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Apéndices

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I. Carta inédita de Miguel de Unamuno a A. Azorín Polo

     La carta que hoy doy a la luz está fechada en Salamanca el 21 de septiembre de 1935, casi un año antes de la muerte de Unamuno. Su destinatario es Antonio Azorín Polo (125), natural de Yecla y hombre destacado de la cultura local. La carta de Unamuno responde a una invitación del Sr. Polo para que el rector salmantino visite Yecla como mantenedor de los Juegos Florales a celebrar en octubre de 1935. La importancia de esta carta es mínima si excluimos el valor que puede tener como documento inédito. No obstante, para nuestro trabajo interesa por, una de sus afirmaciones: el rechazo de los Juegos Florales. Dentro del apartado de los viajes, Unamuno recorre España llevado por conferencias, discursos, etc. Uno de los motivos de sus desplazamientos es el de servir de mantenedor de los Juegos Florales (126). Pues bien, en esta carta Unamuno critica dichos juegos, lo que resulta poco sorprendente. [94]

     Procedamos a transcribir la carta.

           Sr. D. Antonio Azorín Polo

Yecla

     Yo no tengo la culpa, señor mío, de que usted haya tenido que volver a escribirme por no haberle contestado a su primera.

     Es el caso que siempre fui adverso a eso de los Juegos Florales o certámenes literarios y más organizados por comisiones de festejos. Es cierto que tomé parte -alguna vez ruidosa- en alguno de ellos pero tomándolos de pretexto para manifestaciones que poco o nada tenían que ver con la poesía ni con el arte. Que creo que nada ganan con semejantes certámenes ni en ellos se revelan poetas. La última vez que me llevaron a uno de esos espectáculos fue en Albacete (127). Me resistí pero tales presiones ejercieron sobre mí que me ablandé y rendí, pero fui tan amargado que estallé contra la fiesta y me propuse no volver a recaer.

     He leído los temas y me creo en el deber de decirle que nada de eso tiene que ver con la literatura y el arte, que no se cría así en estufas. Es triste cosa, créame, que la juventud que siente vocación a la literatura, la poesía y el arte se entretenga en esas diversiones que están bien para una tertulia casera, con asistencia de muchachas, algunas de las cuales pueden ir para recitadoras. Oficio peor que el de Miss.

     Dirá usted que soy puro. Perdóneme pero en su primera carta adiviné un modo de conceptuar y sentir la competencia entre jóvenes aficionados que me alarmó.

     Bien, muy bien está cultivar la poesía y el arte pero es peligroso para su más alto empleo rebajarlos a festejo.

     De todos modos le quedo agradecido a haberse acordado de mí, pero -se lo repito- mi estado de ánimo me impide distraerme en eso. Serán acaso los años...

     Y cuente con la consideración de

Miguel de Unamuno

Salamanca 21-IX-35 [95]

          

[96]



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II. Pago de conferencia en la Sociedad «El Sitio»

     Reproduzco nota con el pago de una conferencia pronunciada por don Miguel en la Sociedad El Sitio de Bilbao, de la que fue socio Honorario como aliciente a tener en cuenten algunos de sus viajes.

           Sello de la Sociedad (fecha)

Sr. Don Miguel de Unamuno

SALAMANCA

Muy distinguido Sr. mío:

                                      Cumpliendo acuerdo adoptado por la junta Directiva de esta Sociedad, me complazco en adjuntarle un Ch/ o s/o y s/Banco Mercantil de esa, por valor de Ptas. 750'00; cantidad que esta Sociedad acostumbra a dar a los Sres. conferenciantes de fuera de la localidad que han ocupado nuestra Tribuna y que no han hecho el viaje de exprofeso para ello.

Con este motivo me reitero de Vd. affmo. s. s.

q.e.s.m.    

Sello Sociedad

Firma     

          



     Textos complementarios



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III. Dos modos de ver una excursión: Nicolás Oliva y Miguel de Unamuno

     En el mes de julio de 1909, Miguel de Unamuno realizó una excursión de cinco días por tierras extremeñas, castellanas y pasiegas. Como la mayor parte de sus andanzas vio la luz en forma de artículo ese mismo año, y fue recopilado posteriormente, en 1911, en su obra Por tierras de Portugal y de España, con el título de «Excursión».

     El artículo puede dividirse en tres partes que corresponden a dos excursiones: [97]

     a) una primera de presentación y en la que teoriza acerca de la importancia y de la necesidad de realizar excursiones;

     b) una segunda parte dedicada a sus andanzas por Béjar, Avila, Segovia...

     c) una tercera dedicada a su segunda excursión por tierras del norte y con diferentes compañeros que los de su anterior andanza.

     El 19 de julio de 1909 aparece publicado en el periódico salmantino El Lábaro un artículo firmado por Nicolás Oliva, cuyo título no dista del ya citado de Unamuno «De excursión».

     La similitud entre ambos artículos no se refiere al título y al contenido; lugares visitados, itinerario seguido... Los hechos de estos artículos no son pura coincidencia, puesto que ambos viajeros realizaron la excursión juntos. Nicolás Oliva fue uno de los acompañantes de Unamuno en la primera excursión referida -tierras de Béjar, Ávila...- junto a Rodríguez Arias, Cajigal y Rodríguez Zúñiga, y pocas veces se presenta la ocasión de ofrecer dos visiones de un mismo viaje, y sobre todo si uno de estos viajeros es Miguel de Unamuno; de ahí la importancia concedida a este texto para su inclusión en este apéndice de textos complementarios.

     Transcribo a continuación los párrafos más importantes del texto de Oliva (El Lábaro, 19-julio-1909). No creo necesario reproducir el texto de Unamuno (vid. págs. 281-283 de sus OC.), no obstante confrontaremos al final de este apéndice ambas visiones.



DE EXCURSIÓN

     Con Unamuno. -Cinco días en auto-. Películas de un viaje.

                Cinco días en auto acompañados de Unamuno, de Rodríguez Arias, Cajigal y Rodríguez Zúñiga en excursión constante y causerie abierta, no es cosa que menudea y menos dedicada a la contemplación de cosas no vistas, porque en tal caso, marco y cuadro están pidiendo exhibición que no hemos de negarle en este caso.           
     Yo sé que Unamuno ha de escribir sobre este viaje y que su docta pluma dará visualidad a los asuntos que trate, haciéndolos nuevos e interesantes, y esto que debiera ser motivo de abstención por mi parte, no me es de abono, porque mi amigo Crotontilo me ha comprometido [98] prometido anunciando un relato mío, y para dejarle en el buen lugar que se merece, he de sacrificarme yo a quedar de opuesto modo.
     A las siete de la mañana, del día 6, salíamos de Béjar los excursionistas en el automóvil de mi cuñado, que al guiarlo con mano hábil descartaba algo del riesgo a tal locomoción inherente.
     Las bellezas del auto son indescriptibles. Se anuncia con estridente ruido.
     A ochenta kilómetros de marcha, el paisaje se embellece y en esta época de siega de prados y mieses la brisa se perfuma con el penetrante olor del heno que aromatiza el ambiente.
     Los árboles y plantas parece que se disponen a un rápido avance; el aire agita el follaje, los rebaños que pastan en los taludes se desparraman a la colina, cual si el temido lobo viniera a diezmarlos, ladra el perro con furia rábica, los caballos huyen en tropel relinchante, animales tranquilos como el asno y el buey se contagian en la dispersión y desorden, las gallinas se alborotan, el pájaro alza el vuelo y lo acelera y toda esta algarabía y desvendada presagia más que prudencia, pavoroso espanto.
     El arriero especialista en su vocabulario; el pastor cruza sus brazos, apoyándolos en el garrote para mirar más descansado; los gañanes paran los trillos; el segador se desencorba; las faenas del campo se suspenden y todo, aire, tierra y pobladores presencian aquella veloz marcha con un vehemente deseo de aumentarla, inclinando el cuerpo en movimiento impulsivo para sumar sus esfuerzos al del potente y ruidoso motor que, a su leve roce por la faja del camino más que correr, vuela, no permitiendo distinguir las señales kilométricas.
     Su estela es huracán de polvo denso que hace volver con ímpetu la cara, y cuando se disipa y tornan los ojos a mirar el auto, sólo se ve un punto vibrante que se pierde en el lejano espacio.
     Así íbamos por paisaje encantador, dejando casas y pueblos y uniendo una y otra parcela confundidas y prolongadas.
     Divisamos la Torre del Barco de Ávila, quedando a un lado los picos célebres de Gredos, más famosos aún si no estuvieran en España.
    Visitamos cuanto de notable encierra el pueblo, admiramos su soberbia campiña, y la vega, tan celebrada por las ricas alubias que allí nacen. [99]
     Vimos la iglesia y un tríptico notable estilo Alberto Durero, así como un buen facistol que hubo de recordarnos la epopeya jocosa de Boileau, sobre motivo tan insignificante.
     Seguimos a Piedrahita, donde contemplamos las ruinas de un palacio soberbio, quemado en la guerra de la Independencia. Perteneció a la Casa Ducal de Alba, donde es sabido nació el prócer del mismo título, que tanta resonancia tuvo por sus esforzados hechos de armas.
     La campiña sigue siendo ideal y el agua abundante que riega aquellas tierras las hace ricas en producción y de extremada verdura.
     Avanzamos hacia Ávila, y antes de llegar bifurcamos en dirección de los montes de Serrota, atravesando el delicioso valle Amblés, donde la diosa Ceres se manifiesta tan pródiga, que colmará todas las trojes.
     Presentimos un cambio de paisaje con la inesperada subida que hacemos de mil metros y transformándose gradualmente el panorama, nuestro presentimiento se convierte en realidad al dar cima al llamado Puerto del Pico.
     Si para describir lo indescriptible fuera práctico invocar las musas, invocáralas yo en este momento; pero poco familiarizado con ellas y mal correspondido en las débiles relaciones que nos ligan, me entrego a mi propio esfuerzo, si bien con ello dificulte el llevar al ánimo de los lectores la grandiosidad que desde allí se admira y las bellezas innumerables que desde aquel punto se contemplan.
     Dominamos 1.500 metros sobre el nivel del mar; estamos donde comienza El Barranco, el cual termina a unos 15 kilómetros en Arenas de San Pedro.
     Divisamos en el valle y en el regazo de la sierra los pueblos que forman El Barranco, entre otros, Montbeltrand, Las Cuevas, San Esteban, Santa Cruz, y la complexión del paisaje es tal que compite y rivaliza con cualquiera de Suiza, aunque no tenga el glacier característico de esta nación. Nos parece aún mejor El Barranco, más subyugante; porque a su elevado y abrupto monte de imponente severidad, ferozmente inculto y selvático, sigue a la quebrada sierra, en orden descendente, una vegetación rica y variada que comprende todos los frutos conocidos, olivos, limoneros, naranjos [...].
     Unid un limpio cielo, praderas, césped verde, surcadas de mansos y cristalinos arroyuelos y allá lejano el ruido de sábanas espumosas [100] que forman bellas cascadas y tendréis una idea aproximada del Barranco.
     ¡Grandeza y sencillez, campo fecundo y árida montaña se encuentra reunido en aquella cuenca oviforme; cielo y tierra se acercan, desdibujan y se unen, y de nuestro ánimo se apodera una meditación contemplativa, en la que tomaron gran parte las ligaduras que encadenan nuestra vida!
     Me salgo del Barranco y tengo en él el fin de mi pensamiento.
     Comenzamos a bajar el puerto (de Homérico calificó todo ello Unamuno) que, serpenteando, busca el desnivel e hicimos un alto para mirar más intensivamente el panorama, para refrescarnos en argentado arroyuelo y para saborear rica y variada fruta de un lindo cercado ajeno.
     Vemos la montaña gigante, coloreada débilmente por los últimos rayos solares que la bañan, y en apacible y umbrosa calma el pueblo de Montbeltrand, distinguiéndose el gótico castillo que le ha dado tanta fama, rodeado todo él de olivos y naranjos, cubierto hasta sus almenas de musgo y yedra, atestiguando vetustez y abandono. La naturaleza le ha dado por soberbio anfiteatro la montaña que le circunda, y por crestería bosques de castaño y pino para hacerlo digna mansión de reyes medievales.

     Descendimos a él atravesando un frondoso paseo de nogales tan corpulentos, que no abrazábamos un tronco todos los expedicionarios enlazados.
     Los siglos han realizado una labor demoledora, pero su indiscutible mérito lo avalora un histórico recuerdo.
     Lo moró la Beltraneja. Cuando cruzábamos las abandonadas estancias y avanzábamos al alféizar de alguna ventana, forzábamos nuestra fantasía para dar forma corpórea a lo que la historia nos refiere.
[Datos históricos].

. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

     Cede el día... y con recuerdos tan varios e impresiones tan diversas, seguimos a Arenas de San Pedro, con salida también por carretera, a Talavera de la Reina, distante 30 kilómetros.
     Para desentumecer nuestras piernas recorrimos el pueblo y cenamos en el precioso hotel, que fue antes villa burguesa.
     Entre ricas viandas, que no hubiera desdeñado Baltasar de Alcázar [101] para su cena, tuvimos como sabrosos entremeses la alegría y la amistad que departen. Unamuno, con gracia inimitable, nos refirió como delicioso postre el cuento del Procesado, yéndonos después a dar la horizontal a nuestros cuerpos bien repletos de emociones.
     Media hora faltaba para que el astro rey enviara sus efluvios dorados a la tierra, cuando recorríamos el camino que, plantado de seculares castaños, conducía al convento fundado por San Pedro de Alcántara en las cercanías de Arenas.
     Si la inclinación al retiro, aparte de su virtud, le llevó a poner los pilares de un convento franciscano, bien puede juzgarse de su acierto, visitando este sitio en el que el espíritu de soledad hermosa rodeada de colinas invita a la devoción, aumentada con la vida austera del convento. Admiramos cuadros, reliquias, ropas, etc., etc.
[Datos sobre la industria resinera de Arenas].
     Hay también un soberbio palacio de gusto italiano, edificado por el Infante D. Luis cuando fue expulsado de la corte, pero los años y la incuria van dejando en él lamentables huellas.
     Queda ya invertido en esto más de la mitad de la jornada.
     Otro tanto nos llevan Segovia, La Granja y Ávila, pero como el cronista no ha de espigar todo en razón a lo que al principio dijo y en razón también a las demás secciones del periódico y al natural cansancio de los lectores, diré que vimos todo cuanto de notable encierran las dos capitales dichas y el real sitio de La Granja, todo ello en verdad muy conocido.
     En Segovia, el Alcázar reedificado totalmente y como maravillas arquitectónicas, el acueducto de Trajano, el Parral y los Templarios, en ruinas el primero y mejor conservado el segundo, que recuerda al Santo Sepulcro de Jerusalén [sobre Templarios].
     La Granja es copia de Versalles y Saint Cloud. Jardines hermosos, amplios parterres, florestas y bosques, marmóreas fuentes, soberbio estanque con criadero de truchas, todo ello mejorado y embellecido por los actuales monarcas, que le hacen sitio de su real predilección y vida íntima.
     Ávila, La Catedral, San Vicente, Santo Tomás y San Pedro, soberbios monumentos que gozan fama legítima; Santo Tomás es una belleza arquitectónica. El retablo nos pareció de Fr. Angélico. El coro es soberbia obra de talla que se conserva admirablemente, como así mismo los dos sitiales dispuestos para los reyes católicos. [102]
[El documento utilizado se encuentra en mal estado y, por tanto, incompleto, aunque parece ser que el viaje ya ha concluido; para nuestros objetivos es suficiente].

     Hasta aquí la crónica de Oliva. Vengamos con el análisis comparativo de ambas visiones.



SOBRE EL BARCO DE ÁVILA

           Unamuno:           
     El Barco, villa riente que convida a quedarse allí para ir dejando resbalar la vida como resbalan las aguas de su río.
Oliva:
     Visitamos cuanto de notable encierra el pueblo, admiramos su soberbia campiña, y la vega, tan celebrada por las ricas alubias que allí nacen.

     Vimos la iglesia y un tríptico notable estilo Alberto Durero, así como un buen facistol que hubo de recordarnos la epopeya jocosa de Boileau, sobre motivo tan insignificante.



PIEDRAHITA

           Unamuno:

     Y luego se os parece Piedrahita, y en ella las solemnes ruinas del palacio de los duques de Alba, palacio que debió de ser un pequeño Versalles, de maravillosa perfección constructiva, de estilo francés y que las gentes del pueblo destruyeron hace un siglo por tener al duque como afrancesado.

Oliva:

     Seguimos a Piedrahita, donde contemplamos las ruinas de un palacio soberbio, quemado en la guerra de la Independencia. Perteneció a la Casa Ducal de Alba, donde es sabido nació el prócer del mismo título, que tanta resonancia tuvo por sus esforzados hechos de armas.

          



RESTO DE LA EXCURSIÓN

           Unamuno:

     Y más adelante torcer el camino, subir al portillo del Pico, atravesar [103] el paradisíaco valle del Barranco e ir a descansar en Arenas de San Pedro, al pie de los picos de Gredos. De allí fuimos a Ávila, a la milagrosa ciudad de Ávila, la de los Caballeros [ciudad a la que dedicará varios artículos], la de los Santos, de que tan egregiamente os ha hablado Enrique Larreta en su La gloria de don Ramiro. Una vez más reposé mis ojos, cansados de leer inepcias, en las serenas líneas de San Pedro, de San Vicente, de la catedral; una vez más aquieté mi pecho en el ábside de ésta última, entre las rojas columnas, en aquel soto de misterio místico por donde erró Santa Teresa.

Oliva:

     Véase la reproducción del texto anterior.

          

     Obviamente no se trata aquí de contrastar la calidad literaria de ambos cronistas, sino de conocer la diferencia entre una visión unamuniana del viaje efectuado y otra distinta de alguien que lo efectuó junto a él. Llama nuestra atención la crónica excursionista de Unamuno en menos de una página y la descripción exhaustiva del cronista Oliva. Pero hay una diferencia esencial: la forma en que están sentidos los lugares, los matices de uno y de otro; mientras que en Unamuno los lugares descritos toman parte activa en la crónica y se integran en ella; en Oliva las descripciones son puntos y aparte, aderezos del texto.

     Confrontando estos textos podemos aproximarnos algo más al origen de las preferencias unamunianas en cuanto a la elección de elementos que posteriormente aparecerán en sus crónicas.



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IV. Un viaje -imaginario- de la época, de Ricardo Baroja

     Como hemos reiterado a lo largo del trabajo, la época fue propicia para los viajes. He creído conveniente por ello reproducir un texto de Ricardo Baroja (Gente de la Generación del 98, Barcelona, Juventud, 1969), viajero junto a su hermano Pío y Ciro Bayo, que cuenta un viaje organizado por un grupo de escritores entre los que se encontraban Valle-Inclán, los Baroja... viaje que no llegó a realizarse salvo en la imaginación de los presentes. Si lo traigo a colación es por su interés como curiosidad de una época preocupada por el viaje. [104]

          

XXI

EL SUIZO Y LOS ESPAÑOLES

     Schmitz siente curiosidad por todo, desea conocer España de cabo a rabo, quiere meterse en los rincones, mirarlo todo por todas partes, agotar el objeto hasta apoderarse de sus aspectos. No puede comprender el salto enorme que nuestros espíritus ligeros dan desde el interés delirante por una cosa a la indiferencia y a la despreocupación por la misma cosa.

          

*   *   *

     Con Pablo Schmitz hemos viajado a pie mi hermano y yo. Hemos subido al pico de Urbión, hemos ido al Paular, atravesando el Guadarrama; hemos visitado Ávila, Segovia, El Escorial, Toledo.

     Un día propone alguien en el café emprender un magnífico viaje. Saldremos de Madrid quince o veinte días antes del Santiago y llegaremos a Compostela para la fiesta del Apóstol.

     La tertulia se entusiasma hasta el paroxismo.

     Valle-Inclán toma la palabra y nos dice las maravillas compostelanas. Se señalan las etapas del viaje. Llegaremos a tal punto y veremos esto y lo otro. Nos desviaremos un poco de la ruta para visitar tal cosa, atravesaremos el río tal, nos albergaremos en cual monasterio, penetraremos en el valle y subiremos al puerto.

     -A ver, camarero, traiga un mapa de España.

     -Nu lu hay, señorito -responde Dionisio.

     -Pueblo estúpido y salvaje es este Madrid -reniega uno que desde que aprendía geografía en la escuela no tuvo ocasión de mirar un mapa.

     -Trae la carpeta del recado de escribir. Suele tener uno.

     Un parroquiano que desde la mesa de enfrente nos escucha interesado por nuestra conversación, nos ofrece un mapa de la mitad norte de la Península.

     La cosa está resuelta -dice quien presume de geógrafo, y con un dedo ennegrecido por apurar demasiado las colillas recorre la trayectoria sobre el plano-. Saldremos de Madrid, y en dos etapas llegaremos a El Escorial. Allí emprenderemos el camino de Ávila. Por la orilla del río Adaja nos dirigimos a Madrigal de las Altas Torres. [105] De Madrigal, a Tordesillas. De aquí, a Toro, y, por la ribera del Duero, nos lleva a Benavente. Allí discutiremos si nos conviene más ir a Puebla de Sanabria o a Astorga. De toda suerte, alcanzando el río Sil, ya en Galicia, iremos a Monforte de Lemos, a Cuntis y, por fin, al término de nuestro viaje: a Santiago de Compostela.

     -Pido que las etapas sean cortas -dice uno rechoncho y de escaso resuello.

     -Sí -concede alguien-; lo mismo nos da llegar hoy que mañana.

     -Pero es necesario estar en Santiago dos o tres días antes de la fiesta.

     -¡Oh, si pudiéramos pertrecharnos con capa de penitente, adornada con conchas jacobeas, llevar el bordón de peregrino, con la cucúrbita! -exclama un romántico.

     Pablo Schmitz no habla. Entusiasmado, mira a uno y a otro. Los nombres de los pueblos y de los ríos tienen para él alto prestigio histórico y magnífico valor eufónico.

     ¡Ávila! ¡Madrigal de las Altas Torres! Toro, Zamora, Tordesillas, Puebla de Sanabria, Benavente, Cuntis, Monforte de Lemos. ¡Nombres sonoros! El Cid, doña Urraca, Fernán González, Isabel la Católica, doña Juana la Herética, Felipe II, Carlos V de Alemania, los Comuneros de Castilla, Almanzor. Casi toda la historia de España resurge en la memoria del estudiante calvinista de la Universidad de Basilea.

     Perfilando el proyecto del viaje permanecemos en el café hasta la madrugada. No hemos hecho maldito caso de Mozart ni de Beethoven. Discutiendo a voz en grito, sin importarnos el siseo de los melómanos y los alaridos del violín, que pretendía competir con los nuestros, agotamos la velada.

     Nos echan del café y, en apretado grupo, vamos a la Puerta del Sol. Nos paramos en las esquinas, debajo de los faroles, discutiendo siempre el mismo tema.

     Quién se empeña en dar un rodeo en el recorrido para detenerse en Salamanca. Quién propone pasar la frontera de Portugal y llegar a Orense. No estamos ya de acuerdo ni en el itinerario, ni en las vituallas que hemos de llevar, ni en la indumentaria; en nada.

     Nos separamos, y cada cual sigue su camino, dejando para el día siguiente los detalles insignificantes de la magna excursión.

     A las nueve de la noche siguiente está Pablo Schmitz en el café. [106]

     Es el primero en llegar. Cuando entro, veo que tiene encima de la mesa un cuaderno con las notas que ha tomado. Sabe las iglesias que ha de visitar, las torres que ha de subir, las perspectivas que ha de admirar, los acontecimientos y los personajes históricos que ha de recordar. Sabe perfectamente el recorrido hasta Santiago de Compostela. Será él quien nos ilustre a nosotros, españoles, que hemos olvidado la historia y la geografía de España; eso, si es que alguna vez las supimos.

     Van entrando los amigos y se van sentando en nuestro habitual rincón. Charlamos. No recuerdo de qué. De cualquier cosa. Del acontecimiento del día, de arte. Escuchamos a Corvino y a Enguita con respetuoso silencio.

     Pablo Schmitz oculta su impaciencia. Calla. Espera que alguno recuerde el viaje a Compostela.

     Nadie mienta semejante cosa, y la noche va transcurriendo. Termina la música. Schmitz ya no puede más. Fingiendo indiferencia, pregunta:

     -Y del viaje ¿qué hay?

     Le miramos con extrañeza.

     -¡Ah...! Sí... ¿Del viaje? Nada... ¡Bah!

     Algunos se levantan, se ponen el abrigo o se embozan en la capa y se van a la calle, como temerosos de que se reproduzca una conversación aburriente, ya agotada.

     -¡Ah, ah! -exclama el suizo llevándose una mano a la cabeza, mientras con la otra arruga el cuaderno de apuntes-. ¡Ah! Lo comprendo todo, todo. ¡Ustedes me tendrán por un pedante, por un materialista! ¡El viaje a Santiago de Compostela! ¿Qué necesidad tienen ustedes de hacerlo en la realidad? ¡Ayer lo hicieron con la imaginación! Hablaron, discutieron, se incomodaron los unos con los otros. Era nada más que motivo de conversación, motivo que no había necesidad de realizar. ¡Ahora lo comprendo todo! ¡Ahora se me aparecen muy claras muchas, muchas cosas que antes no podía explicarme!

     Pablo Schmitz recogió sus apuntes y se marchó a la calle. [107]



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Bibliografía

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I. Fuentes primarias

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     ___La ruta de Don Quijote, Madrid, Cátedra, 1984. Ed. J. M. Martínez Cachero.

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     ___Los pueblos. La Andalucía trágica y otros artículos (1904-1905), Madrid Castalia, 1974. Ed. J. M. Valverde.

     ___Obras Selectas, Madrid, Biblioteca Nueva, 1966.

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     ___Clásicos y modernos, Buenos Aires, Losada, 1971, 6.ª edición.

     ___La voluntad, Madrid, Castalia, 1972. Ed. Inman Fox.

     ___La generación del 98, Salamanca, Anaya. Ed. A. Cruz Rueda.

     ___Antonio Azorín, Barcelona, Labor, 1970. Ed. Inman Fox.

     ___La amada España, Barcelona, Destino, 1967.

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     BAEDEKER, Karl: Espagne et Portugal. Manuel du voyageur, Paris-Leipzig, Baedeker, 1908, deuxième edition.

     BAROJA, Pío: Camino de perfección, Madrid, Caro Raggio, 1974.      BAROJA, Ricardo: Gente del 98, Barcelona, Juventud, 1969.

     BAYO, Ciro: Lazarillo español..., Madrid, Pueyo, 1930.

     ___El peregrino entretenido..., Madrid, Bailly-Baillière, 1910.

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     ___Por tierras de Portugal y de España, Salamanca, Anaya, 1972. Ed. García Blanco.

     ___Paisajes, Madrid, Alcalá, 1966. Ed. Manuel Alvar.

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     ___Poemas de los pueblos de España, Madrid, Cátedra, 1982, 5.ª edición. Ed. García Blanco.

     ___En el destierro, Madrid, Pegaso, 1957. Ed. García Blanco.

     ___Diario íntimo, Madrid, Alianza, 1974, 3.ª edición.

     ___Niebla, Madrid, Taurus, 1982.

     VERHAEREN, E. y REGOYOS, Darío de: Viaje a la España negra, Barcelona, Olañeta, 1983.



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II. Fuentes secundarias

     He considerado conveniente dividir este apartado bibliográfico en dos secciones:

     -una primera dedicada a las referencias de prensa acerca de los viajes de Unamuno; requisito indispensable aunque sus [112] aportaciones se limiten en la mayoría de los casos a la constatación de fechas careciendo de valor crítico;

     -una segunda que aglutina los estudios sobre el autor vasco, utilizados en este trabajo, aunque no siempre citados. La bibliografía unamuniana es extensísima (vid. Pelayo H. Fernández, Bibliografía crítica de M. de Unamuno, 1888-1975, Madrid, 1976), por ello la he limitado a aquellos trabajos que hacían referencia a temas afines a esta memoria.



1. Viajes de Unamuno

     A.M.: «Una visita de Unamuno en 1908», O Primeiro de Janeiro, 10-II-1957. El autor comenta la estancia de Unamuno en Espinho, lugar turístico y coincide con la descripción que hizo de Braga.

     ___«M. de Unamuno e o bom Jesus do Monte», O Primeiro de Janeiro, 17-II-1957. Comentario de su llegada a Braga y de sus ascensiones con Teixera de Vasconcelos.

     BECERRO DE BENGOA, R.: «Acción guadalupense. Guadalupe en el sentimiento de Unamuno», Alcántara, núms. 47-48 (septiembre-octubre, 1951), págs. 21-26. Tras hablar de Guadalupe y de Unamuno, utiliza a éste para exponer sus ideas sobre el santuario. Sin comentarios.

     CABEZAS, Juan A.: «Una visita de don Miguel de Unamuno a las Escuelas del Avemaría de Granada», La Gaceta Regional, 7-XI-1962. Funcionamiento de las Escuelas y disertación sobre la geografía como nueva corriente pedagógica.

     CAMINO, Gerardo G.: «Unamuno descubre poéticamente a Cáceres en 1908», Revista de Estudios Extremeños, 25 (1969), págs. 161-163. Fecha de una visita de Unamuno a Cáceres.

     CAMPOS, Agostinho de: «Grandes escritores europeos en Lisboa», La Nación, 1-IX-1935. Estancia de Unamuno en Lisboa junto a otros escritores como Maeterlinck, Duhamel...

     CEPEDA CALZADA, P.: «Estancias palentinas de Unamuno», La Estafeta Literaria, 300-301 (septiembre, 1964), pág. 12. Visitas de Unamuno a Palencia e identificación con su paisaje. [113]

     DÍEZ DE REVENGA, F. J.: «Unamuno en Cartagena (1902)». Asistencia de Unamuno a los Juegos Florales; temas tratados en el discurso.

     DOMINGO, E.: «El viaje de don M. de U. a Gijón», El Noroeste, 18-III-1923. Conferencias de Unamuno en Gijón y en Oviedo. Datos curiosos sobre su estancia.

     FAGOAGA, I.: «Unamuno a orillas del Bidasoa», La Prensa, 5-VII-1959. Vida de Unamuno en Hendaya.

     GASCÓ CONTELL: «Encontros e despedidas. Portugal visto por Unamuno», Diario de Noticias, 23-IV-1962. Comenta el profundo conocimiento que Unamuno tenía de Portugal.

     ___«Unamuno en Portugal», Diario de Noticias. Unamuno visita Amarante.

     JORI, R.: «Vox clementis: Unamuno en Cataluña», La Publicidad, 10-X-1906. Propaganda para las conferencias de Unamuno.

     LÓPEZ CRUCES, A.: «Las polémicas de Unamuno en Almería», Almería, 9-VI-1983. Contenido del discurso almeriense y programa de la visita.

     MARTÍN, L.: «M. de U. estuvo en Tarrasa en octubre de 1906», Tarrasa Información, 31-XII-1964. Visita de incógnito la comarca del Vallés.

     MATEO, J.: «Unamuno en Alicante», La Marina, 31-XII-1960. Comenta la visita de Unamuno a Elda y Calpe, usando como guía Años y leguas. Plantea la posibilidad de un Cristo mediterráneo frente al celtibérico.

     MONTEZUMA DE CARVALHO, J.: «Unamuno e a Figueira da Foz», A voz de Figueira, 27-III-1969. Estancias de Unamuno en Portugal y su visión del paisaje.

     MUELAS, F.: «Cuando don Miguel estuvo en Cuenca», La Estafeta Literaria, núms. 300-301 (septiembre, 1964), págs. 10-11. Única visita de Unamuno a Cuenca y dónde queda reflejada.

     OLIVA, N.: «De excursión con Unamuno», El Lábaro, 19-VII-1909.      OTERO PEDRAYO, R.: «Principios de siglo. Don M. de U. en Orense», [114] Faro de Vigo, 4-X-1964. Visita con motivo del Concurso Pedagógico en 1903. Comenta su faceta de caminante.

     REBOLLAR, H.: «Unamuno en Asturias», El Castellano, 29-IX-1904. Opiniones del autor sobre la alocución de Unamuno.

     SÁNCHEZ BARRADO, M.: «La conferencia de Unamuno», El Adelantado de Segovia, 25-II-1922. Transcripción de la conferencia pronunciada.

     SÁNCHEZ MORALES, N.: «El Yuste de Unamuno», La Gaceta Regional, 20-IX-1964. Descripción del recorrido de Unamuno y reflexiones del autor que no nos incumben.

     ___«El Jaraiz de Unamuno», La Gaceta Regional, 4-X-1964. Coincidencia de descripciones entre cronista y escritor.

     ___«La Plasencia de Unamuno», Hoy, (septiembre, 1964). En la misma línea que los anteriores artículos.

     ___«Crisis espiritual de Unamuno y su evasión a Extremadura», Revista de Estudios Extremeños, III, t. XXVI. Etapas de Unamuno y su huida a Extremadura en momentos de crisis; recopilación de los anteriores artículos.

     SEGURA, E.: «Unamuno en Mérida», Hoy, 29-X-1964, pág. 12. Asistencia a la representación de Medea. Coincidencias entre la Generación del 98 y la Generación de Coimbra. Cita de las lecturas portuguesas de Unamuno.

     SERNA, J. S.: «Unamuno en la feria», Albacete y Feria, 17-I-1962. Peripecias y aventuras de Unamuno en Albacete y Chinchilla con motivo de su participación en la Feria.

     VALERI, L.: «Unamuno en Barcelona», La Vanguardia Española, 27-X-1964. Discurso de Unamuno en 1906; nueva visita en 1920.

     VIDAL ISERN, J.: «Unamuno en Mallorca», ABC, 20-X-1965. Estancia de Unamuno en Mallorca, junto a Sureda, Alomar... y discurso de juegos Florales en 1916.



2. Estudios sobre Unamuno y su época

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     ZUBIZARRETA, Armando: Tras las huellas de Unamuno, Madrid, Taurus, 1960. [127]



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Índice de autores citados

[128] [129]

     ABELLÁN, J. L.: 25 (n), (40 (n), 41 (n).

     ACHARD, Amadeo: 23 (n).

     ALARCÓN, P. A.: 19.

     ALBERICH, J.: 27 (n).

     ALBORNOZ, Aurora de: 45 (n).

     ALOMAR, Gabriel: 59.

     ALTAMIRA, Rafael: 22 (n), 23.

     ALVAR, Manuel: 31 (n), 40 (n).

     AZORÍN: 19, 20, 23 (n), 26, 27, 35, 35 (n), 40 (n), 41 (n), 44, 47 (n), 60 (n), 65.

     AZORÍN POLO, A.: 93, 93 (n).



     BAEDEKER: 34, 34 (n), 65, 66.

     BAROJA, Pío: 19, 26, 27, 103.

     BAROJA, Ricardo: 103.

     BAYO, Ciro: 19, 26, 28, 40, 103.

     BERMÚDEZ-CAÑETE, F.: 20 (n), 21 (n), 41 (n).

     BLANCO AGUINAGA, C.: 14, 57 (n), 61 (n), 64 (n), 83 (n), 87 (n), 88 (n).



     CANIGAL: 97.

     CALZADA, J. de la: 44 (n), 45 (n).

     CAMBA, Julio: 28.

     CANO BALLESTA, J.: 52 (n).

     CÁNOVAS: 47, 54.

     CARDIS, Marianne: 44, 44 (n), 45 (n), 67 (n), 81 (n), 83.

     CARDWELL, Richard: 14.

     CARNERO, Guillermo: 35.

     CARVALHO: 37.

     CASTELAR, E.: 20, 47, 47 (n), 54. [130]

     CIPLIJAUSKAITÉ, B.: 57 (n), 64 (n), 86 (n), 87 (n).

     COSSÍO, Manuel B.: 21 (n).

     COSTA, Joaquín: 41, 41 (n).



     CHATEAUBRIAND: 75.

     CHICHARRO DE LEÓN, J.: 77 (n).



     DARÍO, Rubén: 27.

     DIEGO, Gerardo: 50 (n).

     DUMAS, Alejandro: 19, 23 (n).



     EGIDO, Luciano G.: 14.



     FLORES ARROYUELO: 27 (n).

     FORD, Richard: 19.

     FOUCHÉ-DELBOSC: 47 (n).

     FRAY LUIS: 50.

     FRÉNAL, Simone: 88 (n).



     GALLEGO MORELL, A.: 53 (n).

     GARCÍA BLANCO, M.: 33.

     GARCÍA MERCADAL, J.: 41 (n), 42 (n), 46 (n).

     GARCÍA MOREJÓN, J.: 42 (n).

     GARCÍA TASSARA: 83.

     GAUTIER, Théophile: 19, 23 (n), 25 (n).

     GINER DE LOS RÍOS, F.: 20, 20 (n), 21, 21 (n), 22, 23, 24, 24 (n), 42, 53 (n).

     GÓMEZ MENDOZA: 86 (n).

     GÓMEZ MOLLERA, M.ª D.: 21 (n).

     GONZÁLEZ RUANO, C.: 43 (n).

     GUTIÉRREZ SOLANA, J.: 26, 28, 40.



     IRVING, Washington: 19, 49.



     LAÍN ENTRALGO, P.: 41 (n).

     LEOPARDI, Giacomo: 70.

     LITVAK, Lily: 28 (n), 48 (n), 51 (n), 56 (n).

     LÓPEZ MORILLAS, J.: 40 (n). [131]



     LLORÉNS GARCÍA, Ramón F.: 27 (n) 60 (n).



     MACPHERSON: 22 (n).

     MACHADO, Antonio: 28.

     MAINER, J. C.: 20.

     MALLARA, E.: 19.

     MARTEL, E.: 75 (n).

     MARTÍNEZ CACHERO, J. M.: 27 (n).

     MARTÍNEZ RUIZ: Vid. Azorín.

     MAURA, A.: 80 (n).

     MENÉNDEZ PELAYO, M.: 41.

     MÉRIMÉE, P.: 19.

     MIRÓ, Gabriel: 28, 37 (n), 43, 43 (n).



     NOEL, Eugenio: 28.



     OLIVA, Nicolás: 96, 97, 102, 103.

     ORTEGA CANTERO, N.: 21 (n), 22 (n), 23 (n), 35 (n), 86 (n).

     ORTEGA Y GASSET, J.: 28.

     ORTIZ ARMENGOL, P.: 42 (n).



     PARÍS, C.: 25 (n).

     PENA, M.ª C.: 20 (n), 21 (n), 22 (n), 26 (n).

     PEREDA, J. M.ª: 48.

     PÉREZ CARDENAL, A.: 22 (n), 75 (n).

     PÉREZ DE AYALA, R.: 28, 37, 37 (n), 72, 72 (n).

     PÉREZ GALDÓS, B.: 19.

     PÉREZ-RIOJA, J. A.: 46 (n).

     PICAVEA, R. M.: 19.



     QUIROGA: 22 (n).



     RAMSDEN, H.: 20.

     REGOYOS, Darío de: 19, 26, 28.

     ROBERTSON, Ian: 46 (n).

     RODRÍGUEZ ARIAS: 97.

     RODRÍGUEZ ZÚÑIGA: 97.

     ROUSSEAU, J. J.: 75. [132]

     ROZAS, J. M.: 19, 65 (n), 80 (n).

     RUBÉN DARÍO: 27.

     RUSKIN: 48, 48 (n), 49.



     SAINT-VICENT, Bory: 23 (n).

     SAMA: 22 (n).

     SÁNCHEZ GRANJEL, L.: 54 (n).

     SÁNCHEZ MORALES: 38 (n).

     SÉNANCOUR: 75, 76.

     SERNA, J. S.: 64 (n), 94 (n).

     SERRANO PONCELA, S.: 54 (n).

     SCHMITZ, Pablo (SMITH): 104, 105, 106.

     SOMOZA, J.: 19.

     SOPEÑA, F.: 77 (n).

     SOUSA, F. de: 37 (n).

     SYMONDS: 48, 49.



     VALLE-INCLÁN, R. M.ª del: 103, 104.

     VERHAEREN, E.: 28.

     VIVES: 38 (n).



     WORDSWORTH: 50.



     ZAMACOIS, E.: 28.

     ZULUETA, J. A. de: 86 (n). Arriba