Escena I
|
|
MISIA
EMILIA, ADELA (tomando té), después LUISA.
|
M. EMILIA.-
¡Pero Luisa! ¡Se te enfría el té!
|
LUISA.-
(De adentro.) ¡Mujer, por Dios! ¡Ya voy! ¡Qué
fastidio! |
ADELA.-
¡Déjala en paz, mamá! Debe
estar muy ocupada con los trapos del marido. En cuanto Carlos
sale, ya está dele cepillo a su ropa! (Alzando la
voz.) ¡Eres un prodigio de mujer hacendosa, Luisita! |
LUISA.-
¡Y qué más remedio cuando a una le tocan esposos
tan dejados! Si no fuera por mí andaría Carlos
todo el santo día hecho un atorrante. |
M. EMILIA.-
¡Sí... pues para lo que te agradece, hijita! Figurate
que ayer hablando del asunto me dijo, que eso de la limpieza
era un pretexto tuyo para revisarle los bolsillos... |
ADELA.-
(Irónica.) ¡Infame! ¡Calumniador! |
LUISA.-
Si ya
lo creo. ¡Ingrato! Las ganas que tiene él de andar
desaliñado y sucio... Pero... ¿qué es esto?
¡Dios, Dios mío! ¡Mamita querida!... ¡Ay! ¡Adela!...
¡Qué barbaridad! |
M. EMILIA.-
(Alarmada.) ¿Qué
te pasa, mujer? |
ADELA.-
¿Qué es eso? |
LUISA.-
(Saliendo
con un saco y un cepillo en las manos.) ¡Ay! ¡Qué
horror! Perdido... ¡Miren esto! Qué chorretes. ¿Y
la solapa? ¡Qué temeridad! |
M. EMILIA.-
¡Huy!... ¡Qué
horror! |
ADELA.-
¡Ave María, mujeres! Tanta bulla
por una mancha. |
LUISA.-
¿Una?... Si es un charco, Adela.
Vean esto... Desde acá... (Cepillando.) Y no sale...
no, no sale... ¿Pero, de qué será esto?...
¡Jesús! ¡Si parece grasa!... A ver (Huele.) ... ¡Puff!...
¡Qué olor! Qué cosa desagradable... ¡Huele,
mamá! ¡Huele tú, Adela! |
ADELA.-
Retira eso,
mujer. |
M. EMILIA.-
(Observa unos instantes, huele varias
veces con toda conciencia.) ¡Olor a bodegón! |
LUISA.-
(Tomando el saco.) ¿Pero qué le habrá pasado
a Carlos? ¡Jesús! ¡Si parece grasa!... A ver (Huele.)
Puff... ¡Qué olor! Qué cosa bárbara...
¿Y esto?... ¿Qué será?... (Rasca con la uña.)
Y tan pegado. ¡Ay! Si parece... parece... ¡Ay! ¡Es un fideo!...
|
M. EMILIA.-
¡Qué asco! |
ADELA.-
Tira ese saco lejos,
mujer indiscreta. |
M. EMILIA.-
¡Sí, Luisa, entrégaselo
a la sirvienta para que lo limpie!... ¡O lo regale a un pobre!...
|
LUISA.-
No, no, no; mamá. Debo guardarlo para enseñárselo
a Carlos. ¡Y pasárselo por las narices! Sí
señor, porque esto no puede quedar así, Carlos
me va a dar cuenta de esta indecencia. Ya lo creo, que la
va a explicar... |
ADELA.-
¡Puede!... |
LUISA.-
¡Ya lo creo!...
|
M. EMILIA.-
Mira, Luisa. No debes tocar este asunto... No
te sulfures y oye un consejo de tu madre que en esas cosas
tiene bastante experiencia. A los hombres, sobre todo a los
jóvenes medios tarambanas como tu marido, no conviene
exigirles explicaciones sobre ciertas cosas... cosas como
esas del saco ¿entiendes? muy censurable, hijita, pero no
de las más graves. Al fin y al cabo está muy
lejos de ser un vicio. Una ligereza de muchacho, una sobremesa
prolongada y... un saco echado a perder... ¿y qué?...
(LUISA se sienta en un rincón y llora.)
Ya verás
cómo no se repite. No hay mal sin remedio... |
ADELA.-
(Leyendo distraídamente un diario.) Reverteris. Cura
infalible... (Ve a LUISA.) ¿Pero qué es esto, Luisa?
¿Estás llorando? ¡Muchacha no seas pava! |
|
(Van hacia
ella.)
|
M. EMILIA.-
¡Por Dios, hija mía! ¡No es para
tanto!... |
LUISA.-
(Que abraza a su madre lloriqueando.)
¡Ay! ¡Mamita querida! Ya me doy cuenta... Lo comprendo todo
mamita. ¡Soy una desgraciada! ¡Este Carlos es un infame!
¡Un pillo! Hacerme esas cosas a mí, a su mujercita,
que tanto lo quiere... |
M. EMILIA.-
Precisamente, hija, por
eso lo hace. Estoy segura que si se hubiera casado con una
cualquiera no andaría en tales andanzas. (Le atrae
cariñosamente.) Pero, cálmate, cálmate.
Te repito que es un simple accidente. |
ADELA.-
¡Es claro,
hermana! ¡Ya se compondrá Carlos! |
LUISA.-
(Con desconsuelo.)
¡Pero mamá, si no es la primera descompostura!...
¡Son muchas las que le conozco! |
M. EMILIA.-
¡Ave María,
mujer! ¡No exageres! |
LUISA.-
No, mamá; no exagero.
¡Como lo oyes! Yo no había querido decirles nada,
pero ya que la ocasión se presenta... Hace más
de dos meses que Carlos viene a casa a las dos, y a las tres
de la mañana. |
M. EMILIA.-
¡Las elecciones, hija,
lo tienen muy ocupado!... |
LUISA.-
¡Oh! ¡Bonitas elecciones!...
Miren ustedes, les voy a contar lo que me pasa y ya verán
cómo tengo razón. ¿Se acuerdan de la otra noche,
cuando nos llevó a Palermo y de allí nos mandó
solas a casa diciendo que tenía que hablar con el
doctor Pérez, uno que iba en otro coche? Pues bien,
al siguiente día le encontré un manchón
así, blanco, en la solapa del jaquet. |
ADELA.-
¡Sería
cal o polvo! |
LUISA.-
Polvos, Adela, y de los ordinarios.
Y, francamente, yo no sé que el doctor Pérez
se empolve. Bien; eso no es lo peor. Las otras noches...
Ya era de día cuando llegó a casa y se vino
derechito a mi cuarto. Yo me hice la dormida como siempre,
¿sabe?, para que me despertara con un beso. Y él...
empezó a desnudarse caminando de un lado para otro
y cantando; y aquí dejaba una cosa y más allá
otra; colgó el sombrero en el cuadro de la virgen
y la corbata en el pico del gas, puso la camisa en el lavatorio,
arrojó los pantalones y después se acostó,
¡figúrate! para sacarse los botines y estuvo un rato,
así con los pies para arriba, desbrochando hasta que
tiró lejos uno y después el otro metiendo un
barullo de todos los diablos. Yo, extrañada, volví
la cabeza hacia el lado en que él estaba y empecé
a mirarlo así, con los ojitos entornados. ¡Qué
horror! ¡Qué desencajado estaba!... Entonces él,
como si recién me viera, se arrimó despacito
con intenciones de darme el beso, sin duda, y cuando ya me
iba a tocar se detuvo, me hizo una morisqueta así
(Remeda.) y se dio vuelta el muy perdido. ¡Al rato dormía
como un bendito, respirando fuerte, y con un aliento a cerveza
Pilsen!... |
ADELA.-
¡Ave María, mujer! ¡Qué
olfato! ¡Hasta la marca de la cerveza supiste! |
LUISA.-
(Con
fastidio.) Vamos, Adela, que la cosa no es para bromas...
(Exaltándose.) Y ahora díganme si no tengo
razón para decir que mi marido es un calavera, un
perdido, un sinvergüenza... y para desconsolarme y llorar
y gritar y rabiar y... |
M. EMILIA.-
Sí, hija; nadie
te lo niega; Carlos es un bellaco, un atorrante... todo lo
que se antoje; pero tú eres muy nerviosa y muy atropellada.
Esas cosas se toman con más calma y... |
LUISA.-
(Irritada.)
¡Déjate de zonzeras, mamá! Con calma!... ¡Con
calma!... ¡Admirable!... Voy a quedarme hecha una momia,
cuando sé que mi señor marido anda haciendo
toda clase de perrerías. ¡Ah! ¡Cómo se conoce
que ustedes no han sufrido estas iniquidades!... |
M. EMILIA.-
¡Callate, Luisa, callate! No me obligues a hablar... Si
cada iniquidad de tu finado padre me hubiera costado un pelo,
a la fecha tendría que usar peluca. |
ADELA.-
Pero,
de todas maneras, no le falta razón a Luisa. |
LUISA.-
¡Sí, que la tengo; y además, papá no
andaría... manchándose la ropa por ahí!
|
M. EMILIA.-
Ciertamente, hija. No era tan flojo como Carlos,
pero... las veces que me lo han traído en parihuela!
¡Qué trabajos me daba!... |
ADELA.-
¡Mamá, por
Dios! ¡No sigas! Deja tranquilo al pobrecito papá.
|
M. EMILIA.-
Sí, hija mía. Si he dicho eso
ha sido para tranquilizar a Luisa y probarle que lo que pasa
con Carlos, más bien que un vicio es un efecto de
eso que por ahí llaman la ley de herencia. |
LUISA.-
¡Pero mujer! ¿Qué tiene que ver mi marido con papá?
|
M. EMILIA.-
¡Muchacha! ¿No es su yerno?... |
|
(Suena la campanilla
del teléfono.)
|
LUISA.-
(Tomando el tubo.) ¡Hola!...
¡Hola! ¿Quién habla?... sí... ¿pero quién
es usted?... (Impaciente.) Diga quien es usted... Sí,
soy de la casa... ¡La sirvienta, sí señor!...
no está... ¿Si vuelve?... ¿Por un mensajero?... Está
bien, sí, sí, se la entregaré... ¡Insolente!
(Corta la comunicación.) |
ADELA.-
¿Quién era,
che? |
LUISA.-
¡Quién ha de ser! Pancho, ese amigote
de mi marido. |
M. EMILIA.-
¿Y qué se le fruncía?
|
LUISA.-
Avisar a Carlos que le manda una carta por un mensajero,
y en la creencia de que yo fuera la sirvienta me ha recomendado
que la entregue en mano propia. ¡Ah, y el muy atrevido, me
manda un beso! |
M. EMILIA.-
¡Qué audaz! ¿Y por qué
andarán con tantos partes y misterios? |
ADELA.-
Me
parece que lo adivino. Una pechada. |
Escena III
|
|
Dichos, menos SIRVIENTA.
|
ADELA.-
(A M. EMILIA.)
Apuesto a que Luisa está con intenciones de hacer
una de las suyas. |
M. EMILIA.-
Luisita, supongo que no te
atreverás... |
LUISA.-
¿A abrirla? Ya lo creo que me
atrevo. Ahora verán... (Toma una cucharita y trata
de introducir el cabo por una de las puntas del sobre sin
romperlo.) Y después de todo... si trata de lo que
sospecho no le diré nada... es decir, le diré
una punta de cosas... pero no le doy la carta, y si es de
otro asunto que no me importe, le contaré, que su
mujercita, creyendo que fuera algo urgente se permitió...
pero ¡cá! ¡Si ya está abierta! ¡Mozos vivos
para cerrar sobres! Vamos a ver.
(Lee para sí y de
repente estruja la carta y comienza a pasearse muy agitada.
ADELA y MISIA EMILIA van hacia ella.)
¡Ah! ¡Pillos... pillos...
bien lo decía yo!... ¡Los tales amiguitos!... ¡Ah!,
pero tomaré mis medidas; ¡no! ¡no! ¡No se burlará
más! ¡Sinvergüenza! Jugar con una mujer como
yo... buena, joven... |
ADELA.-
Pero vamos a ver, preciosura,
si acabas de explicarte. ¿Qué dice esa carta? |
LUISA.-
Sí, ahí la tienen. ¡Lean esas indecencias!...
(Continúa paseándose.) |
ADELA.-
¡A ver! ¡A
ver! (Lee.) «Mi querido Carlos: Como mañana se va
el ñato para Córdoba, hemos pensado en despedirlo
con una comidita en lo de Lucio. Estaremos, el tuerto Pérez,
el Gallego, vos y yo no más. A los postres caerán
Erminda y Lola, y concluiremos de correrla en Palermo. Curdela
general... |
M. EMILIA.-
¡Qué términos! ¡Curdela!
|
ADELA.-
Curdela general por toda la compañía.
Te esperamos, pues, sin falta a las 7.30 -Tuyo- Pancho. ¡Ah!
¡me olvidaba! Avisale a Adolfo y traete unos pesos, porque
ya lo sabes, a escote, nada es caro». |
LUISA.-
¿Eh? ¿Qué
les parece? Digan, digan, ¿qué opinan ustedes? ¿Qué
piensan de mi maridito? |
M. EMILIA.-
La verdad... la verdad
es... que, francamente, no me parece caso de extremaunción...
¿Cierto, Adela? |
ADELA.-
¡Phss? No... no... tan grave, tan
grave no es... |
LUISA.-
(Irritada.) Pero mujeres desalmadas...
Ven, ven acá. (A ADELA.) ¿No es grave esto, esto de
correrla en Palermo? ¿Y esta Erminda y esta Lola, qué
significan? |
ADELA.-
¡Hijita!, serán hermanas de alguno
de ellos... de ese tuerto tal vez!... |
LUISA.-
¡Ay! ¡la cándida
tortolita!... ¿Y tú, mamá, dime qué
quiere decir esto de curdela, sino una cosa mala? |
M. EMILIA.-
¡Tal vez, hija! Pero te declaro que no lo entiendo. |
ADELA.-
Ni yo. |
LUISA.-
¡Pues yo sí! (Se pasea.) ¡Ah! ¡Pero
conmigo se juega una sola vez!... Ya verán. (Meditando.)
¡Sí... esto es una prueba evidente... Claro... Sí,
no hay otro remedio!... el abogado... un escrito... juez
de instrucción... ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí!
Que no tiene vuelta. |
M. EMILIA.-
¡Muchacha! ¿Qué
cosas dices? |
LUISA.-
¡Que sí, mamá! ¡Que me
divorcio! |
ADELA.-
¡Adiosito!... ¡Se alborotó la pajarera!
|
LUISA.-
¿No lo creen? Ahora mismo voy a mandar llamar a
mi abogado. Mañana estará el escrito listo
y dentro de pocos días mi marido por su camino y yo
por el mío. ¡Ah!, ¡ya lo creo! Y saldrá en
los diarios... la señora N. N. ha entablado demanda
de divorcio contra el señor N. N. Sí..., sí...
Y entonces podrá farrear a su gusto... que por mi
parte no me quedará atrás... |
M. EMILIA.-
¡Hija!
¿Te has enloquecido? |
LUISA.-
No. ¡Estoy bien cuerda! Y me
volveré a casar... ¡sí, señor!... y
tendré un maridito bueno, decente, sosegado... y pasearé
bastante con él. Iré a los teatros, a Palermo,
a todas partes donde Carlos me pueda ver para mostrarle que
soy más feliz; para refregarle mi dicha por los hocicos.
|
ADELA.-
¡Pues ya precisa hocicos! Pero fijate, Luisa. La
ley de divorcio no permite casarse de nuevo... |
LUISA.-
¡Mejor
todavía! |
M. EMILIA.-
¡Qué temeridad! |
ADELA.-
¡Vamos, Luisa! Tranquilízate un poco y ven acá,
atiende lo que te voy a decir. |
LUISA.-
¡No, no! Sé
lo que pretendes, y te advierto que es tiempo perdido. |
ADELA.-
No seas niña; siéntate y escucha. En primer
término, ¿quién te ha dicho que Carlos va a
asistir a la comida? |
LUISA.-
¡Pero es de suponer que vaya!
|
ADELA.-
¿Y si no va? |
LUISA.-
¿Y si va? |
ADELA.-
Aun suponiendo
que fuera, ¿por qué no puede portarse con toda decencia?
¿O crees que un hombre casado tiene la obligación
de taparse los ojos para no ver las cosas malas que hay en
este mundo? |
LUISA.-
¿Y los antecedentes que tengo de Carlos?
|
ADELA.-
¡Bah! Son como esa ley de herencia que ha descubierto
mamá. Vamos, reflexiona un poco... cierra esa carta
y cuando venga Carlos, que no ha de tardar, se la entregas
tranquilamente. |
LUISA.-
Pero... |
ADELA.-
Veremos el partido
que adopta después de conocerla, yo me encargo de
averiguarlo, y para el caso de que vaya a la fiesta, mi plan
es el siguiente: tú, yo y mamá nos largamos
esta noche a Palermo, en un coche cerrado. Allí encontraremos,
seguramente, a Carlos con sus amigos, y entonces si lo pillamos
en malos pasos, si no se porta con la seriedad debida, cosa
que no creo, tú quedas en libertad de hacer lo que
se te antoje... retarlo... pegarle... separarte de él...
en fin, lo que más te plazca... ¿Estamos? ¿Te resuelves?
|
LUISA.-
(Resignada.) Sí... sí... pero yo me
divorcio. |
M. EMILIA.-
Me parece muy bien pensado el plan
de Adela, pero hijitas, conmigo no cuenten... No estoy para
esas historias... |
ADELA.-
¡Pero mamá! No podemos
largarnos dos muchachas solas a Palermo. |
M. EMILIA.-
¡Jesús!
¡No se las van a comer las fieras! ¿No va Luisa, que es una
señora casada? |
LUISA.-
¡Mamá, por Dios! ¡Me
parece que no llevo a la vista las señales del matrimonio!
|
ADELA.-
Dejala. Tengo otro plan para salvar el inconveniente.
|
Escena IV
|
|
Dichos, CARLOS y ADOLFO.
|
CARLOS.-
(Entrando.)
¡Muy buenas tardes! ¡Uff, qué calor! ¿Cómo
estás, Luisita? |
ADELA.-
¿De nuevo por aquí,
Adolfo? |
ADOLFO.-
Es verdad. Cinco minutos después
de haberlas dejado, me encontró Carlos y me hizo volver
para darme una de sus acostumbradas latas de política.
|
M. EMILIA.-
¿Por qué le has impuesto esa violencia,
Carlos? |
CARLOS.-
¿Violencia?, no mamá; si él
siempre está en camino para esta casa. ¡Nos tiene
un camote!... ¿No es cierto, Adela? (Habla en voz baja con
LUISA. Ésta contesta con ademanes de enojo.) |
ADOLFO.-
(A M. EMILIA.) ¡Si no tuviera esta casa otros atractivos
que sus disertaciones sobre la convención del Prince
Jorge, estaría fresco!... |
ADELA.-
¡Ah! Y a propósito
de teatros. Esta noche hay dos estrenos en el Rivadavia.
¿Nos llevas, Carlos? |
CARLOS.-
Con el mayor gusto. Pero veo
que Luisa está con jaqueca y tal vez no quiera ir.
|
LUISA.-
¡Qué esperanza! Un dolorcito de cabeza pasajero.
Si nos acompañas voy. |
CARLOS.-
¿Cómo no?
|
ADELA.-
(Acercándose a LUISA.) Dale la carta. |
LUISA.-
¡Ah, Carlos! ¡Perdóname! Me iba olvidando de darte
esta carta que han traído hace un momento. |
CARLOS.-
(Tomándola.) ¡Gracias! (Se pone a leerla.) |
M. EMILIA.-
¿Qué irá a pasar aquí? Yo me voy, por
las dudas. Con el permiso de ustedes.
(Se va por la izquierda.)
|
CARLOS.-
(Con fingida gravedad.) ¡Adolfo! ¡Entérate
de esto!
(ADOLFO lee la carta.)
¡Caramba, qué desgracia!
|
LUISA.-
¿Qué hay? ¿Qué pasa? |
ADELA.-
¿Malas
noticias? |
CARLOS.-
¡Malas para ustedes! Estos asuntos políticos
tienen siempre sus sorpresas. ¿No es cierto, Adolfo? |
ADOLFO.-
(Sin comprender, guardando la carta.) ¡Ah, sí! La
política... la política... |
ADELA.-
Pero en
definitiva, ¿qué ocurre? |
LUISA.-
(Aparte.) ¡Ah, pillo!
|
CARLOS.-
¿Qué te parece, Adolfo? ¿Iremos? |
ADOLFO.-
¡Oh! ¡Sí! ¡Nuestra presencia es necesaria, indispensable!
|
LUISA.-
(Aparte.) ¡Granujas! |
ADELA.-
¿Con que entonces,
nos quedamos sin teatro! ¡Qué lástima! |
CARLOS.-
¡Yo, hija, lo siento mucho!... |
ADELA.-
(A ADOLFO, aparte.)
Haga de manera que podamos hablar antes de la noche. (Dirigiéndose
a LUISA.) Oye, Luisa. Como tu marido tiene que salir temprano,
haz aprontar la comida para las seis. Adolfo comerá
con nosotros; ¿no? |
CARLOS.-
¡No, no, no! ¡No se molesten!
Comeremos afuera. |
ADOLFO.-
Me parece más oportuno.
|
ADELA.-
¿Pero no se sientan ustedes? Voy a ordenar que les
sirvan el té. |
CARLOS.-
(Deteniéndola.) Espera. Tengo
que cambiar algunas ideas con Adolfo y nos vamos al escritorio.
Que nos sirvan allí... (Alejándose por la izquierda.)
Has de saber, Adolfo, que la proclamación de candidatos...
|
LUISA.-
(Que los ha seguido.) ¡Hasta luego... futuros «cenadores»!
|
ADELA.-
(Aparte.) ¡Magnífico! ¡Admirable! Le contaré
todo a Adolfo, exigiéndole que asista a la comida
sin decirle palabra a Carlos, y como mi novio no es tan cretino
para cumplir al pie de la letra esas instrucciones, esta
noche encontraremos a los muchachos muy sosegados. Luisa
se tranquilizará. Quedarán las cosas por ahora
en «statu quo» y yo me divertiré muy fresca por Palermo.
Digan ustedes si hay o no hay algo aquí. (La cabeza.)
|
CARLOS.-
(Corre hacia la izquierda, gritando.) ¡Eh, cochero!...
Auriga... Automedonte... |
ERMINDA.-
(Remedando.) ¡Auto...
móvil!... |
EL VIGILANTE.-
(A CARLOS.) ¡Vamos a ver,
mocito, si se calla un poco! |
CARLOS.-
¡Ah, disculpe, señor
comodoro! (Canta.) ¡Tran, ta ta, ta, tran! |
VIGILANTE.-
¡Que
se callen la boca, he dicho, y no hablen tanto! ¿Eh? (Lo
rodean todos.) |
EL ÑATO.-
(Con acento cordobés.)
Vea, agente, que nosotros no hablamos, nosotros cantamos.
(Risotadas.) |
EL VIGILANTE.-
Bueno, sigan callados, que será
mejor. |
LOLA.-
Y diga, doctor Moreno, ¿y de cuándo
es esa orden? |
EL VIGILANTE.-
Vamos, moza, despeje usted
también. |
ERMINDA.-
¿Pa qué te metés,
Lola? |
CARLOS.-
(A voces.) Oiga, agente, respete a las señoras,
¿eh? a las donnas inmóviles... |
ADOLFO.-
Pero qué
estamos macaneando; vámonos de una vez. (Tironea a
CARLOS.) |
EL GALLEGO.-
Sí, hombre. ¡Que no acabemos
en la cacerola!... |
EL TUERTO PÉREZ.-
Vámonos,
vámonos. ¡Eh, cochero, no te vayás! |
|
(Se alejan
cantando.)
|
CARLOS.-
(Deteniéndolos.) ¡Alto! Párense
un poco, señores, que tengo que decir dos palabras
a este eminente meritorio guardián del orden público.
(Expectativa.) |
EL VIGILANTE.-
(Con tono bonachón.)
¡Pero mocito, no me comprometa!... |
CARLOS.-
(Desasiéndose
de ADOLFO, que lo tironea.) Pá... rense un poco. (Al
VIGILANTE.) Mire, amigo: Dios me libre de comprometer a nadie...
Dígame, ¿qué noticias tiene usted del submarino...
Peral? (Alude a la barba del agente.) ¿Ninguna?... ¿Y del
aperal?... Pero qué linda pera tiene usted... sin
embargo, vea... yo por un buen durazno... tiro la mejor pera...
(Se la tira.) |
EL VIGILANTE.-
(Se ríe y lo empuja
suavemente.) Pero váyase, pues, que lo están
esperando. |
CARLOS.-
(A sus compañeros, que lo tironean.)
Un momento. Vigilante: ¿sabe usted quién es el abate
Per... osi? ¡No!... Pues esto es de él. (Canta.) ¡Tran,
ta, ta, ta, tran!... |
|
(Todos se ríen y se disponen
a retirarse haciéndole coro. Entra EL CICLISTA tocando
timbre. Le hacen lugar, pero CARLOS engancha su bastón
en la máquina y la tumba. Carcajadas, interviene el
agente.)
|
EL CICLISTA.-
(Abalanzándose sobre CARLOS.)
¿Qué se ha pensao, compadrón? |
ADOLFO.-
(Apartándose.)
Discúlpelo, amigo. Está medio pesao... |
EL
CICLISTA.-
¿Y si me rompe la máquina? |
CARLOS.-
El
alma le viá romper. ¡Déjenmelo! |
EL GALLEGO.-
(Al CICLISTA.) Váyase, amigo, váyase. No ve
que esta noche no la vamos con peleas... |
|
(EL CICLISTA se
da por satisfecho y se aleja por la derecha, disponiéndose
a montar. El grupo se va por la izquierda, cantando.)
|
EL
TUERTO PÉREZ.-
(Volviéndose al agente.) ¡Adiós,
Armonasro! |
ERMINDA.-
(Idem.) ¡Che, chaflindai! Cuando tengás
tiempo te afeitás, ¿eh? |
|
(Desaparecen.)
|
CARLOS.-
(Volviendo.)
¡Chist! ¡Chist!... ¡Agente!... |
ADOLFO.-
(Que lo sigue.)
¡Carlos! ¡Por Dios! Vámonos. No seas porfiado. (Lo
tironea.) |
LOLA.-
(De adentro.) ¡Muchachos! ¿Qué se
han quedado haciendo? |
CARLOS.-
Váyanse ustedes, si
quieren. Yo no me muevo hasta decirle otras dos palabras
al agente. Aproxímese... Arrímese... per...
ínclito. (El agente se acerca.) Mire: el ciclista...
ese zonzo con ruedas, llevaba el farol apagado... ¡Córralo,
que pueda que lo alcance! |
EL VIGILANTE.-
(Impaciente.) ¡Váyase,
pues, amigo! |
CARLOS.-
Sí, señor jefe, ya me
voy. Pero, dígame una cosa. ¿De qué sección
es usted? ¿De la segunda?... ¿Conoce al comisario?... ¿Me
conoce a mí?... (Lo aparta.) Pues bueno. Dígale
de mi parte... Carlos Martínez, ¿eh?, dígale
que yo... (Le habla al oído.) |
EL VIGILANTE.-
(Indignado,
asiéndolo por un brazo.) Bueno, esto se acabó.
¡Marche usted preso! |
CARLOS.-
(Desasiéndose.) ¡Eso
será si quiero! ¡Si se me antoja! |
ADOLFO.-
(Interponiéndose.)
¿Pero qué le ha hecho? |
EL VIGILANTE.-
No sé...
¡Que me siga! |
CARLOS.-
¡Le digo que no voy!... Y no me toque...
no me toque que no soy trombón... ¡No me agarre, he
dicho!... |
|
(Entran corriendo PANCHO, EL ÑATO, EL GALLEGO,
LOLA y ERMINDA.)
|
PANCHO.-
¿Qué hay? ¿Qué pasa?
|
EL GALLEGO.-
¿Qué bochinche han armado? |
EL VIGILANTE.-
(A CARLOS.)
Obedezca, amigo, y marche a la comisaría.
|
EL ÑATO.-
(Abalanzándose sobre el agente.)
¡No lo ha de llevar, señor! ¡No lo ha de llevar, estando
yo, pues! |
VIGILANTE.-
¡Que no!... Y a usted también.
¡Marchen ya! ¿Y saben qué más?... ¡Marchen
todos!... |
LOLA.-
(Tironeándolos del saco.) ¡Sosiéguense,
muchachos!... |
ADOLFO.-
(Lo aparta. ERMINDA, LOLA y EL GALLEGO
van hacia él. PANCHO separa a CARLOS.)
|
ERMINDA.-
¡Escuche,
agente! ¡Tenga paciencia!... ¡Déjelos! |
EL GALLEGO.-
Sí, hombre, discúlpelos si le han faltao.
Están muy escaviaos los muchachos. |
|
(El agente hace
ademán de insistir.)
|
ADOLFO.-
(Atrayéndolo.)
¡Atienda, hombre! ¡Atienda! ¿Qué interés tiene
usted en hacerlos pasar una mala noche? (Mete la mano al
bolsillo.) |
EL VIGILANTE.-
Bueno, bueno. Pero que se vayan
pronto y callados, porque ahora no más viene el cabo...
|
ADOLFO.-
Sí, pierda cuidao... Tome, agente. |
EL VIGILANTE.-
No, no... ¡deje no más! ¡Muchas gracias! |
ADOLFO.-
Pa la copa, amigo... |
EL GALLEGO.-
¡Bueno, esto se acabó!
¡Andiemo! ¡Andiemo! ¡Muchachos! Pero con juicio ¿eh?...
|
CARLOS.-
(Forcejeando por quedarse.) ¡Che! ¡Che! ¡Vigilante...
bar... bián!... |
|
(ADOLFO y LOLA lo llevan a tirones.
Suena una pitada lejana a la derecha. EL VIGILANTE se aleja
por esa parte, contestándola. De la izquierda deben
llegar estas voces:)
|
ADOLFO.-
¡Suban, muchachos! Tú...
Carlos. ¡No, ustedes primero! ¡A la capota!... ¡Que se desfonda!
|
EL GALLEGO.-
¡Cochero! ¡A Palermo, por Artes! |
|
(Se alejan
cantando la marcha de Aída.)
|
Escena I
|
LUISA.-
¡Adela, por Dios! ¿Y si nos conocen? |
ADELA.-
¿Quién,
hija, quién?... ¿Tu marido... Adolfo?... ¡Pues tanto
mejor! |
LUISA.-
¿Pero si se arma un escándalo? ¿Si
alguien se mete con nosotras? ¡Qué paraje y qué
gente! |
ADELA.-
¡No temas, mujer!... En cualquier caso, estarían
ellos para auxiliarnos. Y, además, hemos hecho treinta...
Hagamos las treinta y una; no hay otro remedio. Y aún
tengo esperanzas de divertirme mucho. |
LUISA.-
Pues lo que
yo tengo es un miedo atroz. ¡Si vieras como tiemblo, Adelita!...
¿Y vendrán ellos aquí? |
ADELA.-
Sí.
Adolfo me aseguró que vendrían. Pero callate
que me parece que vienen. Sí; aquel es Pancho. No
te des vuelta. |
PANCHO.-
(Se dirige a la mesa ocupada por
EL OFICIAL y LÓPEZ.) ¿Cómo te va, che? |
EL
OFICIAL.-
¡Hola, Pancho! Bien, ¿y vos qué andás
haciendo por acá? |
PANCHO.-
Ya lo ves, paseando. Vengo
con los muchachos y con Erminda y Lola. Comimos en lo de
Luzio y nos largamos después p'acá. |
MOZO 1.º.-
(Acercándose al mostrador.) ¡Una ginebra y un pipermint
con soda, una granadina, un... |
EL OFICIAL.-
¿Y vienen muy
curdas, che? ¿Ustedes no se conocían?... El señor
López, mi amigo: Pancho González. |
PANCHO.-
Mucho gusto... Arreglaos vienen los muchachos: ¡traen una
papalina!... sobre todo Carlos.
(LUISA da un salto y vuelca
la copa.)
¡Che! ¿Qué es aquello? |
LÓPEZ.-
Han
caído hace poco. Las vimos pasar, y le aseguro que
son dos quesitos... |
PANCHO.-
¿Y no les han dicho nada?
|
EL OFICIAL.-
No la vamos de farra, esta noche. Aprovechen
ustedes, que andan en tren... Ahí están los
muchachos. |
Escena II
|
|
CARLOS, EL ÑATO, ADOLFO, EL
GALLEGO, EL TUERTO PÉREZ, ERMINDA y LOLA.
|
CARLOS.-
(Cantando.) «¡Oh, Lola, bianca come»... Adiós, López.
(Al OFICIAL.) ¿Cómo estás, che? |
EL OFICIAL.-
¿De dónde vienes? |
CARLOS.-
¡Del Monsch! Fuimos allí,
dejamos al cochero amurado y nos largamos a patita p'acá.
¡Calote lindo, hermanito!... |
ADOLFO.-
(Ha reconocido a LUISA
y ADELA.) ¡Che, Carlos! ¡Carlitos, vení a sentarte!
|
CARLOS.-
Voy. ¡Con permiso, muchachos!... ¿Y ustedes, qué
hacen?... ¡A ver! ¡Cinco mozos a servirnos! (Golpea con estrépito.)
¡Mozoo! |
MOZO 1.º.-
¿De qué se sirven? |
CARLOS.-
¿Qué
se toma? ¡Vamos a ver! |
EL ÑATO.-
Yo, cerveza. |
CARLOS.-
¿Y vos, Pancho? ¿Y vos, Gallego?... Bueno, traete dos botellas
de cerveza. ¿Qué estás tan callado, Tuerto?
¿No tomás nada? |
EL TUERTO PÉREZ.-
Sí,
voy a tomar un poco de agua mineral. |
CARLOS.-
Hungaria,
mozo. |
EL TUERTO PÉREZ.-
¡No seas bárbaro!
¡Tráigame Nocera Umbra! |
ERMINDA.-
¿Y nosotras no
somos gente? |
CARLOS.-
Y es verdad... Licor de rosa pa las
niñas. |
LOLA.-
¡Dejate de pavadas! ¡Mozo! ¡Tráiganos
Carabanchel! |
UNA VOZ.-
(Adentro.) ¡Cocherooo! ¡Siete sesenta
y nueve! |
OTRA VOZ.-
(Idem.) ¡Allá va! |
EL COMPADRE.-
¡Pucha con la patota esa! ¡Meten más barullo que
la sirena e «La Prensa»! Me dan ganas de hacer un desparramo
a castañazos... |
CURDELONA 1.ª.-
¿Y a vos qué
te importa?... ¡No te metás!... |
EL COMPADRE.-
¡Es
que me da un estrilo!... |
LUISA.-
¡Vamos, Adela! ¡Me siento
muy mal, muy mal! |
ADELA.-
¡Calmate! Ahora no podemos pasar.
Nos conocerían. |
LUISA.-
Es que no puedo aguantar
más. ¡Sinvergüenza! ¡Infame! ¡De buena gana lo
sacaría de una oreja de entre esa gentuza!... Díme,
Adelita, ¿dónde está Carlos? ¡Al lado de las
mujeres! |
|
(Pasa el atorrante alzando puchos y desaparece por
la derecha.)
|
ADELA.-
¡No, tranquilízate! (Aparte.)
Francamente, no sospechaba que fuera tan cretino mi novio.
¿Pues lo ha dejado emborrachar al otro? |
EL OFICIAL.-
(A
LÓPEZ.) Vamos a espiantar antes de que nos chapen
esos. |
LÓPEZ.-
Tenés razón; pero aguardá
un instante, que voy a reconocer a esas candidatas. |
EL GALLEGO.-
(Como siguiendo una conversación.) ¡Qué rica
cosa! Bueno... Y después Adolfo, con la tranca que
tenía (Protestas de ADOLFO.) ¡No, no me lo vas a negar!
Habías escabiao como un bárbaro. ¡Ni lamberte
podías! Pues la agarró por un brazo y con la
manga de riego empezó a echarle agua. (Carcajadas,
siseos.) |
ADOLFO.-
(Muy agitado.) ¡No; no lo crean! |
EL GALLEGO.-
¡No me desmientas! Vean, y por causa de él fuimos
esa noche a la ruleta de San Fernando, porque acabó
por acomodarle a la pobre muchacha una paliza bárbara.
|
CARLOS.-
¡Mozo! ¡Un whisky! ¡Un whisky and soda! ¡Pero vos,
Adolfo, no tomás nada! ¡Qué sosegao estás!
|
ERMINDA.-
Estará pensando en la novia. |
PANCHO.-
¿En
cuál de ellas? |
ADELA.-
¡Oiga!, con el noviecito que
me había echado. |
EL GALLEGO.-
...Y es claro; caímos
a la 27 y abonamos los treinta por desorden... |
CARLOS.-
¡Hola!
¡Hola! ¡Caballerito! ¡Te voy a hacer ajustar las cuentas
con mi cuñada!
(ADOLFO hace señas insistentes
para que se calle.)
¡Pero qué panete estás
esta noche! ¿Tenés miedo de que te oigan?
|
|
(LÓPEZ
se acerca a ADELA por la espalda y le habla al oído.)
|
ADELA.-
¡Insolente! ¡Desvergonzado! |
LÓPEZ.-
¡Jesús!
Qué mala sos, hijita. |
EL COMPADRE.-
Oigalé
a la criolla. (A LÓPEZ.) Y ha hecho bien, si no las
va con usted, compañero... |
CARLOS.-
¡Che! ¡Che! ¡Che!
¿Y aquellas dos tan solitas? Me las voy a traer, porque aquí
estamos tres paraos y sin viaje. |
ADOLFO.-
(Muy afligido.)
¡Carlos! ¡Carlos! ¡Por Dios! ¡Sentate! ¡Dejalas! |
CARLOS.-
¡Pucha, que estás idiota! ¡Largame, hombre! (Forcejea
y consigue desasirse, pero en ese instante se oye una bofetada.
Volviéndose.) ¡Zas! ¡Castañas! |
|
(Dos curdas
deben tomarse a golpes en el fondo, hacia la izquierda. Gran
tumulto. Gritos, siseos. El matrimonio burgués huye
a prisa, arrastrando a los chicos. LUISA y ADELA corren hacia
la izquierda, pero en el instante de salir se encuentran
un vigilante y el cabo y retroceden espantadas, desapareciendo
por la derecha. EL GALLEGO, EL ÑATO y EL COMPADRE
se han acercado al grupo. La policía lleva presos
a los peleadores. Silbidos. Risas.)
|
CARLOS.-
(Volviendo
regocijado.) ¡Adolfo! Si vieras qué biabazo, hermanito.
Se ha ido con un ojo negro el guiso. |
ERMINDA.-
¿Y por qué
fue la cosa? |
CARLOS.-
¡Quién sabe!... ¡Por la mujer,
tal vez! Pero ché... soberbio castañazo. Y
bien pegado... Hizo así, ¿sabés? (Al hacer
el ademán pega en el sombrero de LOLA.) |
LOLA.-
¡Grosero!
(Se desprende el sombrero.) Me lo has deshecho. Perdidas
las plumas.
|
|
(EL COMPADRE se levanta con LAS
CURDELONAS.)
|
PANCHO.-
¡No te aflijás, hijita! Hoy está
muy barata la mercancía. (Aludiendo al COMPADRE que
pasa.) |
EL ÑATO.-
¡Miren, che! ¡Se le ha ladiao una
argana a ese pobre hombre! |
EL GALLEGO.-
(Idem.) Es mucho
una yunta para un tilbury. |
EL COMPADRE.-
(Vuelve y se encara
con CARLOS.) ¡Dígame! So traza e muñeco de
Gatichaves! ¡Dígame!... ¡Se ha pensao que me va a
pifiar! |
CARLOS.-
(Parándose.) ¿Y quién habla
con usted, amigo?... |
CURDELONA 1.ª.-
¡Vamos, che! |
CURDELONA
2.ª.-
¡No te metás! ¡No seás otario! |
EL COMPADRE.-
Ya vamos... ¡Los panetes esos!... ¡Así son, caray!...
Pura parada, puro calotear cocheros y no aguantan un estornudo.
|
|
(EL ÑATO se yergue nervioso. LOLA y ERMINDA lo contienen.)
|
ADOLFO.-
(Suplicante.) Siga su camino, amigo, siga, que
nadie lo ha llamao. |
EL COMPADRE.-
¡Sí, señor
me voy! Pero córtese alguno, pues... o dos... o todos,
si quieren. Vayan saliendo pa fuera, no más, que nada
me va a costar basurearlos uno por uno.
(EL ÑATO se
apodera de una botella y se abalanza. Lo sujetan.)
¡Lárguenlo,
lárguenlo a ese malo, pues! ¿Por qué no lo
sueltan?... ¡Hagan el favor!... Vamos a ver, ¿a qué
no sale?... ¡Psch! ¡lo que digo, no más! Estos cajetillas
son como el Biela: puro amagar, nomás, nunca chocan...
|
CARLOS.-
Adiós, astrónomo... |
|
(Risas.)
|
EL
COMPADRE.- Suelten ese taura... |
ERMINDA.-
¡Haga el favor!
¡Váyase, amigo! |
EL COMPADRE.-
Sí, señor;
me voy porque usted lo pide, y porque veo que están
muy curdas. (Se aleja y vuelve.) Pero... ya lo saben... Si
alguno me precisa... Usted, amigo, me ha dicho astrónomo...
¡Sí, señor; lo seré! Pero mire. (Mostrando
los puños.) Aquí tengo un par de antiojos pa
hacerle ver las estrellas! ¿Me ha comprendido?
|
|
(Se va.)
|
EL ÑATO.-
(Forcejea por seguirlo.) ¡Lárguenme!
¡Lárguenme, que le voy a enseñar a ese compadrón!...
|
CARLOS.-
¡Dejate de pavadas y vamos a seguir tomando! ¡Mozo!
¡Whisky! |
LUISA.-
(De adentro.) ¡Carlos! ¡Carlos! ¡¡Socorro!!
|
CARLOS.-
(Espantado.) ¿Eh?... ¡Qué es eso!... ¡Mi
mujer!... |
LUISA.-
¡Carlitos! ¡Carlitos! ¡Me matan! ¡Socorro! |
Escena III
|
|
CARLOS, ADOLFO, PANCHO, EL ÑATO, EL
GALLEGO, corren hacia la izquierda y aparecen poco después.
LUISA, medio desmayada en brazos de CARLOS. Todos se apresuran
a auxiliarla.
|
CARLOS.-
¡Pero Luisa! ¡Luisa! ¿Qué
es esto? ¿Estás herida?.. ¡Pronto!... ¡Pronto!...
¡Un médico! ¡Corran, muchachos, corran!... ¡Mozo,
traiga agua, agua de azahar! Luisita mía... Luisita...
|
|
(ERMINDA y LOLA se acercan muy sorprendidas. CARLOS corre
desatinado de un lado a otro.)
|
PANCHO.-
(Al GALLEGO.) ¿Y
qué me decís de esto? |
EL GALLEGO.-
Está
arreglado Carlos. Lo ha pisao el eléctrico. Yo espianto.
|
EL ÑATO.-
Sí; no las voy con melodramas. |
|
(Se
van PANCHO, EL ÑATO y EL GALLEGO.)
|
CARLOS.-
¡Dios
mío!... Dime, Adela. ¿Cómo ha sido?... ¿Pero
ese médico no viene... (Se acerca al kiosco.) |
ADELA.-
¡Luisa! ¡Ya ha pasado todo!... |
|
(LUISA llora.)
|
ERMINDA.-
(A ADELA.) ¿Qué ha ocurrido, señora? |
ADELA.-
Retírense ustedes de aquí. Usted, Adolfo,
que está hecho un idiota. ¡Acompañe a esas...
damas! |
EL ÑATO.-
(De afuera.) Che, Erminda, vení.
|
|
(ERMINDA y LOLA se van por la derecha.)
|
CARLOS.-
(Con una
copa en la mano.) Tome, beba, su maridito se lo da... su
maridito que la quiere. |
LUISA.-
(Bebe un trago.) ¡Qué
cosa tan horrible, Carlos!... Un hombre... un facineroso...
así con los brazos abiertos... y un cuchillo. ¡Ay,
Carlos! ¡Casi me mata!... (Reaccionando.) ¡Todo por culpa
tuya, infame! (Llora.) |
CARLOS.-
(Abrazándola.) ¡Vamos,
mi queridita, tranquilízate! No llores más...
(Irguiéndose.) ¡Pero señor!... ¡Señor!
¿Qué ha pasado? ¿Cómo están ustedes
aquí a las tres de la mañana?... ¡Solas!...
¡Tú, tú, Adela! ¡Explícate! Vamos a
ver. Dime lo que ha pasado, pronto, pronto. (La toma por
el brazo.) Explícate. ¡Lo exijo! |
ADELA.-
¡Un susto,
no más! |
CARLOS.-
¡Sí! ¡Sí! Lo sé...
¿Pero cómo? ¿Dónde? ¿Con quiénes estaban
ustedes en el bosque? ¿Qué hacían? |
ADELA.-
(Indignada.) Vamos, Carlos. No quieras completar tu espectáculo
de esta noche con una escena de celos. Seguramente te han
salido telerañas en los ojos, pues hemos estado un
largo tiempo sentadas aquí, sin que nos reconocieras...
|
CARLOS.-
¿Luego ustedes?... |
ADELA.-
Eramos ésas
que hacían falta a tus amigos... ¡Las mismas! De consiguiente,
ahorremos explicaciones. Sácanos de aquí y
trata de entenderte con tu mujer. Vámonos. Supongo
que las piernas te permitirán llegar hasta el coche.
Por las dudas, apóyate en mi brazo. ¿Estás
bien, Luisa? |
LUISA.-
Sí, vámonos. (Se levanta.)
|
CARLOS.-
(Acercándose.) ¿Dispuesta a perdonarme?
|
|
(Entra el atorrante.)
|
LUISA.-
¡Parlamentaremos! ¡Vámonos
de una vez! (Mira hacia la izquierda, da un grito y corre
a echarse en brazos de CARLOS.) |
CARLOS.-
(Alarmado.) ¿Qué
ocurre? ¿Qué hay? |
LUISA.-
¡Ahí está
el hombre!... ¡El del bosque! ¡Míralo! ¡Míralo
qué horrible! |
CARLOS.-
(Cariñoso.) ¡Tonta!
¡Es un pobre atorrante! Vámonos, vámonos...
|
ADOLFO.-
¡Adelita! ¡Las paces!... |
ADELA.-
¡¡Idiota!! |
CARLOS.-
(Al MOZO.) ¿Cuánto se debe? (Le da un billete.)
|
MOZO 1.º.-
Diez con cincuenta y cinco. ¿No se sirve más
whisky el señor? |
CARLOS.-
(Tomando su copa.) ¡Ah!,
sí. Me quedaba un restito. (Lleva la copa a los labios.)
|
LUISA.-
¡¡Carlos!! |
|
(CARLOS se sonríe, eleva en alto
la copa y vuelca el contenido.)
|