Restituida al
padre Antonio Bastidas la primacía cronológica en la
poesía ecuatoriana, es justo conservar el recuerdo del que
lo salvó del olvido publicando sus obras, en noble
afán de personal gratitud al que fue su maestro e iniciador
en los campos floridos de la poesía.
Como consta de la
segunda carta del padre Bastidas al padre Bermudo, Evia es «el discípulo y amigo por cuyo cuidado se
imprimen estos dos libros» (el Ramillete y la
Invectiva), y el que facilitó su publicación
prestando su nombre; y ya que es indiscutible la importancia del
volumen publicado en Madrid en 1675, como muestra primeriza
fehaciente del despertar de la poesía en nuestra vida
nacional, bien merece que se ponga un poco más de
afán del puesto hasta ahora en dilucidar la personalidad de
este enigmático maestro Jacinto de Evia.
Dato cierto no se
había tenido ninguno acerca de él, fuera del que
consta en la portada del Ramillete, a saber que era
«natural de la Ciudad de Guayaquil»,
o, como puntualiza la Licencia del Consejo, «vecino y natural
de ella». Pero en junio de 1947 descubrió el hilo de
su ascendencia el insigne genealogista don Pedro Robles y Chambers,
quien tuvo la fineza de comunicarme su hallazgo en carta de 17 del
mismo mes y año. «Se trata -dice-
de la Imposición de una Capellanía de misas
perpetuas, que fundó don Blas de Vera con fecha 26 de
octubre de 1662, y que dice así: "En la ciudad de Guayaquil,
en veinte y seis días del mes de octubre de mil y
seiscientos y sesenta y dos años, ante mí el
Escribano y testigos pareció Blas de Vera, vecino de esta
ciudad, a quien doy fe conozco, y otorgó que el susodicho
instituye y funda -250-
una capellanía de misas perpetuas por su alma y la de
Bernarda de Bohórquez, su mujer ya difunta, y por sus
ascendientes y descendientes, de dos mil pesos de principal, que
vale la huerta de cacao que tiene en el Valle de Baba, que tiene
8000 árboles de cacao llamada El Rosario, y nombra por
primer patrón de ella al Maestro Jacinto de Evia, mi nieto".
- Ante el Escribano Lorenzo de Bances León».
Este abuelo del
maestro Jacinto de Evia aparece en la documentación de la
época como don Blas González de Vera y
Gutiérrez, vecino feudatario de Guayaquil, dueño de
la estancia «Toma Bellaco», casado con doña
Bernarda de Bohórquez, de igual naturaleza. Entre otros
hijos tuvieron a doña Catalina González de Vera y
Bohórquez, casada con don Toribio de Evia. Éstos son
los padres del maestro Jacinto de Evia y de Vera46.
Otro hijo de don Blas, tío carnal del maestro Jacinto, fue
don Francisco González de Vera y Bohórquez, quien,
casado con doña Ana de Tovar y Balpuesta, tuvo muchos hijos,
entre ellos doña Jacinta de Vera y Tobar, mujer de don Juan
Navarro Navarrete, antepasados directos del presidente don Gabriel
García Moreno.
Jacinto de Evia,
no es, pues, un personaje imaginario, ni un mero nombre, sino un
guayaquileño del siglo XVII históricamente
identificado, si bien lo que se sabe de él con certeza
apenas pasa de esta identificación. Lo que se ha
añadido para abultar la figura, forma un conjunto abigarrado
de suposiciones, muchas de las cuales han resultado claras
falsedades. Por ejemplo el Diccionario biográfico del
Ecuador de Pérez Marchant, Quito, 1928, describe a
Evia: «Sacerdote, nacido en Guayaquil en
1650. Se educó -251-
en el Colegio de los Jesuitas de Quito, teniendo por
profesor de retórica y poética al celebrado Padre
Bastidas. Ingresó a la Compañía de
Jesús y dirigiose a España, donde residió
algún tiempo. Dedicado desde muy joven al cultivo de las
letras, fue el primero que se consagró a la poesía en
tierra ecuatoriana... La primera obra que compuso vio la luz en
Madrid en 1675... El Padre Evia falleció a principios del
siglo XVIII»47.
Fantasía la fecha de nacimiento de 1650. Fantasía lo
de la entrada en la Compañía de Jesús.
Fantasía lo del viaje a España. Inexacto que fuese el
primero en consagrarse a la poesía. Ambiguo lo de
«primera obra», pues fue primera y única. Por
fin, mera suposición la fecha aproximada de fallecimiento,
pues lo mismo puede ser fines del XVII que principios del
XVIII.
El Diccionario
biográfico americano de José Domingo
Cortés, París, 1876, prudentemente elude toda fecha y
toda especificación48.
El de Gustavo
Arboleda, Quito, 1910, da otra fecha de nacimiento que se acerca
más a lo verosímil, pero que es también
arbitraria: «Hacia
1629»49.
A esta fecha de
1629 se atienen el padre Luis Gallo Almeida en Literatos
ecuatorianos, Quito, 192150,
y Alfonso Cordera Palacios en su Historia de la
literatura, Cuenca, 192251.
El padre Francisco
Vásconez adelanta la fecha en su Historia de la
literatura ecuatoriana, Quito, 191952,
y da: 1620. La misma admite, como prudente conjetura, la
Bibliografía ecuatoriana de Nicolás Espinosa
-252-
Cordero, Cuenca, 1924: «comienzos
del siglo XVII. (1620, más o menos)»53;
y eliminando la conjetura, la misma estampan Augusto Arias en la
1.ª edición del Panorama de la literatura
ecuatoriana, Quito, 193654,
y Luis Alberto Sánchez, quien se contenta con copiar a Arias
en su Historia de la literatura americana, Santiago de
Chile, 194055.
Ni 1620, ni 1629,
ni menos 1650. ¿Por qué empeñarse en afirmar
cuando no se sabe?
Don Vicente Emilio
Molestina en su Colección de antigüedades
literarias publicada en Lima en 1868, juzga a Evia un
«completo culterano, cuyo modo de decir, confuso y
embrollado, no conoció freno alguno»; al incluir en su
antología dos composiciones de él, dice que no ha
pretendido otra cosa que rendir un homenaje de simpatía al
que, bien o mal, en la oscura noche de la Colonia, y antes de los
demás poetas, quemó un grano de incienso en el altar
de las musas. Y concluye: «Evia se hizo
jesuita más tarde, y su sepulcro es
ignorado»56.
Francisco Campos
en su Galería biográfica, Guayaquil, 1885,
se apoya en Molestina y concluye como él: «Evia entró en la Compañía de
Jesús, y murió a fines del siglo XVII.
Ignórase el lugar de su fallecimiento, y su tumba permanece
ignorada»57.
La especie de que
Evia fue jesuita, estampada por vez primera, según parece,
por Molestina, hizo fortuna. La repiten, además de Campos,
Manuel Gallego Naranjos en su Parnaso ecuatoriano, de
1879, la Academia Ecuatoriana de la Lengua en su
Antología de 1892, Camilo Destruge en el Tomo I del
Álbum ecuatoriano-253-
de 1903, Gustavo Arboleda en el Diccionario
biográfico de 1910.
No hay el menor
fundamento para esta afirmación, pues no figura Evia en
ningún documento de la orden, ni en el Libro del Noviciado
de 1638 en adelante, ni en ninguno de los catálogos que cada
seis años se mandaban a Roma. El archivero padre José
Jouanen, que me daba estos datos negativos a 5 de marzo de 1940,
añade en confirmación de la total improbabilidad del
hecho: «Es muy dudoso que los Superiores
de entonces hubiesen mandado imprimir en Madrid sus poesías,
cosa entonces tan costosa y molesta por las censuras y
licencias». Efectivamente hemos visto tras cuántas
dificultades salió al fin a luz el Ramillete.
Pero la
refutación decisiva está en el dato descubierto por
el señor Robles y Chambers. Si Evia hubiese sido jesuita,
nunca hubiera podido ser nombrado patrón de la
Capellanía fundada por su abuelo don Blas de Vera en
1662.
De aquí en
cambio se deduce con certeza que era sacerdote secular,
único dato comprobado que, hasta hace poco, se podía
añadir al de su origen guayaquileño y al de sus
estudios hechos en un Colegio de la Compañía de
Jesús. Éste fue con toda certeza el de Quito, ya que
consta del Libro de Oro de la Universidad de San Gregorio (en el
folio 45 verso) que se doctoró en Artes el 20 de mayo de
1657, entre otros 43 graduados aquel año.
Lo que escribe
Gustavo Otero Muñoz en un artículo sobre
Domínguez Camargo, especial para El Tiempo de
Bogotá (1937), que «concluidos los
estudios de Humanidades fue a parar Camargo a Guayaquil, en donde
en asocio con su maestro el Padre Antonio Bastidas y de su
condiscípulo el Padre Jacinto Evia, Jesuitas los dos (!)
crearon una academia poética, en la cual se hicieron elogios
fúnebres, sonetos, inscripciones y motes a la muerte de
doña Isabel de -254-
Borbón, a la del Príncipe Baltasar Carlos y a
otras ocasiones y solemnidades», es todo ello alta
fantasía... Y cuando se le ve al escritor proseguir
imperturbable su cuadro imaginativo: «Llamose "Academia de la Rosa", y a ella
pertenecieron otros muchos poetas que se reunían para cantar
a la reina de las flores. Evia fue el alma de esta justa literaria,
y adoptó el nombre de Celio, a la usanza de la moda
napolitana», sólo cabe exclamar: ¡Así se
escribe la historia!58
La historia
verdadera ha sido esquiva con Evia. No nos ha conservado sino su
nombre y su libro, y los cuatro datos fundamentales apuntados: que
fue guayaquileño, que fue discípulo de la
Compañía de Jesús, que fue sacerdote y que se
doctoró en la Universidad de San Gregorio. Añadamos
un quinto punto, también fundamental: que fue poeta, que al
menos tuvo ilusión y fervor de serlo59.
El hecho de que el
Ramillete de flores varias apareciese a nombre suyo, y de
que los dos coautores que en él figuran hayan sido
presentados como extranjeros, ha dado en las historias de la
literatura ecuatoriana una importancia un tanto desmesurada al
maestro Jacinto de Evia. Pero aun reducida su figura a las debidas
proporciones, quedará intacta y aun acrecida la
simpatía que inspire el que fue conducto -255-
e instrumento para que no se perdiesen los ambiciosos
destellos que daba ya la poesía en nuestra patria a mediados
del siglo XVII.
Duro ha sido
Menéndez y Pelayo con Evia. Además de envolverle en
la condenación general del Ramillete, al que
califica de «monumento de hinchazón
y pedantería»60,
en el que «apenas hay una
composición que no sea un puro disparate»61,
juzga que «de los tres poetas
quizás Evia sea el de menores vuelos» y que Bastidas
«merecía tener discípulos
más aprovechados que él»62.
Razón tiene, por cierto, en afirmar que «nada hay en él que compita con algunos
rasgos de los romances de Domínguez
Camargo»63;
pero muy discutible es que no iguale, por lo menos, a Bastidas.
Tomándolos a los dos poetas en conjunto, hasta parece que
hay en Evia una vena más fresca, más jugosa,
más prometedora.
Es menos
rebuscado; el verso le sale más limpio, más corrido,
más claro; no se hallan en él estrofas ininteligibles
como las hay, por desgracia, no pocas en su maestro.
No es posible
saber si las producciones posteriores de su musa, cumplieron las
halagüeñas promesas de estos principios, pero, en todo
caso, sería positiva injusticia no darle un puesto honroso
entre los primeros cultores convencidos y fervorosos del divino
arte, que iniciaron la gloriosa trayectoria de la poesía en
nuestra Patria.
-[256]--257-
Selecciones
-[258]--259-
Al doctor don Cristóbal de
Arvildo, el día que predicó en el convento de Santa
Catalina, descubierto el Santísimo.
Romance
Si esta ciudad de
tu ingenio,
oh Arvildo, luces gozó,
el cielo de Catalina
goza hoy también tu
esplendor.
Y porque explayas
tus rayos,
5
a vista del mismo sol,
entre accidentes los suyos
benigno Cristo ocultó.
Si Juan del
Cordero sacro
fue la voz que le
anunció,
10
hoy de un Juan y este Cordero
feliz anuncio es tu voz.
Con que al mesmo
tiempo logras,
no sólo del Verbo Dios,
pero de la voz también
15
ser eco y aspiración.
Si el vergel de
Catarina
se esmalta de tanta flor,
el Favonio de tu aliento
fragancias hoy respiró,
20
siendo tu elevado
ingenio
la abeja, que en su candor
-260-
néctar estudia sagrado,
por paladearnos mejor.
El paladar
delicado
25
es el convidado hoy,
que como es manjar de sabios,
es muy sutil su sabor.
-261-
A un puquio o manantial, que se
halla en el valle de Lloa, a las raíces del monte de
Pichincha.
Romance
A la raíz
de un monte excelso
un humilde valle alberga
cristal mucho en breve
espacio,
hijo altivo de una
peña.
De tan soberbio
presume
5
que desconoce la tierra,
y en los saltos repetidos
esfera en el aire anhela.
¡Oh
qué ufano se halla el prado
del cristal con la soberbia!,
10
pues de un ojo de sus aguas
por Polifemo se ostenta.
Y al Polifemo del
cielo,
que de luces se alimenta,
le arrojaba las de nieve,
15
por batirle aun en su esfera.
Cielo se halla
del bosque,
y tan dueño de las
selvas,
que el registro de su vista,
la más oculta penetra.
20
Tan bella copa al
subir
hace el puquio, que creyera
-262-
que hay árboles de
diamantes,
como de esmeraldas tiernas.
En dos ramos se
dilata
25
el tronco, que la sustenta,
y en sus repetidas flores
al Abril y Mayo albergan.
Tan esmaltados se
miran
de su florida belleza,
30
que entre el verde de sus
hojas,
sólo lo vario se
apuesta.
Munición
de argentería
contra las plantas asesta,
porque pretende de Flora
35
ser martinetes de perlas.
Y aun la mano de
marfil,
como anillo se la arrea,
siendo engaste la esmeralda,
y él el diamante a quien
cerca.
40
También
recama el vestido
con la plata de sus venas,
aprisionando en mil lagos
matices que la hermosean.
Dos cintas de
resplandor
45
en dos corrientes
despeña,
para que en cárcel de
vidrio
sus vistosas hebras prenda.
Aqueste cristal
un valle
juzgo que avaro le niega,
50
porque, a conocerle Apolo,
mucho Hipocrene perdiera.
Y en los dos
montes de Quito
su Parnaso repitiera,
en cuya cumbre sus cisnes
55
dulcemente se aplaudieran.
-263-
De aqueste pecho
de plata
suave néctar recogieran
las Musas, y en él
lograran
sus alumnos las cadencias.
60
Divulgue, pues,
ya la fama
sus corrientes, que a su
empresa
anhelaran mil Virgilios,
mil Orfeos, mil sirenas.
-[264]--265-
A dos arroyos que nacen de una
peña, y a otro que se destila de otra en forma de
pluvia.
Romance
Mucho cristal en
su seno
concibe una adusta
peña,
y ya dolores de parto
en quejidos roncos muestra.
Todas las Ninfas
del bosque
5
que le asisten en su pena,
le anuncian que dos arroyos
en cruel batalla le aquejan.
Por gozar el
mayorazgo
sin duda de aquella selva,
10
que la ambición, aun en
riscos
no falta quien los fomenta.
Su pecho en dos
partes rompen,
nadie cede en la contienda,
y escamados vivoreznos
15
materno fuero atropellan.
Y por verse ricos
de aguas
más altivos se
despeñan;
a que impele el precipicio
cuanto es mayor la riqueza.
20
Un río
que, caudaloso,
aqueste orgullo contempla,
-266-
breve muerte entre sus aguas
a su soberbia apareja.
Hallando en su
propia infancia
25
su cuna tumba funesta;
¡oh qué de altos
pensamientos
su fin al principio
encuentran!
Una peña,
que cercana
miraba aquesta tragedia,
30
trasuda en menudas gotas,
tanto este susto la aqueja.
Lágrimas
serán sin duda,
con que su malogro endecha;
que llanto aun de un pedernal
35
saca la desdicha ajena.
Y si es que hay
terrena nube,
advertido yo dijera,
que no el cielo ya en las
plantas,
mas el suelo llueve en ellas.
40
Y aun hay quien
diga que es nácar,
en las que conciben perlas,
y en ricas sartas el bosque
ciñe su madeja crespa.
Aprisionando
plumajes,
45
que de esmeralda la arrean;
que aun lo insensible las
galas
vanamente hoy aprecia.
El dueño
de aqueste sitio,
Flora diré, ya más
bella
50
que esotra, más casta
Venus
que la que Chipre celebra,
de este llanto
compasiva
ataja en curiosa senda
aquel cristal malogrado,
55
que antes vano se
despeña.
-267-
Con que apacible
en sus ondas
más advertido pasea
por celosías de flores,
por enrejados de hiervas,
60
fabricando en
breve espacio
a esta Flora y Venus nueva,
de oloroso jaspe casa,
en que siempre el Mayo
alberga,
donde su consorte
amado,
65
donde sus dos hijas bellas
logran en lazo amoroso
dichas que el cielo las feria.
-[268]--269-
A la profesión de doña
Sebastiana de San Buenaventura.
Jácara
En nombre de Dios
comienzo,
que es el Cristus de mi
lengua:
sin el Jesús, mi
cartilla
nunca supe meter letra.
Nací en el
signo de Virgo,
5
y estoy con él tan
contenta,
que no quiero más
sagrado,
ni busco mejor estrella.
Diome luceros y
abriles,
nieve, corales y perlas
10
la naturaleza, y dio
en darme en cara con ellas.
Mi
inclinación y mi nombre
callo, porque no se sepa,
que por blanco de su amor
15
soy Sebastiana de Flechas.
Comuniquele mi
intento
a cierta Madre Abadesa,
y ella por darme sagrado
un año in albis me
deja.
20
He pasado un
noviciado,
y ya no tengo paciencia,
que me hace votar a Dios
y a cuatro votos me arrestan.
-270-
Voto, ninguno me
ataje,
25
porque voto a la obediencia,
a la pobreza y clausura,
y a la celestial pureza.
Para no quedarme
en blanco
se me ha puesto en la cabeza
30
el velillo; no hay que andar,
no lo dejaré aunque
muera.
Esto sí,
Cuerpo de Cristo,
aunque he votado pobreza,
crédito no ha de
faltar,
35
teniendo esta capa negra.
Ya soy San
Buenaventura,
que no deja de ser buena
la ventura, por hacer
esta vez gala de negra.
40
Porque a
sucederme en blanco,
fuera una novicia eterna
por lo negro soy tan grave,
como cualquiera profesa.
Ya tengo dote y
Esposo,
45
¡oh qué dicha tan
deshecha!
él precia de manirroto,
y esto es cuanto se desea.
Con Jesucristo me
quedo,
vaya el mundo en hora buena,
50
o se vaya en hora mala,
que yo quedo muy contenta.
-271-
Al mesmo intento que al pasado
Romance
Oigan,
señores curiosos,
los que a mi velo han venido,
que una Gitanilla sabia
mi buena ventura ha dicho.
Dice que he de
ser casada
5
y monja, a ese tiempo mismo;
este imposible ajustar
sólo podrá
Jesucristo.
Aunque tan
niña me acusan,
y aunque el Esposo es tan
fino,
10
quiere me cueste la vida
su vista y primer
cariño.
Y siendo aquesto
verdad,
en otra raya que ha visto,
me anuncia una vida eterna,
15
porque es mi Esposo infinito.
Cuanto es mayor
mi pobreza,
me pretende más
rendido;
sin dote Esposo que casa,
mucho tiene de divino:
20
Tanto atiende a
los regalos
de la esposa, que ha querido
que adivine el pensamiento,
por excusarla el aviso.
-272-
Por Sebastiana me
anuncia,
25
seré blanco de sus
tiros;
dichoso sea mi pecho
si me flecha tal Cupido.
Con velo cubre
mis ojos,
sospechas habrá tenido;
30
pero no, que darles velo
es tratarlos por divinos
Y pues es tal mi
ventura
con un Esposo tan rico,
de Buenaventura el nombre
35
ajustado me ha venido.
-273-
Con el nacimiento de Cristo se vio a
la media noche otro firmamento con nuevo sol, astros y planetas en
el portal de Belén.