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Los fondos documentales sobre arqueología española de la Real Academia de la Historia


Juan Manuel Abascal Palazón


Universidad de Alicante

Publicado originalmente en M. Almagro Gorbea (ed.), El Gabinete de Antigüedades de la Real Academia de la Historia, Madrid 1999, 259-285.





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Cualquier lector familiarizado con la arqueología o la epigrafía en España sabe de la imprescindible cita del Boletín de la Real Academia de la Historia en casi todas las publicaciones. Noticias, informes y hallazgos ocasionales cubrieron sus páginas durante décadas como consecuencia del impulso dado por la Institución al estudio del pasado peninsular en todas sus épocas1.

Esos datos, a veces escuetos y en ocasiones adornados con prolijas descripciones, se fraguaron en los manuscritos atesorados por la Institución, en el trabajo continuado de sus miembros y en las cartas enviadas por sus Correspondientes; ese legado documental que dio origen a tan abultada bibliografía constituye hoy una parte fundamental del fondo manuscrito que atesora la Academia, cuyo conocimiento es hoy más fácil cuando a los catálogos ya existentes2 se suma una rápida Guía que allana notablemente el camino3.

Junto a la documentación manuscrita, la Biblioteca de la Academia alberga unas 380.000 obras impresas4 que alcanzan hasta la época actual; una parte importante de esos fondos está constituida por monografías y publicaciones periódicas de los siglos XVIII y XIX, en gran parte referidas a temas arqueológicos, que fueron llegando a la Academia merced al sistema de donaciones institucionales e intercambios con el Boletín. En las relaciones periódicas de libros recibidos, que se publicaron regularmente en los primeros números de la revista, se puede advertir la importancia del fondo específicamente arqueológico, que incluye obras de imposible localización en otras bibliotecas, así como series periódicas ya muertas de incalculable valor documental5.

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Con tal premisa se puede entender que hablar de los fondos documentales sobre arqueología española en la Academia equivalga a hacerlo de la historia de la arqueología en los tres últimos siglos. Junto al importantísimo fondo documental sobre antigüedades de la Biblioteca Nacional6, al Archivo de la Administración y al archivo del Museo Arqueológico Nacional, la Real Academia de la Historia constituye la referencia básica para conocer el desarrollo de la investigación arqueológica y epigráfica en España.

Desde su fundación en 1738 la Institución tuteló una gran parte de las actividades arqueológicas desarrolladas en España, no sólo por sus miembros, sino por multitud de Correspondientes en provincias que enviaron a Madrid puntuales descripciones de sus trabajos. Planos, noticias, crónicas de excavaciones, etc., se fueron acumulando en las dependencias de la Academia durante décadas, tarea en la que jugaron un papel primordial las Comisiones Provinciales de Monumentos, gran parte de cuyos trabajos fueron remitidos a la Institución.

Junto a la documentación elaborada por Académicos y Correspondientes, el fondo bibliográfico de la Academia custodia un voluminoso conjunto de documentación manuscrita en el que pueden encontrarse casi todas las grandes obras de referencia de los últimos siglos.

La reunión de todo este acerbo documental va unida a las grandes figuras intelectuales que han formado parte de la Institución; personajes de la talla de Aureliano Fernández-Guerra, Marcelino Menéndez y Pelayo, Francisco Codera, Antonio Vives, Eduardo Saavedra, Fidel Fita, Manuel Gómez Moreno7 y tantos otros, contribuyeron a formar las grandes colecciones de manuscritos propios y ajenos que hoy están a nuestro alcance.

Ese fondo constituye, pues, una suma de proyectos individuales, a veces anónimos, que la Academia ha sabido preservar. Esa labor de conservación y ordenación, ajena a vaivenes administrativos y continuada durante dos siglos, constituye el principal mérito de la Institución, que a las puertas del tercer milenio ofrece a la investigación histórica una riqueza documental de valor incalculable y única en su género.


Las secciones documentales

En una sesión académica de febrero de 1883, la Real Academia de la Historia adoptó el acuerdo de constituir una Comisión cuyos miembros recorran escrupulosamente las Actas del Cuerpo y saquen nota de todos los documentos epigráficos y arqueológicos de que se hubiese dado cuenta en los últimos años y cuyas   -261-   noticias no hayan sido publicadas. Tal decisión suponía en la práctica constituir la Comisión de Antigüedades, que habría de ser la fuente primordial de notas arqueológicas y epigráficas con destino al Boletín de la Institución.

Aquella primera comisión estuvo formada por Eduardo Saavedra, Aureliano Fernández Guerra, Juan de Dios de la Rada y Fidel Fita, cuatro figuras señeras del estudio de la Antigüedad en aquellas décadas finales del siglo XIX.

El objeto de la recién creada Comisión era sacar a la luz cuantos informes hubieran sido discutidos en las sesiones de décadas anteriores y que en su mayor parte permanecían inéditos. El Boletín académico, cuyo primer número vio la luz en 1877, y que no se haría regular en su aparición hasta 1883, brindaba ahora una posibilidad editorial para publicar todos aquellos informes, algunos de importancia capital, que los correspondientes y otras instituciones habían hecho llegar a Madrid en el último siglo.

La búsqueda de noticias tuvo como primera consecuencia su ordenación; errores de toponimia en la correspondencia, dificultades de adscripción cultural de los datos, etc., fueron corregidos por los académicos de la Comisión hasta convertir los informes en piezas editoriales listas para ser publicadas; eso explica las diferencias temporales entre la emisión de informes y su publicación que se observan en los primeros volúmenes del Boletín.

Junto a esta labor callada de recopilación informativa, otras dependencias de la Academia continuaban atesorando, en aquellos años finales del siglo XIX, la gran cantidad de objetos de arte y antigüedades que ocasionalmente eran enviados a la Institución. A comienzos de siglo, uno de los Anticuarios de la Academia,   -262-   Juan Catalina García López, publicó los primeros catálogos completos de estas colecciones8, que muestran ya la importancia del Gabinete de Antigüedades, convertido en uno de los grandes centros arqueológicos de España.

Desde su fundación en 1738 la Real Academia de la Historia había catalizado la información arqueológica y epigráfica de toda la Península. Como consecuencia de ello, no sólo informes manuscritos, sino planos, calcos de inscripciones y grabados se acumularon en sus dependencias hasta permitir la constitución de una sección de Cartografía y Bellas Artes, que constituye una de las joyas documentales de la Institución. La ordenación de estos fondos, cuya publicación se ha iniciado recientemente9, ha permitido localizar valiosos ejemplares de grabados y planos de excavaciones de importancia capital para la arqueología española, cuya valoración exige una labor paciente y dilatada en los próximos años.

Junto al Gabinete de Antigüedades y a la Sección de Cartografía y Bellas Artes, los fondos documentales de arqueología en la Academia se encuentran en la Biblioteca y Archivo, dependencias en que se localizan los legados particulares de antiguos académicos y la multitud de obras manuscritas de valor incalculable para conocer la historia de la arqueología en España en los últimos siglos.

Una evaluación de los fondos sobre arqueología en la Academia es por el momento una tarea necesariamente parcial, en tanto no se culminen las tareas de catalogación ya emprendidas tanto en el Gabinete de Antigüedades como en la Biblioteca y Archivo. Multitud de notas e informes se encuentran insertos en legajos cuyo título no traduce todo su contenido, de forma que esta tarea de catalogación informatizada se hace imprescindible.

Sin embargo, sí es posible realizar aquí una presentación somera de lo existente, de manera que el lector de estas notas pueda hacerse una idea de la importancia capital de los fondos y de su distribución. Para ello, nada mejor que hacer un seguimiento topográfico de la documentación.




Biblioteca y Archivo

La Biblioteca de la Real Academia de la Historia es la mayor de su género en España y una de las más importantes del mundo, merced a la ingente cantidad de códices y manuscritos que atesora. Los nueve siglos de antigüedad de algunos de sus códices la convierten en punto de referencia ineludible no sólo para los estudios históricos sino para la evolución de la lengua.

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En sus fondos se encuentran algunas de las más grandes colecciones documentales de España, varias de las cuales tienen entidad propia y disponen de índices específicos por su volumen y complejidad; tal es el caso de la llamada colección Salazar, integrada por 1.498 volúmenes10 o de la colección Velázquez11.

En lo referente a la arqueología, la mejor y más importante documentación que conserva son los informes, notas y envíos de correspondientes remitidos a la Academia fundamentalmente a lo largo del siglo XIX y de las primeras décadas del XX.

La mayor parte de esos envíos fueron tratados en Comisiones o en las sesiones ordinarias de la Institución a medida que se fueron recibiendo, de modo que dieron lugar a expedientes individualizados, tal y como se refleja en las Actas de las sesiones semanales y en la propia documentación conservada. Casi todos ellos se encuentran agrupados en la llamada Colección de Antigüedades, integrada por 39 legajos12 en los que los documentos han sido ordenados por provincias, permitiendo un fácil acceso a cada expediente.

El manejo de esta colección se puede realizar hoy con comodidad gracias al magnífico avance que supone el índice elaborado hace pocos años por la propia Biblioteca, en el que consta el contenido de los diferentes documentos. Esta Colección de Antigüedades alberga aún hoy multitud de informes y correspondencia inédita referida a una gran parte de los enclaves arqueológicos de España y a los hallazgos en ellos realizados. El interés de esta documentación radica fundamentalmente en la pormenorizada descripción de los descubrimientos y en su exacta ubicación geográfica, no siempre coincidente con la que figura en la bibliografía al uso.

Algunos documentos de esta Colección de Antigüedades ya fueron publicados en diferentes volúmenes del Boletín de la Real Academia de la Historia o dieron lugar a noticias en revistas especializadas; sin embargo, aún se encuentran aquí informes inéditos y, sobre todo, grabados y dibujos que nunca fueron dados a conocer. A ello hay que unir la correspondencia original en   -264-   que se da cuenta de los descubrimientos y las circunstancias particulares que los motivaron, datos que no siempre figuran en publicaciones posteriores y que poseen importancia capital para la historia de la arqueología13.

Una muestra rápida de algunos de esos documentos, aún parcialmente inéditos, puede dar idea del valor de la colección y de su especial interés no sólo histórico sino historiográfico.

A modo de ejemplo pueden citarse las cartas remitidas en 1915 por el Marqués de Cerralbo a Fidel Fita comunicando el hallazgo de una inscripción latina junto a la necrópolis de Aguilar de Anguita (Guadalajara)14, lo que puede significar una necesaria prolongación en el tiempo de este área funeraria, considerada hasta el presente como exclusivamente celtibérica a partir de los trabajos de Cerralbo15.

En el riquísimo fichero de hallazgos extremeños podríamos entresacar el informe remitido el 3 de febrero de 1900 por la Comisión de Monumentos Histórico-Artísticos de Cáceres, en el que se da cuenta de los hallazgos epigráficos realizados en la Dehesa Mezquita de Ibahernando (Cáceres)16; los hallazgos se produjeron en el curso de labores agrícolas y las inscripciones, tal como llegaron a Madrid, corresponden a transcripciones realizadas sobre el terreno por el alcalde de la localidad. El informe, referido a la que hoy conocemos como una de las grandes necrópolis extremeñas, demuestra que los epígrafes descritos estaban reempleados en lo que debe ser una necrópolis tardía.

Aún en Extremadura es de sumo interés el expediente relativo al Puente de Alcántara17, formado a raíz de la participación de la Academia en las importantes restauraciones llevadas a cabo entre 1859 y 186018; esta documentación es fundamental para determinar la autenticidad de alguna de sus inscripciones19, como se ha demostrado recientemente20.

Los documentos relativos a los hallazgos en la Meseta meridional son de muy diverso signo. Se pueden encontrar aquí desde los informes emitidos por Hugo Obermaier relativos a la situación de las cuevas de Alpera y Minateda en Albacete21, hasta comunicaciones inéditas sobre hallazgos de bronces ibéricos en Collado de los Jardines, que fueron vendidos en Venta de Cárdenas22.

Un expediente especialmente voluminoso se refiere a los hallazgos realizados en 1859 al excavar las trincheras para la vía férrea entre Guadalajara y Sigüenza en el ferrocarril Madrid-Francia23, y llama la atención por su trascendencia histórica la Memoria de excavaciones redactada por Fernando Sepúlveda, un farmacéutico de Brihuega (Guadalajara), en la hasta ahora desconocida necrópolis celtibérica de Valderrebollo24, que incluye unos   -265-   espectaculares dibujos de los hallazgos numismáticos. No faltan en la documentación los informes sobre necrópolis mal conocidas como la de Cañizares (Cuenca)25, o las noticias de inscripciones inéditas como las de Arguisuelas, también en Cuenca y vinculadas al grupo de Carboneras-Reillo26.

Por su interés histórico y artístico podríamos añadir a esta breve relación de ejemplos los dibujos de grabados prehistóricos en Belmaco (La Palma, Islas Canarias), enviados por José Mª. Fierro en 185827.

La relación de documentos de interés por diferentes conceptos sería interminable debido a que en los legajos de la Colección de Antigüedades se atesora una gran parte de la correspondencia científica española del siglo XIX, fundamentalmente resultado de iniciativas locales y de envíos de particulares, que ponían en conocimiento de la Academia la existencia de antigüedades aparecidas de forma casual; claro está que no siempre esas noticias respondían a hallazgos de interés o de probada autenticidad, por lo que, a la correspondencia citada, se adjuntaron ocasionalmente informes de expertos enviados directamente por la Academia para autentificar los hallazgos; uno de esos «notarios» patrimoniales de principios de siglo es Hugo Obermaier, cuyos breves informes se conservan también en los respectivos expedientes.

En relación con la Colección de Antigüedades se encuentran también los expedientes de las Comisiones Provinciales de Monumentos, un total de 22 legajos que contienen la mayor parte de la correspondencia generada por estas entidades en su relación con la Academia; la información contenida en esos expedientes debe ser completada con la de la propia Colección de Antigüedades y con algunos legados de antiguos académicos, pues determinados documentos fueron separados de su lugar original para ser informados en fechas posteriores a la de su recepción, para ser   -266-   publicados en obras específicas o, simplemente, para ser consultados antes de que se elaborara el reciente índice.

Junto a los fondos de la Biblioteca hay que citar, por conservarse también en ella, los legados de antiguos Académicos; en la historia de la Institución se han producido con cierta frecuencia donaciones documentales y bibliográficas de fondos privados y entregas de documentación personal, bien de forma testamentaria o a través de familiares, que en algunos casos revisten una extraordinaria importancia28.

Algunos de esos legados atesoran correspondencia, borradores, manuscritos de textos ya impresos, fotografías, etc. que permiten conocer la personalidad de algunos ilustres Académicos y, al mismo tiempo, completar nuestro conocimiento sobre evidencias arqueológicas y hallazgos de todo tipo.

En lo referente a la arqueología española, el más completo legado de este tipo es el de Fidel Fita (Arenys de Mar 1835 - Madrid 1918), Director de la Academia entre 1912 y 1918 sucediendo a Menéndez Pelayo. A los papeles que quedaron en la Institución a su muerte en 1918 se unen las donaciones que hicieron tanto sus familiares como los PP. Jesuitas de la Casa Profesa de Madrid, en la que Fita había residido una gran parte de su vida; como consecuencia de diferentes entregas el fondo quedó constituido entre octubre de 1918 y mayo de 191929.

Los documentos de Fidel Fita que alberga hoy día la Academia están agrupados en 16 gruesos legajos conservados en la Biblioteca30 a los que hay que añadir su expediente personal en la Secretaría de la Institución. Estos legajos fueron ordenados por Juan Pérez de Guzmán y Gallo, a quien la Academia encomendó elaborar una necrológica de Fita y una extensa biografía que no llegó a publicar, y que actuó como interlocutor con los jesuitas en el proceso de donación, fundamentalmente a través del P. Lesmes Frías.

La documentación, única en su género, contiene un riquísima correspondencia procedente de todos los rincones de España, grabados, dibujos, fotografías, calcos de inscripciones y manuscritos del sabio jesuita, algunos de ellos no exactamente coincidentes con lo publicado en su momento. Aunque una gran parte de la información contenida en el legado se refiere específicamente a la epigrafía hispano-romana31, proliferan en ella las noticias numismáticas y arqueológicas de todo tipo.

Otro tanto se puede decir de los documentos del ilustre ingeniero Eduardo Saavedra (Tarragona 1829 - Madrid   -267-   1912), que en 1862 sería elegido Académico de Número de la Real Academia de la Historia y cuyo discurso de ingreso versó sobre las obras públicas en la antigüedad32. Aunque la documentación fundamental de Saavedra sigue en manos de sus herederos, como se ha visto en el más completo estudio sobre su vida y su obra publicado hasta la fecha33, la Academia conserva algunos de sus papeles mezclados en expedientes de otros Académicos, especialmente en los de su buen amigo Fidel Fita.

Estas notas de Saavedra son apuntes sobre inscripciones palentinas y leonesas remitidos a la Academia entre septiembre de 1863 y enero de 1864, que ya fueron empleados en su día por E. Hübner y que a la muerte de Fita quedaron confundidos entre sus papeles34 debido a que carecen de firma; estas alteraciones topográficas de notas anónimas son relativamente frecuentes y constituyen una de las principales dificultades en la realización de inventarios.

De enorme interés son los documentos del legado de J. Vargas Ponce (1760-1821), que fue elegido Académico de Número en 1791, y que recogió multitud de noticias y hallazgos en las ciudades a que le llevaron sus diferentes destinos en la Armada.

Él fue responsable de la primera colección epigráfica que hubo en Cartagena, pues consiguió que la mayor parte de las inscripciones dispersas por la ciudad pasaran al antiguo Ayuntamiento, por cuyas escaleras se dispusieron en exposición.

Sus papeles ingresaron en la Biblioteca en 1821 y están agrupados en 82 volúmenes35; especial valor tienen los documentos referidos a los hallazgos en Cartagena, que incluyen datos únicos e informaciones de primera mano sobre los numerosos descubrimientos de finales del siglo XVIII; cabe citar entre estos el borrador de su Descripción de Cartagena o el vol. 57 de la colección, referido a los hallazgos en Mazarrón36, ambos probablemente fechables entre 1794 y 1797 y editados hace algunos años37.

Precisamente en Cartagena nació Adolfo Herrera, otro de los Académicos cuyos papeles fueron cedidos a la Biblioteca de la Institución en 192538. Fundador de la revista histórica Cartagena Ilustrada en 1871, impulsó la creación de un Museo epigráfico para su ciudad natal, que iba a ser instalado en el cuartel de Guardias Marinas, a donde se trasladaron en 1869 algunos epígrafes; aunque el proyecto fracasó, y concluyó con el envío al Museo Arqueológico Nacional de casi todas las piezas, se le puede recordar como autor de numerosas noticias arqueológicas sobre su ciudad que fueron publicadas posteriormente por Fidel Fita y Manuel Fernández-Villamarzo; algunos de sus papeles, situados fuera de los legajos que contienen el legado de su viuda, se encuentran en la Colección de Antigüedades39.

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Otros legados importantes son los de Aureliano Fernández Guerra o Juan Pérez de Guzmán, aún sin catalogar de forma exhaustiva, y en los que no faltan las referencias a antigüedades hispanas. De especial relevancia es el legado de L. J. de Velázquez, Marqués de Valdeflores40 y Académico desde 1752, cuya documentación ingresó en la Academia en 179641.

Junto a colecciones documentales y legados, la Biblioteca de la Academia alberga una gran cantidad de manuscritos, tanto originales como copias de algunos depositados en otras bibliotecas, de extraordinario interés para la arqueología y la epigrafía; muchos de ellos han sido ya identificados en publicaciones precedentes y su contenido sometido a la oportuna revisión, aunque no se puede descartar la identificación de nuevos textos en el futuro. A modo de ejemplo, entre estos manuscritos que atesora la Academia se puede citar el comentario del Itinerario de Antonino de Jerónimo Zurita, editado por primera vez en Colonia en 160042 o las Antigüedades de España de Lorenzo de Padilla43.

Las antigüedades de Andalucía están muy bien representadas no sólo por algunos documentos de A. Fernández Guerra, sino por manuscritos como el de Conde, con transcripciones epigráficas tomadas en la Biblioteca de Palacio44, Hierro45, Fernández Franco46, etc., además de estudios específicamente locales como el manuscrito de B. de Feria sobre Castro del Río (Córdoba)47 y tantos otros.

Esta breve muestra podría incluir también el manuscrito de J. F. A. de Uztarroz sobre antigüedades aragonesas48, la copia del Códice Vaticano de J. Metello49, las falsas cartas de J. Fernández Franco recogidas por Cándido Mª. Trigueros50 o uno de los tres manuscritos conocidos del viaje de Pérez Bayer51.

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El fondo documental de la Biblioteca y Archivo de la Real Academia de la Historia no sólo permite acceder a esos manuscritos de importancia capital para la historia de la antigüedad peninsular, sino que proporciona la satisfacción de manejar los escritos de las grandes plumas de la arqueología española; esta cercanía a la documentación, que en sí misma es un requisito básico de cualquier investigación, adquiere aquí también un valor sentimental al reconocer en los documentos las firmas de figuras como el Marqués de Cerralbo, Jacobo Zóbel, Fidel Fita, Eduardo Saavedra, el Marqués de Monsalud, Elías de Molíns, B. Hernández Sanahuja y tantas otras personalidades.

En determinados documentos se identifican autores apenas conocidos en el momento de redactar sus escritos, pero que alcanzaron una gran notoriedad a posteriori. Es el caso de Romualdo Moro (? - Comillas 1896), que recorrió Santander y el norte de las provincias de Palencia y Burgos realizando excavaciones por cuenta del Marqués de Comillas; sus trabajos, cuyos resultados componen básicamente la citada colección cántabra, unieron los estudios de campo con la adquisición de inscripciones y otras antigüedades.

Los escritos parcialmente inéditos de este personaje, que rehusó aceptar su elección como Correspondiente52, se conservan en la Biblioteca de la Academia, aunque unidos a otros documentos que imposibilitan una búsqueda directa53. Se trata de dos gruesas Memorias tituladas respectivamente "Monte Cildad" (Comillas, 26 de diciembre de 1890) y "Exploraciones en la Peña de Amaya" (Comillas, 1 de junio de 1891).

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La primera de estas Memorias fue publicada bajo el título de «Exploraciones arqueológicas» tras numerosas correcciones de Fita, que suprimió el encabezamiento de las secciones que había propuesto Moro, y que en el manuscrito aún se reconocen: «Notas referentes á la planta del monte llamado Cildad, entre Aguilar del Campo y Mave», «Datos sobre las excavaciones en el Monte Vernorio», «Datos sobre las excavaciones verificadas entre Frómista y Población de Campos, sitio llamado Los Cejares» y «Apuntes sobre las excavaciones verificadas en la finca de Don Manuel (vacat) en el pueblo de Arconada»; el jesuita llegó a cambiar la fecha de redacción de la memoria por la del 2 y 26 de abril de 1891 para las dos partes en que fue organizada, haciéndola coincidir así con la del Boletín en que aparecía 54.

Más interés tiene la segunda Memoria, aún inédita, sobre las excavaciones en la Peña de Amaya (Burgos) en mayo de 1891, que incluye una detallada descripción de los trabajos junto a los dibujos de las monedas y objetos de interés allí encontrados, algunos de los cuales se reconocen en la colección Comillas. Excepto las inscripciones halladas, que fueron publicadas por Fita el mismo año en uno de sus característicos noticiarios del Boletín Académico55, el resto de la Memoria ha permanecido inédita hasta la fecha.

Otro tanto se puede decir de Horace Sandars, el ingeniero de minas de origen belga, que desarrolló una parte importante de su actividad profesional en Sierra Morena como empleado de la New Centenillo Silver Lead Mines Company Limited. Conocido por sus obras sobre el armamento ibérico56 y sobre las antigüedades de la Puente Quebrada en Linares (Jaén)57, además de por algunas obras menores58, sabemos ahora que mantuvo correspondencia con la Academia desde 1902, fecha a la que pertenece una abultada Memoria sobre la Puente Quebrada remitida a Fita59; en aquella época, Sandars era un desconocido aficionado a las antigüedades al que se le prestó una escasa atención60; sin embargo, sus continuos hallazgos en el ámbito minero de Sierra Morena le allanaron el camino, hasta el punto de que la propia Academia editaría su trabajo sobre la Puente Quebrada diez años después, en 1912.

Este opúsculo, de extraordinario interés y no siempre empleado en ediciones posteriores, le abriría las puertas de la   -271-   colaboración con Góngora desde 191561, fecha en que en el Boletín académico se elogiaron públicamente las actividades del ingeniero belga, lo que indica que el asunto se había tratado en alguna de las sesiones académicas62.

Entre los personajes cuya labor conocemos básicamente a partir de los documentos de la Academia se encuentra Pedro Mª. Plano, un comerciante de Mérida que llegó a ser vicepresidente de la Subcomisión de Monumentos de la ciudad y auténtico impulsor de su Museo. Su contacto con la Academia se inició en 1894, coincidiendo con la edición de su obra «Ampliaciones a la historia de Mérida de Moreno de Vargas, Forner y Hernández» (Mérida 1894), con un apéndice epigráfico completamente actualizado.

Pedro Mª. Plano mantuvo una relación muy intensa con la Academia a través de Fidel Fita durante todo el año 1894; la correspondencia entre ambos parecen comenzar en la primavera de aquel año, coincidiendo con la visita del jesuita a Mérida el día 17 de junio, para presidir una sesión pública sobre las actividades   -272-   arqueológicas en la ciudad63; aquella reunión, en la que Plano leyó una extensa memoria cuyo original se conserva en la Academia pues fue traído a Madrid para editarlo en el Boletín64, serviría de impulso a las actividades de la Subcomisión local de Monumentos Históricos y Artísticos.

Aunque una gran parte de la correspondencia de Plano conservada en la Academia alude a temas de epigrafía emeritense, llaman la atención por su curiosidad las alusiones al soporte técnico que la Academia dio al erudito emeritense a través de Fortanet, el impresor de la Academia65, para poder solucionar las dificultades tipográficas surgidas al intentar reproducir los caracteres griegos en sus publicaciones. Así, en una carta de Plano fechada en Mérida el 18 de agosto de 1894 se lee: «Llegó el paquetito del Sr. Fortanet. Dige á U. que le pidiera el favor de prestarnos esas líneas que se le devolveran tan pronto como se haga la tirada pues no teniendo nosotros caja de esos tipos, para nada nos sirven luego las letras sueltas. Ahora si el Sr. Fortanet no quisiera volverse á ellas, hagame U. el obsequio de pagarle y yó ingresaré lo que sea en los fondos de la Sub-Comision».

Las buenas relaciones de Plano con la Academia alcanzan también a otros ámbitos fuera del emeritense. Así, coincidiendo con su viaje al balneario de Baños de Montemayor (Cáceres), remitió a Madrid una relación completa con sus dibujos de las inscripciones que acababan de aparecer en el jardín de este centro66; tales notas, publicadas con inadecuadas modificaciones textuales de Fita 67, servirían de base para la entrada de estos epígrafes en la obra de Hübner68 y constituyen hoy un documento de primera categoría para la historia de la epigrafía en España.

En el legado documental de la Real Academia de la Historia quedan también algunas cartas e informes del Marqués de Monsalud parcialmente inéditos o conocidos sólo a través de referencias69. En una de las cartas se leen comentarios poco amigables del erudito extremeño sobre las adquisiciones que el obispado de Vich está realizando para su nuevo Museo70, y en la misma carta figura una valiosa indicación topográfica sobre el hallazgo del Disco de Teodosio: «La tierra de labor -que aquí llaman Suertes- en   -273-   que tuvo lugar el descubrimiento del Disco se conoce por la suerte de la Plata, y hállase en el pago de Zancho, al lado opuesto, ó sea al poniente de la población, y unos cuatro kilómetros de la Calzada. No sé en qué pudo fundarse el autor de la memoria presentada á la R. Academia en nueve de Septiembre de 1848, para decir que el Disco fue encontrado en jurisdicción de Mérida, por consiguiente del pretor de la Lusitania, acaso en los datos de Moreno de Vargas y demás autores antiguos que traían la ciudad emeritense al actual Torremejía -¡á quince kilómetros de aquella!- en su afán de pintarnosla desmesurada y colosal, suponiendo todo este territorio casi un arrabal de aquella, que no creo tuvo nunca arriba de doce mil almas».

De extraordinario interés son las notas sueltas, apuntes y croquis relativos al hallazgo de los mosaicos de Milla del Río (León), un monumento descubierto en 1816 y excavado con detenimiento en 1859 y 186471, en el que a la importancia de los pavimentos se unen las valiosas referencias a la posición original de la   -274-   inscripción allí hallada, y que testimonia un culto indígena atendido por magistrados de Asturica Augusta72.

Similar importancia revisten las fichas elaboradas por Fidel Fita sobre las inscripciones de Talavera de la Reina73, las cartas de Juan Ocaña Prados sobre los hallazgos de Villanueva de Córdoba74, las de F. Llorente sobre la tésera de Las Cogotas (Cardeñosa, Ávila)75, las de J. Soler i Palet sobre las excavaciones en Sabadell y Tarrasa76, el telefonema de Luis del Arco anunciando con urgencia el 30 de marzo de 1917 el descubrimiento de pinturas prehistóricas en La Valltorta (Tirig, Castellón)77, la memoria elabora por J. Sanguino sobre sus excavaciones en Alcuéscar (Cáceres) en 190078, etc. Esta documentación, cuya relación exhaustiva excedería el objetivo de estas páginas, confiere a la Biblioteca de la Academia un valor único para la historia de la arqueología española.




Gabinete de Antigüedades

El Gabinete de Antigüedades constituye el núcleo del Museo de la Academia y a él se dedica un extenso trabajo de M. Almagro-Gorbea en este mismo volumen. Junto a su extraordinaria colección arqueológica y numismática, el Gabinete conserva una riquísima documentación escrita a la que nos referiremos aquí brevemente.

Desde el siglo XVIII la Academia fue recibiendo periódicamente donaciones de obras de arte y objetos arqueológicos que permitieron constituir una rica colección en la que se incluyen cuadros, inscripciones, monedas, etc. Con muchas de estas donaciones entraron en la Institución los correspondientes informes de los hallazgos, acompañados de las cartas de remisión, valoraciones técnicas de lo donado, etc., de modo que en el Gabinete se fueron formando expedientes individualizados de algunos de estos conjuntos.

Junto a la documentación administrativa generada por los nuevos ingresos, los sucesivos Académicos Anticuarios han ido elaborando inventarios de los bienes allí conservados, algunos de los cuales se remontan a los primeros años de la colección. Una gran parte de esta documentación pasó al fondo conservado en la Biblioteca y Archivo, de forma que es allí donde debe seguirse el rastro de estos ingresos y de su origen. Sin embargo, en el propio Gabinete se conservan algunos expedientes de cierta relevancia, como el referido al Disco de Teodosio, que incluye correspondencia, descripción, dibujo del mismo etc.

Otro expediente de importancia es el relativo al descubrimiento de la Dama de Elche, que nunca perteneció a la   -275-   Academia pero que generó una amplia documentación por su relevancia arqueológica y por su azarosa venta y posterior donación al Estado español.

Junto a los expedientes, en el Gabinete se conservan algunos documentos de extraordinario valor histórico e historiográfico. Es el caso de la Memoria presentada por E. Saavedra con el título Descripción de la vía romana entre Uxama y Augustobriga, que fue premiada por la Academia en 186179. El original de este trabajo está contenido en una carpeta con cintas que incluye los planos dibujados por el famoso ingeniero, la explicación de los hallazgos arqueológicos practicados y un monetario de madera con las piezas recogidas en el itinerario. Fuera ya de su valor   -276-   informativo, esta carpeta constituye una de las joyas museísticas del Gabinete, en el que pueden encontrarse objetos tan curiosos como las cajas es las que F. Fita recibía monedas enviadas por sus colaboradores, y que contienen aún las indicaciones del valor declarado en Correos, la descripción del contenido, etc.

Junto a estos expedientes de antigüedades célebres y a los objetos con ellas relacionados, el Gabinete conserva un importante núcleo documental constituido por los inventarios y catálogos realizados a lo largo de su historia. Entre ellos figuran los relativos a cuadros y obras de arte dispersas por las diferentes salas de la Academia, así como a las monedas y medallas conservadas en la Institución. A esta importantísima colección numismática, una de las mayores de España, se refieren las relaciones que se conservan en la Institución; en alguno de estos inventarios, a veces en forma de fichas manuscritas con más de siglo y medio de antigüedad, pueden reconocerse desde pormenorizadas descripciones numismáticas hasta improntas obtenidas en diferentes épocas.




Cartografía y Bellas Artes

Esta sección constituye el núcleo de la memoria gráfica de la Academia, toda vez que atesora los planos, grabados y fotografías que la Institución ha ido recogiendo a lo largo de su historia. En sus dependencias alberga aquellos documentos gráficos de cuya existencia o ingreso sabemos por los fondos documentales de la biblioteca, pero que por sus dimensiones o características requerían una conservación especial.

Es el caso de los calcos de inscripciones que continuamente recibió la Academia a lo largo del siglo XIX y de las primeras décadas de éste. Llegaban en rollos enviados desde todos los rincones de España, elaborados en papeles de distintas características, acompañados de cartas de los Correspondientes de la Academia o de particulares que sabían del interés de ésta por la epigrafía.

El procedimiento seguido con los calcos, que conocemos por las Actas de la Institución y las noticias publicadas en el Boletín, implicaba el informe en sesión ordinaria por parte del Anticuario o Académico experto y el archivo de la documentación enviada. En ese momento, el calco se pasaba al Gabinete de Antigüedades y la documentación escrita se adjuntaba al correspondiente expediente, de modo que uno y otra corrían diferentes caminos en su permanencia en la Institución. Esta separación, obligada por la naturaleza y dimensiones de los calcos, ha creado dos vías documentales que hoy es necesario poner en relación mediante el cotejo de datos, pues los calcos en sí mismos carecen de indicaciones de procedencia o fecha de remisión.

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El interés de estos calcos epigráficos, junto al de algunos vaciados en yeso conservados en el Gabinete de Antigüedades, estriba en que ocasionalmente se refieren a textos hoy perdidos de los que constituyen la única evidencia conocida. Aunque de estas inscripciones se dieron las correspondientes crónicas en el Boletín académico, cualquier comprobación ulterior de textos desaparecidos depende de estos calcos.

La reconstrucción de estos expedientes es una tarea ardua y laboriosa, pero necesaria para evaluar la participación de las grandes figuras de la arqueología española del siglo pasado en la elaboración del Corpus Inscriptionum Latinarum y para valorar patrimonialmente estos calcos de cara a su conservación y catalogación. De forma colateral, pero no menos importante desde el punto de vista historiográfico, queda ahora la tarea de establecer los tipos de papel empleados para su elaboración, los centros de distribución de estos papeles y las diferentes técnicas de calco empleadas.

La Sección de Cartografía alberga además una gran cantidad de planos y grabados de enorme valor e interés. Una parte de estos planos ha comenzado a publicarse80 y la paulatina edición del gran fondo documental inédito permitirá en el futuro contribuir de forma importante al conocimiento histórico y geográfico.

Entre los grabados se encuentran documentos de desigual calidad pero todos del máximo interés. Por su calidad técnica y su valor documental destaca la serie del viaje de Cornide a Portugal, que incluye una colección completa81 dedicada al templo   -278-   de Evora82; de enorme interés es el dibujo original del teatro romano de Lisboa83 o la multitud de grabados de monumentos singulares que fueron ingresando en diferentes épocas en la Academia.

Entre los planos conservados cabría citar aquí el del anfiteatro de Carmona firmado por J. Bonsor, los del puente romano de Mérida o el de Talavera la Vieja.

Especial interés tiene la serie dedicada a Tarragona, en la que se reflejan las excavaciones llevadas a cabo en la llamada «cantera del puerto» en 1857 o 1858; la serie incluye una estratigrafía y un plano firmados por Buenaventura Hernández Sanahuja y un extraordinario dibujo del mosaico con escena de triunfo báquico84.

La Sección de Cartografía conserva así mismo un buen número de fotografías entre las que podríamos destacar aquí el   -279-   conjunto de las tomadas en el Museo Loringiano de Málaga85 a comienzos de siglo.




La labor de futuro

Tras el somero repaso llevado a cabo en las páginas precedentes, es fácil deducir que la información contenida en las diferentes secciones documentales de la Academia es complementaria, y que se hace preciso poner todos los datos en relación.

Esta labor, cuya magnitud escapa a una actuación inmediata, cobra un mayor interés cuando la documentación a reunir alude a algunos de los grandes descubrimientos arqueológicos de los dos últimos siglos o a piezas de especial relevancia.

Es el caso de las esculturas halladas en el Cerro de los Santos (Montealegre del Castillo, Albacete), sobre las que pesa una sombra de duda permanente tras descubrirse que una parte de ellas había sido creada por un aficionado a las antigüedades86. Sobre las esculturas del Cerro de los Santos versó el Discurso de ingreso en la Academia de Juan de Dios de la Rada87, lo que exigió un trabajo previo de calco de las inscripciones y de cotejo de los resultados con otros Académicos y Correspondientes.

Fruto de aquel trabajo fueron unos calcos en lamentable estado de conservación, realizados con papel plateado, que han llegado a nuestros días y que se conservan en la Biblioteca de la Academia88. De la Rada había consultado a Fita sobre la oportunidad de tratar sobre las esculturas del Cerro de los Santos en una carta fechada el 17 de septiembre de 1872, en la que ya le comunica sus sospechas sobre la falsedad de una parte del conjunto89, y Fita le dirigió un total de cinco cartas desde Bañolas (Gerona) a lo largo de 187490, en las que parece aceptar la autenticidad de las esculturas91; a esta documentación aún habría que unir una carta sobre el mismo tema, escrita en las mismas fechas por Eduardo Saavedra92, lo que hace que toda esta serie deba ser   -280-   considerada como parte de un mismo expediente a unir a los calcos ya citados. La reconstrucción completa de todo el dossier exige el cotejo minucioso de legajos, en el convencimiento de que tales documentos se encuentran accidentalmente archivados en diferentes lugares.

Un segundo ejemplo que ilustra esta necesidad de organizar la documentación es el llamado Bronce de Luzaga, una de las joyas de la epigrafía de la Celtiberia. Se trata de una placa hoy perdida que estuvo durante algunos meses en manos de Fidel Fita para su publicación93; en aquella ocasión se realizó un grabado, ahora encontrado de nuevo, que constituye la única documentación gráfica sobre la pieza94, y que se conserva entre los papeles de Fita; el original fue devuelto a su propietario, como prueban varios documentos conservados95.

Más datos sobre la misma pieza aparecen en otro expediente que contiene una carta de Juan M. Morales a Román Andrés de la Pastora, fechada en Sigüenza el 22 de mayo de 1881, en la que se ofrecen todos los datos sobre la pieza, algunos de ellos de máxima relevancia para precisar su origen y paradero final96.

Aún se podría añadir al dossier una larga carta enviada por J. Zóbel a Fita en marzo de 188197 en la que le ofrece su opinión sobre esta inscripción celtibérica; se trata del original que fue reproducido casi íntegramente en BRAH 2, 1883, pp. 35-44. La   -281-     -282-   última parte de esta larga documentación es un manuscrito inédito, redactado por Victor Stempf que transcribe y estudia el bronce de Luzaga interpretándolo como receta de cocina98. El título del manuscrito, «Remèdes et Confitures», con ocho páginas en folio, indica perfectamente el contenido de la traducción realizada99.

Aún estando repartidos en pocos legajos, todos los documentos referidos al Bronce de Luzaga se encuentran separados unos de otros, y sólo la comparación de las citas y alusiones temporales contenidas en ellos permite reconstruir la azarosa existencia de esta pieza hoy desgraciadamente perdida.

Del mismo modo, en diversos legajos de la Biblioteca se pueden encontrar copias de jeroglíficos egipcios, fotografías de monumentos y calcos de inscripciones separados de la documentación con que llegaron a la Academia, por lo que el inventario minucioso e informatizado de todas estas evidencias se convierte en tarea prioritaria.

El contenido documental de los manuscritos de la Academia es tan variado que los títulos por los que figuran clasificados los legajos no pueden hacer referencia a la diversidad topográfica o temática que encierran. Sólo algunas colecciones inventariadas minuciosamente permiten un acceso rápido a los documentos; para el resto se hace imprescindible la elaboración de índices actualizados en soporte informático que permitan relacionar la documentación del Gabinete de Antigüedades con la de la Biblioteca y las diferentes secciones documentales.

En este sentido, hay que resaltar la importante labor puesta en marcha en fechas recientes, que permitirá conocer el alcance y la importancia real de la documentación conservada y situar a la Academia a la cabeza de las grandes instituciones europeas de su género, con un archivo documental de referencia de valor incalculable para la historia de la arqueología.








Apéndice documental


n.º 1

RAH-9-7581. Carta de Juan M. Morales a Román Andrés de la Pastora. Sigüenza, 22 de mayo de 1881.

«Muy Sr. mio y de mi mayor aprecio y consideracion. A mi llegada á esta de donde he estado ausente una larga temporada me encuentro con sus dos gratas y el cromo de la plancha celtivera. Le agradezco esta atencion sintiendo no haber estado en esta para contestar a su devido tiempo.

Pocas son las noticias que puedo darles, mas si le fueran de alguna utilidad á D. Fidel Fita tendría en ello un gran placer.

La plancha fue encontrada en el termino de Luzaga, transmitiendose de unos á otros y pasando por las transformaciones de pantalla de belon y cobertera vino á parar a Huerta Hernando, en cuyo punto llego á nuestro poder.

No se puede fijar el sitio fijo que se encontro por hacer mucho tiempo que fue hallada.

El pueblo de Luzaga segun mis noticias debio llamarse en la antiguedad Luz-bella, perteneciendo á la antigua comarca celtivera de los Luzones o Luxones, que tanto se distinguiesen en las guerras con los romanos. Acaso fuese el pueblo de mas importancia (la corte, digamoslo asi) puesto que los romanos lo destruyeron por completo, teniendo sus habitantes que refugiarse en Luzon, pueblo que hoy existe con este nombre y que acaso lo tomaria en aquellas fechas.

Hoy dia se encuentra en Luzaga las ruinas de la antigua poblacion, así como las de un castillo que no hay mas que los cimientos y donde se encuentran algunas monedas de plata de aquella epoca. Yo poseo una encontrada en dicho punto.

En Huerta Hernando no se encuentra vestigio alguno de la epoca celtivera, pero en cambio lo hay de la romana. Devio existir una colonia ó por lo menos tenian el derecho de ciudadania, porque tengo un trozo de columna encontrado en un despoblado del termino, en la que leo muy claro el senatus consultus, aparte de otros caracteres para mi inteligibles. La distancia desde Huerta Hernando á Luzaga es de cuatro leguas.

Estos son todos los pormenores que puedo dar de Luzaga y Huerta Hernando referentes á la plancha.

Accederia gustoso á su indicacion de regalarla á la Academia si no fuera para mi un recuerdo de mucha estima; mas siempre estará á la disposicion de Don Fidel Fita para todos los estudios que sobre ella quiera hacer.

De las gracias en mi nombre al P. Fita por su recuerdo del cromo, haciendole presente me tiene á sus ordenes para lo que me crea util.

Con este motivo tiene el gusto de ofrecerse y ponerse á su disposicion este su affmo. amigo y servidor, q.b.s.m. Juan M. Morales».






n.º 2

RAH-9-7585. Carta de Francisco Llorente a Fita. Ávila, 19 de junio de 1913.

«Causas ajenas á mi voluntad me han pribado hasta hoy de tener la satisfacción de remitir a V. las fotografias que deseaba. A ellas he unido otras de unos bronces y las de otras dos lápidas de las cuales nadie ha hecho mención hasta el presente, y que yo he tenido la suerte de hallar en mi requisa de todos los muros de esta ciudad.

La carta presenta una anotación final manuscrita de Fita: "Bol. LVI, 29" y va acompañada de dos cuartillas redactadas por Llorente con el siguiente texto:

"Tres bronces con inscripciones celtíberas depositados en el Museo Arqueologico provincial de Ávila por su propietario D. Francisco Llorente y Poggi Correspondiente de la Real Academia de Bellas Artes de S. Fernando".

n.º 1. En el limite de la Provincia de Ávila en la de Caceres y en lo alto de la cordillera Carpetana a 1890 metros sobre el nivel del mar en el termino de Casas del Puerto de Tornabacas y en el sitio llamado el Hoyo de los colgadizos de Castro Frío fue hallado el bronce n.º 1 entre escombros de una mina de cobre en el año 1910. Tiene nueve centimetros de largo por seis id. de ancho, pesa 88 gramos, el reverso es una superficie lisa y en ella hay grabada una inscripcion en la forma siguiente.

El bronce n.º 2 fue adquirido para mí por el profesor de instrucción primaria del pueblo de La Solana D. Jesus Martinez a un pastor. Tiene cinco centimetros de largo por tres de ancho, pesa 17 gramos y tiene por el reverso la siguiente inscripcion en dos lineas.

Como V. podra apreciar por la fotografia la confluencia del Arte Egiccio es marcadisima en estos bronces. Por cierto que se parecen muchisimo a otro de mayor tamaño que fue hallado en un cerro junto al Puente del Congosto en el limite de esta provincia y la de Salamanca y a unos 40 jilometros de donde han aparecido estos. El Sr. Ballesteros lo publico en su obra Estudios Historicos de Ávila el año 1896.

El n.º 3 es un javalí de bronce de cinco centimetros de largo por cuatro y medio alto y 25 gramos de peso. Parecio en el termino de Cardeñosa en el sitio de la Cogotas donde tantas cosas se han hallado. Solo se diferencia en su ornamentación de los otros que V. ilustro hace años pues la leyenda es igual».






n.º 3

RAH-9-7581. Carta de Horace Sandars a Fita sobre la inscripción EE 9, 329100. Transcripción parcial.

Londres, 11 de enero de 1902.

«Sñr. Dn. Fidel Fita.- Madrid.

Mi estimado Sr. y amigo: Recibí en su tiempo su grata de 16 del mes p. pasado, y he sentido mucho no haber tenido el gusto de ver á V. cuando pasé por Madrid. Tenia mucho que participarle sobre lo que había hecho, y sobre lo que habia aprendido, durante mi reciente estancia en Linares. Pero como no me ha sido posible decirselo de viva voz se lo escribiré con todos los pormenores, y tan claramente que pueda pues poco maestro soy de la bella y discriptiva101 lengua castellana, al mismo tiempo que poco inesperto como lo verá V. en el arte de dibujar. He estado muy ocupado desde mi regreso á Londres, pero no quiero dejar pasar mas tiempo sin comunicarle el resultado de mis modestos trabajos en pro de la arqueología en España, sobre todo en vista de una carta que me escribió el Sr. Urra para decirme que deseaba V. algunos pormenores sobre la piedra en casa del Sr. Arista para participarles á digna Academia de Historia de que es V. tan ilustre miembro. No he podido terminar esta carta á tiempo para que llegue antes de la sesion del 10 de este mes, lo que siento; pero á fin de que supiera V. que me ocupaba del asunto le mandé un telegrama antes de ayer conteniendo las palabras "Pierre Arista ecrirai". Espero que habra sido comprendido por V. Ahora á mi tarea agradable!

Piedra sepulcral102.

Esta piedra con inscripción103, me fue señalada por Dn. Perfecto Urra de Santiesteban del Puerto. Es la propiedad de don José Arista, de Linares (calle Ponton 54) y está en el corral de su casa. Es una losa magnífica ó piedra sepulcral en asperon (areniser) en perfecto estado y muy bien trabajada en el sentido que la superficie está lisa y los bordes muy retos. Fue encontrada hace catorce años en el cortijo del Sr. Arista cerca, y al Este, de Linares. Este cortijo está cerca del antiguo camino de Linares á Ubeda que pasaba en esos tiempos por el puente quebrado; pero que ya termina en el molino de arquillos. El cortijo, y el camino, estan marcados en el mapa del distrito de Linares que acava de publicar la direccion general del Instituto Geográfico y Estadístico de Madrid y que he tenido el gusto de dejar en su casa y de ofrecerle al pasar por Madrid el 16 de diciembre pasado. El cortijo está casi enfrente de la casa de campo de Don Gil Rey que lleva su nombre en el mapa. El punto del arado fué la vaca divinatoria que descubrió el tesoro como lo creía y esperaba su dueño el simpático don José Arista. Con mucho cuidado se desembarazó la losa de la tierra que pesaba encima hasta que estaba enteramente libre. Reposaba, evidentemente sobre una construcción de ladrillos. Se levantó poco á poco y se vió que tapaba una cavidad con paredes de ladrillo revestidas con cal, el todo hecho con mucho esmero; pero adentro, en lugar de sacos llenos de oro, no había más que los restos del esqueleto de una persona joven! Poca cosa quedaba, milagrosamente, pero la quijada estaba en perfecto estado con una dentadura magnífica y con las muelas de sabiduría (dents de sagesse) crecidos solamente á la mitad de su tamaño normal; prueba de que eran de una persona joven. De alhajas ni de vestidos no había ni restos ni trazos; y no habia monedas tampoco. Lleva la piedra una inscripción en latín en dos renglones, y ni un punto ni una seña más.

La forma y las dimensiones de la piedra son las siguientes:

(sigue dibujo)

Observará V. que hay de cada lado de la cabeza de la piedra mortajas pura lañas (que están todavía llenas de plomo; y es evidente por consiguiente, que esta piedra á estado atada a otras, pero estaba suelta, por así decir, cuando se encontró. Es la verdad que se encontró otra piedra de grandes dimensiones, cerca de la losa sepulcral, que está también en el corral de la casa del Sr. Arista. Esta piedra es tambien de asperon (arenisca) pero está mucho más toscamente trabajada que la losa. Tiene una forma poco ordinaria.

(sigue dibujo)

Como verá V. las dimensiones no corresponden de ninguna manera con las de la piedra sepulcral. También lleva la piedra en cuestión mortajas para lañas, pero en la parte baja, y en la superficie.

(sigue dibujo)

La piedra no lleva inscripción ninguna. El Sr. Arista me ha dicho que se encuentran con bastante frecuencia monedas latinas en su cortijo. Me ha enseñado dos -un denario de Traiano IMP CAES NERVA TRAIAN AVG (cabeza del Emperador laureada á la derecha), Rv. P M TR P COS IIII(?) y una moneda en bronce (petit-bronze) de Constantinus (I) ó de Constantius. Cabeza del Emperador laureada á la derecha (no se puede leer la leyenda), Rv. Dos soldados con hasta y escudo en medio un labarum».






n.º 4

Fragmento del discurso de ingreso en la Academia de D. Manuel Gómez Moreno104.

«Yo vine traido por el P. Fita, como heredero suyo en epigrafía, abonado desde fecha casi remota por uno de mis descubridores, el benemérito maestro Emilio Hübner; y debo a la gran benevolencia del P. Fita el que me perdonase desvíos respecto de sus doctrinas y un gracioso juicio de mi discurso de entrada, diciendo que era cosa de poco ruido y muchas nueces. El se mantuvo durante muchos años cultivando con éxito y atrayendo corresponsales en la tarea de publicar inscripciones. Yo, pese a mi buen deseo, no he sabido fomentarlas; pues confieso que no me seducen los Dis manibus, votum solvit, in pace y demás fórmulas de la «canaglia epigraphica»; pero también es verdad que ninguna pieza clásica trascendental se me ha venido a las manos, y en cambio con lo ibérico he tenido y sigo teniendo suerte: valga como descargo».







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