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Los caprichos de la moda

Margo Glantz





La moda actual define una apariencia: «la de la frescura romántica y la ligereza de la muselina y los volantes. Los elegantes folletos, lujosamente encuadernados que las mejores tiendas y las mejores marcas envían por correo o arrojan por debajo de las puertas, advierten que sus modelos están hechos para enamorar, por sus hermosas telas de colores alegres y suaves, por sus diseños, femeninos y adorables, y porque logran que la elegancia sea un encanto más en la mujer que los viste». Las jovencitas in se enamorarán de las telas y los jovencitos se enamorarán de las jovencitas enfundadas en esos colores que las vuelven ramilletes de flores, permitiendo una primavera eterna en esta región tan transparente, la más clara del mundo. Las modelos, generalmente rubias, como la Rubia Modelo, los-caballeros-las-prefieren-rubias o las azafatas rubias o las-jóvenes-rubias-que-ponen-el-tigre-en-su-motor, se engalanan y toman champagne en terrazas de castillos versallescos o colocadas lánguidamente -como el lirio- pálidamente -como el cirio- en un jardín tranquilo, verde y con los tulipanes que engalanan Amsterdam o la capital del Canadá, Ottawa, para recibir a los viajeros y conmemorar la entrada de la más corta estación que hace posible abril, el mes más cruel.

Los modelos se realizan en viscosa (nombre equívoco pero de tacto suave) en poliéster (celanese mexicana) a veces, muy pocas, en algodón, el antes despreciado género y ahora aristocrático, sus colores son el rojo, el marino, pero sobre todo el plúmbago, el cielo, el hueso, el melón, el avena, el oro, el palo de rosa, el paja. A veces el negro, entonces las modelos bailan sensuales y se toman la cabeza con las manos mostrando en la mirada la seducción de las telas y los drapeados que enamorarán a los fornidos ejecutivos salidos directamente de una novela de Corin Tellado, publicada (cada semana) en Vanidades.

Vanity presenta la moda íntima. Las jóvenes, ahora ardientes y morenas, dejan adivinar (¡o ver!) sus cuerpos velados por las gasas florecidas, por esas «prendas de sus sueños», por esa suavidad de la tela, por esa femenina transparencia. Juego bata camisón 65 por ciento poliéster 35 por ciento algodón en azul, rosa y maíz (el color más mexicano propio para chauvinistas) (aunque antes lo más patriótico hubiera sido el abanderado y democrático blanco. verde y colorado). Los baby-dolls subyugan haciendo del deshabillé la prenda más necesaria, como para Odette, cuando enamoraba a Swann antes de que los caminos de Proust se fueran a la playa. A veces, la moda cubre a las doncellas y les da apariencia (en marino y rojo) de institutrices inglesas maquilladas, degollando el cuerpo de la cara. Otras veces la mujer debe enfundarse en pijamas y las modelos vuelven a ser rubias sports, en mini mini camisón (de nuevo el mini con una adición moderna, la pañoleta amarrada en bandolera atravesando las caderas, modelos Yves Saint Laurent y Kenzo «El largo lo escoge usted, la moda la impone Vanity» -y la paga usted, incluyendo el folleto en papel couché distribuido como texto gratuito, impreso éste en papel revolución- Un largo módico puede comprarse en color manzana, para servirle, el largo cocktail (seguimos hablando de camisones) va siempre en color fresa.

Los deshabillés profundos se acompañan de cintas en el cuello, los deshabillés modestos de cintas en el brazo y las modelos coquetamente peinadas al natural endemoniadas se miran como la madrastra en el espejo, seguras de ser blancanieves sin enanos.

El prestigio de las telas y su suavidad confunde los horarios y los deshabillés se usan como salto de cama o como ropa de trabajo. Las garigoleadas prendas que lucían las mujeres «de la vida» en los burdeles exhibidos en las fotografías de Louis Malle en Pretty Baby y que permitían recibir en ropa íntima a sus comensales, se convierten, indistintamente, en ropa para todos los usos, demostrando que el strip tease se ha convertido en la regla general, definiendo una «conjuración que se preocupa menos de abolir el erotismo que de domesticarlo» como diría, sabiamente, Roland Barthes.





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