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ArribaAbajo5. Corridas de toros: polémica taurina, reformismo y sátira política

Del teatro pasa el Duende a los toros. Eran temas corrientes en esta clase de publicaciones. El Pensador había hecho aparecer sus críticas de los autos sacramentales seguidas a las pocas semanas por las críticas a las corridas de toros, y todavía dedicó un «pensamiento» a censurar conjuntamente los toros y las comedias.263

  —173→  

Una de las cuestiones que preocupaban a los reformistas ilustrados eran las diversiones públicas. El teatro no sólo tenía un interés literario, sino que se atendía también a su función social en cuanto espectáculo público. En este sentido cabía considerar las representaciones dramáticas junto con otras formas de esparcimiento como eran los toros. Así lo hizo Jovellanos en la Memoria que escribió, requerido por la Academia de la Historia, «para el arreglo de la política de los espectáculos y diversiones públicas».264

En el siglo XVIII, al constituirse la fiesta de los toros en espectáculo organizado, adquiere una gran importancia en la vida de la nación. En un folleto, que Larra conocía muy bien, como en seguida veremos, Nicolás Fernández de Moratín explica el origen de la nueva situación por el hecho de que en el reinado de Felipe V la nobleza, siguiendo los gustos del Rey, había dejado de ejercitar la lidia a caballo. La mentalidad francesa se impone en la Corte, «pero no faltando la afición a los españoles -añade-, sucedió la plebe a ejercitar su valor, matando los toros a pie, cuerpo a cuerpo con la espada, lo cual no es menor atrevimiento, y sin disputa (por lo menos su perfección) es hazaña de este siglo». A raíz de esto surgen los toreros profesionales. Pedro Romero, según Moratín el padre, «ha puesto en tal perfección esta arte, que la imaginación no percibe que sea ya capaz de adelantamiento».265 Poco después surge Costillares, y la rivalidad fomenta el espectáculo al acrecentarse el fervor popular.

Ortega y Gasset considera la afición a los toros en el   —174→   siglo XVIII como una gran dimensión «de la arrolladora corriente “plebeyista” que inundó casi por entero a España en torno a 1750». Refiriéndose a la nueva organización de la fiesta, observa que «el efecto que esto produjo en España fue fulminante y avasallador. Muy pocos años después, los ministros se preocuparon del frenesí que producía el espectáculo en todas las clases sociales», y añade: «Pocas cosas en todo lo largo de su historia han apasionado tanto y han hecho tan feliz a nuestra nación como esta fiesta en la media centuria a que nos referimos».266 Pero la minoría de los ilustrados se opone al «plebeyismo» de la mayoría, a lo que ellos llamaban «majismo». Buen testimonio son las críticas del Pensador y del Censor y la famosa sátira de Jovellanos «contra la mala educación de la nobleza». En la sociedad se impone el porte de la plebe y la afición a los toros es   —175→   un rasgo característico del «majismo». El joven satirizado por Jovellanos no ha leído ni el catecismo de Astete


      ... Mas no creas
su memoria vacía. Oye, y dirate
de Cándido y Marchante la progenie;
quién de Romero o Costillares saca
la muleta mejor, y quién más limpio
hiere en la cruz al bruto jarameño.267


José Vargas Ponce, al intentar presentar el «estado de la cuestión sobre los toros en el último tercio del siglo XVIII» (su propia época), identificaba la oposición con los hombres de bien animados por el espíritu de la Ilustración, y la afición con la ignorancia de la plebe que alcanzaba a todas las clases sociales. Por un lado, estaban en contra: «Cuantos corazones hospedaban la humanidad, todos los sabios del siglo [...], los prudentes de todas las clases del Estado, los filósofos todos». Por otro lado, estaban en favor «Una juventud atolondrada,   —176→   falta de educación como de luces y experiencias, los preocupados que encanecieron sin hacer uso de la facultad de pensar, los viciosos por hábito, hambrientos siempre de desórdenes y, en una palabra, la hez de todas las jerarquías». Los primeros «sobrepujaban infinitamente en crédito y saber, gravedad y virtud». Eran, en definitiva, «el ilustrado partido de la opinión fortificado por los reyes», representantes, por lo tanto, del despotismo ilustrado.268

El incremento de la afición a los toros ponía en evidencia un aspecto más de la imperiosa necesidad de reformas en la sociedad española. Al pueblo hay que educarle los gustos. El P. Sarmiento, Feijoo, Clavijo y Fajardo, Cadalso, Tomás de Iriarte, Meléndez Valdés, el periódico La Espigadera, José Vargas Ponce representan la oposición a los toros entre los literatos del Siglo de las Luces.269 La polémica antitaurina se funde, incluso, con la sátira política clandestina en un panfleto muy difundido desde finales del siglo, titulado Pan y Toros,270 que tiene especial importancia para el artículo del Duende Satírico contra las corridas, publicado en el cuaderno tercero.

Nicolás Fernández de Moratín, que, por lo que él cuenta, tenía sangre torera, es el único literato que defiende la afición a los toros.271 Además de las famosas quintillas y la Oda a Pedro Romero en que exalta al «torero insigne» como héroe pindárico, escribe en prosa la Carta   —177→   histórica sobre el origen y progresos de las fiestas de toros en España, que ya hemos citado.272 Aunque el Duende Satírico no participa ni mucho menos de la afición de Nicolás F. de Moratín, resulta que toda la literatura taurina de este autor se halla recogida casi íntegramente en artículo sobre las «Corridas de toros». Por de pronto, Larra intercala en el texto todas las quintillas de Madrid, castillo famoso, tomadas, según explica, de las «obras póstumas, impresas en Barcelona» (1829) y al final reproduce la Oda a Pedro Romero, también tomadas de la misma edición.

En cuanto a la Carta Histórica, el Duende sólo se refiere a ella de refilón y sin citar el título. Larra se limita a decir al comenzar su ensayo: «Estas funciones deben su origen a los moros, y en particular, según dice don Nicolás Fernández de Moratín, a los de Toledo, Córdoba y Sevilla».273 Si pretendemos comprobar la referencia del Duende, no encontraremos nada en los dos poemas taurinos reproducidos en su artículo. Nos queda la Carta histórica. En efecto, en ella leemos: «Estos espectáculos, con las circunstancias notadas, los celebraron en España los moros de Toledo, Córdoba y Sevilla, cuyas cortes eran en aquellos siglos las más cultas de Europa. De los moros lo tomaron los cristianos...».274 Leyendo el opúsculo de Moratín nos daremos cuenta en seguida no sólo de que el Duende Satírico utilizó las líneas referidas, sino que, prácticamente, todo el fárrago-erudito de que hace alarde procede de la Carta, en algunos párrafos siguiendo el modelo a la letra. (Por otra parte, mencionemos entre paréntesis, que la disertación taurina de Moratín ya había dejado una descendencia de lo más   —178→   ilustre, pues nada menos que Goya la había utilizado para su Tauromaquia).275

Larra copia a Moratín sin la menor prevención y ostensiblemente, de manera que la exposición histórica que constituye las dos terceras partes del artículo puede considerarse como una refundición, cuando no un plagio, mediante el cual el joven satírico demuestra burlonamente, con la ironía de la práctica, «que es más difícil tener mucho saber que aparentarlo», como ha de decir luego el sucesor del Duende, el Pobrecito Hablador, en el artículo sobre la «Manía de citas y epígrafes». Cuando la Carta de Moratín no debía de ser una lectura muy rara todavía, la copia era tan ostensible que debía de parecer intencionadamente manifiesta. En cambio, es muy fácil que los lectores actuales de Larra se tomen en serio la erudición histórico-taurina del Duende sin conocer la fuente de tanta «sabiduría». ¿Quién lee hoy la Carta de Moratín, accesible, pero enterrada en el horroroso tomo de la colección Rivadeneira?276

Pongamos sólo dos ejemplos para ver cómo el Duende plagia a Nicolás Fernández de Moratín escudándose en la vaga referencia de las primeras líneas de su artículo:

  —179→  

El Duende:Moratín:
«... en el mismo tiempo«... en su tiempo [en tiempo
del Cid, Alfonso VI tuvodel Cid] sabemos que
unas fiestas públicas,Alfonso el VI, otros dicen
reducidas a soltar en unael VIII, en el siglo XI, tuvo
plaza dos cerdos. Dos ciegos,unas fiestas públicas, que
o, por mejor decir, dosse reducían a soltar en una
hombres vendados salíanplaza dos cerdos, y luego
armados de palos, ysalían dos hombres ciegos,
divertían al pueblo con loso acaso con los ojos
muchos que se pegabanvendados, y cada cual con un
naturalmente uno a otro.palo en la mano buscaba
Diversión sencilla, perocomo podía al cerdo, y si
malsana a los lidiadores, losle daba con el palo era
cuales se quedaban con elsuyo, como ahora al correr
animal si acertaban ael gallo, siendo la diversión
darle.de este regocijo el
A pesar de esto, en elque, como ninguno veía, se
resumen historial de Españasolían apalear bien.
del licenciado FranciscoNo obstante esto, el
de Cepeda, hablandolicenciado Francisco de
del año de 1100, dice queCepeda, en su Resumpta Historial
en él, según memoriasde España, llegando
antiguas, se corrieron enal año de 1100 dice: Se
fiestas públicas toros, yhalla en memorias antiguas
añade, ya refiriéndose aque (este año) se corrieron
entonces, “espectáculo sóloen fiestas públicas toros,
de España”. Y por nuestrasespectáculo sólo de España, etc.
crónicas se ve que enTambién se halla en
1124, en que casó Alfonsonuestras crónicas que el
VII en Saldaña con doñaaño 1124, en que casó
Berenguela la Chica, hijaAlfonso VII en Saldaña con
del Conde de Barcelona,doña Berenguela la Chica,
entre otras funciones hubohija del Conde de Barcelona,

  —180→  

fiestas de toros. Y en laentre otras funciones, hubo
ciudad de León, cuando eltambién fiesta de toros.
rey don Alfonso VIII casóHubo también dicha función,
a su hija doña Urraca cony la enunciada arriba
el rey don García dede los cerdos, en la ciudad
Navarra, en cuya ocasiónde León, cuando el rey don
también se verificó la de losAlfonso VIII casó a su hija
cerdos».doña Urraca con el rey
don García de Navarra».
(Obras, I, pág. 26 a)(Ed. cit., pág. 141 a-b)

Véase además una erudita nota bibliográfica a pie de página en el artículo del Duende:

«Don Gaspar Bonifaz, caballero del hábito de Santiago, imprimió en Madrid unas reglas de torear; don Luis de Trejo, unas Obligaciones y duelo de este ejercicio; don Juan de Valencia, unas Advertencias para torear; don Diego de Torres, y en nuestros días el desgraciado José Delgado, vulgo “Pepeíllo”, a quien de nada sirvieron sus reglas, pues no pudo dar con el arte de no dejarse matar; ¿hubiera podido hacer más el toro si hubiera tenido entendimiento y leído su Tauromaquia?».


(Obras, I, pág. 28, n. 5.)                


Toda esta bibliografía taurina («a select Bibliography», dice Tarr, que se toma en serio la erudición del Duende), menos -claro- la referencia a «Pepeíllo», muerto por un toro a comienzos del XIX, corresponde a estas líneas de Moratín

«Llegó este ejercicio a extremo de reducirse a arte, y hubo autores que le trataron; y entre ellos se encuentra don Gaspar de Bonifaz, del hábito de Santiago y caballerizo de S. M., que imprimió en Madrid unas Reglas de torear muy breves. Don Luis de Trejo, del orden de Santiago, también   —181→   imprimió en Madrid unas advertencias con nombre de Obligaciones y duelo de este ejercicio. Don Juan de Valencia, del orden de Santiago, imprimió también en Madrid Advertencias para torear».


(Ed. cit., pág. 142 b)                


Al redactar el Duende, parece como si Larra, abierto el texto de Moratín sobre la mesa, se hubiera puesto a tomar notas. A veces recarga significativamente las tintas, por ejemplo cuando dice: «Entonces la multitud se arrojaba a la plaza no de otro modo que en nuestras insoportables y brutales novilladas» (el subrayado es nuestro); o bien apostilla de cuando en cuando los datos del modelo con comentarios irónicos o simplemente maliciosos que desbaratan el empaque del recuento histórico taurino y remachan los aspectos antinobiliarios. Así, siguiendo a Moratín, dice el Duende que cuando tocaban a desjarrete, «la multitud se arrojaba a la plaza, no de otro modo que en nuestras insoportables y brutales novilladas [como acabamos de leer], armada de palos, chuzos y venablos, y corría atropelladamente a matar al toro como podía». Y añade este párrafo sin correspondencia con el modelo:

«pero éste [el toro], que no siempre era del parecer de la plebe, sino que solía dar en llevar la contraria, era causa de que en estas ocasiones ocurrían no pocas desgracias. Y entonces, el infeliz inexperto e imprudente que tenía la desgracia de ver la función desde las astas del animal no debía de esperar auxilio alguno de parte de la nobleza, que tenía por vil y degradante salvar la vida de un plebeyo. Esta nobleza, bien distinta de la que aplaudía a Terencio cuando resonaba el teatro romano con aquel dicho del poeta: “Homo sum, nihil humani a me alienum puto”, no podía dejar la silla a no ser que perdiese el rejón, la lanza, el guante o el sombrero...».


(Obras, I, 26 b-27 a)                


  —182→  

Al final del artículo, todo este recuento histórico va a parar a un cuadro de costumbres contemporáneas, representativo de lo que el Duende -emulando al autor de Pan y Toros- llama con sarcástica ironía «la diversión más inocente y más amena que puede haber tenido jamás pueblo alguno civilizado» (pág. 29 b). Es un cuadro desolador sobre el estado de la sociedad de su tiempo. Si el primer observatorio había sido el café, luego lo fue el teatro y ahora lo es la plaza de toros.

En la polémica taurina que venía arrastrando del siglo anterior, vemos al Duende tomar la parte opuesta a don Nicolás, uniéndose así a la mayoría de los ilustrados. Precisamente utiliza los materiales fusilados de la Carta para ponerlos al servicio de la corriente contraria. Se coloca directamente en la línea de los reformadores, adoptando incluso la postura extrema, representada por el folleto Pan y Toros, apócrifamente atribuido a Jovellanos. Por otra parte, el «antiplebeyismo» que inspira la mentalidad de los ilustrados, opuesta a los toros, va a ser una nota constante de Larra, repetida en sus artículos. En los escritos del Duende Satírico se hallan las primeras manifestaciones, revelándonos cuáles son sus orígenes ideológicos. Claro que usamos aquí el término «antiplebeyista» con referencia al sentido peyorativo que Ortega da a la expresión «tendencia plebeyista» en el texto antes citado. Esta tendencia plebeyista representada por el «majismo» y por el tópico romántico de la gitanería flamenca pone de manifiesto la necesidad de emprender la reforma social y de educar al pueblo.

La opinión característica de los reformadores dieciochescos -de los maestros del Duende- sobre las corridas de toros quedó resumida en las consideraciones dedicadas a este espectáculo público en la Memoria de Jovellanos. La influencia nociva de las corridas de toros   —183→   la veían en relación con la utilidad pública y con la moral social.

«¿Hay alguna [fiesta] -se pregunta Jovellanos- que tenga la más pequeña relación o la más remota influencia (se entiende provechosa) en la educación pública?» Y afirma: «Ciertamente que no se citará como tal la ducha de toros...». Considera Jovellanos que al quedar regulada la forma de las corridas, «sacándolas de la esfera de un entretenimiento voluntario y gratuito de la nobleza, llamó a la arena cierta especie de hombres arrojados, que doctrinados por la experiencia y animados por el interés, hicieron de este ejercicio una profesión lucrativa, y redujeron por fin a arte los arrojos del valor y los ardides de la destreza. Arte capaz de recibir todavía mayor perfección si mereciese más aprecio, y si no requiriese una especie de valor y sangre fría, que rara vez se combinarán con el bajo interés».277


Larra aprovecha los datos que le suministra Moratín el padre para interpretar el desarrollo histórico de las corridas en la dirección señalada por Jovellanos. Recoge, por lo tanto, la literatura dieciochesca de un partido y otro poniendo todo el peso en el platillo de los antitaurinos. De Moratín toma la creencia de que las fiestas de toros proceden de los moros y que su impulso inicial se vio favorecido por «las ideas caballerescas que comenzaban a inundar la Europa»; pero interpreta a su manera la adopción por los cristianos de «estas fiestas, cuya atrocidad era entonces disculpable, pues que entretenían el valor ardiente de los guerreros en las suspensiones de armas para la guerra, la emulación entre los nobles que se ocupaban en ella, haciéndolos verdaderamente superiores a la plebe...».278 Las corridas -claro- seguían siendo atroces, pero ya no disculpables. Como Jovellanos, piensa Larra que al   —184→   hacerse este ejercicio caballeresco un entretenimiento plebeyo, la caballerosidad y el valor degeneraron en interesada temeridad:

No había mucho que la nobleza, celosa del alto honor de morir en las astas de un animal, no permitía que plebeyo alguno le disputase la menor parte, e inmediatamente se desdeña de lidiar con las fieras, hasta el punto de declarar infame al que va a sucederle en tan arriesgada diversión. Efectivamente, desde entonces, unos cuantos hombres infamados pueden enriquecerse con el precio de su vida, tan vilmente alquilada a la pública diversión, a no tener las costumbres de su calidad.279


Aunque no puede establecerse ninguna relación textual directa entre el artículo del Duende y la Memoria de Jovellanos como la que existe entre aquél y la Carta histórica de Moratín el padre, no cabe la menor duda de que Larra había leído con admiración las obras de Jovellanos, a quien considera «uno de nuestros mejores prosistas», reconociendo su magisterio. Y entre sus obras, nos consta que conocía el escrito sobre los espectáculos, en que se expresa la aversión a los toros. En el último cuaderno cita un párrafo de esta obra junto con otros del Elogio a Ventura Rodríguez y de la Oración pronunciada en la Academia de San Fernando en la junta de distribución de premios, para atestiguar el buen uso de la palabra genio con la autoridad de los «sabios».280

Pero las implicaciones del tema taurino en el artículo de Larra son mucho más extremadas desde el punto de vista político. Creyendo basarse en Jovellanos, en realidad   —185→   el Duende hace aflorar en su artículo otra corriente dieciochesca que ya no era la del maestro asturiano, cuya ponderación siempre ha sido reconocida. De hecho, el Duende Satírico rebasa las intenciones políticas y sociales de la Memoria sobre los espectáculos y diversiones públicas cuando al final de su artículo cita un texto apócrifo de Jovellanos, tomado -sin citar el título- del panfleto Pan y Toros, en estos términos: «venga todo el mundo a unas fiestas en que, como dice Jovellanos, el crudo majo hace alarde de la insolencia; donde el sucio chispero profiere palabras más indecentes que él mismo; donde la desgarrada manola hace gala de la impudicia; donde la continua gritería aturde la cabeza más bien organizada; donde la apretura, los empujones, el calor, el polvo y el asiento incomodan hasta sofocar, y donde se esparcen por el infestado viento los suaves aromas del tabaco, el vino y los orines».281

La cita, fuera del contexto, no revela ni mucho menos toda su intención; por sí misma no expresa más que una degradación satírica del «plebeyismo» -del «majismo- de la fiesta taurina: el majo es crudo e   —186→   insolente, el chispero es sucio, malhablado e indecente; la manola, desgarrada e impúdica. Es uno de los párrafos más inocuos del panfleto y por ello el Duende podía permitirse la libertad y la travesura de citarlo en plena ominosa década, pero cuidando muy bien de encubrir el verdadero origen de la cita en una vaga referencia a Jovellanos, conocido por sus sátiras contra el majismo y por sus opiniones antitaurinas, y a quien se había atribuido el panfleto por «la malicia de algunos de sus enemigos, con el designio de perderle», según Carlos Posada,282 amigo de Jovellanos.

Con la referencia textual al Jovellanos apócrifo se sitúa el Duende en relación directa con la sátira política clandestina del siglo XVIII, de la cual Pan y Toros era uno de los ejemplares más representativos por su gran difusión. Su presencia en los primeros artículos de Larra representa la manifestación temprana -aunque muy disimulada, dadas las circunstancias- de cierto género satírico, el artículo de sátira política en que ha de manifestarse todo su talento literario. De momento sólo es un indicio implicado en las obligadas connotaciones de la cita. Lo que hemos de buscar ahora es la intención.

Antes de que el panfleto apareciera impreso en 1812, había seguido una prolongada carrera clandestina. Desde comienzos de la década final del siglo XVIII se había difundido por toda España en copias manuscritas,283   —187→   provocando la persecución de las autoridades civiles y religiosas, que no pudieron llegar a identificar al verdadero autor. Por lo visto, el foco de difusión, con otros papeles sediciosos, fue la Universidad de Salamanca. Se atribuía la paternidad de esta literatura clandestina a un catedrático de jurisprudencia, Ramón Salas, «espíritu de pura naturaleza independiente y libre», con ascendiente entre los jóvenes universitarios.284 La Oración apologética fue puesta en el Índice expurgatorio de la Inquisición en 1796, atribuida a las iniciales D. G. M. J. S.285 La prohibición, sin embargo, no logró enterrar la sátira definitivamente. A comienzos del siglo XIX se sigue difundiendo no sólo en copias manuscritas, sino que con disimulo se llegan a imprimir extractos en el periódico Correo literario y económico de Sevilla, en 1803286 El apéndice XI de la Disertación sobre   —188→   las corridas de toros, presentada en 1807 por Vargas Ponce a la Academia de la Historia, se titula: «Última remesa de cuernos, sacada del discurso apologético, titulado Pan y toros».287 Los tales «cuernos» consisten en pasajes del discurso.

  —189→  

Con la llegada de la libertad de imprenta se inicia toda una avalancha de impresiones: «l’écrit attribué à Jovellanos devenait le bien des libéraux de 1812 et le plus fameux des pamphlets de l’époque», dice François Lopez. Dos ediciones en 1812, tres en 1813 y en 1820, cuando vuelve la libertad de imprenta, por lo menos trece: en Madrid, Barcelona, Valencia, Málaga, Cádiz, Sevilla, Valladolid, Pamplona, Méjico; impresiones clandestinas durante la ominosa década. A partir de 1836 vuelve a difundirse abiertamente. Traducciones al inglés (1813), al francés (1826 y 1837), al alemán (1834), al portugués (1834).288

¿Qué contenía este folleto? Como explica A. Elorza en la nota introductoria a su edición citada, «la argumentación gira en Pan y Toros en torno a un tema central: el sistema de control político e ideológico de la sociedad española ha generado una serie de rasgos diferenciales, prueba de una clara inferioridad respecto   —190→   a las sociedades más avanzadas (la francesa y la inglesa), manteniéndose a su vez dicho sistema gracias a una desviación provocada de la atención del pueblo hacia actividades del todo secundarias. Actividades que representaría, como ninguna, la fiesta de toros». El discurso apologético representa, significativamente, el desarrollo que había alcanzado cierto aspecto de la crítica ilustrada. Como indica R. Herr: «Era un eco del asunto Masson, que había agitado los círculos literarios durante los últimos años del reinado de Carlos III. Era una “oración apologética” ficticia que se proponía acabar con todas las otras apologías de España».289 Se puede comprender que el género de la sátira paródica interesara especialmente a Larra, que más tarde iba a utilizar recursos de esta especie con cierta predilección.

Recientemente, François Lopez ha sugerido: «lisons Pan y Toros comme il convient de le lire, c’est-à-dire comme un pamphlet politique qu’un auteur contraint de garder l’anonymat a écrit au début du règne de Charles IV». Como panfleto político es -según el historiador francés- el ataque más violento que se haya lanzado en esta época contra el despotismo civil y religioso. Observa que las palabras «esclavitud» y «opresión» se repiten constantemente a lo largo de la sátira mientras que se exalta con ardor la «libertad civil». Es una crítica implacable de las instituciones españolas y lo que el autor denuncia es, sobre todo, la tiranía profana y eclesiástica.290

Hemos dicho que el párrafo citado por Larra era uno de los más inofensivos, y la atribución a Jovellanos -respetado por todos-, hecha de un modo vago y sin especificar la obra de la cual procedía el texto, podía hacer pasar inocentemente por la censura el contrabando   —191→   de una referencia a cierta obra que en realidad contenía dinamita. Desde los primeros párrafos los «elogios» se convierten en una sátira amarga contra la situación del país que Larra tenía que sentir con intensificada actualidad en la época del Duende. Empieza así la «apología»:

«Todas las naciones del mundo, siguiendo los pasos de la naturaleza, han sido en su niñez débiles, en su pubertad ignorantes, en su juventud guerreras, en su virilidad filósofas, en su vejez legistas y en su decrepitud supersticiosas y tiranas [...]. Estas verdades comprobadas por la historia de todos los siglos, y algunos libros que habían llegado a mis manos, sin duda escritos por los enemigos de nuestras glorias, me habían hecho creer que nuestra España estaba ya muy próxima a los horrores del sepulcro; pero mi venida a Madrid, sacándome felizmente de la equivocación en que vivía, me ha hecho ver en ella el espectáculo más asombroso que se ha presentado en el universo; a saber, todos los períodos de la vida racional a un mismo tiempo en el más alto grado de perfección.

Han ofrecido a mi vista una España niña y débil, sin población, sin industria, sin riqueza, sin espíritu patriótico y aun sin gobierno conocido: unos campos yermos y sin cultivo: unos hombres sucios y desaplicados: unos pueblos miserables y sumergidos en sus ruinas: unos Ciudadanos meros inquilinos en su Ciudad, y una Constitución, que más bien puede llamarse un batiburrillo confuso de todas las Constituciones».291


La «apología» continúa en este tono, enumerando con elogio sarcástico todo lo malo que los ilustrados veían en el estado decadente de la nación, con un anticlericalismo sin tapujos y sin las precauciones expresivas que tenía que tomar -por ejemplo- El Censor, de Cañuelo.292   —192→   El falso apologista enumera: «un vulgo bestial: una nobleza que hace gala de la ignorancia: unas escuelas sin principios: unas universidades fieles depositarias de las preocupaciones de los siglos bárbaros», etcétera.293

Lo desgarrado de la sátira representa un tono nuevo en la crítica social del reformismo dieciochesco; un cambio de actitud que representa el sentir de una nueva generación más inconformista y politizada. La difusión alcanzada por el panfleto entre los estudiantes universitarios nos indica hasta dónde había llegado el concepto que sobre la situación política y social del país tenían ciertos jóvenes españoles a finales del XVIII. «Lo que atraía a la juventud ilustrada -dice Herr, refiriéndose a Pan y Toros- era esta pintura acre del retraso y la irracionalidad de su patria. En la década anterior, la acción de aquellos de sus mayores que eran del mismo modo de pensar, había sido aducir que “las luces” bajo Carlos III no tenían nada que envidiar a los otros países. El cambio de actitud no hubiese podido ser más notorio. Ahora los estudiantes estaban dispuestos a escuchar, hasta la última nota amarga, una comparación desfavorable de España -la España que querían descartar- con el resto de Europa».294

  —193→  

Este tono de amargo desengaño, la repulsa total del presente y de la tradición nacional en él implicada, inicia a finales ya del XVIII una actitud entre los hombres de letras que llega al Duende Satírico del Día y culmina en los artículos de Fígaro. Esto es lo que separa la ponderación del Jovellanos auténtico, el de la Memoria sobre las diversiones públicas, y la intención del artículo del Duende. Lo podemos ver leyendo la última parte de apología satírica Pan y Toros, de la cual toma Larra el párrafo citado. El espectáculo taurino se presenta sarcásticamente como paradigma de la sociedad, del patriotismo y de las costumbres políticas, y como gloria máxima de la nación española, capaz de ponerla por encima de todas las demás.

¿Pero qué es esto?, ¿cómo mi oficio de panegirista lo he convertido en censor rígido?, ¿y cuando me he propuesto defender a mi Patria, la culpo de unos defectos tan abominables? No, Pueblo mío: no es mi fin el ponerte colorado, sino el demostrar que nuestra España es a un mismo tiempo niña, muchacha, joven, vieja y decrépita, teniendo las propiedades de cada uno de estos períodos de la vida civil: conozco tu mérito, y en este augusto anfiteatro, donde sólo celebra sus asambleas el pueblo Español, estoy viendo tu buen gusto y tu delicadeza. Las fiestas de toros, son los eslabones de nuestra sociedad, el pábulo de nuestro amor patrio, y los talleres de nuestras costumbres políticas.

.............................................................................................................................

En estas fiestas todos se instruyen: canta el teólogo las inagotables misericordias de nuestro de   —194→   Dios, y su insondable providencia, en ver a cada paso un milagro, y a cada suerte un rayo de su clemencia, en no dejar perecer en el peligro a quien ama el peligro: admira el político la insensibilidad de un pueblo, que aquí mismo tratado como esclavo, jamás ha pensado en sacudir el yugo de la esclavitud, aun cuando la inadvertencia del Gobierno parece lo pone en estado de sacudirle...

Y concluye: «¡Feliz España! ¡Feliz patria mía!, ¡que así consigues distinguirte de todas las naciones del mundo!, ¡feliz tú, que cerrando las orejas a las cavilaciones de los filósofos, sólo las abres a los sabios sofismas de tus doctrinas! ¡Felice tú, que contenta con tu estado, no envidias el ajeno, y acostumbrada a no gobernar a nadie, obedeces a todos!... [...]. Sigue, sigue esta ilustración, y prosperidad, para ser como eres, el non plus ultra del fanatismo de los siglos. Desprecia como hasta aquí, las hablillas de los extranjeros envidiosos: abomina sus máximas turbulentas: condena sus opiniones libres: prohíbe sus libros que no han pasado por la tabla santa; y duerme descansada al agradable arrullo de los silbidos con que se mofan de ti».295


Efectivamente, esto nunca podía haberlo escrito Jovellanos. El tono amargo y el deseo de agitar las conciencias, de remover mediante el sarcasmo hasta los cimientos del Antiguo Régimen, rompen el equilibrio mental de los ilustrados, la contención expresiva de los neoclásicos. Es la acritud y el patetismo que separan a Larra de la Ilustración.

La España que aparece en Pan y Toros ya no es la España de Jovellanos o de las Cartas marruecas, es ya la España de los Caprichos de Goya. «El vigor de la sátira -dice A. Elorza-296 puede solamente compararse al que poco después ha de emplear Goya en sus   —195→   series de grabados. Es “una España vieja y regañona”, donde “la física es ciencia que siempre ha traído visos de hechicería y diablura”, donde “los diversos ramos del Gobierno y de la Justicia se dirigen por una sola mano, como las mulas de un coche”, donde hay “más jueces que leyes, y más leyes que acciones humanas”...». ¿Cómo no pensar en Larra al leer estas frases representativas que A. Elorza extrae de Pan y Toros? Es ya la España tal como un crítico la ha visto retratada en los artículos de Larra:

«Una España esperpéntica, de agrios contrastes, que no debe ser vista por el lector de hoy como mera impresión fotográfica, sino que está incluida en la fecunda teoría de Españas vistas a través de una lágrima o de un arrebato de desespero. (Quevedo y Valle-Inclán como extremos). Detrás de cada sarcasmo, de cada risotada amarga -para sus contemporáneos, Larra era un hombre que provocaba la risa!- está el anhelo inmarchitable de una España mejor, europeizada, curada de sus lacerías y de sus fallas escalofriantes».297 Detrás de la amargura y el sarcasmo esperpéntico está, por lo tanto, la España de los ilustrados, tanto en Pan y Toros y en Goya como en Larra.

Es seguro que Larra había leído el juicio auténtico de Jovellanos sobre las corridas de toros tal como lo había expuesto en el informe presentado ante la Academia de la Historia -recordemos que el Duende ha de citar un pasaje en su última salida-, y sin duda estaba de acuerdo con lo que allí se decía. Pero de hecho, al referirse al maestro se siente más atraído por el Jovellanos apócrifo de Pan y Toros con su desgarrada sátira y su intención subversiva. Es muy probable que ignorara los orígenes del panfleto, pero lo es menos   —196→   que no supiera que se hallaba prohibido explícitamente, en el Índice, y lo que ya es increíble es pensar que no supiera que en pleno absolutismo un panfleto como ése no podía menos de estar en entredicho.

Bastaba con leerlo para darse cuenta de su carácter -digamos- «subversivo», por más que fuera respaldado con la firma respetable de Jovellanos. En la época calomardina en que apareció el artículo de Larra, Pan y Toros debía de seguir corriendo por bajo mano entre los lectores contrarios al Régimen, atrayendo la atención de los jóvenes. ¿Llegaría a su grupo de amigos alguna de las impresiones clandestinas que por entonces se hicieron en España? En todo caso tuvo que llegar a él la fama del discurso apologético y la referencia en el artículo del Duende no puede ser menos que intencionada.

No era la primera vez que se aludía a Pan y Toros maliciosamente y con intencionado disimulo. Ya hemos dicho algo del Correo de Sevilla. En 1803 Pan y Toros se cuela en este periódico de la misma forma solapada con que va a colarse veinticinco años después en el Duende Satírico del Día. No fue, por lo tanto, el travieso Duende de Larra quien primero se ingenió la argucia de referirse al prohibido panfleto presentando sólo su cara antitaurina y sin decir el nombre.

El Correo literario y económico de Sevilla, dirigido por Justino Matute, contaba entre sus principales colaboradores a Alberto Lista, F. J. Reinoso, José María Blanco (conocido luego con el nombre de Joseph Blanco White), es decir, la plana mayor de la llamada segunda escuela poética sevillana. Aunque en el periódico faltara lo estrictamente político, según observa H. Juretschke,298 la intencionada referencia a Pan y Toros nos indica lo que a este respecto pensaban sus redactores. En el número del 15 de octubre apareció una   —197→   carta de M. de Maupertuis propugnando el buen trato de los animales. El periódico ofrece irónicamente la carta para que el público «legítimamente congregado en la gran Plaza de Toros de esta Ciudad en las tardes de los días 17 y 18 del presente [...] se entretenga ínterin sale el primer toro». Después de la carta se lee una «P. D. Torera» en el mismo tono satírico de la introducción aclaratoria. En un número posterior, del 19 de noviembre, se publica una réplica de «El Apologista de la Tauromaquia», también satírica, en la cual se siguen en parte las razones y la letra de la falsa apología de Pan y Toros. No se cita la procedencia, pero el nuevo apologista indica al final su deuda a los argumentos «que oí hacer en otro tiempo a un amigo coaficionado, y no he querido ignoren los demás apasionados de nuestras ultrajadas fiestas».299

La aparición encubierta de Pan y Toros en el periódico de los poetas sevillanos nos ofrece un episodio vivo de una literatura político-satírica que iba a recoger Larra al iniciar su trayectoria de escritor. Puede ser que Larra no conociera el Correo de Sevilla, pero en todo caso es un antecedente.300 El procedimiento de   —198→   utilizar las implicaciones políticas de un mismo escrito en un artículo antitaurino es muy semejante. La referencia a Pan y Toros, tanto en el Correo de Sevilla como en el Duende Satírico, revelan una intención ideológica de trastienda, y el carácter costumbrista más o menos difuminado en ambos casos va unido a un inconformismo político y social. La triste realidad era que al cabo de los años Pan y Toros mantenía para la generación de Larra un carácter de protesta muy actual.

Por todo ello es de creer que cuando el Duende citaba un párrafo del panfleto, envuelto en una vaga atribución a Jovellanos, sabía lo que se hacía. Los lectores más allegados también debían saberlo y celebrarían la osadía del autor. Ya veremos que por la misma época va a intentar algo semejante -si bien con otra intención- cuando en su oda a los terremotos de 1829 recoge los poemas masónicos de Alberto Lista, aquellas grandilocuentes odas neoclásicas llenas de vivas a la libertad y mueras al despotismo del altar y el trono.

El procedimiento puede parecernos algo ingenuo; quizá una juvenil satisfacción de gallear entre el grupo de lectores amigos, semejante a la que debió producirle en 1832 la adaptación de un drama de Ducange -el mismo Ducange que había provocado las iras satíricas del Duende- trocando a Calas -víctima calvinista del fanatismo católico-, por Roberto Dillon -«católico de Irlanda»-, víctima del fanatismo protestante.301 En cualquier caso, estas travesuras nos indican de qué lado venían los tiros. A nosotros, al intentar seguir la trayectoria de Larra, nos proporcionan   —199→   una pista para interpretar la posición ideológica y política del autor y conocer la literatura que manejaba en estos momentos en que se produce la génesis de su obra.





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ArribaAbajoCapítulo quinto. Final del Duende


ArribaAbajoI. La polémica del Duende con el Correo


ArribaAbajo1. Espíritu polémico

Recordemos cómo Mesonero Romanos echaba de menos la polémica en medio de aquella niebla intelectual que lo envolvía todo durante la ominosa década: «Sin Prensa periódica ni nada que pudiera dar lugar a polémicas o a la enseñanza».302 La falta de polémica le parecía un síntoma significativo del gran silencio a que se veían forzados los hombres de letras. Para la mentalidad de la época la polémica era requisito indispensable del desarrollo intelectual.

El espíritu crítico del siglo XVIII llevó a la exacerbación de lo polémico y desde entonces las controversias entre los hombres de letras se consideran elementos característicos de la vitalidad pública de la cultura. Paul Hazard llama al siglo XVIII «edad disputadora». Según el historiador francés, el mayor cambio experimentado   —202→   por la literatura europea en este siglo consistió en convertirse en «campo de batalla de las ideas». Es una consecuencia de la crítica universal: «Se ejerce en todos los dominios: literatura, moral, política, filosofía; es el alma de esta edad disputadora; no veo ninguna época en que haya tenido representantes más ilustres, en que se haya ejercido de un modo más general, en que haya sido más ácida, con sus apariencias de alegría».303

Muy bien puede aplicarse al siglo XVIII español lo de «edad disputadora». Casi no se publica nada que no tenga, al menos en el fondo, algún carácter polémico. Se llega a extremos exagerados. El espíritu polémico degenera en la manía de disputar. Por cualquier motivo aparece un papel atacando esto o aquello. Las réplicas se encadenan en una continua guerra de folletos. Los periódicos, nacidos del espíritu crítico dieciochesco, son un buen vehículo de polémicas, sobre todo entrado el siglo XIX, cuando la prensa alcanza mayor libertad de expresión y aparecen los periódicos políticos.

El Duende Satírico del Día también incluye el espíritu polémico en la herencia que recoge de la cultura española reciente. Los dos últimos cuadernos están dedicados por completo a la polémica con el Correo Literario y Mercantil, periódico dirigido por José María de Carnerero. F. C. Tarr, que juzga improcedentes los ataques del Duende, sitúa la polémica de acuerdo con la tradición satírico-crítica establecida por los periódicos y panfletos del siglo XVIII.304

El espíritu polémico del Duende aparece desde los comienzos de la serie. Parece como si hubiera nacido buscando gresca con un tono provocador. En el primer número ataca al Diario de Avisos -no había otra cosa   —203→   con que meterse- y contra un antidiarista -así lo llama el Duende-, autor de un folleto titulado «Carta de las quejas que da el noble arte de la imprenta, por lo que la degrada el señor redactor del Diario de Avisos»; no sólo se mete con el Diario, sino también con los que lo atacan.305 También, en el segundo número, el artículo sobre el Jugador tiene aire polémico. Como hemos visto, en cierto modo es una continuación de la polémica calderoniana. Ataca al romanticismo: pero lo que ocurre es que por ahora el romanticismo es asunto de «casa del vecino» y el contrincante queda lejos. Con el tercer número se incorpora a la polémica antitaurina y dedica las últimas páginas a replicar a los ataques de un tal «Guindilla», que se había atrevido a llamar al Duende Satírico nada menos que papel inútil. No podían herirle más en lo vivo. A Larra tenía que molestarle que acusaran a su Duende de inútil, pues de acuerdo con su concepción del quehacer literario, era negarle una condición esencial. Desde los primeros escritos, como sus maestros ilustrados, hemos visto a Larra empeñado en escribir una literatura que sea útil. Es, al fin y al cabo, el principio que determina la actitud fundamental del escritor y pone en funcionamiento su crítica.

Situado en esta tradición polémica, comprendemos que a Larra le parecieran expresivos los versos de la sátira de Jorge Pitillas, que escoge para encabezar su réplica al picante «Guindilla»:


Guerra declaro a todo monigote,
y pues sobran justísimos pretextos,
palo habrá de los pies hasta el cogote.





  —204→  

ArribaAbajo2. El «Correo Literario y Mercantil»

La vitalidad alcanzada por el periodismo en el trienio liberal había quedado sofocada por la represión absolutista de 1823. Comienza el gran silencio. En estas circunstancias, en julio de 1828, aparece un periódico: el Correo Literario y Mercantil. Tiene una importancia especial para nuestro estudio, no sólo por las incidencias que le llevaron a cruzarse en su camino con el Duende de Larra, sino también como fuente histórico-literaria para conocer el desarrollo de la literatura periodística de los años inmediatamente anteriores a la aparición del Pobrecito Hablador y de Fígaro en la vida literaria del país.

Era un periódico conformista y servil, como lo exigía el ambiente político creado por el Ministerio de Calomarde. Sin embargo, a pesar de su conformismo, el Correo venía a romper un poco el enorme silencio que había sobrevenido con la represión absolutista. Salió a luz al amparo de un privilegio adjudicado por subasta y concedido por el Rey al impresor Pedro Jiménez de Haro para publicar el Correo y el Diario de Avisos.306 Pero el alma del periódico y quien le imprime carácter durante los tres primeros años fue José María Carnerero -«redactor principal o postillón en jefe del Correo», le llama el Duende-,307 personaje ambiguo que iba a desempeñar un papel importante en el periodismo de la época, sobre todo cuando en 1831 deja el Correo y funda las Cartas Españolas, continuadas por La Revista Española a la muerte de Fernando VII. Bajo la dirección de Carnerero, en estos periódicos se fragua el artículo de costumbres como género literario característico   —205→   de la época. Desde el punto de vista político y literario, cada periódico significa para Carnerero un reajuste de su actitud según la tónica de las circunstancias.

Mesonero Romanos, que tenía que conocerle bien, nos informa del poder de adaptación característico del personaje durante aquellos años de río revuelto.308 Todos los testimonios contemporáneos insisten en su carácter ambiguo. El Duende, en su polémica, replicando a la observación intencionada de Carnerero sobre el constante cambio de imprenta como muestra de poca seriedad, le contesta que más vale mudar de impresor que de opiniones.309

  —206→  

El hecho es que, de un modo u otro, los tres periódicos de Carnerero crean las circunstancias en que se desarrolla gran parte de la vida literaria de nuestro autor. Su influencia se ejercía en la trastienda literaria a la que no entran los manuales de Literatura. Signo de los tiempos es la importancia que alcanza en la vida literaria un nuevo tipo de promotores de la actividad profesional de la Literatura, auténticos empresarios, cuando la Literatura empieza a convertirse en verdadero producto de consumo. Carnerero en los periódicos, Grimaldi en los teatros y Delgado en la edición de libros canalizan la producción literaria de nuestro autor y mantiene con ellos relaciones de tipo estrictamente profesional.

Las primeras relaciones con Carnerero son muy hostiles y se remontan a la disputa entre el Duende Satírico y el Correo Literario. Cuando salió el primer número de este periódico, en julio, hacía dos meses que el Duende no daba señales de vida. No vuelve a sacar la cabeza hasta septiembre y entonces lo hace para satirizar minuciosamente -sin aludir, claro está, a cuestiones abiertamente políticas- los veinte primeros números del Correo.310 En estos primeros números el periódico había perfilado su carácter conformista con la situación, tanto en política como en literatura, como fácilmente se puede observar repasando sus páginas.

En el primer número nos ofrece unas «Reflexiones Preliminares».311 En ellas se plantea la lastimosa situación en que se halla la literatura española actual, pero, según el redactor, todavía peor que la decadencia presente es la corrupción a que se puede llegar si se deja el campo libre a las corrientes que amenazan subversivamente   —207→   desde el extranjero. Por ello el Correo declara su propósito de ejercer la crítica literaria contra tales peligros corruptores:

«Al echar una ojeada sobre la decadencia actual de nuestra literatura, no puede menos de advertirse la próxima corrupción de que se ve amenazada, si la crítica imparcial y severa no trata de fijar la opinión pública acerca del mérito y de los defectos de los escritos que se publican».



Si una crítica mal orientada puede desviar a los jóvenes de los rectos caminos, una crítica juiciosa sirve para defender los sanos principios. Es decir, sirve para defender el orden constituido. Los ejemplos de otros países, según el Correo, pueden servir de advertencia ante las amenazas de corrupción:

«¿No fue la crítica la que en Francia preparó la inexperiencia de una inmensidad de jóvenes lectores contra ciertas reglas de gusto y de poesía, que una mano atrevida, y armada con el compás de Euclides trataba de dictar a los alumnos de Polimia? ¿Quién sino la crítica vengó a muchos hombres célebres de las ridículas aserciones con que intentaba menoscabar su mérito una multitud de escritores apasionados que querían probar: Que Corneille no había hecho más que escribir algunas escenas hermosas; que Boileau era un versificador frío; que Fenelon pensaba como los enciclopedistas, etc.? ¿Quién puede afirmar que sin el auxilio de la crítica no fuesen semejantes opiniones las que hubiesen prevalecido?».



No podía faltar, como vemos, la alusión a los enciclopedistas. El punto de mira que adoptaba el Correo para defender la literatura clásica era muy diferente del de Larra. El periódico quiere mantener el orden establecido y los sanos principios para restituir la dignidad a la profesión periodística corrompida «merced a los   —208→   turbulentos tiempos en que la llamada libertad de imprenta se convirtió en un inmundo cenagal de desvergüenzas y personalidades», declara el 21 de enero de 1829,312 en lo que parece ser una declaración de principios a raíz de la recién terminada disputa con el Duende Satírico.

Por otra parte, dentro de su defensa del orden establecido, tanto en política como en literatura, contra la subversión que amenazaba desde el extranjero, consideraba la literatura en función del progreso industrial del país. Al menos esto es lo que declara en un artículo programático sobre la crítica teatral en vísperas de la nueva temporada del año 29: Los «teatros indican la dirección de la industria y de la civilización». Los juicios del periódico estarán, pues, orientados «por el interés que deben inspirar los progresos de la sana crítica y del buen gusto, que son el alma de la industria y de las artes».313 Para comprender esta postura hay que tener en cuenta que el nacimiento del Correo coincide con la época en que el ministro de Hacienda -ministro de desarrollo- López Ballesteros consigue una influencia en el Gobierno de Fernando VII.

Carnerero, sin embargo, no quiere perder el favor de ninguna de las tendencias que forman el Gobierno del Régimen. Da una de cal y otra de arena para contentar a todos los de la familia y no disgustar a nadie. Roca de Togores, lector y colaborador del periódico, nos dice que «no tenía temple para romper lanzas (aunque el tiempo lo permitiese), ni por el ministro Ballesteros, ni por Calomarde».314 El carácter del periódico lo resumen   —209→   unos versos de Bretón de los Herreros, redactor del periódico desde 1830, hasta 1833, año de su desaparición:


¿Dónde estás, que no te veo,
tiempo amable del Correo
literario y mercantil?
Sin disputas, sin rivales
su redacción prosperaba
y eso que vivía esclava
de censuras monacales.
No hay como escribir
bajo la sombra del solio
y ejercer el monopolio
de desbarrar y mentir.315






ArribaAbajo3. El «Duende» contra el «Correo»

El único rival del Correo Literario y Mercantil fue, por poco tiempo, el efímero Duende Satírico del Día. El cuarto cuaderno, aparecido el 27 de septiembre, está dedicado con el título de «Un periódico del día» a hacer una minuciosa reseña crítico-satírica de los veinte primeros números del nuevo periódico, del 14 de julio al 27 de agosto. Escoge algunos artículos sueltos y repasa las principales secciones del periódico: Teatros, Correspondencia, Misceláneas Críticas, Variedades. La verdad es que el Duende no se mete en demasiadas honduras. F. C. Tarr le acusa de mostrar un tono irritantemente protector, de aumentar faltas menudas y de escudriñar para sacar punta. Abusa del sarcasmo y de las personalidades.316 Parece claro que el joven Larra quiere mostrarse insolente contra un periódico que representa el orden establecido.

  —210→  

El Duende, en su crítica del Correo, insiste en detalles de corrección lingüística. Lo que tiene de correo es «por lo de prisa que se escribe y por el descuido de la lengua».317 Este descuido lo ve como una falta de celo en cuanto al orgullo nacional. Le reprocha, además, que está escrito sin gracia y, sobre todo, sin profundidad y que los temas carecen de interés. Empieza burlándose de su superficialidad: «Pero ¿qué tiene nuestro periódico? ¿Tiene algo por ventura?..., gritan los redactores de una parte a otra. Pues ése es su defecto, señores redactores, no tener nada». Larra continúa atacando con el procedimiento de la alabanza irónica318 utilizado ya contra «Guindilla» en el cuaderno anterior: «nadie mentiría más que yo si tratase de sostener que [el Correo] es inútil; muy por el contrario, porque a mí mismo me sucede que sólo los días que sale puedo conseguir dormir la siesta, que el calor antes y varias cavilaciones me robaban».319 Con el recurso satírico, reaparece el concepto de utilidad que también hemos observado en la réplica a «Guindilla». La alabanza irónica, ahora todavía empleada con poca agilidad, serán luego una de sus armas satíricas más agudas, y la preocupación por una literatura útil constituirá el eje del quehacer literario.

Aunque en los ataques a Carnerero y a su periódico, el Duende no se compromete con cuestiones sociales y políticas, deja traslucir una postura crítica hacia ciertos aspectos oficiales de la Historia de España: «Se lee con horror los procedimientos de los turcos para con los griegos. No nos acordamos de lo que nosotros, siendo cristianos, hemos hecho con los esclavos y con los americanos».320

  —211→  

Recuérdese que la independencia de los países de América era reciente.

Más que los detalles de la crítica interesa la idea general que la impulsa. Por extremado e injusto que a F. C. Tarr le parezca el método aquí empleado por el Duende, le reconoce una idea básica que luego animará los artículos de Fígaro: «El amor a la verdad, el odio a la ignorancia, a la superficialidad y a la impostura».321 Por lo tanto, en la base de la polémica se manifiesta una preocupación moral. Una preocupación moral con repercusiones sociales propias de la literatura. El Correo es una manifestación del sistema establecido. Todo es engaño y falsedad. La impostura total del Correo Literario y Mercantil consiste, según la sátira de Larra, en que no es ni correo, ni literario, ni mercantil. Refiriéndose a las obligaciones del periodista para con el público, expuestas en el primer número, el Duende acusa a Carnerero de decir una cosa y hacer otra.322 Le reprocha la falta de espíritu crítico necesario para educar al público. Sobre los artículos de teatros dice el Duende:

«Se conoce por el examen que hace de todos los dramas, que el señor Viejo Verde, como entiende él de mundo, no quiere reñir con nadie, ni con autores, ni con actores; yo creo que el decir, particularmente de estos últimos, muchos defectos que tienen, sería un paso dado hacia el buen gusto».

«Lo mismo sucede con respecto a las óperas, y el capítulo de las consideraciones hace callar faltas que debieran manifestarse para formar el gusto del público que está en panales, y perdóneseme esta expresión, y para que se corrigiesen los que los reconociesen como suyos».323



También le acusa de superchería al presentar la realidad   —212→   inmediata. Las descripciones sobre las costumbres y el aspecto de Madrid son falsas. Según el redactor del Correo, en un artículo de la sección Costumbres de Madrid, titulado «Fisonomía de esta villa»: «Considerada esta población desde cierto punto del Retiro, presenta un aspecto agradablemente raro: las elegantes cúpulas de los templos y los enhiestos remates de los campanarios forman un gracioso contraste con la oscuridad de las paredes y el desagradable aspecto de los tejados. El humo que continuamente sube de las chimeneas oscurece la vista de los edificios, que parecen rodeados de una espesa nube».324 El Duende, que nunca ha podido ver tanto humo desde el Retiro, acusa de plagio al Correo, de haber utilizado la descripción de alguna ciudad extranjera para ofrecer la fisonomía de Madrid: «Mucho me temo que este artículo haya venido de París, de Londres o de San Petersburgo, donde se quema leña y, sobre todo, carbón de piedra, donde la atmósfera es opaca, el aire denso, nebuloso, etc.; pero en Madrid [...]». En efecto, el Duende sabía muy bien que el artículo procedía de París. Por eso alaba con ironía: «El encargado de este artículo es un excelente fisonomista, y se le puede confiar cualquier retrato de entidad en que se busque la semejanza. No le hubiera sacado más parecido el mismo M., porque está hablando, y eso que se pinta solo para cosas de esta clase».325 Ningún editor del Duende Satírico del Día ha explicado a quién se refiere esta intencionada inicial M. El redactor del Correo y los lectores amigos de Larra no ignoraban que aludía a Mercier. Quien estaba hablando no era realmente el retrato por su parecido con el modelo, sino el autor del Tableau de Paris. El humo que aparece en el artículo «Fisonomía de esta   —213→   villa» está tomado del capítulo titulado «Physionomie de la grande Ville». Quizá al articulista del Correo le pareciera excesivo lo de «grande Ville» aplicado a Madrid y rebajó el título. Mercier presenta la visión de París desde las torres de Notre-Dame: «La fumée éternelle qui s’éleve de ces cheminées innombrables, dérobe à l’oeil le sommet pointu des clochers: on voit comme un nuage qui se forme au dessus de tant de maisons [...]».326 No quiso Larra presentar esta fehaciente prueba documental que aquí aportamos, prefiriendo el juego de implicaciones a que tan aficionado era. Al margen de lo puramente polémico la acusación de plagio hecha por el Duende Satírico nos presenta a Larra testigo de un proceso literario impulsado en gran medida por los periódicos de Carnerero -ahora en el Correo Literario y luego con mayor fortuna en las Cartas Españolas y en La Revista Española- y en el cual el mismo Larra ha de tomar parte: la adaptación de la técnica de Mercier y de Jouy -también saqueado por el Correo- a la literatura española, utilizando para observar las costumbres de Madrid el método que estos escritores franceses habían empleado para observar las de su patria.

El Duende concluye sus minuciosas críticas aconsejando con una suficiencia capaz de irritar al Correo: «En fin, señor editor, el Correo necesita una reforma; menos prisa, más corrección, más gracia, más profundidad y elección acertada de asuntos, y redactores que los sepan manejar, y nunca está mejor dispuesto a recibir estos elementos que ahora que no tiene ninguno».327

El inexperto Duende, al meterse con el resabiado Carnerero, había elegido un camino peligroso que iba a llevarle a mal fin. La reacción del Correo ante los ataques de Larra no se hizo esperar. Del 29 de septiembre al   —214→   15 de octubre le dedica una serie de artículos en seis de los ocho números comprendidos entre las fechas indicadas. El Duende constituye el asunto principal de cuatro de ellos. Los artículos de réplica ocupan la parte más destacada del periódico en los números 34, 35, 40 y 41. Los últimos se refieren también al Duende en la sección de misceláneas y en el número 36 se le dedica la fingida carta de un corresponsal. Los cuatro artículos principales mantienen una sucesión y el primero va firmado con las iniciales J. P., de Juan Peñalver, aunque contra quien iban, sobre todo, los ataques del Duende, eran contra Carnerero, «postillón principal del Correo», y a él es a quien replica en el cuaderno quinto. Larra -dice F. C. Tarr-328 da a entender que Carnerero no quiere dar la cara y utiliza el nombre de su compañero de redacción.

Tanto espacio dedicado a atacar al Duende era darle realmente importancia por más que intentara desacreditar la rebeldía del joven satírico presentándola como propia de un muchacho travieso: «Palmetas, palmetas, está pidiendo esta muchachada del Duende». A Carnerero le molesta, sobre todo, la osadía: «Pero lo que pide más que palmetas [...] es el tonillo dogmático y presuntuoso», y que el Duende dé «a entender que es el intérprete del público ilustrado», sus pretensiones de «patriotismo literario» (núm. 35). Y exclama con ironía: «¡Qué ingenio el de este mocito! ¡Qué bien pone la pluma el picarillo! ¡Viva el Quevedo de nuestros días!» (núm. 40), Carnerero insiste en la pedantería juvenil de Larra -a quien llama «aprendiz disfrazado de pedante» (número 35).

Los ataques del Correo van adquiriendo un tono más amenazador de número en número. En el último artículo   —215→   habla de «las desvergüenzas que se encuentran en cada uno de los renglones de este bicho literario». Esta subida de tono en los ataques hace ver que los consejos de discreción suministrados al Duende por el Correo esconden, en realidad, una amenaza de reducirlo al silencio. La posdata con que concluye Carnerero es bien clara: «¡Es de desear que nuestra lección aproveche al Duende! Se conoce que es mozo aún y, por lo tanto, si se deja con tiempo de muchachadas, todavía puede que con algunos años de estudio y de experiencia de mundo llegue a estar en el caso de escribir para el público... ¡Pero cuenta, repetimos, con las recaídas...! El juicioso lector ya nos entiende: ¡Permita Dios que nos entienda el Duende!» (núm. 41).




ArribaAbajo4. Última salida del «Duende»

El Duende, ni aprendió la lección ni se dejó intimidar. Aunque después del último ataque del Correo, el 15 de octubre, pasaron dos meses sin que el Duende volviera a chistar, no se conforma en dejar sin réplica a Carnerero. La tardanza debemos de atribuirla a las dificultades económicas con que tropezaba Larra para sacar adelante su publicación.

A finales de diciembre volvió a la liza con otro larguísimo artículo titulado «Donde las dan las toman», bien pertrechado con intencionados epígrafes en verso, de Quevedo y de la Epístola a los Pisones, estos últimos seguidos de la correspondiente traducción de Iriarte.329   —216→   Citas del fabulista aparecen en el texto del artículo y se acumulan al final.330

¿Qué significa tanto Iriarte del principio al final del cuaderno? No parece otra cosa que la referencia al autor de quien ha tomado el título y la estructura dialogada de la polémica. Con un procedimiento alusivo, sin decirlo claramente, el Duende Satírico quería pagarle a Iriarte la deuda contraída con él al servirse de su «diálogo jocoso-serio», publicado, con el mismo título de «Donde las dan las toman», para replicar polémicamente a las críticas con que López de Sedano había impugnado su traducción del Arte poética de Horacio.331 De dicha traducción se había servido el Duende en uno de los epígrafes de su propio «Donde las dan las toman».

El cuaderno quinto del Duende Satírico del Día, dedicado por entero a la polémica con el Correo Literario y Mercantil, resulta implícitamente un homenaje a Tomás de Iriarte y un reconocimiento de su magisterio. Aunque el contenido del «Donde las dan las toman» de Larra y el de Iriarte sea diferente y no haya aquí una dependencia textual como la que hemos observado en el artículo sobre «Las corridas de toros» con respecto a la Carta histórica de Nicolás F. de Moratín, el procedimiento de referencia utilizado por el Duende es el mismo en ambos   —217→   casos. Consiste en reproducir al principio y al final del artículo, textos explícitamente citados de obras de un autor, mientras que la obra de ese mismo autor sobre la cual está basada la inspiración libresca del artículo se deja a la adivinación de los lectores.

La referencia a la polémica de Tomás de Iriarte con López Sedano -polémica literaria típica del abundantísimo repertorio dieciochesco- nos proporciona más luz para ver los cimientos sobre los cuales se levanta originariamente la obra literaria de Larra. Si al leer los dos artículos escritos contra el Correo se puede percibir, sin tener que profundizar demasiado, el aire característico de la tradición satírico-polémica reciente, enraizada en el siglo XVIII, al descubrir el hecho de que el Duende tuvo en cuenta, como inspiración libresca del segundo artículo, una polémica determinada de dicho siglo, podemos ofrecer una muestra más del campo en el cual germina la producción temprana de nuestro autor, representada todavía con poca madurez por El Duende Satírico del Día. Con ello alcanza sentido el estudio de las fuentes, por encima del simple dato de erudición.

El artículo que publica Larra para contestar los cinco del Correo es un «diálogo jocoso-serio» como la réplica de Iriarte del mismo título. Los dos interlocutores que discuten con el traductor de Horacio se concentran ahora en uno que dialoga con el Duende, lo cual le proporciona al autor la posibilidad de desdoblar su personalidad en dos seudónimos, pues el interlocutor del Duende se llama don Ramón Arriala, anagrama de Mario Larra, utilizado luego varias veces para firmar adaptaciones teatrales de obras francesas. Era un buen medio para suscitar el doble juego de perspectivas irónico-satíricas, entrecruzadas con mayor agilidad de lo que permitía la técnica epistolar. Pero la inexperiencia vuelve aquí a   —218→   desvirtuar las buenas intuiciones, haciendo el diálogo premioso y aburrido.

A Larra le halagaba, sin duda, toda la atención dedicada por el Correo para replicar a sus ataques. Cuando el Duende se hace el ignorante sobre ello, su doble, Ramón Arriala, le dice revelando satisfacción: «Usted se chancea. Será que cuando todo el mundo no habla de otra cosa en Madrid, sino del Duende, él solo esté ignorante...». Y poco después añade: «El Duende ha sido un sinapismo que ha levantado ampollas que todavía escuecen, y no sólo no han podido disimularlo despreciándole, sino que después de emplear diez o doce columnas acerca del Duende, todavía intentan estar empezando y...».

Larra emplea por primera vez el recurso irónico del «no lo creo», utilizado luego por Fígaro. El Duende se resiste a creer lo que le cuenta Arriala: «Repito, señor don Ramón, que si usted no se modera concluiremos nuestra conversación; no quiero oír hablar mal del tal periódico; he probado sus ventajas, ha hecho un favor notable a mi salud, volviéndome el sueño, y, sobre todo, no creo cuanto usted dice».332

En realidad, a quien no cree el Duende es al Correo. A lo largo de toda la disputa creemos percibir una actitud moral por parte de Larra muy característica de la trayectoria que ha de seguir la obra cuya génesis estamos observando en estos cinco cuadernos. La acusación más grave que a nuestro modo de ver hace Larra a Carnerero es la falsedad fundamental de su periódico. Falsedad que se manifiesta no sólo en la discordancia de la práctica periodística con las buenas palabras programáticas, no sólo en que «haya olvidado tan pronto las leyes que él mismo se ha impuesto», sino también en lo que hoy llamaríamos «escapismo» ante los acuciantes   —219→   problemas de la realidad más inmediata tanto en el aspecto literario como en el mercantil, que eran los que por el título parecían ser propios del periódico. Larra reprocha al Correo que se dedique a hablar de temas como «las barbas de Abbas Mirza, que nunca veremos probablemente por acá; el humo y las cigüeñas de la corte; la conversación de un marido con su mujer; la disección de la cabeza de un petimetre y el corazón de una coqueta; el perrito de Cupido; los paraguas; artículos del doctor Berenjena, etc., etc., etc. ¡Qué cúmulo de literatura!».333 Además de las barbas del moro, de las que ya se había reído el Duende en el cuaderno anterior, nos presenta aquí un repertorio de temas costumbristas tratados por el Correo, muy distantes por su superficialidad de la orientación responsable a que aspiraba el Duende Satírico del Día. Pero lo peor no era la superficialidad, sino la falsedad de la descripción, como ya había indicado en el cuarto moderno al referirse a esas mismas cigüeñas y a ese mismo humo de Madrid a que ahora vuelve a aludir. No cabe duda de que el Duende le daba importancia a esto, pues insiste machaconamente: «Pues y ¿qué diré de las misceláneas críticas, aquellas ollas podridas, y aquel jumillo que está soltando siempre Madrid, que se pierde de vista, y del atronar los oídos el canto de las cigüeñas, que es cosa de no entenderse, y parece el tal Madrid una liorna, que no hay quien pare en él cuando el Correo nos envía estos animalitos desde cierto punto del Retiro, que viene a ser el observatorio del periódico, desde donde se ven gratis una porción de cosas que no hay».334

Frente a una literatura de esta especie, el Duende expone la necesidad de una actitud crítica empeñada con   —220→   la realidad. Para Larra la utilidad de la literatura se manifiesta en la capacidad de exponer críticamente los problemas de su tiempo y de su país. Frente al repertorio de temas superficiales tratados por el periódico y enumerados por el Duende, Larra propone otro repertorio de temas importantes, literarios y mercantiles, desdeñados en la redacción del Correo. El enunciado de estos asuntos nos descubre algunas de las deficiencias que a Larra le preocupaban en la España de su tiempo. Veamos algunas muestras empezando por los problemas de la educación, preocupación constante a lo largo de su obra:

«¿No pudiera haber hablado El Correo, en lugar de sus fruslerías insípidas, de la educación literaria española, tan descuidada, en que no se observa generalmente ningún método, sino muchos errores, como son enseñar las lenguas muertas y extranjeras antes que la propia, no enseñar ésta nunca, lo que vemos muy a menudo; aprenderlo todo en latín, cosa muy útil para no aprender nada, perder doble tiempo y estropear el latín, descuidando el castellano, etc.; de los libros que debieran escogerse, para enseñanza de la juventud, con preferencia a los demás; de cien mil cosas que pertenecen a este ramo, como son establecimientos públicos, seminarios, colegios, etc.».



La crítica de la estructura social desde los tiempos de Carlos III había despertado un gran interés por la economía política que ahora aparece entre las preocupaciones de Larra cuando empieza a asomarse a la realidad de su época. Por ello escribe criticando al Correo:

«En lugar de hablar de las fruslerías que se han citado las varias veces que se ha hablado de la Exposición, ¿por qué el Correo no ha aprovechado la ocasión para hablar de los productos que se han reunido en ella? Lo que se quiere en la parte mercantil es comercio; cuáles son las causas que influyen en su decadencia y prosperidad, cuál   —221→   es el estado de nuestra industria en todos los ramos, cuáles son los obstáculos para su prosperidad y los medios para removerlos, en qué estriba este comercio actual, exánime y moribundo; cómo podía dársele nueva vida, etc.».335



Escribiendo esto, Larra debía de tener presente sus lecturas de obras relacionadas con temas económico-políticos que tanto interés habían despertado entre los reformadores ilustrados. En todo caso sabemos que cuando escribía el Pobrecito Hablador había leído los Apuntes sobre el bien y el mal de España, de Miguel Antonio de la Gándara, abate economista de mediados del siglo XVIII.336

Al leer todo el temario propuesto por el Duende, quizá con ingenua pedantería y con un tono algo redicho, observamos una preocupación típica por reformas y progreso que va desde cuestiones económicas («Si el comercio depende de la circulación de la moneda», por ejemplo), hasta asuntos municipales como «la utilidad de acarrear a Madrid las aguas del Jarama».

Ante el atraso de la industria y el comercio de España, los adelantos del extranjero aparecen como un estímulo. El Duende propone que se examine «a qué se debe la industria acabada de algunos artículos del extranjero, para poder seguir sus huellas y elevarnos a la misma altura». La aplicación general de esta cuestión respecto al conjunto de la vida del país, podríamos considerarla como planteamiento de lo que preocupaba a muchos españoles, como al Duende Satírico, desde la época de la Ilustración, cuando por primera vez se siente la necesidad de encauzar la historia moderna de España en la dirección marcada por otros países.