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Los hermanos Mansilla: género, nación, «barbaries»

María Rosa Lojo

Género: los hermanos Mansilla. ¿Unos Claudel hispanoamericanos?

En la segunda mitad del siglo XIX argentino, que coincide con el ocaso y caída de Juan Manuel de Rosas, emerge, no sin conflictos, una Argentina modelada por las fuerzas políticas que se autoconsideraban como «civilizadas». Tales fuerzas, representadas por algunos nombres señeros (en la escena pública destacarán, sobre todo, los de Sarmiento y Mitre) tienen un proyecto de país (comercialmente abierto a Europa, modernizado tecnológicamente, poblado por un pueblo instruido -en lo posible, importado desde Europa misma-), y por supuesto, un proyecto cultural.

Contra el optimismo triunfalista y a menudo puramente voluntarista, de tal proyecto ilustrado surgen, sin embargo, algunas voces disidentes. Entre ellas sobresalen las de los hermanos Mansilla: Lucio Victorio (1831-1913) y Eduarda (1834-1892), hijos del general Lucio Norberto Mansilla, y de la bella Agustina Ortiz de Rozas, hermana del depuesto Restaurador de las Leyes. Paradójicamente, estos dos sobrinos de Rosas, el 'bárbaro', son acaso los escritores más cultos y cosmopolitas de su época en la Argentina. Y también, quienes replantean y sabotean, sistemática e implacablemente, esa dicotomía 'civilización/barbarie' a la que juzgan simplificadora1, y por ende, peligrosa. Ambos comparten -con gradaciones y matices- cierto 'estilo' literario y vital: ironía, independencia de juicio, inteligencia que no deja de apelar a la erudición de quienes han viajado por la geografía y por los libros.

No obstante, existen marcadas asimetrías en la fortuna literaria y social de estos hermanos cuidadosamente educados que aprendieron juntos las lenguas extranjeras y el arte de la traducción, y que supieron seducir como 'personajes', más allá de sus obras, tanto por su brillo intelectual como por su belleza física. La asimetría no es tan marcada como la que preside los desiguales destinos del exitoso Paul Claudel y su desdichada hermana Camille -ignorada como artista y recluida finalmente en un asilo para insanos. Pero la 'cuestión de género' y las diferencias que ella instaura tanto en la emisión, como en la recepción de una voz autorizada, no dejan de incidir en ambos casos. Un dato revelador, hasta el presente, es que, mientras Una excursión a los indios ranqueles, de Lucio V., es un texto enseñado y leído en las aulas escolares, muy pocos argentinos -salvo un reducido puñado de especialistas- saben que Eduarda Mansilla fue una de las tres escritoras fundamentales (junto con Juana Manuela Gorriti y Juana Manso) de nuestro siglo XIX.

Entre los cinco hijos del matrimonio Mansilla-Rozas, Lucio V. fue sin duda el más conocido: militar, aventurero, 'dandy', político, escritor y periodista ingenioso, irreverente, provocativo. Dos de sus hermanos murieron a temprana edad: primero una niña de meses, Agustina Martina, y luego Lucio Norberto, que se suicidó, muy joven, en España2. Sobrevivieron Eduarda y el menor, Carritos, oscurecido, muy a su pesar, por la fama de Lucio3. Si bien éste último alentó y protegió los comienzos literarios de Eduarda, no dejó de poner reparos, en general, a la actividad de las mujeres como escritoras4. Llegó a traducir, para su publicación en el diario La Tribuna, una de las novelas de su hermana: Pablo, ou la vie dans les Pampas, escrita en francés, aunque no se privó de enmendarle la pluma con acotaciones (a veces groseramente equivocadas), y de suprimir notas explicativas puestas por la autora5.

Si Lucio tuvo actividad política constante, Eduarda acompañó en sus funciones a su marido, el embajador Manuel García Aguirre. En tal calidad -como se describe reiteradamente en el citado libro de memorias de su hijo Daniel, y como se desprende de los propios Recuerdos de viaje de Eduarda- agregó a este desempeño su propio brillo, que era excepcional. Daniel la recuerda en estos términos:

«Quiero hablar nuevamente de mi madre. Todo lo sabía. Era bellísima, y a la vez elocuente, alegre y majestuosa; cantaba como una gran artista, hablaba muchos idiomas, escribía libros, componía música, que ejecutaba después con arte consumado»6.


En ausencia de su marido, llega incluso a desbaratar un intento de soborno por parte de un contratista naval que aspira a ser el proveedor de buques de guerra para la Argentina. La tentativa es presenciada por el almirante Didelot, un antiguo enamorado, quien sigue visitando a la dama como amigo leal de la familia, después de haber sido rechazado como aspirante a su mano en la juventud. Daniel García-Mansilla narra este episodio, que acredita así la fidelidad de su madre en todos los sentidos -conyugal y patriótico7. Por cierto, Eduarda también representará a su país de otra manera: mostrándose a los extranjeros como 'modelo de argentina', y escribiendo políticamente (en Pablo, ou la vie dans les Pampas) sobre la justa apreciación de la 'barbarie' en Hispanoamérica.

Lucio empieza su vida pública 'abofeteando y provocando' al enemigo (el poeta Mármol, convertido en senador) por los actos deshonrosos atribuidos a su padre en la novela Amalia8. Eduarda, niña prodigio 'habla' con el enemigo (supuestamente fue la traductora de Rosas en sus conversaciones con el conde Walewski), y luego se casa con otro adversario político: Manuel Rafael García, que es hijo del ministro rivadaviano Manuel José García, opositor de Rosas en su segundo gobierno. Por su parte, Lucio se aliará más tarde con los mismos unitarios (Sarmiento), y con otros enemigos: los indios.

Eduarda, niña aventajada, es sensata, no hace preguntas estúpidas, no tiene miedo a la oscuridad ni a los cuentos de aparecidos. Lucio es más bien apocado, tímido, nadie sabe muy bien cómo ha de orientarse en la vida (su mayor mérito parece consistir en una buena caligrafía que le sirve para emplearse en la tienda de su tío Adolfo Mansilla). Hace preguntas tontas, teme a la noche y a lo sobrenatural, tiene pesadillas9.

Aunque Lucio ejerció profusamente las letras y el periodismo, su mayor ambición, más que literaria, fue política. Eduarda tiene dos claras vocaciones públicas: la música y las letras. Dedicarse profesionalmente a la música y el canto la hubiera colocado en el borde mismo de la 'vida airada' para el estrecho criterio de la sociedad porteña10. Sin abandonar el cultivo 'amateur' del arte lírico, se propone ingresar en el ámbito intelectualmente prestigioso -y reservado en su sociedad para los varones -de la prensa y la literatura, aunque primero se escuda tras un seudónimo (el de Daniel, que utiliza para firmar sus dos primeras novelas, y que luego será el nombre de su cuarto hijo). También, lo mismo que otras autoras, suele emplear seudónimos para sus colaboraciones en las revistas femeninas de Buenos Aires. Lucio usa varios seudónimos para escribir en La Tribuna- el periódico de los Varela: Falstaff, Tourlourou, u Orión, que compartió con Héctor Varela. No es improbable que bajo estas máscaras él mismo haya elogiado, sin las reticencias del pudor, su propia actuación como Comandante de Fronteras en Río Cuarto11.

Si Lucio es viajero, mero turista o explorador curioso, Eduarda es -en la justa expresión de Bonnie Frederick- nómade: traslada de un país a otro su casa y su familia, sin desprenderse de las cargas domésticas12. Lucio, desde la temprana juventud, se viste como un 'dandy', e introduce -con un sello original y provocativo- modas europeas en la Argentina. Eduarda va a la vanguardia de la moda, nada menos que en Europa:

«Mi madre fue la primera dama que lanzó en París un sombrero sin cintas ni lazos sujetos al cuello -bridas-, creación de la casa Virot: novedad de tal audacia, levantó polvareda, pero hizo fortuna en seguida; paréceme que aquella tarde mi madre andaba muy nerviosa y un tanto asustada»13.


Pero si Lucio fue quizá el hombre público argentino con una iconografía más abundante, profusa y con pretensiones artísticas (recuérdense las fotos en espejo de Witcomb)14, existen, en cambio, escasísimas fotografías de Eduarda difundidas y publicadas: su hijo Daniel García Mansilla15 rescata una tomada en Washington, en 1870, cuando su madre acompañaba allí a su marido en misión diplomática. Esta misma imagen es la que más se ha reproducido en otros libros, y en verdad casi la única que se conoce. Una reciente edición de Recuerdos de viaje16 añade otras dos fotografías de la época de madurez, extraídas de un acervo iconográfico familiar.

Ambos son, en suma, biográficamente 'marginales' (en tanto comparten un 'margen' familiar y político, que los coloca, a partir de su pasado y desde su escritura, en un ángulo social prestigioso pero excéntrico respecto del oficialismo); ambos son, también, 'transgresores': dan un paso más allá del umbral de lo permitido. Pero el tipo de transgresión y sus límites también está marcado por el género. Si Lucio escandaliza por sus opiniones inconvenientes, sus 'boutades', su manera de vestir, el dandismo femenino de Eduarda se disuelve en la sofisticación, y su voz es neutralizada. Se la oye hablar, pero no se la 'escucha', salvo por la deferencia obligada hacia una gran dama que además es hermosa. Sus opiniones políticas, en tanto mujer, no pueden ser tomadas en cuenta con el mismo valor y gravitación que si se tratase de opiniones varoniles. Fuera de algunas reseñas, sus textos no movilizan, no conmueven a la opinión pública. En cambio, el gran escándalo pasa por su vida privada. Contemporánea de la decisión de Nora Helmer, Eduarda viaja a la Argentina en 1879, el mismo año en que se estrena Casa de Muñecas. Viene sola, sin su marido e hijos, y se quedará en el país casi cinco años, fundamentalmente para darse a conocer como artista. Tampoco Lucio lleva una vida encomiable de familia. Para la misma época, su mujer e hijas están en Europa. Se le conocen aventuras sentimentales, pero la doble moral de género no problematiza estas cuestiones. El caso de Eduarda sorprende más aún, porque como Nora Helmer, tampoco se ha escapado con otro...:

«[...] hombre, se ha escapado consigo misma, para hacer algo diferente con su propio destino individual»17.


La transgresión literaria: nación, 'barbaries', identidades subalternas

El área de 'transgresión' de los Mansilla supone particularmente el cruce de 'dos fronteras':

  1. La frontera interior: gauchos e indios, gauchos y mujeres.
  2. La frontera exterior: los 'yankees': ¿bárbaros o cultivados? Los europeos, los artistas. La 'haute boheme'. Las faunas imperiales.

1.- Gran parte de ese acto transgresor radica entonces en que ambos cruzan la frontera interior, para situarse 'del lado de la barbarie', hacia las identidades consideradas 'inferiores', 'subalternas', 'excluidas', sujetas a la 'opresión'18. Entre ambos existen, sin embargo, acentuados matices diferenciales. A Lucio le fascinan dos tipos de 'bárbaros', y le fascinan por aquello en lo que se parecen: los gauchos perseguidos y refugiados en la frontera, y los aborígenes. A Eduarda también le interesan los gauchos (no así los indios que caen, en Pablo ou la vie dans les Pampas, bajo el estereotipo demonizante propio de la época), y le interesan, sobre todo, las mujeres de esos gauchos. Entre los varones gauchos y sus mujeres sólo ve en común la pertenencia a una misma clase desposeída y la extendida ignorancia. Pero no ocurre lo mismo con sus roles y sus destinos. Mientras el varón, aunque pierda la vida, tiene en el combate la posibilidad de la realización viril que le marca su cultura, y puede ejercer esa opción en la libertad feroz del campo abierto, a las esposas, hijas, hermanas, madres, sólo les cabe esperar, en el espacio doméstico del duro trabajo o de la holganza estéril (si es que son hijas, como la 'Dolores' de Pablo, de campesinos ricos). La espera del hombre supone el progresivo abandono, el vaciamiento de la casa, la carencia de recursos, y en definitiva, la pérdida del sentido de la vida para esas hembras confinadas, por el mandato social, al rol fundamental materno, conservador y reproductivo, que no existen por sí mismas sino en función de los varones19. Esto no implica que Eduarda ignore o minimice la influencia femenina en la organización íntima del poder social, dentro de las sociedades iberoamericanas. Por el contrario, en El médico de San Luis destaca la «superioridad» de las mujeres como agentes de cambio y de renovación cultural... pero ¡mientras no sean madres!20 La mujer eficaz y persuasiva como esposa, como amante y como hija, queda fijada, en tanto madre, al espacio del atraso, a la rémora de las convenciones, a la 'barbarie' en fin, aunque la palabra no aparezca en el texto. La propuesta de la narradora es arrancar a la 'madre' en tanto tal, de esta paralizadora asociación con «el atraso, lo estacionario, lo antiguo», «robustecer la autoridad maternal» como punto de partida para evitar la anarquía. No son las guerras civiles, pues, las que dirimirán los conflictos, sino las señoras desde sus cocinas. Algo muy similar a lo que señala Jane Tompkins21 cuando se refiere al poder revolucionario de cambiar cristianamente un mundo implacable, que se coloca en las damas cuáqueras de La Cabaña del Tío Tom. Por supuesto, la «autoridad maternal» tendrá tanto más peso si se arranca a las mujeres de su ignorancia secular y se educa su inteligencia natural y su talento artístico. La idea (el ideal) de una mujer educada y educadora se desarrolla con fuerza en su novela Lucía Miranda -1860- (que cumple el papel de mediadora cultural con respecto a los aborígenes), y en Pablo, (1869) a través de la exposición de un destino trágico: el de las «parias del pensamiento», privadas del acceso a la lengua escrita, al mundo de los libros que haría de ellas seres plenamente humanos, en tanto que plenamente 'culturales'22. En la comprensión profunda -desde adentro- de la psicología y la condición femenina, Eduarda supera sin duda, tanto en sus novelas como en sus cuentos, a su hermano Lucio, para quien, si el aborigen llega a ser visto como 'el prójimo', la mujer, sin embargo sigue siendo un 'otro' descripto o aprehendido muchas veces a través de lugares comunes23.

Cabe señalar que en Pablo los lazos entre mujeres traspasan las barreras políticas (como sucede también con personajes de Juana M. Gorriti: las amigas Rosa y Aura, de Juez y verdugo): se entablan como vínculos de solidaridad humana y solidaridad de género. Es que la misma condición de ignorancia y despojo espiritual atraviesa, tratándose de mujeres -las «parias del pensamiento»- todas las clases: Dolores, la hija del hacendado, es analfabeta como la más pobre de las campesinas. Todas ellas son «almas prisioneras», inteligencias cautivas:

«[...] ces pauvres âmes prisonnières plus encore que les autres dans cette vallée de larmes; ces 'parias' de la pensée, exclues des jouissances intellectuelles tout en restant sujettes aux luttes déchirantes des passions humaines. En veritables déshéritées, elles ont toutes les charges, sans avoir les soulagements [...]»24.


Tanto Eduarda como su hermano Lucio (en Una excursión a los indios ranqueles) debaten contra el mismo adversario y amigo: Domingo Faustino Sarmiento, quien creyó, no menos que Lucio, en el talento literario de Eduarda, y elogió ampliamente su obra. La amistad con Sarmiento no impide que ella discuta sus ideas, hasta el punto que Pablo ou la vie dans les Pampas puede ser considerado una suerte de «anti Facundo». Comparte con el Facundo varios rasgos:

  • Pretende dar una imagen de la vida argentina rural, en contraste con la ciudad. Se propone «traducir» o «explicar» para los extranjeros, para «la Europa», el mundo hispanoamericano. Y da un paso más allá que Sarmiento: lo hace en francés. Ello es entendible porque en esa época Eduarda vive efectivamente en Francia. Pero también por una necesidad de legitimación cultural (que pasa por su país de proveniencia, por su género, y por su filiación política): el afán, acaso, de demostrar que una mujer, argentina, y sobrina del 'bárbaro' Rosas puede escribir para los franceses, y tan bien como ellos25.
  • Mantiene los clisés sarmientinos: ciudad/campaña, bárbaros/ilustrados, federales/unitarios, y a partir de allí los discute y los desarma. Eduarda cuida bien de destacar que la 'barbarie' -la que condena a las mujeres al desconocimiento del mundo y de sí mismas, la que envía a los varones a la crueldad de una guerra fratricida- no es una cuestión de partido, sino 'una práctica social argentina' que comprende tanto a federales como a unitarios, a Rosas como a sus enemigos. El primer unitario decididamente 'bárbaro' (sádico y analfabeto, al nivel de cualquier mazorquero literario) en la literatura nacional, es tal vez el personaje del 'Duro' Moreyra, que representaría, para la autora, lo que predomina en el ejército argentino regular. Los federales -apunta- habrían comprendido y tratado mejor al gaucho. En cuanto a su sistema de represalias mutuas, por otra parte, los dos bandos actúan exactamente igual: se parecen demasiado el uno al otro.
    • La 'civilización', por otra parte, es más una expresión de deseo que una realidad, y además, cuando se la quiere imponer como proyecto de vida foráneo, genera, desde arriba, su propia 'barbarie' inicua y homicida («La liberté fut bien souvent imposée à coup de sabre, et l'amour de la justice servit presque toujours à opprimer»26). Por otro lado, ni los gauchos son tan bárbaros como se los ha descrito, ni los ciudadanos tan cultos. En las ciudades, como lo experimenta la desdichada Micaela, dominan la impiedad, la ligereza y la veleidad de juicio, la falta de solidaridad y de verdadero interés por el prójimo. Ambos hermanos Mansilla comparten esta visión27.
    • Los gauchos, oprimidos por los «civilizadores», enrolados a la fuerza en los ejércitos, maltratados, padecen injustamente. Los indios, como en la mayoría de la literatura de época, en Pablo -no en Una excursión- de Lucio, aparecen demonizados (pero también es verdad que ella atribuye su degradación a las malas acciones de los blancos). Incluso se menciona el caso -no tan infrecuente en la época- de una mujer cautivada (la del jefe de carretas) que ha preferido quedarse entre los ranqueles.
  • Tanto en Sarmiento como en los libros «pampeanos» de los hermanos Mansilla, hay un verdadero muestrario de tipos y de 'tópoi' locales. En el caso de Lucio se hace hincapié en el conocimiento minucioso y de primera mano de un paisaje que otros han descrito sin conocerlo verdaderamente. En lo que hace a su hermana, destaca una fascinación incantatoria que se acrecienta en el mundo misterioso de la noche.
  • Por fin, podemos decir que la gran audacia de Eduarda, como mujer que escribe una novela en francés (y en primer lugar, para franceses)28 consiste en señalar que los europeos también han sido bárbaros, hasta extremos jamás alcanzados por los gauchos vernáculos («Les annales de l'ancien monde nous montrent à chaque instant exemples bien plus terribles»29), y que lo son todavía («On se bat chez nous, c'est vrai; en Europe on se bat aussi, et, ici comme là bas, on voit toujours aux prises les deux courants qui agitent les mondes... Lumière et ombre»30). En definitiva -señala- los numerosos inmigrantes europeos llegan al país huyendo de males que en Argentina se desconocen31. Los dos: Eduarda y Lucio, se esforzarán por demostrar que, desde la hipercultura, se puede comprender la «barbarie», hasta identificarse parcialmente con ella (Lucio, que juega a ser indio), y desmitificarla, disolviendo los estereotipos condenatorios del «ilustrado». Llama la atención, en Eduarda, el tono claramente admonitorio, casi de reproche:
    • «Pour eux, nous seront toujours des sauvages. Il est temps qu'ils apprennent à nous juger autrement»32.

La nación, en fin, para los Mansilla, no puede construirse legítimamente sin el concurso de los 'bárbaros', los 'subalternos' y los 'oprimidos' (de etnia, de clase, y de género, en el caso de Eduarda), que la 'barbarie de la civilización' preferiría aniquilar, reemplazar, o relegar a un ámbito de confinamiento «controlable». Sólo un lento y necesario proceso transformador no violento podría eliminar la 'barbarie' como miseria física y simbólica, convirtiendo a los excluidos en ciudadanas y ciudadanos dotados de derechos, y en seres humanos plenos.

2.- Otro gesto transgresor corresponde al cruce que les depara, tanto a Lucio como a Eduarda, su experiencia cosmopolita, que es, tal vez, la más completa entre los escritores argentinos de la época. Ni Juana Manuela Gorriti, ni Rosa Guerra, ni Juana Manso, vivieron y viajaron por el extranjero como Eduarda, que hablaba, además, cuatro idiomas. Ninguna tampoco 'actuó' -dentro del decoro- en los escenarios europeos. La frecuentación de los salones de Europa coloca a Eduarda en un borde ambiguo: la 'contamina' de alta bohemia, la asocia con afamados personajes de la escena lírica, como el compositor Rossini, o la gran cantante la Alboni, a la que acompaña al piano. La envuelve en el ambiente dispendioso e hipersofisticado de la corte de Eugenia de Montijo, aunque sólo 'en pequeñas dosis', debido a la censura conyugal impuesta por el doctor García33. Todo esto se verá con sospecha en una Buenos Aires pacata donde todavía la esposa del presidente Juárez Celman (cuñada de Julio A. Roca) se ruboriza cuando los hijos de Eduarda, acostumbrados a la etiqueta europea, le besan la mano34. Por otra parte, así como entablan relaciones con los artistas (Lucio conoce a Robert de Montesquiou-Fézensac, modelo del proustiano Barón de Charlus, a Maurice Barres, e incluso a Paul Verlaine), también establecen vínculos -no meramente sociales sino familiares- con la nobleza europea. Una hija de Lucio y una hija de Eduarda se casan con aristócratas franceses.

Capítulo aparte merece la estadía de Eduarda en los Estados Unidos, que le inspira un libro: Recuerdos de viaje (1882). Su mirada es irónica e irreverente pero también admirativa. Revela una sociedad quizá grosera, materialista, vulgar, práctica -'bárbara', por qué no- pero pujante, con círculos culturales exquisitos, y un espacio para el 'segundo sexo' del que carece la sociedad criolla. Allí las damas pueden divorciarse, salir solas, y hasta ganarse la vida como 'reporters'35.

La novela de la vida de Eduarda no tiene un 'final feliz'. Después de su estadía de casi cinco años sola en la Argentina vuelve a reunirse con su marido e hijos pero para acordar una separación: Manuel Rafael García se quedará con dos de sus vástagos: Eduardo, y Carlos. Ella, con Daniel. Los otros tres (Eda, Manuel José, Rafael) hacían ya una vida independiente. La familia no volverá a juntarse hasta después de la muerte accidental de Manuel Rafael García en Viena, en abril de 1887. En junio del mismo año, Eduarda, sus hijos y sus nietos (los hijos de Eda) emprenderán viaje a la Argentina para dirimir la sucesión de Manuel García, a pedido sobre todo de su yerno: el barón Charles de Lagatinerie. Su nieta mayor, Guillemette Marrier, escribirá luego un libro de recuerdos sobre su infancia (Nous n'irons plus au bois36) y este viaje a la Argentina, donde conoce una Pampa domesticada, no ya la de los grandes debates que se plantean en Pablo.

Después de una serie de viajes por Europa, donde acompaña básicamente a su hijo Daniel, Eduarda se instala en Buenos Aires (1890) y aquí fallece -era enferma cardíaca- en 1892. Sus últimos años son de casi absoluto silencio literario y de actividad musical37 privada, acompañada por algunos músicos notables como Alberto Williams y Julián Aguirre. Dejó, como última voluntad, el pedido de que no fuesen reeditadas sus obras38.

Conclusiones

Los hermanos Mansilla representan acaso, en el mapa de nuestro siglo XIX, no sólo una mirada diferente sino el modelo posible de una Argentina 'que no fue': una nación capaz de integrar lo arcaico y lo moderno, lo criollo y lo europeo, lo indígena y lo hispánico. Una nación donde los marginados y excluidos: las clases populares, las minorías étnicas, y -traspasando verticalmente los estamentos sociales- las mujeres en general, podrían aspirar a un lugar propio, y evitar la aniquilación física (gauchos e indios) o la desintegración espiritual (las «madres» de Eduarda, condenadas a la locura cuando el poder les quita sus hijos, esto es: la única razón que las legitima). Mientras otros saludan, exultantes, al Progreso, los Mansilla nos recuerdan que hay dos 'barbaries': la de quienes, desde una mirada eurocéntrica, son juzgados como 'primitivos' e 'inferiores', y la barbarie, mucho peor, de la misma civilización.

Probablemente, ambos arrastraron, en sus últimos años, la carga de un sentimiento de fracaso, vital y literario. Lucio había enterrado a su primera esposa y a sus cuatro hijos. Nunca ocupó las posiciones políticas que ambicionaba, a pesar de negociaciones y veleidades, como la que lo llevó a adherir al roquismo, más allá de su comprensión del mundo aborigen. No lo olvidó, sin embargo, y nos lo prueba la anécdota conmovedora de Miguel Ángel Cárcano, que muestra al viejo Mansilla, en su casa de París, llorando sobre los despojos del poncho pampa que el cacique Mariano Rosas le había obsequiado en su aventura ranquelina39.

Eduarda, por su parte, pagó sin duda un alto costo por su separación matrimonial y su estadía «de escritora» en Buenos Aires, despegada del rol materno. Tal como ocurre en el caso de Lucio, su lúcida visión literaria no fructifica en ningún proyecto de acción concreta para la reivindicación de los excluidos (como sí ocurre en cambio con su contemporánea y colega Juana Manso, que instrumenta un vasto plan educativo)40.

En el momento de su muerte, sus contemporáneos los estiman más como personajes brillantes del gran mundo41, que como los autores de un singular relato de las Pampas capaz de mostrar las marcas de la negación y del silencio, de la exclusión y de la opresión, que se están inscribiendo, irreparablemente, en la perfección falsificada de una Argentina incompleta.

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