Capítulo III
El vizconde del Juncal explora el terreno.
-Mucho siento, señor vizconde, el que no os sea posible hablar en este momento con el señor ministro vuestro tío.
-�Pues y eso, señor Gil Pérez? -preguntó altamente sorprendido el vizconde del Juncal, pues él era el que hablaba con el secretario.
-El señor conde está en este momento tratando graves asuntos de Estado, y ha prohibido en absoluto el que nadie entre a molestarle.
-�Podrá alcanzarme también a mí esa orden?
-Sé lo que el señor marqués os estima, conozco la satisfacción que le produce el veros, pero me hallo en el caso de aseguraros que a vivir su padre, tampoco le recibiera el ministro en su despacho en este momento.
-En ese caso no habrá mas remedio que esperar a mañana, a menos que acontezca lo mismo que hoy.
-Eso no es fácil.
-Creed que lo siento; pero ya que no puedo pasar por otro camino, esperaré.
-Si fuera cosa que yo pudiese hacer, lo haría con gusto.
-Él exclusivamente es el que puede servirme en lo que necesito alcanzar.
-Dadlo por hecho.
-�Quién sabe!
-Siendo cosa vuestra, con seguridad.
El vizconde se propuso, sin dar a conocer el motivo que allí le conducía, averiguar en qué estado se hallaba la causa de don Luis.
-A lo que parece, vos en este momento no tenéis gran cosa que hacer, señor secretario.
-Así es la verdad y quizá haya de estarme un par de horas con los brazos cruzados.
-Váyase por cuando no os dejarán parar un momento.
-Así es la verdad, señor vizconde.
-Vaya, pues no viene mal de cuando en cuando un poco de descanso.
-Según y conforme.
-Pues �cómo así?
-Hay momentos en que el trabajo distrae y el descanso aburre.
-Lo comprendo, pero hay que convenir en que hay ciertos trabajos que han de seros harto penosos.
-No digo lo contrario.
-Por ejemplo �no habría de seros además de pesado triste, el tener que trabajar contra un amigo?
-Figuraos, señor vizconde, que me he hallado en ese caso más de una vez, y calculad lo que habré sufrido al tener que cumplir con mi obligación en semejantes casos.
-Y en tiempo como el actual, os halláis expuesto a cada momento a sufrir contrariedades de esa especie.
-No lo quiera Dios.
-Así os lo deseo.
-Y yo os lo agradezco; hartos disgustos me proporcionan los acontecimientos últimos.
-Pues �qué ocurre? digo, si es que puede saberse.
-�Oh! No es ya ningún secreto; me refería al conde de Aranda.
-�El encarnizado enemigo de mi tío?
-Justamente; ese buen conde y los suyos no nos dan un momento de sosiego.
-Ahora recuerdo que he oído hablar algo de conspiración,.�hay algo?
-Algo se sospecha.
-Pues, o yo lo he soñado, o he oído citar hasta nombres.
-Bien pudiera ser; �se miente tanto!
-Sí; estoy seguro de haber oído citar algunos nombres, y entre ellos el de don Luis de Guevara.
Pérez palideció al oír pronunciar el nombre de don Luis, pero se repuso instantáneamente, y dijo con marcado aire de menosprecio:
-�Bah!
-�Qué significa esa exclamación?
-Don Luis es un botarate.
-Pero se asegura que está preso.
-Y en el castillo de Villaviciosa -con testó el secretario.
-Pues �qué ha hecho?
-Se dice que conspiraba.
-El demonio es el tal don Luis; �quién pudiera imaginarse que le diera por ahí? Lo que es yo lo creo porque lo veo.
-Bueno es que aprenda a ir viviendo.
El vizconde comprendió perfectamente que el secretario era un enemigo de don Luis.
-Mucho le llorarán algunas damas a quienes conozco.
-No veo que haya motivo para tanto.
-�Oh! Las mujeres son exageradas, y sólo le faltaba a ese mozo el convertirse en terrible conspirador y estar encerrado y custodiado con gran vigilancia para ser el ídolo de las bellas.
-O para caer en ridículo.
-No lo creáis, amigo.
-Convengo en que seria interesante a estar considerado como un conspirador terrible cual le habéis pintado.
-�Y no es así?
-�Cá! Nada de eso -contestó sonriendo Gil Pérez.
-�Pues no decís que está en Villaviciosa?
-Sí, pero calculad qué miedo se le tiene, cuando se le permite pasear por el castillo.
-�Bah! Entonces no será grave su causa, ni serios los temores que inspire su evasión, según lo que acabáis de manifestarme.
-Pues claro está; se le ha puesto preso por lenguaraz.
-En ese caso es sólo un correctivo.
-Por eso os decía que lo que es esta vez no ha logrado hacerse héroe de novela el simpático don Luis.
-Capaz es de sentir que no le destierren.
-Pues no creo que estaría de más el que lo hicieran.
-�Y por qué?
-Para enseñarle a vivir.
-Volvería luego con gran reputación, y entonces empeoraría en vez enmendarse.
-Eso pudiera ser fácil.
Convencido ya el vizconde de que la causa de don Luis no era grave, procuró dar por terminada la conversación; al efecto se levantó del sillón que ocupaba.
-�Os vais ya, señor vizconde? -dijo Pérez poniéndose también de pie.
-Sí, es ya algo tarde y tengo alguna visita que hacer; os ruego que cuando podáis hagáis saber a mi tío que he venido, y que mañana volveré, porque me es indispensable hablarle.
-Quedará complacido el señor vizconde.
Saludáronse ambos personajes, y el vizconde se retiró.
-El tal don Luis tiene un mal enemigo en el secretario, y creo que en esta ocasión voy a dispensarle un gran servicio librándole de las manos del señor Gil Pérez.
Esto pensando, llegó el vizconde a su casa y entró en ella resuelto a escribir a María lo que le había ocurrido, y ofreciéndola no pasar a verla sin haber obtenido el perdón deseado.