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Los mozárabes valencianos

Roque Chabás





  —19→  
1.

De día en día aumenta la curiosidad por la averiguación de la importancia y modo de ser de aquellos cristianos, que entre los moros quedaron después de la conquista de Tarik y Muza. Venía diciéndose por los historiadores, como verdad inconcusa, que los árabes avasallaron toda España en poquísimo tiempo y que obligaron á todos sus habitantes á elegir entre abjurar de su religión y aceptar el Corán, ó emigrar á Asturias. Según estos escritores, los pocos cristianos, merecedores de este nombre, que voluntariamente prefirieron abandonar sus hogares, aclamaron por rey   —20→   á Pelayo y empezaron á resistir al audaz moro en Covadonga. Apenas nos indican, en adelante, la existencia de cristianos en Córdoba y en Toledo.

Por fortuna va abriéndose paso la verdad y poniéndose las cosas en su lugar, con sus justas proporciones. Sería absurdo creer que los millones de habitantes que existían en la Península al tiempo de la invasión, mudaron en pocos años la religión que, durante siglos, habían profesado sus padres. Planta tan arraigada no es fácil arrancarla de cuajo y de un solo tirón. Cuanta mayor es la diferencia que media entre la doctrina de Cristo y la de Mahoma, tanto más difícil se hace admitir como un hecho histórico este resultado, aun suponiendo todas las violencias imaginables. Resulta, pues, que el sistema de conquista de la raza invasora ha sido desconocido de los historiadores á que nos referimos anteriormente.

Está puesto ya en claro por diligentes investigadores, que los árabes, siguiendo en esto las prescripciones del Corán, adoptaron una política más humana que la atribuida hasta ahora á sus conquistadores. Cuando los cristianos se les entregaban sin lucha, les dejaban sus posesiones pagando una moderada contribución. En caso contrario, la ley del vencedor declaraba exonerados á los vencidos, y gracias si, como parceros ó arrendatarios, continuaban cultivando sus tierras y heredades, pagando gravísima contribución. De todo tributo se libraba el que hacía declaración de seguir la ley del Corán; pero desgraciado de él si volvía atrás, pues era castigada con la muerte su apostasía.

Los efectos resultantes de esta conducta eran para el pueblo cristiano la servidumbre y el martirio. La omnipotencia del vencedor era la opresión para el vencido, que tenía que acudir al mismo en defensa de las capitulaciones. Gracias á que los extranjeros eran pocos y los naturales numerosos, y que, por consiguiente, éstos se imponían por el número, consiguiendo con ello hacer respetar, aunque no siempre, la fe jurada. La ambición de los emires, deseosos de conquistas allende el Pirineo, y forzados además á gastar muchas de sus fuerzas en consolidar su dominación en la Península, fué la causa de que, por espacio de largos años, usaran de una política de tolerancia, de que se valieron   —21→   asimismo en Oriente y en África. Como consecuencia, el culto cristiano, por regla general, fué respetado.

Cuando los árabes conquistaron la capital del reino visigótico, Toledo, concedieron al pueblo vencido seis iglesias para el servicio de los cristianos; en Córdoba hicieron lo mismo, aunque no falta quien crea que era allí mayor el número de iglesias de que disfrutaban los mozárabes1; en Zaragoza se les dejó un templo con un barrio junto al muro; en Mérida la iglesia de Santa Eulalia, y á este tenor en Málaga y en otras ciudades. La jerarquía eclesiástica se conservó largo tiempo en los metropolitanos de Toledo, Sevilla y Mérida y en los obispos de Córdoba, Málaga, Ástigis, Acci, Eliberis y otros; en las historias anteriores al siglo XI, cítanse con frecuencia florentísimos monasterios en tierra musulmana, particularmente en las sierras de Córdoba2. Todo esto manifiesta que no se arrancó tan de cuajo como se suponía el árbol de la fe cristiana.

En el tratado del 713 otorgado por Abdelacis en Orihuela3, vemos que se deja á Teodomiro toda su autoridad y que quedan las cosas en el mismo ser y estado que antes de la conquista, con solo el reconocimiento del que podríamos llamar feudo y la contribución correspondiente. Y haremos notar de paso, que las traducciones que traen Conde, Lafuente y otros, discrepan notablemente de la que hemos dado en el lugar citado, y creemos fiel y exacta. «Durante cuarenta y dos años, dice el Sr. Fernández Guerra, ni siquiera se aflojó el menor de los benéficos lazos en esta capitulación de Teodomiro, según afirma Isidoro Pacence (754); antes bien, por benignidad de los califas, vióse templada la dureza del pactado tributo... Y ¿qué sucedió luego?... Solo podemos asegurar que á principios del siglo IX, había dejado de existir el reino católico é independiente de Teodomiro, sin duda por la apostasía de muchas familias ambiciosas de cargos públicos... Hacia el año 814 aparecen allí Cadies»4.

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Hasta los tiempos cuando menos de Hixem, segundo califa cordobés, disfrutaron los cristianos españoles de alguna independencia religiosa y hasta civil. Eran gobernados por el conde de su nación, descendiente de la antigua nobleza, y cristianos eran el censor ó juez, el arrendador de los tributos y el tesorero. En las ceremonias externas del culto se toleraban las campanas y hasta la cruz levantada en los entierros. El rigor de la represión se guardaba para castigar con azotes al público blasfemo de Mahoma. Cuando, después, el califato fué consolidándose y la apostasía cundiendo, las medidas de opresión se multiplicaron para forzar á los cristianos á aceptar el Corán. Se empezó por prohibir el uso de la lengua latina y se mandó asistir á las escuelas arábigas á los niños de los cristianos. Protegieron los califas las discordias religiosas entre éstos y fomentaron los cismas; pero pasaron siglos, y la semilla cristiana aún retoñaba.




2.

Poco sabemos sobre aquellas luchas de la fe en la iglesia mozárabe, respecto á nuestro reino de Valencia; pero nos parece que no debieron desaparecer tan fácilmente de él los cristianos, cuando en el siglo XI aparecen éstos con vida. No falta autor arábigo que diga5 que el primer rey de Denia, Mochehid, era de origen cristiano; lo que parece probado es que no era muy fervoroso musulmán, pues hijo de una cristiana, que conservaba en su compañía, y que, hecha prisionera con toda la familia en Cerdeña,   —23→   no quiso ser rescatada, eligiendo vivir entre la gente de su religión, algún afecto debía de profesar á los cristianos; de cuyos sentimientos debió de participar su primogénito Alí, educado desde los 7 años, en que cayó prisionero, hasta su rescate en el año 423 de la hégira, ó sea durante dieciseis ó diecisiete años en la corte del señor, á quien había cabido en suerte al distribuir el botín. Rescatado al cabo de tantos años, su padre le enseñó el islám, que aceptó sinceramente, pues fué buen musulmán; circuncidado en la edad viril, la operación le produjo grave enfermedad6. Así es que Mochehid, que era muy astuto, tuvo amistad con los condes de Barcelona, en lo cual le imitó Alí, su sucesor en Denia y las Baleares.

En el cartulario de la catedral de Barcelona existe copia de un documento, que sacaron á luz Marca y Flórez, y conoció ya Diago, el cual es una prueba palmaria de que en la primera mitad del siglo XI existían bastantes cristianos en esta región. Aprueban la concesión del señor de Denia los obispos de Arlés, Magalona, Narbona y Urgel, presentes en Barcelona con motivo de la inauguración de su templo catedral. En el dicho documento se consignó que Mochehid había, en tiempos pasados, puesto bajo la jurisdicción del obispo de Barcelona, Gislaberto, las islas Baleares, y á continuación se dice que, siguiendo aquella amistad, el rey Alí ben Mochehid concede, a petición y en favor de dicho Gislaberto, «omnes Ecclesias et Episcopatum Regni nostri, quæ sunt in insulis Balearibus et in urbe Denia»: luego había aquí iglesias, y por consiguiente mozárabes. Aún está más claro lo que sigue, pues dispone: «ut omnes clerici, Presbiteri et Diaconi in locis preæfatis commorantes... minime conentur deposcere ab aliquo Pontificum ullius ordinationem clericatus, neque chrismatis sacri confectionem, neque cultum aliquem ullius clericatus, nisi ab Episcopo Barchinonensi.» La concesión es ciertísima; y consta por documentos posteriores que estuvo en vigor larguísimo tiempo. En el mayor esplendor de su poderío, tuvo Denia iglesias mozárabes.

  —24→  

También nos proporcionan pruebas de la existencia de cristianos en este reino, y en particular hacia la parte de la montaña, entre las provincias de Valencia y Alicante, las excursiones del Cid por estos lugares. Está probado que el héroe burgalés tenía asegurada su retaguardia en Peña Cadiella, hoy sierra de Benicadell, frente á Mariola7, y que desde allí bajaba por las gargantas de aquellos montes hacia Denia y Gandía, ó bien por Játiva á Cullera y Valencia. Servíale de punto de apoyo en todas sus excursiones la fortaleza que había dispuesto en Peña Cadiella, y desde ella comunicaba fácilmente con Castilla por Villena. Sabía ya entonces el Cid lo que dos siglos después tenía averiguado el Conquistador.

Nos refiere éste en su Crónica8 que los moros que se habían quedado en el reino «faeren cap d'Alaçrach... e combatíen Penacadel». Convocó el rey al obispo, ricos-hombres y caballeros, para acordar lo necesario á esquivar aquel peligro, y al exhortarles á salir á la defensa de aquel fuerte castillo, asilo antiguo del Cid, les dice estas palabras: «car si Penacadel se perdía, lo port de Cocentayna se perdría, que no gosaría hom anar a Cocentayna, ni Alcoy, ni a les partides de Sexona, ni a Alacant per negun loch, e sería gran desconort dels chrestians.» Lo mismo que don Jaime, conoció antes el Cid; pero ¿era posible allí su situación, á no tener apoyo en gente de aquellos valles? Para que se lo prestaran era preciso que hubiera entre ellos muchos cristianos.

Efectivamente, en una de las capitulaciones del Cid con los de Valencia9, se convinieron en que la guarnición de ésta, hasta la entrega definitiva, «se compondría de cristianos, escogidos entre los mozárabes que habitaban la ciudad y arrabales.» Lástima que el autor que nos da la noticia no acote su procedencia.

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Dueño el Cid de la codiciada ciudad, sabemos que restituyó al culto cristiano la Mezquita aljama, y hasta aseguran algunos que ocho más. En Almenara, el Puig y Murviedro hizo lo mismo, resonando el nombre de Cristo durante algunos años allí donde se había invocado el de Mahoma. Han dicho algunos que la mezquita principal fué dedicada á San Pedro, pero la crónica leonesa asegura terminantemente que «Sanctæ Mariæ Virginis ad honorem.» Conocido es10 su obispo D. Jerónimo.

Muerto el Cid, volvió Valencia á poder de moros, y profanadas las nuevas iglesias, continuó el culto donde los antiguos asientos lo permitían. Alfonso el Batallador, poco después, invadió las tierras valencianas, atacó á la capital y luego á Alcira y Denia; pero sin detenerse á rendirlas, no paró hasta Granada y Vélez Málaga (1125). No era empresa fácil la correría de este intrépido rey de Aragón; más aún, no era posible sin alguna connivencia con los de las tierras por donde pasó. No parecerá exagerado que supongamos que eran cristianos los que le ayudaban, cuando á socorrer á los mozárabes andaluces se dirigía. A fines del siglo XII hace otro monarca aragonés el mismo camino, y acaso con los mismos auxilios. D. Alfonso II, en 1172, entra en el reino de Valencia y consigue vasallaje y tributos. Como su antecesor, llega hasta Andalucía y vuelve luego por el mismo camino. Más adelante veremos los resultados prácticos de esta excursión y nos persuadiremos más de la connivencia de los cristianos de este reino para facilitar el éxito. Por otra parte, cuando medio siglo después intentó D. Jaime I una excursión semejante, solo se atrevió á llegar hasta Cullera; y es que los campos estaban más deslindados en el siglo XIII y no era posible la cohabitación de cristianos y moros, y como las fronteras estaban cerca se buscaba con mayor facilidad la tranquilidad de vivir entre los suyos.

Pero justamente esto constituía á Valencia en lugar de refugio de los caballeros cristianos, que por cualquier causa se indisponían con sus señores. Uno de estos fué el célebre D. Blasco de Alagón, que permaneció en ella más de dos años. Las relaciones   —26→   de estos caballeros hacían desear la conquista de una comarca, que por su fertilidad era la envidia de todos. D. Blasco decía al rey don Jaime11: «es la meylor terra, e la pus bela del mon... E no ha vuy deius Deu tan delitos logar com es la ciutat de Valencia, e tot aquel regne»; lo cual confirmaba el Maestre del Hospital, añadiendo: «axi ho diem tots aquels qui han estat al Regne de Valencia, e fama publica es».

Otro linaje de pruebas podríamos aducir en confirmación de la existencia en Valencia de mozárabes: los mismos nombres de los moros. En el libro del Repartimiento encontramos muchos sobrenombres, que claramente revelan su origen. Los que los llevan no son cristianos, pero precisamente lo serían sus padres ó antecesores. Por no ser difusos, solo citaremos los de Xempeteri (San Pedro), Aben Vives, Sancte Marini, Aben Lop (Lopez), Aben Sancho, Abualgumez (Gómez), Aben Fortun, Ferriz, Aben Calbo, Aben Bono, Abentauro y otros muchos. En Alcira había una partida llamada Alcanicia (ahora Alquenencia) y también otra lo mismo en el valle de Pop, cerca de Murla. Este nombre significa la iglesia de los cristianos.

Para reforzar nuestra tesis, podríamos aludir aquí el gran número de cautivos cristianos que consta había en Valencia, lo que fué motivo para que viniese á ella San Juan de Mata y después San Pedro Nolasco cinco veces12, redimiendo á centenares de cristianos. Pero hora es ya de que pasemos á particularizar más la situación de los mozárabes valencianos.




3.

Ningún dato positivo arguye que en Valencia hubiese, durante la dominación sarracena, más de un templo cristiano: todos los autores convienen en ser esto así. De este estudio solo resultará, así lo creemos, la existencia de un templo en Valencia, probada con documentos fehacientes. ¿Dónde tenían su iglesia los cristianos? Esta es la pregunta cuya contestación intentamos, esperando   —27→   probar algo nuevo, que acaso eche por tierra suposiciones infundadas, por más que hayan sido universalmente recibidas. Pudiéramos tejer un catálogo inmenso de autores, para probar que el templo mozárabe se denominó del Santo Sepulcro y que estuvo donde ahora el de la parroquial de San Bartolomé. La iglesia, que dicen única de los mozárabes, traía, según aseguran, su origen de Constantino y no falta quien la hace anterior, no solo á los visigodos y á Constantino, sino edificada por los mismos varones apostólicos. Desde Beuter acá, es decir, desde el siglo XVI hasta el último cronista valenciano, el Sr. Llorente, cuya obra aún no está concluída, todos convienen en lo mismo. El Dr. Don Agustín Sales publicó en 1746 lo que llama él Memorias históricas del antiguo santuario del Santo Sepulcro de Valencia. Es resumen y compendio de todas las opiniones, unánimes siempre en esto, como hemos dicho. Las estudia y analiza, adornándolas con sobrecargada erudición: dice la última palabra en el asunto, y de tal modo falla su sentencia, que parece no hay apelación. Como escribe en forma de alegato y saca á colación todos los testimonios imaginables, es ya inútil buscar pruebas en otra parte. El las ha vaciado todas en sus moldes. Esto, precisamente, nos facilita el trabajo, pues bastará atacar á Sales y á sus Memorias, para que se entiendan impugnados Beuter, Escolano, Diago, Esclapés, Boix, Llorente, etc. y los cronistas de las religiones y tantos otros centenares de escritores que á estos copiaron. Entre todos los escritores que de esto tratan, solo hemos visto una duda, la del P. Teixidor; los demás afirman siempre categóricamente. Pero aquel padre dominico no lleva adelante su duda: tiene seguramente miedo al ejército que apoya á Sales. Hasta llega á tener en sus manos la prueba decisiva y no hace uso de ella. Tal es la fuerza de la opinión en tiempos en que no se conocía el sufragio universal.

Temeridad parecerá atacar a un enemigo tan numeroso y pertrechado; pero estamos seguros que la verdad se abrirá paso, y su luz, disipando las dudas, hará ver las equivocaciones lastimosas que hasta ahora se han contraído. Si no hubiera una tan gran prevención en contra de lo que vamos á exponer, nos bastaría consignar unos cuantos datos y con éstos teníamos lo suficiente.   —28→   Pero hay que desvanecer muchas preocupaciones, y esto nos obligará á empeñarnos en probar que lo fantaseado por los cronistas es un castillo de naipes ó una bola de nieve; pronto al calor de la verdad se derretirá ésta y el castillo al primer empuje vendrá al suelo. Empecemos, pues, ab ovo, por una afirmación rotunda. La iglesia de los mozárabes en Valencia fué la de San Vicente de la Roqueta, extramuros; y de ninguna manera la de San Bartolomé.




4.

Nos refieren las actas del martirio del diácono San Vicente13, que muerto el santo en 304, mandó Daciano que arrojasen su cuerpo á un campo, para que careciese del honor de la sepultura. Los milagros que obró Dios para la conservación de aquel santo cuerpo, irritaron el furor del Pretor, que mandó echarlo en alta mar, metido en un saco, y atado á una gran muela. Apenas arrojado, ya se encontró su cuerpo en la playa y allí se le ocultó en las arenas, hasta que una virtuosa viuda llamada Jónica, inspirada por una celestial visión, sacó de aquel sitio las reliquias, y en compañía de muchos cristianos, las trasladó á un sitio inmediato á los muros de Valencia y los colocó bajo de un altar. Hé aquí las palabras: Cessante perfidorum crudelitate et fidelium crescente devotione, beatissimus Martyr ad sepulturæ honorificentiam inde levatus, digna cum reverentia deportatur, et sub sacro Altari extra muros ejusdem Civitatis Valentiæ ad quietem reponitur. Una constante tradición, señala aún este sitio en San Vicente de la Roqueta, al extremo de la calle del Santo, extramuros. Ya veremos cómo esta tradición tiene sólidos fundamentos.

No es difícil calcular la forma que tendría el sitio de la sepultura del mártir valenciano. Construída inmediatamente después de la paz de la Iglesia, debía estar dispuesta en el modo y forma de las de su clase en su tiempo. Aún permanece la sepultura de Santa Engracia en Zaragoza, construida por aquel tiempo y con idéntico objeto; semejante á ésta debió ser la de San Vicente en   —29→   Valencia. En subterránea cripta, bajo estrecha bóveda, se colocaría un sarcófago de mármol, y sobre él, convertido en altar por conservar los huesos de un santo mártir, se celebrarían los divinos misterios. Que el sepulcro que hoy está en el Museo Provincial fuese el de San Vicente, ó bien fuese otro, no hemos de comenzar de nuevo, por ello, detenida polémica. Consignada está la que en pró sostuvo el Sr. Martínez Aloy, y en contra el señor D. Francisco Danvila y el que esto escribe, en los tomos I y II de la revista El Archivo14. Pero si los atributos, puestos en el del Museo, no permitieran admitir fuera aquel el sepulcro de nuestro santo, muy parecido le debió ser el que contuvo sus reliquias.

Prudencio, en el Peristéphanon, v15, describe en bellos versos el lugar de esta sepultura, y después de decirnos que vencidos los enemigos, y restituida la paz á los justos, un altar dió el debido descanso á los bienaventurados huesos del mártir, añade:


«Subjecta nam sacrario,
Imamque ad aram condita,
coelestis auram muneris
perfusam subtus hauriunt.»



Viene á decir que «los huesos de San Vicente, puestos en lugar sagrado, y colocados en un ara, ó altar, que ocupaba sitio inferior, aspiran allí bajo el aura del celestial galardón». Si no referimos todo esto á un lugar colocado bajo tierra, no podemos comprender las repetidas indicaciones de esta estrofa, que todas significan dicha colocación: Subjecta, imam, subtus.

Célebre fue en toda la cristiandad el mártir San Vicente, y no menos célebre la basílica donde estaba sepultado su cuerpo, y en que se conservaba su lecho. Nadie, que sepamos, ha señalado esta circunstancia, que consta textualmente, como vamos á ver. Sabida es la dichosa muerte de este santo, cuando postrado en un lecho formado de tiestos, se convirtieron éstos en flores odoríferas. Así lo cantaba en un himno la iglesia muzárabe16:

  —30→  

   «Cernit deinde fragmina
Jam testulorum, mollibus
Vestiri semet floribus,
Redolente nectar carcere».



Pues bien; el Breviario Mozárabe, que en su himno de Laudes trae la anterior estrofa, en el de Vísperas canta17:


   «Per te, per illum carcerem
Honoris augmentum tui
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Per fragmen illud testeum,
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Per quem trementes posteri
Exosculantur lectulum,
Miserere, etc.»



Esta invocación al santo por su cárcel, por sus cadenas, por las llamas que sufrió, por los garfios que le despedazaron, termina por aquel lecho (lectulum) que la posteridad (posteri), en el tiempo en que el himno se compuso, iba á besar, con religioso respeto, todos los años, como se consigna claramente en la capítula que sigue á dicho himno: Annua devotione tanti Martyris solemne festum suscipimus. Y en la misa18, después del sanctus, se añade: Precamur ut istic, ubi nobis reposita est ejus reliquiarum portio, erecta sit patrociniis plenitudo. No puede señalarse más directamente el santuario de Valencia y el lugar de la sepultura del mártir.




5.

La fama de San Vicente ha sido siempre universal, sobre todo en la primitiva Iglesia. Su nombre se encuentra en todos los martirologios y calendarios. San Agustín le dedicó cuatro sermones, en el tercero de los cuales19 se leen estas palabras:

  —31→  

«Quae hodie regio, quaeve provintia est, quousque vel Romanum Imperium, vel Christianum nomen extenditur, quae natalem non gaudet celebrare Vincentii?» Los calendarios mozárabes, que públicó Migne, consignan así su fiesta:

XI Kal. Febr. Vincentii martyris. IIII capp.20



XI Kal. Febr. Vincentii levitae mar. Valentia21.



22 (Januarii) Vincentii martyris. Quatuor capparum22.



La misa23 y el oficio24 son propios en un todo, y en los himnos, que suman 364 versos, se describe minuciosamente el martirio de San Vicente. Estos calendarios son antiquísimos en la Iglesia mozárabe, y nos prueban la importancia de la fiesta de este santo, durante los siglos de la dominación mahometana, que no fué bastante á ahogar su celebridad.

Publicó Dozy un calendario arábigo-cordobés con su traducción antigua latina, que otros ya habían antes aprovechado. Al calendario acompañan largas notas, referentes a la agricultura y astronomía. En el mes de enero, al llegar al día 22, dice el texto latino:

XXII.- In eo est latinis festum Vicentii diaconi interfecti in civitate Valentia, et festum eius in Quinque.



El texto árabe está en esta forma:

Texto en árabe

Esto es: Día 22. Fiesta de Vicente el Diácono, muerto en la ciudad de Valencia.

El calendario de donde se han tomado estas notas es del año 961 y está dedicado á Alhaquem II, es decir, al hijo de Abderrahmán III, que sucedió á su padre, muerto aquel mismo   —32→   año. En tiempo de este califa aún seguía organizada la jerarquía eclesiástica y la civil de los cristianos en sus estados, aunque ya muy reducida. Había metropolitano en Sevilla y obispo en Córdoba, un juez y un conde de los cristianos en esta capital y acaso en otras también. Estos personajes solían servir de intérpretes en las embajadas que los reyes cristianos enviaban á Alhaquem. A esta circunstancia debemos la noticia de su existencia.

Este calendario bilingüe del siglo X, nos prueba lo vivo que estaba el culto de San Vicente en aquel tiempo entre los mozárabes españoles. Parece insinuar que la gran fiesta era en Valencia, por más que sea frecuente en los calendarios y martirologios indicarse el lugar del martirio. Una equivocación creemos encontrar en él y es la expresión in quinque, pues en la liturgia mozárabe, tal como la conocemos ahora, no hay intermedio entre los ritos IIII y VI capparum, este último el más solemne de todos. La expresión del calendario cordobés debe ser una mala lectura. Si observamos que en la paleografía visigótica no se usa el IV y en su lugar se pone IIII, debemos creer que se leyó V (quinque) en vez de VI (sex), mayormente si no era perito en el latín el copista. Hemos, pues, de suponer, ó que la iglesia mozárabe de Córdoba celebraba esta fiesta con mayor rito que las demás de España, que la solemnizaban con el de IIII capparum, ó que el calendario se refiere exclusivamente á Valencia como lugar de la fiesta, que equivocadamente se llama in quinque y debía decirse sex capparum.




6.

Aunque someramente, debemos ahora ocuparnos de las traslaciones del cuerpo de San Vicente. Tres resultan, cuando no pudo haber más que una simultáneamente, no tratándose de sucesivas, pues se refieren muchas. Luego ha de resultar una sola verdadera ó todas falsas. No es nuestro propósito discutir aquí este punto, pero hemos de dar cuenta de las diferentes opiniones.

El moro Rasis, en su crónica, refiere que cuando el primer Abderrahman estuvo en Valencia en 760, huyeron los cristianos de ella con el cuerpo del santo mártir hasta colocarlo en el promontorio sacro de Portugal, que por esta razón después se llamó   —33→   cabo de San Vicente. Por otra parte, Aimonio, monje de Castres en Francia, escribió una relación de la traslación de este mismo cuerpo, no á Portugal, sino á su mismo convento en 855. No falta quien nos cuente otra traslación en 970, no á Portugal ni á Francia, sino á Capua, en Italia. Aunque desechemos todas estas relaciones por falsas, siempre resulta un hecho comprobado: la creencia de españoles, portugueses, franceses ó italianos en que el cuerpo de San Vicente se veneró hasta aquella fecha en su iglesia de Valencia. Quien sobre esto quisiera más datos podría consultar el tomo VIII de las Memorias de la Real Academia de la Historia, donde se publicó la crónica de Rasis; el tomo IV del Viaje literario, de Villanueva, que en un apéndice copia la historia escrita por Aimonio y en la carta XXVII la traslación á Capua.

Aunque solo á titulo de mera curiosidad, vamos á ocuparnos de unas expresiones de Aimonio. Al referir éste la llegada á Valencia de Audaldo, el monje que debía llevarse el cuerpo de San Vicente, dice que se hospedó in ejus suburbio, a christianis jam penitus derelicto, y más adelante consigna que de las ruinas de la iglesia solo quedaba allí maceriarum ecclesiae ruinae, atque ipsius sepulcri situm. Es decir, que la iglesia estaba destruida, arruinada; sus paredes arrasadas casi hasta el suelo, pero el sepulcro intacto en su sitio, como ahora Santa Engracia de Zaragoza. No podemos conceder esto último si no estaba en una cripta. Pero ni estaba en ruinas la dicha iglesia, ni la relación de Aimonio es más que un tejido de absurdos. Solo nos prueba que aquello se creía en Castres. Veamos ahora lo que era de aquel templo un poco más adelante.

Cuando en 1172 puso sitio Alfonso II de Aragón á Valencia, consiguió que el Señor de ella doblase el antiguo tributo. Entre las condiciones estipuladas para levantar el sitio, se consignó que la iglesia de San Vicente mártir quedaría por el de Aragón con todos sus diezmos y primicias y demás derechos, para disponer de ellos á su voluntad. Esto nos prueba que dicha iglesia nunca había dejado de estar abierta al culto católico, pues práctica constante de los mahometanos fué el no permitir nuevas edificaciones de iglesias á los cristianos.

Dedúcese todo esto de un diploma que trae el abad Briz en su   —34→   Historia de San Juan de la Peña25, en el cual se hace constar que Alfonso II, en Octubre de 1177, concedió al abad Dodón y monjes de dicho convento la iglesia de San Vicente de Valencia, con estas palabras: «Placuit mihi, pro servitio quod mihi fecistis in illa hoste de Valentia, quod dono atque in perpetuum concedo Domino Deo, et jam dicto Monasterio S. Joannis de Pinna et fratribus ibidem Deo servientibus praesentibus atque futuris Ecclesiam S. Vincentii de Valentia cum omnibus directis suis, quae modo habet, vel habere debet, et cum Decimis et Primitiis, ut sit semper libere et absolute de jure San Joannis de Pinna

«Dando el rey la iglesia de S. Vicente con diezmos y primicias, dice el citado Abad Briz, supone que había actualmente fieles parroquianos de aquella iglesia,» y hubiera podido añadir, continúa el P. Teixidor26, «que era entonces la iglesia matriz y como catedral, á cuyo prelado, que es el obispo y á su cabildo, pertenecen los diezmos.»

El año 1212, sabemos que continuaba el monasterio de San Juan de la Peña en la posesión de esta iglesia, pues en dicho año el rey D. Pedro, sucesor de Alfonso II y padre de D. Jaime el Conquistador, loó y aprobó la dicha donación: indicio manifiesto de que la poseía aquella comunidad en su tiempo, dice Briz en su citada historia. Y con esto llegamos á los tiempos de la reconquista de Valencia.




7.

Cuando se convencieron los moros de que era próxima la pérdida de este reino, y esto no podía escapar á su penetración, estrechados por Castilla, y más aún por Aragón y Cataluña, debió hacerse imposible la existencia de los cristianos en la ciudad y hasta en los arrabales. Tenían estos su iglesia, como hemos visto, en San Vicente de la Roqueta, distante de la puerta más próxima, la de la Boatella mil metros. Si bien es verdad que fuera de esta puerta existía un gran arrabal, que llevaba el nombre de dicha puerta (ó mejor diríamos, que la puerta lo tomaba del arrabal), sin embargo,   —35→   quedaba algún espacio deshabitado hasta el sitio de la Roqueta. Decir que los cristianos en general vivían dentro de la ciudad é iban allá para oír misa y recibir los Santos Sacramentos, es suponer un imposible. Tenían, pues, los cristianos, alrededor de su templo, un barrio propio, con sus campos y huertos, y acudían fácilmente á su iglesia, pues la tenían próxima. Si ésta no hubiera estado apoyada en población cristiana, hubiera seguramente desaparecido durante la dominación mahometana. Los moros se vieron seguramente obligados á respetarla por esto mismo, y acaso estuviera ya consignado en los tratados del tiempo de la conquista. El hecho de estar comprobada la existencia de esta iglesia en el siglo XIII, nos hace ver que los mozárabes valencianos sostuvieron tenazmente su derecho, y que éste tendría mucha fuerza contra la absorbente política de los moros en el particular. Por los días de la reconquista aún se mantenía allí el culto católico, como vamos á ver.

El viernes, 22 de Noviembre de 1889, el que esto escribe tenía la fortuna de descubrir en el Archivo Histórico Nacional un documento precioso para la historia de los mozárabes valencianos, y aquella misma noche, asistiendo á la sesión de la Real Academia de la Historia, tuve la honra de dar cuenta verbalmente de él á esta sabia corporación, invitado por su Director el Excelentísimo Sr. D. Antonio Cánovas del Castillo. Nunca agradeceremos bastante la atención con que fuimos escuchado. El asentimiento con que oísteis, Sres. Académicos, mis conclusiones, es prueba de lo fundadas que os parecían. Hoy cumplimos con el encargo del Director de la Academia consignando por escrito lo que entonces dije de palabra, ampliándolo ahora con más detenido estudio.

Hemos publicado ya en El Archivo27 el documento que define la cuestión de los mozárabes en Valencia. Como lleva la fecha 1270 de la Era española, no ha llamado la atención de los investigadores, pues á primera vista no aparecía anterior á la reconquista de Valencia en 1238, siendo así que aquella fecha se reduce   —36→   al 19 de Marzo de 1232. En este día, estando el rey D. Jaime en Monzón, pocos días despues del segundo concierto con Ceid Abu Ceid para la conquista del reino, concede al Abrid del Monasterio de San Victorián en Aragón, aquel lugar ó iglesia que había en Valencia y que se llamaba San Vicente, para que entrasen en posesión del mismo apenas se conquistase la ciudad, y quiere que esto se entienda de aquel lugar y de aquella iglesia, con todas las posesiones, pertenencias y derechos que en algún tiempo haya podido tener.

Pero ya que en otra parte dejamos publicado el texto latino de este privilegio, vamos á poner aquí su traducción, que es la siguiente:

«Conocida cosa sea á todos como Nos Jaime, por la gracia de Dios, Rey de Aragón y del reino de Mallorca, Conde de Barcelona y Señor de Mompeller, Atendiendo á los muchos y gratos servicios que incesantemente recibimos de vosotros nuestro Abad y Convento de San Victorián y los que recordamos haber recibido; conociendo asimismo la voluntad é inclinacion que teneis y ejercitais en todo lo que atañe á hacer nuestro servicio; Por lo tanto, por la presente, reconociendo que Nos somos deudores al monasterio de San Victorián para hacer cuanto redunde en honor y provecho suyo; Por Nos y nuestros sucesores, damos, concedemos y loamos á vos nuestro amado A(rnaldo) Abad y á toda la comunidad del Monasterio de San Victorián y á vuestros sucesores para siempre, como heredad propia, libre y franca, aquel lugar ó iglesia que está en Valencia -ciudad digna de todo encomio- cuyo lugar ó iglesia se llama y dice San Vicente; De manera que, apenas el Señor ponga dicha ciudad en poder nuestro, bien sin trabajo ó ya por la fuerza, ó por capitulación ó de otro modo, tengais y recibais por esta nuestra concesión y como donación irrevocable dicho lugar y la iglesia con... y las posesiones y pertenencias suyas, con todas las otras que por tierra ó por mar le pertenecieran en algún tiempo, ó le pertenezcan, ó deban pertenecer á dicho lugar ó iglesia por costumbre ó derecho. Y todas estas cosas las hayais, tengais, poseais y disfruteis perpetuamente francas y libres, para darlas, concederlas, colorarlas y establecerlas, y para de ellas hacer siempre vuestras voluntades. Mandando firmemente y con   —37→   rigor á todos los que tengan nuestro lugar y á todos los súbditos nuestros presentes y futuros, que esta nuestra donación y concesión tengan por valedera y la observen, y hagan sea observada inviolablemente, y en nada contra ella vayan, si quieren poder confiar en nuestra gracia y amor. Dada en Monzón á 19 de Marzo de la era 1270 (año 1232.)»



La palabra lugar en este diploma no significa (claramente se ve por el contexto) la misma iglesia, sino el lugar ó arrabal contiguo á ella. Nótese, que unas veces hay disyuntiva, pero otras hay conjunción copulativa, y entonces claramente se separa el lugar, de la iglesia. Esto se compagina perfectamente con las donaciones anteriores, pues si solo hubiera habido allí una iglesia, era inútil concederle décimas y primicias. ¿De dónde? Luego los habitantes del lugar de San Vicente pagaban estos derechos á su iglesia: luego existía núcleo de población allí, est apud Valentiam, como dice el original de esta donación. Si hubiera estado la iglesia dentro de la ciudad, hubiera dicho: est Valentiae; pero estaba cerca, y aun fuera de ella, y se contenta con el apud. Que aquí se trata de San Vicente de la Roqueta, está fuera de duda, porque existe una serie de documentos posteriores, encadenados, y que no dejan lugar á creer otra cosa.

En primer lugar, existe una bula muy explícita del año XII del pontificado de Gregorio IX, dada en Letrán á 8 de Enero de 1239, cuando apenas habían pasado tres meses de la entrega de la ciudad. Aunque supongamos algún error de copia28, siempre ha de ser esta bula anterior á 1241 en que murió este Papa. En ella asegura, que en el sitio que ocupaba nuestra iglesia, fué coronado San Vicente con el martirio y en reverencia al santo toma el Papa bajo su protección y patronato el lugar y la iglesia ya dichos, con el hospital y sus bienes, concedidos por el rey de Aragón. Nótese aquí, que el texto dice: locum et ecclesiam praedictos, considerándolos distintos y nombrándolos en plural.

Luego después, D. Jaime I, estando en el sitio de Játiva, el 7 de Enero de 1244, concede al lugar de San Vicente el castillo y   —38→   villa de Cuarte, la alquería de Ladera y la décima de las rentas de la Albufera de Valencia. En este documento sale ya el hospital de San Vicente, sin decirse lo hubiera D. Jaime fundado en tan poco tiempo como había pasado desde la conquista de la ciudad, y estando aquel lugar algo apartado de la misma. Debió, pues, existir allí anteriormente en tiempo de la dominación de los moros. Se comprende esta cristiana fundación junto á la iglesia propia y en el barrio exclusivamente habitado por los mozárabes. Aún en 1245 concedióle el rey Castellón de Burriana y en 1266 estableció en él las rentas necesarias para el culto diario con nueve clérigos, su fecha en Alicante á 30 de Marzo. ¿A qué todo esto fuera de Valencia, cuando en el interior había más necesidades, y lo que se hiciera era de más provecho? No cabe duda, que la santidad del lugar lo reclamaba: era necesario conservar el culto con esplendor allí donde la lámpara del santuario no se había apagado durante la noche de la dominación mahometana.




8.

Creemos haber demostrado con lo dicho hasta aquí, que San Vicente de la Roqueta era la iglesia de los cristianos mozárabes: no hemos tropezado con dato que nos demostrara la existencia de otra iglesia en aquella época en Valencia. Todos, incluso el mismo Dr. Sales, confiesan que no podía haber más que una: luego, hemos probado, que era aquella la única que existió en tiempo de moros. Pero acaso habrá quien crea en la fuerza de los argumentos y datos que atribuyen á San Bartolomé esta prerrogativa, y es preciso estudiar este punto de vista.

Todos los argumentos, que hasta hoy se han publicado, en favor de la iglesia de San Bartolomé, como templo de los mozárabes valencianos, están recopilados por el Dr. Sales en su opúsculo, y podríamos añadir que allí están corregidos y aumentados. Examinemos, pues, detenidamente su libro, impugnemos sus conclusiones, y tendremos deshechos todos los reparos. Vayamos por partes.

No impugnaremos á los que quieren se edificara la capilla del Santo Sepulcro por Santiago, ni á los que la atribuyen á   —39→   San Eugenio, primer obispo, dicen, de Valencia. El mismo Sales prueba su falsedad: es demasiado para su criterio; conténtase con que sea del tiempo de Constantino Magno, es decir, coetáneo al de San Vicente, que él no sabe que existiera extramuros y cuyo sepulcro coloca en San Bartolomé. De la primitiva iglesia quedaba el altar en tiempo de Sales, así lo asegura él, y después de describirla minuciosamente, estudia todos sus detalles arqueológicos para deducir, que dicho altar, mejor diríamos retablo, es de aquella época, ni anterior ni posterior. Nosotros no necesitamos acudir á aquella capilla, restaurada con posterioridad, ni atender á la descripción del sabio cronista valenciano; pondremos aquí un facsímil exacto de la lámina con que el mismísimo lo reproduce. Estando de cuerpo presente, nos ahorramos las explicaciones y las palabras. Véase en la pág. 41 el altar del Santo Sepulcro como estaba en 1746.

Aquellos soldados no son romanos, ni la estatua primitiva, ni la composición y agrupación de las figuras semeja en nada á lo que nos queda de la primitiva antigüedad. Para encontrar cosa que se le parezca, es preciso subir al siglo XVI. Detenernos en probar la falsedad de las deducciones, que hace Sales, al considerar este altar del siglo IV, sería ofender la penetración de nuestros lectores, por poco versados que estén en estas materias; pero es preciso fijarnos en un detalle, del cual se ha sacado el argumento Aquiles. A los pies de la estatua se ve una cosa, que Sales asegura es un letrero desconocido. ¿Pero quién le ha dicho que aquello son letras? Bien le decía Montfaucon cuando le aseguraba, que nadie en el mundo se lo leería: vous ne trouverez personne au monde qui la puisse jamais bien déchiffrer. Y efectivamente, está aún por nacer el descifrador.

El otro Padre Mínimo, que cita Sales, habla seguramente de memoria; y para asegurar después de muchos años, que se encuentran inscripciones de este género en las basílicas constantinianas, debía no haberse fiado de la imaginativa. El Sr. Llorente estudia la cuestión del letrero29 y aunque cree ser San Bartolomé   —40→   la iglesia mozárabe, dice muy acertadamente: «Convienen hoy los arqueólogos en que esta leyenda y otras parecidas, que se encuentran, no solo en monumentos arquitectónicos, sino también bordadas en ropas de iglesia, no son otra cosa que adornos ó imitación caprichosa de escritura arábiga, hecha tal vez por artistas mudejares, y que, en todo caso, concediéndoles la mayor antigüedad, no pueden remontarse más allá del siglo VIII.» Y en nota dice: «Esta opinión, emitida por las personas más competentes en España, ha sido confirmada en el presente caso por los arqueólogos romanos, á quienes he consultado, entre ellos el insigne Rossi.» Termina con la siguiente categórica aserción: «No arroja luz alguna la debatida inscripción, para determinar la fecha de este venerado altar.»

Tiene razón el Sr. Llorente, pero no es menester acudir al siglo VIII, para emparentar con el famoso letrero de San Bartolomé. No son letras romanas de forma extraña, ni siquiera caractéres arábigos; solo se puede admitir sean adornos en que mano inexperta quiso imitar morunos garabatos. No pudo hacer esto un artífice musulmán, ni siquiera un mozárabe, pues nos hubiera dado letras arábigas el que perfectamente las conocía. Era preciso que fuera su autor un artista posterior á la civilización que aquí desapareció casi por completo con la reconquista. El que dibujó el altar que ya hemos visto, con sus guerreros, ángeles y querubines, debió ser el mismo que imitó de memoria los letreros, acaso en el siglo XV ó XVI.

Para completar este estudio y dar razón de nuestras afirmaciones, vamos á dar las piezas de convicción. El lector examínelas y compare; después saque la consecuencia. En primer lugar, y porque en la vista del altar no se ve bien el consabido letrero, le ponemos aquí copiado con todos sus detalles:

Friso

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