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Los libros de fray Luis de León

Javier San José Lera





Hoy hace exactamente quince años, que intervenía por primera vez, invitado por la federación de agustinos españoles y la Facultad de Filosofía, en la Universidad Complutense con una ponencia sobre la obra en prosa de fray Luis de León. Conmemorábamos entonces los quinientos años de la muerte del poeta agustino. Celebramos hoy el nacimiento de una Biblioteca que lleva su nombre1.

Una de las estampas más características de fray Luis de León nos le presenta vestido con su hábito y sentado en sillón frailero; en la mano derecha sostiene una pluma en actitud de iniciar la escritura; y con la izquierda, apoyada elegantemente en el brazo del sillón, apunta hacia el suelo, donde se representa a Job lleno de llagas. Sobre una mesa amplia, un libro abierto, otro libro cerrado y una hoja suelta, como salida de un cartapacio; recado de escribir y un crucifijo completan el atrezzo. El agustino va a iniciar la escritura de la Exposición del libro de Job y el lector se dispone a acompañarlo en su comentario, como si el grabado fuese la puerta de entrada a la aventura del libro2.

Al fondo del grabado, parece que sobre la mesa, un armario con anaqueles contiene ordenados en tres filas, volúmenes cerrados. En algunos se leen los lomos: De Agno typico, El perfecto predicador, Questiones quodlibet., Exposición de Job, Poesías castellanas, La Perfecta casada, De triplici coniunctione fidel cum Xrto. En el estante superior, In Eclesiast., Nombres de Xrto. In Epist. ad Galat., In Apocalyp., In Abdiam Prophet., In Psalm., In Cant. Canticor. Son, claro está, los títulos de las obras de fray Luis publicadas hasta ese momento (1779). Otros volúmenes llenan los estantes, pero sus lomos permanecen mudos, formando parte de la biblioteca personal del agustino, los libros de fray Luis. Juntos todos los elementos construyen la imagen del sabio en su estudio, con los elementos iconográficos tan habituales en el XVIII.

Las obras de fray Luis, los libros de fray Luis. No es de las obras de fray Luis de lo que quiero hablar hoy. Quiero hablar de los libros de fray Luis de León, o si quieren decirlo de otra manera, esta charla podría haberse titulado Fray Luis de León y los libros. Quiero hablar de la relación del agustino con el mundo de los libros en el siglo XVI, en tres aspectos: su biblioteca (sus espacios, sus libros), sus relaciones con el gremio editorial, impresores (dueños de talleres) y libreros (vendedores o empresarios), y también su condición de crítico literario y de lector especializado. Podrían haberse incorporado otros aspectos, como el apasionante de la relación entre libro y censura, la presión ideológica sobre la creación y el trabajo (con el asunto de la Biblia de Vatablo, por ejemplo). Pero esto desborda los límites cronológicos de la cortesía que requiere esta intervención. Sencillamente, me parece el que me propongo un buen ejercicio para celebrar la inauguración de esta biblioteca que lleva el nombre de fray Luis de León.

No pretendo tampoco ser exhaustivo, ni realizar un catálogo bibliográfico que reconstruya toda la biblioteca del agustino en su celda. Con la biblioteca de Cervantes intentó hacer eso Daniel Eisenberg, a partir de los libros citados o conocidos por el genio manchego. Esa empresa ciclópea para un autor como fray Luis, que vive en torno a la cultura del libro, desborda con creces mi propósito de hoy. Me gustaría tan sólo ponerle lomo a algunas de las obras que vemos en el estante del grabado, mudas, y que el agustino tenía a mano para su trabajo o para su ocio, y hacerlas que nos hablen de fray Luis. No es una investigación bibliográfica ni un análisis de fuentes lo que pretendo, sino el esbozo de un retrato de fray Luis como lector, en contacto con sus libros, una contribución al dibujo de ese perfil intelectual que con tanto acierto trazó Saturnino Álvarez Turienzo3.

Los libros forman. «El ver mucho y el leer mucho aviva los ingenios de los hombres», había escrito Cervantes en su testamento literario (Persiles II, 6). El viajar y el leer se prestan mutuamente sus complejos semánticos para metaforizarse, como ha explicado Jorge Larrosa: Leer es como viajar y viajar es como leer4. Enfrentarse con un libro es iniciar una relación que nos informa y que nos transforma, un viaje de fuera hacia adentro y luego otra vez hacia fuera del que salimos distintos a como éramos. La transformación del hombre por la lectura alcanza su máxima expresión en ese episodio hermoso, que debería estar grabado en la entrada a todas las bibliotecas: el «Tolle et lege» agustiniano (Confesiones, 8, 12, 29).

La existencia de una biblioteca particular reconstruye, recompone la figura del hombre entregado a la aventura de estudiar, al placer de leer. La mera presencia del libro en la biblioteca constituye el «síntoma» del medio intelectual en que se mueve un autor, adscribiéndose a corrientes de pensamiento o planteamientos culturales. El autor es lector, y lector activo. En la vida de un escritor, sus lecturas constituyen con frecuencia el impulso inicial de la creación, esos estímulos literarios de que hablara Alfonso Reyes como «un latido vital anterior al arte»5. Sin embargo, en nuestro caso, no podemos recurrir para rehacer al fray Luis lector, al estudio de las glosas y anotaciones marginales con que sin duda tenía castigados sus libros de lectura y de estudio: sucesivos avatares nos han privado de esa posibilidad. A pesar de todo, los documentos del proceso y otros testimonios nos permiten reconstruir una parte interesante de ese universo libresco.

Junto con esta consideración del autor como lector, debemos tener en cuenta, desde perspectiva histórica, que en ese proceso de la formación de los hombres de letras, los «artistas», como se les llamaba en la terminología de la época, por ser estudiantes de Artes, jugaba un papel esencial la lectura como punto de partida para el ejercicio de las diversas formas de imitación, clave de la enseñanza práctica de la Retórica: desde la traducción hasta la imitación compuesta. El estímulo de la traducción actúa intensamente en fray Luis señalando al menos tres focos de interés del poeta como lector y como creador: la poesía clásica, la poesía italiana y la poesía bíblica. Otros estímulos, procedentes del ambiente humanista, nos pondrán en contacto con lecturas de la antigüedad clásica, y en su vertiente cristiana, con toda la cultura patrística, latina y griega, hacia la que fray Luis siente una especial predilección. Y en fin, las obligaciones profesionales, nos muestran a un fray Luis ocupado en la lectura de los filósofos clásicos y sus comentaristas, de teólogos especulativos y exégetas bíblicos, de la Biblia y sus glosas... Toda la cultura antigua, medieval y renacentista pasa por las manos del agustino, convertido también como lector, en un compendio, una summa de saberes.


La Biblioteca de fray Luis

La abundancia de libros necesarios para esa cultura libresca del humanista cristiano de que dispuso fray Luis en su Biblioteca nos consta por las palabras del Padre Manuel Vidal6:

«Gran copia de libros de una y otra lengua [griego y hebreo] vi i registré en la librería (que nos consumió el incendio del año 1744), firmados i anotados de su mano (que por que nada le faltasse, su letra era clara i bien formada, i mui conocida entre las demás antiguas) i ahun por esto se nos hizo más sensible el daño».



Se refiere al incendio terrible que asoló el Convento de San Agustín en Salamanca. En efecto, el día 9 de octubre 1744 se declaró un incendio que causó gran estrago en la Librería del convento. El P. Manuel Vidal, testigo del siniestro, da cuenta de las grandes pérdidas ocasionadas por el fuego:

«Atentos todos a lo sagrado i a lo más urgente del choro, no pensaron en acudir a esta gran pieza [a la librería], ni a reservar la preciosidad de sus manuscritos i antigüedades [...] Y además de los muchos manuscriptos, nos fue mui sensible la pérdida de las Biblias, preciosíssimas sin duda: pues además de las grandes hermosas Sixtinas, la Complutense i la Regia, perdimos las irrecuperables en pergamino de varia estimable antigüedad. Perdimos también entre muchos millares de libros, los más selectos thesauros, Dictionarios i syntaxis de las lenguas Hebrea i Griega, i muchos de ellos marginados del eruditíssimo i Ven. M. Fr. Luis de León. De todos los impressos en aquella hermosa i vastíssima pieza sólo reservamos como tres dozenas [...] que se habían entresacado como menos útiles»7.



Otro incendio, este en vida de fray Luis había arrasado el convento el 15 de julio de 1589; los daños en la biblioteca personal del agustino no son cuantificables, pero debieron ser cuantiosos, si atendemos a que hubo que desalojar el convento para reparar los daños, y que el claustro universitario salmantino aprobó una ayuda a los agustinos, en atención a cuánta había sido la pérdida para la ciudad y Universidad8.

Sigue causando pesadumbre y pavor el relato de tantas preciosidades bibliográficas perdidas, entre las que se encontraban algunos autógrafos de obras de fray Luis, y es de suponer que igualmente una buena parte de su biblioteca personal, si no toda y sus libros de trabajo, anotados y «marginados» de su mano. Afortunadamente, se conservaron -ironías de la Historia- aquellos autógrafos, hoy considerados preciosos, que habían sido recogidos por el Consejo de la Inquisición para su estudio y calificación, y que quizá hubiesen estado en sus tiempos destinados al fuego por su novedad: las exposiciones romances del Cantar de los Cantares y del Libro de Job.

De parte de esta biblioteca perdida en los incendios del Convento de San Agustín, nos dan cuenta los documentos del proceso inquisitorial9. Por ellos podemos saber, por ejemplo, la diversidad de los estados de ánimo de ánimo que va organizando las lecturas, así como su diferente funcionalidad (espiritual, ociosa, de defensa); o podemos conocer la amplitud de la celda, más bien estudio y los diferentes espacios en los que fray Luis guarda sus libros.

El 5 de abril 1573 pide que la traigan una lista de libros de su biblioteca de Salamanca, necesarios para su defensa. El texto nos ofrece datos preciosos, que subrayo, sobre el contenido y la disposición de la biblioteca:

Los libros que he menester manden Vs. mercedes que se traigan de mi celda para mi defensa son los siguientes:

Una Biblia de Vatablo. Está en los repartimientos de libros pequeños que están sobre el escritorio mayor, encuadernada en tablas y negro.

Una Biblia pequeña de cuarto pliego, impresión de Plantino, encuadernada en papelón y cuero negro, con unas cintas de seda negra.

Una Biblia hebrea pequeña de ochavo en cuatro cuerpos, impresa por Plantino, encuadernada en pergamino y cintas de seda. El un cuerpo estaba sobre la mesa y los tres envueltos en un papel en los cajones altos de la mesa grande en el primer cajón comenzando por la ventana.

Unas concordancias. Son de pliego entero, encuadernadas en tablas y becerro. Están en los estantes de sobre la mesa grande en la parte alta al principio, comenzando de la ventana.

Las obras de san Hilario. Están en la misma parte. Es un libro de pliego en tablas y pie de moro a lo que creo.

El libro que se intitula Bibliotheca Sancta. Está en los mismos estantes de la otra parte del espejo. Es de pliego en tablas y becerro.

Lindano, De optimo genere interpretandi. Ha de haber dos: el uno andaba sobre la mesa; el otro ha de estar sobre los repartimientos pequeños del escritorio mayor. Son de cuarto en pergamino. Y este que está en los dichos repartimientos esta encuadernado junto con otra obra de otro autor, y el Lindano a la postre.

Titelman sobre Job y sobre los Cantares. Son dos cuerpecillos de ochavo en pergamino y cintas de seda. Andaban sobre las mesas.

Un Testamento Nuevo en griego, impresión de Roberto, de ochavo, en papelón y cuero negro. Estaba sobre la mesa.

Una tercera parte de Santo Tomás.



En otras ocasiones se refiere a libros que están «en los estantes de libros que están sobre la mesa grande al fin de ellos»; «en los estantes que están a la mano izquierda como entramos por la celda»; «sobre otros libros en los estantes que están al fin de la mesa grande»; «en los repartimientos de libros pequeños que están sobre el escritorio grande»; «en los estantes de a mano derecha como entramos en la celda»; «en uno de los cajones de la mesa grande». El 15 de mayo de 1574, recuerda haber dejado unos papeles de su mano «entre un libro suyo que estaba a la cabecera de su cama, que se intitula Petro Victoria, Sobre la Ética de Aristótil, que es de pliego, encuadernado en pergamino»10.

Llama la atención la amplitud de espacio que se dedica a los libros en el estudio: un escritorio mayor (luego existe otro de menor tamaño), una mesa grande con libros encima, otra mesa (quizá de escritorio) otros guardados en varias filas de cajones, estantes todo a lo largo de las paredes, en la cabecera de la cama... Además fray Luis reservaba un espacio especial para sus propios escritos, como se comprueba en la audiencia del 30 abril 1574, en que fray Luis es llevado de mañana a que vea entre los papeles que le tomaron en Salamanca los que quisiere presentar para su defensa, para lo cual le fueron mostrados a fray Luis «sus cartapacios y papeles que están en un arca de pino blanco con su llave».

Los libros estarían dispuestos por materias y tamaños («Está en los repartimientos de libros pequeños...» dice en algún momento), como era costumbre en las bibliotecas grandes (así aparecen, por citar solo un ejemplo, en el inventario de la del humanista madrileño Lorenzo Ramírez de Prado).

El lugar de los libros nos permite reconstruir con palabras la amplitud del estudio y celda que el grabador intuía en la imagen citada al principio. Una especie de foto fija de la biblioteca del profesional de la Teología que ha dejado abandonado su trabajo sobre las mesas, sus papeles entre los libros, con la intención de retomarlo pronto o seguirlo en otro rato. El rato de fray Luis se prolongó durante cuatro largos y penosos años.

Pero junto con el espacio nos interesa el número grande de los libros y su cualidad. Del número de libros ya nos ha dado cuenta fray Manuel Vidal («muchos manuscritos... millares de libros»). Fray Luis contaba con una buena situación económica y la subvención de su familia para la compra de libros, según testimonio de su padre, el licenciado Lope de León:

«... y a más de aquello habemos dado al dicho fray Luis nuestro hijo después acá que tomó el hábito de la religión lo siguiente: más de quinientos ducados para libros. Ítem seis mil maravedís en cada año por tiempo de quince años. Ítem quinientos ducados que le dimos para sus grados. Ítem doce mil maravedís que se le han dado en cada un año por tiempo de cinco años que montan sesenta mil maravedís, y los cuales dichos doce mil maravedís se le han de dar en cada un año mientras viviere, por el dicho Miguel de León»11.



Pérez Pastor publicó la noticia de varios poderes de fray Luis de León para cobrar 500 reales que Francisco de la Hoz le trae de Perú, en 1587 y de cuyo origen nada se sabe, aunque el destino del ingreso extra bien podría ser la compra de libros12.

Esta capacidad económica le lleva igualmente a pedir desde la cárcel el 6 de mayo,1575 que se le compren los libros que necesita y le faltan para elaborar su defensa, en concreto los comentarios de Castro sobre Isaías y la Biblia de Vatablo, impresa por el librero Portonaris:

...digo que para mi defensa tengo necesidad del libro que escribió el Maestro León de Castro sobre Esaías y de la Biblia de Vatablo que imprimió Portonariis librero por orden de los Señores del Consejo General de la Inquisición, los cuales libros, no tengo en mi librería, y ansí suplico a Vuesas Mercedes manden que se compren a mi costa y se me den con brevedad.



Por este camino se explican las deudas contraídas con algunos libreros, como veremos después, lo cual nos vuelve a dar indicio del gasto no pequeño en libros del fraile.

Con ese dinero podría fray Luis no sólo comprar abundantes libros, sino además tener a su servicio copistas a sueldo, bien profesionales «escritores de libros», como se les llama en la época13 o bien, probablemente, estudiantes pobres que de esta manera sufragaban sus estudios, según era costumbre14. Así nos habla en el documento del 29 de julio de 1573, dejando constancia también del abundante número de libros de mano y otros papeles acumulados en cartapacios:

que entre los papeles de mis leturas, que están en poder de Vuesas Mercedes, hay muchos cartapacios de los cuales algunos dellos no son míos, sino de otras personas que me los prestaron; y otros, aunque son míos, pero lo en ellos contenido no es cosa compuesta por mí ni de mis leturas, sino cosas compuestas por otras personas doctas. Las cuales yo había hecho trasladar a mis escribientes.



La elaboración de cartapacios manuscritos por «escritores de libros» era habitual en la época, ya que la imprenta no consiguió acabar con la costumbre de copiar (o mandar copiar) a mano libros enteros o partes de ellos. Además, la lectura docta y profesional de los autores se traduce en extractos, sumas del contenido o comentarios personales, que se guardaban igualmente en cartapacios para su uso posterior. Entre los papeles de mano acumulados en esos cartapacios, debemos suponer también un buen número de copias de poemas propios y ajenos, pues el manuscrito es la forma privilegiada de circulación de la poesía en el Siglo de Oro15.

Pero junto con la cantidad, el proceso nos descubre igualmente la calidad y la cualidad de los libros adquiridos. La descripción de los ejemplares de su biblioteca para su mejor localización por los inquisidores nos muestra toda la variedad de tamaños y encuadernaciones, libros caros, con encuadernaciones «de pie de moro» (probablemente la encuadernación que llamamos mudéjar), «en tablas y badana» o «badana envesada», «en tablas y becerro», «en cordobán negro», «en becerro negro», «cuero negro, dorado el corte», «con unas cintas de seda negra», con el «corte colorado» o más comunes «en pergamino», y de todos los tamaños; de pliego; de folio, de cuarto de marca, en cuarto, en ochavo...

Y finalmente ¿cuáles y para qué son los libros con que fray Luis llena su tiempo según el proceso? El 27 de marzo de 1572 entra en la cárcel de Valladolid. Apenas tres días después ya pide (además de una imagen de la Virgen o un crucifijo de pincel) tres libros: las Quincuagenas de San Agustín (es decir, las Enarrationes in CL Psalmos), De doctrina christiana, un San Bernardo y un fray Luis de Granada De oración (31 de marzo de 1572). Fray Luis se apresta a pasar el tiempo que pueda leyendo y para ello solicita libros de lectura espiritual que le reconforten en el trance que va a afrontar, libros que formaban parte de esas lecturas espirituales propias del ascetismo y de la devotio moderna, junto con su padre San Agustín, libros casi de cabecera. Aún no sospecha que el tiempo será largo y que poca ocasión le quedará para la lectura devota, aplicado a contestar a las acusaciones y escribir detalladamente en su defensa.

Al año, un nuevo pedimento nos muestra otro ámbito de lecturas. El 5 de abril de 1573, en la lista reproducida arriba encontramos: una Biblia de Vatablo; Una Biblia pequeña de cuarto pliego, impresión de Plantino; una Biblia hebrea pequeña de ochavo en cuatro cuerpos, impresa por Plantino; unas Concordancias; las Obras de san Hilario; la Bibliotheca Sancta de Sixto de Siena; Lindano, De optimo genere interpretandi; Titelman, sobre Job y sobre los Cantares; un Testamento Nuevo en griego, impresión de Roberto; una tercera parte de Santo Tomás.

Nos encontramos aquí con las lecturas de un profesional de la exégesis bíblica que se apresta a trabajar duro elaborando argumentaciones con los instrumentos que le son propios: biblias políglotas y testamento griego, concordancias, un Padre de la Iglesia, el doctor Angélico, un teólogo contemporáneo de prestigio e indudable ortodoxia, como Titelmann, y dos manuales autorizados sobre los métodos exegéticos y los sentidos de la Escritura. El hecho de que se recurra a las fuentes originales (biblia en hebreo, evangelio en griego) apunta hacia la actitud intelectual propia del humanista cristiano16. En el fondo, como se ha señalado muchas veces, lo que se despacha en el proceso contra fray Luis son dos formas de entender la labor del teólogo positivo.

El 30 de enero de 1574 fray Luis firma el recibo de una nueva entrega de libros que había pedido, probablemente un mes antes:

La Glossa Ordinaria sobre los profetas mayores y menores.

El escrito de Santo Tomás sobre el IV de las Sentencias. Está encuadernado en tablas y badana, y está en los estantes de libros que están sobre la mesa grande al fin de ellos.

Los opúsculos de Santo Tomás, en tablas y becerro, en los mismos estantes, en la misma parte.

Las obras de Justino Mártir. Son en griego, en tablas y badana envesada. Tienen el corte colorado y está rotulado con letras griegas. Y está en los estantes que están a la mano izquierda como entramos por la celda.

Un Homero griego y latino, que está en los mismos estantes, encuadernado en tablas y badana envesada y el corte colorado.

Un vocabulario griego de marca, de cuarto de pliego grande, encuadernado en pergamino. Ha de estar sobre otros libros en los estantes que están al fin de la mesa grande.

Una Gramática de Vergara griega. Es de cuarto en papelón y badana amarilla. Está en los repartimientos de libros pequeños que están sobre el escritorio grande. Y otra Gramática de Tomás Linacro de la misma marca, en pergamino que está en los mismos repartimientos.

Un Horacio y un Virgilio de que hay hartos.

Un librillo que se intitula De extremo iudicio. [Probablemente la obra de Johannes Fredericus Lumnius, editada en Amberes en 1568, entre otras obras] de cuarto y en pergamino. Andaba sobre las mesas. Está junto con él una obrecilla del cardenal Seripando.

Las obras de Aristótil en griego, en un cuerpo, tablas, badana amarilla. En los estantes de a mano derecha como entramos en la celda.



Se repiten los libros instrumentales (la Glosa ordinaria, un vocabulario griego, dos gramáticas, una griega y otra latina), el fundamento de toda la lógica escolástica (Aristóteles, ampliamente citado en las argumentaciones del proceso), los doctores de la Iglesia (Santo Tomás, san Justino Mártir, en griego), la Teología contemporánea (Lumnius). Incluso le traen dos libros más que no había pedido, y fray Luis los devuelve, pues aparecen borrados de la lista, porque, como anota el secretario los «volvió el padre fray Luis porque no eran suyos».

Pero junto con ellos, llama la atención la petición de textos que difícilmente se justifican como imprescindibles para la defensa. En su lista se han colado Homero, Horacio y Virgilio «de que hay hartos». ¿Cuántas ediciones tenía fray Luis en su celda, en su biblioteca particular, de los clásicos amados, frecuentados, traducidos, aprendidos de memoria? El dato nos vuelve a hablar de la capacidad del agustino para adquirir libros; pero más interesante es aun el hecho de que esta aparición nos deja ver a un fray Luis que no puede prescindir de la lectura, y que necesita a sus clásicos amados para «sobrevivir» en la penuria del proceso y la oscuridad de la celda.

El 16 de julio de 1575 pide, junto con una saya de estameña blanca y un manto que «está en el arca del escaño», varios libros:

Las obras de San León Papa. Es libro de pliego, encuadernado en pergamino.

Una biblia hebrea en un cuerpo. Es de cuarto de pliego grande encuadernada en cordobán negro y papelón.

Un Sófocles en griego. Es de cuarto de pliego grande en papelón y becerro negro.

Un librillo que se intitula Le prose di Bembo. Es de cuarto de pliego pequeño en pergamino.

Un Píndaro en griego y latín. Es un librillo pequeño de octavo en papelón y cuero negro dorado el corte. Quedó en uno de los cajones de la mesa grande.



De nuevo encontramos al fray Luis lector «íntimo» podría decirse, que llena su tiempo con la lectura no profesional, sino «ociosa». Dos clásicos griegos, el trágico y el lírico, que alimentan el gusto por los clásicos, y que quizá mantienen vivo el estro poético mediante el ejercicio de la traducción. Y un italiano, Bembo, cuya influencia en algunas partes de De los nombres de Cristo es tan llamativa. Esta lectura parece anticiparnos que fray Luis está ya en ese tiempo dando vueltas en su cabeza o tomando notas para su obra cumbre en castellano, en la que la huella de Gli Asolani es bien visible. Sin embargo, no debió de recibir este pedimento, porque el 23 de noviembre, ya muy debilitado y desmoralizado por la tardanza, pide audiencia para decir que «pidió unos paños y libros y le han traído los paños y no los libros, que suplica se los manden dar». La súplica nos indica otra vez la necesidad casi vital que siente fray Luis por la lectura, y que mantiene con ella vivo su ánimo y despierto su ingenio.

El proceso, en fin, nos muestra a un fray Luis lector, sobre todo de lo necesario para su defensa, pero a medida que se alarga el proceso, libros en los que pueda encontrar, apoyo a sus trabajos, consuelo espiritual, o recreación (si es que puede haber recreación y ociosidad en el tiempo de un preso en aquellas condiciones). Las lecturas de fray Luis nos hablan de su fortaleza de espíritu y de su voluntad de salir de aquella experiencia terrible en buena forma intelectual. Recuerda la experiencia de esos presos que confiesan haberse impuesto una autodisciplina férrea para mantener la forma física o no enloquecer en un zulo.

El 12 de diciembre de 1576 vio fray Luis de nuevo la luz de la calle, absuelto de los cargos y se prepararía para regresar a Salamanca. Algunos libros regresarían en el carro de un arriero, como era costumbre. Otros quedarían en poder de la Inquisición, pues los libros pedidos durante el proceso, eran recogidos y custodiados por el Santo Oficio. O deberían de serlo, porque entre la ida y venida de papeles, se pierden algunos, como el manuscrito de Arias Montano con los Cantares, y dos biblias de Vatablo, por lo que la Inquisición de Madrid reprehende a la de Valladolid por la poca cuenta que se tiene con libros de tanta importancia, y pide que se busquen con diligencia. El libro de mano de los Cantares no aparece, «buscándole entre muchos libros de los que aquí están recogidos», pero sí aparece la Biblia de Roberto Stéfano con escolios de Vatablo.

En la sentencia final contra fray Luis se ordena que únicamente se recoja el cuaderno de los Cantares traducido en romance. Los libros, pues, volvieron a sus estantes y a sus cajones, los cartapacios a sus arcas, los papeles a las mesas. Y pronto la celda de fray Luis se irían llenando con nuevos volúmenes y nuevos papeles.

De regreso a Salamanca, fray Luis continuaría con su vida universitaria y por lo tanto en contacto con las novedades editoriales. Sabido es que la ciudad del Tormes fue un atractivo centro de producción y difusión editorial, como muestran los estudios recientes de Ruiz Fidalgo y Bécares17. «Una ciudad pequeña, pero donde una tercera parte de sus gentes, como mínimo eran estudiosos y estudiantes de su universidad [...] y donde la demanda de textos escolares y profesionales tenía que ser muy alta» (Bécares, 2006:20). En 1559 había 15 librerías en Salamanca, según consta por la visita ordenada ese año por la Inquisición. Es evidente que si los libreros e impresores acuden a Salamanca es por el atractivo comercio que ofrece su Universidad, aunque no renuncien a otros campos de la producción editorial como los libros litúrgicos o la legislación, cartillas, libros escolares de latinidad, pliegos, etc.

En ese ambiente, fray Luis se mueve como pez en el agua. Podemos imaginarlo visitando las librerías para saber de las últimas novedades y comprar aquellas que le apeteciesen. O acudiendo a las imprentas para negociar con los impresores la publicación de sus obras. Es este un capítulo interesante de la relación de fray Luis con libros, al que me he podido referir en otras ocasiones a propósito de la publicación de De los nombres de Cristo, en 158318.




Fray Luis y los libreros

Si hacemos una secuencia cronológica de los libros impresos en vida de fray Luis, podemos ir viendo cómo evoluciona su relación con los libreros. Fray Luis ha publicado sus primeros trabajos en la imprenta de Lucas de Junta. No deja de ser curioso que fray Luis de León, el 28 de marzo de 1577, actuara como juez comisionado para resolver la dispensa de matrimonio de Lucas de Junta con Lucrecia Gast Junta (Hija de Matías Gast y Lucrecia de Junta), primos en segundo grado de consanguinidad19. El taller de Lucas de Junta está activo entre 1580-1584, pero probablemente el conocimiento de fray Luis deriva de ese acontecimiento familiar. La relación entre ambos librero y profesor, se hace explícita en 1575 (17 de marzo), cuando Lucas de Junta se persona en el proceso para afirmar que fray Luis le debe 45.464 maravedís y pide que se le pague, por ser deuda antigua. Manda fray Luis que se le paguen 100 ducados a cuenta de los 60.000 maravedís que le debe su hermano, Miguel de León (acumulados de los 12.000 anuales del mayorazgo que su padre le dejó, y que no ha cobrado desde 1570). La deuda provendría de la compra de libros (quizá de los tiempos de estudios de fray Luis)20 y la cantidad no es pequeña, si se piensa que el sueldo anual de un inquisidor ascendía a 150.000 maravedís21. El caso es que en la imprenta de Lucas de Junta salen los primeros libros de fray Luis (esta vez sí, los escritos por él), en 1580 y 158222. ¿Sería esta concesión una forma de pago? Los primeros libros de un fray Luis recién salido en triunfo de la cárcel, debieron ser sin duda un buen negocio en la Salamanca del quinientos.

No está claro por qué no acude fray Luis en 1583 para la edición de su primera obra en romance, De los nombres de Cristo, al mismo impresor Lucas de Junta, que además no está comprometido en esa fecha con trabajos de envergadura; no obstante, el hecho de que cierre el taller en 1584 (año en que publica una sola obra) puede hacernos suponer que ya a mediados del año anterior esté en retirada y no acepte trabajos nuevos. El caso es que, quizá por la conciencia de estar dando a luz una obra incompleta que iba a verse pronto completada, quiso probar en la imprenta de Juan Fernández, (del que hay pocos datos) cuyos talleres producen gran cantidad de libros pero con escasa calidad tipográfica y que tiene comprometidos una gran cantidad de trabajos23; el hecho es que no debió de quedar contento fray Luis con el trabajo del impresor o surgieron con él otras desavenencias, ya que no vuelve a recurrir a sus servicios ni para las siguientes ediciones, ni para otras obras24.

Para la segunda edición, la primera completa de la obra, es decir, con los tres libros, opta por los talleres de los herederos de Matías Gast, herederos de un taller de imprenta con gran prestigio y relaciones comerciales con libreros e impresores de toda Europa, y hermanos de su antiguo impresor Lucas de Junta, con lo que volvía a poner sus obras en manos del negocio familiar de los Junta. Estos talleres están en 1583 ocupados con la impresión en cuatro tomos en folio de la Introducción del símbolo de la fe de fray Luis de Granada, además de otras obras del propio Granada, con lo que no es extraño que la obra de fray Luis no pudiera salir entonces de sus prensas. El mismo año en que trabajan en el texto de fray Luis, los herederos de Matías Gast imprimen los Commentaria in Oseam Prophetam de León de Castro, así que es posible que los dos profesores enemigos de antaño coincidieran también en la imprenta. Más tarde, en 1585, publican el Apologeticus pro lectione apostolica et evangelica pro Vulgata Divi Hieronimii, Pro translatione LXX virorum Proque omni Ecclesiastica lectione contra earum obstrectatores de León de Castro, en cuyo título se percibe el deseo de retomar las polémicas que dieron con fray Luis en la cárcel. El prestigio del taller entre los dominicos por la impresión de las obras de Granada y esta coincidencia con su enemigo, podrían quizá explicar el cambio de taller de imprenta para la siguiente edición.

El colofón de esta edición está firmado por Cornelio Bonardo, en 1586. Con Cornelio Bonardo, impresor de origen holandés, casado con Jerónima, hija de Lucrecia de Junta y de Matías Gast, y por tanto yerno y heredero del taller familiar, tiene fray Luis también un largo pleito. Desconocemos las condiciones económicas en que se firmó la edición, pero lo cierto es que, seguramente como resultado de ella, todavía en 1590, ya difunto Cornelio Bonardo, fray Luis está enredado en un pleito con sus herederos, por una adeuda de 2.800 reales, que continúa en enero de 159125. Es de suponer que el tipo de contrato que fray Luis estableció le aseguraba la conservación del privilegio adquirido en 1583 para la impresión de su obra, que puede pasar así a otros libreros a su conveniencia, a cambio, quizá, de asumir una parte de los costes de financiación. Finalmente, fray Luis, por librarse de pleitos y asegurarse el cobro de algo de la deuda acepta el pago de 1000 reales por parte del otro pleiteante contra Bonardo, que no es otro que el librero (es decir, poseedor de una tienda de libros) Julio de Junta:

«Yo, el dicho padre maestro fray Luis de León me temo que cuando se me mande pagar de los dichos bienes, los dichos 2800 reales y llegue el tiempo para los cobrar, no quedarán bienes ningunos, y cuando algunos queden, serán tan pocos, que dellos no pueda ser pagado de toda la dicha cantidad, que ansí me quedé debiendo por el dicho Cornelio Bonardo y se me quedarán a deber mucha parte, cuando no sea la mayor parte della; e ansí por esto, como porque los lances de los pleitos y ejecuciones de las sentencias suelen ser y son dudosos y costosos, por quitarme de pleitos y evitar el dicho riesgo, me he convenido y concertado con el dicho Juan de Junta, de que por toda la cantidad que ansí me debe y tengo de haber [...] me dé y pague mill reales que valen 34.000 maravedís, pagados en cuatro años, en cada año ducientos y cincuenta reales, y que para ello haga escritura en forma, y que con esto me contento y aparto del dicho pleito e pretensión que tengo a los dichos bienes».



A fray Luis le interesaría estar a bien con el librero Juan de Junta establecido en Salamanca, porque le permitiría seguir a través de él en contacto con el mundo de la producción impresa.

Por último, fray Luis se asienta desde 1587 con un librero a cuyas prensas va a entregar sus siguientes trabajos hasta su muerte. Se trata de Guillermo Foquel, flamenco, natural de Brujas, especializado en obras litúrgicas y que mantiene relaciones con las prensas prestigiosas de Plantino en Amberes26, que ilustra habitualmente con bellos grabados y materiales tipográficos desconocidos hasta ese momento en Salamanca. Nuevo cambio de impresor, en busca quizá de la calidad tipográfica del librero. De hecho, la edición de De los nombres no sólo es la mejor en cuanto a la limpieza del texto, sino que sale ornada con un emblema más rico tipográficamente, un grabado de contraportada orlas y otros adornos, así como con unos tipos más limpios y claros. Por fin había encontrado fray Luis de León un impresor a la altura de sus exigencias y su gusto, y a él parece ceder la exclusiva de sus trabajos desde este momento: con Guillermo Foquel publica fray Luis sus ediciones posteriores (1589, In Cantica, In Psalmum..., In Abdiam..., In Epistola ad Galatas; 1590, De utriusque agni Typici…), y a él se encomienda en 1588 (con reedición en 1589) la impresión de Los libros de la Madre Teresa de Jesús que con tanto esmero filológico había preparado el agustino.




El lector especializado. La lectura de las obras de Santa Teresa

Esta obra merece un capítulo especial en este repaso, porque nos pone en contacto con el fray Luis que lee «profesionalmente», es decir, con la intención de editar unos manuscritos, de valorar su mérito literario y su doctrina teológica. Como crítico textual, como humanista de múltiples lecturas y como teólogo debe actuar, con competencia y prudencia dados los «tiempos recios» en que vive la espiritualidad.

Son conocidas las circunstancias en que la Madre Ana de Jesús le encarga a fray Luis la edición de las obras de la Santa en 1586. En 1587 fray Luis ha firmado la censura breve, firmada en San Felipe de Madrid. En 1588 sale la primera edición en las prensas de Guillermo Foquel, y en 1589 la segunda, en la misma imprenta27. Ambas ediciones (y todas las posteriores) salen acompañadas de una Carta dedicatoria a las madres priora Ana de Jesús y religiosas carmelitas descalzas del monasterio de Madrid, el Maestro Fray Luis de León. Lo primero que leemos en esa carta es una hermosa paradoja sobre la que se construye el propósito retórico inicial de la captatio: publicum attentum parare:

Yo no conocí ni vi a la Madre Teresa de Jesús mientras estuvo en la tierra; mas agora que vive en el cielo la conozco y veo casi siempre en dos imágenes vivas que nos dejó de sí, que son sus hijas y sus libros.



Y los libros de la santa son, entonces, libro vivo, como el que el Señor le dio a esa gran lectora que era Teresa (Libro de la vida, 26, 5): «Cuando se quitaron muchos libros de romance, que no se leyesen, yo sentí mucho, porque algunos me daba recreación leerlos y yo no podía ya, por dejarlos en latín; me dijo el Señor. No tengas pena, que Yo te daré libro vivo». Es curioso, porque aquí fray Luis le da la vuelta a la metáfora clásica (y desgastada) del libro de la naturaleza o el hombre como libro. Para fray Luis no es que el hombre pueda leerse como si fuera un libro, interpretando su naturaleza humana, sus actos... No, el libro es el hombre. En el libro se lee al hombre, concediendo así una importancia esencial a la lectura. Los libros son un espejo de la persona; incluso reproducen una imagen más sólida, porque son también testigos de la virtud, entendida por fray Luis en su sentido etimológico, como la cualidad de excelencia del vir, es decir, virilidad sin que tenga el término marca de género: verdad, valor, madurez humana, excelencia de carácter y de mente, mérito moral, tal y como lo usa Séneca, en De Beneficiis (4.2.3.): ego sine virtute nego beatam vitam posse constare...

En este párrafo inicial se juntan los elementos que constituyen el centro de la cultura humanística de fray Luis y le convierten en la auténtica cumbre del humanismo, el punto más alto donde confluyen las tradiciones culturales que recorren el Humanismo. Por un lado, la cultura clásica y renacentista, que se percibe detrás de una concepción de la Fama que nos sitúa tan cerca del Manrique que llorando la muerte de su padre encuentra consuelo en la memoria de sus hechos («pues otra vida más larga/ de fama tan gloriosa /acá dejáis»). El hombre perdura en sus obras, es idea de la Fama que recorre el Renacimiento planteada ya por Séneca (en la epístola 102, por ejemplo) y los estoicos, de que la celebridad que se obtiene después de la muerte es un bien. En el mismo epitafio que había en la sepultura de fray Luis en el convento de Salamanca, en el claustro delante del altar de nuestra Señora del Populo, se podía leer la misma idea: Mag. Fr. Luisio Legionensi... non ad memoriam, libris inmortalem, sed ad tantae iacturae solatium, hunc lapidem a se humilem an ossibus illustrem Augustiniani Salmant. P.: «Al Maestro... no para memoria, que es inmortal por los libros, sino como consuelo a tan gran pérdida, pusieron esta lápida los agustinos de Salamanca...»28. La gloria intelectual, opuesta a la efímera terrena, perdura en la eternidad y por eso es más deseable. Es idea que se difunde ampliamente por la Edad Media (como ha mostrado Lida de Malkiel y Curtius)29.

Por otro lado, la Biblia, como libro donde puede encontrarse todo cuanto importa para la vida del hombre:

Que, como dice el sabio, el hombre en sus hijos se conoce (Eccl. 11.30). Porque los frutos que cada uno deja de sí, cuando falta, ésos son el verdadero testigo de su vida, y por tal le tiene Cristo cuando en el Evangelio, para diferenciar al malo del bueno, nos remite solamente a sus frutos: De sus frutos los conoceréis (Mt. 8, 16).



Y no es casualidad que fray Luis cite un libro sapiencial y el Nuevo Testamento, marcando así la continuidad ideológica y la realización del tiempo en la palabra de los Evangelios, siguiendo esa interpretación tipológica tan querida a la Teología de la época.

La Antigüedad, revitalizada por la cultura renacentista y la Sagrada Escritura constituyen el peso del humanismo de fray Luis, en el proceso de apropiación de la cultura profana que ha aprendido en su maestro San Agustín, Expoliare Aegyptios. Fray Luis es aquí campana en que resuenan todos los armónicos de la cultura del libro. Estos mundos culturales son los que se ven favorecidos por la labor de la imprenta en los primeros años de disfrute del nuevo invento, y son el fundamento de cualquier biblioteca humanista.

«Y ansí, siempre que los leo, me admiro de nuevo». La lectura repetida de la obra de santa Teresa muestra una predilección especial por el estilo, analizado como unión retórica de lo que se dice («en la alteza de las cosas que trata») y la forma de decirlo, el decorum («y en la delicadeza y claridad... y en la forma del decir y en la pureza y facilidad del estilo y en la gracia y buena compostura de las palabras, y en una elegancia desafeitada que deleita»): la claridad, la pureza la buena compostura y la elegancia son los principios retóricos clásicos de la perspicuitas, latinitas y ornatus; si bien el gran lector de los clásicos precisa que se trata de una «elegancia desafeitada». Mi maestro García de la Concha ha dejado escritas palabras definitivas sobre este «concertado desconcierto»30.

Pero, además, la lectura, la frecuentación de la santa, permite a fray Luis trazar un proceso hermenéutico, por el cual la mano de la santa pone luz en las cosas oscuras y enciende fuego con sus palabras en el corazón del que las lee, «quitándole de los ojos y del sentido todas las dificultades que hay». Leer es abrir un proceso de conocimiento y de perfección, incendiarse en las mismas pasiones que sintió el escritor y aspirar a alcanzar lo que él (ella en esta caso) ya ha alcanzado («tan ansiosa del bien, que vuela luego a él con el deseo que hierve»). El lector reescribe el libro.

Que dejados aparte otros muchos y grandes provechos que hallan lo que leen estos libros, dos son, a mi parecer, los que con más eficacia se hacen. Uno, facilitar en el ánimo de los lectores el camino de la virtud; y otro, encenderlos en el amor de ella y de Dios.

Y esos mismo efectos de la reescritura del libro que es la lectura, experimenta fray Luis, convertido en lector, y en lector frecuente, como hemos visto de la Santa. La lección de estos libros, dice, mejora y hace espirituales perfectos. Es, de nuevo lo recuerdo, la misma experiencia del Tolle et lege agustiniano, («...porque luego, en leyendo esta sentencia, como un rayo de luz que penetró en mi corazón todas las tinieblas de mis dudas desaparecieron»), y que ha provocado también en Santa Teresa lágrimas de emoción (Vida, 9, 8):

«Como comencé a leer las Confesiones, paréceme me veía yo allí. Comencé a encomendarme mucho a este glorioso Santo. Cuando llegué a su conversión y leí cómo oyó aquella voz en el huerto, no me parece sino que el Señor me la dio a mí, según sintió mi corazón. Estuve por gran rato que toda me deshacía en lágrimas, y entre mí misma con gran aflicción y fatiga».



Convertido en lector especializado, fray Luis actúa además de como crítico literario, como crítico textual, como auténtico filólogo. Él mismo nos advierte que no se ha limitado a cumplir lo que el Consejo Real le encomendó, «verlos y examinarlos», es decir, actuar como el censor que aprueba tras su lectura los contenidos y autoriza su edición. Podía en este encargo haber despachado el asunto con una de esas aprobaciones de rutina que estamos acostumbrados a leer en los impresos áureos, y que el mismo fray Luis practica en la censura de la Summa de tratos y contratos de Tomás de Mercado (Salamanca, 1569) «Yo he visto este libro... y paréceme que el autor dél es hombre de mucho ingenio y doctrina, y el libro muy acertado y provechoso» o a López Montoya, Libro de la buena educación y enseñanza de los nobles (Madrid, 1587, pero la edición no sale hasta 1595). O a la Historia natural y moral de las Indias de José Acosta en 1589, impresa en Sevilla, 1590. No. Fray Luis confiesa haberse tomado con ellos un «trabajo no pequeño», asume el papel de editor, y actúa como un auténtico filólogo, cotejando los testimonios, «que estuvieron en mi poder muchos días». Cotejar es precisamente lo que hace el editor, que enfrenta los diversos testimonios para establecer las variantes, con voluntad de depurar el texto y que salga limpio, lo más cercano posible a la voluntad del escritor, sin errores, o sea, en palabras de fray Luis, «reducirlos a su propia pureza, en la misma manera en que los dejó escritos de su mano la Madre, sin mudarlos ni en palabras ni en cosas, de que se habían apartado mucho los traslados que andaban»; en otras palabras, preparar un original de imprenta de garantías sobre el que trabaje el impresor. Por otra parte, sabido es que el proceso de impresión de un libro en el siglo XVI se incorporaban tantos errores como en la difusión manuscrita. Hay que pensar en cajistas a veces inexpertos leyendo los originales, a veces tortuosos y no limpios, y componiendo a mano página a página lo que se va mandar a los tórculos. Por eso también es necesario cotejar el original de imprenta con lo impreso. Entiendo que la lectura filológica de fray Luis es doble, por un lado, cotejando los testimonios o traslados manuscritos para llevar al editor un original de imprenta limpio; y por otro, cotejando que lo impreso se ajusta al original. Ciertamente, un trabajo no pequeño, como atenúa con la lítote fray Luis. «Ansí que yo los he restituido a su antigua pureza», concluye con orgullo de filólogo de raza. La lectura filológica nos da una nueva dimensión del fray Luis lector, no distraído y ocioso, o laborioso y académico, sino lector profesional, ojo avizor de los problemas del texto, materiales y literarios. Y esto es así, aunque fray Luis trabaja con los condicionamientos de la filología de su tiempo, que concede mucho peso al iudicium del editor para modificar algunos pasajes oscuros, o en el caso de fray Luis, comprometidos teológicamente. Él mismo conoce en sus carnes los daños que pueden provenir de una lectura errónea o corrompida y por eso se adelanta a asegurar la limpieza del texto y a apostillar y glosar los pasajes comprometidos. No obstante esto, no pudo evitar la reacción de quienes vieron en su edición peligros contra la ortodoxia, y la denunciaron a la Inquisición31.

No cabe duda de que en la biblioteca de fray Luis, entre esos libros mudos del grabado, debemos colocar en un lugar preferente, primero los manuscritos, con los que trabajó como filólogo, y después la edición, prologada por él, de los libros de libros de la Santa.

Y termino.

Libros de trabajo, libros de ocio, libros en los que se refleja el alma de fray Luis. Aquí sólo han salido algunos, pero faltan muchos otros que completan ese perfil humano e intelectual, al que me refería al principio. «Pocos pero doctos libros juntos», para establecer esa «conversación con los difuntos» que es la construcción del presente con el pasado mediante la lectura. Al fin y al cabo, la vida de un profesor universitario y de un poeta gira inevitablemente en torno a los libros.

Hablaba al principio de los pavorosos incendios de 1589 y 1744, que acabaron con los libros y con las piedras. Allí donde estuvieron unos y otras, queda hoy un solar en el que pueden verse tristes despojos de aquella gloria. Sobre ellos se quiso edificar no hace mucho una biblioteca, la Biblioteca de Humanidades de la Universidad de Salamanca que quizá hubiera podido, hubiera debido llamarse Biblioteca Fray Luis de León. El proyecto se encargó a uno de los más importantes arquitectos de la actualidad y más respetuosos con el entorno y el pasado, Álvaro Siza. Sin embargo, no ha querido el destino, los ardides políticos o el presupuesto universitario, que ese proyecto se llevara a buen término. No desesperemos, ¿qué mejor destino que una biblioteca de Humanidades para el suelo sobre el que vivió, trabajó, leyó y descansó fray Luis de León?

Y si no se logra, asumiremos el profético pronóstico de Fray Juan de los Ángeles, Triunfos del amor de Dios, prólogo, (Medina, 1590, fol. 2r):

no solamente no basta la vida para ser perfectos en todas las ciencias, mas ni aun para leer la milésima parte de lo que de cada una se escribe. [...] ¿Quién agotará tantas librerías? ¿Quién leerá tantos libros?









 
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