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ArribaAbajoDe Flores fúnebres

En el certamen que se hizo en Quito, adonde se pedía se glosase esta copla a la muerte de nuestra Reina Doña Isabel de Borbón.


Llorad lágrimas vertidas,
enjutos ojos serenos,
que a fe que no os cuesten menos
lloradas que detenidas.





Glosa


   Si repetís el amor,
Filipo, de vuestra esposa,
acción es también forzosa
que repitáis el dolor:
que acreditan en rigor  5
quejas otra vez sentidas;
y pues honran repetidas,
sentid penas expresadas,
expresad ansias lloradas:
llorad lágrimas vertidas.  10
-82-

   Lo que siente el corazón
fieles expresan los ojos,
si en cristalinos despojos
aquél muestra su pasión:
con que es cierta conclusión,  15
Filipo, que por lo menos,
si del corazón los senos
anega el dolor y el llanto,
no tengáis en tal quebranto
enjutos ojos serenos.  20

   Pero si llorar flaqueza
indica en la Majestad;
¿cómo a aquesta poquedad
hoy se humilla vuestra Alteza?
Dirá alguno que es fineza  25
de vuestro amor a lo menos;
mas si a las lágrimas senos
ensancha vuestro dolor,
cáusaos fuerza superior,
que a fe que no os cuesten menos.  30

   Y pues Isabel ya goza
aquel celeste dosel,
enjúguese el llanto fiel
en vuestra llama amorosa;
pero si aún la pena ansiosa  35
brota lágrimas sentidas,
no queden por reprimidas,
que es nube opuesta a su ardor,
y fecundarán mejor
lloradas, que detenidas.  40

  -83-  

Al mismo intento diose en el certamen el asonante agudo, y que discurriese sobre el sentimiento de la ciudad de Quito, aludiendo a los dos montes que adornan el escudo de sus armas.




Romance


   Pastores de aquestas cumbres,
que a Quito dan tanto honor,
¿dónde la rosada aurora
se esconde ya de Borbón?

   Si registráis de esa altura  5
de la luz primer albor,
¿dónde los floridos rayos
de Isabel traspone el sol?

   Sólo contemplo, pastores,
en lugar de su esplendor,  10
el silencio de la noche,
de sombras la confusión.

   El gran luminar del día
la vez que se le atrevió
a competirle los rayos,  15
fue de su luz negro horror.

   ¿Cómo la tiniebla agora
ha tomado posesión
-84-
del imperio que regía
aquel su regio candor?  20

   Pero si estatuas de mármol
os miro en tal suspensión,
el ocaso de la muerte
sin duda apagó su ardor.

   Dan triste seña los montes,  25
gigantes de esta región,
en negros lutos que arrastran,
y las sombras les cortó.

   Un arroyo, que en sus faldas
corrió en despeño veloz,  30
éxtasis de hielo, asiste
a asombros de su dolor.

   Las flores, que a su cristal
copiaron su perfección,
tristes contemplan su muerte  35
en su robado color.

   Los árboles que bebieron
la risa al salir el sol,
haciendo sus hojas ojos,
en llanto se convirtió.  40

   Sólo el funesto ciprés
aviva más su verdor,
que hay quien se vista de gala
quizá, porque otro murió.

   Pero qué triste contemplo  45
de aquella gruta el horror,
el honor de aquestos montes,
cabildo que les rigió.

   No en repetidas querellas
hacen de sí ostentación:  50
que dolor que tiene labios,
mucho de pena perdió.
-85-

   En lágrimas sólo vierten
convertido el corazón,
que amor que sale a los ojos,  55
es agigantado amor.

   De negras bayetas cubren
los rostros ¡qué confusión!
al vasallo que hace cara,
como alevoso y traidor;  60

   y aunque a la lengua no fían
alguna demostración,
sostituyen en las obras
desempeño, aunque menor.

   Tanta luminaria ilustre,  65
tanto luciente blandón,
voces son, que de sus pechos
acuerdan llamas de amor,

   si no es que sean los rayos,
que aquesta urna selló,  70
y a pesar de sus cenizas
muestran su lucido ardor,

   o estrellas son a su pira,
que encienden tanto farol,
muy debido sentimiento,  75
pues de Isabel murió el sol.

   Pirámides de estos montes
quisiera su compasión
erigir a las cenizas
y de Isabel al honor.  80

   Más ilustre mauseolo,
más elevado panteón,
y más honoraria aguja
su fe y lealtad escogió.

   Pues erigió de su pecho,  85
no sólo a la ostentación,
pero en amor y verdad
por pira su corazón.

  -[86]-     -87-  

Al mesmo asunto que el pasado romance.




[Romance]


   Las dos cimas que coronan
de Quito el mayor blasón,
por eminentes gozaban
del alba el primer ardor,

   dando en sus claros reflejos  5
al valle que le atendió,
ejecutorias de ilustre
con tan prevenido honor.

   Pero qué presto llegaron
a ocaso tanto esplendor,  10
que ya es túmulo de sombras,
si teatro fue del sol.

   Una atesada tiniebla
su bella luz les robó;
mas ¿qué mucho, si ya eclipse  15
padece el sol de Borbón?

   A los montes su firmeza
les desquició tal dolor,
que en tal sentimiento al monte
no le valió su tesón.  20

   Y si columnas del cielo
se vieron en su región,
pues vacilantes caducan,
el cielo también tembló.
-88-

   Si atalayas de la aurora  25
fueron al primer albor,
ya pirámides de sombras
el horror las construyó.

   La república de Ninfas,
de que su verdor pobló,  30
y Amadríades, que rigen
desde el árbol a la flor,

   cabildo, que en paz segura
tanta planta gobernó,
en quebrantos de su pecho  35
mostraron su turbación.

   Acentos vierten al aire,
que el eco fiel respondió;
que tan crecido quebranto,
aun al risco le dio voz.  40

   Algún alivio su duelo
en sus acentos logró,
que divierte mucho el labio,
cuando le ayuda el clamor.

   Qué poca dura que tuvo,  45
pues se lo ataja el dolor;
ya titubea el aliento,
ya su pena enmudeció.

   Y aunque se embargó la lengua,
los ojos y el corazón  50
se ayudan, pues ellos vierten
lo que aquéste concibió.

   Y a tan crecidos raudales
los acrecienta el amor,
que las flores de sus rostros  55
en tempestad inundó.

   Y por ellas se desatan
con despeño tan veloz,
-89-
que al prado de su tristeza
hicieron información.  60

   El lirio más apreciado
con tal nueva desmayó,
pues faltó la Flor de Lis
donde él copió su primor.

   La rosa más encendida  65
en nieve trocó el color,
pues le faltó de Isabel
púrpura que le adornó.

   Mustio el clavel se deshoja,
porque de su rojo humor  70
al prado en sangrientas letras
así mejor informó.

   La corona del vergel
en la azucena cayó,
que es fuerza que otra se rinda,  75
si cayó la de Borbón.

   El más lozano laurel
a aqueste golpe cedió,
que lo que el rayo no rinde
se sujetó a este rigor.  80

   Pero ¿qué me admiro, cielos,
si de la guerra faltó
las palas que le ceñían
y al orbe dio admiración?

   No hay planta en el bosque umbroso  85
ni en el jardín se halla flor,
a quien en raudal crecido
aqueste arroyo informó,

   que no sienta, que no gima,
ya en el robado color,  90
ya en la deshecha belleza,
humillada su ambición.
-90-

   Mas ¿qué mucho si Isabel
es sol que les alumbró,
es clavel, hermoso lirio  95
y azucena en su candor,

   es la planta más lozana,
es la rosa en su arrebol,
de quien el prado y las flores
copiaron su perfección?  100

  -91-  

En otro certamen que se hizo en la mesma ciudad, pidieron se glosase la copla siguiente:


Si de muerte tan sentida
sois vos, Átropos, la que
causa de tal dolor fue,
¿por qué nos dejáis con vida?





Glosa


   Menos se rindió el valor
del gran Filipo al cuidado
de un imperio rebelado,
que de una muerte al dolor,
pues que llora ya el rigor  5
de la Parca, que atrevida
segó de Isabel la vida;
mas tal pena es alabada,
si es de vida tan llorada,
si de muerte tan sentida.  10

   Ya pregunta enternecido
¿si Láquesis le robó,
o si Cloto le cortó
aquel estambre florido?
-92-
Pero ya que convencido  15
de que ésta ni aquélla fue,
de la tercera a la fe
fía, y la voz al hablar
le faltó, y al preguntar:
¿Sois vos, Átropos, la que...?  20

   Y aunque el labio enmudeció,
pero ya el amor se alienta
a que corra por su cuenta,
lo que a la voz le faltó:
Átropos se convenció  25
de este delito, porque
en ella rastro se ve
de aquesta fatal herida,
pues su segur atrevida
causa de tal dolor fue.  30

   Si la vida, corre a cuenta
del alma a la información,
y si le falta esta acción
queda del vivir exenta,
como Parca, pues, sangrienta  35
robando el alma, atrevida,
de Isabel esclarecida
a sus vasallos y al Rey,
siendo al morir de esta ley,
¿por qué nos dejáis con vida?  40

  -93-  

A la flor de la temprana muerte del Príncipe Don Baltasar Carlos.


Admirad, flores, en mí
lo que va de ayer a hoy,
que ayer Lis de España fui,
hoy flor de ese cielo soy.





Glosa


   En el jardín español
tan agraciada me hallaron,
que las flores me juraron
(astros del prado) por sol.
Pero al primer arrebol  5
toda esa pompa perdí,
y así en aquello que fui
no admiréis la majestad;
antes bien la brevedad
admirad, flores, en mí.  10

   Ayer en botón vistosa
fui de todos aplaudida,
que aún me apuntaba la vida,
y ya me aclamaban rosa.
-94-
Mas ¡ay, qué acción tan ociosa!  15
pues la muerte en que hoy estoy,
me acuerda cuán breve soy,
en mí dejando enseñanza
en que advierta la esperanza
lo que va de ayer a hoy.  20

   Qué breve vida, diréis,
tiene el Príncipe de España,
pues del hado a la guadaña
morir tan en flor le veis.
Pero ya no os admiréis,  25
responde Carlos, que así
mi vida toda adquirí,
que si hoy muerto he como flor,
se declara así mejor
que ayer Lis de España fui.  30

   Sólo mi muerte temprana
ha sido para este suelo;
pero, mejorando vuelo,
flor vivo, eterna y lozana;
y si a mi primer mañana,  35
tan otra me vi y estoy,
no siendo ayer lo que hoy,
fue porque ayer de este prado
fui flor, y en luz mejorado,
hoy flor de ese cielo soy.  40

  -95-  

Lamento general en la temprana muerte de Don Baltasar Carlos, Príncipe de España.




Canción


   ¡En qué tristeza, en qué silencio el prado
admira la armonía
de esa su vegetable monarquía!
-Pero en un punto a asombro se ha pasado...
El rápido cristal de aquella fuente,  5
que veloz se atropella en su corriente,
un éxtasi de hielo,
detuvo el curso y enfrenó su vuelo.
Con qué susto en su espejo ya las flores
contemplan sus horrores;  10
sin duda (dicen) que a su margen falta
hoy la corona, que mejor la esmalta,
que sólo a su raudal pudo esta pena
prender el curso, aprisionar su vena.

   Con qué quebranto allí una casta rosa  15
desaliña su púrpura vistosa,
y sin tiento a pedazos por el suelo
siembra las galas que aseó el desvelo;
la azucena que al prado ilustra bella,
la luz apaga a su fragrante estrella,  20
y deshojando aqueste y aquel rayo,
padece eclipse el campo a su desmayo;
-96-
la flor indiana, que se pule en oro,
su pompa descompone sin decoro,
y el pálido color, que antes la asea,  25
con nuevo pasmo agora más la afea;
y si hoy ajan su aliño aquestas flores,
la flor les falta que les dio colores.

   ¡Oh qué pena, dolor, qué sentimiento!
Faltó al mundo sin duda el lucimiento,  30
faltó Carlos, faltó la flor lozana
al primer esplendor de su mañana:
que asustarse la fuente con el prado,
ceder breve las flores a su hado,
fue que todas murieron a su herida,  35
pues todas dependían de su vida:
y si monarca tierno las festeja,
si infante sol con rayos las bosqueja,
a su alentar peligren ya primero,
sea su infancia el término postrero;  40
pues hoy su sol fenece con la aurora,
muere su flor cuando el botón colora.

   Endéchenle jardines y vergeles,
pues el carmín faltó de sus claveles,
y Flora toda en lágrimas bañada,  45
lamente en él su gloria profanada.
El bello Abril, el Mayo más florido
enlute la esmeralda del vestido,
pues si el verdor de Carlos se marchita,
su hermosa gala en vano solicita.  50
No pula ya la primavera flores,
pues que faltó la flor de sus primores,
y en las aguas que vierte en llanto tierno
no sea primavera, sea invierno;
que del Abril, jardín y primavera,  55
Carlos la gala fue, pero primera.
-97-

   Este orbe todo se provoque a llanto,
elemento no falte a dolor tanto:
en la tierra el León ruja valiente,
finja el valor que alguna vez lo siente,  60
pues de España el cachorro generoso
al fatal golpe se rindió forzoso.
Gima ese mar, pues en su propio puerto,
al volar sus espumas, quedó yerto;
el aire sienta que a estrenar el vuelo  65
tira del Austria esta águila a su cielo,
piélago del olvido, sulco breve;
y aun hasta al fuego aquel dolor se atreve,
que si éste ansioso anhela la alta esfera,
a lo sublime Carlos se acelera.  70

   Con más razón la aurora a esta mañana
el llanto vierta, que llorar el día
(en la pena parece que se ufana,
pues entonces se viste de alegría);
llore el ocaso, si de un astro infante;  75
y ese cielo no sólo vigilante
Argos lamente en esa noche oscura;
mas cuando Polifemo se apresura
con ese sol a su lucido oriente,
el sol de Carlos llore tan reciente:  80
pues los astros y el sol de luz son flores
al morir y vivir sus resplandores;
y aun por florida, tierna, aquesa pira
por llanto vierta llamas que respira.

   Pasó Carlos en postas de un instante  85
su juventud graciosa y elegante;
y de jazmín exalación corriendo,
apenas de su vista dejó estruendo;
voló cometa sin dejar la huella,
de que antes fuese aun aparente estrella;  90
y si el cándido copo de su infancia,
-98-
Cloto en ampos trató con elegancia
en husos de marfil, en ruecas de oro,
todo eso fue debido a su decoro.
Mas ¿qué importa, si toda esa eminencia  95
de Átropos no resiste a la violencia,
y al morir en tu flor, en fin seguiste
de tu Isbela querida ocaso triste?

   Mas ¿qué digo? Isabela fue el aurora,
que porque ilustres mejorado cielo  100
guía tu sol a rayos que atesora;
y en una vista al trasponerte el vuelo,
las luces todas, joven peregrino,
al resplandor registras ya divino.
No vistas más la púrpura sangrienta;  105
del eterno candor la gala ostenta;
entronice tu planta generosa,
peaña de los astros luminosa,
y tu madeja honore preeminente,
ya del iris lo vario y lo luciente,  110
beneficiando con eterno giro,
todos tus reinos hoy de ese zafiro.

   Basta, canción, ¿por qué tan alta subes
que parece que atrás dejas las nubes?
Humilla el vuelo, y a este monumento  115
de nuestro Carlos mirarás atento;
que si rosas en él hoy esparciste
(profana ceremonia sea o triste)
las rosas bellas Carlos se ha llevado
y sólo del dolor nos ha dejado  120
las espinas, que a impulso repetido,
el pecho entre ellas se hallará oprimido.

  -99-  

A las venerables cenizas y gloriosos manes de doña Francisca de Santa Clara y de la Cueva, fundadora del ilustre convento de Santa Clara de la ciudad de Quito.

Discúrrese en su entrada a la religión, y en el mando que tuvo en ella.


Aprended, flores de mí
lo que va de ayer a hoy,
que ayer flor ajada fui,
y hoy luciente estrella soy.





Glosa


   Flores que esmaltáis el prado
con tan distintos colores,
vano es el mayor cuidado
para excusar los rigores
que ya fulmina el arado.  5
Flor como vosotras fui,
pero este rigor hui,
por trasplantarme temprana;
y pues tal dicha se gana,
aprended, flores, de mí.  10
-100-

   Era, cuando florecía
del siglo el prado lascivo,
menguada mi lozanía;
pero hoy el verdor más vivo
gozo en mayor valentía.  15
Y pues la que fui no soy,
de ayer al día en que estoy,
bien presume mi entereza
que se expresa en mi belleza,
lo que va de ayer a hoy.  20

   Las flores que Primavera
copia en el jardín de Clara,
las presido por primera,
siendo su belleza rara
lo que me aplaude y venera.  25
Mas ya no se cree de mí
pompas que un tiempo aplaudí,
porque mi contraria suerte
está enseñando en mi muerte
que ayer flor ajada fui.  30

   De la muerte el ímpio hielo
bien pudo ajar mi candor,
mas fue vano su desvelo,
que ya en mayor esplendor
soy pompa de aqueste cielo.  35
Porque en mi luz, desde hoy
tan otra y distinta estoy,
que, con cambio no pensado,
ayer fui flor de este prado,
y hoy luciente estrella soy.  40

  -101-  

Al mesmo intento, sobre aquel lugar de los Cantares:

Columba mea in foraminibus petræ, in caverna maceriæ, ostende, mihi faciem tuam22.


(Cant. 2, v. 14)                


Aludiendo a su clausura.




Décimas


   Tu belleza apenas, Clara,
mira en retiro tu esposo,
cuando te pide amoroso
no se la niegues avara:
pero si bien se repara,  5
tu beldad fue siempre igual;
pues ¿qué tiene de especial,
que agora por verla aspira?
mas si se esconde y retira,
¡qué aliño más celestial!  10

   En cárcel de reclusión
sobresales más vistosa,
cual la nacarada rosa
de espinas en la prisión:
que en tanto la perfección  15
-102-
conserva de su beldad,
cuanto con menos piedad
a la mano se defiende,
que aquello vive que ofende
gallarda su majestad.  20

   Cuando tu cadáver yerto
ocupa la losa fría,
tu amante entonces porfía
por gozarte al descubierto.
¡Oh qué soberano acierto!  25
pues he llegado a advertir
que pudistes asistir
viva enterrada en tu cueva;
y así es bien que hoy se te deba
de ella en tu muerte salir.  30

   De tu consorte en la ausencia,
cual paloma generosa,
la quiebra vives gustosa,
de tu cueva en la asistencia.
Mas luego que en la eminencia  35
de aquese empíreo sagrado
su reclamo has escuchado,
sigues su voz diligente;
porque ave tan eminente,
no pide menor sagrado.  40

  -103-  

Contienden las hijas que triunfantes viven en el cielo y las que militan en la tierra, por su muerte y vida, sobre aquel lugar de Salomón:

Dixit Rex: afferte mihi gladium, cumque attulissent gladium, dividite, inquit, infantem vivum in duas partes, et date dimidiam partem uni, et dimidiam partem alteri23.


(3 Reg. 3, 25)                





Octavas


   Apenas, de la Parca al cierzo impío,
de una Clara la antorcha esclarecida
casi agoniza, apenas aquel brío
quiere rendirse a su mortal herida,
al mar fatal aqueste humano río,  5
apenas se recobra en su avenida,
cuando sus hijas con piadoso aliento
rompen del alma aqueste sentimiento.

   ¿Cómo, Señor, aquel farol luciente
débil se eclipsa, yace ya extinguible?  10
¿cómo de aqueste alcázar eminente
la columna se rinde ya pasible?
-104-
¿cómo cede el Atlante ya doliente
de aqueste Olimpo al rayo imperceptible,
sus hijas malogrando en un instante,  15
farol, columna, y invencible Atlante?

   ¿Cómo de nuestra Cueva aquel sagrado
profana, impura, la violenta muerte?
¿cómo aquel firme monte organizado,
es ya inconstante con variable suerte?  20
¿dónde asilo el erizo del pecado,
mi Dios, y el ave lograrán ya fuerte?
¡No se ultraje, Señor, aqueste templo,
sirva a la eternidad, sirva de ejemplo!

   El labio enmudeció, porque el aliento  25
en el pesar expira naufragante;
mas ¡ay dolor! que el cielo aqueste intento
tan piadoso resiste vigilante:
pues de sus hijas, las que aquel asiento
gozan de asiento en escuadrón ovante,  30
se oponen, y no sin armonía,
si une el afecto, el juicio las desvía.

   No es bien, dicen, Monarca soberano,
que el sujeto de Clara tan divino,
largo tiempo se ultraje por humano:  35
adquiérale su culto su destino,
porque entonces el pecho más profano
peregrine a sus aras peregrino.
¿Quién duda sólo aquel humano vive
que en este Mundo su vivir concibe?  40

   Ya de frutos el árbol coronado,
quiebra y se inclina con el peso al suelo,
la espiga de oro en minas de este prado,
del codicioso aldeano es el desvelo;
-105-
ríndase a la hoz el grano sazonado,  45
y a la segur el fruto en útil duelo,
porque en sus aras sirva y en su culto
ofrenda limpia del menor insulto.

   Si es de tu ilustre ser blasón glorioso
que del justo al afán la paz suceda,  50
de nuestra Madre, pues, triunfe el reposo,
y del quebranto la balanza ceda:
no más la noche oculte el sol hermoso,
de sus tinieblas ya su luz proceda,
Clicies firmes seremos de sus huellas,  55
huellas do logre el cielo sus estrellas.

   Este litigio, el Dios omnipotente
de unas y de otras escuchado había,
y árbitro recto, Salomón prudente,
satisface y concuerda su porfía:  60
el compuesto divide, pues viviente
el alma al cielo, al suelo el cuerpo fía,
y las hijas su parte han conseguido,
que aún no es el todo acá, ni allá debido.

  -[106]-     -107-  

Declárase aquel lugar de San Pablo:

Ne magnitudo revelationum extollat me, datus est mihi stimulus carnis meae, qui me colaphizet24.

(2 Corint. 12, 7)                


Y acomódase al gusano, que sensiblemente percebía que le atormentaba el pecho, viviendo, no sin prodigio, muchos años con él.




Soneto


   Tanto tu vuelo al cielo te avecina,
Clara ilustre, que el alma más profana
por alta te venera soberana,
si en tu virtud te aplaude por divina.

   Cada mérito es luz que te ilumina,  5
línea cada obra que te niega humana,
y cada heroica acción que en ti se afana
aras te erige, cultos te destina.

   Pero pregunto, Clara, ¿tanta gloria
desvaneciote? -Pudo, que aun viviente  10
no aseguraba en todo la vitoria;

   mas de un gusano estímulo valiente,
aunque en el pecho mora, en la memoria
fue de mi polvo acuerdo diligente.

  -[108]-     -109-  


Epitafio


   Huésped mortal, detén el paso, para,
no huelles sin respeto tierra pura,
advierte que esa humilde sepultura
es urna heroica del honor de Clara.

   Y si el tiempo a su rueda un clavo echara,  5
aquí de una Rebeca la cordura,
de la noble Semíramis la altura,
y las leyes de Débora admirara.

   Aquí la gran fecundidad de Lía,
(bien el claustro lo dice, bien la espada)  10
de una Ana la piedad, si de María

   la alabanza en sus coros celebrada.
Mas ya prosigue, y sírvate de guía
la luz de su virtud nunca eclipsada.

  -[110]-     -111-  

Discúrrase sobre el modo milagroso cómo perdió la vista, que fue mirando una diadema de luz con que se le mostró la Virgen.




Romance


   ¡Qué es esto! ¿quién arrebata
las luces bellas al norte?
que ya naves de una Clara
temen peligro en su noche.

   ¿Quién de una Francisca ilustre  5
el resplandor roba noble,
con que, argos, gobierna atenta
el rebaño más en orden?

   Estratagema, sin duda,
fue, que la muerte dispone,  10
que tanta vida no pudo
rendirla toda de un golpe.

   Pudo vencer con cautela
aquella murada torre,
porque ya sus atalayas,  15
dormidas, no le socorren.

   Y si atrevida la muerte
roba la joya más noble,
primero apaga las luces,
ardid propio de ladrones.  20
-112-

   Mas ¿qué inadvertencia es ésta?
¿cómo atribuyo tan torpe,
a delito de la muerte
favor que el cielo dispone?

   ¿Quién duda que de María,  25
al gozar los resplandores,
perdió en tan gallarda empresa
esplendor de sus dos soles?

   Pues inundada de luz
su celda -o ¿qué esfera noble?-  30
de todo un sol, que diadema
a su cabeza dispone,

   al distinguirle los rayos,
con harta dicha conoce,
que presos los suyos deja  35
entre sus castos candores.

   No pretende, no, María
su vista otro objeto logre,
porque a quien gozó su luz,
otra cualquiera es disforme.  40

   Sin duda que como Febo
con su brillar otro esconde,
más lucido que él, María
sus dos estrellas recoge.

   Miraba el virgíneo espejo  45
para imitar perfecciones;
pero herida de su sol,
con su claridad se goce.

   Y aunque a los ojos humanos
los dos vivientes blandones  50
apagaste, fue cautela
con que el alma te socorre.

   Porque así como la luna,
cuando a la vista en borrones
-113-
se muestra, es porque hacia el cielo  55
descoge sus resplandores,

   así tu lucir gallardo
a nuestra vista interpone
vanas nieblas, y así el alma
el raudal de luces rompe.  60

   Y dejado este hemisferio
en horrores tus dos soles,
de tu espíritu en aplausos
rayan mejor horizonte.

   Y ya el bulto de María,  65
en generosos ardores
veneras, pues insculpido
tu pecho conserva dócil.

   Con que sin recelo alguno
rayos le cuentas menores,  70
que como es sol de otra esfera,
ojos requiere más nobles.

   Y como humilde arroyuelo,
porque el ruido no le estorbe,
el manto viste de hielo,  75
con que mejor al mar corre,

   no de otra suerte a tus ojos
con un velo los socorres,
y sin estruendo volaste,
y al mar eterno te acoges.  80

   Nave fuiste, que sulcando
las aguas de tus dolores,
del farol que te guiaba,
fatal la luz supurose.

   Mas conseguistes el puerto,  85
sin que perdieses el norte,
porque amor, que es tu piloto,
sin vista el mar mejor rompe.

  -[114]-     -115-  

A la fama póstuma del ilustrísimo señor don fray Juan de Ribera, obispo electo de Santa Cruz de la Sierra, en que se acuerdan sus cargos, sus muchas letras y cátedras.




Epitafio


   Recuerdo es tierno aquesta pira ardiente
de aquel que vive a cuenta de su fama,
del ilustre Ribera, a quien aclama
su honor heroico todo este occidente.

   Y si ciño los siglos al presente,  5
de la ciencia más alta que declama,
un Agustino en él todo se inflama,
logra todo un Tomás en él su oriente.

   Sutil un Aristóteles no escuro
en él admiro, como en lo sagrado,  10
un Ambrosio, un Jerónimo divino.

   Pastor rigió también rebaño puro;
mas ¡hay! que al mejorar de su cayado,
acaba ausente, muere en el camino.

   ¡Qué alto acuerdo! en todo es peregrino:  15
el sol sirva por lámina a su pira,
pues acaba y renace como él gira.

  -[116]-     -117-  

Al haber muerto el ilustrísimo señor don fray Juan de Ribera, fuera de Lima, donde tuvo su dichoso nacimiento.




Décima


   De tu patria peregrino,
mueres, ilustre Ribera,
y en tu fogosa carrera
te sale al paso el destino;
mas, según lo que imagino,  5
acuerdo fue muy prudente,
que si la América ardiente
sol te aclama en tu saber,
distinto es fuerza tener
el ocaso que el oriente.  10

  -[118]-     -119-  

A la muerte de la excelentísima señora doña Hipólita de Córdova y Cardona, condesa de Villaflor, dignísima esposa del excelentísimo señor don Luis Henríquez de Guzmán, conde de Alba de Aliste, virrey de la Nueva España, y después de estos Reinos del Pirú.




Soneto


   Águila ilustre, gloria de Cardona,
cuyo poder, cuya grandeza suma
grata obedecen una y otra espuma,
rendida aclaman una y otra zona.

   No estrecha, no, el poder que así te abona  5
la Europa toda; a más voló tu pluma:
al imperio voló de Montezuma,
que es corto un mundo, y otro se eslabona.

   El Neptuno Guzmán, Numa prudente,
consorte tuyo, a tanto honor te llama,  10
y por dejar eterno monumento,

   la llama noble de su pecho ardiente
dos mundos te buscó para la fama,
dos mares te previno al sentimiento.

  -[120]-     -121-  

A lo crecido del amor; y a lo vivo del sentimiento de una mujer que miraba atenta el túmulo de su esposo.




Soneto


   Aquí reposa, ¡ay cielo ejecutivo!
mustio el verdor, ¡ay sombra obscura y fría!
de mi querido esposo, ¡ay muerte impía!
que el pecho adora, ¡ay rigor esquivo!

   Si su cadáver miro, ¿cómo vivo?  5
y si el llanto me tiene en agonía,
y el dolor a mi muerte así porfía,
¿cómo alientos con ella hoy avivo?

   Mas ¡ay que fénix es mi amor ardiente!,
que a un tiempo muere en su fogosa llama,  10
y aquese mesmo adquiere lo viviente.

   Que si amor con la vida más se inflama,
y el corazón con ella siempre siente,
viva, pues, siempre, sienta al paso que ama.

  -[122]-     -123-  

A doña Tomasa Vera, esposa que fue de don Juan de Borja, gobernador de Popayán, y a su temprana muerte, que le expresa este anagrama de su nombre; nace y muere Rosa; y publican las primeras letras de éste.




Soneto


   No rompe aún el botón, cuando desvela
A la atención la rosa, y la aprisiona
Con nieve, que aún oculta no blasona,
En la grana, que aún virgen encarcela.

   Y quien aún tierna triunfa, en vano anhela  5
Mayor trofeo, en púrpura y corona,
Vano, si del vergel bella Amazona,
En flechas de oro al vencimiento vela.

   Rinde en fin, mas al punto que avasalla,
En su oriente ¡ay dolor! su muerte halla,  10
Ruina del sol, envidia de su lumbre;

(H)Oy, pues, doña Tomasa, de su cumbre
Se ufana flor. Mas ¡ay! que, lastimosa,
Al vivir nace y muere como rosa.

  -[124]-     -125-  


Silva a la rosa


comparada a la inconstante flor de la hermosura.
Traducción de Virgilio25.


   De los tiempos del año era el verano
(el de Mantua cantó en su dulce lira),
y el día, alegre a rayos, en que gira,
esmalta nubes con que sale ufano;
el austro templa, porque suave aliente,  5
y así con blando diente
muerde la flor, que aún tierna no se esquiva
si aun solicita alientos más lasciva,
cuando, abreviando sombras, el aurora
precede bella a la carroza ardiente,  10
y en luces de esplendor, en luz canora
despierta al sol, madrúgale a su oriente.

   Entonces, dice en dulce melodía
aqueste cisne, el campo discurría,
y cuando en sendas de este sitio ameno  15
buscaba abrigo en esa adulta llama
del sol, que salamandra ya se inflama,
vi entre su vasto seno
-126-
en la grama pender blanco rocío,
que a breve globo aprisionaba el frío,  20
y en su lacio verdor me parecía
lágrima que lloró la noche fría,
si a esotras hierbas en sus cimas bellas
corona de cristal, de nieve estrellas,
siendo a sus tiernos tallos, por vistosas,  25
sartas de perlas, perlas generosas,
que en nácares celestes engendradas,
del cielo al prado fueron feriadas.

   Al nacer el lucero luminoso,
vi con primor y aliño cuidadoso  30
del esmero Pestano,
del mejor hortelano
un rosal tan de gotas salpicado,
que sudor se ha juzgado,
que, en la lucha valiente  35
por escapar de sombras, sudó ardiente
de esta piedra, que a engaste de zafiro,
la observa el cielo con su eterno giro,
y a sus rayos primeros esmaltaban
las rosas, que por su astro le aclamaban.  40

   Y si del alba y rosa contemplaras
el nácar escogido,
indeciso dudaras
si el alba hurtó a la rosa lo encendido,
o la rosa envidiosa, al alba bella  45
de ella colores trasladó a su estrella.
El matiz también vario de ese prado,
osada emulación del estrellado,
admiraras, si el sol sus resplandores
comunicó a sus flores,  50
como esmaltó los astros
eminentes en colores de rayos florecientes.
-127-

   Uno es todo el rocío de la rosa,
y el que suda la aurora luminosa
en su estación primera,  55
un color en entrambas persevera
a un tiempo, pues la rosa se apellida
y la aurora florida
crepúsculo de nácar, en que se halla
el sol infante en esta luz que calla.  60
Mas ¿qué mucho que en todo corran a una,
siendo en las dos iguales su fortuna,
pues en entrambas Venus predomina,
reina del prado y cielo que ilumina?

   Si ámbar la rosa aspira,  65
sin duda al mesmo Venus se conspira,
y si de ésta el sentido
por torpe no percibe lo oloroso,
es color de otra esfera más subido:
aquella, sí, que al prado delicioso  70
en copa de rubíes néctar
grato deleitosa propina ya al olfato.

   Al lucero fragante,
a la rosa galante,
de Pafo les preside aquella diosa,  75
y así a entrambas librea generosa,
corta rica de púrpura eminente;
con que el astro luciente,
si es que es rosa equivoco así se duda,
o lucero la rosa se saluda,  80
pues si carmín la rosa de su vena
debe a la espina que ímpia le barrena,
el lucero, a su labio
la púrpura que goza sin agravio,
viviendo tan iguales,  85
que por unos se cuenta ya sus males;
-128-
y si el tiempo le ultraja
a aquél el carmesí, él mesmo le aja
a aquéste en un desmayo,
siendo del uno y otro el propio ensayo.  90

   De aquestas bellas flores,
del cielo fomentadas a sudores,
copia sangrienta la floresta anega;
mas el discurso entre sus ondas rojas,
no sin miedo al peligro la navega,  95
siendo escollos de nácar de él sus hojas:
tantas arroja al prado
el rosal, en sus varas floreciente,
cerradas y patentes,
que con rosetas de rubí he pensado  100
se disciplina el suelo,
por aplacar rigores de ese cielo.

   Allí una rosa infante
mece en su cuna el céfiro inconstante,
y en claustro de esmeralda detenida,  105
virgen se oculta menos pretendida;
otra al prado se asoma diligente
por celosías de su verde oriente;
mas al mirarla, trueca vergonzosa
en carmín el candor su tez hermosa.  110

   Al despuntar aquélla
rompe prisiones de su verde estrella,
y con su roja punta se conquista
desabrigos purpúreos a la vista,
siendo cada hoja en que ella se dilata  115
gota de sangre, que de sí desata.

   Otra aquí muy de Venus presumida,
de su guardada gala hace reseña,
que el aseo al espejo le compuso
de una fuente risueña,  120
-129-
y por salir mejor del tiempo al uso,
de carmesí en follera multiplica,
hojas de galas, que su ingenio aplica.

   Mas otra del botón desenlazada,
y en rojos arreboles desflocada,  125
un sol al prado ofrece generoso,
que en rayos de oro ilustra luminoso:
honor grande del valle, pues sus flores
vanas más lucen con sus resplandores.

   Pero ¡ay! que toda aquesta pompa hermosa,  130
del vergel, esta antorcha luminosa,
esta hoguera, que roja al prado inflama,
siendo cada hoja suya ardiente llama,
este sol, que a sus rayos fomentaba
cuanto aseo al jardín le coronaba,  135
con desmayo fatal se descompone,
su luz se apaga al inconstante viento,
al occidente el esplendor traspone,
y la llama consume su ardimiento.

   ¡Oh, qué breve esta flor tiene la vida!,  140
pues edad fugitiva la arrebata,
de su beldad pirata,
y de un punto al escollo la admiraba
caduca y lacia, cuanto más florida;
saliendo al paso presta y diligente,  145
prevenida la muerte al propio oriente,
siendo la cuna en que le mece el viento
su fatal pira y triste monumento.

   Y cuando este prodigio revolvía,
y aqueste acaso el labio repetía,  150
aún de vida no goza aqueste aliento;
pues mustia vi la rosa se despuebla,
y que funesta se deshoja al prado,
epitafio dejando de su hado
-130-
hojas tiernas, que a letras de rubíes,  155
en la esmeralda acordarán constantes,
pues su vida se mide por instantes.

   La varia diferencia,
que del tirio color matiza el suelo,
no sin envidia, no sin competencia,  160
las galas que renuevan estudiosas,
por lucirse en el prado más hermosas,
y las vidas que estrenan por flamantes
allí rosas infantes
el resplandor de un día las festeja,  165
y ese mesmo a sus rayos las aqueja,
y con fúnebre sombra oculta y sella
de múrice vistosa tanta estrella.

   ¡Oh tiempo! ¡oh días! ¡oh naturaleza
avara, en cuanto ostentas más grandeza!  170
ya justamente todos nos quejamos;
pues apenas nos pones a los ojos
estas joyas de Flora por despojos,
cuando, al echarlas mano,
salió nuestro cuidado bien en vano,  175
y dándoles más gracia a aquestas flores,
apresuras más presto sus horrores;
pero ya no me admiro,
que es de muy corta dura
cuanto crece en belleza una hermosura.  180

   Cuantos mide de oriente
sus términos el día al occidente,
cuando en breve ceniza
de ella, fénix mejor, se inmortaliza,
aquesta propia edad goza la rosa,  185
que el sol en sus espacios le señala,
siendo al prado su gala
-131-
fímera, que la acaba lastimosa,
en la infancia gozando edad adulta,
y la triste vejez que la sepulta.  190

   Aquella a quien el sol en la mañana
en pañales de grana abrigó infante,
a la tarde volviendo ya triunfante,
su edad florida vio trocada en cana.
Pero ¿qué importa, oh rosa, que tu llama  195
tan temprana se apague, aun cuando ardiente?
pues ha tomado a cargo ya la fama,
hoy aplaudirte más de gente en gente,
gozándote perenne y más constante,
cuanto antes tu vivir fue un solo instante,  200
permaneciendo fija en la memoria
de tu belleza la pasada gloria.

   ¡Oh, qué ejemplo tan vivo al desengaño
de una grande belleza!
Lograd, oh virgen pura  205
este cortés recuerdo en la pureza;
coged las rosas, pues, de la hermosura,
cuando ayuda la edad, la edad florida,
y en vistosas guirnaldas recogida,
si intacto su verdor guardáis constante,  210
vuestra cabeza ceñirán triunfante.
No ajéis su lozanía,
mirad que la beldad más grata y bella,
como la flor fenece con el día,
que hermosuras y flores materiales,  215
se compasan a términos iguales.



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