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No eludiré, aunque sin resolverlo ni apurar sus consecuencias, el problema ecdótico. El giro usual es con regodeo, en singular, no con el plural que daría la consonancia perfecta. Leer se vende fideo resultaría una solución desesperada, por contraria al usus scribendi general. En tales circunstancias, me inclino por un prudente conservadurismo del textus receptus, en la línea de Bédier.

 

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El objeto principal de las páginas que siguen es contribuir a que la parte del libro opuesta al corte muestre un diseño tipográfico más airoso. En el improbable supuesto de que alguien quiera darles otro uso, note bien que no se publican al principio, sino al final del volumen. Nada de cuanto diré es de mayor importancia, pero, leído antes que la fábula de Javier Cercas, podría quizá orientarla en un sentido inoportuno. Y todo lector tiene derecho a equivocarse por su cuenta.

 

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«Ciertos fragmentos (por ejemplo, la introducción teórica) sonaban ahora tan pedantes que hasta podían aprovecharse apenas retocados, porque un nuevo contexto los dotaría de un aire farsesco; también debía preservarse, como aliciente cómico de carácter retrospectivo, el insufrible tono de presunción que emanaba de otros pasajes». Lo suscribo in toto.

 

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Es, por comodidad, paráfrasis de Soldados de Salamina, III: «Fue en aquel momento cuando recordé el relato de mi primer libro que Bolaño me había recordado en nuestra primera entrevista, en el cual un hombre induce a otro a cometer un crimen para poder terminar su novela, y creí entender dos cosas. La primera me asombró; la segunda no. La primera es que me importaba mucho menos terminar el libro que poder hablar con Miralles; la segunda es que, contra lo que Bolaño había creído hasta entonces (contra lo que yo había creído cuando escribí mi primer libro), yo no era un escritor de verdad, porque de haberlo sido me hubiera importado mucho menos poder hablar con Miralles que terminar el libro».