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Argumento del Canto Sétimo


Exhortacion á los Príncipes cristianos para que emprendan tan grandes empresas como la presente en servicio de la Cristiandad, y no gasten sus fuerzas en guerras entre si, y menos en perjuicio de la unidad religiosa: descripcion del Malabar, al que pertenece la provincia de Calecut, en cuyo puerto fondea la Armada: recibe el Samorim, ó Emperador, á Gama con honoríficas demostraciones: se presenta el Moro Monzaide, que, informado de Gama, informa tambien á los naturales del pais: va el Catüal, ó gobernador de Calecut, a ver la Armada.




I

   Ya llegaron por fin cabe la tierra
Tan ansiada de gente emprendedora,
Que entre las aguas Índicas se encierra
Y el Gánges que el terrestre cielo mora.
Hora ¡sus! gente fuerte, que en la guerra.
Quereis llevar la palma vencedora:
Ya llegásteis: teneis por fin delante
La tierra de riquezas abundante.


II

   A tí, generacion del Luso, digo,
Que tan pequeña parte eres del mundo:
Y no del solo, mas del cerco amigo
Del que. gobierna cielo y mar profundo,
Tú, á quien no solo espíritu enemigo
Estorba conquistar el pueblo inmundo,
Sino codicia, error, desobediencia
A la que allá en el cielo está en esencia,


III

   Vosotros, Lusos, pocos cuanto fuertes,
Que el flaco poder vuestro no midiendo,
A costa vais de vuestras varias muertes
La ley de vida eterna difundiendo:
Del cielo en vuestra pró teneis las suertes
Pues aun así tan reducidos siendo,
Mucho hareis por la fe sublime y alta;
Que con ella Jesus al hombre exalta.


IV

   Ved de alemanes el infiel ganado
Que por tan vastos campos se apacienta,
Que, al sucesor de Pedro rebelado,
Nuevo pastor y nueva secta inventa:
Vedle en indignas guerras ocupado,
Que no con su error solo se contenta,
No con ir contra el ímpio sarraceno,
Mas con romper del Superior el freno.


V

   Ved al soberbio Inglés, que se nomina
De la ciudad muy santa soberano
Que el Ismaelita pérfido domina
(¡Quién vió honor de lo cierto más lejano!)
Que entre boreales nieblas se imagina
Nuevo modo intentar de ser Cristiano;
Y contra los Cristianos hace guerra,
No por tomar la que llamó su tierra,


VI

   Mirádle á un falso Rey guardar benigno
En la Salem terrestre desdichada,
Mientras la Santa Ley pisa maligno
De la eternal Jerusalen sagrada.
Pues ¿qué diré de tí, Francés indigno,
Que el nombre Cristianísimo te agrada,
Para hacer en su contra y rebajarlo,
No para defenderlo ni guardarlo?


VII

   ¿Piensas tener derecho á señoríos
De Cristianos, el tuyo siendo tanto,
Y dejas Nilo y Cínife, esos rios
Enemigos sin fin del nombre Santo?
En esto: allí se han de probar los brios:
En quien reprueba de la Iglesia el canto:
¿De Cárlos y de Luis heredas tierra
Y nombre, y no el deber de justa guerra?


VIII

   ¿Pues qué diré de aquellos que en delicias
Que el vil ocio en el mundo trae consigo,
Gastan las vidas, gozan las caricias
Olvidando el esfuerzo suyo antigo?
Nacen en el mandar inimicicias
De que el pueblo es sosten, de sí enemigo:
Hablo contigo, Italia, en culpa varia
Hoy sumida, y de tí misma contraria,


IX

   ¡Oh míseros Cristianos! ¿Por ventura
Sois de Cadmo los dientes esparcidos
Que se dan entre sí la muerte dura
Siendo todos de un seno producidos?
¿Viendo no estais la santa sepultura
De canes en poder que, siempre unidos,
A tomar vienen vuestra. antigua tierra
Haciéndose famosos por la guerra?


X

   Ellos tienen por uso y por decreto,
Del que son tan perfectos observantes,
Su ejército juntar, nómada, inquieto,
Contra los pueblos de Jesus amantes;
Y en vosotros no deja nunca Aleto
De derramar zizañas repugnantes;
Teniendo (ved qué suerte) en trances varios,
A ellos y á vosotros por contrarios.


XI

   Si codicia de grandes señoríos
Os hace ir á buscar tierras ajenas,
Del Hermo y del Pactólo ved los ríos,
Que ambos mueven auríferas arenas:
Tejen oro el Asiro y Lidio impíos:
Africa esconde en sí lucientes venas:
Siquiera os muéva ya riqueza tanta,
Pues no os puede mover la Casa Santa,


XII

   Aquellas invenciones fieras, nuevas,
De instrumentos de horrenda artillería,
¿Por qué no están haciendo duras pruebas
De Bizancio en los muros, y en Turquía?
Haced volver á las silvestres cuevas
Del Caspio monte y de la Scitia fría
La turca raza que, creciendo, acopa
Tierra y poder en vuestra culta Europa.


XIII

   Griegos, Traces, Armenios, Georgianos,
Os gritan que les hace el pueblo bruto
Los hijos someter á los profanos
Preceptos del Korán: ¡fiero tributo!
De castigar los hechos inhumanos
Os gloriad con poder fuerte y astuto,
Y no busqueis loores presuntuosos
De ser contra los vuestros poderosos.


XIV

   Mas en tanto que ciegos y sedientos
Andais de vuestra sangre ¡oh pueblo insano!
No faltarán cristianos ardimientos
En este corto aprisco Lusitano:
Tiene Áfricos marítimos asientos:
Más que todos en Asia es soberano:
La cuarta parte nueva rompe y ara,
Y si hubiese más mundo, en él entrara,


XV

   Y veamos en tanto qué acontece
A aquellos tan famosos navegantes,
Despues que la alma Vénus enflaquece
Las furias de los vientos arrogantes:
Despues que la ancha tierra se aparece,
Término de trabajos tan constantes,
Dó vienen á estender la fe cristiana
Y á traer nuevo Rey, ley más humana.


XVI

   Mientra á la nueva tierra no llegaron.
Cogieron breves barcos pescadores,
Los cuales el camino les mostraron
De Calecut, donde eran moradores;
Y para allá las proras enfilaron,
Porque era esa ciudad de las mejores
Del mejor Malabar, donde vivía
El Rey que todo el suelo poseia.


XVII

   De acá el Ganges, el Indo de allá ciñe
Un terreno grandísimo y famoso,
Que por la parte Austral el mar le tiñe
Y del Norte el Emódio cavernoso:
Yugo de varios Reyes le constriñe
A ley diversa: algunos el vicioso
Korán, otros los ídolos adoran,
Y hasta los brutos que en sus tierras moran.


XVIII

   En la estensa montaña que, cortando
Tierra tanta, recorre el Asia entera,
Y nombres tan diversos va tomando
Segun son las regiones donde impera,
Las fuentes son de donde van manando
Los rios que terminan su carrera
En el Índico mar, dó queda opreso
El terreno, formando el Quersoneso.


XIX

   Allí, entre rio y rio, en vasto trazo,
Larga punta de tierra se presenta
Cuasi piramidal, que en el regazo
Del mar, frente á Ceilan su talle ostenta:
Y cabe donde nace el ancho brazo
Gangético, rumor antiguo cuenta
Que los de aquella tierra moradores
Del olor se mantienen de las flores.


XX

   Mas ya gozan de nombres y de usanza,
Nuevos y varios hoy los habitantes,
Son Delijes, Patanes, en pujanza
De gente y tierra allí los más boyantes:
Canijes y Oriás, que la esperanza
Ponen de salvacion en las sonantes
Ondas del Gange; y la gentil Bengala,
A quien en lo feraz ninguna iguala.


XXI

   Y de Cambaya el pueblo belicoso
(Que diz que fue de Poro Rey valiente):
El reino de Narsinga, poderoso
Más de oro y piedras que de brava gente.
Se mete luego allá del mar undoso
Alto monte, que corre largamente,
Sirviendo al Malabar de fuerte muro,
Con que del Canará vive seguro.


XXII

   Las gentes del pais le dicen Gate,
Al pie del cual á dilatarse empieza
Breve y estrecha falda, á quien combate
Del duro mar la natural fiereza;
Y aquí de otras ciudades, sin debate,
De imperio rico espléndida cabeza,
Se ostenta Calecut, de ilustre fama,
Y el señor de ella Samorim se llama.


XXIII

   Llegada á este soberbio señorío,
Sale enviado al instante de la flota
Un Portugués que anuncie al Rey impío
Su aborde allí de parte tan remota;
Y entrando el mensajero por el rio,
Cuya corriente hasta la mar azota,
El gesto, la color, el traje, el modo,
Lleva corriendo á verle al pueblo todo,


XXIV

   Y entre la multitud que concurría
Llégase un Mahometano, que nacido
Habia en la region de Berbería,
Donde otro tiempo Antéo fue temido
Y ya que por vivir cerca, tendría
Al Lusitano reino conocido,
Ya que en este recuerda aquel trabajo
De la suerte que allí tambien le trajo:


XXV

   En cuanto al mensajero vió jocundo,
Como que sabe bien la lengua hispana,
Le dice: «¿Quién te trae á este otro mundo,
Tan lejos de ta patria Lusitana?»
«Abriendo (le responde) el mar profundo,
Por donde no fue nunca gente humana,
Vinimos á buscar el Indo ardiente
Dó nuestra ley divina se acreciente.»


XXVI

   Quedó espantado del tremendo viaje
El Moro, que Monzaide se llamaba,
Oyendo las fatigas del pasaje
Por los mares que el Luso le contaba:
Mas al fin enterado que un mensaje
Al señor de esta tierra le llevaba,
De la ciudad le dice que está ausente,
Si bien no lejos de ella, el Rey potente,


XXVII

   Y que mientras la nueva le llegase
De su estraña venida, si queria
En su pequeña casa reposase,
Que del pais los frutos comeria,
Y que despues que un tanto se gozase,
A la flota con él se volveria;
Que alegría no puede haber tamaña
Que compatricios ver en tierra estraña.


XXVIII

   El Portugués de recibir no deja
El favor que Monzaide ledo ofrece:
Y cual si su amistad fuera va vieja,
Come y bebe con él, y le obedece:
Y luego torna la feliz pareja
A la Armada, que al Moro el gusto acrece.
Montan la Capitana, y viejo y mozo
A Monzaide ven todos con gran gozo.


XXIX

   Le abraza el Capitan con rostro ledo,
De Castilla al oir la lengua clara:
Cerca de sí le asienta, y luego cedo
Del pais le pregunta y gente rara.
Cual circunda en Rodópe el arboledo
Al dulce amante de Euridice cara,
Por oirlo tocar la lira de oro,
Tal se Junta á escuchar la gente al Moro.


XXX

   Y él comienza: «¡Oh nacion que la natura
De mi paterno nido cerca puso!
¿Qué destino tan grande, ó qué ventura
Os guió por camino tan profuso?
No sin causa recóndita y escura
Del Tajo y Miño ignoto alguien dispuso
A estos reinos traeros apartados,
Por mares de otro leño nunca arados.


XXXI

   «Dios os trajo no más, que así pretende
Que algun servicio lo dejeis cumplido;
Por eso solo os guia y os defiende
De enemigos, de viento y mar temido.
Sabed que en India estais, donde se estiende
Diverso pueblo, rico, abastecido
De oro luciente y fina pedrería,
Suaves aromas y alta especería.


XXXII

   «Esta provincia, de que habeis surgido
Al puerto ahora, Malabar se llama:
El culto antiguo idólatra ha seguido
Que acá por estas partes se derrama:
De varios Reyes es: más de uno ha sido
En los tiempos de atras, segun es fama.
Sarama Perimal fue el Rey postrero
Que este reino mandó junto y entero.


XXXIII

   «Entonces ocurrió que aquí vinieran
De allá del seno Arábigo otras gentes,
Que el culto Mahomético trujeran,
En el que me instruyeron mis parientes:
Y tambien que con preces convirtieran
A Perimal, muy sabias y elocuentes;
El cual tomó la ley con fervor tanto,
Que propúsose en ella morir santo.


XXXIV

   «Arma naves, y activo y cuidadoso.
Mercadería espléndida previene,
Y á ofrecerse con todo religioso
Va donde cultos el Profeta obtiene.
Mas antes el su reino poderoso
En los suyos reparte, pues no tiene
Propio heredero, y por afectos hace
Libre al esclavo, rico al que le place.


XXXV

   «Cochim al uno, al otro Cananóres,
A este Chalé, y á aquel la isla Pimienta:
A quién Coulon, á quién da Granganóres,
Y al que más lo sirvió, más le contenta:
Pero un mozo que ha sido sus amores,
Despues de todo dar, se le presenta,
Y á este ya Calecut solo le aplica,
Ciudad por su comercio noble y rica.


XXXVI

   Mas se la da con título fastoso
De Emperador que sobre todos mande:
Esto acabado, parte presuroso
A donde en santa vida á morir ande;
Y de aquí queda el nombre de glorioso
Samorim (más que todos digno y grande)
Al mozo y sucesores, de dó viene
Este que hoy el imperio manda y tiene.


XXXVII

   «La ley de toda gente, escelsa ó chica,
De fábulas parece de quien sueña;
Anda desnuda, y solo un paño aplica
A aquello que á cubrir natura enseña.
Dos clases hay de grey: la grande y rica
Náire tiene por nombre, y la pequeña
Pólea se llama, á quien su ley le manda
No mezclarse á la antigua veneranda,


XXXVIII

   «Porque el que siempre tiene un mismo oficio
De otro tomar mujer no puede en suerte,
Ni sus hijos seguir otro ejercicio
Sino el de su familia hasta la muerte.
Para los Náires es deshonra y vicio
Ser tocados por Póleas; y si advierte
Alguno haberlo sido, ó se lo indica,
Con ceremonias mil se purifica.


XXXIX

   «Así el antiguo pueblo de Judea
No tocaba á la gente de Samária.
Otras cosas no os digo en que se emplea
Esta gente, do usanza estraña y vária:
Solo el Náire es dispuesto á la pelea:
Solo él defiende de agresion contraria
A su Rey, á llevar acostumbrado
A izquierda escudo, espada al diestro lado.


XL

   «Brahmenes son sus hombres religiosos,
Nombre antiguo de escelsa preminencia,
Y observan los preceptos muy famosos
De uno que el primer nombre dió á la ciencia:
No matan nada vivo, y temerosos,
De carne observan rígida abstinencia:
De mujer solo, en grato ayuntamiento,
Tienen menos estrecho mandamiento.


XLI

   «Ellas comunes son, mas solamente
Para los de la grey de sus maridos:
¡Felice condicion, dichosa gente
Que no son por los celos ofendidos!
Estos y otros más usos variamente
Son por los Malabares muy cumplidos
Rica es la tierra en suelo yen marina,
Comerciante en el mar del Nilo al China.»


XLII

   Esto el Moro decia: mas vagando
La fama ya por la ciudad andaba
Del viaje de esta gente estraña, cuando
a saber la verdad el Rey mandaba.
Ya vienen por las calles caminando,
(Y toda edad y sexo les cercaba)
Los Grandes, que á traer son elegidos
Al jefe de los náutas atrevidos.


XLIII

   Este, que ya del Rey tiene licencia
Para desembarcar, acompañado
De nobles Portugueses, con urgencia
Parte, de ricas galas adornado.
De colores la hermosa diferencia
La vista alegra al pueblo alborozado;
Y el remo hiere, acompasado y frio,
Primero el mar, y luego el fresco rio.


XLIV

   En la playa un rector del reino habia
Que en lengua suya Catüal se llama,
Rodeado de Naires, que venia
Con desusada fiesta al noble Gama.
Ya en sus brazos en alto le tenia.
Y de un portátil lecho en rica cama
Le coloca (segun estilo usado)
Que por fornidos hombros es llevado.


XLV

   De este arte el Malabar, de este arte el Luso,
Caminan á dó el Rey ya les espera:
Los otros Portugueses van, al uso
De sus infantes, en escuadra fiera:
El pueblo que concurre está confuso
De ver la estraña gente, y bien quisiera
Preguntar: mas de tiempo asaz pasado
Entenderse en Babel les fue vedado.


XLVI

   El Gama y Catual iban diciendo
Cosas que la ocasion les ofrecia
Monzaide entre los dos va traduciendo
Las palabras que de ambos entendia.
Por la ciudad en tanto discurriendo,
A dó sublime fábrica se erguia
De templo suntuosísimo llegaban;
Por las puertas del cual juntos entraban.


XLVII

   En él están de dioses las figuras
Escultas en madera y piedra fría:
Varias en gesto, varias en pinturas,
Segun que allí el demonio las fingía:
Se ven abominables esculturas
Cual Quimera, que en miembro mil varía,
Los Cristianos, á Dios acostumbrados
A ver en forma humana, están pasmados.


XLVIII

Este, con cuernos en la frente erguidos,
Cual Júpiter Hamón en Libia estaba:
Aquel dos rostros en un busto unidos,
Como el antiguo Jano se mostraba:
Uno con muchos brazos esparcidos
A Briaréo parece que imitaba:
Otro con faz de perro está que azora,
Cual á Anubis Memfítico se adora.


XLIX

   Hecha allí de aquel ciego pueblo impío
La adoracion fanática frecuente,
Caminan ya derecho, sin desvío,
Donde está el Rey de la pagana gente:
Van, engruesando el bárbaro gentío,
Los que á ver van al Capitan valiente,
Y están por las ventanas y tejados,
Mujeres, mozos, viejos agolpados.


L

   Ya llegan cerca, y no con pasos lentos,
De los jardines bellos y olorosos,
Que en sí cierran los regios aposentos,
No muy altos de muros, mas suntuosos;
Que edifican los nobles sus asientos
Cercados de arboledos deleitosos;
Y así viven los Reyes de esa gente
En la ciudad y el campo juntamente.


LI

   Del cercado en las puertas, con destreza
De la Dedálea facultad, se nota
En trazadas figuras la nobleza
De la India y su historia más ignota;
Y recuérdanse allí con tal viveza
Los sucesos de aquella edad remota,
Que quien bien los conoce y ha aprendido,
Goza de la verdad en lo fingido.


LII

   Era un inmenso ejército, que pisa
La oriental tierra que el Hidaspe lava:
Le rige un Capitan de barba lisa
Que con tirsos frondíferos peleaba:
Por él edificada estaba Nisa,
Al pie de un rio que á su voz manaba:
Y es tal, que si Seméle allí estuviera,
Que su hijo es aquel pronto dijera.


LIII

   Más delante, bebiendo, seca el rio
Muy grande multitud de Asiria gente,
Sujeta al femenino señorío
De mujer, cuanto bella, incontinente:
Allí esculpido tiene el nunca frio
A su lado, feroz ginete ardiente,
Con quien sostiene un hijo competencia:
¡Nefando amor, brutal concupiscencia!


LIV

   De allí más apartadas tremolaban
(Tercera monarquía) las gloriosas
Banderas de la Grecia, y subyugaban
Del Gange hasta las aguas caudalosas:
A un capitan mancebo se postraban
Circundado de palmas valerosas,
Que no ya de Filipo, mas de fijo
Se proclama de Júpiter por hijo.


LV

   Admirando el Lusiada estas memorias.
Al Capitan el Catüal le dice:
«Pronto tiempo vendrá que otras victorias,
Las que viendo ora estais despreconice:
Aquí se han de escribir nuevas historias
De gente estraña que vendrá felice,
Que nuestros sabios magos lo alcanzaron,
Cuando tiempos futuros consultaron.


LVI

   «Y les dijo ademas su maga ciencia,
Que para contrastar fuerza tamaña,
No valdrá de los hombres resistencia.
Que es contra el cielo inútil mortal maña;
Y añadió, que la bélica escelencia,
En paz y en guerra, de la gente estraña
Será tal, que hará el nombre esclarecido
Del vencedor, la fama del vencido.»


LVII

   Así hablando ya entraban en la sala
Donde aquel Imperante poderoso
En un lecho descansa, al que no iguala
En precio ningun otro primoroso:
En la muelle postura se señala
Venerando señor y bondadoso;
Y paño de oro ciñe su cabeza,
Que con preciosas joyas se adereza.


LVIII

Baja la vista, en actitud muy sierva,
Un viejo cerca dél, de cuando en cuando,
Hoja verde le da de ardiente yerba,
Que está, segun su estilo, rumiando.
A un Brahamene elevado se reserva
Que á Gama á lentos pasos avanzando,
Le tome, y al monarca le presente,
Que, ya ante sí, le indica que se siente.


LIX

   Gama, sentado junto al rico lecho,
Y más lejos la corte que ora asista,
Mirando el Samorim está deshecho
El traje, el gesto, la actitud no vista:
Sacando aquí la voz del sabio pecho,
Que grande autoridad pronto conquista
En la opinion del Rey y el pueblo todo,
El Capitan prorumpe de este modo:


LX

   «Un grande Rey de los lugares donde
Con perpetuo girar voluble el cielo
Con la tierra á la tierra el sol esconde,
Dejando la que queda en negro velo,
Al oir del rumor, que allá responde
El eco, de que está del Indio suelo
En tí todo el poder, la fuerza entera,
Quiere á tí unirse. en amistad sincera.


LXI

   «Y para que te anuncie á tí me manda,
De largas vueltas anudando el hilo,
Que cuanto por el mar y tierras anda
De riquezas, de allá del Tajo al Nilo,
Y de las frias playas de Zelanda,
Hasta donde en los dias va de estilo
No muda el sol sobre la Etiópia,
De todo hay en su reino inmensa copia.


LXII

   «Y si quieres con pacto y con alianzas
De paz y de amistad sacra y desnuda
Comercio consentir de las sobranzas
De uno y otro pais que el cielo ayuda,
Para acrecer sus rentas y abastanzas,
Por que tanto trabaja el hombre y suda,
Eso dará á los reinos ciertamente
Provecho, y á vosotros gloria ingente.


LXIII

   «Y mientras ese nudo de amistades
Entre los dos bien firme permanezca,
Pronto en todo rigor de adversidades
Que por guerras ó males se te ofrezca,,
Le verás, dirigir á tus ciudades
Sus huestes, y que hermano te aparezca:
Saber sobre esto tu opinion aguardo.
Y que he de verte en responder no tardo.»


LXIV

   Tal embajada el Capitan espone
Á quien el Rey gentil le respondia:
Que el recibir gran gusto le ocasione
Embajador que tan de allá venia:
Mas que en caso tan grave se propone
Escuchar al consejo que tenia,
Tomando exacto informe de quien era
La gente, el Rey, la tierra que dijera.


LXV

   Y que del largo viaje pena y susto
Podia en tanto descansar, que en breve,
Despacho le daria de su gusto,
Que en respuesta á su Rey contento lleve.
Pone en esto la noche el corte justo
Del hombre á los afanes, por que cebe
En el sueño sus miembros trabajados,
Y en el ocio los ojos no ocupados.


LXVI

   A Gama y Portugueses generoso
Agasaja en su espléndido aposento
Del Indio puerto el Regidor celoso,
Con fiesta y general contentamiento.
Al Catüal le cumple en el penoso
Cargo que del Rey tiene en regimiento,
Saber de dó la gente estraña viene,
Qué costumbres, qué tierra, que ley tiene.


LXVII

   No bien alumbra el carro del brillante
Mancebo Délio que la luz renueva,
Llamar manda á Monzaide en el instante,
Para informarse de la gente nueva:
Pregúntale, curioso y anhelante,
Si tiene claro indicio, ó cierta prueba
De quiénes son; que á sus oidos vino
Que es pueblo al pueblo suyo muy vecino.


LXVIII

   Y que en particular allí le diese
Informacion muy larga, pues hacia
Servicio en eso al Rey, con que ejerciese
Lo mejor que en el caso convendria.
Y respondió Monzaide: «Aunque quisiese
Decirte yo más que esto, no podria;
Que todos ellos son de allá de España
Dó en mi patria y el mar el sol se baña.


LXIX

   «Ley de un Profeta siguen, engendrado
Sin hacer en la carne detrimento
De la madre, pues hijo es aclamado
Del Dios que tiene el orbe en regimiento.
Lo que entre mis antiguos hay probado
Es que es muy grande su poder, sangriento
En armas, dó su brazo resplandece,
Como en su contra y daños aparece.


LXX

   «Por que ellos los lanzaron con no humana
Potencia de los campos abundosos
Del rico Tajo y rápido Guadiana,
Con hechos memorables y famosos:
Y sin parar aun en la Africana
Tierra, cortando mares procelosos,
No nos quieren dejar vivir seguros,
Sin temer a Ciudades y altos muros.


LXXI

   «Ni menos han mostrado esfuerzo y maña
En otras varias guerras que han tenido,
Ó con gentes belígeras de España,
Ó que hayan del Piréne descendido:
Así que nunca, en fin, por fuerza estraña
Fue su valor postrado ni vencido;
Ni se sabe que salga en ningun suelo,
Para Aníbales tales, un Marcelo.


LXXII

   «Y si esta informacion no fuese entera,
Y saber de ellos mismos se te antoja,
Entiende que es veraz gente y severa
Y á quien engaño y falsedad enoja:
Vé á ver su flota y hueste, y la manera
Del fundido metal que muerte arroja;
Y te holgarás de ver la alta pericia
Portuguesa en la paz y la milicia.»


LXIII

   Ya por ver el Idólatra se muere
Cuanto el Moro de aquellos le contaba:
Manda equipar bateles, que ver quiere
Las náos en que el Luso navegaba.
Salen los dos del puerto, á ellos se adhiere
Naire generacion que el mar cuajaba,
Y á montar van del Capitan la nave
Do Pablo atento recibirlos sabe.


LXXIV

   Purpúreos son los toldos; las banderas,
De trama del vellon que el Tajo cria,
Pintadas allí lucen las guerreras
Proezas que el Lusiada acabó un dia:
Lizas en campo abierto aventureras,
Desafios de muerte: ¡historia impía
Que uso es siempre que espante y que deslumbre
A Gentil y á Cristiana muchedumbre!


LXXV

   Empieza el Indio á preguntar: mas Gama
Le suplica primero que se siente,
Y que el suave deleite que más ama
La Epicúrea familia esperimente:
Del espumante vaso se derrama
El licor que Noé mostró á la gente.
Mas el Gentil que lo dispensen pide,
Que la secta que sigue se lo impide.


LXXVI

   Rompe el aire el clarin, que el pensamiento
Es en la paz de trances militares,
Con el fuego el diabólico instrumento
Se hace oir en el fondo de los mares.
Todo el Catual lo nota: mas atento
Está siempre á los hechos singulares
De aquellos hombres cuya imágen propia
Traza allí la pintura en muda copia.


LXXVII

   Allí el Gentil de pie, do Gama junto
Y Coello tambien, y el Mauritano,
Ponen la vista en el marcial trasunto
De encanecido viejo soberano,
Cuyo nombre jamas será difunto
Mientra hubiere en el mundo trato humano:
Su traje, que es de griego estilo muestra.
Y un ramo por señal lleva en la diestra.


LXXVIII

   Un ramo por señal... Mas ¡oh cuán ciego
Yo que emprendo con paso temerario,
Sin vosotras del Tajo y del Mondego,
Por tan rudo camino, estenso y vario!
Vuestro favor imploro: que navego
Por alto mar con viento tan contrario,
Que si no me ayudais, al cielo plegue
Que mi batel muy pronto no se anegue.


LXXIX

   Mirad que há tiempo mucho que cantando
Vuestro Tajo voy ya, vuestros Lusiadas,
Y fortuna me trae peregrinando,
Sufriendo sus injurias duplicadas;
Ayer peligros de la mar pasando,
Hoy de Marte las furias desatadas,
Cual Canáce, ya pronto á la hora suma,
Una mano en la espada, otra en la pluma.


LXXX

   Ora con la pobreza aborrecida,
Por ajenos hospicios degradado:
Ora de la esperanza ya adquirida,
De nuevo, más que nunca derribado:
Ora escapando apenas con la vida,
Que de un hilo pendia tan delgado,
Que no menos milagro fue librarse,
Que al Rey judáico en el cubil salvarse.


LXXXI

   Y aun así, Ninfas mias, no bastaba
Que tan grandes miserias me oprimiesen,
Sino que aquellos que cantando andaba
Tal precio por mis versos me volviesen.
A trueque de descansos que esperaba,
De coronas de lauro que me diesen,
Trabajos nunca vistos me inventaron
Con que á estado tan triste me arrojaron.


LXXXII

   Ved ¡oh Ninfas! qué engendros de señores
Vuestro Tajo produce valerosos
Que así saben premiar con sus favores
A quien los hace con cantar gloriosos.
¡Qué ejemplos á futuros escritores,
Que despierten á ingenios perezosos
Que aquellas cosas den á la memoria,
Que merecen tener eterna gloria!


LXXXIII

   En tantos males, pues, séame dado
Solo que vuestro amor no me fallezca,
Principalmente aquí, que ya he llegado
Donde diversos hechos engrandezca:
Vuestro amparo me dad, que yo he jurado
No gastarle en quien bien no lo merezca:
Y ni por miedo al daño que ya espero,
Ensalzaré á los altos lisonjero.


LXXXIV

   Ni creais que yo fama nunca diera
A aquel que alm bien comun de inmensas greyes
Su privado interes antepusiera,
Adverso á humanas y á divinas leyes:
Ni á ningun ambicioso que quisiera
A los mandos subir que dan los Reyes
Solo para, con torpes ejercicios,
Poder usar más ancho de sus vicios.


LXXXV

   A nadie que poder quiera bastante
Para el servicio de designio feo,
Y que por complacer al vulgo errante,
De más formas se vista que Protéo:
Ni tampoco penseis, Musas, que cante
Al que, hipócrita en traje honesto veo,
Por contentar al Rey en nuevo oficio,
Robar y hacer al pueblo maleficio.


LXXXVI

   Ni á quien juzga que es justo y caso estrecho
Guardar leyes del Rey severamente,
Y no piensa que es justo y de derecho
Que se pague el sudor de pobre gente:
Ni á quien siempre, con poco osado pecho,
Razones busca, y cuida que es prudente
Con mano avara al premio poner tasa
De trabajos ajenos que él no pasa.


LXXXVII

   Yo solo he de decir los que espusieron
Por su Dios y su Rey la amada vida,
Que, haciéndola inmortal, la revivieron
A la luz de su gloria esclarecida.
Febo y las que hasta agora me siguieron
Me doblarán la llama concedida,
Mientras que tomo aliento, descansando,
Para seguir despues mayor cantando.