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Los Lusiadas

Poema Épico

Luis de Camóes



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Canto Primero.

Argumento del Canto Primero.

     Navegación de los Portugueses por los mares Orientales: celebran los dioses un consejo: se opone Baco á la navegacion: Vénus y Marte favorecen á los navegantes: llegan á Mozambique, cuyo gobernador intenta destruirlos: encuentro y primera funcion de guerra de los Portugueses contra los gentiles: levan anclas, y pasando por Quiloa, surgen en Mombaza.

I.
                     Las armas y varones distinguidos,
Que de Occidente y playa Lusitana
Por mares hasta allí desconocidos,
Pasaron más allá de Taprobana;
Y en peligros y guerra, más sufridos
De lo que prometia fuerza humana,
Entre remota gente, edificaron
Nuevo reino, que tanto sublimaron:
II.
     Y tambien los renombres muy gloriosos
De los Reyes, que fueron dilatando
El Imperio y la Fé, pueblos odiosos
Del África y del Asia devastando;
Y aquellos que por hechos valerosos
Más allá de la muerte ván pasando;
Si el ingenio y el arte me asistieren,
Esparciré por cuantos mundos fueren.
III.
     Callen del sabio Griego, y del Troyano,
Los grandes viajes, conque el mar corrieron;
No diga de Alejandro y de Trajano
La fama las victorias que obtuvieron;
Y, pues yo canto el pecho Lusitano,
A quien Neptuno y Marte obedecieron,
Ceda cuanto la Musa antigua canta,
A valor que más alto se levanta.
IV.
     Vosotras, mis Tajides, que creado
En mí habeis un ingenio, nuevo, ardiente;
Si siempre, en verso humilde, celebrado
Fue por mí vuestro rio alegremente.,
Dádme ahora un son noble y levantado,
Un estilo grandílocuo y fluyente,
Con que de vuestras aguas diga Apolo,
Que no envidian corrientes del Pactolo.
V.
     Dádme una furia grande y sonorosa,
Y no de agreste avena ó flauta ruda:
Más de trompa canora y belicosa,
Que arde el pecho, y color al rostro muda:
Canto digno me dad de la famosa
Gente vuestra, á quien Marte tanto ayuda:
Que se estienda por todo el universo,
Si tan sublime asunto cabe en verso.
VI.
     Y vos, ¡oh bien fundada aseguranza,
De la Luseña libertad antigua,
Y no menos ciertísima esperanza
De la estension de cristiandad exigua!
Vos, miedo nuevo de la Máura lanza,
En quien hoy maravilla se atestigua,
Dada al mundo por Dios, Rey sin segundo,
Para que á Dios gran parte deis del mundo:
VII.
     Vos, tierno y nuevo ramo floreciente
De una planta, de Cristo más amada
Que otra alguna nacida en Occidente,
Cesárea, ó Cristianísima llamada:
Mirad el vuestro escudo, que presente
Os muestra la victoria ya pasada,
En el que os dió, de emblemas por acopio,
Los que en la Cruz tomó para sí propio:
VIII.
     Vos, poderoso Rey, cuyo alto imperio
El primero ve al sol en cuanto nace,
Y en el medio despues del hemisferio,
Y el último, al morir, saludo le hace:
Vos, que yugo impondreis y vituperio
Al ginete Ismaelita y duro Trace,
Y al turco de Asia y bárbaro gentío,
Que el agua bebe aún del sacro rio:
IX.
     Breve inclinad la majestad severa
Que en ese tierno aspecto en vos contemplo,
Que luce ya, como en la edad entera,
Cuando subiendo ireis al árduo templo;
Y ora la faz, con vista placentera,
Poned en nos: vereis un nuevo ejemplo
De amor de patrios hechos valerosos,
Sublimados en versos numerosos.
X.
     Amor vereis de patria, no movido,
De vil premio, mas de alto casi eterno;
Que no es un premio vil ser conocido
Por voz que suba del mi hogar paterno.
Oid; vereis el nombre engrandecido
Por los de quienes sois señor superno,
Y juzgareis lo que es más escelente,
Si ser del mundo Rey, ó de tal gente.
XI.
     Oid, que no á los vuestros con hazañas
Fantásticas, fingidas, mentirosas,
Vereis loar, cual hacen las estrañas
Musas, de engrandecerse deseosas:
Las nuestras, no fingidas, son tamañas,
Que á las soñadas vencen fabulosas,
Y con Rugiero á Rodamonte infando
Y, aun siendo verdadero, hasta á Rolando.
XII.
     Os daré en su lugar un Nuño fiero,
Que hizo al reino y al Rey alto servicio:
Un Égas y un Don Fúas; que de Homero,
Para ellos solos el cantar codicio;
Y por los doce Pares daros quiero,
Los doce de Inglaterra y su Magricio;
Y os doy, en fin, á aquel insigne Gama,
Que de Eneas tambien vence la fama.
XIII.
     Y si del Franco Cárlos en balanza,
O de César quereis igual memoria,
Ved al primer Alfonso, cuya lanza
Oscurece cualquiera estraña gloria:
Y á aquel que al nuevo reino aseguranza
Dejó, con grande y próspera victoria,
Y á otro Juan, siempre invicto caballero,
Y al quinto Alfonso, al cuarto y al tercero.
XIV.
     Ni dejarán mis versos olvidados
A aquellos que en los reinos de la Aurora,
Alzaron, con sus hechos esforzados,
Vuestra bandera, siempre vencedora:
A un Pacheco glorioso, á los osados
Almeidas, por quien siempre Tajo llora:
Al terrible Alburquerque y Castro fuerte,
Y otros, con quien poder no halla la muerte.
XV.
     Y hora (que en estos versos os confieso.
Sublime Rey, que no me atrevo á tanto)
Tomad las riendas del imperio vueso
Y dad materia á nuevo y mayor canto:
Y empiecen á sentir el duro peso
(Que por el mundo todo cause espanto)
De ejércitos y hazañas singulares,
De Africa tierras y de Oriente mares.
XVI.
     El Máuro en vos los ojos pone frio,
Viendo allí su suplicio decretado:
Por vos solo el gentil bárbaro impío
Al yugo muestra el cuello ya inclinado:
Tétis todo el cerúleo poderío
Para vos tiene, en dote, preparado:
Que, aficionada al rostro bello y tierno,
Adquiriros desea para yerno.
XVII.
     Míranse en vos, de la eternal morada,
De los avos las dos almas famosas,
Una en la paz angélica dorada,
Otra en las duras lides sanguinosas;
En vos hallar esperan renovada
Su memoria y sus obras valerosas;
Y allá os muestran lugar, como acá ejemplo,
Que abre al mortal de eternidad el templo.
XVIII.
     Mas mientras ese tiempo se dilata
De gobernar los pueblos, que os desean
Dad á mi atrevimiento ayuda grata,
Para que estos mis versos vuestros sean:
Y mirad ir cortando el mar de plata
A vuestros argonautas, porque vean
Que son vistos de vos en mar airado;
Y á ser, acostumbraos, invocado.
XIX.
     Ya por el ancho Oceáno navegaban,
Las inconstantes ondas dividiendo:
Los vientos blandamente respiraban,
De las náos la hueca lona hinchendo:
Blanca espuma los mares levantaban,
Que las tajantes proras van rompiendo
Por la vasta marina, donde cuenta
Proteo su manada turbulenta;
XX.
     Cuando los Dioses del Olimpo hermoso,
Dó está el gobierno de la humana gente,
Van á verse en consejo majestoso
Sobre futuras cosas del Oriente:
Del cielo hollando el éter luminoso,
Van, por la Láctea vía juntamente,
Convocados de parte del Tonante,
Por el nieto gentil del viejo Atlante.
XXI.
     Dejan de siete cielos regimiento,
Que por poder más alto les fué dado;
Poder que, con el solo pensamiento,
Cielo y tierra gobierna, y mar airado:
Allí juntos se ven en un momento,
Los que habitan Arturo congelado,
Los que tienen el Austro y partes donde
La aurora nace, el rojo sol se esconde.
XXII.
     Estaba el padre allí sublime y dino
Que vibra el fiero rayo de Vulcano,
En asiento de estrellas cristalino,
Con semblante severo y soberano:
Exhalaba del rostro aire divino,
Que en divino tornára un cuerpo humano,
Con corona y el cetro rutilante,
De otra piedra más clara que el diamante.
XXIII.
     Más abajo, en asientos tachonados,
De perlas y oro lúcidos, estaban
Todos los otros dioses asentados,
Segun saber y juicio demandaban.
Los antiguos preceden honorados:
Los menores tras ellos se ordenaban;
Y aquí Júpiter alto, de este modo
Dijo, y llenó su voz el cielo todo:
XXIV.
     «Eternos moradores del luciente
Estrellífero polo y claro asiento,
Si del esfuerzo grande de la gente
Lusa no habeis quitado el pensamiento,
Recordareis que existe permanente,
De los hados escrito anunciamiento;
Por el que han de olvidarse los humanos
De Asirios, Persas, Griegos y Romanos.
XXV.
     «Ya les fué, bien lo visteis, concedido,
Que un poder, de recursos poco lleno,
Tomase Máuro fuerte y guarnecido
Todo el suelo que riega el Tajo ameno:
Y luego le asistió, contra el temido
Castellano, favor alto y sereno:
Así que siempre, en fin, con fama y gloria,
Victoria consiguió tras de victoria.
XXVI.
     «Dejo, Dioses, la fama que, no exigua,
Sobre la grey de Rómulo alcanzaron,
Cuando con su Viriato, en esa antigua
Romana guerra, tanto se afanaron:
Y tambien la memoria, que atestigua
El valor de su nombre, cuando alzaron
Por jefe á un capitan que peregrino,
Simuló en Cierva espíritu divino,
XXVII.
     «Y hora mismo admirais que acometiendo
Al inconstante mar, á más se atreve,
Por vias nunca usadas, no temiendo
Iras de Áfrico y Noto, en tabla leve:
Que ya, de dominar no poco habiendo
Donde larga es la luz y donde es breve,
Dirigen su propósito y porfía
A ver la cuna donde nace el dia.
XXVIII.
     «Prometido les es del hado eterno,
Cuya ley ser no puede quebrantada,
Que tengan largos años el gobierno
Del mar que ve del sol la roja entrada:
En el agua han pasado el duro invierno
Va perdida la gente y trabajada;
Y justo ya parece que le sea
Mostrado el nuevo suelo que desea.
XXIX.
     «Y porque, como visteis, han pasado
En el viaje tan ásperos castigos,
Tantos climas y cielos han probado,
Tanto furor de vientos enemigos,
Que sean acogidos he pensado
En la africana costa como amigos
Y allí repuesta la cansada flota,
Que torne á proseguir su alta derrota.»
XXX.
     Estas palabras Júpiter decia,
y los Dioses por órden respondiendo,
Uno de otro en el juicio diferia,
Razon diversa dando ó recibiendo.
El padre Baco allí no consentia
De Jove en el acuerdo, conociendo
Que acabará su gloria del Oriente,
Si fuere allá la Lusitana gente.
XXXI.
     De los Hados oyó que llegaria
Una gente fortísima de España,
Por alto mar, la cual sujetaria
Cuanto del Indio suelo Dóris baña,
Y con nuevas victorias venceria
Toda fama anterior suya ó estraña,
Haciéndole perder la escelsa gloria,
De que Nisa aun celebra la memoria.
XXXII.
     Ve que tuvo ya al Gánges sometido,
Y nunca lo quitó fortuna ó caso
Por vencedor del Indo ser tenido
De cuantos beben linfas del Parnaso:
Su nombre teme ver, que esclarecido
Hoy suena, descender al negro vaso
Del agua del olvido, si allí aportan
Los Portugueses que los mares cortan.
XXXIII.
     Militaba en su contra Vénus bella,
Aficionada á gente Lusitana,
Por cuantas calidades via en ella
De la que antes amó tanto Romana:
Por su gran corazon, su grande estrella,
Ya probada en la tierra Tingitana:
Por la lengua, que ser se le imagina,
Con corruptela breve, la Latina.
XXXIV.
     Estas razones tiene Citeréa;
A más que de las Parcas claro entiende,
Que célebre ha de ser la hermosa Dea,
Por dó la gente bélica se estiende:
Así que, por el caso que á uno afea,
Y otro por los honores que pretende,
No es mucho que entenderse no consigan.,
Y este bando ó aquel los Dioses sigan.
XXXV.
     Como el Bóreas y el Austro, en selva oscura
De silvestre arboleda y escondida,
Rompiendo ramos, van por la espesura,
Con ímpetu y braveza desmedida,
Y el monte entero con el son murmura,
Que hierve, de la junta hoja barrida;
Entre los Dioses del antiguo culto,
Tal andaba ardientísimo el tumulto,
XXXVI.
     Marte que de la diosa sustentaba
Entre todos la parte, con porfía,
O, porque amor antiguo le obligaba,
O, porque el Portugués lo merecia,
Contra todos en pie se levantaba.
Irritado en el rostro aparecia:
Y el escudo, que lleva al cuello altivo,
Atras aparta, en ademan esquivo.
XXXVII.
     La visera del yelmo de diamante
Apenas alza, Y firme, y bien seguro,
A esponer su opinion salta delante
De Júpiter, armado, fuerte y duro:
Y dando con el cabo resonante
Del asta en el cristal del cielo puro,
Le hizo temblar, y Apolo de asustado,
Un tanto amortiguó su luz turbado.
XXXVIII.
     Y á Jove dijo: «Oh padre! á cuyo imperio
Obedece sumiso cuanto existe,
Si esta gente, que busca otro hemisferio,
Cuyo ingenio y valor tanto quisiste,
No quieres que padezca vituperio,
Como tiempo hace ya que dispusiste,
No escuches más, pues juez de todos eres,
De sospechosa parte pareceres,
XXXIX.
     «Que si el de Baco aquí no se mostrase
Oprimido de miedo demasiado,
Fuera bien que su juicio sustentase
De no ser contra el Luso odio privado.
Mas esta su intencion no es bien que
Pues de interes al fin nace dañado;
Que lo que el cielo otorga al que bien lidia,
No ha de turbarlo nunca ajena envidia.
XL.
     «Y tú, padre de inmensa fortaleza
De la resolucion por ti tomada
No te desdigas hoy, que es vil flaqueza
De empresa desistir ya comenzada.
Mercurio, pues que escede en ligereza
Al viento y la saeta disparada,
Vaya á tierra á mostrarles dó se informen
De la India, y se amparen y reformen.»
XLI.
     Dijo Marte, y el padre poderoso
La cabeza inclinó, como aprobando
Lo que el Dios proponia valeroso,
En la asamblea néctar derramando.
Por el lácteo camino luminoso
Cada númen despues se fue buscando,
Hecho el debido y real acatamiento,
Su habitual residencia y aposento.
XLII.
     Mientras esto pasaba en la lumbrosa
Casa del puro Olimpo omnipotente,
Cortaba el mar la armada valerosa
Del lado allá del Austro y del Oriente,
Entre la costa Etiópe y la famosa
isla de San Lorenzo: el sol ardiente
Abrasaba á los dioses, en pescados,
Por susto de Tifeo, trasformados.
XLIII.
     Tan plácidos los vientos los llevaban,
Como á quien tiene por amigo el cielo;
Aire y tiempo serenos se mostraban,
Sin nubes, sin peligro, sin recelo:
De Praso el promontorio ya pasaban,
De antiguo nombre, en el Etiópe suelo,
Cuando el mar les mostraba descubiertas
Islas que con sus olas baña inciertas.
XLIV.
     Vasco de Gama, el ínclito caudillo
Que á cosas tan impávidas se ofrece,
Que aduna ciencia del valor al brillo,
Al que siempre fortuna favorece,
El detenerse aquí no vé sencillo,
Que inhóspite la tierra le parece;
Y adelante pasar determinaba,
Si bien no le ocurrió, como pensaba.
XLV.
     Porque venir ven pronto, en compañía,
Varios breves bajeles, sin cautela,
Del puerto que más cerca aparecia,
Cortando el ancho mar, con larga vela.
Se alboroza la gente, y su alegría
Con mirar y mirar templa y consuela;
Y ¿quién es esta gente? (entre, sí dicen)
¿Qué ley tienen, qué rey, qué Dios bendicen?
XLVI.
     Las navecillas son, á su manera,
Muy veloces, estrechas y estendidas:
Las velas con que vienen son de estera,
De unas hojas de palma bien tejidas:
La gente es de la cútis verdadera
Que Faeton, en las tierras encendidas,
Dió al mundo, por osado y no prudente;
Lampedusa lo sabe, el Pó lo siente.
XLVII.
     De paños visten de algodon, teñidos
De color vária, blancos y listados;
Unos los llevan en redor ceñidos,
Otros de airoso modo al brazo echados:
Van de cintura arriba no vestidos:
Tienen por arma adargas y acolchados,
Y en la cabeza toca; y mar corriendo,
Añafiles sonoros van tañendo.
XLVIII.
     Con la ropa y los brazos indicaban
A la gente del Luso que esperasen:
Mas ya las ráudas proras se inclinaban,
Porque junto á las islas penetrasen:
La tropa y marineros trabajaban
Cual si aquí los trabajos se acabasen:
Toman velas, se amaina la verga alta;
Por el áncora herida, la mar salta.
XLIX.
     Ni aún anclados están, cuando la gente
Estraña por las cuerdas ya subia;
Vienen con ledo gesto, y blandamente
El noble Capitan los recibia.
Manda ponerles mesas prontamente,
Y el licor que plantado Baco habia,
Y que de vidrio en vasos aparejan:
Los de Faeton quemados nada dejan.
L.
     Comiendo alegremente, preguntaban,
En arábigo hablar, de dó venían;
Quiénes son; de qué tierra; qué buscaban;
parte de la mar corrido habian.
Las respuestas que al caso acomodaban,
Con discrecion los Lusos les volvian:
Los Portugueses somos de Occidente,
En busca de las tierras del Oriente,
LI.
     Del mar toda la parte hemos sulcado,
Del Antártico polo y de Calisto,
Toda la costa de Africa rodeado,
Y tierra y cielos varios hemos visto.
Somos de un Rey glorioso y estimado,
Y en todo respetable, y tan bien quisto,
Que por él, no en el mar con gozo interno,
Mas en el lago entráramos de averno.
LII.
     Y porque é1 lo mandó, buscando andamos
La gran tierra oriental que el Indo riega:
Por él la mar remota navegamos
Que solo de las focas se navega.
Mas ya es razon tambien de que sepamos,
Si verdad en vosotros no se niega,
Quién sois, si de esta tierra naturales,
Y si del Indo, en fin, teneis señales.
LIII.
     Somos (dijo uno de ellos que dió cara)
Estranjeros en ley, suelo y ambiente;
Porque á los de estas islas los criara
Natura sin razon ni ley prudente:
Siguiendo nos la cierta que enseñara
De Abraham el preclaro descendiente
(Si de padre gentil, de madre hebrea)
Que gran parte del mundo señorea.
LIV.
     Esta islilla pequeña que habitamos,
Es en todo el país segura cala
De cuantos en el golfo navegamos
De Quíloa, de Mombaza y de Sofála:
Y asegurarnos de ella
Como dueños, por ser precisa escala;
Y porque todo, en fin, se os notifique,
Llámase la insulilla Mozambique.
LV.
     Y ya que de tan lejos navegades
Buscando el Indo Hidaspe y tierra ardiente,
Piloto aquí tendreis, por quien seades
Guiados por los mares sabiamente:
Tambien será bien hecho que tengades
De tierra algun refresco; y que el Regente
Que esta tierra gobierna, pronto os vea,
Y de lo más preciso se os provea.
LVI.
     A sus barcos, diciendo así, tornóse
El Moro de su gente en compañía;
Y del Caudillo y Lusos apartóse,
Con muestras de debida cortesía.
En tanto Febo al hondo mar llevóse
En carro de cristal el claro dia,
Ordenando, que en tanto él reposase,
Su hermana el ancho mundo iluminase,
LVII.
     Pasó la gente de la Lusa flota
La noche en alegría y descansada,
Por encontrar de tierra tan remota,
Nueva por tanto tiempo deseada;
Y entre sí cada cual advierte y nota
La gente y uso y ropa desusada,
Y cómo los que en secta infiel creyeran,
Tanto por todo el mundo se estendieran.
LVIII.
     De la luna los rayos rutilaban
Por las plácidas ondas neptuninas:
Las estrellas el cielo asimilaban
A prado de azucenas argentinas;
Y los furiosos vientos reposaban
En las oscuras cuevas peregrinas:
Mas segun su costumbre, por cautela,
La gente de la escuadra estaba en vela.
LIX.
     Pero así que llegó la luz rosada
Por el sereno cielo á derramarse
Del alba hermosa, abriendo roja entrada
Al claro sol que prueba á despertarse,
Se empieza á embanderar toda la armada,
Y de toldos alegres á adornarse,
Por recibir con fiestas y alegría,
Al Rector de las islas que venia,
LX.
     Venia ledamente navegando
A ver las prestas naves lusitanas,
Con refrescos de tierra, en sí cuidando
Que son aquellas gentes inhumanas
Que las tierras caspianas habitando
A conquistar pasaron las Asianas,
Y por decreto y órden del destino,
Ganaron la ciudad de Constantino.
LXI.
     Recibe el Capitan alegremente
Al jefe y su completa compañía:
Dále de ricas piezas un presente,
Que para estos efectos ya traia;
Dulces conservas dále, y dále ardiente
Desusado licor que da alegría;
Nada hay que el Moro con placer no tome,
Y con placer más grande bebe y come.
LXII.
     La marítima gente está del Luso
Subida por las jarcias, admirada,
Notando el estranjero modo y uso,
Y la lengua tan bruta y enredada.
Tambien el Moro astuto está confuso,
Viendo el traje y color y fuerte armada;
Y todo preguntando, les decia
Si vienen por acaso de Turquía.
LXIII.
     Y les dice tambien, que ver desea
El libro que á su ley y fe presido;
Por ver si con la dél conforme sea,
O si moral diversa las divide;
Y porque todo note, observe y vea,
Que le presente al Capitan, le pide,
Aquellas fuertes armas, de que usaban
Cuando con sus contrarios peleaban.
LXIV.
     El valeroso Capitan responde,
Por uno que la lengua vil sabia:
Y le hace relacion, y poco esconde,
De su ley, tierra y armas que traia:
Dice que no es su raza la de donde
Procede la impia gente de Turquía;
Y que son de la Europa belicosa,
Y que la India buscan tan famosa.
LXV.
     Que la ley de Aquel sigue, á cuya mano
Obedecen lo oculto y lo visible:
De aquel Ser que, creó todo lo humano
Lo que tiene sentido y lo insensible:
Que ofensas padeció y ultraje insano,
Sufriendo inmerecida muerte horrible;
Y en fin, que desde el cielo bajó al suelo,
Para el hombre subir del suelo al cielo,
LXVI.
     «De este Dios-Hombre, altísimo, infinito,
No estrañes que hoy el libro aquí no lleve,
Escusando en papel traer escrito
Lo que estar en el alma impreso debe:
Que veas nuestras armas te permito,
Pues así lo pediste claro y breve.
Las verás amigable, pues espero
Que no las quieras ver como guerrero.»
LXVII.
     Esto diciendo, manda á diligentes
Ministros enseñar las armaduras;
Ven arneses y petos relucientes,
Mallas finas, de acero planchas puras,
Escudos de labores diferentes,
Trabucos y espingardas muy seguras,
Arcos y sagitíferas aljabas,
Partesanas agudas, picas bravas.
LXVIII.
     Las bombas de disparo y juntamente
Las sulfúreas pelotas, tan dañosas:
Pero á los de Vulcano no consiente
Dar fuego á las bombarda temerosas;
Porque el gallardo espíritu valiente,
Entre gentes tan pocas y medrosas,
Para no ser cual es, tiene razones:
Que es flaqueza, entre ovejas, ser leones,
LXIX.
     Pero de esto que al Moro se le muestra
Y de cuanto observó con ojo atento,
Le vino al alma cólera siniestra
Y á la mente torcido pensamiento:
Mas en gesto y accion no lo demuestra,
Sino que, con risueño fingimiento,
Blandamente tratarlos determina
Hasta que pueda hacer lo que imagina.
LXX.
     Pilotos luego el Capitan le pide,
Por quien pudiese al Indo ser llevado:
Y dícele que el pago no se mide
Del trabajo que en ello hayan tomado.
Prométeselo el Moro, en quien reside
Tal intencion, intento tan malvado,
Que, á poderlo, la muerte, en aquel dia,
En igual de Piloto le daria.
LXXI.
     ¡Tal era el odio y malquerer tenaces
Que encendió contra el Luso la venganza,
De la verdad al ver que son secuaces
Que el hijo de David da en enseñanza!
¡Oh profundos arcanos no falaces
A que juicio mortal ninguno alcanza!
¡Que nunca falte un pérfido enemigo
Aun al que siempre fue del cielo amigo!
LXXII.
     Partió en esto y llevó su compañía
De las náos el Moro despachado,
Con engañosa y grande cortesía,
Con aspecto de halago simulado.
Cortaron los bateles la ancha via
Del conocido mar; y acompañado,
Ya en tierra, de obsequioso ayuntamiento,
Fuese el Moro á su cógnito aposento.
LXXIII.
     Desde su etéreo asiento el gran Tebano
Que del muslo paterno fue nacido,
Viendo que el fuerte pueblo Lusitano
Es al Moro molesto, aborrecido,
En la mente revuelve intento insano
Con que sea del todo destruido;
Y mientras en la mente lo ordenaba,
Consigo estas palabras platicaba.
LXXIV.
     «Está ya decidido por el Hado
Que alcance las victorias más famosas
La fuerte grey del Portugués estado
De las indianas gentes belicosas:
Yo solo, hijo de padre sublimado,
Con cualidades tantas generosas,
¿Sufriré que el destino favorezca
A aquel por quien mi nombre se oscurezca?
LXXV.
     «Ya los dioses quisieron que tuviese
El hijo de Filipo en esa parte,
Tanto poder, que todo lo rindiese
Bajo su imperio el furibundo Marte.
¿Mas háse de sufrir que el Hado, diese
A tan pocos tamaño esfuerzo y arte,
Y yo, y el Macedonio, y el Quirite,
Demos lugar al que el honor nos quite?
LXXVI.
     «No será así, porque antes que llegado
Hubiere el Capitan, astutamente
Le será tanto engaño fabricado
Que jamás toque al suelo del Oriente.
Yo á tierra bajaré, y el inflamado
Pecho haré incendio de la Máura gente:
Porque siempre por via irá derecha,
Quien de oportuno tiempo se aprovecha.»
LXXVII.
     Esto diciendo, Mero y cuasi insano.
Sobre la tierra de África lanzóse,
Donde tomando forma y gesto humano,
Para el sabido Praso encaminóse;
Y por mejor fingir el hecho vano,
En natural figura convirtióse
De un Moro, en Mozambique conocido,
Viejo sabio, del Jeque muy valido.
LXXVIII.
     Al cual entrando á hablar, al tiempo y horas
A la malicia aquella acomodadas.
Le dice, que eran hordas malhechoras
Las que allí nuevamente eran llegadas;
Que vino, de las gentes moradoras
De la costa, rumor que de robadas
Por estos hombres que pasaban, fueron,
Que con pactos de paz siempre mintieron.
LXXIX.
     «Y á más sabe (le dice) que entendido
Tengo de estos cristianos, que ladrones,
El comercio del mar han destruido,
Con incendios y bárbaras acciones,
Y ya traen, de largo, engaño urdido
Contra nos; y que son sus intenciones
Solo de asesinarnos y robarnos,
Y á los hijos y esposas cautivarnos.
LXXX.
     «Y sé tambien que tiene ya tratado
De venir á buscar agua, muy cedo,
El Capitan, de muchos resguardado,
Que de intencion dañada nace el miedo.
Tú tambien debes, con tu gente, armado,
Ir á esperarlo al paso, oculto y quedo;
Con que al bajar la suya descuidada,
Pueda toda caer en la celada.
LXXXI.
     «Y no quedando aún de esta pelea
Destruidos ó muertos totalmente,
Imaginado tengo, aca en la idea,
Otra maña y ardid, que te contente.,
Manda darles Piloto infiel, que sea
De astucia natural, y tan prudente,
Que los lleve á dó fueren destrozados,
Perseguidos sin fin y esterminados.»
LXXXII.
     No bien estas palabras lento dijo,
El Moro atento al fraude, al sabio viejo
El cuello le ciñó con regocijo,
Agradeciendo mucho el buen consejo:
Y luego preparó, nada prolijo
Para la empresa el bélico aparejo,
A fin que al Portugués se le volviese
En rojo humor el agua que obtuviese
LXXXIII.
     Y busca para el logro del engaño
Quien á la escuadra por Piloto mande;
Sabio, astuto, sagaz en todo daño,
A quien pueda confiarse un hecho grande.
Dícele que, siguiendo al Lusitano
Por tales costas y corrientes ande
Que si de una escapare, en otra ciego
Vaya, con más desastre, á caer luego.
LXXXIV.
     Ya Apolo con sus rayos visitaba
Los Nabateos montes, ascendido,
Cuando Gama á ir á tierra se aprontaba
Por agua con su tropa, decidido.
En las naves la gente se aprestaba
Cual si le fuese el fraude conocido:
Mas sospecharlo puede fácilmente,
Que cuando avisa, el corazon no miente.
LXXXV.
     Cuanto mas, que mandado habia á tierra
Al piloto á traer refresco vario:
Y respondido fuele en son de guerra,
Caso de lo ofrecido muy contrario.
Por eso, y porque sabe cuánto yerra
Quien se cree, de su pérfido adversario,
Apercibido va, como podia,
En tres bateles solos que traia.
LXXXVI.
     Mas los moros, que andaban por la playa,
A impedirles el agua apetecida,
Uno armado de escudo y de azagaya,
Otro de arco y de aljaba guarnecida,
Esperan que la Lusa gente vaya
La mayor parte de ellos escondida;
Si bien para lograr mejor el lance,
Algunos por ñagaza están de avance.
LXXXVII.
     Y van por la ribera alba, arenosa,
Con ademanes bélicos, alzando
La adarga y arco, y flecha peligrosa,
A los callados Lusos incitando.
No sufre asaz la gente valerosa,
Que los canes el diente estén mostrando,
Y cada cual dá en tierra tan ligero,
Que nadie decir puede que es primero.
LXXVIII.
     Cual en coso sangriento el ledo amante,
Viendo á la bien querida hermosa dama,
Busca al toro, y saliéndole delante,
Salta, corre tras él, le silba y llama:
Mas el fiero animal, en tal instante,
La cornígera frente inclina y brama,
Y arrancándo feroz, los ojos cierra,
Hiere, rompe, destroza y echa á tierra:
LXXXIX.
     Así, en la escuadra ruido se levanta
De la dura y horrenda artillería:
La férrea bola mata, el ruido espanta:
El aire zumba, el humo turba el dia:
El pecho de los moros se quebranta:
Y creciendo el terror, su sangre enfria,
Y el descubierto muere destrozado,
Y el que estaba escondido huye asustado.
XC.
     No contenta la gente portuguesa,
Prosigue la victoria, hiere y mata:
La poblacion, sin muros, es ya opresa,
Y la incendia, bombea y desbarata.
De la celada al moro ya le pesa,
Que bien cuidó comprarla más barata.
Y el anciano y la madre, hoy infelice,
Execra de la guerra, y la maldice.
XCI.
     Corre el moro y saetas va arrojando
Sin fuerza, de cobarde y presuroso,
Palos, piedras y troncos vá tomando,
Y armas dále el furor ciego y rabioso:
Y ya el pueblo y la isla abandonando,
Huye á la tierra-firme temeroso:
Pasa, y corta del mar el brazo estrecho
Que de aquella la aparta breve trecho.
XCII.
     Unos en almadias van fajadas;
Quién cruza el agua á nado diligente;
Quién se ahoga en las olas encrespadas;
Quién el mar bebe y echa juntamente.
Derriban las frecuentes bombardadas
Los Pánguios breves de la bruta gente:
Terrible, en fin, el portugués castiga
La vil malicia pérfida enemiga.
XCIII.
     Y tornan victoriosos á la armada
Con el largo despojo y rica presa;
Y van á su placer á hacer aguada
Ya sin miedo de daño y de sorpresa.
Queda la Máura gente malparada,
Mas que nunca en el odio antiguo accesa;
Y viendo sin venganza tanto daño,
Solo esperando está del otro engaño.
XCIV.
     Proponer paz dispone arrepentido
El Regidor de aquella inicua tierra,
Sin que sea del Luso conocido
Que en figura de paz le mandan guerra;
Porque al falso piloto prometido
(Promesa favor que el daño encierra)
En señal de las paces que trataba,
A que á morir los lleve le mandaba.
XCV.
     El capitan, á quien entonces place
Tornar á su camino acostumbrado:
A quien tiempo ya dulce y próspero hace
Para en busca salir del Indo ansiado,
Al piloto recibe y satisface
Que le envian; y en todo agasajado,
Y despedido el mensajero atento,
Las velas manda dar al largo viento.
XCVI.
     De esta suerte, ya en paz, la armada airosa
De Anfitrite las aguas dividia:
De Nereo la prole vá gozosa
En torno, fiel y alegre compañía.
El capitan sin maliciarse cosa
Del engañoso ardid que el moro urdia,
Del mismo largamente se informaba,
Del Indo todo y costas que pasaba.
XCVII.
     Mas instruido el Moro en los engaños
Que el malévolo Baco le ha tejido,
De cautiverio y muerte nuevos daños,
Antes que al Indo llegue, ha prevenido:
De los puertos le da razon Indianos,
Y de cuantos detalles le ha pedido;
Y en tanto el Portugués nada temia,
Tomando por verdad lo que decia.
XCVIII.
     Y añadió, con el falso pensamiento
Con que al Frigio á Sinón burlar se ha visto:
Que está cerca una Isla, cuyo asiento,
Siempre antiguo ocupó pueblo de Cristo.
El Capitan que á todo estaba atento,
Alégrase al relato no previsto,
Y á que le lleve al puerto le incitaba
Con grandes dones dó el cristiano estaba.
XCIX.
     Lo mismo el falso Moro determina
Que lo que el capitan desear puede;
Que la tierra habitada es de ferina
Gente que sigue el culto de Mahomede.
Aquí el engaño y muertes imagina,
Porque en poder y fuerzas mucho escede
A Mozambique el pueblo, que se llama
Quíloa, muy conocido por su fama.
C.
     Dirigíase allá la alegre flota:
Mas las la diosa en Citéres bendecida,
Viendola abandonar la cierta rota
Por ir tras de la muerte imprevenida,
No consiente que, en tierra tan remota,
Se pierda gente de ella tan querida,
Y con vientos contrarios la apartaba
De á dó el falso piloto la llevaba.
CI.
     Con que el malvado Moro no pudiendo
Tal determinacion llevar avante,
Otra perfidia en su lugar urdiendo,
Prosigue en su propósito constante.
Dice que, pues las aguas impeliendo
Los llevan á la fuerza hácia adelante,
Que cerca hay otra Isla cuya gente
Son cristianos y moros juntamente.
CII.
     Tambien en este aserto le mentia,
Como en fin, por costumbre ya llevaba;
Porque de Cristo allí gente no habia
Sino la que á Mahoma celebraba.
El Capitan, que al Moro bien creia,
Velas virando, la Isla demandaba:
Mas no quiere la diosa guardadora,
y la barra no vence la alta prora.
CIII.
     La Isla á Quíloa está tan allegada,
Que un paso estrecho á entrambas dividia,
y una ciudad en ella está situada,
Que al frente de la mar aparecia;
                               De nobles edificios está ornada
Cual, de lejos, por fuera, bien se vía:
Mómbaza, isla y ciudad por nombre tienen,
Y á un Rey anciano á someterse vienen.
CIV.
     Y el Capitan á vista de ella Ira anclado,
Estrañamente alegre porque espera,
Que va á ver aquel pueblo bautizado,
Como el falso piloto le dijera;
Cuando héte que de. tierra con recado
Llegan barcos del Rey, que ya supiera
Quien son, que Baco de antes le avisára,
De otro Moro en la forma que tomára.

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