clase media. Como comisario y recaudador de impuestos, ganaba de 10 a 12 reales diarios, cuando por un real se podía comer, ir al teatro o pagar los servicios de un notario. Durante los años posteriores, en Madrid y Valladolid, trabajaba en algo, aunque nos falten los datos -creo que en la banca, pero es tema para otra comunicación en otra ocasión.

Los precios de libros estaban controlados. Las Flores de poetas ilustres de Pedro Espinosa, por ejemplo, costaba 4 reales y medio, y es un libro bastante grande. Dado que Cervantes era un bibliófilo, es decir «un amante de los libros» -que no creo que nadie haya puesto en tela de juicio- si disponía del dinero para adquirir libros, los hubiera comprado. Consta, en efecto, que en una subasta adquiriera una Historia de Santo Domingo1 y cuatro «libritos dorados, de letra francesa», imposibles de identificar. El hacer compras en subastas sugiere, entonces igual que ahora, se trata de un coleccionista de libros.

Además, los autores recibieron ejemplares para regalar, unos 10 ó 20, y Cervantes era amigo de muchos de los autores contemporáneos. Sólo con ejemplares de los libros para los cuales contribuyó un poema preliminar se llenaría un estante. Estos poemas no han sido investigados como merecen: ¿por qué, por ejemplo, escribió Cervantes un soneto para un libro de urología, el Tratado nuevamente impreso de todas las enfermedades de los riñones, vejiga y carnosidades de la verga y urina del médico Francisco Díaz (Madrid, 1588)? ¿De qué condición urológica habría sufrido Cervantes?

Acepto, entonces, la existencia de una nutrida biblioteca cervantina, igual que poseían varios de sus personajes. Su contenido no podemos conocer con precisión. Sin embargo, tenemos una idea fidedigna cuando revisamos los libros y autores que Cervantes menciona a través de todas sus obras. Dos textos suyos, el Viaje del Parnaso y el «Canto de Calíope», en La Galatea, son repasos bibliográficos. Una tal revisión de los autores y libros que menciona, que he llevado a cabo («La biblioteca de Cervantes»), al menos indica aquellos de que Cervantes tenía conocimiento. Vemos, entre otras cosas, que no suele conocer libros publicados antes de 1580 -con una sola y notable excepción, los libros de caballerías castellanos. Las fechas recientes para la gran mayoría de los libros que menciona apoya, otra vez, la tesis de que había comprado estos libros, los cuales figuraban en su propia biblioteca.

Cervantes no demuestra conocer ningún autor clásico que no existiera en traducción. Menciona a Apuleyo, pero no tiene noticia del Satiricón. Ha leído a Heliodoro, pero no sabe quién es Hesiodo. La única lengua extranjera que sabe leer, aun imperfectamente, según se concluye del censo de obras mencionadas o citadas, es el italiano. «Con dos onzas que sepáis de la lengua toscana», le dice el amigo del prólogo a Don Quijote, I, «toparéis con León Hebreo, que os hincha las medidas»2.

El italiano, entonces, era para Cervantes una puerta, una salida, una vía de contacto con ideas y textos poco conocidos o incluso prohibidos en España. No por ello podemos suponer que conociera todo lo publicado en italiano. Quisiera hacer constar que me parece muy dudoso un conocimiento directo del Elogio de la estulticia (Moriae Encomion) de Erasmo, que gozó de una sola edición en italiano y ninguna en castellano. Hay otras fuentes mucho más probables para su conocimiento de las ideas del pensador holandés3.

Los libros me parecen una vía más segura para conocer la influencia de los autores italianos en Cervantes que su breve temporada en Italia a los veinte años -un tipo de junior year abroad- y las estancias posteriores en instalaciones militares. También, los libros italianos que poseía, o que leía, no fueron compras que remontaron a aquellos nebulosos años. Un libro adquirido entonces, lo hubiera tenido que llevar en la Marina hasta Lepanto, consigo en el cautiverio de Argel, y de vueltas a España. No me parece posible.

Y ya que hemos mentado la experiencia central de su vida, los cinco años argelinos, las corrientes intelectuales que le habrían llegado en aquel hervidero étnico y religioso están sin examinarse. Allí se podía leer lo que uno quisiera; se podía discutir cualquier tema. El único peligro era que un compatriota de rescate denunciara, en España, lo que uno había dicho. Sin duda circulaban libros europeos entre los presos letrados y algunos de los renegados. (Tenemos noticia de la representación de una comedia en el baño.) Cervantes era amigo de un italiano durante sus años en el cautiverio: Antonio Veneziano, una figura mucho mejor conocida que el Cardenal Acquaviva de su visita a Italia4.

¿Qué autores italianos, entonces, menciona Cervantes? Dejo de lado todo un campo: las obras castellanas en prosa derivadas de poemas o romanzi italianos. Son obras que conocemos en castellano como Morgante, el Espejo de caballerías, Guarino Mezquino y La Trapesonda. Aunque de origen italiano, no siempre se identifican como traducciones y a veces están muy retocadas o combinadas con material escrito de nuevo para el mercado ibérico. En todo caso, si tienen una importancia para Cervantes, nadie la ha comentado todavía.

¿Obras literarias que menciona Cervantes? El Orlando furioso, desde luego. La Arcadia de Sannazaro, mencionada la obra en Don Quijote II, 74 y el autor en el Capítulo Tercero del Viaje del Parnaso5, y el Orlando enamorado «del famoso Mateo Boyardo», como está descrito en el primer capítulo de Don Quijote.

Hay tres obras que Cervantes menciona a través de un elogio de la traducción, sin comentar directamente la obra misma. La primera es La Aminta de Tasso, traducida por Juan de Jáuregui, poeta, pintor y retratista de Cervantes. La segunda es la traducción de Suárez de Figueroa de El pastor Fido de Baptista Guarini; estas dos traducciones las menciona Don Quijote durante la visita a la imprenta barcelonesa6. Por último, hay la traducción de Enrique Garcés de los Sonetos y canciones de Petrarca, elogiada en el «Canto de Calíope» y publicada con soneto preliminar de su buen amigo Pedro de Padilla.

Éstas son las obras y autores italianos que Cervantes menciona. Evidentemente conocía también a libros que no menciona: un ejemplo palmario, la Filosofía antigua poética de Alonso López Pinciano. Cuando Cervantes dice de sí mismo «soy el primero que he novelado en lengua castellana» (Prólogo, Novelas ejemplares), conlleva el conocimiento de que se había «novelado» en otra lengua. Considerando los lugares y fechas de publicación, la referencia en el mismo prólogo a novelas traducidas y los comentarios que estudiosos de las fuentes de Cervantes han hecho, he incluido en mi reconstrucción de la biblioteca de Cervantes las Historias trágicas ejemplares de Bandello (Madrid, 1596) y la Primera parte de las cien novelas de Giraldo Cinthio (Toledo, 1590). Creo probable también que Cervantes hubiera tenido un ejemplar del Libro llamado el cortesano de Castiglione, traducido por Boscán y con carta preliminar de su querido Garcilaso (Salamanca, 1581). Dispondría además de dos obras traducidas por buenos amigos suyos: la Jerusalén libertada de Tasso, traducido por Cristóbal de Mesa (Madrid, 1587), y la Monarquía de Cristo de Juan Antonio Pantera, traducido por Pedro de Padilla (Valladolid, 1590).

Éstas son obras traducidas al castellano. ¿Qué hay de libros en italiano? Un libro en su lengua original es siempre preferible -suponiendo que se puede entender en esta lengua- a una traducción. Es ver el tapiz y no el revés del tapiz. También, uno nunca sabe, sin confrontar los dos textos, si la traducción presenta entera y correctamente el escrito del autor. La primera traducción al inglés de Mi lucha de Hitler, por ejemplo, apareció en versión expurgada, que no permitía el cabal entendimiento de lo que Hitler significaba.

Cervantes menciona cuatro obras con alusión al texto original en italiano. Uno es el Orlando furioso de Ariosto, ya citado. El segundo es los Dialogi de amore de León Hebreo, y éstos son los dos autores, Ariosto y León Hebreo, que supongo que Cervantes poseería tanto en italiano como en castellano. El tercero, las Lagrime di San Pietro de Luigi Tansillo, de que aparece una octava traducida en Don Quijote I, 33. Por último, el Viaggio in Parnaso del «quidam Caporal italiano», como lo llama al principio del Viaje del Parnaso.

El panorama que se deduce de este examen, la visión que Cervantes tendría de la cultura italiana, es un poco diferente de la que se suele pensar. No hay en ninguna parte, en sus obras, ni una línea que elogie la cultura italiana en su conjunto. Cervantes no fue ningún italianista; al contrario, como he dicho en otras ocasiones, era un patriota literario, defensor de las glorias y autores nacionales. No sabemos por qué le atraían los poemas de Tansillo, Caporali e incluso Ariosto. En el caso de éste, dado el término «cristiano poeta» que Cervantes le aplica, hay ocasión para un reexamen, en el contexto del pensamiento histórico cervantino, del conflicto entre moros y cristianos en el poema italiano.

Pero, para acabar este repaso de los libros italianos en mi reconstruida biblioteca de Cervantes, hay un artículo de Geoffrey Stagg que para mí ha sido revelador, una luz encendida en la oscuridad. Es un artículo poco conocido, en inglés, aunque en la revista italiana Filologia Romanza, y con un título desgraciado que lo ha perjudicado: «El plagio en La Galatea». El concepto de «plagio» aquí no es aplicable. Pero lo que ha encontrado Stagg, no sé por qué feliz suerte o estudio, son extensas citas de dos obras en prosa italianas: Gli asolani («los habitantes de Asola») de Pietro Bembo, y el Libro de nature d'amore, de Mario Equicola. El libro de Equicola no ha sido nunca traducido al español, ni entonces ni ahora. En cuanto al de Bembo, Stagg ha demostrado que manejaba el texto italiano, y al parecer ignoraba la traducción publicada en Salamanca en 1551. Cervantes, por consiguiente, entonces sí podía leer el italiano. Aquí está demostrado -y la prosa de Bembo no es nada fácil.

Los libros de Bembo y Equicola tratan el mismo tema: el amor, en qué consiste, y si sus efectos son benéficos. Añadidos al de León Hebreo, cuyo original está perdido y que Cervantes y nosotros conocemos a través de la antigua traducción italiana, otra vez le vemos a Cervantes haciendo pesquisa7. Es una imagen diferente de la pesquisa, que hoy día suponemos que implica la lectura de artículos de revista, el uso de bancos de datos y el de obras de consulta. Pero en el siglo dieciséis, cuando no hubo revistas ni bancos de datos ni obras de consulta, al menos en castellano, buscarse libros -identificar libros- y leer dichos libros, constituye pesquisa.

Y tenemos, entonces, otro dato para refinar nuestra visión. Nosotros, profesores de lengua y literatura, solemos ver el italiano como lengua que da acceso a una riquísima literatura. Para Cervantes, en cambio, el italiano es una lengua científica, a través de la cual se puede investigar y aprender. Cervantes fue un investigador. Ya sabíamos que investigaba la caballería histórica, estudiando, por ejemplo, cómo aparecía en las crónicas castellanas. Investigaba el tema de la teoría literaria, aunque a base de teóricos castellanos, López Pinciano, Miguel Sánchez de Lima, y Cristóbal de Mesa. Los paralelos propuestos por Forcione con los Discorsi de Tasso no resisten la confrontación de los textos8. Pero sí se aprovecha de los italianos que escribieron sobre el amor. ¿Sobre qué otros temas pudiera haber acudido a escritores italianos, que no sospechamos porque no menciona sus nombres?

Y sobre el amor, ¿cómo llegó Cervantes a saber que Bembo y Equicola habían publicado libros sobre el tema? ¿A través de quién o quiénes consiguió ejemplares de ellos, en una época en que la importación de libros, en escala comercial, no existía? Me parece plausible que fuera a través del Inca Garcilaso, Gómez Suárez de Figueroa, el traductor de León Hebreo. El Inca Garcilaso sí era un italianista, y se interesaba en cuestiones amorosas. Coincidieron los dos en Montilla. Cervantes tiene que haberle conocido, y fácilmente hubieran pasado muchas horas juntos, hablando de todo lo divino y humano.






Obras citadas

Astrana Marín, Luis. Vida ejemplar y heroica de Miguel de Cervantes Saavedra. Madrid: Reus, 1948-58.

Cervantes Saavedra, Miguel de. Viaje del Parnaso. Ed. Rudolph Schevill y Adolfo Bonilla y San Martín. Madrid: [los editores], 1922.

Eisenberg, Daniel. «La biblioteca de Cervantes», en Studia in Honorem prof. Martín de Riquer, II (Barcelona: Quaderns Crema, 1987), pp. 271-328.

_____. «Cervantes y Tasso vueltos a examinar», traducido por Elvira de Riquer, en Daniel Eisenberg, Estudios cervantinos (Barcelona: Quaderns Crema, 1991), pp. 37-56. Versión retocada de «Cervantes and Tasso Reexamined», Kentucky Romance Quarterly, 31 (1984), 305-317.

_____. «¿Tenía Cervantes una biblioteca?», traducido por Elvira de Riquer, en Daniel Eisenberg, Estudios cervantinos (Barcelona: Quaderns Crema, 1991), pp. 11-36. Versión retocada de «Did Cervantes Have a Library?», publicado en Hispanic Studies in Honor of Alan D. Deyermond. A North American Tribute, ed. John S. Miletich (Madison, Wisconsin, EE. UU.: Hispanic Seminary of Medieval Studies, 1986), pp. 93-106.

_____. La interpretación cervantina del «Quijote». Traducción de Isabel Verdaguer. Madrid: Compañía Literaria, 1995. Versión retocada del libro A Study of «Don Quixote», Newark, Delaware: Juan de la Cuesta, 1987.

_____. «Repaso crítico de las atribuciones cervantinas», en Daniel Eisenberg, Estudios cervantinos (Barcelona: Quaderns Crema, 1991), pp. 83-103. Versión retocada de la publicada en Nueva Revista de Filología Hispánica, 38 (1990), 477-492.

Stagg, Geoffrey. «Plagiarism in La Galatea». Filologia Romanza, 6 (1959), 255-276.



  Arriba
Indice