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«Los cachorros» de Vargas Llosa

Sergio Ramírez





De los ámbitos elegidos por los novelistas latinoamericanos de nuestra época, uno de los más estrictamente vivenciales es el del peruano Mario Vargas Llosa (1936), el más joven de los «escritores exiliados» y el que presenta el caudal más impresionante de premios literarios (Premio Biblioteca Breve 1962; Premio de la Crítica 1966; Premio Internacional de Literatura Rómulo Gallegos 1967; Premio Texao de Oro 1967, entre otros).

Esta condición vivencial es la que da un arraigo que es a la vez luminoso y atroz a su obra, como el de toda realidad que se toca en sus propias llagas; haciendo a un lado La casa verde (1966), que además de esta condición suma otras muchas que la convierten en un complejo narrativo de excelencia -andan por allí los caballeros combatiendo dragones por sus damas- esa vivencia de la que Vargas Llosa es su testigo presencial y su cronista, está en dos libros: La ciudad y los perros (1962) y Los cachorros (1967). La ciudad y los perros fue escrita cuando el autor tenía 27 años y de esta forma le tocó tratar con imágenes que le eran casi contemporáneas: el internado en un colegio militar, la adolescencia, una ciudad de Lima obscena, la brutal disciplina castrense, todo en un lenguaje que irritó a unos y deslumbró a otros, en el que operaba un trasplante vivo de las experiencias juveniles de cualquier tipo que fueran, al contexto del libro, sin hacer una sola concesión en beneficio de la «decencia». El impacto fue de tal naturaleza, que el libro fue quemado en un acto celebrado en el patio principal del colegio «Leoncio Prado».

Esta propiedad de Vargas Llosa para desarrollar sus temas sin que dé la impresión de hacer concesiones o de sobreponer en espacio separado imágenes a lo real, sino de hacer correr lo literario en el mismo cauce de lo verdadero, es uno de los elementos que convierte al lector en protagonista directo de la aventura y provoca en él un aflorar inmediato de recuerdos, de vivencias, convirtiéndose lo leído en una recreación propia de lo vivido, pues claro está que todas las adolescencias tienen sus propias líneas en común y lo que hace el autor es resaltarlas, ponerlas en evidencia.

Los cachorros es un relato escrito en un lenguaje coloquial, el de un muchacho o el de un mayor recordando su adolescencia, sus amigos, las novias, el colegio, los juegos, los bailes, los paseos; el eje del lenguaje reside en un cambio de pronombres que el autor realiza casi a línea seguida, (se narra en primera persona, para protagonistas ajenos, y en seguida con un nosotros envolvente, como manejando a la vez dos cámaras y operando en un panel la selección de la imagen apropiada); el otro eje, el de la historia, es simple y brutal: un perro ataca a un muchacho mientras se ducha en los baños del colegio después de un juego de futbol y le mutila el sexo; a partir de allí, toda la angustia, toda la clemencia soterradas son posibles, en un juego de malabares múltiples que Vargas Llosa comienza a dibujar en un aire ciego y tenso, los niños crecen, comienza la adolescencia, el amor, el encuentro con la pareja predestinada y en la carne del muchacho mutilado la soledad y el desamparo comienzan a derramarse como una ponzoña.

Ésta es la historia de Pichula Cuéllar que se mata al fin un día en un accidente de automóvil, lejos ya de sus amigos, todos casados y con hijos y él un solitario, a cuyo entierro asisten los viejos camaradas en un acto que es ya de pura condescendencia social y se dicen «pobre, cuánto sufrió, qué vida tuvo», cuando todos «eran hombres hechos y derechos y ya teníamos todos mujer, carro, hijos» y ya han logrado su acomodo final, mientras queda atrás el mundo compartido de futbolitos, helados, la playa, primeras borracheras, tandas de cine.

El relato describe una trayectoria circunferencial y al fin se encuentra a sí mismo; partiendo de una exposición ágil y clara, va ensanchando su propia tensión hasta explotar, captando y capturando un ambiente, comunicando al lector un sedimento de nostalgia, y al cerrar el trazo estamos dentro, sin salida posible.

La editorial ha presentado Los cachorros aparejado con lo que podría llamarse un relato fotográfico de Xavier Miserachs, un artista absolutamente compenetrado del ambiente y de los alcances de Los cachorros, que en una serie de fotografías va ilustrando la narración paso a paso, mejor que lo que podría conseguirse con dibujos o con láminas, pues para una realidad de esta clase, la fotografía es la mejor respuesta, la más apropiada descripción paralela, en el caso de que conviniéramos que el relato necesita apoyarse en esta correspondencia de imágenes.

Los cachorros, confirma al gran escritor que hay en Mario Vargas Llosa, cronista de todo lo real y de todo lo imaginario.

Los cachorros, Mario Vargas Llosa-Xavier Miserachs, Prólogo de Carlos Barral, Editorial Lumen, Barcelona.

San José de Costa Rica, julio de 1969.





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