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ArribaAbajoCapítulo X

Impertinencias del viejo Kin-taiso acia el celebérrimo humanista


Ufano, alegre, altivo (y perdone el hurto Mira de Amescua de quien es, en realidad, la canción que empieza con estas palabras atribuida en el Parnaso español a Bartolomé Leonardo de Argensola), rebentando de satisfacción propia y finchado, a manera de breba en tiempo de llubia, se presentaba Chu-su en todas partes, contándose ya por el hombre de su nación y de su siglo. Kin-Taiso que era tan bellaco como filósofo y tan filósofo como socarrón, viendo la estravagancia de su discípulo que había caído en la simpleza de tener vanidad, el vicio que hace, según él decía, más ridículos, más pertinaces, más insolentes y más insufribles a los hombres, resolvió darle a entender así, a la sordina y por un rodeo que pareciese casual, que era un pobre ignorante y que no tenía en sí ciencia sobre que Dios pudiese llober. Verdad es (es menester confesarlo) que no estaba toda la culpa en el desventurado Chu-su. El lector hará memoria de que fueron dos los sobrinos que llebó a la corte Chao-Kong, pues el diablo que vela y no duerme ¿qué hace?: va y llena de vanidad la cabeza de este tal consobrino de Chu-su, que era por otro nombre hermano suyo, siquiera por llenársela de algo. Y, como dicen graves y venerandos autores que la vanidad es un achaque más pegajoso que la phtísis, ptísis o tísis (que, a fe mía, no sé cómo se pronuncia y ¡quánta fálta me hace un gramático para estos casos!) de tercer grado, el hermano añadió a Chu-su quarenta quintales de viento sobre los veinte que él debió a la próvida y venéfica naturaleza. Era cosa singularísima ver la gran semejanza de estos dos gemelos. El hermano, a manera de espada, llevaba siempre la cabeza en conversación con las espaldas, formando con la parte posterior del pescuezo una curva cóncava y convidando de gaznate a quantos encontraba, y Chu-su no parecía sino figura de máquina real. Escribía éste y disparábase el otro, como taco de cerbatana, a leer (única habilidad suya) los doctísimos opúsculos a todo el mundo.

Pesaba, medía, ensalzaba cada palabra con total y tanta ponderación de sobrecejo, redondez de boca (y) sacadura de coram vobis que qualquiera le tildaría por hombre que iba a meter miedo a niños. El contagio era peligroso. Espiritábase el pobre Chu-su escribiendo coplones, críticas, sátiras, vejámenes y quantas materias dan de sí las caballerizas del Pegaso para que el hermanillo fuese innecesariamente a regalar con ellas a las damas, a los amigos, a los conocidos, a los extrangeros y a toda la mosquitería de la literatura, que, cierto, era un regalo bien digno de la magestad y pompa del que lo hacía. Como estas glorias eran traseras para Chu-su (quiero decir, y entendámonos, que haciéndose los elogios por detrás dél, no gozaba de ellos) dieron, en fin, en un arbitrio del diantre y fue que dispusieron sacar dos copias de cada papelejo y llebar cada uno la suya para hacer gente duplicada. Espectáculo graciosísimo dicen las memorias que era verlos desarebujar en los corros los espantosos papelones y prorumpir en «¡Oh, esto es de lo que no hay!, ¡esto es ser poeta y no quatro miserables que andan por ahí arempujando quatro coplejas de morondonga! Verso hay aquí que le ha costado a mi hermano leer todos los títulos de los libros de nuestra biblioteca y, no obstante eso, hizo toda la obra en medio segundo, porque su facilidad es admirable...». ¿Recibía Chu-su alguna carta laudatoria de alguno?: ¡agua va!, ¡Dios nos libre!, que quieras que no quieras la habían de embocar por las orejas de todo miserable mortal que tenía la menguada suerte de caer en donde ellos estaban. Pero, ¿quedábase alguno con indiferencia?: ¡adios!, ¡mísero dél!, si era pobre, decían: «¿Qué inteligencia ni qué gusto ha de tener un hombre que no tiene renta alguna?». Y el raciocinio era de quien lo hacía, porque es un dogma impreso en los corazones de todos los hombres que la sabiduría está vinculada en las rentas, y pocos serán los que no sepan que Miguel de Cervantes, que se murió de hambre, y Villegas, que nunca salió de capa de raja, y Hernando de Herrera, que fue toda su vida un clerizonte de misa y olla, fueron los mayores bárbaros e ignorantes que ha conocido nuestra nación.

Tales venían a ser los procedimientos que dieron motibo a la resolución de Kin-Taiso, que fue disponer que acudiesen a su casa por unos quantos días, hasta que se lograse la ocasión, dos letrados y un mandarín de los más doctos, aparentando ser forasteros, esto es, de algunas de las provincias del Imperio. Instruyólos en lo que debían executar y previniéronse.

No se pasaron muchos días quando Chu-su acudió a la casa del filósofo con el fin de manifestarle el diseño o plan de un poema que se disponía a escribir. Conociéronle los moscones, que le esperaban, por la targeta o fietse que entregó a la puerta y pusiéronse a disputar ahincadamente sobre la naturaleza del Xangti o Señor de arriba, según las discordias de las sectas. Entró Chu-su. Saludóle por su nombre Kin-Taiso. Y en el instante que lo oyó uno de los letrados:

-«¡Bendito sea», dixo, «el Señor del cielo que me ha proporcionado esta ocasión de conocer en su persona al varón más sabio de nuestros días! ¡Que vos, sois, Señor!, ¡que vos sois el gran Chu-su!, ¡el que llena de sí la extensión de nuestras provincias!, ¡el todo docto, el todo erudito, el famoso todo!».

-«Lo experimentaréis aora», dixo prontamente Kin-Taiso, «y tendréis el gusto de llebar a vuestras provincias noticias fixas del crédito con que corre su erudición. Ninguna mejor que la suya. Será poderosa para resolver la questión que controvertimos. Los misioneros de Europa», continuó dirigiéndose a él, «que vienen a persuadirnos la verdad de su religión, se empeñan en hacernos creer que su Tien-Chu es diferente de nuestro Xangti, porque ellos separan de aquél el Li y el Tai-Kie, a diferencia de nosotros que los hacemos unos mismos con éste. Ningún conocimiento más útil a una nación que el que versa en la materia de sus dogmas. ¿No nos haréis el favor de explicarnos, como miembro tan erudito de la nuestra, quál es en vuestro sentir la más probable de las dos sentencias?».

-«¡Oh, esas son vagatelas», respondió frescamente Chu-su, «harto indignas de que se desperdicie en ellas la penetración y buen gusto de un humanista! Esas averiguaciones son buenas para nuestros doctores tártaros. Ocupaciones más serias y útiles me tienen desvelado. ¡Oíd, oíd unos versos acompañados de unos comentarios graciosísimos que acabo de escribir contra cierta Sociedad de Amigos que pretenden perder el país, fomentando en él las artes y comercio que florecen en el Japón y naciones vecinas».

Y, sin más acá ni más allá, comenzó a leer una sarta de coplas desatinadas contra algunas personas de carácter, a las quales coplas bautizaría justamente con el nombre de libelo infamatorio el señor don Eleuterio Geta, mi amigo, con mucha más razón que a la inocente fabulilla del Asno erudito.

-«Nosotros», le interrumpió el mandarín, «no hemos podido todavía ni aspirar a la alta ciencia de escribir sátiras, vejámenes o libelos contra personas condecoradas y dignas por muchos motivos de todo respeto, ni menos hemos podido alcanzar el grave arte de estar ociosamente escribiendo coplas contra los que no quieren estar ociosos por ser útiles. Os preguntamos si Dios y la materia son una cosa misma o diferentes. Esta que llamáis bagatela digna de un doctor tártaro es la que pretendemos averiguar, porque somos y tenemos a mucha honra ser del gremio destos doctores que, no obstante su tartarismo, han aprovechado y aprovechan más a la religión y al estado que todos los versos de todos los poetas del mundo7. Si os dignáis, pues, resolvernos esta dificultad, eso más tendremos que agradeceros».

-«De suerte y de manera es», respondió harto confuso nuestro gramático, «que... que... que si por materia se entiende..., ¡no!..., que si la materia es... ¡ya, ya caigo en la cuenta! Digo, pues, que el Xangti no es lo mismo que el Li ni éste que aquél. Porque, ¿cómo han de ser una misma dos cosas que se expresan con nombres sustantivos diversos? Y esto es ciertísimo, porque sé yo, y citaré si es menester cien gramáticos que niegan que haya sinónimos rigurosamente tales en ninguna lengua; conque, no siendo sinónimos substantivos el Xangti y el Li, es claro que son substancias diferentes».

Hechóse a reír de un golpe toda la compañía. Hundíase la sala a carcajadas. Corrióse. Y, lebantándose todos para marcharse, el mandarín, hombre asaz burlón y despejado, le dixo:

-«Amigo, habéis sinonimado marabillosamente. Si vuestros versos son sinónimos de vuestra erudición, serán por su término los más originales del mundo, si no los más frescos y desembarazados. Mi provincia, que por estar cercana al trópico, a la parte de mediodía, es calurosa en sumo grado, os asignará una pensión si le embiáis cada verano una o dos cargas de los versos que vayáis escribiendo; porque, indudablemente, con su lectura escusarán tenerse que meter en las cabernas para mitigar y huir la veemencia del calor del estío.»

Y con esto, haciéndole una grave y profunda reverencia, se salió acompañado de sus amigos.

Quedóse mi pobre Chu-su más frío que sus mismos versos, sonrojado, lánguido, inmóvil, clavados los ojos en tierra.

-«Y, pues», le dijo Kin-Taiso, «¿qué os parece de la proposición de mi amigo?».

-«Que es un furioso y desvergonzado desatino», respondió ardiendo ya en cólera el enfurecido poeta (porque dicen que no hay familia más propensa a furores y arrebatamientos). «Yo defiendo y defenderé contra todo el mundo, salgan dos, salgan tres, cincuenta, ciento, mil... que un poeta no tiene necesidad de ser científico.»

-«Vos sois inclinado en todo a la originalidad», le replicó el filósofo, «y así no es extraño que deis también en el pensamiento nunca oído de que los poetas deben ser ignorantes. Que vos os contentéis con serlo, vaya en gracia. Pero, querer persuadir que absolutamente han de serlo todos, esto, con vuestra licencia, es no entender ni siquiera la naturaleza del arte que profesáis. Mirad, hijo mío, si vos hicierais buen uso de vuestro entendimiento, si supierais reflexionar no sobre las menudencias gramaticales, sino sobre la substancia y sentido de las cláusulas que leéis, conocierais que la poética, la retórica, la lógica y otras artes que se cultivan mucho en Europa y mui poco en nuestro país son únicamente instrumentos que tiene el entendimiento para obrar de distintos modos según la diversidad de los fines que se propone, conocierais que estas artes no tienen en sí otra cosa que preceptos para labrar y no materias en que labrar, reglas que dirijan las potencias del hombre y no asuntos en que trabajen las reglas. De manera que la lógica, hijo mío, indica el modo de hallar la verdad, pero no tiene en sí las materias en que esta verdad ha de hallarse; la retórica enseña el modo de persuadir, pero no posee los asuntos que han de persuadirse; la poética da reglas para deleitar, pero carece de los asuntos que han de hacerse deleytables. ¿Qué vienen, pues, a ser un puro, desnudo y mero lógico, retórico o poeta?: Lo que un arquitecto sin cal, piedra y madera o un platero sin metales. El entendimiento del hombre es de tan artificiosa naturaleza, que en él unas potencias son como los artífices y otras prestan las materias en que obren sus compañeras. La percepción, la imaginación y la memoria están encargadas de recoger y suministrar las materias. El ingenio, el juicio y la razón trabajan sobre ellas, las unen, separan, cotejan, desmenuzan, examinan, ordenan y disponen a su modo, esto es, según las reglas que las mismas potencias han establecido para diversos fines. Siendo esto así, como lo es indisputablemente, ¿de dónde os parece que tomarán sus materias la percepción, la imaginación y la memoria?: De las ciencias o del uso de la vida, hijo mío. No hay otro medio. ¿Diré yo por eso que os entreguéis a las sutilezas y extensión que obtienen las ciencias en las escuelas?: ¡Nada menos! No soy tan inhumano que os quiera obligar a cargar con el fardo de lo que se llama ciencia universal. A un poeta le está bien tener un más que mediano conocimiento de los sistemas filosóficos y de las verdades que ha descubierto la razón desembarazada de todo sistema, sin que por eso haga profesión de arrimarse a un partido, defenderle y propagarle; le está bien una mediana noticia de astronomía, porque es una fuente fecundísima de bellezas poéticas; le está bien un profundo conocimiento de la naturaleza física y moral del hombre, porque sin él ni le reprenderá, ni le describirá, ni le moberá; le está bien, no sólo como poeta sino también como ciudadano, la ciencia de las obligaciones civiles y saber de qué suerte se han deribado éstas de las naturales, sin que se obligue a desvelarse en las sutilezas de los juristas; le está bien...».

-«Todo eso es mui santo y mui bueno», le interrumpió Chu-su, «pero no me acomoda. Yo con mis humanidades me entiendo y...».

-«¿Humanidades?», dixo el filósofo, asiéndose como un león de la palabra. ¿Pues, ¿vos creéis que pueden las humanidades poseerse a fondo sin el auxilio de las ciencias? ¿Juzgáis acaso que porque sepáis traducir un poema con ayuda de intérpretes sois un perfectísimo humanista? Los intérpretes que os han servido para entender el poeta, esos fueron los verdaderos humanistas, no vos que os valéis dellos para entenderle. En Europa hay exemplos desto que os digo abundantísimos y mui señalados. Los poetas antiguos de Grecia y Roma enriquecieron sus escritos con innumerables alusiones a la filosofía, derecho, política, astronomía, historia natural y otras cosas con que vos, por ignorarlas, no podréis enriquecer los vuestros. Los intérpretes próximos a nuestra edad que tomaron a su cargo desentrañar los conceptos o pensamientos de los poetas, ¿cómo lo hubieran conseguido sin ser eminentes en estos ramos de sabiduría y erudición? Fuera desto, ¿qué entendéis con el nombre de humanistas? Esta voz que se nos ha pegado de la comunicación y trato con los misioneros de Europa comprendo en sí, a mi parecer, el conocimiento de las artes instrumentales de la historia y a lo que a ella concierne (cosmografía, cronología, geografía, etc.) y de las antigüedades. Aora bien, ¿de qué os sirben las artes instrumentales si os faltan las materias en que ellas obren?, ¿cómo entenderéis la historia y antigüedades, ignorando la política y el derecho de los antiguos? Y, ¿cómo comprenderéis la cosmografía y la geografía, sin los elementos matemáticos?»

-«¡Baya!, ¡baya!», le replicó Chu-su, «no creyera que erais tan impertinente. Conque, según eso, ¿vanamente me he cansado en disponer el plan de un poema que he concevido a imitación de otro que os vino poco ha de España y yo os pedí para leerlo?».

-«¿Quál?», dixo el filósofo.

-«El de La Música», respondió, «del qual he tomado tan alto concepto que he resuelto escribir otro a su semejanza para la instrucción de nuestros patricios que están algo atrasados en estas materias».

-«Vos», dixo Kin-Taiso, «aprendisteis la música por diversión y queréis aora hacerla órgano de vuestros aplausos. No lo repruebo. Mas sí, que toméis por modelo una obra imperfecta».

-«¿Cómo?», replicó el jovenete, «¡vos blasfemáis!».

-«¡Sí, señor!», le dixo, «¡imperfecto y mui imperfecto! Y, porque juzgo que este examen os podrá ser útil para lo sucesivo, venid mañana, traed el poema y hablaremos».




ArribaAbajoCapítulo XI

Crítica que se hizo en Pekín de un poema español sobre la música


De buen humor dicen las memorias que se lebantó aquel día nuestro filósofo. No se descuidó Chu-su en acudir lo más temprano que le fue posible, persuadido a que iba a tener un rato más de chacota que de instrucción. Porque, «¿de qué manera ha de juzgar bien de versos», decía él entre sí, «el que ni ha hecho ni es capaz de hacer uno en su vida?». Por desgracia, no había llegado a sus manos los libros de la Perfecta poesía del célebre Luis Antonio Muratori en que este eruditísimo y juiciosísimo varón distingue el buen juicio estéril del buen gusto fecundo y señala la naturaleza de cada uno.

Juntáronse pues, y encerráronse en el estudio. Tomó Kin-Taiso el prezioso libretto, frase con que he visto yo celebrado el que contiene el Poema de la Música y empezó a hablar de este modo:

-«Antes de entrar en el examen del poema, leamos esta cláusula que se halla en la página... no sé qué tántas del Prólogo, porque éste carece de paginación, en lo qual es natural haya su poquito de misterio gramatical; hállase, empero, al fin del número ocho y dice así: Pues como un poema no es método para aprender... conviene ceñirse a lo que insinuó Virgilio en sus Geórgicas:

Non ego cuncta meis complecti versibus opto. Y, en efecto, se equivocaría tanto el que esperase hallar en las mismas Geórgicas todo lo que conduce a la agricultura como el que pretenda que en este poema se encierren otros preceptos que los generales de la música. De paso notaremos que la frase o locución se equivocaría el que pretenda es un solecismo castellano. Si no he perdido los memoriales de aquella lengua debería decir como se equivocará el que pretenda y no hay que acudir a la elipsis porque, en este período en que no dañaría la repetición, sería violentísima. Hay gramáticos que, por huir de la repetición, caen en el solecismo o dejan sin nervio la oración: ¡Tánto pueden en ellos las menudecias! Viniendo a mi propósito, ya veis que el autor no se propone enseñar otra cosa que los elementos de la música. Y, hallándose éstos explicados en millares de libros, la gloria que le resulte no tanto nacerá de la materia como de la forma. Quiero decir que si un poema es laudable no tanto lo será por lo doctrinal como por lo poético. En una palabra, el mérito de la obra ha de consistir en quanto es poema, no en quanto encierra un tratado de música. Conócese esto más individualmente leyendo los números diez y once del mismo Prólogo, donde expresa algunos asuntos que descarta de su poema necesarios todos si hubiera de escribirse un tratado completo. Hecha esta salva en la que no hemos perdido vanamente la pólvora, vamos a examinar no la música del poema, sino el poema de La Música

«Este examen debe ceñirse por necesidad a dos puntos: primero, constitución, orden o disposición del poema; segundo, estilo y modo con que se expliquen las cosas. Y, pues, ¿quál os parece que debe ser la constitución de un poema didáctico?»

«En esto puede haber su variedad», respondió Chu-su, «porque el asunto, las circunstancias y la prudencia obligarán a variar el orden de mil y mil modos sin que se cometan defectos notables».

«Perdonad, hijo mío», replicó Kin-Taiso, «porque las reglas fundamentales de los poemas son tan invariables como la naturaleza de quien se deriban y el que peca contra ella e comete defectos notabilísimos. Y, ¿queréis creer que ese poema que tanto os agrada, ese poema tan cacareado que no parece sino que le ha puesto una gallina, ese poema que ha corrido la Francia, atravesado la Italia, visitado la Alemania, registrado hasta los países del Septentrión, donde dicen que a su llegada creyeron los naturales que les sobrevenía una nueva estación de hielos, queréis creer que ese alabadísimo, aplaudidísimo, ensalzadísimo y ponderadísimo poema peca contra las reglas fundamentales de los poemas, de modo que parece más un embrollo que una obra de poesía?».

-«¡Baya!, ¡baya!... ¡acabóse!», dixo Chu-su. «Vos, señor, chocheáis ya con los muchos años. Tras que vos mismo me habéis dicho mil veces que este poema ha merecido aplausos de muchos varones célebres de Europa y verse extractado en qué sé yo quántos diarios, ¿me salís aora con esa pata de gallo?»

-«¡Ay, hijo!, y ¡qué inocente sois!», le replicó el filósofo.

«¿Pues si vos escribís una obra y regaláis exemplares a todo el mundo no os ha de dar las gracias todo el mundo? Y, en quanto a los diaristas, gente es ésta de quien estimara yo mucho más los vituperios que los aplausos. Y yo os referiría aquí menudamente las qualidades de muchos destos traficantes de literatura, sus fines e intereses, suficientes para no hacer caso ni de sus elogios ni de sus críticas, si fuera esta ocasión. Por lo demás, si han alabado el poema algunos hombres doctos, tengo para mí que sus alabanzas no disminuyen los defectos que hay en él; porque un hombre docto es hombre, y el que se ase de sus juicios para defenderse lo más que prueba es no que su obra carezca de defectos, sino que sus elogiadores no los conocieron o, conociéndolos, no quisieron decirlos.»

«Veamos ya, pues, quáles son estos defectos. Primero y gravísimo, que prueba poco estudio y conocimiento del arte haber hecho en dos Cantos episódica la parte principal y expuesto, como parte principal, el episodio, esto es, como si fuera el sugeto, asunto o argumento del poema. Para que comprendáis esto con la claridad que es menester os pondremos un exemplo y entraremos después en la aplicación a los preceptos. Supongamos que a un arquitecto se le encargase la fábrica de una casa que, además de las partes necesarias para la comodidad, hubiese de contener como aditamento uno o más jardines que sirviesen al recreo de los moradores. Decidme, ¿daría buenas pruebas de su inteligencia en su arte el arquitecto si, empezando la fábrica por los jardines, colocase éstos en el sitio que debiera ocupar el zaguán, continuase la casa deribando su estructura de la de los jardines y la rematase, por fin, colocando el zaguán donde debieran estar éstos? Vos os reiríais indubitablemente de la desconcertada imaginación del arquitecto y por el mismo término os podéis reír de vuestro poeta que en los Cantos Segundo y Quarto pegó la casa a los jardines, debiendo pegar éstos a aquélla, es decir, que hizo pender del episodio la parte principal, debiendo, según toda buena razón, haber hecho que pendiese aquél désta.»

«Diréis a esto que no viene bien la comparación, porque los Cantos Segundo y Quarto son partes o miembros de un poema en el qual en el Canto Primero viene a ser como el zaguán o entrada de la fábrica. Pero yo os digo que aquellos Cantos Segundo y Quarto son más emplastos que miembros o partes del poema.»

-«A dos manos», dixo entonces Chu-su, «tomaré la primera comparación, si lo que era casa ha de venir a parar a hospital».

-«Pues lo peor es», continuó Kin-Taiso, «que tiene trazas de ser enfermedad incurable. Y si no, atended: Vos sabréis quizá, y si no lo sabéis aprendedlo aora, que lo que hace dar nombre de poema a una obra de invención en verso no es que se trate una materia o se refiera un hecho o acción, dividiendo la narración en cinco, seis o más Libros, Cantos o Discursos. Lo de menos es esto; porque semejantes divisiones entre los griegos sirvieron para comodidad de los cantores (pues vos, como humanista, debéis saber que las Rapsodias o Libros de la Mada se cantaban en los pueblos de Grecia) y los latinos y modernos han adoptado el uso, cómodo realmente para los que leen. No debe, pues, considerarse ningún Canto o Libro del poema como poema diverso ni tratarse con separación enagenándolo, por decirlo así, del todo que constituye la naturaleza de un poema. ¿Queréis saber en qué consiste una naturaleza?: Oíd a un célebre Maestro de Europa, a Despreaux, Poetiq. (Chant. Prem.), Atended»:


C'est peu qu'en un ouvrage ou les fautes fourmillent
des traits d'esprit semés de temps en temps petillent.
Il faut que chaque chose y soit mise en son lieu;
que le début, la fin répondent au milieu;
que d'un art délicat les pièces assorties;
n'y forment qu'un seul tout de diverses parties
que jamais du sujet le discours s'écartant
n'aille chercher trop loin quelque mot éclatant.



«¿Queréis este mismo precepto expuesto de otro modo y en otra lengua más antigua? Voy por Horacio. Oíd»:


Incoeptis gravibus plerumque...



-«He leído mil veces ese pasage», interrumpió Chu-su.

-«¿Sí?», replicó el filósofo, «pues oíd sólo el último verso: que es la quinta esencia de lo que contiene todo lo anterior»,


Denique sil quodvis simplex duntaxat et unum.



«Pero, ¿queréis ver todavía una cosa más admirable? Pues... voy por una traducción castellana. Aquí está. Escuchad»:


Qualquiera asunto, pues, o pensamiento
debe ser siempre único y sencillo



«¿De quién os parece que es esta mala traducción de aquel verso excelente?»

«No sé», respondió sencillamente Chu-su (¡y es la primera vez que un gramático ha confesado no saber una cosa!).

-«Pues si no lo habéis por enojo», dixo Kin-Taiso, «del mismo señor autor del Poema de la Música, que después de haberse derretido los sesos en traducir a Horacio o a sus comentadores, que en esto hay sus dudas, sale con un poema hecho como para impugnar las reglas que traduxo».

«He dicho que es mala la traducción de aquel verso, porque la voz pensamiento, añadida allí por vía de ripio y para llenar el consonante, tiene tanto que ver con lo que quiso decir Horacio como vos con el dios Amida de los japoneses. En castellano jamás se ha dado nombre de pensamientos a los sujetos o materias de los poemas. La voz asunto puesta en el primer verso de la traducción excluye toda otra paráfrasis. Pero el consonante obliga a mucho y a este traductor más que a otros, cosa que os manifestaré yo algún día que estemos más despacio.»

«Viniendo a la inteligencia del verso, no habéis de figurar que Horacio da a entender que sea una sola la materia de los poemas, sin extraviarse a otras distintas. Esta ley sería insufrible y aun impertinente. Lo que ordena él o la razón por el órgano de sus versos es que, supuesto que un poema es un cuerpo, las partes que se escojan para componerle han de concertarse con tal orden, unión y proporción que juntas formen un todo y si no, no merece nombre de poema.»

«Aora bien, ¿qué conexión tienen con el que examinamos aquel triste Salicio y aquella desventurada Crisea en tan mala hora nacidos que han venido a dar en manos de un poeta, suerte cien mil veces más infeliz que la de un pájaro en manos de muchachos? Tomad unas tenazas. Arrancad al pastor músico y a la pastora enmusicada de aquel sitio y veamos qué resulta. ¿Qué, en fin?: Que un episodio impertinente, inconexo, no preparado ni derivado natural mente de la materia se lleba tras sí todo el verdadero asunto del Canto Segundo, sucediendo en él lo que sucede en las vizmas o emplastos de los charlatanes que, si se aplican a la parte doliente, después de no producir efecto alguno, se lleban tras sí un pedazo de piel al tiempo de arrancarlos. Amigo mío, saber episodiar de la manera que es debido es el don de los grandes poetas. Los que lo son sólo por apodo no saben más que


[...] zurzir tal qual remiendo
de púrpura brillante.



introducen Arcadias, disfrazan ciudadanos para que recojan el fruto de sus tareas con repentinas serenatas o frialdades (que allá se va todo), dan carácter musical a las Criseas para que oigan lecciones musicales... ¡Está bien! ¡Mui santo y mui bueno, sed nunc non erat hic locis...!, pero aquí nada de esto era del caso. Mentras el señor poeta no se tome el trabajo de hacer


Que d'un art délicat les pieces assorties
n'y forment qu'un seul tout de diverses parties,



nosotros nos tomaremos la libertad de considerar su obra o como tres poemas distintos o como el monstruo que describe Horacio, atendiendo al todo. «Y, si no, ved aquí otro emplasto...»

-«¡Por vida de Xangti!», respondió Chu-su dando una gran patada, «¡que no hay quien os pueda aguantar!: ¡Nombre de botica a los pasages más amenos y deleytables del poema!».

-«Algún mal, le respondió el filósofo, «os deben de haber hecho los boticarios quando tanto os disgustan. De mí os sé decir que no me han hecho mucho bien. Pero, sea desto lo que fuere, aquí en el Canto Quarto tenemos a un pobre compositor músico metido en el infierno o en qué sé yo qué sitio, explicando a una congregación de varones antiguos (y no modernos)»:


[...] el estado
que la harmónica ciencia
hoy tiene en los theatros europeos.



El poeta dice que este episodio fue un delirio que le sobrevino estando escriviendo. (¡Podemos hacer más que creérselo buenamente!) Añade que toda aquella escena se le representó quando


a un lento sueño se sintió rendido.



Conque, juntando el delirio con el sueño, merece de justicia que le apliquemos aquel textillo de Horacio que traduxo el mismo señor autor del poema en que después de describir el monstruo continúa:


Pues, amigos, creed que a esta pintura
en todo semejantes
son las composiciones
cuyas vanas ideas se parecen
a los sueños de enfermos delirantes.



«Poned sanos en lugar de enfermos y os viene clavada la aplicación. Y, ¿porqué, diréis, ha de venir tan clavada?: Porque aquel episodio no tiene conexión con el poema, porque es un pegote arrimado a él sin liga, porque es otro emplasto de charlatán que no cura y arranca el pellejo, porque el poeta no ha sabido enlazarle con lo principal del poema de modo que pareciese éste un seul tout de diverses parties, de donde venimos a sacar que el tal poema, compuesto de episodios desenlazados e inconexos, es semejante a los sueños de los que deliran en los quales todo es embrollo y confusión,


sin que sean los pies y la cabeza
partes que a un mismo cuerpo pertenecen



como tradujo el mismo señor poeta, que tan mal ha savido poner en práctica lo que tradujo.»

«¿Queréis acabarlo de creer finalmente?: Aquí está el primer padre del buen gusto, Aristóteles (Poética, cap. IX). Oíd»:

tw=n de\ a)plw=n mu/qwn ka\i pra/cewn ai( e)peisodiw/deij ei)si\n xei/ristai: le/gw d'e)peisodiw/dh mu=qoi e)n w=? ta\ e)peisodi/a met'a)/llhla ou)/t' ei)ko/j ou)/t'a)na/gkh ei=nai..

[tôn dè aplôn mýthon kaì práxeon hai epeisodiódeis eisìn cheíristai: légo d'epeisodióde mthoi en hô tà epeisodía met'allela oút'eikòs oút' anágke eînai.]



«Esto debe estar en griego para vos. Dice, pues: De las fábulas y acciones simples, las episódicas son las peores. Llamo fábulas episódicas a aquellas en que los episodios no están ligados ni con necesidad ni con verosimilitud. De manera, amigo mío, que si el episodio no tiene una unión verosímilmente necesaria con lo principal del poema, si el poeta no se ha obligado él a sí mismo a tener que colocar precisamente el episodio, si no ha dispuesto el poema de suerte que los episodios parezcan miembros y partes dél y no emplastos pegadizos u ornamentos superficiales, el poema será un sueño de enfermo delirante y el poeta, a juicio de Aristóteles, no pasará del abundante gremio de los medianos, tw=n fau/lwn poihtw=n [tôn phaúlon poietôn], y bien sabido es que


[...] mediocribus esse poetis
non homines, non di, non concessere columnae.



Y quiero que sepáis que, aunque parece que Aristóteles habla en aquel lugar precisamente de los dramas, el precepto es generalísimo en quanto a los episodios, cuya naturaleza es unirse, enlazarse, trabarse íntimamente con la materia a que se arriman; porque, de lo contrario, no pueden componer, como ya lo he dicho y diré mil veces, un seul tout de diverses parties, sino que serán muchas y diversas partes amontonadas para componer un todo monstruoso.»

«Y, ¿en qué se conoce, me preguntaréis, que ese episodio del Canto Quarto no tiene trabazón con la materia del poema? Se conoce en que no se ha derivado de ninguna circunstancia de la misma materia, en que no está pendiente de cosa alguna que le llamo, en que el poeta se pone allí a soñar sin ton ni son y de un sueño suelto y destrabado deriva toda la materia del Canto, quando los niños que estudian poética en Europa saben que son los episodios los que deben pender y derivarse.»

«Lo mismo, a proporción, sucede en el episodio con que concluye el Canto último. Sin exponer causa, razón o motivo que le induxese se aparece el Buen Gusto en la Academia de las Artes, hace una arenga, respóndenle sus hermanas, hablan como cotorras y, sin más ni más, convienen en el establecimiento de una Academia de Música.»

«Señor poeta, ¿de qué cabo de la materia que manejaba entonces derivó usted toda aquella farsa? Si se concede libertad para introducir en los poemas las ficciones que a cada uno se le antojen, sin causa ni razón, sin unirlas, sin trabarlas, sin entrelazarlas, acabóse el arte. Ninguna cosa más fácil que fingir desconcertadamente, ni ninguna más cómoda que seguir en las obras de ingenio el desenfreno de la imaginación. No escribía así Virgilio. El Libro Tercero de las Geórgicas está todo de arriba abajo salpicado de hermosísimas digresiones; pero, ¿de qué suerte traídas?: la unión, la harmonía, la verosímil necesidad de Aristóteles reinan allí tan amigablemente que conspiran entre sí a formar un todo admirable. La descripción de los prodigios que sobrevinieron a la muerte de César en la Primera Geórgica, la felicidad de la vida rústica en la Segunda, la peste de los Alpes en la Tercera, el origen del modo de engendrar las abejas en un becerro muerto a que se une por un medio necesario el suceso de Orfeo y Eurídice en la Quarta, episodios son todos estos unidos, trabados, ligados con tal arte a la materia que, si se arranca alguno dellos, no se llebará tras sí parte de aquélla; pero hará falta para la perfección del poema, esto es, de aquel todo compuesto de diferentes partes. Al rebés de lo que acaece en el que examinamos, en el qual los episodios, con no ser miembros del todo, se llebarán tras sí parte de la materia, como el emplasto del charlatán.»

«Si vos estuvierais tan profundamente instruido en las delicadezas íntimas de las artes como en las puerilidades de la gramática, me haríais aquí varias réplicas. Sería la primera que el episodio del Canto Quinto tiene conexión natural en el puesto en que está, en quanto el Buen gusto da las razones que deben inclinar al establecimiento de una Academia de Música. Mas el tal episodio, hijo mío, es máquina, es decir, según el idioma del arte, un acaecimiento prodigioso, y así, hay que considerar en él, no tanto el fin a que se dirige, como lo que él es en sí. Y ve aquí la grande impropiedad y el ningún arte del poeta al haber introducido un suceso maravilloso sin prepararle, sin hacerle la cama, sin deducirle de ninguna circunstancia que le llamase o traxese; porque el Buen gusto refiera, a modo de doctor, que su venida allí es para persuadir que se hermane la Música con las otras artes. Pero esto no influye nada en su personificación y al poeta lo que le correspondía era haber ordenado de tal suerte el progreso del Canto que insensiblemente viniese a parar en la personificación del Buen gusto y en la exposición de toda aquella; escena sin que pareciese ni extraña ni repentina. Tal es el arte de los grandes poetas de Europa. Aquí podéis ver un exemplo ilustre desta práctica. Lope, en su Tercera epístola del Ensayo sobre el hombre, personifica la naturaleza y la atribuye un razonamiento indigno ciertamente della (y yo os diría las razones si fuera ocasión), pero finalmente se le atribuye. Y, como Lope tenía más de poeta que de filósofo, aunque era profundo y de atenta meditación, preparó tan íntima y delicadamente el suceso de la máquina que se echaría menos haberle omitido. Describe el estado primitivo o naturaleza del hombre: la pureza, la inocencia de las costumbres. A este estado siguió el de corrupción: los homicidios, los robos, la tiranía, los males de la vida y de la independencia. ¿Qué remedio a esta enfermedad? ¡Naturalísimo!: la naturaleza misma que lebanta la voz compadecida de los hombres y les enseña el modo de hallar las artes y de juntarse en sociedades, con que suplan la felicidad del primitivo estado.»

«Me replicaréis, en segundo lugar, que los sucesos concernientes a los episodios son aplicables solamente a los poemas activos o de imitación y no a los narrativos. Pero yo os digo que los poemas narrativos no son verdaderos poemas y que este nombre, si lo consiguen, le deben a los accidentes, es decir, a las descripciones, comparaciones, estilo figurado y episodios, que es donde puede intervenir el oficio de la poesía, que es imitar. Según lo qual, fácilmente se viene en conocimiento de que, si los poemas narrativos lo son por las imitaciones que en ellos se introducen, estas imitaciones deberán sugetarse indispensablemente a las leyes de los poemas de imitación, que se nombran activos.»

«Puede ser que no hayáis jamás hallado estas observaciones entre las menudencias de los libros a que os aplicáis; pero consolaos con que sin ellas escribiréis millones de versos pero no haréis poemas.»




ArribaAbajoCapítulo XII

Continúa Kin-taiso probando que el poema de «la música» no es poema ni calabaza; bien que, en quanto si es calabaza, se queda indeciso


«Tales son los vicios principales que se notan en la constitución del que examinamos, derechamente opuestos a las reglas de la constitución poética y, por lo mismo, le excluyen de merecer el nombre de poema. Otros hay que son respectivos y pueden tomarse como defectos o como gracias, según el paladar de quien los lea. La descripción de la oposición de la capilla del rey en el Canto Tercero agradará sin duda a los músicos de dicha capilla; mas, permítanos a los que juzgamos de las obras de ingenio por la ingeniosidad y no por la qualidad de la materia notar en aquel episodio mucha frialdad y ningún espíritu poético. Tendrán a bien el concedernos que llamemos prosa y no mui animada a toda aquella relación que, por ser episódica, debía respirar gallardía, fuego, viveza de imágenes. Nos permitirán hacer una prueba desta observación:

«Pero no sólo exige aquel tribunal que aspire al lucimiento cada qual con la sonata que elige a su arbitrio, sino que con otra nueva hace prueba repentina de todas. En el día crítico, en el instante que señala a los competidores, les sirve de reclusión una gran sala distante de la palestra musical... etc.»

«Ved aquí, amigo Chu-su, el estilo poético de vuestro admiradísimo poeta en los parages que por su naturaleza debían ser los más poéticos para contrapesar la aridez de la dicción didáctica.»

«Tomaos el trabajo de hacer la misma experiencia en todo el poema. Mui pocos serán los parages que dificulten reducirse a una prosa arto llana y humilde, mui pocos en los que halléis aquellas gracias de la imaginación que suspende el ánimo y le obligan a leer u oír con complacencia, mui pocos donde advirtáis las cosas realzadas con expresiones nuevas, con metáforas vivas, con modos de decir que se alejen del estilo prosaico. Sírvanos de exemplo la primera parte del Canto Tercero»:

«Emprende allí el poeta referir las prerrogativas de la música contra los censores adustos y orgullosos que miran como recreo fútil,


humilde profesión y ciencia inútil
el tesoro de músicos primores.



En ninguna parte del poema se podía haber ingerido más propiamente una máquina que relebase la dignidad de la música. En vez de toda aquella pesadísima relación que ocupa dos ojas sin decir más que los hombres y los animales son aficionados a la música y que se debe preferir a toda otra diversión. Proposiciones que se prueban con ochenta versos embutidos en una perífrasis tan sumamente disimulada que habiendo dicho a los principios:


del uno al otro polo
uno y otro emisferio
vasallage la rinden



continúa exponiendo que los niños, los rústicos, los peces, los quadrúpedos, los insectos, las aves, los príncipes, legisladores, generales, filósofos, Temístocles, Sócrates, el hijo de Peleo, babilonios, persas, chinos, tirios, egipcios, celtas, árabes y sirios (¡qué lástima que se le olvidasen cimbrios, lombardos y godos, esquízaros y alemanes!) están o estuvieron


sugetos al dominio
de las gratas cadencias musicales.



Sin duda, porque toda esta generación no debe o no debió estar comprendida en uno y otro polo, uno y otro emisferio; en vez, buelvo a decir, de haber gastado tanta prosa para probar una aserción de que puede solamente dudar lo más ínfimo de la plebe. ¡Quánto mejor hubiera venido un episodio manejado con delicadeza, en que la naturaleza, refiriendo las causas que la induxeron a inspirar la música en los hombres, expusiese los usos, las comodidades, las delicias de la música, y deribar después deste principio o fundamento la materia de los Cantos siguientes!8. No se podía dar ficción ni más del caso ni más magestuosa. La inocencia de la edad primitiva: la música inspiraba entonces en los hombres para que agradeciesen al Dios omnipotente los beneficios de la creación y ser humano. La decadencia de los hombres: el uso de la música modificado entonces de muchas maneras y aplicado al labio de los males que sobrevinieron a la vida, ya en el teatro ya en las academias ya en la sociedad a su primitivo instituto de cantar alabanzas al Creador de las cosas, añadido el de las súplicas, los ruegos, los lamentos de un pueblo que reconoce sus maldades. ¡Quánto mejor y más estrecho enlace hubiera tenido con la materia del poema un episodio de esta naturaleza que las serenatas del pastor disfrazado y la zagala Crisea que se llebaba la primacía de hermosa y desdeñosa y las demás impertinencias con que empieza y remata el Cantar Segundo! ¡A quántas reflexiones profundas imágenes magestuosas y expresiones verdaderamente patéticas no hubiera dado ocasión semejante buelo de la fantasía! ¡Qué entrada más magnífica se podía haber dado tanto a los otros Cantos como a la exposición de la Música del templo, que requería, como los mismos templos, un bestido digno del objeto, sublime, magnífico, que inspirase santidad, respeto y elebación. Y no, que, precedido de una arenga semihistórica, en que se desentraña el obscurísimo hecho histórico de que las naciones antiguas celebraban sus fiestas con música y algazara, se empieza el tratado con llaneza tan humilde, tan fría que ni el más ínfimo tratado de canto llano pudiera introducirse en la materia con más aridez y frialdad.»

Con mucha impaciencia estaba oyendo nuestro Chu-su la perversa crítica del filósofo. Movíase ya a un lado ya a otro. Encojía el sobrecejo. Torcía la boca. Mordíase los labios. Conociólo Kin-Taiso y quiso dar al traste con todo el sufrimiento del triste gramático.

«Si estas reflexiones», continuó, «arguyen mui poco genio, las que voy a hacer mui poca atención en el escritor».

«Volvamos al Segundo Canto. Supongamos, amigo Chu-su, que vos por haber visto una zagala hermosísima mui aficionada a la música, enamorado de ella, tomaseis la resolución de disfrazaros de pastor, ir a su aldea, darle músicas y procurarla rendir lo más bonitamente que pudieseis. He aquí que, teniendo ya calmado el ceño de vuestra zagala, os halláis un día a solas con ella en un soto,


lugar, el más remoto
del pastoril bullicio



cubierto de mui buenos árboles, provisto de mui blandas alfombras de yerba, solitario y..., etc. Decidme con verdad y sin disimulación, vos en tal ocasión, teniendo ya calmado el ceño de la pastora, los entretendríais en explicarla una larga serie de matafísicas musicales, y más si, así vos como ella estuvieseis en el trage y postura (o sea, actitud) con que representan en la lámina a Salíceo y Crisea

-«Ésa es una malignidad intolerable», prorrumpió Chu su en tono de misión.

-«Pues a tales malignidades y glosas dan lugar», replicó Kin-Taiso, dos que pintan y escriben a salga lo que saliere. Seguramente el tal Salicio debía ser el enamorado más tonto y ridículo del mundo».

-«Pero, señor, ¡por amor de Dios!», dixo Chu-su, «¿no veis aquí un rebaño de ninfas que están alargando un palmo de pescuezo de entre las aguas de qué sé yo qué río para oírle el discurso musical?»

-«Aún eso es peor», repuso el filósofo. «En el principio del poema dice el poeta a la naturaleza invocándola:


¡Quien te sigue las fábulas desprecia!



Por consiguiente, esto de las ninfas no debe de ser fábula, pues no las desprecia el señor invocador, ni debe de serlo tampoco aquel suelo eterno, entre si es o no es el sitio de los Elíseos en que el buen Jommelli expuso al gravísimo congreso lo que el gravísimo congreso no necesita que le expongan, si se desprecian las fábulas. Y, no está en esto lo mejor, sino en que las ninfas y el suelo eterno (el qual no sabemos si estará en alguno de los intermundos de Epicuro, en la quinta esfera de Aristóteles o en la región ideal de Platón, ¡qué erudición ésta para un humanista, amigo Chusu!) tienen, digo, una conexión poética marabillosa con San Gregorio, San Basilio, San Ambrosio, San Juan Damasceno y la música de los templos cristianos. Ya fuera esto más disimulable, si el poeta se hubiera visto precisado a referir en su poema algunas antigüedades fabulosas de la música; pero las ninfas y el suelo eterno se han ingerido arbitrariamente y por puro antojo. Y, por decírselo de una vez, tengo para mí que la impertinencia del episodio de Salicio y Crisea en el Segundo Canto, fuera de la grosera imperfección que él contiene en sí de estar enteramente desasido del cuerpo del poema, no será tampoco de la aprobación de los que aborrecen la mezcla de las cosas sagradas con las profanas.»

«Y, ¿qué os diré yo aora del estilo? Abrid el libro por donde mejor os parezca. Leed:


De los tres cantos que a este fin emplea,
el que se dice llano,
coral o gregoriano
es, por su magestad, el más conforme
a un sagrado lugar y se solfea
con melodía simple y uniforme.»



«¡Qué hermosura!, ¡qué expresión tan enérgica!, ¡qué dicción tan poéticamente expresiva! Diréis que la parte doctrinal ha de proceder lisa y llanamente en un estilo que no se aleje del familiar. Pero, ¿a qué fin escribe un poema si no ha de intervenir en él la dicción poética? Si el fin del autor fue facilitar la retención de los preceptos en la memoria, allá se las haya con los aprendices de música. Agradézcanle éstos su trabajo. Mas no se empeñen en hacernos creer que es un poema hecho y derecho y, lo que es más original (qualidades que le negaré y a pies juntillas9 mientras no se me pruebe invenciblemente) que todas las partes del poema conspiran a formar un seul tout de diverses parties

-«¡Partida tengáis vos el alma con vuestro maldito emistichio», interrumpió Chu-su, «que me tiene ya rota la cabeza! Conque, ¿sólo por haber interpolado tres episodios impertinentes y no haber usado del estilo poético en la mayor parte del poema se ha de desposeer del nombre de tal a una obra que se intitula Poema en el frontispicio?».

-«Quitadle ese título», dixo Kin-Taiso, y sustituid a él el de Silbas o Discursos sobre la Música y contentaréis a los inteligentes. Y, aun así, no sé yo si satisfarán con el estilo. Por lo menos, dejarán de reír, allá en su interior, la valentía y entusiasmo deste apóstrofe dirijido al célebre Hayden:


¡Tiempo ha que en sus privadas Academias
Madrid a tus escritos se aficiona
y tú su amor con tu enseñanza premias!



que no pudiera decirse más fríamente en la prosa más lánguida.

-«¡Otra maligna imputación!», dixo Chu-su. «¿No acabaréis siquiera de explicar qué frialdad es ésa de que tan frequentemente os agarráis para desacreditar el estilo desta obra admirable?»

-«Si yo hablara», respondió el filósofo, «con quien tubiera una idea algo clara de las propiedades que forman la dicción poética, me escusaría de tomar la cosa donde su origen y os lo haría palpable sólo con leer quatro o seis pedazos del poema acompañándolos de algunas ligeras reflexiones. Sírvaos, pues, el conocimiento de vuestra ignorancia para no juzgar otra vez de las obras de ingenio sin haberlas antes aplicado a los principios del arte a que pertenecen y deducido así el mérito o demérito de su execución. ¡Voy por un libro! ¡Hele aquí!: Muratori (Perfect. Poes.). Aquí, en el capítulo VII del Libro I enseña el sapientísimo autor que la poesía tiene dos modos de engendrar el deleyte, fin principal suyo: O colle cose e verità ch'ella imita o colla maniera dell'imitarle. Esto supuesto, tened paciencia y escuchad lo que os dice el arte por la boca de este verdadero sabio: Ma difficilissimo, anzi impossibile egli è che il poeta sempre o quasi sempre ritruovi cose nuove e verità mirabili da imitare. Per lo che dobbiano osservare che si danno altre verità le quali non sono, ma per valor del poeta e per la maniera del rappresentarle divengono maravigliose e nuove; perciocché in tal maniera si vestono e si coloriscono da lui, che laddove per se stesse prima erano vili, triviali, note e poco capaci di muovere e dilettare altrui, compariscono poscia ripiene di novità e di bellezza... mercé della vivacità, della dipintura e mercé dell'abito e dell ornamento novello posto loro intorno dall'arte poetica. Veamos qué dice más adelante: La novità adunque, la rarità il maraviglioso che spira dalla materia o dall'artifizio o pur da tutti e due constituisce, a mio credere, il bello poetico. El autor fue modesto en sumo grado, carácter común en todo hombre doctísimo, por oso dixo a mio credere. Debió decir: a credere de tutto il mondo. Pasemos al cap. XIII del mismo Libro, oíd: Soccorrendo il poeta coll'artifizio nuovo e mirabile alla materia non nuova e non mirabile dà per dir cosi un abito e un'anima nuova alle cose con que genera facilmente diletto. Una viva metafora, un'ingegnosa parabola e allegoria, una leggiadra figura, una disposizion di parole, un'evidenza nel depingere, un'affectuosa, nobile, extraordinaria imagine (nelle quali cose principalmente l'artifizio consiste) la tal volta, che un avvenimiento, un costume, un affetto, un sentimento, ci sembri vaghissimo, ci rapisca. Pasemos al cap. XIV del Libro II, donde se trata especialmente del estilo poético. Reflexionad bien no sobre las sílabas, sino sobre el sentido destas palabras: Il poeta fa risaltar le cose e dà gran forza, vivezza e leggiadría ai suoi ritratti, coll'usar parole straordinarie, espressioni più poderose e fiammeggianti che non son le ordinarie della prosa e de'ragionamenti civili e coll'adoperar sentimenti vivacissimi o lontani dall'uso comune... Colle iperboli, colle traslazioni, colle vivissime frasi e sonanti parole e con altre figure e maniere di rappresentare, ingrandisce il poeta le cose, le fa più nobili, più terribili, più belle.»

«Aquí tenéis, amigo Chu-su, compendiado quanto ordena el arte acerca del estilo poético. Los maestros suelen distinguir en él tres géneros, al modo que los retóricos en el suyo: sublime, mediano e ínfimo o humilde. Los poetas didácticos usan de la dicción media por convenir a las materias. Pero, ¿de qué dicción media?: Claro es que de la poética. Y, por consiguiente, el que use de la prosaica en los versos, no hará otra cosa que exercitar la retórica en consonantes. Aristóteles que, por haber sido un grandísimo filósofo, vino a ser el ordenador y padre de las artes entre los griegos, llamó yuxro/n [psycrón], esto es, frío, al estilo de los oradores que emulaban el poético. Leed el cap. VIII del Libro III de sus Retóricos y sabréis de quántas maneras pueden caer los prosadores en la frialdad, todos por la imitación del habla de los poetas. Conque, por una naturalísima conversión, vendríamos a dar en que el yuxro/n [psycrón] o la frialdad en los poetas, será quando éstos, dejando la suya peculiar, hablen la lengua de los retóricos. El poeta que junte a un natural fecundo y ardiente una meditación juiciosa sobre la naturaleza del arte que profesa sabrá ser poeta en qualquiera de los tres estilos: acomodará las figuras a la calidad de los asuntos, descubrirá en cada uno las bellezas que le sean decentes y le aplicará los ornamentos que le convengan sin caer nunca en la languidez prosaica. Porque, así como un célebre francés dixo que le style le moins noble a pourtant sa noblesse, del mismo modo se puede decir, que el estilo menos poético tiene, con todo eso, su alma poética, quedando a cargo del diestro artífice sacarla a luz, desentrañarla y hacer que resplandezca y sobresalga.»

«Apliquemos aora varios pedazos de vuestro amadísimo poema a estos preceptos. Yo, por mí, os digo que lo aplicaría todo de un golpe para deducir el continuo que reyna en él. Estilo medio prosaico y nada más. Escusado es buscar la energía poética en la parte doctrinal. Figuraos los preceptos puestos en consonantes y tenéis una idea justa de su estilo. Leamos, pues, aquellos lugares que por su constitución particular ofrezcan más campo y proporción al genio. Oíd de la manera que os leo en prosa lo mismo idéntica y precisamente que leo aquí en verso»:

«Canto I: Pero antes que el descubrimiento casual o la curiosa observación mostrara esta deribación que nos aclara el fundamento de la sonoridad, ¿quién negará que el hombre conocía ya el placer de la sinfonía acorde? Aquella ninfa que repetía en el mismo tono las voces a Narciso fue ficción que provino de la real idea del unísono.»

«¿Qué halláis aquí de poético, de enérgico, de singular?

¿Conocéis que sean estos versos destrovados o desatados?»

«Canto II: En lo más poblado y más delicioso de la feliz Arcadia residía la zagala Crisea que, así como se llebaba entre mil la primacía de hermosura, ganó también, por desdeñosa, justa nombradía y opinión. Crióla Naturaleza con tal delicadeza de oído y la dio alma tan dócil e inclinada a sentir el canto de la música que sólo algunos pastores diestros en el canto y en el tañido osaban aspirar a sus favores en toda aquella morada rústica.»

«No digo Gil Polo, Miguel de Cervantes, Luis Barahona o Lope de Vega; pero el mismo Pérez, durísimo continuador de la Diana de Montemayor y el mismo autor de los Pastores de Henares se avergonzarían de usar de semejante estilo en sus pastorales. Verdad es que la lengua de España no está hoy en estado de que se puedan escribir buenas églogas en ella, si no resucita y pone en práctica su antigua sencillez»10.

« Canto III... Pero, ¿para qué nos cansamos? El autor descubre bastamente no conocer el carácter del lenguaje poético español, da visos de una esterilidad de ingenio que no halla en las cosas aquellas vellezas interiores que encubren ni acierta a vestirlas de modo que embelesen. Si todas las pinturas que emplea se pareciesen a la del terror del Canto II ¡quán diferente juzgaría yo de su poema, amigo Chu-su!; pero,


C'est peu qu'en un ouvrage ou les fautes fourmillent
des traits d'esprit semés de temps en tempts petillent.



«Vos estáis, sin duda, disgustado con mis reflesiones. Dejémoslas, pues, y reservemos para otra ocasión la materia y las menudencias. Llamo menudencias a aquellas vagatelas que lleban la principal atención a los gramáticos: dichitos, palabritas, contradiccioncillas, etc., efectos más de la inadvertencia que de la ignorancia. Con todo eso, nos divertiremos en ellas otra vez, quando nos venga a cuento. Baste por aora haberos mostrado que no hará cosa de provecho quien se proponga esta obra por modelo para la imitación y que el que la dé nombre de poema entiende tanto de poética como de bolar.»

Lebantóse Chu-su con mucha presteza. Despidióse sin manifestar qué estómago le hubiese hecho la desalmada crítica del filósofo.

«Conque, ¿en qué quedamos?», le preguntó éste al despedirse.

-«En que voy luego, luego», respondió él, «a traducir en nuestra lengua el poema para utilidad de nuestros patricios».

-«Se conoce que habéis quedado convencido», le replicó Kin-Taiso, «¡El Xangti os conserve!».

-«¡Tien-Chu os haga perdurable!, le respondió. Y afufólas.




ArribaAbajoCapítulo XIII

Famosa contienda del gramático con un picarón que tubo el atrevimiento de llamarle asno


Traduxo, en fin, nuestro Chu-su o forjó a su modo el gran poema de La Música. Como él sabía mui bien que el gran mérito intrínseco de los escritos consiste en que se extracten y aplaudan en muchos diarios, mercurios, gacetas y efemérides, por más que quieran decir algunos maldicientes que muchos destos escritores de a seis quartos por oja ganan su vida a adular o vituperar, alegando en prueba el exemplo de Frelón en La escocesa, comedia del piadoso e inocente Voltaire trasladada al castellano por yo no sé quién, ello es que como nuestro Chu-su sabía, buelbo a decir, que una obra que logra ser pasada por cien o más diarios, como por cien o más alambiques, no puede contener defectos ni estar mal escrita por ningún término, pues es sabido y consta a todo el mundo que qualquier diarista es un hombre infalible y no puede engañarse en materia alguna, procuró que la suya fuese la más excelente de quantas se hubiesen escrito.

Este suceso casual, a la verdad, y que se debió sólo a la buena diligencia suya y de los suyos, inspiró en él un generillo de arrogancia que le obligaba a reputarse por el sabio único de su nación, defecto realmente disculpable porque, ya se ve, ¿a quién no inspirará un tantico de vanidad verse extractado por su diligencia en el Diario del Japón, en las Efemérides del Tibet, en el Mercurio de Mogol, en la Gaceta de Cochinchina, en la Jornal de Luzón, etc. En realidad, de verdad, algunos literatos semieruditos que se dedican a las ciencias con mucho ahínco sólo con el fin de ser útiles a la patria, despreciando con ridícula moderación la fama pública como que no añade maldita la cosa al mérito de las virtudes o del saber, no dejan caer jamás de la boca aquella despreciable sentencia de Petronio: Ceterum neque generosior spiritus vanitatem amat neque concipere aut edere partum mens potest nisi ingenti flumine litterarum, innundata. Pero, ¿quién ha de hacer caso de un Petronio, infame libelador, que tubo el iniquo atrebimiento de llamar ignorantes a los malos poetas de su tiempo? Cien mil veces más docto que Petronio es mi célebre amigo don Eleuterio Geta y ha estampado la proposición contraria en su famosa Epístola en estos términos: El que no tenga ansia de gloria no hará cosa que valga un pito; la qual, aunque no se puede negar que es un solemne desatino de a dos en quintal y que se opone un sí es no es a las máximas del Evangelio, que está predicando en todo y por todo la humildad, moderación, desprecio de las cosas humanas, aunque con ella se dé a entender mui bonitamente que el amor sólo a la virtud, sin mezcla de fin alguno personal, no puede producir cosa que valga un pito, deduciéndose por consecuencia lexítima que no han valido un pito las acciones de los Apóstoles y demás santos que venera la Iglesia de Dios, a los quales no veneraría seguramente si hubieran tenido la ansia de gloria que dice mi amigo, y, aunque sea certísimo que la tal proposición es hija lexítima del disparatado sistema del interés personal, nieta del loco Helvetius y viznieta de la desatinada filosofía o, por mejor decir, kakosofía de nuestro siglo, la qual no conoce por lo común acción laudable ni virtud verdadera que no tenga por fin la utilidad particular; pero basta que el señor don Eleuterio la afirme para que le creamos. Porque, quando el señor Geta, tan profundo y meditativo filósofo, lo dice así, sus razones tendrá para ello y a nosotros, pobres ignorantes, no nos toca aberiguar si el deseo de gloria en Alexandro el Grande causó la destrucción de la Asia, en Julio César la de la República, en Mahoma la de África y partes de Asia y Europa y en Gengis Kan la de la China. Destrucciones y estragos que deben de valer un pito para su merced del señor Geta, puesto que nacieron del ansia de gloria.

Harto larga me ha salido esta cláusula y la culpa tiene el señor don Eleuterio, el qual tiene unas cosas que... ¡sean por amor de Dios!

No parece sino que mi Chu-su había vevido en ciertos libritos à la dernière estas máximas que eleban el hombre, enseñándole a despreciar en su comparación al resto del género humano. Miraba ya a todos sobre el hombro. Para él no había obras buenas, sino las suyas. Escribía contra todo el mundo, menos contra sí: a unos llamaba farragistas, a otros venales, a otros doctores tártaros, a otros remendones de obras agenas. Las suyas solas eran las originales, las grandes, las dignas de leerse. Y, ¡cómo no habían de serlo habiendo logrado verse extractadas en todos los diarios del Asia! Mas, he aquí lo que es la envidia, el vicio perseguidor de todos los grandes talentos:

Había acudido a la corte con el fin de concluir la carrera de sus estudios un joven adusto, flaco, alto, cegijunto, de una condición tan insufrible y de un carácter tan en sumo grado mordaz que no recelaba burlarse de los poetas ridículos, de los literatos ambiciosos y de los gramáticos arrogantes. Sobre todo, no podía ver que los verdaderos semieruditos anduviesen arrempujando este título a los eruditos verdaderos (uso harto común) ni arremetiendo con sus satirillas a qualquier triste que no tubiese habilidad o ánimo para defenderse. Su genio, naturalmente seco y ageno a toda adulación, le llebaba a atropellar por todo inconveniente por el gustazo de ajar la vanidad y bajar el toldo a qualquiera que se complaciese en ajar a todos. Conoció el aire del buen Chu-su. Observó su carácter, sus letras, sus estudios. Y, a la primera ocasión, le echó encima una sátira tan a tiempo, tan de improviso que el pobre hombre se quedó, poco más o menos, como el que en medio de su pompa se ve despojado por sus acreedores de las magníficas ropas con que admiraba al vulgo.

¡Válgame Dios, lector mío, quántas son las maravillas de la inagotable naturaleza! ¡Quién diría que en Pekín, corte situada en la extremidad del Asia cercana al otro trópico, había de haber acontecido un lance tan parecido al que me ha sucedido a mí con el señor maestro del señor Geta! No digo esto porque nadie crea que se hallan en dicho señor maestro las qualidades que vio el otro joven en Chu-su. ¡Jesús!, ¡Dios me libre de caer en semejante malignidad! Una cosa es que yo crea de él allá en mi coleto lo que me dé la gana y otra que pretenda desacreditar a un varón tan célebre. Si tiene vanidad y orgullo, con su pan se lo coma, que yo por mí confieso aquí, como si estuviera a la hora de la muerte, que no le envidio, antes admiro esa preciosa qualidad con que le ha dotado la próvida naturaleza. Lo digo sí, porque, aun antes que llegasen a mis manos las memorias chinescas, di a luz la fabulilla del Asno erudito, que tanto ruido ha hecho por el mal de mis pecados. Y es la gracia que el picarón chino que combatió a Chu-su usó del mismísimo maldito dictado de asno para satirizarle. Semejanza admirable, a la verdad, que merece quedar perpetuada en los bronces de la historia, para lo qual servirá mi pluma de llave de los tiempos que abra inmortales puertas a la memoria deste suceso no digno de quedar sellado en túmulos de espuma. En mi último capítulo se verá la prodigiosidad desta semejanza.

¡Pobre Chu-su!, ¡Pobrecito! ¡Quién te lo diría! ¡Tú, acostumbrado a triunfar de todos los sabios de tu nación, hecho a obstentar despojos y lebantar trofeos ganados en guerras plumígeras, en pacífica posesión de satirizar a todos, de despreciarlos, de sojuzgarlos, te ves notado públicamente de asno por un infame embidioso que se burla de los embidiosos, por un antihumanista que sabe usar debidamente de las humanidades, por un pícaro que se ríe de los gramáticos con haber estudiado tanta gramática como qualquiera de ellos! ¿Qué es esto?, ¡Dios justo!, ¡Dios vengador de las acciones iniquas!, ¡Dios distribuidor de las penas y castigador de los malvados!, ¿qué es esto? ¿Dónde están vuestros rayos que no destruyen, no confunden, no aniquilan, no anonadan la abominable persona del insolente autor del libelo del Asno? ¡Llamar asno a Chu-su!, ¡Santo Dios!, ¡llamarle asno! Y, ¡el nefando, el detestable, el malvado, el iniquo autor se ha de estar riyendo a lo somusmujo de las exclamaciones y ardientes suspiros de sus fieles y apasionados admiradores! ¿Dónde estáis, rayos abrasadores, que no arrojáis del mundo una cabeza tan malévola? ¡Caed!, caed luego y restituid a nuestro maestro su antigua gloria, quam mihi et Eleuterio prestare digneris... etc.!

Así se desgañitaban los fieles apasionados de su Chu-su (menos el quam mihi... etc., que esto no corre entre chinos), mientras él, aparentando a ley de hombre grande un tranquilo y santo desprecio, exclamaba entre sus amigos contra la mala crianza del perverso libelador. Publicaba que no debía dar respuesta a personalidades y deseaba, allá en su interior, que saliese alguna respuesta. Decía que elefantes excelsamente corpulentos no debían humillarse a conversar con miserables sabandijas. Pero, entretanto, la sabandija le hacía cosquillas en la trompa y no le disgustaría que alguno le hiciese la caridad de sacudírsela. En esto estaba todo embevido, todo ocupado, quando ve entrar en su quarto un elefante hecho y derecho en la persona de un íntimo apasionado suyo. Era el hombre de una humanidad tan desaforada que apenas fue la puerta suficiente para dar entrada al monte de una barriga honrada montada sobre una espalda zamba que componían una montaña de carne en apariencia de animal con dos piernas, capaz de verificar él sólo por sí la opinión de Platón sobre la animalidad del mundo. Eruptos bien diferentes eran los que rebentaban por la boca de este Etna andante; porque, hipando siempre y resoplando con anhélito fatigado, regalaba con un aliento tan puro a los que le hablaban qual se podía esperar de un seno confuso en que nadaban quintales de alimento entre cien líquidos mixturados, consagrados antes al deleite de un gaznate embudo, conducto asqueroso de la crápula y del desorden. Un hombre tan grande, no podía menos de ser grande hombre. Y no se estimaba él en menos; porque, dicen, que tenía furiosa habilidad para desacreditar a los hombres más doctos de su nación, sin respetar las venerables cenizas de los muertos que procuraron ilustrarla y engrandecerla.

Saludó, en fin, a Chu-su. Y, mezclando hipos con palabras y palabras con hipos, le dio el pésame del infortunio y no esperada desventura que le había sobrevenido:

-«Y, ¿qué?, amigo, ¿no estáis en ánimo de responder? ¿Ha de quedar impune la maledicencia de ese miserable infamador? ¿Consentiréis que vuestros contrarios se bañen en agua rosada viendoos acometido con tan poco temor de Dios?»

-«¿Ha, fiel y buen amigo mío!», respondió Chu-su, «¿qué he de replicar a la iniquidad de un maligno que se contradice tan torpemente diciéndome que no soy sabio, porque no sé ciencias; que no soy buen poeta, porque no poseo las qualidades necesarias para serlo; que mis versos son fríos, porque parecen prosa y que hago mal en andar satirizando a todos, porque tengo mucho que me satiricen?»

-«¡Cómo!, ¿en eso os paráis?», replicó el chino montaña. «Pues, ¿acaso a vos os toca provar que sois sabio, quando consta a Dios y a todo el mundo que os halláis limpio de semejante defecto? Oíd mis documentos y por mí la cuenta si, practicándolos, no os salís con batir en brecha y confundir para nuestro partido al antagonista»:

«Primeramente, aunque es público y notorio, pública voz y fama que vos no podéis enseñar sino gramática y algunos elementos de música, habéis de suponer que un discípulo vuestro, que ha aprendido de todas las ciencias que no sabéis, se encarga de la defensa de su maestro. Si os notan de jactancioso y arrogante, he aquí el modo de manifestar que no lo sois. Porque, ya se ve, ¿qué prueba mayor de moderación que llamarse públicamente maestro un hombre que ni aun sabe lógica y atribuirse a un discípulo la impugnación de un antagonista, de quien, por ser hasta aora desconocido, ignoráis si puede saber más que vos? Éste será, sin duda, un golpe de maestro y lograréis itropezablemente la gran fortuna de que se rían de vos y vuestro magisterio las gentes de juicio, gloria, a la verdad, que la logran pocos en esta vida.» «En segundo lugar, aunque qualquier niñito de teta gramatical sabe que crítica, sátira y libelo son tres provincias que se hallan a muchas leguas de distancia la una de la otra, como nuestros buenos y fieles amigos no tienen obligación de entender estas distinciones y límites, vos llamaréis a la obra de vuestro adversario primero crítica abullada para inducir a creer que no ha provado nada en ella, fundándose en generalidades, y luego libelo infamatorio para concitar contra él el rencor del público y aun el del magistrado, si puede ser. Yo sé bien que el pícaro moscón no se propuso escribir otra cosa que una sátira y que la dispuso en aquella forma para heriros por los mismos filos con que vos habéis herido a otros; pero esto conviene disimularlo y darle con el libelo, a pesar de un tal Gerardo Vossio, en cuyas instituciones poéticas me acuerdo que me enseñó un día el regañón Kin-Taiso estas palabras: Pertenece al satírico el reprender las costumbres no tanto en general como en particular, no tanto las pasadas como las presentes; en lo qual conviene con la comedia antigua, porque, así como Aristófanes persigue a Oleón, a Hypérbolo, a Alcibíades y a otros contemporáneos suyos, del mismo modo Luciano reprende no a Tarquino el Soberbio o a Appio el Decemviro, sino a Lupo, a Mucio y otros de su tiempo; Persio quebranta esta ley de la sátira, porque reprende a pocos de su edad y a ésos con nombres fingidos; así su poema apenas merece el nombre de sátira, porque no muerde a ninguno por su mismo nombre. ¿Se pueden dar palabras más desatinadas? ¿No diremos con mucha y mui justa razón que este menguado Vossio es un iniquo instigador de libelos, quando enseña que se reprenda señalada y descubiertamente los viciosos para intimidarlos y obligarlos a que se corrijan? Fuera de esto, vos, a Dios gracias, sois un hombre perfectísimo, que no tenéis vicios que os reprendan y, por otra parte, gozáis del privilegio de satirizar a todo pobre escritor con prohivición de que ninguno se atreva a satirizaros. Conque ve ahí cómo es libelo qualquier escrito en que se burlen de vos y vuestra virtuosa vanidad.»

«En tercer lugar, usando de la rectitud de vuestro juicio o crítico como acostumbráis, habéis de truncarle las expresiones e interpretarlas con toda la más santa malignidad que os sea dable. Por exemplo, si él escribe que los nidos de pájaros11 saben mejor con especias que sin especias, habéis de clamar que se desprecia los nidos de pájaros y que esto es contra el gusto de la nación. Así, del mismo modo, si él dice que las humanidades sin ciencias son una sabiduría superficial y que ninguno puede ser gran poeta con solas las humanidades, habéis de clamar hasta arrojar el pulmón por la boca, si os parece, que es un sacrílego quien desprecia las humanidades en descrédito de toda la nación. Y esto es indudable, porque serán contados los que no conozcan que es contra el crédito de la nación el que se diga públicamente que ninguno debe juzgar de sí que es sabio sin saber ciencias y que ninguno ose sin ellas atribuirse el divino nombre de poeta. Estas proposiciones inclinan a la barbarie y son capaces de amortiguar la aplicación en los jóvenes y, por lo tanto, infamatorias, detestables y dignas de proscribirse. Por el extremo opuesto, siguiendo los jóvenes vuestro exemplo, se llamarán y venderán por sabios sin saber ciencias y se seguirá un grandísimo crédito a la nación que criará más sabios de vuestra especie que el verano moscas.»

Aquí llegaba el panzudo chino, quando Chu-su, impaciente ya con el deseo de poner en práctica sus loables máximas, sin permitirle continuar más, saca papel, dóblalo, toma la pluma y pónese a escribir.

El amigo, que le vio preparándose a la vindicta de la nación, gravemente ferida en la excelsa persona de Chu-su, llamó con resonante voz a sus criados; los quales, viniendo, tiraron dél y le sacaron, no sin auxilio de un desmedido sacatrapos. Chu-su se quedó escribiendo.




ArribaAbajoCapítulo XIV

Suplícase al lector no tome ni un solo polbo mientras lee los portentos que encierra este capitulillo


El escribir buenas apologías, dice un antiguo autor de la Persia, cuyos escritos se conservaban originales en la biblioteca que se quemó en Alexandría quando la tomaron los otomanos, no es dote de qualquier escritorcillo de por ahí. Un tal Theofrasto, que primero se llamó Tyrtamo, doctor gótico mui próximo a los tiempos de Alexandro Magno, que fue, por más señas, hijo de un batanero (y con ser hijo de un batanero es hoy más respetado y célebre que todos los ricos-hombres de su siglo), este tal Theofrasto, inventó el nombre de mikrofilotimi/a [mikrophilotimía] para expresar un vicio que no puede explicarse en ninguna otra lengua con una sola voz ni con muchas. Bástenos decir que la ambición de gloria, exercitada en cosas menudas y de ningún momento, hace ridículos a muchos, a los literatos ridiculísimos. Quando uno de éstos llega a ser microfilótimo, ¡Dios le tenga en el cielo! Quien en los combates literarios espere dél jovialidad, enseñanza, controversias útiles, agudeza, maestría... esperará también que los olmos den peras y que los elefantes hablen. Ou(de\n me\n a)lusitele/steron e)sti\ filodoci/aj [oudèn mèn alysitelésteron estì philodoxías], dixo también el mismo hijo del batanero.

Usted, amigo lector, me está notando ya de pedante, porque le emboco textos en lengua egipcia, ¡paciencia, amigo! Y si no, ruegue usted al pangloto don Eleuterio que se los traduzca y haga cuenta que se los he puesto en castellano.

No hay cosa más vana que el amor de la gloria. Y, ¿qué nace de aquí?: Que todos los que están picados desta dolencia executan, por lo común, cosas vanísimas. Cicerón, me dirá algún sabio de tertulia, hizo cosas excelentes con mucha vanidad. Pero, ¿ha visto usted muchos Cicerones en el mundo, señor erudito? En aquel hombre juntó la naturaleza una índole bonísima con un desmedido amor propio. Éste le incitaba a obrar y aquélla le llebava a obrar bien. En los demás, no tanto causa perversidad, como extravagancia. Muriósele un perro a un microfilótimo en Atenas. Hízole un sepulcro. Púsole su cipo y en él esta inscripción: KLADOS MELITAIOS [klados melitaios], raza de Melito. Y esto, para manifestar su gusto, esplendor y magnanimidad. He aquí lo que hacen los que no son Cicerones.

Quedóse escribiendo Chu-su una apología. Consta que la empezó y no la concluyó por los estorbos que se referirán después. Aquí la penetración de los astrólogos literarios: ¿qué cosas hubiera dicho Chu-su en su apología a haberla concluido? No es difícil, creo, de adivinar, supuesto el carácter y supuesta la facilidad de dexarse arrastrar dél. Hubiera dicho que sus obras habían merecido elogios de muchos varones sabios, que habían obtenido un lugar distinguido en todos los diarios extrangeros, que el famoso y excelente poeta Tas-metsías le había escrito una estupenda gratulatoria en que le ponía en las nubes, que su antagonista era un hombre obscuro, desconocido en la república de las letras, que todos le tenían envidia por sus grandes progresos en la literatura, y llegaría a tanto su microfilotimía que no recelaría decir que quien escribía contra él agraviaba a toda la nación. ¡Como si la literatura de toda una nación estubiese cifrada en las bachillerías y versecillos de un triste gramático!

Respuestas, cierto, de grande importancia. Y más si, no desmintiéndose en la execución, las exponía con estilo fanfarrón y despreciador por una parte y llorón y qüerulo por otra, sin gracia, sin atractivos, sin fondos, sin substancia que detubiese alahueñamente a los lectores en su lectura.

Ningunas apologías mejores que las que salen de una pluma desembarazada, veraz, aguda, atenta a la verdad y utilidad del asunto y no a los frívolos fines de la ambición y vanagloria. Y, ¡mísero del que llega a caer en manos de un ánimo semejante! Tal parece que era, en parte, el bribón escolar que se atrevió a Chu-su, según las informaciones que había tomado Kin-Taiso secretamente. Aberiguó sobre todo que era un socarrón endiablado, si bien en el trato familiar se le notaba una especie de docilidad y candidez rústica tal que se le veía tener paciencia para escuchar largas horas a muchos charlatanes y habladores, de los quales, dicen, que abunda mucho la corte de la China.

Conjeturó bien Kin-Taiso que con un hombre de tal humor no sacaría mucho partido su discípulo y púsose en arma. Su intento era disuadirle del propósito de contestar, previendo que hiba a desacreditarse. Meditaba en ello, quando el acaso, artífice a veces de grandes y útiles empresas si cae en quien se sabe aprovechar dél, le proporcionó un medio qual no le hubiera él hallado mejor ni más útil con todo el ahínco de su meditación.

Es de saber que de poco tiempo atrás habían dado Chu-su y su hermano en la manía de ser tenidos por inteligentísimos en las bellas artes. Púsoseles aquello en la cabeza en un instante y en un instante se erigieron jueces inexorables de los artistas y supremos árbitros del mérito de sus obras. Verdad es que era tanta la inteligencia de uno y otro que ni aún ni siquiera sabían dibujar un ojo ni tirar con el pincel una mala línea. Distinguían, con todo eso, maravillosamente los colores en las pinturas y en Pekín eran mui pocos los ciegos que les abentajaban en la perspicacia de distinguir el blanco del negro, el azul del rojo y el verde del amarillo. Pues en materia de láminas ni el inventor de ellas penetraría con más sagacidad quál configuración y posición de líneas indicaba las piernas, quál los ojos y quál las narices. Su ímpeto bell-artístico (¡qué frasecilla!) fue causa de que llenasen su casa de quadros, estampas y modelos de estatuas, testimonios mudos del horrible conocimiento con que trataban en estas materias. Pero un tesoro escondido no es de utilidad alguna, según la opinión de todos los filósofos tesaurológicos de la Scitia asiática. Otros filósofos pinturológicos de la Arabia desierta afirman con su acostumbrada verdad que todos los mortales que tengan la inmensa e imponderable felicidad de poseer pinturas compradas por su dinero deben llebar a su casa a quantos tropiecen para que sean spectatum admissi, bien que con la tácita condición de que qualquier espectador pueda concluir el verso y decir a sus compañeros: risum teneatis, amici?

Chu-su y su hermano sabían bien este dogma inventado, según dicen, en Egipto desde donde pasó a la China con la invención de las fábulas literarias (pues, por más que diga el autor de las españolas, es cosa averiguada que en los templos egipcios de la región Delta, donde se conserbava la historia de la isla Atlántica, se conserbavan también muchos símbolos literarios con más de nueve mil años de antigüedad, y, si el señor Geta supiese esto como sabe llamar malcriados a los antagonistas de su preceptor, no nos vendería por nueva una cosa que, de puro rancia, está ya olvidada y excede, lo menos, su ancianidad tres mil años a la creación del mundo). Pues, como digo en mi cuento, conociendo Chu-su y su hermano que tener pinturas, estatuas y láminas sin ostentarlas no era conforme a los más sólidos decretos de la filosofía, dieron en mostrarlas a todo el mundo para que se las alabasen, como si hubiese algún otro mérito en poseer lo que otros habían hecho. Y ve aquí lo que me contó a este propósito un paysano nuestro, antiguo amigo de Kin-Taiso, el mismo a quien debo las inestimables memorias de esta inaudita e interesante historia:

Llegó a Pekín dicho español. ¿Y, a qué llegó a Pekín? Primum, si noluero, non respondebo. Quis coacturus est? Si libuerim respondere, dicam quod mihi in buccam venerit. Quis unquam ab historico iurato res exigit? Tengo respondido. Y, ¡vamos adelante! Yendo un día por una calle, vio algunos quadros en una puerta que estaban de venta. Paróse a observarlos y al poco rato se le acercó un hombre lanza según hiba de tieso y entonado. Notó la curiosidad del extrangero y preguntóle con mucha y mui pausada circunspección:

-«¿Sois aficionado a pinturas?»

Miróle el español de pies a cabeza y respondióle con aquel laconismo característico de su patria:

-«Algo.»

-«Pues venid conmigo», le replicó el otro, manteniendo siempre el cuerpo en línea recta perpendicular, «y veréis lo mejor que hay de esto en Pekín y aun en todo el imperio».

-«¡Que me place!», dixo el español. Y fuéronse.

Y, ¿a dónde fueron? A la mismísima casa de Chu-su, cuyo hermano era el conductor del español, más observativo por desgracia de lo que debiera.

Tomáronle en medio los dos gemelos. Y, alternando la charla, llevándole de pieza en pieza y de quarto en quarto:

-«Aquel quadro», decía el uno, «es el original de una mala copia que hay de él en el palacio de nuestro emperador. Aquel otro es singular y no tiene precio».

-«Esta lámina», decía Chu-su, «es de un gran artífice que se murió en el instante que la concluyó. Hemos adquirido el cobre y no se tirará una estampa por todo el mundo... Este modelo de Fohi está mejor trabajado que su original... Observad quán dulcemente están abiertas las piernas del perro en aquella estampa... Ved qué uñas y cabellos tan delicadamente executados en aquella estampa... ¡No, pues la actitud de la nariz en aquel retrato es singularísima!... Pues, ¿y el claro y obscuro en los ojos de aquella mujer?: No tiene igual en su línea... Mirad, mirad qué efecto tan admirable hacen los escorzos en la beleta de aquella torre...».

El español que tenía (con licencia de los señores italianos) un gusto mui fino en las artes y oía celebrar a bueltas de muchos desatinos lo más seco, lo más menudo, lo que importaba menos, dejando a un lado la invención, la expresión, la imitación ideal, la pintura poética, la belleza sublime y las demás grandes qualidades que hacen célebres no sólo a la mano, sino al entendimiento, formó malísimo concepto de los dos y los tildó, allá para sí, por unos tristes y desmelenados charlatanes.

-«Si los artífices de Pekín», dixo entre sí, «siguen y adoptan las lecciones destos miserables, no doy un pito por el adelantamiento de las artes en la China. Buena es la execución de las manos; pero, ¿de qué sirve ésta si no traslada al lienzo o al mármol o lo que es la naturaleza en sí o lo que pudiera ser?».

Hubiera continuado el celebérrimo escrutinio si no hubiera hecho la fortuna que entrase Kin-Taiso a la sazón. Vio al español su antiguo amigo y admiróse; porque, es de saber que, aunque filósofo, no hacía profesión de estoico. Quien desee entender el sentido de esta pedantería pregúnteselo al pansofo don Eleuterio Geta. Abrazáronse los dos amigos con gran regocijo. Y, preguntándole el chino al español la causa de su ida a Pekín, se la explicó puntualmente.

«Ya ha días», prosiguió, «que estoy aquí. He concluido y hago ánimo de regresar presto a mi patria».

Esta respuesta sugirió súbitamente a Kin-Taiso un medio eficacísimo para desvaratar de raíz los pensamientos de Chu-su. Ocurriósele persuadirle a que viajase. Y, como lo pensó, lo puso por obra. Tanto y tal le supo decir de la cultura de los países de Europa, de los provechos que trae consigo el viajar, de lo mucho que aprendería y de lo mui estimado que sería en su patria a la buelta, que el ardiente mozo, inflamado con la exortación, resolvió rodar mundo todo lo que pudiese, sacudiendo con este nuevo pensamiento el que le espoleaba a tomar venganza del antagonista.

Convínose con el español. Y, hechas las prevenciones necesarias, determinaron rodear por mar para atravesar la América y venir a parar a España, desde donde podría bolver Chu-su por tierra a su país corriendo toda la Europa.

Hiciéronlo así, en efecto. Lo que observaría un gramático en tantos y tan diferentes países se deja a la piadosa consideración de los lectores. Dicen que puso grandísima atención en la variedad de los trages, en los rostros y pies de las mugeres y en las ceremonias del trato civil. Asuntos sobre los quales y otros de igual dignidad escribió poemas magestuosos y de gran precio.

En fin, llegaron a España y, en España, a Madrid. Y, ¿quándo llegaron?: Puntualísimamente. Quando don Pablo Segarra acaba de publicar su Asno erudito.

La compañía del español había habituado a Chu-su a querer instruirse en los escritos de las naciones por donde viajaba.

Oyó las turbulencias que había suscitado la fábula y quiso leerla. Leyóla y asombróse. Y este asombro no necesita de comentario. Salió don Geta con su cartapacio y bolvióse a asombrar. Y él sabía bien por qué. Mas, ¡quánta no fue su admiración al saber que el escritor satirizado era el autor del poema de La Música!

En esto estaba, quando el camarada español le puso en las manos un papel manuscrito del tenor siguiente.



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