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ArribaAbajoCapítulo segundo. Iniciación literaria: composiciones en verso

Larra empieza escribiendo versos. Es de suponer que le hubiera gustado publicar alguna vez un tomito con el simple título de Poesías. Pero de un total de cincuenta y cinco composiciones conocidas sólo doce se publicaron en vida del autor.62 Pronto se dio cuenta de que los versos no contribuían nada a su buen nombre literario, tan importante para él. ¿Para qué detenerse, entonces, en sus composiciones en verso? Intentar revalorizar la poesía de Larra sería en vano. Sin embargo, siempre quedarán los versos como testimonios directos que nos puedan ayudar a comprender mejor la génesis del escritor en prosa. A. Rumeau, que ha dedicado especial atención a Larra poeta, sugiere con razón que si tomamos sus versos en consideración quizá queden mejor esclarecidos algunos rasgos de Larra en   —48→   cuanto hombre y en cuanto escritor.63 Nosotros, en busca del Larra escritor, del autor de artículos, tomamos en cuenta la sugerencia e intentamos descubrir qué luz proyectan algunos de sus primerizos poemas para emprender nuestro camino. Al fin y al cabo puso mucho empeño en aquellos intentos de versificación cuando empezó a tratar de hacerse literato. Expresan sus aspiraciones literarias y son el resultado de lecturas preferidas, de sus preocupaciones y sentimientos.


ArribaAbajo1. Tendencias de la poesía reciente

Para los muchachos que, como Larra, empiezan a componer versos en España por los años de mil ochocientos veintitantos, la poesía vigente es todavía la neoclásica. Pero con los viejos moldes se expresan preocupaciones en consonancia con los nuevos tiempos. Heredada del siglo XVIII, la cultura moderna, al entrar en el siglo XIX, ha adquirido un carácter ideológico diferente, de acuerdo con las circunstancias históricas. Del espíritu de reforma se pasa al espíritu político. Los ilustrados se hacen liberales. Los poetas se convierten en portavoces del nuevo pensamiento político. Iris M. Zavala   —49→   ha estudiado este proceso: «Trasladaron el pensamiento político a la poesía, y en verso expusieron los más audaces. Aunque todavía se cantan ideas abstractas (como Meléndez Valdés, anteriormente, por ejemplo), la crítica es mucho más concreta. Esta nueva generación es más osada. No se conforma con la crítica genérica: ve y señala los problemas inmediatos. Son los jóvenes propiamente liberales: creen en la soberanía popular y definen las reformas que desean».64

Se ha observado el cambio a partir sobre todo de Cienfuegos. Su oda En alabanza de un carpintero llamado Alfonso fue denunciada de subversiva, entre otros por Hermosilla y luego por Menéndez Pelayo.65 La poesía de Quintana continúa esta orientación. Evocando a Cienfuegos, dice Quintana en la dedicatoria de sus Poesías: «De ti aprendí a no hacer de la literatura un instrumento de opresión y de servidumbre». Es el año 1813 cuando escribe esta dedicatoria, recién proclamada la Constitución y cuando los invasores franceses inician   —50→   la retirada: «¿Y quién en la miserable época que acaba de pasar ha observado mejor que tú estas máximas sagradas? A la vista y casi en las garras del despotismo insolente y bárbaro que nos oprimía, cantabas tú las alabanzas de la libertad».66 Los jóvenes de la época absolutista admiran en Cienfuegos y en Quintana el aliento progresista, la poesía de la libertad contra la tiranía. Por una carta de Alberto Lista, fechada en 1828 -muy bien conocía el profesor de San Mateo las aficiones de sus discípulos, de la misma edad que Larra- sabemos el «efecto que las poesías de Cienfuegos han hecho en todas las almas ardientes, tanto en materias políticas como literarias». Su influencia «deslumbre los corazones incautos con el nombre de la libertad».67

En la generación siguiente a Cienfuegos y Quintana, el mismo Lista compone sus odas filosóficas con claras   —51→   referencias a las circunstancias políticas de la época. Los temas de estas odas son el despotismo, el fanatismo y la intolerancia que oprimen la libertad bajo el altar y el trono.68 Ya veremos las resonancias directas de estos poemas en los de Larra.

El nuevo tono adoptado por la poesía neoclásica marca el carácter de lo que para los muchachos de la ominosa década había de ser la poesía contemporánea. Cienfuegos, Quintana y Lista son los poetas que en 1828 aduce Larra, juntamente con Meléndez Valdés y la prosa de Jovellanos, como autoridades indiscutibles en el uso de la lengua.69 Las implicaciones políticas de los temas tratados por los poetas progresistas no podían menos de encontrar eco entre los jóvenes opuestos al Régimen. Larra se sitúa dentro de esta corriente poética, cuyos aspectos ideológicos, en momentos de represión, sólo podía expresarlos crípticamente.




ArribaAbajo2. La poesía en la obra de Larra

Puesto a escribir, Larra quiere expresar cosas importantes. Entonces, como años después cuando comenta las poesías de Martínez de la Rosa y del abogado Alonso,70 debía pensar que los tiempos no estaban para frivolidades literarias. Recuérdese lo que Jovellanos, ya hacía muchos años, había recomendado a sus amigos de Salamanca, y más recientemente la dedicatoria de Quintana   —52→   a Cienfuegos a que nos hemos referido antes. El poeta, tan admirado de Larra, dejaba a un lado «el laúd de Tíbulo o la lira de Anacreonte» como impropios de aquellos «que sientan en el corazón el santo amor de la virtud y la inflexible aversión a la injusticia» (loc. cit.).

Los primeros versos que conocemos de Larra son de tono elevado. De la poesía moderna que él conoce escoge temas y géneros importantes: el poema didáctico, la oda, la sátira. Son composiciones muy tempranas que escribió hasta finales de 1827, antes de que, al año siguiente, apareciera la serie de artículos del Duende Satírico del Día. Fruto de este período inicial fue, además de otros escritos que permanecieron inéditos, su primera publicación, una Oda a la exposición de la industria española del año 1827.

Durante todo el año de 1828, mientras se dedica de lleno a escribir artículos, no parece que escribiera versos. Pero al fracasar su primer intento de hacerse escritor en prosa, vuelve a los versos, si bien ahora escribe poesía ligera. Parece como si con ello Larra reconociera su fracaso ante la impotencia para enfrentarse a las circunstancias del país en aquellos momentos. En el período que va desde la primavera de 1829 hasta finales del mismo año, escribe poemillas anacreónticos tomando como modelos a Villegas y a Meléndez Valdés, con alguna que otra composición festiva inspirada en Quevedo. De este segundo período, lo único que publica es una oda -otra oda-, ahora con motivo de los terremotos de 1829, precisamente la única composición fuera del tono ligero característico de otras composiciones escritas aquel año.

En 1830, según ha hecho ver A. Rumeau, Larra renuncia explícitamente a la poesía. Se dedica al teatro, a la novela y, sobre todo, al artículo de periódico por donde se ha de encauzar definitivamente su talento literario. La   —53→   poesía a partir de entonces adquiere un carácter meramente ocasional, como expresión de mensajes íntimos o como manifestación política mediante versos de circunstancias.71 Parece como si Larra, preocupado por la política, pero sin poder expresar sus ideas en artículos, se aprovechara de las circunstancias para hacer profesión de sus ideas. Luego, junto a sus artículos políticos, los versos de circunstancias no podían menos que desentonar. Deja, por lo tanto, de escribirlos y se ríe de los que continúan siendo «abastecedores de poesía sonetesca y encomiástica», sin excluirse a sí mismo, implícitamente, por los que había compuesto. Entretanto cualquier homenaje a la reina María Cristina era una profesión de fe política.72




ArribaAbajo3. Notas de lectura: interpretación neoclásica de Chateaubriand

El repertorio de las poesías de Larra comienza con unos curiosos borradores más o menos inconexos. La   —54→   prosa se mezcla con el verso. Son notas de lectura de las cuales se desprende un esfuerzo de versificación. El esfuerzo parece más bien penoso. No revelan estos apuntes dotes muy prometedoras para la poesía, pero atestiguan una atenta aplicación a la lectura y un esforzado interés por el oficio de escribir. Larra lee y toma notas tratando de poner en verso lo que le sugieren los libros. Va haciendo ejercicios de versificación animado por una inspiración libresca. Se esfuerza en aprender a escribir versos. Los temas, según la ordenación establecida por A. Rumeau, son «La patria» y «El entusiasmo y el amor a la gloria».

Por estos apuntes sabemos que Larra, cuando empezó a escribir versos, leía atentamente a Chateaubriand. A. Rumeau ha identificado dos de estas notas manuscritas, una en francés y otra en español, refiriéndolas a pasajes concretos del Genio del Cristianismo. Era éste un libro muy leído entonces en España. Se traduce a principios de siglo y las ediciones se repiten. Cuando Larra lo lee ya no es ninguna novedad en el ambiente literario de la época, forma parte del conjunto de lecturas de cualquier persona culta. Chateaubriand es, según Allison Peers, uno de los autores -el único entre los franceses- a los que puede atribuirse influencia primordial en lo que él llama «renacimiento romántico».73 Pero tal «renacimiento», si bien prepara el camino para el romanticismo, se plasma en moldes completamente neoclásicos. Éste es el caso de Larra.

Unas notas esquemáticas tomadas del capítulo en que   —55→   Chateaubriand trata del sentimiento patriótico universalmente arraigado en la naturaleza humana (libro V, capítulo XIV), y unos versos fragmentarios de un poema que no llega a cuajar no justifican un análisis detenido, pero sirven para indicarnos ciertas tendencias literarias que trata de seguir el muchacho con aspiraciones de escritor. A la lectura de Chateaubriand se sobreponen en Larra preocupaciones más en consonancia con el estado cultural y político de la España de su tiempo. La preocupación del escritor francés al tratar del tema de la patria es ofrecer pruebas de carácter sentimental para demostrar la existencia de Dios por medio de las maravillas de la Naturaleza. Después de contemplar el espectáculo general del Universo, las maravillas del mundo animal y de las plantas, la inmensidad del mar y la belleza de una noche de luna en un bosque cercano a las cataratas del Niágara, Chateaubriand llega al ser humano con el ánimo de presentar un instinto que sea peculiar de su naturaleza en la armonía sublime del Universo.

Conforme va leyendo, Larra apunta esquemáticamente en un papel algunas de las ideas expresadas en el texto francés, referencias literarias y mitológicas, sugerencias que pudieran servirle para componer una oda a la patria. Sin embargo, por lo que se deduce de estos apuntes, publicados por A. Rumeau en el repertorio citado, el interés de Larra por el tema no coincide con las preocupaciones de Chateaubriand sobre la universalidad del sentimiento patriótico. Su preocupación por la patria es una preocupación política. Se concreta en la España presente: en la sentida repugnancia del régimen detestado por su espíritu juvenil:


¿Por qué pudiendo ser madre querida
quisiste ser madrastra aborrecida?



  —56→  

Y el contraste del presente con las glorias del pasado:


Tu religión, tu lengua, tus costumbres
a un nuevo mundo dabas
que con baldón de Europa conquistabas.



Desde Quintana éste es el sentimiento que embarga los poemas dedicados a la patria. Recordemos los famosos versos de la Oda a España:


¿Qué era, decidme, la nación que un día
reina del mundo proclamó el destino,
la que a todas las zonas extendía
su cetro de oro y su blasón divino?



Y los de Espronceda en el poema A la patria:


¡Cuán solitaria la nación que un día
poblara inmensa gente!
¡La nación cuyo imperio se extendía
del ocaso al Oriente!



Quintana celebra el despertar heroico de la Guerra de la Independencia, animado por la esperanza del resurgimiento, pero -como indica Casalduero, comparando estos dos pasajes- «Espronceda y su generación no han podido vivir el momento de ilusión y de heroica ceguera; han sido testigos, en cambio, de la repugnante maldad y estupidez del rey carnicero».74 Al despertarse su conciencia patriótica, sólo contemplan un presente odioso. En ellos surge el lamento del dolor filial herido que en el temperamento de Larra se hace reproche a la madre convertida en madrastra aborrecida.

Todo ello queda lejos del texto de Chateaubriand. Cuando Larra leía el Genio del Cristianismo buscando en la lectura motivos para componer versos, quizá se le quedara dentro, o en el tintero, algo nuevo que afectaba   —57→   su sensibilidad, pero para lo cual no tenía recursos expresivos de que echar mano. Parece muy significativo que cuando intenta trasladar al verso las ideas sugeridas por la prosa de Chateaubriand, el molde sea la oda discursiva al estilo de Quintana, del cual alguna vez diría Fígaro que era el poeta releído.




ArribaAbajo4. Poesía útil: la sátira

El carácter político que hemos destacado en la poesía española a comienzos del siglo XIX es una derivación histórica de la función moral predominantemente asignada a la literatura en el siglo XVIII: es una aplicación a las nuevas circunstancias históricas del concepto de literatura útil que tenían los ilustrados.75 De ahí le viene a Larra su predicación en favor de una literatura nacional que sea «apostólica y de propaganda». A lo largo de toda su obra se repite la idea de que si la literatura ha de tener un valor trascendente ha de ser con la condición de que sea útil. En consecuencia, siempre critica con desdén lo que él llama «poesías fugitivas».76

Son consabidas las disculpas expresadas por los graves varones -Cadalso, Jovellanos, Meléndez- de dedicar   —58→   sus ocios juveniles a la poesía, sobre todo a la poesía ligera y amorosa. Cadalso se siente obligado a excusarse de que su libro -Ocios de mi juventud- fuera «del género menos útil de la poesía». Por el contrario, «las poesías heroicas y satíricas -según dice el mismo autor en las Cartas Marruecas- son las obras tal vez más útiles de la república literaria». Y recogiendo la opinión general de los literatos de la Ilustración, Cadalso añade que la sátira sirve «para corregir las costumbres de nuestros contemporáneos». Según esta concepción de la literatura, la utilidad era lo que justificaba el derecho a la existencia de la sátira junto a las composiciones de temas elevados.77

Esta mentalidad dieciochesca forma la base sobre la cual se asienta en sus orígenes la concepción literaria de Larra. Por ello, entre sus intentos literarios más primerizos, no es extraño que junto al estilo noble de la oda aparezca el estilo agrio de la sátira. «¿Cómo se escribiría en el día, en nuestra patria, sin la existencia anterior de los Feijoos, Iriartes, Forner y Moratín?», se pregunta Fígaro en 1833, reivindicando en su propio interés la utilidad de la sátira.78

Su primera sátira conocida todavía es una composición en tercetos según los cánones consagrados por los preceptistas escolares y los escritores neoclásicos. Como Iriarte, Forner y Moratín en sus conocidos poemas satíricos, se lamenta el joven Larra del estado de la literatura de su tiempo. Para explicar el tema hubiera podido servirse de las mismas palabras con que Tomás de Iriarte había referido el de una de sus sátiras: «El tema o   —59→   argumento que en ella he querido probar es que, según la presente condición de las cosas en esta república literaria de Madrid, no puede ni debe salir a la plaza el escritor que tenga pundonor y vergüenza».79

El procedimiento es el consagrado por los poetas satíricos latinos y repetido por los neoclásicos que pretendían imitarlos. El poeta ataca las costumbres contemporáneas comunicando sus propias preocupaciones a una supuesta segunda persona, que se llamará Arnesto en las sátiras de Jovellanos, Fabio en la Lección poética de Moratín o Delio en los tercetos de Larra. Generalmente se establece un conflicto entre el «yo» del poeta y la segunda persona que aparece como contrincante. Esta segunda persona sirve meramente de apoyo para que el satírico pueda personificar en su propia voz el tema social sobre el cual hace sus reflexiones condenatorias.80

Aun en su forma más escolar, para que la sátira tenga fuerza, ha de expresar los sentimientos personales del escritor. Lo emocional se expresa en función de preocupaciones sociales. Esto es al fin y al cabo lo que constituye el meollo del arte literario de Larra en sus mejores momentos. En su obra cumplida, la densidad literaria   —60→   se logra por la intensa participación afectiva del autor al interpretar críticamente la realidad social. En la sátira encuentra el medio literario de expresar sus propios sentimientos engendrados en su preocupación por la sociedad de la cual él, con toda su amargura personal y su individualidad irreductible, se siente parte integrante: «Somos satíricos -insiste casi al final de su obra- porque queremos criticar abusos, porque quisiéramos contribuir con nuestras débiles fuerzas a la perfección posible de la sociedad a que tenemos la honra de pertenecer» (el subrayado es nuestro).81

En aquella primeriza sátira en verso podemos percibir ya cómo la desesperanza nacida de la situación del país repercute en su estado de ánimo, y a la vez, la efectividad   —61→   busca -todavía con mucha impericia- formas de expresión por medio de la crítica social.

Comienza así la sátira:82



¿Cuándo Delio insensato he de mirarte
libro y pluma arrojar y en el tintero
dejar metido entre algodón el arte?

¿Estudias en España majadero?
¿No tienes experiencia? ¿Estás demente?
¿Tan poco aprecias bárbaro el dinero?

Delio una vez en tus estudios tente,
que o no tienes dos ojos en la cara
o no tienes dos dedos en la frente.

Cuando con voz sonora, pura y clara,
mejor cantes mañana que el Mantuano
¿qué ha de servirte tu destreza rara?



Por más que estos tercetos de la sátira de Larra recuerden los del comienzo de la Lección Poética de Moratín y el tema se pueda relacionar con la sátira de Iriarte antes citadas, en la composición satírica de Larra creemos percibir la propia voz angustiada del autor, la conjunción de sus sentimientos personales con la situación del país en el momento en que escribe. La sátira a Delio no sólo nos sirve para situar al autor en relación con la literatura española reciente; nos descubre, además, su propia actitud personal ante la realidad contemporánea, algo de aquello que en 1835, en la carta a su padre desde Londres, y refiriéndose a esta época de la sátira, llamaba «ideas juveniles».

Muy probablemente, estos versos están escritos en la oficina donde trabajó Larra algunos meses al terminar   —62→   su vida de estudiante. El manuscrito autógrafo, según nos informa el editor, A. Rumeau (loc. cit.), se halla al reverso de un impreso administrativo que muy bien pudiera ser de aquella oficina. Teniendo en cuenta estas circunstancias, al leer la sátira de Larra, comprendemos su decepción personal producida por el abandono de los estudios, metido en una covachuela de escribano:


Cualquiera pedimento a un escribano
le habrá de dar más honra y más provecho
que a ti nunca tu ingenio soberano.83



Por otro lado, el clima social y político no ofrece el menor estímulo. Recordemos lo que le decía a su padre en la carta aquella: «hasta ahora no he visto nunca delante de mí un horizonte bueno...». Según hemos intentado explicar en el capítulo anterior, estas palabras escritas en 1835, expresan una continuidad en la motivación literaria, que se remonta al año 26 («como estoy viviendo de milagro desde el año 26...») y arrojan luz, por lo tanto, retrospectivamente, sobre la época de las «ideas juveniles» en que Larra compuso la sátira. En lo que va de un año al otro, del 26 al 35, como puntos de referencia, la oscuridad del horizonte nacional se confunde con las sombras de su propia existencia y continuará confundiéndose cada vez más hasta sus últimos artículos y su muerte. ¿No aparece ya en estos versos satíricos el germen lejano del «escribir en Madrid es llorar»? Lejano, sobre todo, por lo mucho   —63→   que ha de andar en poco tiempo para lograr mayor eficacia de los medios expresivos.

Dos veces más intenta Larra dirigir su espíritu crítico por el cauce ya seco de la sátira en verso, en dos números del Pobrecito Hablador.84 Pero los moldes quedan estrechos, por anticuados, para contener el ímpetu emocional de la crítica que requieren los nuevos tiempos. La desgarrada afectividad de Larra y sus intenciones apostólicas no cabían en los límites del poema satírico neoclásico. Larra dejará de escribir sátiras en verso, pero seguirá siendo satírico. En buena medida su talento literario ha de consistir en hacer de la sátira un género auténticamente moderno en sus artículos de política y de costumbres.

En su formación literaria, la anticuada sátira neoclásica queda como uno de los puntos de partida de su trayectoria. Dos de sus artículos más famosos, «El castellano viejo» y «La Nochebuena de 1836», parten de poemas satíricos, de Boileau y de Horacio, respectivamente.85 Y en 1836, cuando escribe unas «consideraciones generales acerca del origen y condiciones de los artículos de costumbres», puede decir de la sátira en   —64→   verso que era una «verdadera composición poética de costumbres».86 Por ello, al colocar Larra el poema satírico como antecedente del género costumbrista moderno, nos autoriza a que por nuestra parte consideremos la sátira de 1826 en la génesis de sus propios artículos de sátira social.




ArribaAbajo5. Magisterio de Quintana y Lista: La oda. Exaltación de la libertad

En el aprendizaje literario de Larra se nota la presencia de dos poetas contemporáneos: Quintana y Lista. Ya hemos visto, al analizar los primeros fragmentos de Larra, que la lectura de Chateaubriand se resolvía en formas grandilocuentes con resonancias de Quintana. Los jóvenes poetas reconocían al autor del Panteón del Escorial su puesto en el Olimpo. Don Alberto Lista era el maestro de la nueva generación. La admiración del joven Larra por Quintana y Lista queda atestiguada explícitamente en la sátira a Delio. Para poner un punto supremo de referencia en cuanto al prestigio literario de aquellos momentos, escoge los nombres de los dos   —65→   poetas. Expresando su amargura por el estado presente de la literatura en España, escribe Larra en la sátira que acabamos de comentar:



   Porque ven un poeta contrahecho
por tarde publicar y por mañana
versos que a hurto de Apolo el pobre ha hecho

   piensan acaso que el entrarle gana
de hacer versos a estajo a un ignorante
le basta para ser Lista o Quintana.



Quintana y Lista significan para Larra la poesía grandilocuente cargada de intención ideológica con vivas a la libertad y mueras a la tiranía. Son las composiciones que Lista en la edición de sus Poesías (1822) incluye en la sección de «Poesías filosóficas». El género es el de la oda filosófica y discursiva: «odas cuya poesía es esencialmente impetuosa (la “lira de Tirteo”) y que son discursos o manifiestos, tanto por la forma como por el contenido», dice Albert Dérozier refiriéndose a las de Quintana.87 Y añade para explicar este carácter retórico de la oda quintaniana: «Se ha pensado desde mucho tiempo ya que Quintana componía primero sus odas en prosa. El que lea sus proclamas de los años de la guerra, 1808-1812, se persuadirá que aquí se encuentra el substrato prosaico de todas las odas. Y advertirá también que en vano se buscaría alguna diferencia notable de tono y de dicción entre la verdadera prosa de Manuel Josef y la seudo-poesía de su España libre y de sus Poesías patrióticas». En esta dicción y tono retóricos y en el carácter razonador, discursivo, de la oda nos hace pensar Larra cuando en 1835, en el   —66→   artículo dedicado a comentar maliciosamente el libro del poeta jurisconsulto, Juan Bautista Alonso, dice de sus odas que son «verdaderos discursos, más o menos filosóficos, elegíacos o pindáricos...»88 (subrayado por Larra). Y a esta clase de poesía retórica pertenecen los fragmentos más antiguos que conocemos del joven admirador de Quintana. En estos borradores, publicados por A. Rumeau, podemos comprobar, como dice su editor, «la façon laborieuse dont les vers se dégagent de   —67→   la prose»,89 cuando Larra intenta componer un poema sobre el tema de la patria; poema que de haberse terminado sin duda habría sido clasificado por su autor bajo el rótulo de oda.

Estas odas eran el género más prestigioso en la poesía española a principios de siglo y todavía hacia 1826 ó 1827, cuando ya hacía años, por ejemplo, que Lamartine había impresionado a los lectores de poesía en Francia con las Meditations (1820), no parece que Larra sospechara que hubiera poesía más allá de la de Quintana y Lista. Ninguna voz, ni de dentro ni de fuera, había venido a llenar el silencio que se había impuesto el maestro de la poesía cívica. El vacío de aquellos años no ofrecía al aprendiz de poeta más camino que el trillado. Larra, sin experiencia y con pocas dotes para la versificación, sigue este camino trillado. Escribe odas. Sin embargo, cuando componía con tanto esfuerzo estos poemas discursivos y cívicos, ¿no sentiría que aquella poesía ya olía a rancio? Los tiempos tampoco estaban para odas y su genio era más bien crítico que entonado. Es posible que ya entonces se sintiera abrumado por la monotonía de la antigua escuela sin conocer otra.

Como la sátira neoclásica en verso a que antes nos hemos referido, la oda era ya una poesía anacrónica. Quintana guardaba silencio. Cuando el joven Larra intenta seguir sus pasos, era ya otro el quehacer literario que la altura de los tiempos requería. A. Dérozier, en términos muy pertinentes a este momento inicial de Larra, se refiere a cómo en la trayectoria literaria de Quintana la Historia exige la Literatura que se ha de escribir: «Los tiempos han cambiado. La historia ha modificado la literatura para permitirle llevar un mensaje explícito. En 1805, la literatura es la oda, el   —68→   soneto, la elegía, la tragedia, el artículo de divulgación. En 1828, la literatura es la proclama, el manifiesto, el discurso, el periodismo militante. Antes la literatura era poesía; ahora es política. En veinticinco años, la evolución irreversible de la literatura nos hace comprender la transformación de España».90 Precisamente es en el año 1828 cuando Larra intenta iniciar, con el Duende Satírico del Día, su trayectoria literaria por los cauces que este estudioso de Quintana considera propios del momento histórico. Es por ahí por donde el aprendiz de literato iba a salir del camino trillado, del ejercicio anacrónico de odas discurseadoras. Como veremos, el intento resultó prematuro, pues las circunstancias políticas, intentando detener la Historia, no fueron propicias. El Duende quedó como anuncio del periodismo militante en que habrá de cuajar la obra de nuestro autor siguiendo las modificaciones impuestas a la Literatura por la Historia.

Aunque Larra encontrara otros caminos, la admiración por Quintana no decrecería nunca en él. En el mismo año de 1835 en que escribe el artículo sobre la poesía de Alonso, vuelve a poner el nombre del maestro -igual que había hecho antes en la sátira en verso que ya conocemos- como punto de referencia frente a un mal poeta, esta vez aludido con la inicial A. Las poesías de Quintana son «poesías releídas». Buscando   —69→   los contrastes mete en un mismo cesto -el de la trapera- lo bueno y lo malo: «allí se reúnen por única vez las poesías, releídas, de Quintana, y las ilegibles de A***; allí se codean Calderón y C***; allá van juntos Moratín y B***».91 Quintana y Moratín, puestos a la altura de Calderón, forman parte ya de la galería de personajes ilustres. Quintana es un clásico, un clásico releído.

En cuanto a Lista, sus «poesías filosóficas», las odas a La Tolerancia y a La Beneficencia, escritas para ser leídas por su propio autor en una logia masónica92 a la que perteneció algún tiempo durante el reinado de Carlos IV, tenían que parecer muy actuales dadas las circunstancias políticas de la ominosa década, de modo que no podían menos de interesar a los jóvenes lectores de poesía contrarios al Régimen. Larra conocía estas odas de Lista. En una de sus propias odas, la que publicó en 1829 con ocasión de los terremotos, se refiere directamente a ellas citándolas textualmente. Veremos luego que la cita va cargada de intención.

Antes, otra oda que no llegó a publicar,93 sobre el tema de la libertad con motivo de la intervención europea en Grecia, recuerda en el tono general y en la intención ideológica los poemas masónicos del profesor de San Mateo. La libertad de Grecia excitaba por entonces el entusiasmo de los liberales. Siguiendo la corriente de la poesía política, Larra aprovecha el tema para entonar un canto a la libertad contra el fanatismo   —70→   y la tiranía, de manera que el discurso poético del joven liberal termina con esta sentenciosa conclusión:


Sobre bases más ciertas, más humanas,
la libertad del hombre cimentando
a los tiranos jura eterna guerra:
naturaleza para ser esclavo
no le dio al hombre el cetro de la tierra.



Es toda una declaración de principios en aquellos años de tiranía. El grito de la libertad suena en América, resuena en Europa, sobre todo en Inglaterra (Albión tenía que decir en el lenguaje que la oda requería) y es el destino inevitable de todos los pueblos. No es extraño que el joven poeta liberal no publicara su oda.




ArribaAbajo6. Primera publicación de Larra: oda a una exposición industrial

Siguiendo los pasos de Quintana y el estilo de Cienfuegos, aparece la primera publicación de Larra: Oda a la exposición de la industria española del año 1827,94 en un folletito de dieciséis páginas. Las invocaciones e hipérboles, usuales en este género de poemas, parecen un tanto desproporcionadas con las circunstancias que las motivan. La exposición organizada por el ministro López Ballesteros, según recuerda Mesonero Romanos,   —71→   «era tan pobre y desconsoladora, que más que Exposición pública semejaba el interior o trastienda de algún almacén».95 Aunque pobre, es, sin embargo, una manifestación significativa de la coyuntura histórica que hemos intentado resumir en el capítulo anterior. El tema de la oda de Larra es la expansión económica, de la industria y de la agricultura, que a partir de entonces comienza a manifestarse y ha de alcanzar su desarrollo cuando se supere la depresión de los años 1829-1831.96 El mismo título del poema de Larra expresa el carácter inaugural: «A la Exposición primera de las Artes españolas» (el subrayado es nuestro). La exposición industrial de 1827 pretendía ser la primera muestra pública del equipo organizado por el Ministerio de Hacienda con la colaboración de financieros y hombres de negocios tanto en la emigración como residentes en el país.97 Con este equipo se «dio entrada   —72→   en la Administración a una cierta dosis de interés por los asuntos económicos y estadísticos» (subrayado en el original) que Vicens Vives en su Historia Económica de España considera como una de las importantes transformaciones que los liberales acometieron cuando llegaron al poder. Como muestra de ello, el historiador de la economía española nos recuerda que «desde 1827 organizaron exposiciones (subrayado por nosotros), fomentaron los estudios estadísticos y se preocuparon de la marcha de la economía nacional».98 Como vemos, la exposición cantada por Larra queda como rasgo característico de las nuevas orientaciones que Vicens Vives considera en la historia económica del país. De este modo nuestro escritor inaugura su trayectoria literaria dentro del proceso histórico señalado por la expansión de la burguesía en que se asienta la plataforma del liberalismo.

El móvil de la composición -declara enfáticamente el poeta en la dedicatoria- es el «amor a la patria». Es el tema consagrado por los poetas de entonces para esta clase de composiciones. El joven poeta dedica la oda a sus padres: «el amor a mi patria es de los primeros   —73→   [dones] que me habéis comunicado: por lo tanto creí de mi deber, cuando el amor a la patria me arrancó en un momento de entusiasmo algunos sonidos de la lira que tímido pulsé, acordarme de aquellas dos personas a quienes debo los sentimientos que profeso».99 La dedicatoria está a la altura literaria de los versos que le siguen. Pero por más manoseados y escolares que sean los tópicos con que se expresa, no hay razón para pensar que el muchacho no fuera sincero: es efectivamente un homenaje al patriotismo de sus padres; un homenaje, por lo tanto, al patriotismo afrancesado, pues al escribir estas líneas tenía que tener muy presente la colaboración y el exilio de su padre, médico del ejército imperial. El amor a la patria que ha inspirado esta oda, Larra lo asume como un sentimiento infundido por sus padres. Todo esto bien sentado, en los primeros versos de la oda se coloca, sin embargo, en la parte contraria a la que, movido por el patriotismo, había adoptado su propio padre cuando la invasión francesa. Si afectivamente se considera heredero del sentimiento paterno, ideológicamente el hijo del afrancesado, cuando empieza a escribir, recoge los ecos de Quintana y Juan Nicasio Gallego, los poetas liberales que en la guerra se pusieron en contra de los franceses.

El tema de la oda es la paz, no la guerra: el deseo de que la patria despierte del sopor e inicie el camino del progreso industrial por el cual marchan los países adelantados de Europa. ¿No significa nada que el primer verso nos presente a España dormida en los laureles?

  —74→  


Dormía España entre recientes lauros,
y el brazo fatigado descansaba
que en la crüel contienda al torpe Galo
rechazara con fuerza vengadora.
Alzó por fin el rostro,
en derredor miró, y el ancho campo
de su dominio inmenso recorriendo,
vio escombros derrüidos,
y en sangre aleve los miró teñidos.

En sangre vio sus campos empapados,
sobre ellos expirantes vio sus hijos;
del tirano esparcidas las cohortes
las vio el polvo morder de sus campiñas.
Y rota la coyunda
alzó el cuello orgulloso que acabara
de quebrantar el yugo, y triünfante,
libre, exclamó en su gloria,
y enarboló el pendón de la victoria.



Podrían ser estos versos una réplica a aquéllos famosos de Quintana sobre las serpientes de Alcides que asaltan la felicidad de la patria:


      Despierta, España,
despierta, ¡ay, Dios! Y tus robustos brazos,
haciéndolas pedazos
y esparciendo sus miembros por la tierra,
ostenten el esfuerzo incontrastable
que en tu naciente libertad se encierra.100



La oda requería un tono elevado por medio de un lenguaje que se había hecho convencional en normas de elocución fijadas de antemano. Pero por más dispuestos que estemos a aceptar las reglas del juego, no podemos menos de iniciar una sonrisa cuando nos encontramos los primeros centros de la industria textil española aureolados con la retórica grandilocuente de la oda:

  —75→  

Aquí Ezcaray, Tarrasa, Alcoy, Manresa,
rinden el fino paño que no ha mucho
en rústicas vedijas repartido
trashumante cubrió la tierna oveja.



Refiriéndose a las importaciones, alude a las pieles de castor del Canadá en estos términos:


Todo os ofrece un campo a vuestra industria;
los despojos que al hombre le tributa
del Canadá el cuadrúpedo arquitecto
......................................................



El único medio de que dispone para cantar en una oda el nacimiento de la era industrial -nacimiento bastante raquítico además- era el repertorio de figuras retóricas propias del género. Las nuevas preocupaciones se adelantan a las formas expresivas. Los Martínez y Fernández aparecen al lado de dioses mitológicos. La clase media se codea en la oda de Larra con Júpiter, Minerva y Vulcano:


Mas puebla el aire repetido un nombre,
Martínez101 se oye en torno, y extendidos
el Genio me señala con el dedo
nuestro oro y nuestra plata engalanados.



Al entrar la clase media en el recinto de la oda se rompe el molde pindárico. Hay algo que disuena. Como luego ha de decir en uno de sus artículos, los héroes del siglo XIX no sólo son los banqueros Rothschild y Aguado, sino también el mecánico que añade «un resorte a cien resortes anteriores».102

En la oda de 1827 la industrialización del país se ofrece como un estímulo regeneracionista ante la reciente   —76→   pérdida del imperio colonial. En un nivel histórico diferente, ¿no se les presentaba a aquellos jóvenes liberales una situación en cierto modo semejante a la que a finales del siglo se enfrentarán los del 98?: «¿Cómo no habían de estar junto a Larra -dice Azorín-, por movimiento instintivo, a fines del siglo XIX, quienes -con fondo romántico también- se colocaban frente a un Estado caduco, que perdía los restos de nuestro gran imperio colonial?».103 Larra responde con ideas de progreso industrial para resolver el problema de España:


Si de Colón perdimos las fatigas
con un mundo, a las artes deberemos
desde el rosado Oriente
de nuevo dominar hasta el Poniente.



Pero toda la fuerza que pudiera tener esta llamada a la regeneración nacional, queda torpemente diluida en la ineficacia expresiva. Sea como fuere, percibimos enraizadas en los primeros intentos literarios de Larra las preocupaciones que habían de plasmar sus mejores artículos. No faltan en la oda referencias a las circunstancias políticas del momento: la guerra civil, que con toda su crudeza había de manifestarse en sus artículos contra los carlistas, se anuncia ya, promovida   —77→   por «la facción horrible» de los «realistas puros» y de los «agraviados» de Cataluña que aún juzgan demasiado contemporizador el absolutismo de Fernando VII:


Cese en tu seno la facción horrible,
rompan tus hijos fratricida el hierro,
de Jano cierren las ferradas puertas;
si al hermano el hermano en el combate
hostil encuentra un día,
haz que a tu nombre arroje el arma odiosa,
tiemble el crimen y grite «De una madre
todos el ser tenemos,
nuestra sangre en nosotros perdonemos».



Los amigos de Larra celebran la derrota del partido teocrático -como ellos decían- y Ventura de la Vega, Bretón de los Herreros y Juan Bautista Alonso dedican poemas al Rey en su vuelta a Madrid, después de pacificar Cataluña: «El partido liberal miró este triunfo como suyo -dice Ventura de la Vega-; y ya nos figurábamos tener conquistado al Monarca, y divisar un horizonte color de rosa; así es que la entrada de Fernando en Madrid, de vuelta de su expedición, fue celebrada con verdadero entusiasmo».104 Pronto se les iba a quitar el entusiasmo, como se puede ver leyendo el Duende Satírico del Día.