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- III -

Túnez

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Especificidad de la instalación morisca en Túnez

     La Regencia otomana de Túnez es el país cuya inmigración morisca es más conocida, a pesar de su relativa lejanía de España, si comparamos ese país magrebí con Argelia y Marruecos. Esta situación específica se debe a dos factores, mutuamente implicados:

     1.º La comunidad de moriscos o andalusíes está muy bien definida y delimitada en la sociedad tunecina, especialmente en el siglo XVII y siguientes, y no se difumina o asimila enteramente en el resto de la sociedad, como acontece en los demás países donde se instalaron los inmigrantes moriscos.

     2.º Los estudios sobre los moriscos o andalusíes de Túnez se han llevado a cabo con rigor y tendencia a la exhaustividad, desde hace vanas décadas, lo cual ha producido una importante bibliografía que abarca prácticamente todos los aspectos que se refieren a esa comunidad.

     Los dos aspectos están íntimamente implicados. Si el objeto del estudio está claramente delimitado, es más fácil de estudiar. Si se estudia detenidamente, se puede parcelar mejor todos y cada uno de los aspectos de la actividad de esa comunidad de moriscos, para tender a la exhaustividad en el tema en su conjunto y definirlo mejor.

     En la imposibilidad de presentar aquí exhaustivamente el resultado de tantos estudios como se han hecho ya sobre los moriscos o andalusíes en Túnez, se van a presentar las principales líneas de esa investigación, actualmente muy activa y en manera alguna agotada. [262]

     Las páginas de síntesis que siguen no dispensan de leer los trabajos monográficos. Cada monografía tiene un importante valor en sí y permite también comprender mejor los paralelismos que se pueden encontrar con otros países de inmigración de los moriscos. Muchos aspectos que están escuetamente documentados en otros países, en Túnez tienen una importante documentación complementaria, que la explicita y que sitúa los hechos aislados allí existentes.



     1. Singularidad de las emigraciones andalusíes a Túnez

     Ante todo, hay que recordar brevemente las coordenadas geográficas e históricas que relacionan a Túnez como país islámico con Al-Andalus, la Península Ibérica y sus habitantes musulmanes.

     El territorio de la Regencia de Túnez en el siglo XVII correspondía aproximadamente a la actual República Tunecina, entre las también Regencias o vilayet otomanos de Argel y Trípoli de Occidente (Argelia y Libia actuales). A principios del siglo VIII había partido de ese territorio y de su capital Kairuán la iniciativa de la conquista de la Hispania visigótica y desde Kairuán se regirá Al-Andalus durante casi medio siglo. Desde entonces, las capitales del territorio tunecino (Kairuán, en los siglos VIII y IX, Al-Mahdiyya, en el X y en el XI, Túnez sobre todo a partir del XIII) van a ser el paso obligado de todos los andalusíes que viajan a Oriente y de todas las corrientes culturales árabe-islámicas que vienen de los centros orientales al extremo occidente islámico de Al-Andalus.

     Pero ese goteo incesante de viajeros de Al-Andalus no explica la singularidad de las grandes emigraciones de andalusíes al territorio tunecino. Éstas se darán en dos etapas muy bien definidas y delimitadas en el tiempo.

     La primera se da a mediados del siglo XIII, cuando la caída en manos de los cristianos de importantes regiones de Al-Andalus. La necesidad de emigrar, para la clase dirigente musulmana de esas regiones y ciudades, afectó por igual a los cuatro reinos post-almohades del Occidente musulmán: Granada, Fez, Tremecén y Túnez. Este último, en manos de la dinastía Hafsí, atrajo a un gran número de intelectuales y técnicos andalusíes, que formaron parte de la élite ciudadana del próspero [263] reino de Túnez, del siglo XIII al XV, de forma semejante a como se situaban muchos andalusíes en las otras capitales magrebíes.

     Pero el descalabro de Túnez a principios del siglo XVI, al tener que soportar múltiples ataques cristianos y especialmente la ocupación de La Goleta y otros puertos por parte de los españoles, supuso una cierta destrucción de la sociedad tunecina, durante más de medio siglo, bajo el demoledor «protectorado» que impusieron los españoles sobre la dinastía, precisamente para evitar la instalación del gobierno turco otomano (presente en Argelia, en Trípoli y en todo el Mediterráneo oriental) frente a las posesiones hispánicas de Italia meridional, en Sicilia, Cerdeña y Nápoles. Tras el freno a los otomanos que supuso la batalla de Lepanto, en 1572, la caída del «Arx Nova» o fortaleza que construían los españoles frente a Túnez, y de La Goleta, en 1573, marcó el final de una etapa de decadencia total de la sociedad tunecina, incapaz de defenderse de los ataques marítimos de los españoles, como lo habían hecho los argelinos a partir del puerto de Argel, o de refugiarse en el interior del país, como lo habían hecho los marroquíes a partir de sus capitales interiores de Fez y Marrakech. Y aún más de dos décadas tardará el gobierno tunecino, bajo la autoridad turca, para estructurar seriamente el país, a partir de 1590.

     Esta evolución de la sociedad tunecina a lo largo del siglo XVI explica por qué ese país no recibió ni acogió a las oleadas de andalusíes, cada vez más hispanizados, que habían ido pasando al Magreb a lo largo del siglo XVI durante el largo éxodo final de los musulmanes de Al-Andalus, especialmente tras la caída de Granada de 1492 y tras la guerra de Las Alpujarras de 1568-1571. Los moriscos fueron pasando gradualmente a Argelia y Marruecos. Y se fueron asimilando también gradualmente a la sociedad magrebí de esos países, como se ha visto en los capítulos precedentes. En cambio en Túnez la emigración vino repentinamente -cuando la gran expulsión de 1609-1614-, masivamente -con unos 80.000 moriscos- y cuando esos musulmanes de la península estaban más hispanizados y difíciles de asimilar, en una sociedad tunecina casi desvertebrada en sus aspectos urbanos, apenas rehecha por el reciente poder militar turco.

     Por eso la comunidad morisca de Túnez mantuvo unas características específicas más claras y durante más tiempo, dentro del marco de la sociedad tunecina de época otomana, hasta hoy en día. [264]

     Esto se debió también a la política de acogida de las autoridades turcas en Túnez. Favorecieron, sobre todo al principio, la estructuración de la comunidad andalusí, con sus autoridades y sus características propias, según el modelo oriental de los agrupamientos étnico-religiosos o millet.



     2. Características de los estudios sobre los moriscos o andalusíes en Túnez

     La clara delimitación del colectivo morisco y de sus descendientes, claramente separados de sus antecedentes andalusíes medievales y casi sin graduales aportaciones moriscas del XVI (hay algunos andalusíes en Túnez a finales del siglo y primera década del XVII, pero muy pocos) han hecho que el objeto de estudio sea fácil de definir, para los investigadores. Las investigaciones científicas sobre los moriscos y sus descendientes en Túnez han tenido, a lo largo del siglo XX, unos hitos que son la clave de la abundante producción actual y que explican el conocimiento relativamente completo que hay ya sobre el fenómeno social que representó esa emigración.

     A principios del siglo, el culto y erudito tunecino Abdelwahab presentaba en un congreso internacional una síntesis sobre el colectivo de los andalusíes en Túnez y sobre su aportación a la cultura tunecina (186). Esta síntesis, que definía con mucho acierto el objeto de los estudios de Moriscología en la sociedad tunecina abarcaba todos los aspectos que han sido desarrollados ulteriormente sigue siendo el punto de referencia fundacional de esos estudios.

     En 1957, el trabajo global de Latham supuso una ampliación de ese mismo punto de vista, con una renovada metodología científica y con mucho más material, recogido en textos históricos y en tradiciones orales tunecinas. Ese trabajo, difundido en inglés y en francés, sigue siendo enteramente válido y básico (187). [265]

     En 1973, la publicación del libro misceláneo de Epalza y Petit ponía a la disposición de los investigadores 32 trabajos sobre los moriscos o andalusíes en Túnez, inéditos unos y poco asequibles otros. La bibliografía, los índices y las perspectivas presentadas en las presentaciones de cada trabajo ponían a la disposición de los historiadores una nueva base, metodológicamente muy plural, para el estudio de los moriscos tunecinos. Este libro representaba un esfuerzo colectivo de muchos investigadores y abría perspectivas para todo un programa de trabajos futuros, en muchas direcciones (188).

     Precisamente por esas mismas fechas se fundaba en Túnez el Centro de Estudios Hispano-Andalusíes, bajo la dirección del historiador, arqueólogo y moriscólogo Zbiss. Bajo su dirección se empezaron a recoger todos los datos disponibles en Túnez sobre los andalusíes, sobre sus actividades y sobre los restos presentes de esas actividades. Ha sido un trabajo de casi dos décadas, llevado a cabo por un pequeño equipo, muy competente, en diversas líneas: documentación archivística, restos arqueológicos, onomástica de familias, tradiciones orales (como la encuesta realizada por el jeque Mezzi en el pueblo de Tebourba). Este material va siendo elaborado en trabajos monográficos por diversos miembros del equipo de Zbiss, entre los que destaca notablemente El Gafsi y también Boughanmi, Hlioui y las dos hijas del señor Zbiss (189).

     En 1983, diez años después del libro misceláneo ya citado, el Centro de Estudios Hispano-Andalusíes sacaba otro libro misceláneo, editado por Zbiss, Gafsi, Boughanmi y Epalza, con publicaciones de los miembros del Centro y de otros investigadores tunecinos y extranjeros (190). Porque paralelamente a la labor de recogida de datos en el país, [266] otros trabajos recogían documentación sobre el tema a partir de otras fuentes.

     La dimensión internacional y pluridisciplinar de los estudios sobre los moriscos tunecinos se amplio, precisamente desde 1983, con los congresos en Túnez del Comité Internacional de Estudios Moriscos y con la fundación del CEROMDI (Centro de Estudios y de Investigación Otomanos, Moriscos, de Documentación y de Información), ambos presididos por Temimi, que había contribuido con sus estudios sobre las relaciones entre los moriscos y el Imperio Otomano a situar el tema de los moriscos en su contexto islámico (191). Las actas y publicaciones de ese nuevo centro de investigación tunecino tratan a menudo de los moriscos en la sociedad tunecina y contribuyen a iluminar cada vez mejor esos estudios (192).

     Esa riqueza relativa de la documentación y la cantidad de estudios modernos se debe, evidentemente, a la especificidad de la implantación moriscas en Túnez, pero también al papel que los tunecinos atribuyen al elemento andalusí de su país, según Kress (193).



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El éxodo de los moriscos y su instalación en Túnez

     1. Causas sociales y personas concretas que favorecieron el éxodo hacia Túnez

     En la Regencia otomana de Túnez, a principios del siglo XVII, no había tradición de inmigración andalusí: la inmigración medieval se había cortado con la ocupación española, que impidió también la inmigración de granadinos y moriscos a lo largo del siglo XVI. Pero fue quizás la casi total destrucción o al menos desestructuración de la [267] capital y de la sociedad tunecinas lo que favoreció la instalación de los moriscos

expulsados, al intentar los turcos reorganizar el país.

     Hay en el éxodo morisco hacia Túnez personas concretas conocidas que canalizaron el flujo de inmigrantes y favorecieron su instalación.

     En primer lugar hay que mencionar al comerciante morisco aragonés instalado en Marsella Jerónimo Henríquez. Ya antes de la gran expulsión favorecía el embarque de los moriscos que huían de España. Debió intervenir también en proporcionar barcos privados franceses para embarcar a los expulsados. Al ver confluir hacia Marsella y hacia los otros puertos franceses mediterráneos masas inmensas de moriscos, por tierra y por mar, debió negociar con las autoridades otomanas y con los propios moriscos su dispersión por los países islámicos. Sabía que en la Regencia de Túnez había espacio social para una gran masa de población nueva y allí encaminó finalmente a los expulsados de 1610, especialmente a los castellanos, aragoneses y catalanes. Se encargó de gestionar en Francia diversos pleitos de moriscos, durante varios años, y aparece en la documentación comerciando con sus compatriotas andalusíes del Magreb y del Imperio Otomano oriental.

     El sultán otomano Ahmad I (1603-1617) intervino también eficazmente ante las autoridades francesas y venecianas para que facilitaran el paso de los moriscos a tierras musulmanas. Intervino sobre todo, según un documento estudiado recientemente por Temimi, ante las autoridades locales turcas en Túnez para que se les acogiera bien y se les diera tierras y medios de vida.

     En Túnez, la autoridad superior turca era ejercida por el dey Uzmán, «fiero león pero con nosotros tierno cordero», según el testimonio de un escritor morisco. Había traído el orden en el país, tras el período de ingerencia española y de las luchas entre militares turcos de las dos primeras décadas de la administración otomana. Dispensó de tasas portuarias a las naves que traían a los moriscos, dio una moratoria fiscal a éstos para los primeros años de su instalación y les dio tierras y otras medidas de protección oficial para facilitar su instalación.

     Abu-l-Gaiz Al-Qaxxax, personaje religioso originario del sur tunecino y administrador de los bienes religiosos, obligó a los habitantes de Túnez a que recibieran en sus casas a los recién llegados, a quienes abrió también algunas mezquitas. Dos textos de moriscos, en árabe y en francés, cuentan que cuando un responsable de una de esas mezquitas [268] se quejó de que los niños se hacían sus necesidades en la mezquita impurificándola, le contestó que si las paredes de esos templos pudieran hablar manifestarían su gozo por albergar a las víctimas de persecución por el Islam. Apoyó que la Instrucción religiosa de los moriscos pudiera hacerse en castellano, si era la única lengua que sabían.

     Fueron sobre todo los propios andalusíes, hombres y mujeres, los que supieron organizarse colectivamente para defender sus intereses.

     Supieron dotarse de jefes, con la anuencia de las autoridades turcas del país. El primer «jeque de los andalusíes» documentado fue Luis Zapata. Más tarde y durante vanas décadas fue el comerciante y gran propietario andaluz Mustafá de Cárdenas.

     Se dotaron también de organizaciones gremiales, como los del monopolio de la chechía o «bonete toledano», cuya fabricación se distribuyó entre diversos pueblos y barrios de andalusíes. Tenían también su propia asociación de nobles cherifes, que gestionaban una escuela superior reservada a los jóvenes moriscos, la Madrasa de los Andalusíes.

     Tenían fundaciones religiosas propias de los andalusíes.

     Especialmente supieron formar barrios en Túnez y colonias agrícolas en los alrededores y zona de influencia de la capital.

     Algunas de las muchas peripecias del traslado de los moriscos de Francia a Túnez han sido recogidas en documentación francesa estudiada por Cardaillac y Epalza.



     2. Lugares de instalación

     No es imposible que la forma de Instalación de los moriscos inmigrantes en Túnez se aprovechara de la experiencia anterior de Argel y de otras zonas del Imperio Otomano y, quizás, de Marruecos. Al no poseer tierras propias, debieron adquirirlas, en la ciudad o fuera de la ciudad, y beneficiarse también de ciertas «expropiaciones» en su favor, cuyo procedimiento no se conoce aún, aunque el hecho esté documentado someramente en unas disposiciones del gobierno oto mano.

     En la ciudad de Túnez, algunas familias particularmente pudientes se instalaron en un barrio alto, cerca de la alcazaba y palacio del gobierno, alrededor de las actuales calle de los Andalusíes y plaza del Palacio. Los artesanos ocuparon arrabales, especialmente al norte del recinto [269] antiguo de la ciudad, en Halfawín (barrio de los esparteros), Bab-Suwaiqa (puerta del zoquito, donde se construyeron una mezquita que aún se conserva), Fajjarín (plaza de los alfareros) y huertas periurbanas de Al-Biga («la vega», alrededor de la calle rectilínea de Tronja o «taronja»).

     También en la ciudad de Bizerta, importante puerto militar al norte del país, crearon un arrabal, al poniente de las murallas, aun hoy llamado Hawmat-Al-Andalus, «barrio de los andalusíes». Andalusíes fueron también los que se instalaron, varios años después de la gran expulsión, en el nuevo puerto militar de Porto Farina o Ghar-El-Melh, cuyas fortalezas fueron diseñadas por un morisco venido de Argel. Esta pequeña ciudad está a medio camino entre Túnez y Bizerta y fue fortificada para vigilar la entrada del golfo de Túnez. Está rodeada de pueblecitos agrícolas poblados por moriscos.

     En zonas rurales cerca de Túnez los inmigrantes fundaron colonias agrícolas, pueblecitos que supieron organizar de forma muy original y diferente del urbanismo rural magrebí tradicional. Las huellas andalusíes de esos pueblos perduran hasta hoy en día.

     Los pueblecitos andalusíes se pueden distribuir en cuatro grandes zonas:

     1.   El valle del río Medjerda y alrededores de Túnez.

     2.   Llanuras septentrionales en el camino Túnez-Bizerta.

     3.   Llanuras septentrionales en el camino Túnez-Nabeul.

     4.   Zaghouan, junto a la montaña que da agua al acueducto de Túnez.

     Estas zonas rurales pueden considerarse como espacios periurbanos de la capital, relacionados con ella por excelentes caminos (los andalusíes reconstruyeron puentes especiales sobre el río, en Qalat-Al-Andalus y Medjez-Al-Bab) y protegidos por fortalezas turcas (hasta la de As-Sahra, sobre el río Medjerda, a 85 kilómetros de la capital y 4 del pueblo morisco más alejado, Testur).

     Cada uno de esos pueblecitos tiene características urbanísticas y arquitectónicas que se han conservado en parte hasta hoy en día. Hay que señalar en particular Testur o Tazatores, que hace de capital comarcal para los pueblos del valle del Medjerda, y Grombalia, también centro comarcal de los pueblos andalusíes del Cap Bon, en el eje Túnez-Nabeul. [270] En Grombalia instaló su palacio Mustafá de Cárdenas, con una gran finca que hacía cultivar por varios centenares de esclavos.

     Algunos andalusíes quisieron instalarse más al sur, lejos de la capital, a pesar del parecer contrario de Uzmán Dey. Parece que no les fue bien. Pero es muy probable que hubiera familias individuales que se instalaron en otras poblaciones de la Regencia, especialmente en sus ciudades portuarias. Éstas serían seguramente las que más rápidamente perderían las características hispánicas y la identidad andalusí.



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Permanencia de la identidad andalusí

     Ya se ha visto que los inmigrantes moriscos embebieron la sociedad árabe-islámica del Magreb con su herencia peninsular. Por una parte eran herederos de los nueve siglos de la civilización islámica de Al-Andalus e hicieron partícipes de su herencia a los países que les recibieron en su destierro. Pero por otra parte transmitieron a esos países parte de su herencia específica hispánica, diferente de la cultura tradicional magrebí en lengua, costumbres y técnicas. La herencia andalusí e hispánica de la inmigración morisca se manifestó con particular fuerza en la sociedad tunecina, precisamente porque la andalusí era muy antigua y prestigiosa y porque la hispánica era muy fuerte en los moriscos emigrados a Túnez, que eran castellanos, aragoneses y catalanes, más hispanizados y menos arabizados que los valencianos, que emigraron masivamente a Argelia, o los andaluces, que lo hicieron también a Marruecos.



     1. Identidad onomástica

     Los moriscos inmigrantes tenían nombres y apellidos hispánicos. Ya durante el viaje se les ve utilizar un doble nombre, al igual que en sus transacciones comerciales con europeos. Van cambiando rápidamente los nombres de pila cristianos, pero muchos conservan apellidos hispánicos. Algunos de esos apellidos aparecen en la documentación posterior: en la del XVII, recogida por Grandchamp; en la del XVIII, como en el diario de Francisco Ximénez; en la del XIX, estudiada por [271] El Gafsi y Benali; en la actual, estudiada especialmente por Latham y los Zbiss.

     La lista de esos apellidos de origen hispánico es amplia y se presta a interesantes estudios etnológicos. Ofrece, en general, más visos de autenticidad morisca que los equivalentes marroquíes, porque éstos pueden deberse -al menos en parte- a otros inmigrantes islamizados originarios de la Península. Esta posibilidad es muy reducida en el caso de los apellidos hispánicos tunecinos.

     Junto a apellidos hispánicos, hay familias muy conscientes del origen andalusí de sus apellidos árabes, como los Ibn-'Axr (Benachour), procedentes de un hombre religioso venido de Marruecos, y los Al-Ijwà (Lakhoua), descendientes de los moriscos granadinos expulsados a principios del siglo XVIII. Todos tienen a gala el ser «andalusí», aunque muchas familias hayan mudado su exótico apellido hispánico por otro más árabe, en algún período de los casi cuatro siglos que os separan de la expulsión de España.

     Una anécdota tunecina, contada por un electricista-albañil a un profesor de la Universidad, ilustra míticamente lo que significa el origen andalusí, el apellido y el exilio para un descendiente de moriscos:

                                                 Yo soy andalusí.
Nos lo dijo nuestro padre,
cuando nos reunió junto a su lecho de muerte.
Y nos dijo:
Antes éramos ricos,
pero hemos dilapidado nuestra fortuna.
No nos apellidábamos Táhar,
un nombre árabe que llevamos ahora.
Nos apellidábamos «Teruel»,
un nombre de Al-Andalus,
el nombre de un pájaro migratorio,
de la región de Córdoba,
la excelsa capital de Al-Andalus.


     2. La identidad lingüística: permanencia del español

     Una gran parte de los moriscos emigrantes a Túnez no debían saber el árabe. Eran originarios de Aragón y del valle del Ebro catalán, [272] donde más se había perdido esa lengua, y de las dos Castillas, donde los antiguos mudéjares sólo sabían el castellano, en general, y los granadinos dispersados a mediados del XVI tampoco dominarían el árabe. Son múltiples los testimonios de la ignorancia del árabe, incluso del hablado, por parte de los inmigrantes en el momento de su llegada a Túnez. Hasta recibieron autorización para ser adoctrinados en castellano. Esta petición fue obra, seguramente, de algunos de los moriscos letrados en romance, que querían seguir escribiendo en esa lengua. Nos quedan vanos manuscritos tunecinos en castellano, estudiados por Oliver Asín, Harvey, Galmés de Fuentes, Epalza, Penella, López-Baralt, Bernabé, Vespertino Rodríguez y otros.

     Los temas de esas obras son religiosos y morales, aunque algunos se revisten de auténtica forma poética y literaria, como el largo cántico religioso de Ibrahim Taybili, estudiado por Bernabé, o el soneto analizado por Galmés de Fuentes. Este dominio del castellano escrito no parece sobrepasó la primera generación de inmigrantes. Al menos no consta ningún escrito posterior a la mitad del siglo XVII. Un diplomático inglés del primer cuarto del XVIII escribe que sólo había dos andalusíes capaces de leer unos textos que adquirió en Testur. Francisco Ximénez, por las mismas fechas, atribuye el analfabetismo en castellano de los andalusíes a unas disposiciones de las autoridades tunecinas que cerraron las escuelas en castellano y mandaron alfabetizar a los niños moriscos en árabe. Pero él mismo tradujo al castellano unas obras de historia tunecina en árabe, con la ayuda del morisco Muhámmad Corral, que se lo dictaba oralmente en castellano, que él transcribía seguramente.

     También Ximénez y, algo más tarde, un viajero francés son testigos de que en algunos pueblos tunecinos se cantaban canciones en castellano y que los viejos hablaban esa lengua con bastante fluidez. A mediados del XVIII se acaba la constancia del uso del castellano como lengua viva oral.

     Por esa misma fecha se mantenía la tradición, en Testur, de que los vecinos del pueblo de Grich-El-Oued actual se llamaban «los catalanes» porque hablaban esa lengua. Puede ser que fueran valencianos, para sus vecinos castellanos y aragoneses castellanohablantes, pero es muy probable que fueran catalanes de las últimas expulsiones del valle del Ebro. [273]

     Han quedado muchos hispanismos debidos a los moriscos en la lengua árabe hablada de Túnez. Han sido particularmente recogidos y estudiados por Latham, Teyssier, Zbiss y Mezzi.

     El grupo de palabras más estructuradas se refiere a la artesanía de la chechía o «bonete toledano» como si fuera una jerga profesional y secreta de los moriscos que tenían ese monopolio.

     También hay hispanismos en ciertos apellidos, como se ha visto.

     Se han encontrado nombres de indudable origen hispánico, especialmente para ciertos aperos de labranza y ciertas variedades de aceitunas. Otros romancismos en el árabe dialectal tunecino pueden ser de otro origen (italiano o francés) o haber pasado a Túnez por otro camino que el de los moriscos, como los nombres de naipes y juegos.

     Algunos nombres de alimentos son seguramente moriscos, como los «collares» o ristras de salchichas de cordero. El nombre de banadich (de «empanadas») está relacionado con una tradición de la expulsión: las moriscas escondían el oro que se llevaban en esos pasteles, para sustraerlo a la codicia de los múltiples transportistas y expoliadores que tuvieron que soportar los moriscos.



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Actividades y tradiciones andalusíes en Túnez

     Hay una abundante documentación sobre las actividades de los moriscos en su nueva patria. Fueron, ciertamente, un elemento del esplendor tunecino en época otomana. Su actividad abarca lo militar (construcciones, corso, milicia y hasta un tratado de artillería) y especialmente lo civil. En algunas de esas actividades dejaron la impronta de la cultura hispánica que habían conocido y asimilado en España.

     Este tema ha sido objeto de excelentes estudios, desde los clásicos de Abdelwahab y Latham a los más especializados de El Gafsi. Sólo pueden mencionarse algunos capítulos de esas actividades. Y no se puede entrar aquí en la discusión y valoración general de aportación andalusí a la economía y a la cultura tunecina del XVII (a partir del XVIII no tienen ciertamente una aportación específica, ya que se identifican enteramente con la cultura árabe de la sociedad tunecina). [274]



     1. Oficios de andalusíes

     La gama de oficios en los que aparecen los andalusíes es muy amplia, a lo largo de los siglos, desde la inmigración masiva del XVII.

     Algunos son grandes comerciantes y hasta terratenientes, como Mustafá de Cárdenas, el jeque de los andalusíes, o la familia del jaznadar o ministro de finanzas del soberano tunecino a principios del XVIII. En la documentación conservada aparecen grandes familias de comerciantes, especialmente los relacionados con la fabricación de la chechía, que era una de los principales productos de exportación de Túnez hasta el siglo XIX.

     Todas las formas de artesanía urbana pueden ser cultivadas por los andalusíes. Son a veces compatibles con el comercio y con el estudio y la docencia religiosa. Hay andalusíes escritores: unos pocos en castellano, entre los primeros inmigrantes, y muchos en árabe, desde la generación de los expulsados de España hasta el poeta moderno Abderrazak Karabaca.

     La construcción, en sus múltiples formas, es también oficio de muchos moriscos, donde dejaron huellas específicas. Maestros ceramistas de lujo aparecen entre los inmigrantes, pero prosiguieron con formas más locales de cerámica, en ciertos barrios de Túnez.

     La industria textil, especialmente la de lujo (chechía, seda, bordados...), fue también oficio de andalusíes. Aunque es oficio masculino, también pudieron intervenir mujeres. Al menos es el único oficio artesanal en el que la presencia femenina está atestiguada.

     Es evidentemente en la agricultura intensiva donde se distinguieron los andalusíes. Pero su labor en los pueblecitos andalusíes de los alrededores de Túnez fue más variada que la puramente agrícola, como se puede ver en los recientes estudios de Ibn-Achur sobre el monopolio de los curtidos de piel, en el siglo XIX, financiado por judíos tunecinos, pero realizados en zonas de implantación andalusí.



     2. Agricultura, irrigación, obras públicas

     Los moriscos contribuyeron al gran desarrollo urbano que conoció Túnez en época otomana. Ellos se beneficiaron de la estructura urbana [275] de tipo oriental que los turcos fomentaron en el país, pero también contribuyeron con su actividad a ese desarrollo urbano, como lo hicieron en otras zonas del Magreb donde se instalaron.

     El desarrollo urbano engloba el de la agricultura intensiva, en zonas dependientes directamente de las ciudades, como el valle de La Mitidja, cerca de Argel, donde los moriscos se habían instalado ya desde el segundo cuarto del siglo XVI. Las grandes zonas que ocuparon las colonias agrícolas andalusíes, alrededor de la ciudad de Túnez, ofrecían a la capital no sólo rica y variada alimentación, sino productos básicos para su artesanía y para la exportación, como el aceite del pueblo de Teburba, tema estudiado por El Gafsi.

     Este investigador ha estudiado también los trabajos de canalización realizados por los andalusíes, especialmente en la zona de Batán, para la irrigación, para el suministro de agua a ciertos suburbios de Túnez y para el abatanamiento de la lana de las chechías. Lo mismo puede decirse de Zaghouan, donde restauraron canalizaciones que databan de época romana e islámica medieval.

     Entre las obras públicas que realizaron en zonas rurales o interurbanas hay que mencionar construcciones militares, caminos empedrados para los carros de rueda y puentes sobre el río Medjerda y otros cauces de agua, en vías de comunicación importantes del país.



     3. Monumentos conservados

     Varios son los monumentos arquitectónicos, de diversa importancia, que pueden atribuirse a los moriscos y a sus sucesores. Lo que de ellos se conserva ha sido fotografiado, recogido y estudiado especialmente por Zbiss y El Gafsi.

     Los principales monumentos son, evidentemente, las mezquitas, en los barrios y pueblos andalusíes. Son particularmente importantes las mezquitas de Testur. La mezquita mayor tiene una torre alminar muy hermosa y un mihrab o nicho de oración con frontón barroco, único en el mundo (el de la mezquita de Medjez-El-Beb ha sido destruido muy recientemente). Las mezquitas pequeñas de Testur se parecen a la de Bizerta. Las de Alia y Solimán tienen inscripciones del tiempo de la llegada de los moriscos a Túnez. [276]

     También queda una inscripción en una fuente monumental de Grombalia. Las diversas fuentes públicas de los pueblos andalusíes han sido también estudiadas por El Gafsi.

     Se atribuye también a los andalusíes la magnífica plaza porticada de Teburba y el entramado en líneas rectas de las calles de Testur y de otros barrios y pueblos moriscos de Túnez. [277]



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- IV -

Europa, Oriente y otros países

     La emigración morisca, antes y después de la gran expulsión de 1609-1614, no se limitó a los tres países magrebíes más cercanos a España (Marruecos, Argelia, Túnez). Éstos fueron los destinos de la mayoría de los expulsados, por cercanía geográfica, por capacidad de acogida, por economía de transporte y por tener numerosos antecedentes de inmigraciones andalusíes. Pero hay que mencionar también a otros países más lejanos del mundo islámico y a países europeos no hispánicos (los moriscos en los dominios europeos de la Monarquía española y en las Indias han sido presentados en la Introducción de este libro). Aunque su número fue menor y la documentación por ahora disponible también es escasa, esos moriscos de la diáspora muestran la amplitud mundial del problema que supuso la expulsión y sus consecuencias.

     En algunos de esos países los moriscos se establecieron con ánimo de permanencia definitiva. Fueron, en general, los países islámicos, como Libia, Anatolia, Oriente... Otros fueron simples tierras de paso (Francia, Italia, los Balcanes), aunque algunos moriscos se quedaron allí para siempre, asimilados en esas sociedades, ellos y sus familias. Otros, finalmente, fueron viajeros que pasaban por esas tierras en las que están documentados. Son sobre todo los que fueron a los lugares santos de Makka y Medina, para cumplir con los deberes religiosos de la Peregrinación. Aunque tuvieran intención de volver a los países en donde se habían instalado sus familiares y especialmente sus compatriotas andalusíes, pudieron encontrar posibilidades de instalación en otros sitios, a partir de aquellos centros religiosos árabes del mundo islámico, tan propicios a encuentros y a proyectos universalistas. [278]

     Porque la expulsión de su patria creó en los moriscos y demás andalusíes en general, obviamente, un cierto desarraigo, propició a la movilidad. El mundo islámico siempre había favorecido los desplazamientos de los musulmanes, por la unidad de cultura (lengua, religión, forma de vida urbana) y por el precepto religioso de la Peregrinación. Muchos moriscos desarraigados de la sociedad española de su infancia y descontentos de las situaciones que se les iban ofreciendo, encontrarían en el viaje y en la esperanza de una situación mejor su realización personal y social.

     En estos exilios también se pueden observar algunas de las características de la inserción de los moriscos en el Magreb.

     En primer lugar, se instalan con prioridad en las ciudades y en sus alfozes o zonas de influencia directa. Es una de las características de las ciudades islámicas, la de ofrecer estructuras de acogida a los forasteros y de atraer a quienes tienen un oficio apreciable en las múltiples formas ciudadanas de producción, comercialización y oferta de servicios. El mundo musulmán -y en particular el Imperio Otomano- tenía una red importante de grandes, medianas y pequeñas ciudades, en los Balcanes, en Anatolia y en todo el Oriente Medio árabe, como lo tenía en sus Regencias magrebíes. Los moriscos, como los andalusíes que les precedieron, encontrarían en esas ciudades una relativamente fácil inserción, muchas veces de acuerdo con su actividad profesional en España y con la posibilidad de practicar los preceptos de la religión musulmana, adaptándose a la lengua y los usos de su nueva patria.

     Pero también en la Europa cristiana se instalarán algunos y se asimilarán a los demás habitantes de esas sociedades precisamente por ser sociedades urbanas y generalmente abiertas a inmigraciones foráneas.

     Pero también juega en favor de los exiliados la conservación de la identidad de su origen hispánico, de antiguos andalusíes musulmanes víctimas de la común persecución religiosa. Se puede seguir el rastro de muchos de esos moriscos precisamente porque llevan apellidos o denominativos andalusíes y porque manifiestan su solidaridad con los andalusíes de otras regiones musulmanas.

     Es muy probable que se vayan descubriendo cada vez más datos nuevos sobre los moriscos en su amplia diáspora, con el estudio de documentos nuevos, locales. Estas nuevas informaciones sobre moriscos expulsados no parece modificarán nuestra visión actual de las estructuras de su dispersión y de su instalación por el «Viejo Continente» [279] (en este caso, Europa, Asia y África). Pero completarán de forma muy personal la vida y la tragedia de ese grupo humano expulsado de la sociedad española.



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Los moriscos y el Imperio Otomano

     Antes de estudiar las huellas del éxodo morisco en cada país a donde fueron a parar tras la expulsión, hay que tener en cuenta una importante estructura de acogida que fue para los exiliados el Imperio Otomano. Su papel de protector de los moriscos había sido perfectamente percibido por los españoles del siglo XVI-XVII, que los temían y que acusaban continuamente a los moriscos de ser su quinta columna en la sociedad española. Mientras tanto, los turcos como estructura política islámica constituían «la suprema esperanza de los moriscos» (Cardaillac). La acción de esa estructura política islámica comprende prácticamente todo el universo entonces conocido, manifestándose en todas partes favorable a los moriscos, de una forma o de otra.

     Hay que recordar que los turcos otomanos surgieron del arrasador paso de los ejércitos de Gengis Kan por la península de Anatolia o Asia Menor, a principios del siglo XIII. Ampliaron su esfera de influencia a lo largo del siglo XIV y, tras el paso también arrasador de Tamerlán (Timur Lenk), a principios del siglo XV, se erigieron en únicos poderes políticos de la península de Anatolia.

     En 1453 se apoderaban de Constantinopla, un hito en la historia mundial, que marca el principio de una importante expansión político-militar por los Balcanes y por el Oriente Medio árabe (1517, toma del poder en Egipto), hasta entrar en lucha con los persas. A principios del siglo XVII el Imperio Otomano se instalaba en Argel (con administración directa, en 1519) y en Trípoli, gracias a aliados locales, y lograba desalojar de Túnez, en 1573, a los españoles y a los últimos hafsíes, sus «protegidos».

     Se puede considerar la relación de los turcos con los moriscos en dos etapas o aspectos: el apoyo militar, político y religioso antes de la gran expulsión de 1609-1614 y el apoyo político y económico para facilitar su éxodo y su instalación en el exilio.

     Los principales aspectos de las relaciones entre turcos y moriscos han sido estudiados por el americano Hess y el tunecino Temimi, aunque [280] hay también estudios monográficos importantes de otros investigadores (Enan, Monroe, Cardaillac, Epalza, Carrasco, Benafri, etc.), tanto en uno como en otro aspecto.



     1. Protección otomana a los moriscos antes de la expulsión

     Los turcos otomanos emergieron corno una gran esperanza para los musulmanes de Al-Andalus, después de la conquista de Constantinopla de 1453. El impacto de esa conquista fue muy importante en toda Europa y también afectó a los musulmanes peninsulares bajo poder cristiano. Antes, los turcos otomanos, en sus dominios anatólicos y balcánicos, estaban un poco apartados o a trasmano del mundo árabe oriental, con el que se relacionaban los mudéjares y granadinos de Al-Andalus. Con todo hay algún texto que indica la esperanza de algunos musulmanes de la península de ser rescatados de los cristianos por «el Emperador de los Turcos» o «nuestros amigos los Turcos», a principios del siglo XV.

     Al prestigio militar de los turcos se añadía su prestigio cultural, que debió de ser seguramente el modelo para la escritura «en aljamía» de los musulmanes hispanohablantes de la península: ellos también hablaban y escribían una lengua no-árabe, con escritura árabe.

     En el siglo XVI los sultanes otomanos tomaron el prestigioso título político-religioso de «califa», vacante desde el fallecimiento (1543) del último califa de la dinastía abbasí, refugiada en Egipto desde mediados del siglo XIII. La anexión otomana de Egipto, en 1517, había hecho aún más vacuo ese título abbasí. En cambio el poderoso Imperio Otomano, que pretendía unificar políticamente a todos los musulmanes, cumplía así la función tradicional del califato, herencia del poder político-religioso del Profeta (Mahoma) Muhámmad.

     Cuando la caída de Granada en 1492, los musulmanes de la península se dirigieron a diversos soberanos islámicos para implorar ayuda. Sólo están documentadas las misiones al sultán de Egipto («Babilonia», El Cairo) y al sultán otomano Bayaceto II (Bayazid). Ni el uno ni el otro tenían capacidad para oponerse por entonces a la expansión de los españoles por los vecinos territorios musulmanes del Occidente musulmán. Sólo amenazaron con hacer sufrir a los cristianos de sus territorios el mismo trato opresivo que harían los soberanos hispanos a [281] sus súbditos musulmanes, especialmente a los granadinos. El sultán Selim I, el conquistador de Egipto, amenazó en su lecho de muerte (m. 1520) con arrasar a todas las iglesias y obligar a todos sus súbditos cristianos a que abrazaran el cristianismo, como reacción a la política hispánica contra los musulmanes de España y del Magreb, de la que le había informado una delegación argelina; no lo hizo por disuasión de sus teólogos. Pero éste fue el inicio de las ingerencias turcas en los asuntos de los moriscos hispánicos.

     A lo largo del siglo XVI, el gobierno turco otomano de Istanbul estuvo constantemente al corriente de los asuntos moriscos, especialmente a través de su gobierno local de Argel. Están especialmente documentadas las relaciones entre moriscos y turcos con ocasión de grandes acontecimientos políticos: la derrota de la escuadra de Carlos V ante Argel, en 1541, y la guerra de Las Alpujarras de Granada, en 1570, donde apoyaron muy eficazmente a los musulmanes, según el documentado estudio de Leila Sebbag.

     No hay que olvidar que los moriscos eran una pieza mas en el complejo juego político, militar y diplomático que enfrentaba a turcos y españoles en el Mediterráneo, especialmente en el Magreb y en los Balcanes, donde los soberanos españoles mantenían toda clase de oposiciones a los turcos. Aunque estén poco documentados, hay que suponer la presencia de moriscos como consejeros y como militares, al servicio de los otomanos, de sus ejércitos y sus armadas.

     Por otra parte, Istanbul era un polo de atracción para muchos moriscos que escapaban de España. Unos conocidos itinerarios, que atravesaban Francia e Italia, para embarcarse en Venecia, se han conservado y han sido estudiados recientemente por López-Baralt. Otros embarques se hacían desde Marsella, según testimonios varios de antes de la gran expulsión; un agente muy activo, Jerónimo Henríquez, aseguraba las relaciones entre el puerto francés y Istanbul. En el coloquio IX del Viaje a Turquía se mencionan «moriscos aragoneses y valencianos» que habitan Istanbul, a fines del siglo XVI. El morisco tunecino Ahmad Al-Hánafi había huido de España muy joven, antes de la expulsión, había pasado por Sarajevo, estudiado en Bursa (costa anatólica del mar Egeo) y ejercido cargos públicos en Istanbul. Cuando su familia es expulsada y se instala en Túnez, se coloca en la Regencia, donde tendrá diversos cargos de enseñante y magistrado. Será invitado a asumir un alto cargo judicial en Istanbul, pero los rechazará por quedarse [282] con su familia en Túnez, donde morirá. Es el prototipo mismo de los avatares moriscos en el Imperio Otomano.



     2. Los otomanos y la acogida de los moriscos expulsados

     Los decretos de expulsión provocaron una serie de medidas por parte de las autoridades otomanas. Muchas de ellas están perfectamente documentadas, pero todavía pueden encontrarse más en la rica documentación, bien conservada y no suficientemente estudiada, de la administración turca.

     Temimi ha publicado y estudiado algunas misivas del sultán de Istanbul a diversos soberanos europeos, en favor de los moriscos: a Jacobo I de Inglaterra, Irlanda y Escocia (1603-1625), para que se alíe con Enrique IV de Francia en favor de los moriscos; a la regente de Francia María de Médicis, para que facilite el paso de los moriscos expulsos por sus territorios, al dux de Venecia para que les facilite también embarcaciones que les lleven a los territorios otomanos. En 1613 se envía al almirante otomano Yalil Pachá a Marruecos, para tratar del asunto de los moriscos.

     Una delegación dirigida por los moriscos Alí y Sulaimán, así como por otro morisco, Muhámmad Abu-l-Abbás Al-Hánafi, se entrevistó en Belgrado con el gran vizir Murad Pachá, para informarle sobre el éxodo de los moriscos y la forma de preparar su paso por Francia, según texto de vanos historiadores magrebíes.

     No menos activas fueron las autoridades otomanas en los territorios de su dependencia, para facilitar la acogida de los moriscos expulsados. Según documentación también estudiada por Temimi, se dieron órdenes a los gobernadores de distintos vilayet o gobernoratos para que proporcionen alojamiento y tierras a los andalusíes. Estos documentos indican un proyecto político de amplias miras, para instalar a los moriscos en «colonias de población», a lo largo del Imperio Otomano. Están especialmente documentados los poblamientos de Túnez, de Adana (en la costa del golfo de Alejandreta o Antakia) y de Trípoli de Oriente (actualmente al norte del Líbano), con parecida estructura de relación ciudad-huertas-campo periurbano que se ha podido apreciar en Argel, en Trípoli, en Derna y sobre todo en Túnez y sus alrededores (en un radio de unos 80 kilómetros). [283]

     Curiosamente, los decretos de expulsión señalaban las tierras orientales lejanas del «Gran Turco» como lugar de destino de los moriscos expulsados, con exclusión expresa de los territorios del Magreb, demasiado cercanos de España y por tanto estratégicamente peligrosos para el país. Ya se sabe que esos planes del gobierno español no se realizaron de la forma prevista.

     Aunque no estén por ahora documentados más que muy pocos asentamientos en los territorios orientales, balcánicos y anatólicos del Imperio Otomano, los asentamientos en el Magreb y la multiforme actividad del gobierno turco en favor de los moriscos se extiende desde Inglaterra a Marruecos, como mundial estructura islámica de apoyo a los moriscos expulsados.



     3. Asentamientos en los Balcanes, Istanbul y Anatolia

     Hay aún poquísima documentación de asentamientos moriscos más o menos permanentes en los territorios balcánicos y anatólicos del Imperio Otomano. En espera de futuros y muy probables descubrimientos, hay que mencionar al menos la estancia documentada de algunos moriscos en esos países islámicos, después de la gran expulsión.

     Ya se ha visto cómo el morisco Ahmad Al-Hánafi pasó parte de su juventud en la ciudad balcánica de Sarajevo, actual capital de Bosnia y Herzegovina, en Yugoslavia. Hay también menciones de moriscos en Salónica, actual capital de la Macedonia griega, puerto importante en el Egeo: son mercaderes, que tienen relaciones comerciales con otros andalusíes de Túnez y se interesan por los libros en castellano que se copian en ese país. Según Fonseca, habría unos 500 moriscos aragoneses en Salónica.

     En Istanbul ya había moriscos antes de la gran expulsión. Ricos moriscos pudieron pasar de San Juan de Luz y de Marsella directamente a la capital otomana: las familias de Francisco Toledano, de Madrid; los Bejarano; los Lasarte, de Guadalajara, etc.

     Parece que la comunidad de la capital del Imperio Otomano de y sus cercanías fue bastante importante: 500 aragoneses y 600 sevillanos, también según Fonseca. También se documentan comerciantes y otros andalusíes interesados por textos escritos en castellano, con los preceptos islámicos y otros relatos religiosos. A ellos escribe Al-Háyari Bejarano, [284] desde París. Hay nobles cherifes de Al-Andalus, según un andalusí de Túnez, que explica la dispersión de esos nobles andalusíes descendientes del Profeta, por todo el mundo musulmán.

     Los diplomáticos franceses, holandeses y venecianos mencionan en sus relaciones informaciones aisladas sobre los moriscos en Istanbul. Según ellos, los andalusíes formaban una comunidad importante e influyente en la ciudad. Las más importantes menciones se refieren a alborotos que provocan contra las iglesias cristianas de la capital, con el intento de incendiarlas, especialmente la de los dominicos, para transformarlas en mezquitas. Finalmente se les concedió una mezquita especial para ellos, en el barrio de Galata, sobre el Bósforo.

     Tampoco faltan relatos españoles, como el del morisco madrileños refugiado en Argel Antonio de Ocaña en 1618, en los que se menciona a moriscos de Istanbul (Constantinopla), que vuelven a España a recoger sus tesoros escondidos o que mueren ejecutados en la capital otomana, por haberse manifestado cristianos.

     En la estructura urbana de esa gran capital, la integración de los mercaderes y artesanos moriscos debía de ser relativamente fácil. Mantran ha estudiado precisamente esta relación entre oficios y minorías, mencionando a los andalusíes como una de esas minorías con peso específico en la artesanía y en el comercio exterior de Istanbul. El gran comerciante morisco y jeque de los andalusíes de Túnez y Trípoli, Mustafá de Cárdenas, se refugia en Istanbul cuando cae en desgracia ante el bey de Túnez. Luego pasará a Egipto y, finalmente, a Annaba, en Argelia. Es también un ejemplo de la capacidad de desplazamiento de muchos moriscos, en el marco del Imperio Otomano.

     En la gran península de Anatolia o Asia Menor, cuna de la dinastía otomana, sólo está documentado por ahora el paso de Ahmad Al-Hánafi en Bursa, la antigua capital de esos soberanos turcos hasta el siglo XV e importante centro cultural y de estudios. Es posible que otros andalusíes hayan pasado por las aulas (las mezquitas y madrasas) de Bursa, para estudios que les permitieran ocupar puestos en la enseñanza y en la administración turca.

     Un documento o firmán estudiado por Temimi menciona el establecimiento de una importante colonia de moriscos en la región de Adana, al sureste de Anatolia, en la costa del golfo de Alejandreta o Iskenderum. Es una región llana, al pie de la cadena montañosa del [285] Taurus. Aunque actualmente forma parte de la República de Turquía, está íntimamente relacionada con la región árabe-hablante de la Gran Siria o Ax-Xam, al igual que Trablus Ax-Xam (Trípoli de Oriente, en el Líbano actual), también lugar de asentamiento de moriscos, según ese mismo documento. Ambos lugares pueden corresponder a los asentamientos de exiliados moriscos en Ax-Xam, de los que habla el historiador tlemcení Al-Máqqari, en su importante texto sobre la diáspora andalusí.



     4. Moriscos en Siria y Egipto

     Ax-Xam o Gran Sirla designa, en árabe, una amplia región del mundo árabe, actualmente ocupada por Siria, Jordania, Líbano, Palestina, Israel y Turquía. A toda esa región se refiere Al-Máqqari, como lugar de asentamiento de algunos grupos de moriscos. La mención de Adana y de Trípoli en un documento de la administración otomana confirma la afirmación de ese historiador, contemporáneo de la expulsión. También hay menciones, que habrían de contrastarse con más documentación, de la instalación de moriscos en la región de Ax-Xam para la difusión de sus sistemas de regadíos agrícolas.

     La tradición medieval del paso y asentamiento de andalusíes por esa región es muy conocida, especialmente en las ciudades que eran centros de saber y de espiritualidad, como Jerusalén. Al-Munajjid y Pouzet han dedicado a esas comunidades de andalusíes unas monografías que ilustran la movilidad de los musulmanes medievales por el mundo árabe y la atracción que representaba esa región para los viajeros de Al-Andalus.

     Mucho más documentado está el paso de andalusíes y moriscos por Egipto, sobre todo después de las averiguaciones de Abdurrahim en los archivos de los tribunales religiosos egipcios. Alejandría y El Cairo eran atractivos centros comerciales y culturales. Pero Egipto era, sobre todo, paso obligado de los musulmanes que venían del Magreb y de Al-Andalus para cumplir con la obligación de la Peregrinación a La Meca. El ya mencionado morisco Al-Háyari Bejarano, en su viaje de peregrino desde Marruecos, pasa por Egipto y, a la vuelta, se encuentra con influyentes intelectuales egipcios y escribe parte de sus libros [286] en aquel país, antes de pasar a Túnez, desde donde enviará nuevos textos a sus amigos.

     El texto de Al-Máqqari, que estaba escribiendo también su obra en Egipto, señala la instalación en Egipto de grupos de moriscos expulsados. El historiador Al-Barzanyi también menciona, indirectamente, el impacto que la venida de los «mudéjares» de Al-Andalus supuso en ese país. Un historiador andalusí de Túnez menciona también a las ciudades de El Cairo y Alejandría como lugares de asentamiento de nobles cherifes (descendientes del Profeta) procedentes de Al-Andalus.

     Aunque Enan lamenta que las huellas andalusíes en la sociedad egipcia se hayan perdido, es muy probable que el estudio de nueva documentación aporte un mejor conocimiento sobre la inserción de los moriscos expulsados -y también de sus predecesores andalusíes- en la compleja sociedad egipcia de época otomana.

     No sólo en las ciudades está documentada la presencia de andalusíes en Egipto. También se encuentra una mención de su presencia en el oasis de Siwa, en pleno desierto del Sáhara, en la frontera actual con Libia.



     5. Moriscos en Libia

     El moderno territorio libio corresponde al gobernorato, regencia o vilayet de Trípoli «de Occidente». Esta ciudad acogió un cierto número de moriscos, tanto en la ciudad como en sus alrededores. Una tradición local atribuye a estos inmigrantes la forma de tocar y cantar la música andalusí en las montañas al sur de la capital, lugar bastante poblado que la protege algo de los vientos del desierto.

     También es tradición local la que atribuye a algunas familias andalusíes instaladas en Derna (en la costa oriental, cerca de la actual frontera con Egipto) la construcción de su hermosa mezquita, con sus 24 cúpulas.

     En realidad, por ahora sólo está documentada, en un texto francés, la aventura de un eclesiástico de esa nacionalidad que fue esclavo de un morisco de los alrededores de Trípoli, que le trató muy bien, le ofreció su hija en matrimonio si se hacía musulmán y le contó algunas anécdotas de sus orígenes españoles. [287]

     Los moriscos libios parece que dependían en cierta manera del jeque de los andalusíes de Túnez, según se desprende de la actividad de Mustafá de Cárdenas, que defiende los intereses de cierto andalusí de Trípoli en Túnez, a no ser que esto sea sólo porque no había consulado de Francia en Túnez (es en ese consulado donde se encuentra documentado el hecho).

     Tampoco está aún muy claro el paso a Trípoli de unas familias francesas, a mediados del siglo XVII, que quieren hacerse musulmanas.

     Turbet-Delof sospecha, con cierto fundamento, que eran moriscos que se habían instalado en Francia en el momento de la gran expulsión y que deciden entonces pasar a vivir en un país islámico.



     6. Moriscos en la Península Arábiga

     Por ahora no están documentados moriscos establecidos en Mesopotamia, región que estaba también bajo la esfera política de los otomanos, donde había importantes ciudades (Bagdad, Basora, etc.), y adonde habían viajado muchos andalusíes durante los siglos precedentes a la expulsión de los moriscos.

     En cambio está probado, indirectamente, que muchos moriscos fueron a las ciudades santas de Arabia, Makka (La Meca) y Medina, a cumplir con la obligación y la devoción de la Peregrinación. En efecto, muchos moriscos instalados en tierras islámicas, especialmente en Túnez, llevan el título de hichante (hâyy o hacci) delante del nombre, lo que indica que han realizado la Peregrinación. Los que aparecen en la documentación son generalmente comerciantes, que tendrían más medios para sufragarse el viaje. Pero no se excluye que fueran otros moriscos pudientes, ya que se sabe que el no poder hacer la Peregrinación era una de las muchas desgracias religiosas de los moriscos en España.

     También están documentados unos moriscos marinos en la región de Omán, en el océano indico, en el extremo sudoriental de la Península Arábiga. Estuvieron en contacto con navegantes y descubridores portugueses, tanto en las costas de Arabia como en la India. No es difícil imaginar que proseguían en otros mares la actividad comercial y depredadora que practicaban musulmanes y cristianos en el Mediterráneo. [288]



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Moriscos en Francia, Italia, África subsahariana y la India

     Fuera ya del vasto Imperio Otomano, pero no ajenos a su influencia política, algunos moriscos se instalaron en países europeos africanos y asiáticos. No fueron, seguramente, más que grupitos de familias, consecuencia de traslados masivos o de aventuras personales.

     En Francia y en Italia, la presencia de los moriscos se debió al paso obligado de esos «cristianos nuevos de moros», en, una etapa primera de su expulsión. Ya se ha visto que las medidas decretadas por las autoridades españolas preveían un cierto trato más favorable si se dirigían a tierras cristianas, como pedían los propios moriscos, para así poder llevarse a los niños de corta edad. Quizás, en muchos casos, pedían pasar a países cristianos para poder practicar la religión cristiana o evitar vivir en países islámicos, que la propaganda española les había presentado como nefastos.

     El caso de los moriscos del África subsahariana se trata simplemente de las consecuencias de la expedición militar marroquí al Sudán, a finales del siglo XVI. Los moriscos en el Océano Índico son navegantes, que trabajan por aquellos mares.

     No hay que excluir la presencia de moriscos expulsados y de sus descendientes en otros países, europeos o afroasiáticos. En países europeos está documentada al menos la presencia de Al-Háyari Bejarano en los Países Bajos o Estados Generales de Holanda, con una embajada marroquí encargada de defender los intereses de ciertos moriscos; él mismo cuenta que mantuvo conversaciones teológicas con eruditos cristianos y que mantenía correspondencia, a lo largo de su viaje, con diversas comunidades de moriscos en el exilio. El episodio literario del morisco Ricote, que vuelve a España con un grupo de romeros o peregrinos alemanes y se hace lenguas sobre la libertad religiosa en aquel país centroeuropeo, según Cervantes en El Quijote, tiene todos los visos de ser una creación literaria, pero puede tener un fundamento histórico.

     Es hipotética, pero plausible, la presencia de moriscos en otros países periféricos del mundo islámico, en Asia o en África. [289]



     1. Moriscos en Francia

     El tema de los moriscos en Francia tiene dos vertientes: el de su paso masivo por el país vecino de España, en el momento de la expulsión, y el de la instalación definitiva en ese país de algunas familias, después del embarque de la mayoría de los exiliados hacia países islámicos (especialmente hacia Túnez, Argel, Salónica y Istanbul).

     El continuo goteo de moriscos que emigran de España hacia los países islámicos, especialmente a través de Marsella, es un hecho bastante documentado, a lo largo de todo el siglo XVI. A principios del XVII y ante la amenaza de una previsible expulsión general, algunas familias se adelantan a los acontecimientos y organizan su éxodo por Francia. Suelen ser familias acomodadas, como los Compañero, de Aragón. Se puede sospechar que otros personajes muy ricos que se encontrarán en el Magreb en las décadas ulteriores, como el propio Mustafá de Cárdenas, habían pasado a tierras islámicas con grandes riquezas, antes de la expulsión general. En Marsella, Jerónimo Henríquez o Riques era «procurador general de los moriscos que han pasado al reino de Francia», según un documento francés de 1611, pero ya actuaba en los años que precedieron a la expulsión: seguramente negociaba sobre todo en favor de sus compatriotas pudientes, comerciantes como él, víctimas de atropellos diversos en aquel país.

     Para ese éxodo tendrán dos caminos: el terrestre, con itinerarios bien documentados, por el sur de Francia y el norte de Italia, para embarcar en Venecia hacia Istanbul y los territorios orientales del Imperio Otomano; el marítimo, desde Marsella u otros puertos del sur de Francia, embarcando para Argel, Túnez y otros puertos del Magreb.

     El carácter tradicional de ambos itinerarios explica que en el momento de la expulsión se utilizaran de nuevo, a gran escala, para las masas de los expulsos. La intervención del sultán de Istanbul ante las autoridades de Francia y de Venecia se debió a los problemas específicos que suponía el desplazamiento de tan importantes contingentes de viajeros.

     Lapeyre y Louis Cardaillac han estudiado detenidamente todos los problemas que planteó, para los moriscos y para los franceses, el paso de aquéllos por el sur de Francia. Estos problemas pueden resumirse en los puntos siguientes: [290]

     - Antecedentes políticos de la alianza entre los moriscos -especialmente los aragoneses- y las autoridades francesas -especialmente los protestantes de Navarra- contra las autoridades españolas.

     - Apoyo del rey de Navarra Enrique IV, convertido en rey de Francia, al éxodo de los moriscos y a su instalación en tierras francesas.

     - Transformación de la política francesa para con los moriscos, dificultándoles la instalación y organizando su traslado a territorios islámicos.

     - Itinerarios desde el paso de los moriscos de la Corona de Castilla por el País Vasco, hasta su embarque por la costa atlántica o por la costa mediterránea atravesando todo el sur de Francia.

     - Pleitos y conflictos en los que se vieron envueltos, con despojos varios y con castigos, a veces ejemplares, de autoridades y marinos franceses que les habían despojado.

     - Problemas de sanidad pública, de rechazo popular y de gastos públicos que trajo consigo el paso de los moriscos.

     Finalmente, la mayor parte de los moriscos fueron embarcados, ya sea desde puertos atlánticos del País Vasco, como San Juan de Luz, o mediterráneos del Languedoc (Agde) o de Provenza (Marsella). Hubo particular interés en no dejar en territorio francés ninguna familia o grupo de familias: a partir de 1611 no se dejó entrar a ningún navío con expulsados de España y se embarcó a los que se iban encontrando, como a los 70 moriscos que se hallaban en la localidad de Ollioure.

     Pero algún historiador advierte que algunas familias se establecieron

                 en diversas ciudades de Provenza, donde trabajaron en sus oficios, sea alimentando gusanos de seda, sea haciendo tejas y otras ocupaciones que habían ejercido en España (Honoré Bauche).                 

     De hecho, unos moriscos de Francia pasan a Túnez en 1630, veinte años después de la expulsión: son Arnaud, de Bovorne, el ceramista Alfonso de Luna, de Toulon, Pierre Couscouilla, de La Verdière, y vanos moriscos más, que pasaban en un barco francés, que había sido atacado por un barco de marinos de Salé, también moriscos. [291]

     Por eso se han emprendido recientemente nuevas investigaciones sobre moriscos que habrían quedado en territorio francés. Ya se han obtenido algunas informaciones, tanto en Provenza (Marsella), como en Aquitania (Burdeos). Una importante documentación de hacia 1668, estudiada por Turbet-Delof, menciona a familias de moriscos instalados en Francia (hasta en Guyena y Normandía) y bastante enraizados en el país, que pasan al Magreb (Argel, Túnez y Trípoli) con mujeres e hijos de origen francés y no morisco español. Serían descendientes de moriscos que habían conseguido escabullirse de las medidas de expulsión de Francia, quizás porque se habían aislado individualmente de las masas de emigrantes. Es de esperar que las actuales investigaciones de Vincent y sus discípulos abran nuevos campos al conocimiento de las instalaciones de moriscos en Francia.



     2. Moriscos en Italia

     La Península Italiana del siglo XVI no tenía la unidad política de los siglos XIX y XX. Estaba constituida por territorios políticamente muy diferenciados, de los que los principales eran los dependientes de la Monarquía española (Nápoles, Milanesado y las islas de Sicilia, Malta y Cerdeña), los Estados Pontificios, el Gran-Ducado de Toscana, la República de Venecia, Génova, etc.

     El paso de los moriscos por Italia y su eventual instalación será, pues, muy diferenciado también. La poca documentación conservada sobre los exiliados da una visión parcial del episodio italiano de la expulsión, complementarlo del que ya se sabe de otros países, especialmente de Francia.

     Las relaciones de los moriscos con Italia tienen dos aspectos diferentes: la península será tierra de paso en su exilio, para algunos de ellos, y será lugar de múltiples relaciones mediterráneas, en las décadas que siguieron a la expulsión, pero a partir de los territorios islámicos donde se habían instalado definitivamente.

     Se han hecho ya numerosas referencias a los itinerarios terrestres de los moriscos que se dirigían desde España a Constantinopla, embarcándose en Venecia, aun antes de la expulsión de 1609-1614. Atravesaban Francia y el norte de Italia, haciéndose pasar por peregrinos: «diréis que vais a Loreto», el santuario mariano cerca de la costa del [292] Adriático. En Venecia se embarcaban. En 1608, cuatro familias de moriscos murcianos se habían embarcado fraudulentamente en Alicante; llegaron a Venecia y de allí a Istanbul (Constantinopla). Muchos preferían la vía terrestre, por la inseguridad marítima y por no poder sufragar los gastos del embarque, según carta del sultán otomano Ahmad I al Doge de Venecia (1614).

     Tanto Venecia en el Adriático, como Génova, Liorna (Livorno) y Civitavecchia, en el Tirreno y mar de Liguria, fueron los primeros puertos de destino italianos para los moriscos que querían salir para tierras cristianas, aunque luego se dirigieran a Constantinopla. A fines de 1610 el virrey de Valencia se ufanaba de haber dirigido a 388 moriscos hacia Génova y 134 sevillanos habían tenido el mismo destino, en febrero de ese mismo año.

     Pero ya a fines de 1610 los puertos cristianos del Mediterráneo empezaron a poner toda clase de reparos en recibir a moriscos. Un barco francés que había cargado a bordo a 113 personas, en Cádiz, para llevarlos a Liorna, desembarcó en Salobreña, so pretexto de que

                 en toda Francia, Génova y Italia ni en Liorna no les quieren recivir y en llegando al puerto los desvían a cañonazos.                 

     A mediados de 1611 ya se sabía que aunque dijeran que iban a Italia, iban directamente a Berbería, es decir al Magreb islámico. Eso es probablemente lo que pasó con los moriscos catalanes enviados en un barco francés que salía de Barcelona hacia Liorna, en 1611, o con el envío hacia Italia de los moriscos murcianos refugiados en Mallorca, en abril y agosto de 1614. También hacia Italia fue dirigido un importante grupo de 480 moriscos desembarcados en Marruecos, que se habían refugiado en la plaza portuguesa de Tánger, descontentos de la acogida en ese país, en junio de 1611.

     Un caso especial de acogida de moriscos en Italia fue el del Gran Duque de Toscana Cóssimo de Médicis, que al principio les acogió para dedicarles a regenerar la agricultura de algunas de sus tierras, especialmente las pantanosas zonas costeras de sus estados. Su puerto de Liorna, que era una encrucijada comercial en el Mediterráneo, vio desembarcar a tres mil familias de moriscos. Pero éstos no quisieron dedicarse a la agricultura en esas circunstancias, alegando en particular [293] que ellos no eran labradores sino comerciantes. Se volvieron a embarcar, especialmente para Argel.

     Esta idea de hacer colonias agrícolas con los moriscos expulsados volvió a surgir unos años después en Italia, en 1619, cuando un obispo que quería salvar las almas de los que estaban en Argel ya que «permanecían cristianos en el fondo de su corazón» presentó un proyecto de instalarlos en la Apulia, en los alrededores del puerto de Bari, en la costa adriática. Quizás también había allí marismas pantanosas que desecar, problema agrícola general en las costas italianas, para el que no se encontraba mano de obra suficiente, debido también a lo insalubre de esas marismas.

     Es preciso observar que los moriscos expulsados de España fueron destinados muchas veces a tareas agrícolas, como colonias compactas, tanto en países cristianos (Toscana, Apulia), como en países musulmanes (Argel, Annaba, Túnez, Adana, Trípoli...). Se pensaba que generarían riqueza, como fuerza productiva en el sector primario, como lo hacían en ciertas regiones españolas.

     Por ahora sólo hay una mención a la instalación de ciertos moriscos de Ávila en el Ducado de Mantua, en el valle del Po.

     La presencia de moriscos en los territorios italianos de la Monarquía española ha sido tratada en la introducción de este libro. Algunos habían estado en Italia como soldados de los ejércitos españoles: es el caso de un morisco que dominaba por eso el italiano y que pasará a Marruecos, donde hará de intérprete en relaciones diplomáticas con Inglaterra.

     Hay mucha documentación sobre moriscos esclavos o procesados por la Inquisición en los territorios españoles de Italia. Al-Háyari Bejarano escribe que el médico andalusí hâyy Yúsuf le había dicho que había en Malta 5.500 musulmanes, de los que 50 eran andalusíes. También están documentados moriscos esclavos en Cerdeña, en Sicilia, en Liorna.

     En esta última ciudad portuaria se hace mucho comercio con los puertos magrebíes y en esas operaciones comerciales aparecen andalusíes. También el rico morisco tunecino Alí El Sordo mantiene estrechas relaciones comerciales con Italia, especialmente con los genoveses del enclave de Tabarka, arrendado por Génova a las autoridades tunecinas para la pesca del coral: será el representante de los genoveses en Túnez. En la documentación comercial aparecen moriscos o andalusíes [294] residentes en Palermo, en Malta o en Liorna, que no parecen esclavos o cautivos.

     En la documentación inquisitorial estudiada por Cardaillac no aparecen moriscos a partir de 1639, probablemente porque se han asimilado a la población cristiana, si han permanecido en los territorios italianos, o porque no se identifican ya como españoles, sino como musulmanes de sus nuevas patrias, para no verse acusados de ser apóstatas o ex-cristianos, por haber sido bautizados en España aunque luego habían sido expulsados por musulmanes. Hay que tener en cuenta también que «morisco» o «moresco» en italiano no sólo designa a los moriscos españoles, sino a todo lo que llamaríamos ahora «magrebí», musulmán del Norte de África.

     Hay que mencionar, finalmente, dos curiosas presencias moriscas en la capital de la Cristiandad católica, en la Roma de los Papas.

     La primera es la de algunos eclesiásticos de origen morisco, como el jesuita padre Casas, que fue profesor y traductor de árabe durante algunos años y fue encargado de misiones especiales al Líbano y Egipto. Era granadino y tuvo bastante peso en la política islámica de la Santa Sede. Murió en Valladolid.

     La otra presencia morisca es por algunos libros en castellano y con escritura latina, de moriscos de después de la expulsión, que se conservan en bibliotecas italianas: en la Vaticana o en la Casanatense, de Roma, o en la Biblioteca Universitaria, de Venecia. No es fácil determinar la fecha ni la forma en que entraron esos manuscritos moriscos en esos fondos italianos.



     3. Moriscos en el África subsahariana y en la India

     A lo largo de la Edad Media, numerosos andalusíes habían viajado por el África subsahariana, haciendo comercio. Algunos de ellos han dejado constancia escrita de sus viajes y de las características más notables de los países que visitaron. Son testimonio de la capacidad de desplazamiento que ofrecían esos países para los musulmanes mediterráneos. No es, pues, de extrañar que algunos moriscos también viajaran por esas tierras, aunque no haya quedado por ahora ningún testimonio específico de estos últimos andalusíes. [295]

     Ya en el siglo XIV, el andalusí Ishaq Ibn-Ibrahim As-Sáhili, poeta y arquitecto, había sido contratado por el emperador mandinga, a quien había conocido con ocasión de la Peregrinación a los lugares santos de Arabia. Sería el creador de un estilo arquitectónico particular llamado «sudanés» (hay que tener en cuenta que en árabe Sudán significa «tierra de negros» en general, es decir, toda el África subsahariana, y no sólo los estados o países que modernamente han tomado esa denominación). Ishaq As-Sáhili es el ejemplo mismo de cierta movilidad, por razones económicas o laborales, en todo el mundo islámico.

     Pero la presencia masiva más importante de los moriscos o andalusíes en el África subsahariana es consecuencia de la ya mencionada expedición militar marroquí de finales del siglo XVI a los territorios ribereños del río Níger. En la actual República del Mali, especialmente en las ciudades de Gao y Tombuctú, sus descendientes mantienen las tradiciones y el orgullo de ser andalusíes.

     Finalmente hay que mencionar a dos moriscos en el Océano Índico, que sirven de intérpretes y negociadores entre portugueses y españoles y autoridades musulmanas de la India. A principios del siglo XVI se trata del granadino Sidi Alí Al-Tortu (El Tuerto), mediador con Alburquerque, y más tarde de otro Sidi Alí, que sabe muy bien el castellano.

     Estos moriscos en Asia meridional son, por ahora, los representantes documentados más alejados del exilio morisco, el de antes y el de después de la gran expulsión de 1609-1614. [296] [297]



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Apéndices

[298] [299]

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Bibliografía

     Al tener que hacer una selección de sólo 10 libros fundamentales para el tema «Los moriscos antes y después de la expulsión», hay que ser consciente de las limitaciones en tan amplia bibliografía. Estos 10 títulos pueden complementarse con las abundantes notas de la introducción, de los capítulos referentes a la regionalización española de los temas moriscos y en las presentaciones de las diversas partes referentes a los países de destino de los moriscos expulsados. El que quiera investigar más tiene evidentemente que buscar la bibliografía especializada y particularmente el boletín bibliográfico Aljamía, publicado por la Universidad de Oviedo.

      1.     Antonio Domínguez Ortiz-Bernard Vincent, Historia de los moriscos. Vida y tragedia de una minoría, Madrid, Ed. Revista de Occidente, 1978 y numerosas reimpresiones, 313 páginas.
Sería y amplia introducción general sintética a todos los temas más importantes referentes a los moriscos.
2. Henry Lapeyre, Géographie de l'Espagne morisque, París, S.E.V.P.E.N., 1959, 304 páginas (traducción española, sin los índices: Geografía de la España morisca, Valencia, Diputación Provincial, 1986, 344 páginas).
Estudio fundamental y muy documentado sobre la expulsión de los moriscos, región por región.
3. Louis Cardaillac, Morisques et chrétiens. Un affrontement polémique (1492-1640), París, Ed. Klincksieck, 1977, 543 páginas (traducción española: Moriscos y cristianos. Un enfrentamiento polémico (1492-1640), Madrid, Fondo de Cultura Económica, 1979, 567 páginas).
Estudio fundamental sobre las divergencias religiosas entre cristianos y musulmanes, a partir de la documentación de los moriscos.
4. Louis Cardaillac (editor), Les Morisques et leur temps, París, Editions du C.N.R.S., 1983, 540 páginas. [300]
Conjunto de 26 estudios de grandes especialistas sobre los principales temas actuales de investigación sobre los moriscos.
5. Louis Cardaillac-Bernard Vincent (editores), Les Morisques et l'Inquisition, París, Publisud, 1990, 349 páginas.
Dieciocho especialistas estudian los textos y los contextos de los conflictos entre los moriscos y la Inquisición española, principal fuente de nuestro conocimiento sobre la vida de los moriscos en la sociedad española.
6. Teresa Ferrer i Mallol, Els sarraïns de la Corona catalano-aragonesa en el segle XIV. Segregació i discriminació, Barcelona, C.S.I.C. 1988, 456 páginas.
Estudio de la situación social de los mudéjares en la sociedad cristiana medieval, como antecedentes musulmanes de los moriscos hispánicos.
7. Álvaro Galmés de Fuentes (editor), Actas del Coloquio Internacional sobre literatura aljamiada y morisca, Madrid, Ed. Gredos, 1978, 514 páginas.
22 estudios sobre los escritos de mudéjares y moriscos, buena introducción a los temas que esta literatura suscita en la actualidad.
8. Míkel de Epalza-Ramón Petit (editores), Recueil d'études sur les Morisque Andalous en Tunisie, Madrid, Dirección General de Relaciones Culturales, 1973, 418 páginas.
Conjunto de estudios sobre la instalación de los moriscos en Túnez, con amplia temática sobre los problemas que tuvieron después de la expulsión.
9. Muhammad Razuq, Al-Andalusiyyun wa-hiyratu-hum ila Al-Magrib jilal al-garnain 16-17, Casablanca, Ed. Ifriqiya ax-Sarq, 1989, 260 páginas.
Estudio sobre las emigraciones de Al-Andalus al Magreb en general y su instalación en Marruecos en particular, con particular análisis de sus aspectos políticos.
10. Luis Fernando Bernabé Pons, El cántico espiritual del morisco hispanotunecino Taybili, Zaragoza, Institución Fernando el Católico, 1988, 275 páginas.
Texto de un morisco desterrado que cuenta en castellano sus creencias y sentimientos religiosos.
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