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1

La primera versión de este trabajo fue expuesta en el XI Simposio Internacional de Literatura: Modernismo-Modernidad-Posmodernismo (Montevideo, Biblioteca Nacional del Uruguay, 1993) y se publicó con el título «Los Motivos de Glauco: cultura y conocimiento en el último Rodó» en la revista Deslindes n.° 4-5, Montevideo, Diciembre de 1994, págs. 211-228. Se reproduce aquí la versión original revisada, con un título más exacto y ligeras modificaciones.

 

2

Todas las páginas de las citas de Rodó corresponden a la 2.ª edición de sus Obras Completas preparada por Emir Rodríguez Monegal (Madrid, Aguilar, 1967) y se incluyen en el texto.

 

3

Roberto Ibáñez, «El ciclo de Proteo», en Cuadernos de Marcha n.° 1, mayo 1967, págs. 7-52. A su revelador estudio seguía su «restauración» de una parte de esos «Otros Motivos de Proteo».

 

4

Virgilio (Geórgicas, III, 268) presenta a Glauco como padre de la Sibila de Cumas, que también fue profetisa. Ovidio también contó su historia en las Metamorfosis (XIII, 900 s.), lo mismo que Virgilio en la Eneida (VI, 36). Aparte de otros personajes de la mitología greco-latina que también llevan el nombre de Glauco, encontramos en la tradición literaria posterior algunos personajes que, con el mismo nombre, evocan lejanamente a la divinidad marina. Así, en una de las primeras piezas teatrales escritas en Hispanoamérica, el polémico Entremés que dio lugar en el siglo XVI al destierro de Cristóbal de Llerena, aparece un adivino con el nombre de Glauco.

 

5

La conexión con el orfismo se encuentra explicada en Ricardo Gullón, Direcciones del modernismo (Madrid, Alianza, 1990, págs. 105-106), donde describe las huellas de esta orientación esotérica del citado canto de Tailhade en el orfismo del poema «Helios», de Darío, y en Valle Inclán.

 

6

Citamos aquí las transcripciones del cuaderno «Azulejo» reproducidas por E. Rodríguez Monegal en la Introducción a su edición de las Obras Completas, op. cit., págs. 42-43.

 

7

Así, en El que vendrá, caracterizaba con estas palabras la infructuosa búsqueda de Baudelaire, de «los demoníacos» y de «los réprobos»: «hicieron coro a las letanías de Satán; saborearon cantando las voluptuosidades del Pecado descubierto y altivo; glorificaron en la historia el eterno impulso rebelde, y convirtieron la blasfemia en oración y el estigma en aureola de sus santos» (152). Y en su Rubén Darío se refería a la «musa de pie felino de Baudelaire», que encontraba «morbosa delectación» en «el cieno de los barrios inmundos» (172).

 

8

Sin duda, del poema «Albatros» de Baudelaire tomó Rodó el nombre propio de ese otro Albatros que protagoniza una de sus parábolas del póstumo Proteo (XXXIII), y que, como embrión de una «novela de artistas» modernista, nos narra los avatares de la creatividad de un literato en el mundo mercantilista de la modernidad. Como se puede apreciar, también la comprensión de Rodó hacia Baudelaire, evidente en este hermoso texto que su autor dejó inédito, lleva una fecha tardía.

 

9

Escribe Ribot: «También se ha relacionado la inspiración con el estado de excitación que precede a la embriaguez; es un hecho, por lo demás sabido, que muchos inventores la han buscado en el vino, en los licores alcohólicos y en sustancias tóxicas (hachich [sic], opio, etc., etc.); juzgamos inútil citar nombres. La abundancia de ideas, la rapidez de su curso, las agudezas, los caprichos excéntricos, las ocurrencias ingeniosas, la exaltación del tono vital y emocional, en una palabra, ese estado febril del que los novelistas han hecho tan excelentes descripciones, revelan al menos perspicaz que la imaginación trabaja mucho más de lo ordinario bajo el influjo naciente de la embriaguez» (69-70).

 

10

Baudelaire había titulado uno de sus textos de los Paraísos artificiales «Del vino y del haschisch comparados como medios de multiplicación de la personalidad».