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Los herederos de Segismundo (continuación de «La vida es sueño», de Calderón de la Barca)

Guillermo Schmidhuber de la Mora



Premio Nacional de Teatro del INBA 1980
Premio Ramón López Velarde del Gobierno de Zacatecas 1980
Finalista en el Premio Tirso de Molina de Madrid 1980
1

A Antonio Buero Vallejo



PERSONAJES
 

 
CLARÍN,    sirviente de palacio, 30 años.
NICOLASA,   esposa de Clarín, 25 años.
UN SOLDADO,   30 años.
SEGISMUNDO,    rey de Polonia, 45 años.
AMÉRICO,   infante de Polonia, 20 años.
ANSELMO,    un artista, 60 años.
CLOTALDO,   un científico, 60 años.
UN OBISPO,    60 años.

Lugar: La Polonia de Calderón de la Barca.

Tiempo: Veinte años después del final de La vida es sueño.

Entre la primera jornada y la segunda existe un lapso de diez años; y entre la segunda y la tercera, otro de veinte años. Un juego continuo de luces, colores, sonidos y sombras permitirá volver a la vida a los personajes. Unos cuantos objetos -una silla, un trono, un biombo, una pica, una cama, etcétera- constituyen la severa escenografía. Un apoyo musical es indispensable.






ArribaAbajoJornada primera


Aparte I

 

[Telón cerrado.]

 

NICOLASA.-   [De 55 años.]  No se acostumbra que un personaje como yo abra una obra de teatro, pero alguien tiene que empezar, y hoy quiero tener la oportunidad de hablar con ustedes antes de comenzar esta historia. Quiero advertirles algo para que no sean timados por los demás personajes. Yo no sé hablar, no tuve educación; pero la vida me ha enseñado que todos buscan sus ventajas. Los personajes que aparecerán aquí van a intentar justificarse ante ustedes, porque aunque pasaron treinta años desde el inicio de esta historia, nunca aprendieron su lección. ¡Peor para ellos! Lo malo es que mi marido estuvo tan ciego que todos. Yo nunca aprendía a leer, pero Dios me dio una nariz entre los ojos para que lo que pueda ver lo huela y...

 [De 60 años saliendo por entre el telón con precipitación.] 

CLARÍN.-  ¡Nicolasa!  [Perdón.]  ¡Qué haces aquí! Si se llegan a enterar los demás, no nos lo perdonarán.

NICOLASA.-   [Al público.]  ¡Lo ven, se preocupa más por el qué dirán, que por el qué dijeron! ¡Ay, Clarín, nunca aprenderás a enfrentarte a algo! Sigues demasiado a la letra las palabras del Obispo.  [Al público.]  Siempre le tuvo miedo.

CLARÍN.-  ¡No es cierto! El Obispo fue bondadoso conmigo.

NICOLASA.-  Cuando le convino.

CLARÍN.-  Cuando a un Obispo le conviene algo, nos conviene a todos.

NICOLASA.-  ¡Ahí lo tienen! ¡Ay, Clarín! Un Obispo no sabe lo que te conviene; solamente yo sé lo que te conviene.

CLARÍN.-  ¡Ya vas a empezar!

SOLDADO.-   [Entrando con torpeza, su voz es ronca y sin emoción, sus huesos son más notorios que sus carnes.]  ¡Aquí están! ¡Los busqué por todos los camerinos!

NICOLASA.-  ¿Cuáles camerinos?  [Al público.]  Solamente los actores principales tienen camerinos. Nosotros somos personajes secundarios, por no decir secundones, y no nos tomas en cuenta; los actores que representan nuestras vidas están siempre cortos de diálogo y pobres de bolsa. ¡Nosotros tres podríamos hacer un gran color!

SOLDADO.-  No es correcto que salgan a escena antes de la obra, ya ha pasado obras veces.

NICOLASA.-   [Al público.]  Ustedes han de perdonar. Así como los actores se preparan y se maquillan; nosotros, los personajes, también cumplimos una cita y, como espíritus chocarreros, recorremos el teatro aún vacío.

CLARÍN.-  ¡Vámonos! Podemos desequilibrar la obra que creó el autor. ¡Los parlamentos están medidos con tantas horas de esfuerzo!

NICOLASA.-  ¡A mí que me importa! El autor no me pidió permiso para traerme a la vida una y otra vez. ¡Se cansa una! ¡Ni siquiera nos dio la libertad de opinar! Yo siempre he sido discreta, habla cuando tengo que hablar, ni una palabra más...

CLARÍN.-   [Cortando.]  ¡Nicolasa, hay público!

VOZ DE MICRÓFONO.-  Tercera llamada, tercera. Comenzamos.  [O la señal acostumbrada.] 

NICOLASA.-  Nos volveremos a encontrar, ya sea como personaje o a hurtadillas como ahora. No se crean todo lo que van a ver. Así no sucedió. Yo les iré diciendo cuando la imaginación del dramaturgo le nubló la vista, y ni se las olió.  [CLARÍN y el SOLDADO sacan a NICOLASA a la fuerza. Música del período barroco. El telón se abre.] 



Escena I

 

[En el salón del trono conversan SEGISMUNDO y el OBISPO.]

 
 

SEGISMUNDO está sentado. El OBISPO ha estado hablando por mucho tiempo, su voz es cada vez más audible para el público. En un extremo vemos a NICOLASA y a CLARÍN sentados en el piso, el SOLDADO, pica en mano, está de guardia.

 

OBISPO.-  ... Porque la virtud de un reino es responsabilidad del rey, como representante del poder divino. Vos sois virtuoso, pero la virtud debe ser social. No hay rey santo de reino pecador; ni príncipe pecador de pueblo santo.

SEGISMUNDO.-  ¿Qué más puedo hacer? ¿No me esfuerzo hasta el cansancio?

OBISPO.-  No os quiero ofender, pero vuestro reino me inquieta. Es vida de vuestro padre hubo momentos de incertidumbre, pero siempre regresó la calma.

SEGISMUNDO.-   [Con ira controlada.]  ¿Insinuáis que mi padre fue mejor rey que yo?

OBISPO.-   [Sincero.]  Dios no hace comparaciones. Vos debéis tener la respuesta.

SEGISMUNDO.-  ¡Mirad mi reino! Mi padre me legó Polonia con más pobre y con menos tierras. Hoy la ciencia de Clotaldo y sus seguidores nos ha permitido conocer nuestro mundo.

OBISPO.-  Cuando vuestro padre era rey, parecía el pueblo más feliz, a pesar de estar más hambriento.

SEGISMUNDO.-   [Molesto.]  Decidme, pues, ¿qué debo hacer para que este mundo alcance a su Creador?

OBISPO.-   [Apasionado y con gran esperanza.]  ¡Si unos pocos decidieran de una vez por todas ser santos, Polonia sería transformada!

SEGISMUNDO.-   [Escéptico.]  Buscad esos santos.

OBISPO.-   [Con frustración espiritual.]  No hay ni un solo santo en Polonia, vuestro pueblo se aleja de Dios.

SEGISMUNDO.-  ¿Qué espera Dios del rey de Polonia?

OBISPO.-  Que le descubráis a su pueblo los caminos del espíritu, para que cada uno de vuestro súbditos encuentre un sentido.  [Interrumpo la entrada precipitada de CLOTALDO.] 

SEGISMUNDO.-  ¡Clotaldo, maestro! Hace días mandé llamarte. ¿Por qué tardaste tanto en venir?

CLOTALDO.-   [Es un hombre práctico, de vestir desaliñado, su cuerpo delgado lo perfila como un ser disciplinado, aunque una incipiente barriga lo acusa de pequeñas sensualidades. Mientras habla anda con pasos rápidos, como si quisiera ir a algún lado.]  Te lo voy a decir, porque de todo el reino solamente tú lo puedes comprender.  [Mira sarcásticamente al OBISPO.]  Tu llamada me encontró en el punto final de un experimento, y pensé: «Si el gran Basilio fuera aún mi rey, iría al instante; pero Segismundo es mi rey, y él entiende lo que es la ciencia». Terminé mi experimento, y aquí estoy.  [Al OBISPO.]  ¿Cómo sigue vuestra indigestión?

OBISPO.-  Aún esperando una buena medicina.

SEGISMUNDO.-   [A CLOTALDO.]  Te he llamado porque requiero de tu consejo. Mi hijo me preocupa.

CLOTALDO.-  Es la juventud. Américo está descubriendo su cuerpo, desde hace años he efectuado experimentos al respecto.

SEGISMUNDO.-  ¿Qué investigáis ahora?

CLOTALDO.-  La naturaleza de la luz cuando no hay ojos que ven.

OBISPO.-   [Sarcástico.]  ¿Nunca habéis investigado la naturaleza de la mente cuando no hay mentes que piensan?

CLOTALDO.-  ¡Bromeáis! El autor de universo tuvo a buen tino de esconder los secretos de la naturaleza para que el hombre los descubriera. Bajo el reinado del gran Segismundo nos hemos acercado a la verdad inconmensurablemente.

SEGISMUNDO.-  Y mi hijo, ¿se ha acercado a la verdad?

CLOTALDO.-  ¡Ah, te veo preocupado! Percibo que también has consultado con el Obispo.  [Mira al OBISPO.]  Espera y verás que un sabio heredará la corona de Polonia.

OBISPO.-   [A CLOTALDO.]  ¡La heredará un perdido!  [A SEGISMUNDO.]  Perdón, pero vuestro hijo ha atentado contra de la virtud cristiana.

SEGISMUNDO.-  ¡Ese muchacho no anda bien!

OBISPO.-  Anda mal, bebe en exceso y vocifera contra todo.

SEGISMUNDO.-  ¿Vocifera contra mí?

OBISPO.-  Yo no lo iba a decir, pero vos me lo preguntasteis. El infante Américo a sus veinte años, predice vuestra caída.  [A CLOTALDO.]  ¿O no es cierto, mi querido científico?

CLOTALDO.-  ¡El rey Segismundo no puede caer!

OBISPO.-   [A SEGISMUNDO.]  Dice que vuestra incompetencia para ver los cambios de la sociedad os llevará a la ruina.

SEGISMUNDO.-   [Controlándose.]  Y vos, ¿qué le replicáis?

OBISPO.-  ¿Yo?... no acepta nada de mí. ¡Es un díscolo!

CLOTALDO.-  Habláis así porque se ha atrevido a poneros un mote.

SEGISMUNDO.-   [Al OBISPO.]  ¿Cómo os llama?

OBISPO.-   [Humillado impide a CLOTALDO hablar.]  ¡No lo digáis!

SEGISMUNDO.-  ¿Cómo eras vos a los veinte años?

OBISPO.-  Como todos, desde entonces trataba de alcanzar a Dios.

SEGISMUNDO.-  Yo a los veinte años era un compuesto de hombre y fiera.

OBISPO.-  Es mejor olvidarlo.

SEGISMUNDO.-  ¿Por qué? A menudo pienso en esos veinticinco años que mi padre me tuvo encerrado en una torre.

CLOTALDO.-  Fueron tiempos difíciles.

SEGISMUNDO.-  Llegué a odiar a mi padre por haberme privado de mi libertad, porque creyó más en los malos augurios de las estrellas que en mi albedrío. Pero he llegado a pensar que ese retiro del mundo me hizo bien.

OBISPO.-  ¿Por eso visitáis la torre cada año?

SEGISMUNDO.-   [Nostálgico.]  Allí en esa soledad parece que encuentro respuesta a las preguntas que martillean mi mente. ¡La verdad debe estar en esa torre sombría!

OBISPO.-  La verdad está dentro de cada quien.

CLOTALDO.-   [Sarcástico.]  ¿Ahí la habéis encontrado?

OBISPO.-  Ahí la busco.

CLOTALDO.-  La verdad está escondida tras las cerraduras de la naturaleza.

OBISPO.-  ¡Han tanto que la ciencia no puede explicar!

CLOTALDO.-  ¡Eso es lo maravilloso! Aún hay puertas que la ciencia puede abrir. Nuestros hijos, los herederos de Segismundo, tendrán las puertas abiertas, y por primera vez en la historia, habrá completa claridad en todas las mentes.

SEGISMUNDO.-  ¿Alcanzará mi hijo a ser también heredero de Segismundo?

CLOTALDO.-  Todo es cuestión de que él abra las puertas que le impiden ver con claridad.

SEGISMUNDO.-  Clotaldo, ¿eres feliz?

CLOTALDO.-  Cada día más, y lo seré completamente cuando acabe por dominar al misterio.  [Mira al OBISPO.] 

SEGISMUNDO.-  ¿Crees que viviré para verlo?

CLOTALDO.-  ¡Claro! Yo soy más viejo y tengo fe en que lo veré

SEGISMUNDO.-  Yo sólo tengo esperanza.

CLOTALDO.-  La esperanza es la virtud de los no iniciados en la ciencia. Tú debes tener fe.

SEGISMUNDO.-  La tuve, pero a veces no sé a dónde nos conducen tus puertas.

CLOTALDO.-  ¡Mis puertas van al infinito!

SEGISMUNDO.-  También las del Obispo.

CLOTALDO.-  En mis caminos se usa la razón, en los del Obispo el misterio... y poco se puede recorrer en el misterio.

OBISPO.-  ¿Y si el misterio fuera la verdad?

CLOTALDO.-  ¡Entonces yo me haría obispo!  [Ríe sarcásticamente.] 

OBISPO.-  Yo nunca me haría científico.

CLOTALDO.-  Porque no os interesa la búsqueda de la verdad...

 

El OBISPO y CLOTALDO siguen discutiendo en forma inaudible; sus amplios ademanes constatan que continúan hablando. El rey se incorpora y busca a CLARÍN. Por momentos oímos palabra sueltas, tales como amor, ascetismo, ciencia, libertad, técnica, búsqueda de la verdad, etcétera; simultáneamente se lleva a cabo el siguiente diálogo.

 

SEGISMUNDO.-   [A CLARÍN, desde la distancia, con gran camaradería.]  Clarín, ¿qué hago?  [CLARÍN que se había dormido, se despabila al recibir un codazo de NICOLASA. CLARÍN tiene 30 años y su mujer, 25 años.] 

CLARÍN.-  ¡Majestad!  [Segismundo se acerca mientras CLARÍN se incorpora.] 

SEGISMUNDO.-  ¿Dónde has estado?

CLARÍN.-  Aquí, siempre esperando vuestra aparición.

SEGISMUNDO.-  Te he echado de menos, pocos ratos he pasado contigo últimamente.

CLARÍN.-  Yo los he pasado todos; aunque no estéis presente, yo estoy con vos.

SEGISMUNDO.-  ¿Qué pensáis del Obispo?  [Quien aún sigue hablando.] 

CLARÍN.-  El Obispo tiene palabras de verdad.

SEGISMUNDO.-  Más palabras de verdad tiene Clotaldo.

CLARÍN.-  Señor, no deberíais decir eso.

SEGISMUNDO.-  Confío en ti,  [Bromista.]  aunque nunca pudiste ser mi bufón.

CLARÍN.-  Bien sabéis que mi padre quiso entrenarme desde niño, para que fuera bufón, pero no tengo gracia.

SEGISMUNDO.-  Si no heredaste la gracia de tu padre, sí heredaste su mansedumbre. Yo soy tu amigo, me preocupo por ti.

CLARÍN.-  Señor, vos sois el rey, no podéis ser amigo de nadie.

SEGISMUNDO.-  ¿Vives bien?  [CLARÍN asiente, mientras desde la distancia NICOLASA niega.]  Si algo necesitas, ¡dímelo!  [NICOLASA lo avisa con amplios ademanes.] 

CLARÍN.-  Yo... yo... nada necesito.  [El OBISPO masculla; ¡Traición!] 

SEGISMUNDO.-  Te dejo. Creo que el Obispo va a decir algo que me interesa.  [Se dirige al trono; CLARÍN se sienta al lado de NICOLASA.] 

NICOLASA.-  ¿Le dijiste al rey?

CLARÍN.-  Yo... no pude, no era el momento.

NICOLASA.-  Cualquier momento es bueno para ti.

CLARÍN.-  Pero el rey estaba preocupado.

NICOLASA.-  ¡Ay, Clarín! ¿Cómo quieres que nos casemos? Yo no quiero que mis hijos sean pobres.

OBISPO.-   [A SEGISMUNDO, con autoridad.]  ¡El rey es depositario de la verdad!

SEGISMUNDO.-  Pues se me ha perdido.

OBISPO.-  ¡Vuestro hijo es el que ha perdido la verdad! Se acerca la fiesta de Corpus Christi y toda Polonia se reunirá en la catedral a recibir la eucaristía. ¡Vuestro hijo a todos comunica que ese día va a comulgar en pecado! Ha jurado que pasará la noche con... meretrices, para demostrar que la eucaristía es una patraña.

SEGISMUNDO.-  Le respeto su libertad. Yo no la tuve cuando joven porque vosotros permitisteis a su rey creer más en la astrología que en la fe.

OBISPO.-  ¿No le vais a decir nada a ese muchacho?

SEGISMUNDO.-  Ni una palabra.

OBISPO.-  Arriesgáis demasiado.  [Insinuante.]  Las tentaciones pueden venir de la Moscovia.

SEGISMUNDO.-  ¿Cómo os atrevéis? El infante Américo no es un traidor.

OBISPO.-  Alguien tiene que poner fin a sus excesos.

SEGISMUNDO.-  La libertad es de todos.

OBISPO.-  Entonces, si me permitís, le daré al infante Américo una hostia sin consagrar, y será el burlador burlado.

SEGISMUNDO.-  ¿Y el alma de mi hijo?  [El OBISPO calla.] 

CLOTALDO.-  No te preocupes, su mente es brillante. Aún no sabe controlar su sensualidad, pero eso lo cura el tiempo.

SEGISMUNDO.-  ¿Cura el tiempo la traición?

OBISPO.-  ¡Majestad!

SEGISMUNDO.-  No puedo dormir pensando que Américo se alíe con mi primo Astolfo, con la intención de derrocarme y coronarse rey.

CLOTALDO.-  ¿De dónde sacas esas ideas absurdas?

SEGISMUNDO.-  Son malos presentimientos. ¡No mires así! Yo no he leído las estrellas como mi padre con el miedo de encontrar un traidor... pero lo siento venir.

OBISPO.-  ¿Y aún así no le vais a decir nada?

SEGISMUNDO.-  No.

OBISPO.-  ¿Cómo podremos después exigir al pueblo que continúe en la tradición cristiana?

SEGISMUNDO.-  ¿Puedo preguntaros algo personal?

OBISPO.-  Lo que queráis.

SEGISMUNDO.-  ¿Sois feliz?

OBISPO.-  ¿Acaso lo fue Cristo? ¿Lo sois vos? ¿Por qué había yo de ser diferente?  [Oscuro en el escenario.] 



Aparte II

NICOLASA.-   [Sale lateralmente; tiene 55 años; al público.]  Nunca entendí lo que quiso decir el Obispo. Ahora que está muerto me parece que quiso decir que no era feliz, aunque a veces pienso lo contrario.

CLARÍN.-   [Venía siguiendo a NICOLASA; tiene 60 años; al público.]  Si mi esposa va a contar su versión, yo voy a contar la mía. Nicolasa se dedicó por años a fisgonear tras las puertas de palacio como si fuera un espía, o un historiador, como dijo el maese Anselmo.

NICOLASA.-  ¡No es cierto! Nunca ha espiado por las cerraduras.

CLARÍN.-  Bueno, digamos que oíste todas las conversaciones que se dijeron con las puertas abiertas.

NICOLASA.-  ¿Por qué lo hice, malagradecido? Por ti y por los muchachos.

CLARÍN.-  Pues no nos sirvió de mucho. A veces he pensado que te casaste conmigo como con una llave que te abriera las puertas de palacio.

NICOLASA.-  ¡Miren quién habla!  [Al público.]  ¿Saben por qué me casé con Clarín? Por una razón: su padre fue el único que murió en la revuelta que llevó al trono al rey Segismundo. ¡Su muerte pudo haber sido la mejor de las herencias!  [A CLARÍN.]  ¡Si la hubieras sabido capitalizar! Bueno, claro, además me casé contigo porque te quería.

CLARÍN.-   [Al público.]  Y todo nuestro matrimonio ha sido el esfuerzo por capitalizar la muerte de mi padre.

NICOLASA.-   [Al público.]  Y no lo logramos, huelga decirlo, porque Clarín más que ser un aliado, fue un traidor. ¡Dio por bien muerto a su padre! Ni el rey pagó el entierro. La pobre madre de Clarín tuvo que pagarlo. ¡Eso es falta de imaginación!

CLARÍN.-   [Enojado.]  ¡Ya es mucho! ¡Cállate! ¡El rey Segismundo bien valía la vida de mi padre!

NICOLASA.-  Pues si la vida del rey valía más que la vida de tu padre, pues que nos hubieran dado la diferencia.

CLARÍN.-  A veces pienso que eres interesada.

NICOLASA.-  Soy práctica.  [Al público.]  Hay que vivir con poco, pero hay que saber vivir.  [A CLARÍN.]  Hasta el Obispo vivió mejor que nosotros, y pretendió se santo.

CLARÍN.-  ¿Sería santo el Obispo? La mascarada de la hostia fue una broma terrible.

NICOLASA.-  Por un momento el infante se sintió bufón, tan bufón como lo fue el gran Clarín.  [Ríe vulgarmente.] 

CLARÍN.-   [Profundo.]  Algo se rompió dentro del infante con es broma porque nunca fue el mismo.

NICOLASA.-  ¿Te acuerdas de la cara del Obispo cuando supo que el infante Américo era el hazmerreír de Polonia?

CLARÍN.-  Lloró lágrimas de arrepentimiento.

NICOLASA.-  Yo no creí en esas lágrimas.

CLARÍN.-  Yo sí.  [Al público.]  Nunca hemos comprendido esta historia, a pesar de que fue la nuestra.

NICOLASA.-  Por eso Clarín y yo decidimos hablarles directamente, fuera de los diálogos que nos marcó el dramaturgo, a ver si ustedes nos podían aclarar el misterio.

CLARÍN.-  El Soldado no está muy de acuerdo con estas conversaciones, pero también él necesita saber el porqué.

NICOLASA.-  Por eso siempre le guardaré rencor al maese Anselmo. ¡Si yo hubiera presagiado el triste final de esta historia, estoy segura, como que me llamo Nicolasa, de que hubiera podido convencer a los poderosos! ¡Pero el maese Anselmo lo profetizo y no hizo nada!  [Con precipitación.]  ¡Vámonos, Clarín, ya viene la siguiente escena!  [En susurro al público.]  No quiero que nos vean aquí los demás personajes.  [Sale la pareja por donde entró, mientras la luz prepara la escena siguiente.] 



Escena II

 

[Taller de ANSELMO.]

 

AMÉRICO.-   [Tiene 20 años y todos los atributos de la juventud en grado sumo. Está posando para ANSELMO, lleva el dorso desnudo.]  ¿Cuándo me vas a dejar mirar la escultura?

ANSELMO.-   [Ensimismado.]  Cuando la termine, ya os lo dije.

AMÉRICO.-  ¿Por qué no me dejas que la vez?

ANSELMO.-  Por dos razones: la primera, porque nadie os contradice, y la segunda, porque quiero deciros algo con esta piedra, cuando la termine.

AMÉRICO.-  Por qué escogiste ser escultor.

ANSELMO.-  Es placentero descubrir las formas escondidas en el mármol.

AMÉRICO.-  ¡Si fuera escultor esculpiría la mujer más hermosa del mundo para acariciarla!

ANSELMO.-   [Sin emoción.]  Yo he acariciado a la mujer más hermosa del mundo.

AMÉRICO.-   [Pícaro.]  Ni por ser infante podré aventajar tus pasos, ja, ja.

ANSELMO.-  A ningún lado os llevarían.

AMÉRICO.-  ¿Quién sabe? A veces la corte me fastidia y quisiera abandonar Polonia.  [AMÉRICO va a perder la pose.] 

ANSELMO.-  ¡No os mováis que voy a perder...!  [Ha hablado de más.] 

AMÉRICO.-   [Posando.]  A perder, ¿qué?

ANSELMO.-  Si me prometéis no moveros por otra media hora, os lo diré.

AMÉRICO.-   [En pose ridícula.]  Prometido.

ANSELMO.-  Si os movéis más de paso pierdo una apuesta.

AMÉRICO.-  ¿Una apuesta?

ANSELMO.-  Aposté con alguien que podría obligaros a permanecer una hora sin moveros.

AMÉRICO.-  ¿Para qué?

ANSELMO.-  Corre un decir en Polonia que nadie os puede sujetar.

AMÉRICO.-  Y si no me muevo, ¿qué ganas?

ANSELMO.-  Un pastel de chocolate.  [AMÉRICO da tres pasos.]  ¡Adiós pastel!

AMÉRICO.-  ¿Me has tenido con la incomodidad de un ángel barroco sólo por un pastel?

ANSELMO.-  Me gusta mucho.

AMÉRICO.-  ¿Tanto como te gustaba acariciar a la mujer más hermosa del mundo?

ANSELMO.-  No, porque ella me dio un hijo.

AMÉRICO.-  ¿Con quién aceptaste esa tontería?

ANSELMO.-  Con una mujer.

AMÉRICO.-  ¡A tus años, maese!

ANSELMO.-  Es la mejor cocinera de palacio.

AMÉRICO.-  ¿Liviana?

ANSELMO.-  Como ochenta kilos.

AMÉRICO.-   [Burlesco.]  Solamente los viejos apuestan pasteles con las doncellas de palacio.

ANSELMO.-  Basta por hoy. Mañana a la misma hora.

AMÉRICO.-  Mañana no vendré.

ANSELMO.-  ¿Y pasado?

AMÉRICO.-  Tampoco.

ANSELMO.-  ¿Volveréis algún día o busco otro modelo?

AMÉRICO.-  ¿A cuántos reyes has inmortalizado con tu arte?

ANSELMO.-  A ninguno.

AMÉRICO.-  Si regreso tendrás que inmortalizar a un rey; sino regreso tendrás un «non finito».

ANSELMO.-  No habléis así.

AMÉRICO.-  ¿Por qué no? Polonia requiere un nuevo rey.

ANSELMO.-  Requiere un nuevo espíritu.

AMÉRICO.-  ¿No te gusto para rey?

ANSELMO.-  Mi escultura te lo dirá, si la termino.

AMÉRICO.-  No puedo esperar. Van tres veces que mi tío Astolfo, me acaricia el oído con halagos. Me acaba de enviar es icono como prueba de afecto.  [Lo muestra.]  Representa a San Miguel; tú sabes, el patrono de la Moscovia.

ANSELMO.-  Dáselo al Obispo.

AMÉRICO.-  No me recuerdes a ese farsante, cuando sea rey sabré vengarme.

ANSELMO.-  Me gusta más el icono que vuestra actitud.

AMÉRICO.-  Si la suerte me ayuda, ¿estarás conmigo?

ANSELMO.-  ¿Y el pueblo de Polonia?

AMÉRICO.-  Ellos van a donde se les conduzca.

ANSELMO.-  ¿Ya a donde los puede conducir vuestra corona?

AMÉRICO.-   [Retante.]  ¡Más allá a donde los puede conducir tu arte!

CLARÍN.-   [Entra inoportunamente.]  ¡Perdón!

NICOLASA.-   [Con ira.]  ¡No te han enseñado a llamar antes de abrir una puerta!

CLARÍN.-   [Con gran humildad.]  No sabía que estabais aquí.

ANSELMO.-  No importa, es sólo Clarín.

AMÉRICO.-   [Siempre burlesco.]  ¡Ah, es Clarín! El hijo del que fue bufón.

CLARÍN.-  Mejor después regreso.

AMÉRICO.-  ¡Anda, hazme reír! Dicen que tu padre era muy gracioso.

CLARÍN.-  Yo no heredé su gracia.

AMÉRICO.-  Los hijos heredamos los que fueron nuestros padres, por eso  [Mira a ANSELMO.]  yo seré rey.  [A CLARÍN.]  Tú tienes que ser bufón.

CLARÍN.-  No os puedo hacer reír.

AMÉRICO.-  ¡Te lo ordeno!

CLARÍN.-  ¡Maese Anselmo, no puedo!

ANSELMO.-  Dejadlo, no lo importunéis.

AMÉRICO.-  Si come de la cocina de palacio, algo tiene que hacer además de halagar al rey.

CLARÍN.-  Yo no...

AMÉRICO.-  ¿Te atreves a contradecirme?

CLARÍN.-  No, Majestad.

AMÉRICO.-  Hazme reír.

CLARÍN.-  No lo lograré.

AMÉRICO.-   [Saca una daga.]  Una gracia o tu cabeza.

CLARÍN.-   [Con terror.]  ¿Sabéis la historia... del rey que se soñó bufón?

AMÉRICO.-  No, pero asegúrate que sea jocosa.

CLARÍN.-   [Con inocencia.]  Un rey se soñó bufón y así comprendió la realidad de su reino, pero cuando quiso despertarse se dio cuenta de que el bufón le ponía los cuernos con la reina.  [CLARÍN intenta reír.] 

AMÉRICO.-   [Después de un instante.]  Y no sabéis la historia del mismo bufón que se soñó en la alcoba real y se creyó rey; pero cuando quiso despertar se dio cuenta que ni en sueños podría aspira a ser rey, y que era solamente el perro favorito del rey.  [Únicamente ríe AMÉRICO.] 

CLARÍN.-  La vida es más hermosa que los sueños.

AMÉRICO.-  ¡Para mí sí, pero no para ti! ¿No sabéis la historia del príncipe que se soñó rey, y cuando quiso despertar...

AMÉRICO.-   [Cortando con ira.]  Se dio cuenta de que ser rey es, cuanto más, ser hombre. Ya lo dijo Clarín, la vida es más hermosa que cualquier sueño

AMÉRICO.-   [Orgulloso.]  No sabéis la historia del escultor que se soñó rey, y cuando quiso despertar se dio cuenta de que la belleza no existía, era el gusto del rey lo que decidí qué era bello.

ANSELMO.-   [Durante este parlamento, CLARÍN devoto besa el icono.]  ¿Sabéis cómo iba a llamarse mi escultura? La aventura del ser. Pero vos no merecéis tanto. Os conformáis con soñar ser rey, pero cuando lo seáis, veréis que Segismundo fue mejor hombre que vos porque pensó que la vida es sueño, y que lo que importa es lo que se fue antes y lo que será al despertar. ¡El soñar en sí mismo no importa! ¡Viva Américo I de Polonia, el rey que cuando dormía se soñaba despierto!

AMÉRICO.-   [Explota.]  ¡Os atrevéis a retarme! Ya veréis a dónde nos conduce mi soñar. ¡Y entonces os arrepentiréis de haber elaborado este juego de palabras!  [Oscuro.] 



Aparte III

SOLDADO.-   [Aparece por entre el público. Tiene 80 años.]  Yo nunca entendí las conversaciones de palacio, pero creo que llegué a ser un buen soldado. Por eso nunca hubiera podido ser espía. Hay alguien que pudo haber sido un perfecto espía. ¿Saben quién? ¡Nicolasa! ¡Ah, qué mujer tan lista! No crean en los que les dice. Yo prefiero nunca contradecirla y nunca estar de acuerdo con ella. Nicolasa fue la primera que me dijo que Américo era un traidor. Aquella noche apreté tanto mi pica que mis manos se pusieron blancas, como las de un muerto. ¡Un hijo no debe traicionar a su padre! ¡Y menos si es un infante! ¡Cuántas noches debe haber llorado el rey Segismundo sabiendo a su hijo un traidor! Yo tuve varios hijos, entonces las campañas era duras y perdí su paradero. Ahora que estoy viejo y solo, a veces pienso en esos niños y me pongo triste, pero pronto me consuelo pensando que es mejor perder a un hijo que saberlo traidor.  [El diálogo es interrumpido por la siguiente escena; el SOLDADO se oculta tras el telón.] 



Escena III

 

[Taller de escultor ANSELMO.]

 
 

SEGISMUNDO visita a ANSELMO en su taller.

 

ANSELMO.-  ¡Majestad! Por fin venís a ver mi obra.

SEGISMUNDO.-  ¿Qué me podéis mostrar?

ANSELMO.-  Tengo muchas nuevas esculturas. Vuestra generosidad me ha permitido esculpir a mi arbitrio.

SEGISMUNDO.-  Me dicen que sois amigo de mi hijo.

ANSELMO.-  Nadie es amigo de vuestro hijo.

SEGISMUNDO.-  Al menos más amigo de él que yo. Quiero vuestra opinión. ¿Podrá Américo llegar a ser un buen rey?

ANSELMO.-   [Con resentimiento.]  A eso vinisteis, no a conocer mi obra.

SEGISMUNDO.-  ¿Desea Américo ser rey?

ANSELMO.-  Si respondo a vuestra pregunta yo soy el traidor.

SEGISMUNDO.-  ¡Respondedme, os lo ordeno!

ANSELMO.-  Una traición os hizo rey.

SEGISMUNDO.-  Y otra traición hará rey a mi hijo. Nadie me lo dice pero lo presiento.

ANSELMO.-  ¿Queréis ver mis esculturas?

SEGISMUNDO.-  ¿Habéis hecho algo que valga la pena?

ANSELMO.-  Ahora esculpo «La aventura del ser», es mi obra maestra.  [Retira el biombo y muestra la escultura.] 

SEGISMUNDO.-  ¿Por qué esa cara de adolescente me recuerda a mi hijo?

ANSELMO.-  Porque es vuestro hijo.

SEGISMUNDO.-  ¿Y él ha descubierto el ser?

ANSELMO.-  Vive esa lucha, ¡dejadlo ser! Américo no es un traidor.

SEGISMUNDO.-  Tampoco es un santo.

ANSELMO.-  Nadie es santo.

SEGISMUNDO.-  Vos menos que nadie. Sois motivo de escándalo. Si mi hijo anda con meretrices, vos lo iniciasteis con vuestro ejemplo.

ANSELMO.-  No me juzguéis como a un hijo.

SEGISMUNDO.-  Vos tenéis un hijo, hijo de vuestros placeres, abandonado y solitario. ¿Dónde está vuestra alma?

ANSELMO.-  No lo sé, aún la busco. ¡Y tengo gran fe que ese hijo de una noche entró ya su camino!

SEGISMUNDO.-  Si mi hijo con una educación esmerada ha perdido el rumbo, ¿el vuestro a dónde pudo llegar?

ANSELMO.-  No lo sé, pero empezó como yo, siendo un hijo sin padre.

SEGISMUNDO.-  Yo le he dado a mi hijo toda la libertad que he podido. Vos no le distéis al vuestro ni la paternidad.

ANSELMO.-  Dejadme vivir como artista y yo os dejaré vivir como rey.

SEGISMUNDO.-  ¡Vos habéis perdido a mi hijo! El cree tener un asidero en vos.

ANSELMO.-  Yo voy a la deriva.

SEGISMUNDO.-   [Con orgullo.]  Yo soy el ancla segura de Polonia.

ANSELMO.-  ¡Polonia necesita navegar libremente!

SEGISMUNDO.-  ¿Me retáis?

ANSELMO.-  Soy simplemente un escultor, no sé más que reproducir la belleza en el mármol o en la madera. Me estoy aventurando a ser artista, así como vuestro hijo se está aventurando a ser rey.

SEGISMUNDO.-   [Colérico.]  ¡Sospechaba que tendrías la respuesta! Mi corazón no me engañaba, sabía que Américo me traicionaba.

ANSELMO.-  Pensáis con la rapidez del Obispo.

SEGISMUNDO.-  ¡En vos habita el demonio!

ANSELMO.-  Si el demonio me proporciona más paz que Polonia, más de la que su rey y su obispo pueden darme, pues ¡que viva el demonio!  [Penumbra que prepara la escena siguiente.] 



Escena IV

 

[Salón de palacio.]

 

SEGISMUNDO.-  ¡Clarín! ¡Clarín! ¿Dónde estás?

CLARÍN.-   [Está sentado en compañía de NICOLASA, son jóvenes; se incorpora y se acerca al rey.]  Majestad, ¿qué os trae tan agitado?

SEGISMUNDO.-  Tú conoces las comidillas de palacio, ¿qué se dice del infante?

CLARÍN.-  Nada que no sepáis.

SEGISMUNDO.-  ¿Crees que desea ser rey?

CLARÍN.-  ¡Claro! Nació para ser rey.

SEGISMUNDO.-  ¿Crees que llegará a ser un buen rey?

CLARÍN.-  Ahora no lo sería, pero más tarde, sí.

SEGISMUNDO.-   [Desesperado.]  ¡No sé a dónde pueda llegar! ¡La parodia de la eucaristía es el fin!

CLARÍN.-  El infante Américo sí tiene fe. Acabo de verlo mirar con veneración a un icono.

SEGISMUNDO.-  ¡Un icono! ¿Cómo era?

CLARÍN.-  Dorado, con la imagen de San Miguel.

SEGISMUNDO.-  ¿Tenía el escudo de la Moscovia?

CLARÍN.-  Sí.

SEGISMUNDO.-   [Con gran dolor.]  ¡Ay, Américo me traiciona!

CLARÍN.-  ¡No, el infante aún tiene fe!

SEGISMUNDO.-  ¡Ese icono con el santo protector de Moscovia pertenece a mi enemigo! ¡Me has dicho lo que quería saber y lo que debía ignorar!

CLARÍN.-  Américo necesita cariño.

SEGISMUNDO.-  ¡Ya no! Ahora vive la ficción que lo llevará a donde no osa soñar. Clarín, tú no comprendes el curso de mis palabras, pero no importa. Tú llevas tu rumbo y sabes a qué puerto llegar. Yo...  [Gimotea.]  Yo no sé predecir el futuro de Polonia.

CLARÍN.-  ¿Habrá guerra?

SEGISMUNDO.-  Para mí, sí; para Polonia, ¿quién sabe? Yo ya estoy cansado, sólo quisiera asegurarme que el sol de Polonia llegará al mediodía, lo que siga será responsabilidad de... ¡los herederos de Segismundo!  [Oscuro que prepara la siguiente escena.] 



Escena V

 

[Salón del trono.]

 

SEGISMUNDO.-   [Su sola figura es visible y, poco a poco, la de los demás.]  Yo, Segismundo, rey de Polonia, me someto al juicio que Dios inspire en el jurado para llegar a conocer la culpabilidad de mi... Américo, Infante de Polonia, quien atentó contra la hegemonía de reino y decidió coaligarse con Astolfo, conde de Moscovia. Como padre no quiero ser juez, por lo que he delegado el veredicto a las dos cabezas máximas del reino: Nuestro obispo y nuestro científico. Su juicio será definitivo. ¡Que traiga al acusado!  [Entra AMÉRICO esposado.]  ¿Cuál es el veredicto?

OBISPO.-  Horas hemos dialogado para llegar a una decisión unánime. El veredicto es...

CLOTALDO.-   [Interrumpiendo.]  Antes de dar a conocer el veredicto, queremos que el acusado tenga la oportunidad de tomar la palabra.  [Mira al OBISPO y después a AMÉRICO.]  Tenéis la palabra.

AMÉRICO.-  ¡Si todos en Polonia fueran felices, yo sería un traidor, pero no he hecho más que defender a los infelices!

SEGISMUNDO.-   [Después de un silencio.]  ¿Es todo lo que tenéis que decir?

AMÉRICO.-  Al jurado, sí; a mi padre, no.

SEGISMUNDO.-  Vos tuvisteis padre, yo sólo rey.

AMÉRICO.-  Dichoso fuisteis porque las afrentas del rey no son tan dolorosas como las de un padre.

AMÉRICO.-  Sí.

SEGISMUNDO.-   [Al jurado.]  ¡Hablad!

OBISPO.-  Hemos deliberado bajo la luz del Espíritu Santo  [CLOTALDO tose.]  y hemos llegado al siguiente veredicto: Culpable de alta traición; el castigo a esa culpa es la muerte, pero a instancia del jurado, por considerar los atenuantes, transmutamos la pena a prisión perpetua.

SEGISMUNDO.-   [Parece liberado.]  Acato la voluntad de Dios.  [A AMÉRICO.]  Que la torre que me sirvió de cárcel cuando joven, os sirva ahora para volver a la razón. Nunca volveré a veros. Fuisteis mi único cariño, pero accedo a prescindir de vos, para que vuestra alma se salve.

AMÉRICO.-  ¡No creo en el alma!

SEGISMUNDO.-  ¡Llevaros a esta fiera!

AMÉRICO.-  ¡Papá, soy tu hijo, no una fiera!

SEGISMUNDO.-  ¡Actuáis como tal!

AMÉRICO.-  ¡Yo no soy traidor! Fueron solo palabras. ¡No quiero ir a la torre!

SEGISMUNDO.-  «El traidor no es menester, siendo la traición pasada». ¡Viva Polonia!

TODOS.-   [Menos el artista.]  ¡Viva! ¡Viva Polonia!

SEGISMUNDO.-  ¡Viva la verdad!

TODOS.-  ¡Viva! ¡Viva!

SEGISMUNDO.-   [A ANSELMO.]  ¿Por qué no vitoreáis?

ANSELMO.-  Porque yo también merezco la torre.

SEGISMUNDO.-  ¡Ya la tenéis! Vuestra alma está aherrojada a una torre y nunca seréis libre.

ANSELMO.-  Pero creo en la humanidad más que vos. ¡Pobre Polonia, sus reyes no tienen fe en la libertad humana!

CLOTALDO.-  ¡Majestad, este hombre aboga por un traidor!

SEGISMUNDO.-   [Con desprecio.]  Es simplemente un artista, ¡dejadlo ser!  [A ANSELMO.]  Pero para que aprendáis a no ir más allá de las formas, os retiro mi mecenazgo y os castigo a la destrucción de la que llamáis vuestra obra maestra; «La aventura del ser».  [AMÉRICO levanta el rostro con expresión de gran sorpresa. Telón lento.] .




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