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ArribaAbajoConclusión

No vamos a adentrarnos en el Pobrecito Hablador. Si nos hemos acercado a esta segunda revista de Larra ha sido para exponer cómo reanuda la empresa iniciada en el Duende Satírico del Día, objeto principal de nuestra atención. Ya advertimos en la introducción que íbamos a quedarnos en los umbrales de la obra de Larra. En ellos hemos intentado hacer ver cómo Larra se hace literato. Al comienzo de su trayectoria literaria, los primeros escritos nos han revelado el arraigo de la obra y la iniciación del escritor en procedimientos expresivos mediante los cuales configura literariamente su visión de la realidad. Visión propia de la realidad colectiva que resulta del inconformismo y de la insatisfacción existencial del escritor ante las circunstancias políticas y sociales con que se enfrenta. El proceso de iniciación literaria de Larra expresa este enfrentamiento que, como hemos dicho en otra ocasión, no es la típica desilusión idealista del romántico, la rebelión de la intimidad en busca de un ideal inalcanzable y desconocido, sino que nace de la voluntad literaria de expresar el desacuerdo con la España en que el autor vive inmerso, con sus deficiencias y sus raíces históricas. La sátira entraña el anhelo de cambiar el sistema y de mejorar la   —282→   realidad en torno, según un concepto del hombre y de la sociedad definido históricamente por el pensamiento liberal y las aspiraciones de la revolución burguesa.420 Hemos visto iniciarse la obra de Larra dentro de una coyuntura histórica en que la mentalidad burguesa y liberal va imponiéndose inevitablemente contra los obstáculos que se oponen a su desarrollo.

Larra se hace literato ajustando los recursos expresivos de su talento literario a las posibilidades determinadas por las circunstancias del momento. De ahí que para juzgar los límites y el alcance de este proceso inicial de su obra haya que considerarlo en relación sustancial con la situación en que se origina. El Duende, en esta situación, terminó de mala manera, pero su fracaso resultó fecundo en el camino de su autor. Fue su primera salida. Podemos considerarlo como una obra de aprendizaje en cuanto que la experiencia adquirida escribiéndolo -y publicándolo- en plena ominosa década sustenta la continuidad con la obra posterior, de periodismo militante, al final de la década y al principio del régimen liberal. Por encima de odas y sátiras neoclásicas, y a pesar de los obstáculos, era ésta la literatura que los tiempos requerían.

Por todo ello, y como resultado, creemos que para comprender la obra de Larra en su conjunto, la primera serie de artículos, no incluida por su autor en la colección de sus obras, se nos manifiesta ahora con una significación mucho mayor de la que habíamos percibido en nuestra primera experiencia de lectores. Hemos ido concibiendo el libro a medida que nos íbamos dando cuenta de ello y al terminar de escribirlo nos parece como si fuera el resultado de la sorpresa implicada en éste darnos cuenta.

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En el corto trayecto que nos hemos fijado para nuestro recorrido nos hemos detenido con atención en ciertos puntos mirando atrás en los orígenes y con la intención puesta adelante, en la trayectoria cumplida de nuestro escritor. Al revelar ciertas inspiraciones literarias no hemos querido ir tras el mero dato de la fuente ni nos hemos preocupado mucho de la originalidad. El genio de Larra -ya se sabe- es crítico y no creador. Los temas de sus artículos están considerados en función de una motivación originaria que consiste en hilvanar en forma de discurso las ideas del autor: «Emitir nuestras ideas tales cuales se nos ocurran, o las de otros tales cuales las encontremos para divertir al público, en folletos sueltos de poco volumen y de menos precio, éste es nuestro objeto».421 Según esto, la estructura de los artículos responde a un deseo de discurrir libremente en poco espacio con una unidad intencional. El carácter de aquellas publicaciones que venían apareciendo desde el siglo anterior permitía una capacidad miscelánea para tratar de esto y aquello en un mismo número o a lo largo de la serie. El procedimiento era lo suficientemente flexible para plasmar el objeto que Larra se había propuesto alcanzar en la trayectoria iniciada por el Duende Satírico y continuada por el Pobrecito Hablador: la exposición de sus propias opiniones y las ajenas según se le fueran ocurriendo o las fuera adoptando. Para hilvanar sus propias opiniones utiliza hilos que encuentra en sus lecturas: «Habrá artículos -advierte- que sean una capa ajena con embozos nuevos».422 A lo largo de su obra la inspiración libresca le sirve de apoyo: artículos de Jouy, una sátira de Boileau, otra de Horacio, textos de Cervantes y de Quevedo le ofrecen el cañamazo. Expresa   —284→   lo que necesita decir, lo que no puede callar, elaborando materiales literarios previos. Esta inspiración libresca aparece menos elaborada y más profusa en el primerizo Duende. Quizá porque su inexperiencia de escritor necesitara más andaderas en aquellas circunstancias, tan difíciles para la libre expresión de las ideas. Pero estas andaderas -estas fuentes- no deben hacernos olvidar lo que ellas sustentan: el empeño literario con que el autor trata de expresarse a sí mismo intentando configurar literariamente su interpretación crítica de la realidad colectiva.

Además de dar a conocer algunos aspectos hasta ahora desconocidos o poco atendidos por la crítica, hemos tratado de mostrar cómo la corriente cultural de la España Ilustrada y de sus continuadores, los liberales de comienzos del XIX, especificada literariamente, contribuye a la gestación de la obra de Larra. Su primera serie de artículos expresa su insatisfacción ante las circunstancias del momento, pero nacen vinculados a una herencia literaria. Ya no cabe duda de que España tuvo su siglo XVIII y de lo que esto representa en los orígenes de la España moderna. También tuvimos una literatura dieciochesca que todavía no se ha valorado como merece, sobre todo en el esfuerzo que representa para la formación de la crítica y el ensayo modernos. Esta mentalidad renovadora de la Ilustración no quedó como un paréntesis entre el Siglo de Oro y el Romanticismo, sin consecuencias en el desarrollo de la literatura posterior. Sus aportaciones quedaron como adquisiciones definitivas de las generaciones siguientes, señalando los orígenes literarios de la España moderna. La génesis de la obra de Larra es una prueba de ello. Larra se siente   —285→   vinculado a los que él considerara «los padres de nuestra regeneración literaria».423

Pero las nuevas circunstancias históricas del siglo XIX plantean nuevos problemas y requieren nuevas soluciones. El liberalismo y el romanticismo exigen actitudes políticas y expresiones literarias a la altura de las nuevas circunstancias. En esta coyuntura se desarrolla la obra de Larra. En los orígenes de su trayectoria literaria hemos estudiado El Duende Satírico del Día situado en el paso del antiguo al nuevo régimen.



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ArribaAbajoApéndice


ArribaAbajoArtículos del Correo Literario y Mercantil en la polémica con el Duende Satírico del Día


ArribaAbajoPlaza de toros

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Ahora, señor público, no vamos a entrar aquí en pormenores históricos y filosóficos acerca de este género de espectáculo que tanto ha llamado en todos los tiempos la atención de nacionales y extranjeros. Los españoles estamos hartos de ver que los que vienen de otros países a visitarnos, a pesar de las prevenciones con que llegan en contra de las funciones de toros, son los primeros a asistir a ellas, estando muy de acuerdo, por lo menos, en que su aparato preliminar, circo en que se celebran, y concurrencia extraordinaria, son cosas que ofrecen un espectáculo magnífico, que en ninguna otra nación se encuentra y que no pueden menos de empeñar vivamente el interés de cuantos a él concurren. Así, pues, no entremos en examinar si las corridas de toros deben   —288→   su origen a los moros, ni si los de Toledo, Córdoba y Sevilla fueron los primeros que lidiaron en público; ni cómo los españoles, sucesores de Pelayo, adoptaron esta clase de función; ni si el primer español que alanceó un toro fue o no el famoso héroe Rodrigo Díaz de Vivar; ni hablemos de las fiestas públicas de Alfonso VI; ni de las que menciona el licenciado Francisco de Cepeda, celebradas en el año de 1010; ni nos detengamos tampoco en las corridas que según nuestras crónicas hubo cuando se casó Alfonso VII en Saldaña con doña Berenguela la Chica, hija del Conde de Barcelona; y pasemos también por alto las que se celebraron cuando Alfonso VIII casó a su hija doña Urraca con el rey D. García de Navarra; dejando asimismo para otra ocasión, si fuese necesario, referir cómo nuestra nobleza llegó a entregarse a esta clase de diversión, y cómo sus individuos, movidos por la fama de algunos valientes moros, trataron de competir con Muza, con Gazul, con Maligue-Alabez y otros granadinos que se distinguieron en estas lides.

En esta nomenclatura histórica y erudito-toresca habría mucho que decir y aun algo referiremos al dar cuenta de un folleto publicado no hace mucho tiempo, en que se toca la materia con bastante profusión. Ahora cortemos el preámbulo, y bástenos conocer que la afición a los toros ha vuelto a despertarse, gracias a los esfuerzos y a la inteligencia de la empresa. La idea de las medias corridas es tan acertada, que de fijo puede calcularse que la entrada es segura; y así es que los lunes, desde las tres de la tarde, es numeroso el gentío que se ve transitar hacia la plaza: los calesines, las tartanas, los coches de colleras se cruzan con rapidez para multiplicar sus viajes, hasta que ya, casi a la hora crítica, los equipajes elegantes, landós, carretelas y cabriolés anuncian que son las cinco, y que todo el mundo va...; ¡a los toros!, ¡a los toros!

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Digamos, pues, algo de los de antes de ayer, presentando a nuestros lectores una breve descripción de la corrida.

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Correo Literario y Mercantil, número 2, 16 de julio de 1828




ArribaAbajoEl Duende satírico del día: le publica de su parte Mariano José de Larra: cuaderno 4.º Madrid setiembre de 1828. Véndese en la librería de Sanz y otras a tres reales: papel de 20 hojas en 8.º

Este papelejo está destinado a hacer grandes esfuerzos para probar que el Correo Literario y Mercantil es lo peor que se ha escrito de todo lo que se ha publicado desde la fundación de Madrid hasta el nacimiento del Duende; y para ello emplea con mucho arte aquella ironía y aquel gracejo, que son a la manera de las especias que suplen la falta de sustancia. Manifiesta muy largamente el efecto que le causa su lectura, y es provocarle el sueño, procurando exponer de un modo nuevo esta idea tan añeja, y dilatándose tanto que se conoce que cuando escribía lo hacía entre sueños.

El lector verá con gusto (pág. 8) un dicho de Piron, que es bastante viejo; y si antes no lo había oído o leído le divertirá, aunque en sí no se sabe bien si viene o no al caso. Al mismo tiempo notará el lector la burla que hace el Duende, porque tiene prólogo el Correo, pareciéndole impropio que llevase delante un postillón. Hace el honor al Correo de ser el primer periódico que haya tenido prólogo; lo cual ha parecido al Duende digna materia para su objeto. Con todo, hacemos memoria de haber visto periódicos con prólogo en español;   —290→   y si no fuera porque la cosa en sí es tan grave, le haríamos presente algunos periódicos extranjeros, y entre ellos la Revista enciclopédica con más de un prólogo.

Pasará el lector más adelante, y verá la diligencia del Duende en recoger faltas y defectos como el que cita del Correo de haber hablado del cometa unos días después de la Gaceta, así como de haber puesto un artículo de medicina de que otros habían hablado; en todo lo cual tiene tanta razón, que debiera extender su crítica a todos los periódicos de Europa, Asia y América.

Verá luego el lector (pág. 10) la gracia con que se burla del artículo que se insertó en el Correo, según dice el Duende, sobre haber este año en la exposición pública de la industria otras cosas que el pasado. Es de alabar la destreza con que el Duende ha mudado el sentido del artículo para poder divertirse con sus chanzas. El sentido del artículo era que viesen los que parecían ciegos, y oyesen los que parecían sordos: el asunto pedía repeticiones para que lo entendiesen muchos que creían, y aún creen, que la exposición pública de este año era la misma cosa que la del anterior. Este error cundió mucho, y aún dura el no entender lo que es una exposición pública de los productos de la industria; y para desvanecer esta idea era preciso usar de aquel estilo, que no es cosa nueva, y de eso que al Duende le parece pesadez. En las mismas razones está fundado aquel cuidado que es al anochecer, en que repara (página 14), y debió repararlo, porque los Duendes no tienen obligación de imponerse en ciertas circunstancias, como lo ha probado el Sr. Larra, comisionado por el Duende en los versos que hizo a la exposición pública, en los cuales por no entender las materias de que hablaba ha dicho cosas muy raras. Conque así más vale callar, y tener presente aquello de

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Y el vulgo dice bien que es desatino
el que tiene de vidrio su tejado
andar apedreando al del vecino.



Más adelante, en la misma página, reprende magistralmente el Duende al Correo, porque dice el amor de la patria en lugar de el amor a la patria: verdad es que son dos locuciones diferentes, aunque por ahora no pueda darse la razón al Duende, ni es cosa de gastar tiempo en explicarlo. Tomaremos esta lección por el amor de Dios, por el amor de Jesús y por un santo temor de Dios: locuciones todas del castellano castizo.

También verá el lector la elegancia con que el Duende explica la significación de la palabra genio; y esto es tanto más de agradecer cuanto no venía al caso. Bueno es, sin embargo, que sepa el lector que, según el Duende, la palabra ingenio se aplica a las cosas mecánicas, y nunca a las ciencias ni a los objetos grandes, pues esto toca al genio, según el Duende; de manera que los ingenios de otro tiempo no eran más que unos zapateros de viejo, y en España no debe de haber habido quien se dedicase a las ciencias y a los objetos grandes, como tinajas, etc., porque la palabra genio en el sentido del Duende no se ha conocido en castellano, sino en el del refrán que dice: mal genio y buen corazón, y en el sentido mitológico. Sin duda los latinos y los españoles se contentaron con tener ingenios; lo que debió de ser cosa muy apreciada en lo antiguo, pues un poeta dijo: Ingenium quondam fuerat pretiosius auro. La época de los genios en castellano empieza con el Duende.

Con esto llegamos a dar noticia de esta producción selecta hasta la página 14, sin hacer mención de la alusión satírica y poco oportuna que se hace en la página 12, donde dice de rodilla en rodilla. Otro día continuaremos   —292→   el extracto de esta insigne obra para noticia del público, a quien aseguramos que su lectura no le hará daño ni provecho. No es poca satisfacción la de tratar de tontos y necios a unos periodistas, lo cual no está prohibido por las leyes; y en cuanto si repugna algo a la urbanidad, toca esto a la ciencia política de cada uno. En rigor no debe faltarse a ella en ningún caso; y si alguna vez por descuido o por efecto de la debilidad humana lo hiciésemos, no dejaremos de reconocer que es una falta mayor que decir que S. A. o S. M. quedó muy complacida en lugar de complacido (pág. 10), cosa que es tan sabida que sólo puede atribuirse a error de copia; pero error digno del objeto del Duende.

Aquí pensábamos concluir por hoy, cuando nos ocurrió dar un salto a la página 23, y no tuvimos reparo en hacerlo, fundados en que los correos y los poetas tienen facultad para dar saltos, que así se traduce el quid libet audendi. El caso es que el Duende dice allí que no entiende lo que significa o lo que quiere decir la carta de Dominguito. Sin embargo, está bien claro que su objeto es disipar los temores de la escasez de agua. Este punto merece más atención de lo que ha creído el Duende, quien no lleva más objeto que desacreditar al Correo para bien suyo y del público, según dice, por lo que no debía ni podía tal vez entenderlo bien.

En este verano más que otros se hizo moda el ponderar la escasez de agua. El hecho es que en el verano se gasta más agua que en el invierno, y que todos los veranos sucede lo mismo que ha sucedido en éste, sin que por eso se pueda decir que en diciembre trajesen los viajes más agua que traían en julio. Sea como fuere, pareció muy útil disipar el temor de la falta de agua, porque el Duende debe saber que un terror pánico de esta especie pudiera tener consecuencias funestas.   —293→   Ya un día se vieron, y si la imprudencia o la ligereza hubiera seguido fomentando esta idea, pudieran haberse ocasionado los males de la escasez real. Había agua, y las voces de escasez eran las que podían afligir y convenía disipar. Digan los Duendes si lo entienden ahora, y busquen con su genio otros motivos de censurar el periódico. Había y hay agua por efecto del constante cuidado y de los grandes gastos con que en todos tiempos ha atendido este punto el Ayuntamiento de Madrid. No por eso dejaría de ser bueno, útil y necesario (no se ponen por sinónimas estas palabras como creen los duendes) que Madrid tuviese aguas más abundantes; y puede decirse que aun cuando las obras para traerlas del Jarama o de otra parte costasen 300 millones, deberían gastarse, y la utilidad sería siempre proporcionada, sin detenerse en cálculos mezquinos de si el capital producirá tal interés. En ciertos casos el interés pecuniario directo importa poco respecto al que se produce indirectamente por muchos títulos.

Concluyamos de esta vez. Algún escrúpulo nos queda acerca de esto de tratar con duendes, y en especial con éste que parece de casta nueva. «A estos duendes, dice un autor español, en Castilla los llaman trasgos, en Cataluña folletos, que quiere decir espíritus locos; y en Italia farfareli; y en las partes septentrionales los llaman fantasmas, según Olao Magno... estos duendes se sienten en las casas, nunca hacen mal a nadie; siéntese su ruido sin percibirse de ordinario el autor de él; quitan y ponen platos, juegan a los bolos, tiran chinitas, se aficionan a los niños más que a los grandes, y especialmente se hallan duendes que se aficionan a los caballos. En Milán es esto cosa muy sabida y experimentada; y un capitán me certificó a mí que en solo su compañía había tres que cuidaban de tres caballos, y que el suyo tenía un duende muy su apasionado,   —294→   que le hacía las clines, le echaba de comer, y cuidaba mucho de su regalo y adorno, etc.».

En vista de esto y de otras muchas cosas que refiere y prueba el autor del Ente dilucidado, no sabemos qué pensar de este Duende, y acaso no debiéramos habernos metido a dar noticia de su obra. Mas al fin esto le servirá para tirar chinitas o hacer otra travesurilla, en tanto que en otros artículos continuaremos presentando el extracto de estas y de otras insignes producciones suyas.

J. P.

El Correo Literario y Mercantil, núm. 34, 29 de setiembre de 1828




ArribaAbajoLe ton fait la chanson. Traducción libre. Al son que me tocan bailo

Hace unos cuantos días que se ve en las esquinas de las calles un gran cartelón, que anuncia un examen crítico del Correo Literario y Mercantil. Pero como entre leer el anuncio y acudir a comprar el folleto hay una gran distancia, no me parece fuera de la caridad cristiana el hacer de modo que su pobre autor despache algunos ejemplares más, siquiera porque no quede empeñado con su librero, y pierda del todo el fruto de su trabajo.

Por lo mismo, y aunque ya en el número anterior se ha hablado de esta ridícula producción, nos cruzaremos hoy de palabras con el criticuelo; no precisamente para responder a sus cargos (pues a ninguno acompañan   —295→   las pruebas), sino para divertir al público, acordándonos cómo es justo y debido de que

Les sots sont ici bas pour nos menus plaisirs

Es, pues, el caso que el papelucho en que se trata de pulverizar a nuestro periódico se presenta como cuarto cuaderno de otros tres papeluchos que en otros tiempos salieron a luz con el título de Duende Satírico del Día; cuyos papeluchos ha publicado de parte del dicho Duende el caballero Mariano José de Larra, sujeto no muy notable a la verdad en el mundo literario, pero que en fin ha tenido el gusto de hacerse conocer por una malísima oda a la exposición de la industria española, y por los varios desatinos con que ha embadurnado las páginas de su malhadado Duende. Este Duendecillo en su último cuaderno se permite a fuer de gracioso todo género de insultos contra el Correo Literario y sus redactores; cosa que no nos causa maravilla, porque creemos que en esto de buena crianza los duendes deben estar algo atrasados, así como no deben tener necesidad de probar nada de lo que dicen cuando llaman a los demás necios y malísimas a sus producciones. Yo hasta ahora había creído que cuando se quiere refutar algo, lo primero debe ser entenderlo, y lo segundo, probar lo que se dice; pero está visto que en el país de los duendes las cosas se arreglan de otro modo; y por lo mismo, no queriendo meterme a reformador, dejaré al señor Larra que critique a lo Duende, y acordándome de que soy periodista no dejaré por mi parte de comunicar al público algunas observacioncillas sueltas acerca de la lógica, buen estilo, oportunísimas gracias y demás lindezas que encuentro en la obrilla que me ha caído en las manos.

El Duende cree triunfar sin haber vencido. Todos los enemiguillos del Correo se solazan y apiñan para exclamar   —296→   en coro: ¡Bene, bene respondere! ¡Viva el crítico que necesitábamos para dar lecciones! ¡De ésta sí que el Correo no se levanta! Ahora sí que sus redactores han quedado para siempre en el atolladero.

¿Quién no ha de reír de estas baladronadas y de la jactancia bufona de nuestro maestro el Duende? Confesamos que nos ha divertido esta mascarada de un aprendiz disfrazado en pedante: lo que hay es que el juego no puede durar mucho. Vamos a soplar sobre el castillo de naipes del señor Larra, y a dejar caer sobre la cabeza del Duende pigmeo la endeble escala que había arrimado al edificio de nuestro periódico con el objeto de escaldarle.

Y para esto puede darnos abundantísima materia cualquiera de sus cuatro folletos. Todos están sobre nuestra mesa reclamando pronta y debida análisis; pero ¡ya era obra si tal emprendiésemos!, y luego ¿para qué? ¿El Duende nos critica por ventura fundándose en razones? ¿No lo ve vmd., señor público, brincar y hacer pinitos de imprenta en imprenta, haciendo rechinar las prensas de don José del Collado en su primer número; en el segundo de don Norberto Llorenci; de Repullés en el tercero, y de Amarita en el cuarto? Pues esta misma movilidad, este mismo desasosiego, esta misma malandanza del Duende en pringar imprentas, la tiene en sus réplicas y argumentos. Cada pincelada suya es un error: cada reparo una simpleza; cada chiste una desvergüenza. Lo muy singular es que el Duende da a entender que es el intérprete del público ilustrado. ¡Válate Dios por Duende!... ¿El público ilustrado cómo ha de haberle dado sus poderes? ¿Entre el público ilustrado y el duendecillo existe por acaso la menor analogía?

No obstante, como no nos tendría cuenta parecernos al Duende en esto de no dar razones: una cosa es chancearnos   —297→   un poco, y otra será probar con buenos y sólidos argumentos que este Duende habla de lo que no sabe, y da tantas pifias como palabras imprime.

No escojamos y abramos cualquier número, seguros de hallar lo que se busca.

Cuaderno 2.º, pág. 7. ¿De qué trata el Duende? Veamos: Pues es de hacer la crítica del drama que se ha representado con el título de Treinta años o La vida de un jugador. Éste a primera vista es un buen pensamiento; porque en efecto la obra en cuestión además de pertenecer a un género bastardo, puede con la gran boga que ha adquirido contribuir a la corrupción del gusto. Pero el Duende apunta y no acierta; pues son tales los errores y absurdos que acumula para criticar lo que sabría combatir un cursante del aula de poética; son tantos los lugares comunes que emplea, y tan triviales y vacías sus observaciones, que pudiera haberse ahorrado la molestia de emplear sólo para explicarnos el argumento de dicha pieza 17 páginas mortales, que van desde el 15 hasta el 31; que es decir, que con la simple narración del citado argumento ocupa la mitad casi de su folleto, método por cierto muy cómodo de llenar papel sin decir nada y de engañar al público. Bien es verdad que Stultus labor est ineptiarum. Por si el Duende, a pesar de la multitud de textos y epígrafes que nos endosa en diferentes lenguas, tuviese necesidad de que se le explique esta frase de Marcial, le diremos que hace alusión a la propiedad que suelen tener los tontos de fatigarse mucho para decir cosas inútiles.

Así es que cualquiera sin ser duende sabe y conoce que la acción del Jugador es de suyo extravagante; que no está escrita según las reglas; que es inverosímil que de acto a acto se pasen quince años, y que seguramente dicha producción no está medida con el compás del   —298→   Misántropo y de la Mojigata. Pero también saben todos que venírsenos con un impreso de 40 páginas sólo para decirnos esto y nada más, y eso peor dicho y peor raciocinado que pudiera hacerlo un estudiantillo, es sobrada pedantería; a no ser que el Duende crea que todo el mundo carece de sentido común, y ha menester de que él le ilustre y esclarezca. Palmetas, palmetas está pidiendo esta muchachada del Duende.

Pero lo que pide más que palmetas, y no es bajo ningún título excusable, es el tonillo dogmático y presuntuoso con que el caballero Larra, o sea el Duende (soi disant satírico) se vale de esta circunstancia para lanzar invectivas y decir necedades contra el teatro francés. ¡Diablillo es mi hombre en esto de raciocinio y lógica! Basta que el Jugador se haya escrito y representado en París para que este sabio de nuevo cuño hable de la escena francesa con el mayor desprecio; y aun, si mal no he leído, trae el asunto arrastrado por los cabellos para pegar también su embestida a la ópera, pues sin saber por qué ni para qué concluye su artículo diciendo que también los españoles sabemos bostezar en la pesada y tosca música de las óperas, con que, a pesar de Euterpe, nos empeñamos en ensordecer los tímpanos mejor enseñados.

Pero no nos metamos en asuntos de óperas con el Duende. Harta y sobrada hilaza descubre en los demás puntos; y a fe que si hubiésemos de irle contestando a todos habría abundante materia para escribir un tomo en folio. No salgamos, pues, de lo del teatro francés.

¿Qué tiene que ver, pobre Duendecillo, el teatro francés con los teatros en donde en París se ejecutan todos los dramas y piezas del género de la del Jugador? Si el Duende, porque estos dramas están escritos en francés, y porque se representan en francés, llama teatro francés el lugar en donde se representan, habrá dicho   —299→   una verdad de Pero Grullo; pero es preciso que el Duende antes de hablar sepa lo que dice, y que aprenda que en París no es en el teatro francés en donde se representan estos comediotes, porque en el llamado teatro francés, que está en la calle de Richelieu, contiguo al Palacio Real, que es el teatro del buen gusto, en donde han brillado y brillan las primeras obras de la literatura dramática francesa; en donde Corneille y Racine, y Molière y Regnard, tienen su asiento, y en donde tanto se ha distinguido Talma, mademoiselle Mars y otros artistas eminentes...; en el teatro francés (digo) no se ejecuta el Jugador de monsieur Ducange, ni drama alguno de este jaez. Sepa también este ignaro Duende, que en el llamado Boulevard están los teatros consignados exclusivamente a este género, ya que es menester que en una gran capital haya diversidad de espectáculos; y que el teatro de la porte Saint Martin, L’ambigú, La Gaite nada tienen de común con el teatro en donde se ponen en escena las composiciones escogidas y dignas de la cultura de aquella nación civilizada. Pero aún hay más, y es que aun cuando fuese lo que piensa el Duende, su argumento sería siempre necio y trivial porque al fin y a la postre también se acaba ahora de representar en nuestros teatros el Mágico de Astracán, y no por eso dejaría de pasar por un crítico imbécil el que se valiese de este motivo para insultar el buen gusto de todos los españoles. Así es como, queriendo nacionalizar la cuestión, y echarla de patriotismo literario, contradice el mísero espíritu folleto todos los principios de la buena lógica. ¡Cuantum est in rebus inane! Ya sabe el Duende que el texto le cae de perillas.

Abro otro de los cuadernillos del Duende, y noto que cada vez se descubre más a las claras el genio, portentoso de su autor. A propósito de genio, algo creo que el Duende nos habla de esto en el cuaderno. Con   —300→   efecto, en la página 11 (y acaso es la única vez en que mal o bien intenta entrar en razones) trata del genio, del ingenio y de la verdadera aplicación de estas palabras. Verdad es que el pobrete se mete en una cuestión que no entiende, y así es que desbarra sin término; pero da la casualidad que sobre esta parte del folleto del Duende se nos ha comunicado un artículo muy esencial, en que se hacen patentes sus errores y su ningún conocimiento de la lengua en que escribe; y como nos proponemos publicarle en el número próximo, no habremos menester de añadir nada a lo que sobre el mismo punto se insinuó en el número anterior. Así que, capítulo de otra cosa.

Pero a propósito de otra cosa, ¿no le parece a vmd., señor público, que lo que es por hoy basta y sobra de Duende? Hay otras materias que están pidiendo con toda justicia el lugar que les corresponde; y si bien queremos divertir algunos ratos a nuestros lectores a costa de nuestro insustancial agresor, no podemos en conciencia darle la menor importancia; y así deben considerarse nuestras respuestas como unos meros pasa-volantes; unas banderillas de fuego puestas a este torito claro y flojo que, parecido a ciertos gozques, añade al furor de ladrar la impotencia de morder.

Terminaremos hoy con un cuento. Jactábase un pedantuelo en una sociedad de ser duende. -¿Y qué es ser duende? (hubo de preguntarle una de las señoras que se hallaban presentes). -Ser duende (replicó él) equivale a ser majo. -¿Y qué entiende vmd. por majo? -Ser majo (repuso él) es hacer lo que yo hago. Yo me injiero en todas partes; hablo de todo; me planto en las esquinas; suelto chicoleos a las que pasan; guiñoteo a las que están en los balcones; escupo recio; toso de modo que me oigan; charlo con profusión; la echo de crítico; bullo y rebullo para que me vean, y si   —301→   no lo consigo me lo figuro, y me doy por contento. -Ay, hijo (replicó la señora): eso no es ser Duende ni majo: eso es ser tonto.

¿Quid rides? Mutato, nomine de te fabula narratur.

(La continuación para otro número)

El Correo Literario y Mercantil, núm. 35, 1 de octubre de 1828




ArribaAbajoCorrespondencia

Señores redactores del Correo Literario y Mercantil: No ha podido menos de indignarme la miserable producción que acaba de publicarse con el título de El Duende Satírico. Su autor da pruebas evidentes de tener mucho genio. No será malo que vmds. sepan (por si lo ignoran) que esta palabra se usa con mucha propiedad en la albeitería. Es muy común oír decir a los mariscales: Tal o cual bestia tiene mucho genio; y cuanto más genio tiene la bestia es tanto más apreciable para ciertos usos. Si el sapientísimo Duende fuese algún día de éstos al mercado de caballos, es muy probable que los mariscales no tarden en descubrir su muchísimo genio.

Si he de decir a vmds. la verdad, el primer artículo que han publicado vmds. en su periódico, rebatiendo las sandeces del Duende y firmado J. P., no es enteramente de mi gusto. Tanta urbanidad, tanto decoro (estas palabras no son sinónimas, como pudiera creerlo el Duende) honran al señor J. P. y al periódico; pero, ¿por qué tantos melindres para sepultar para siempre en el cieno a un pedante tan necio como ridículo y desvergonzado? Yo quiero contribuir a este acto de rigorosa justicia, y hoy daré principio hablando de la elegante   —302→   explicación que da el Duende de la palabra ingenio. El ingenio (dice el Duende criticando al Correo) se aplica a las cosas mecánicas, y nunca a las ciencias ni a los objetos grandes, pues esto toca al genio.

Oiga y aprenda este pobre Duende lo que dice Capmany, uno de los sabios españoles que mejor han sabido la lengua castellana. Ingenio significa aquella virtud del ánimo y natural disposición, nacida con nosotros mismos, y no adquirida por arte o industria, la cual nos hace hábiles para empresas extraordinarias, y para el descubrimiento de cosas altas y secretas.

En otro lugar dice el mismo autor: Como en la lengua francesa no se distingue el ingenio del genio, pues no tiene para lo uno y lo otro más que el nombre genie, de aquí habrá provenido que en estos últimos tiempos a fuerza de tantas traducciones se haya introducido en los escritos de algunos de nuestros literatos el abuso de llamar constantemente genio a lo que constantemente han dicho ingenio nuestros padres y nuestros abuelos.

En otro lugar dice: Si alguna vez se ha usado o se puede usar la palabra genio, es personificándola, tomada entonces por algún sabio singular, que ha hecho época en los adelantamientos de alguna ciencia; pero siempre acompañada de algún epíteto, como divino, creador, inventor, soberano, original, etc.

¿Qué le parece a vmd. la píldora, ignorantísimo Duende? ¿Se parece lo que vmd. dice a lo que explica Capmany? ¿Sabe vmd. quién ha sido Capmany? ¿Conoce vmd. lo que vmd. es?

Pues aún me queda algo más que decirle, y por de pronto vaya otra citilla del mismo Capmany. Dice éste: No puede decirse Homero fue un genio, Platón era un genio, porque esta acepción absoluta nada significa en castellano.

Ya ve, pues, el pedantuelo y mal avisado autor del Duende que, según Capmany, el lenguaje castellano más   —303→   puro y la razón no se puede decir (como él dice) Homero fue un genio; que lo que se puede y debe decir es que fue un ingenio (como se expresó el Correo), por la misma razón que se ha dicho siempre en castellano castizo que Cervantes fue un ingenio.

Vaya que soy un plomo. Dale con Capmany; vuelta a Capmany, y maldito sea ese Capmany, que no quiere que un escarabajuelo de Duende escriba en bárbaro, hable en bárbaro, raciocine en bárbaro, y publique papeles bárbaros, que bárbaramente ofenden a los que no son bárbaros. Sea lo que quiera, allá va otro textillo.

¡Bah! ¡Que es tarde!... ¡Más citas todavía! ¡Jesús, qué pesadez de hombre! -Pues sí señor, dice Capmany: El nombre ingenio en su común significación se extiende más allá de los términos de las artes amenas, pues se aplica igualmente al talento sobresaliente en las matemáticas que en la poesía, en la táctica que en la elocuencia, en la política que en la pintura, en la astronomía que en la música y en la física que en la mecánica.

Luego no se aplica la palabra ingenio (como dice el Duende queriendo criticar a los redactores del Correo) sólo a las cosas mecánicas, y nunca a los objetos grandes: luego ni supo el Duende lo que habló, ni debió hablar, ni exponerse a la vergüenza de convencer a todos de que ignora su lengua: luego antes de censurar lo que no entiende debió tomar algunas lecciones de gramática castellana.

Basta por hoy; pero entretanto, como dijo un poeta nuestro

Guerra declaro a todo monigote.

Guerra declaro al Duende, y a cuanto produzca su mal cortada pluma y su petulancia.

  —304→  

Queda de vmds., señores Redactores, y apasionado del útil periódico que publican con aceptación de los que no son duendes su affmo. suscriptor y apasionado

X. B.

El Correo Literario y Mercantil, núm. 36, 3 de octubre de 1828




ArribaAbajoTejidos impermeables

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Nota. Hemos usado la palabra impermeable, que significa tanto como impenetrable al agua, o sea, incalable. Si no le gustase a alguno debe sustituir la que más le agrade o le parezca más propia, pues no pretendemos tener autoridad para decidir en este asunto. Además, ¿cómo nos habríamos de atrever a hacerlo cuando anda bueno y sano por esas calles de Madrid un trasgo o Duende satírico, destinado por la Providencia desde el instante de la creación para velar por el buen uso y propiedad del habla castellana? El que quiera conocer bien la riqueza, la pompa y las galas que ostenta nuestra hermosa lengua, eche a un lado los Capmanys, los Marianas, los Cervantes y otros innumerables escritores; lea al Duende satírico, y allí aprenderá que se debe decir angina en vez de engina, S. A. o S. M. quedó muy complacido en vez de complacida, ¡esto sí que se llama saber! ¡Viva, viva el Duende! ¡Loor al crítico que sabe hacer unas observaciones de tanta importancia! Cuando un sabio se da a conocer debe hacer ver toda su ciencia, y esto no se consigue hablando de ciencias ni artes ni de otras majaderías: lo que interesa sobremanera a la razón humana es saber si en un escrito están los puntos   —305→   y comas en su verdadero lugar, si hay una a en vez de una e, si dice mejor angina que engina, etc.: verdad es que con esta especie de descubrimientos no se aumenta ni se quita ninguna rueda a la bomba de fuego, no hace progresos la navegación ni el comercio, ni se remedia a las necesidades más urgentes de la sociedad; pero eso ¿qué importa? Nada. Lo importante, lo importantísimo son las críticas de Duende, aunque haya por ahí malas lenguas que diz que dicen otra cosa muy diferente, pues aseguran que es más digno de aprecio un zapatero que sabe bien su oficio que el crítico que critica a la manera del sapientísimo autor del Duende satírico.

El Correo Literario y Mercantil, núm. 39, 8 de octubre de 1828




ArribaAbajoCrítica. Nuevo pasavolante al Duende Satírico del Día

(Continuación del artículo inserto en el número 35 de este periódico)


Tú te metiste
fraile mostén:
tú lo quisiste,
tú te lo ten.



Y con efecto, bien distantes hemos estado de ser los agresores. Los cuadernillos del Duende se hallan sobre nuestra mesa desde que dimos principio a la penosa tarea de periodistas; pero hechos cargo de que en conciencia era imposible hablar bien de ellos, nos habíamos propuesto ser generosos, dejándolos dormir tranquilamente. Quisimos no despertar por nuestra parte ninguna especie de prevención en contra de las obras del caballero Larra, y consideramos además que   —306→   en el mismo pecado de haberse metido a escritor público llevaba vinculada la penitencia. Ha sido necesario que él haya roto la valla, y que nos haya prodigado insultos en vez de argumentos para obligarnos a romper el silencio, y enseñarle a que en otra ocasión sea amás circunspecto. Las armas de la lógica han sido las nuestras; y si alguna vez de paso hemos echado mano da las del ridículo, consiste en que no ha podido menos de ser así, porque en efecto

¿On sera ridicule, et je n’osserais rire?



Entre las muchas cosas que ya hemos dicho a este mal acontecido Duende se acordarán nuestros lectores de que en los números 34 y 35 citamos los desbarros y sandeces con que trató de hacer agravio al teatro francés, aprovechándose de la ocasión de ser francés el drama de los Treinta años o la Vida de un Jugador. Probamos a este pobre crítico que ni sabe lo que se llama teatro francés, ni donde está este teatro, ni la distinción que hay que hacer de él cuando se habla de los teatros secundarios que en París están destinados a la representación de los melodramas y otras piezas populares; y probamos del mismo modo que en éste como en otros puntos hablar según habla el Duende es no acertar en nada, y disparatar sin tino. Decimos que probamos, y lo decimos con toda intención, porque a todas nuestras observaciones han acompañado las pruebas y los raciocinios; y así es que si se siente con fuerzas para contestarnos, desde ahora debe tener entendido que ha de valerse de hechos y de réplicas fundadas en la buena lógica, si es que ha de conseguir que alguien le lea. Los brincos, los respingos, las desvergüenzas podrán ser cosas muy propias de un Duende; pero cuenta que el público hace justicia seca, y que al que sólo pelea con armas tan miserables, acaba por mirarle con el   —307→   mayor desprecio. Por lo mismo si el pobre Duende intenta aliviarse algún tanto de las banderillas que ya lleva puestas, sacúdase como pueda; pero entre en materia; escriba con raciocinios sólidos; manifieste que en lo del teatro francés no incurrió en una garrafalísima tontería; convenza a todos de que lo que dijo sobre las palabras genio e ingenio estuvo bien dicho, a pesar de la autoridad del buen lenguaje español, del texto de Capmany, y de otros argumentos de importancia con que se le ha combatido: en una palabra, apoyose en objeciones y ejemplos convincentes, y entonces al menos será digno de que se le admita en una discusión verdaderamente literaria. Bien conocemos que esto es materialmente imposible, pero ¿quid faciendum? ¿Se ha de consentir por eso que este gozque ladre impunemente? No puede ser, y así es que aun cuando hay momentos en que el pobre Duende nos causa lástima, se hace preciso acabar de hacer patente la insustancial presunción con que se ha lanzado a la palestra, sin calcular los riesgos, ni tener cuenta con los resultados.

Dice el Duende hablando del Correo Literario y Mercantil: El tal papel no es nada: ni es literario ni mercantil. Este es..., es...: demuestra gran soltura en el arte de escribir; pero veamos cómo prueba la proposición que acaba de sentar. Continúa el Duende: Si algo tiene de estas tres cosas es de correo, por lo de prisa que se escribe (¿cómo lo sabe?) y el descuido de la lengua (la sabiduría del Duende en la lengua ha quedado demostrada en el número 36 del Correo)... que no le tendrían mayor los postillones conductores de la confianza pública. ¡Diablillo es el Duende en esto de comparanzas! Si los redactores del Correo hablan como los postillones, ¿como quién diremos que habla el Duende? Como los mariscales de caballos, cosa también demostrada en el citado número 36 del Correo. Lo de literario (prosigue   —308→   el Duende)... ello letras tiene, y si esto basta, literario es, y muy literario (¡Qué ingenio el de este mocito! ¡Qué bien pone la pluma el picarillo! ¡Viva el Quevedo de nuestros días!) En lo de mercantil (así continúa) ¿Qué se le puede pedir en punto a comercio? Nada. (Aquí hace el Duende como que raciocina.) Trae los cambios... (¿Es nada? ¿No interesa al comercio saber a cómo están los cambios, no sólo de Madrid, sino también de otros muchísimos puntos?), el papel moneda (¿tampoco interesa al comercio lo del papel moneda?); precios de granos (¿tampoco importa al comercio saber los precios de los granos?) ¿No ha oído el Duende hablar alguna vez del comercio de granos? ¿No sabe lo mucho que se ha escrito en todas las naciones sobre esta materia? ¿No sabe lo mucho que interesa a nuestra patria el comercio de granos y, por consecuencia, los precios de los granos? Pero, ¿qué ha de saber el Duende?

También critica al Correo por haber publicado alguna noticia dada por la gaceta. -Un periódico no debe decir lo que otro dice-. ¡Terrible argumento! ¡Qué cadena tan inmensa de desatinos resulta de esta proposición del Duende, como lo demostraremos después. -Y, sobre todo, el temporal (añade el Zoilo)!, ¡asunto principal del comercio! Para abreviar palabras, señor Trasgo..., ¿interesa al comercio el comercio de granos? Sólo vmd. puede dudarlo: luego le interesa saber los precios de los granos, y todo lo que puede influir en sus variaciones; luego le interesa saber el buen o mal estado de la cosecha, y todo lo que puede influir en ella; y siendo el temporal una de las cosas que más influyen, es de consecuencia forzosa que el temporal interesa sobremanera al comercio. ¡Y si pasamos de los comerciantes a los que no lo son cuánto habrá que decir! ¿No ha oído el Duende a los muchachos, y también a los adultos, decir -Este año tenemos en tal parte mala cosecha,   —309→   porque ha llovido poco en tal mes; porque tal día cayó una gran lluvia de piedra; porque el mes tal fue demasiado caluroso, etc., etc. Además, ¿qué diría el Duende si le demostrásemos que las observaciones que en todos los periódicos de Europa se comprenden bajo el nombre temporal deben interesar, no ya a ésta o a la otra clase de la sociedad, sino también y sin distinción ninguna a todos los habitantes del globo, y a todas las generaciones futuras? ¿Qué diría si supiese que teniendo un gran número de observaciones acerca del temporal, acompañadas de algunas de otra especie, podríamos ligarlas por medio de los teoremas que nos dejó en su filosofía natural el gran Newton (prodigio admirable de la Naturaleza y pasmo de la razón), y, por consiguiente, predecir, profetizar el día, la hora, el instante en que llovería, granizaría, etc.? ¿Predecir, profetizar la buena y mala cosecha de año a año, de siglo a siglo, y tal vez desde un tiempo dado hasta la época en que la especie humana y el planeta que habita desaparezcan del sistema del Universo, según las leyes a que el supremo Criador haya tenido a bien sujetarle...? Pero, ¿adónde voy a parar? ¿He olvidado que hablo con el Duende?

Pasemos a demostrar lo absurda que es la proposición del Duende, de que un periódico no debe hablar de lo que habla otro.

Decir que un periódico no debe hablar de lo que habla otro periódico, es decir, que porque un periódico hable, por ejemplo, de literatura, ciencias, artes, comercio, etcétera, no debe otro periódico hablar de literatura, ciencias, artes, comercio, etc. Decir que si un periódico habla de estos ramos no debe otro periódico hablar de ellos, es decir, que si, por ejemplo, hay en una capital cuatro periódicos que podrían hablar a la vez de literatura, ciencias, artes, comercio, etc., el uno debe hablar sólo de literatura, el otro sólo de ciencias, el otro   —310→   sólo de artes, el otro sólo de comercio. Decir que cada periódico debe hablar de una sola cosa; es decir, que cada periódico no debe hablar de dos, ni de tres, ni de mayor número de cosas; es decir, que no debe hablar de varias cosas; es decir, que no debe haber variedad en él; es decir... Pero sería nunca acabar si hubiésemos de inferir todos los disparates que se infieren de la proposición sentada por el Duende, pues bastarían para formar una cadena sostenida por sus dos extremos en cada uno de los dos polos del mundo. Tan cierto es que el que habla o escribe sin saber pensar y sin tener lógica no puede cometer más que errores, y convertirse en la irrisión de las gentes que raciocinan.

(La conclusión para el número inmediato.)

Correo Literario y Mercantil, núm. 40, 13 de octubre de 1828




ArribaAbajoMisceláneas críticas

Las erratas

Llámase fe de erratas la lista de los errores tipográficos que se encuentran en la impresión de un libro.

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Tan imposible le es al hombre de más virtud el no incurrir en erratas de conducta, como al mayor de los ingenios el no caer en alguna errata de entendimiento, y al mejor de los impresores el no dejar escapar alguna errata tipográfica.

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Si el Duende Satírico publicase en cualquiera de sus folletos algún párrafo en que se descubriese alguna vislumbre   —311→   de lógica y de raciocinio, cuenta con ella, lector; no hay que equivocarse. Cada acierto del Duende anuncia una errata de imprenta.

Correo Literario y Mercantil, núm. 40, 13 de octubre de 1828

Crítica

Conclusión al nuevo pasavolante al Duende Satírico del Día, que dio principio en el número anterior.

Abro el cuaderno del Duende por otra parte y encuentro lo que sigue: números 17 y 18 del Correo, Misceláneas críticas: El que se abuse de la palabra amigo no quiere decir que no haya amigos. ¡Qué picarillo, y lo que sabe! ¿El que se abuse de la palabra amigo? ¿Conque el Duende conviene en que se abusa de esta palabra? Luego conviene en el objeto principal que se propusieron los redactores del Correo al escribir el artículo que cree criticar el Duende, designando con dicha palabra unas veces a un extraño, otras a un conocido, otras a un verdadero amigo. Si todos los que se dicen amigos no lo son, y por eso se emplea la frase No hay amigos, en el mismo caso que ésta se hallan todas las máximas morales; es decir, que son ciertas en general. Sólo hay certeza absoluta en las consecuencias que se derivan de la idea de la extensión; pero en todo lo demás no hay otra cosa que probabilidades que se acercan, más o menos, a la certidumbre absoluta. Dice, pues, el Duende, hablando de que no hay amigos: Y aunque, por otra parte, ésta será una verdad casi general... (¡Qué precisión en las ideas! ¡Qué lógica! ¡Comparen lo que dice aquí con lo que ha dicho antes, nunca podrá ser consecuencia de la de más arriba. ¡Exactitud! ¡Precisión! ¡Viva el Duende! ¡Esto es fallar ex cathedra! Con efecto,   —312→   exactitud, precisión, raciocinios y no disparates, es lo que piden los redactores del Correo al caballero don Mariano José de Larra). De todos modos, contestemos a esta ridícula crítica de una vez. Toda máxima (¿si nos entenderá el Duende?) es una proposición general: toda proposición general es el resumen o compendio de un gran número de proposiciones particulares relativas a un objeto dado; pero nunca abraza a todas las que pudieran formarse concernientes a un mismo objeto. Las máximas morales y las reglas generales siempre tienen excepción; nunca deben tomarse a la letra, ni para darles nuestro asentimiento, ni para sacar consecuencias de ellas; y podría decirse, sin apartarse un ápice de la verdad, que las principios y reglas generales de una lógica vulgar, y tal vez de la que se aprende en muchas obras consagradas a este precioso ramo de la filosofía, tienen numerosas excepciones cuando se aplican a las cuestiones morales, y a muchos ramos de la filosofía natural. Harto prueba esta triste verdad la historia de todos los extravíos, y de todos los errores que durante siglos han afligido y hecho desgraciada a la especie humana, y todavía el mundo actual la prueba con tanta fuerza como el mundo antiguo.

Está visto y demostrado que este Duende es un espíritu falso, si hemos de juzgar por los raciocinios que hace, y debe saber que una de las cosas que caracterizan a un espíritu falso es lo que él hace naturalmente; esto es sacar consecuencias falsas de un principio cierto. Pongamos un ejemplo que tomamos de cierto autor: «A un criado le preguntan si su amo está en casa varias personas que él sabe vienen a matar a su amo: si el criado fuese bastante necio para decir la verdad bajo pretexto que no se debe mentir, claro está que sacaría una consecuencia absurda de un principio ciertísimo». Otro ejemplo de la misma especie es la crítica del   —313→   Duende que acaba de refutarse. ¡Cuánto tendrá a bien este Duende no meterse en lo que no entiende!

Dice también en otra parte este furibundo crítico (página 30 del núm. 4.º), hablando del primer artículo de Costumbres de Madrid, que es pesado por no tener gracia. ¿Quién le ha dicho al Duende que allí se trataba de hacer gracia? Según eso, todo artículo que no haga reír, sea cualquiera la materia que en él se trate, es, por consecuencia, pesado. Pesadas son, pues, las oraciones de Cicerón, las de Demóstenes, y todas las obras serias en que se enseña o se conmueve. ¿Pues qué diremos de las que hacen llorar? Sin duda para el señor Larra no habrá cosa más pesada que una tragedia.

No vemos por donde sea objeto de risa el anunciar uno que trata de pintar las costumbres de su patria, y por eso en aquel artículo se expuso el objeto sin chanzas ni chocarrerías. Está demostrado que el Duende sueña con los chistes, y que tiene la desgracia de no encontrar uno siquiera cuando se pone a escribir.

Más abajo dice el Duende, copiando al Correo: «El hombre desea y se ocupa en lo difícil y apartado», y se mata en probar que teniendo estos verbos distinto régimen deben usarse con distintas preposiciones, porque así lo dice la gramática de la Academia. Aseguramos al señor Larra que la hemos ojeado mucho, y que nunca hemos visto regla alguna sobre este punto: podemos, sí, presentar al hipercrítico muchos ejemplos de autores clásicos que se atienen para el régimen de un atributo común a muchos verbos a la preposición que rige el último. Sin duda que nos ocurrió la sustitución redundante y empalagosa del Duende; pero la desechamos como inferior a la construcción de que hicimos uso.

Abramos el folleto del Duende por otra parte. Página 27, cuaderno 4. Características de los necios. ¿Y por qué no puso el redactor (pregunta el Duende) la última   —314→   característica, que es escribir artículos de esta especie? ¿Y no era más fácil (preguntamos nosotros) que el redactor hubiese puesto la última característica, que es escribir artículos a lo Duende?

Dice el pedante criticuelo hablando del artículo mencionado lo que sigue: «Sería preciso fijar el verdadero sentido de la palabra necio para poner un artículo tan insolentemente tonto; pero en eso no se detiene el señor redactor, etc.».

¡Duende de los duendes..., por el amor de Dios, que nos ahogamos en disparates! ¿Conque para poner un artículo insolentemente tonto sobre los necios se debe fijar el verdadero sentido de la palabra necio? (A la verdad esto no sería muy difícil habiendo duendes de esta especie en el mundo). ¿Conque para escribir artículos tontos lo primero que debe hacerse es fijar el verdadero sentido de las palabras? Tal es por lo menos la consecuencia forzosa que resulta del raciocinio del Duende. ¡Condillac, Locke, Bacon, Newton, levantaos de vuestros sepulcros, y venid para admirar la fuerza de lógica con que este novel sabiondo echa abajo una de las primeras leyes que disteis a los hombres para que no se extraviasen en el empeño de descubrir la verdad!


A qui, dieux tres puissants qui guvernez la terre,
a qui reservez vous les éclats du tonnerre?



Sería demasiado prolijo y aun ridículo contestar a todas las insustancialidades o desvergüenzas que se encuentran en cada uno de los renglones de este bicho literario. Y cuando decimos desvergüenzas debe entenderse que no las emplea sólo para los editores del Correo; y si no dígalo el autor de la tragedia Horruc Barbarroja, contra quien lanza los sarcasmos más hediondos, debiendo tener presente que el autor de esta tragedia es ciego, y que esta circunstancia le haría siempre acreedor   —315→   a la benevolencia pública por muy corto que fuese el mérito de su obra, cosa que el Duende no puede decir, y que ha menester de más examen, de más acertada crítica y de mejor crianza que la que tienen los Duendes. Omitimos hablar de aquella frase que nos dirige en la página 28, en que dice: «Conque, es decir, señor redactor, que la clase más útil y numerosa de la sociedad, de cuyo trabajo depende vmd. y todos los holgazanes que no hacen más que escribir o pasear, etc. ¡Qué estilo! ¡Qué educación! ¡Qué sindéresis! ¿Conque los que no hacen más que escribir son holgazanes? ¿Conque el pasearse es signo de holgazanería...? A la verdad que parece imposible poder acumular en pocas líneas mayor número de disparates y de bufonadas grotescas, ni dar más evidentes pruebas de poca lógica, de absoluto olvido de las leyes de la urbanidad, y de profundísima ignorancia».

¿Y estas groserías se imprimen? ¿Y estas necedades ven la luz pública...? Pero no lo extrañemos, y aun será oportuno creer que es conveniente que en una población grande haya un papel como el del Duende, por la misma razón que es útil también que haya un depósito o conducto general en donde se reúnan, y por donde salgan las inmundicias que perjudicarían estancadas en la habitación de cada individuo particular.

Dos palabritos por vía de posdata. No es culpa nuestra si para hablar del Duende ha sido preciso echar mano de respuestas algo fuertes. Interrogatio et responsio..., y lo que sigue. El Duende puede figurarse que su enfermedad era grave, y no era posible curarle sin el recurso de algunos sinapismos. Debe presumirse que en lo sucesivo cuidará más de su salud, y no se expondrá a recaídas fatales. No obstante, si volviese a las andadas, nuestra caridad no le negará la aplicación de nuevos y útiles remedios, pues aunque no sabemos si los duendes son   —316→   prójimo, deseamos el alivio de todas las dolencias. ¡Es de desear que nuestra lección aproveche al Duende! Se conoce que es mozo aún, y por lo mismo, si se deja con tiempo de muchachadas, todavía puede que con algunos años de estudio y de experiencia de mundo llegue a estar en el caso de escribir para el público. Se lo deseamos de buena fe; y a pesar de que él fue el agresor, y de que en lugar de razones echó mano del arma prohibida de las desvergüenzas, lo que es por esta vez se le perdona. ¡Pero cuenta, repetimos, con las recaídas...!

El juicioso lector ya nos entiende:

¡Permita Dios que nos entienda el Duende!

El Correo Literario y Mercantil, número 41, 15 de octubre de 1828




ArribaAbajoVariedades y noticias

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No hay quien no haya leído en el primer capítulo del don Quijote, que Cervantes se hallaba indeciso acerca del verdadero nombre del héroe de la Mancha. Con efecto, se le ve dudar entre los nombres de Quijada, Quijana y Quesada. Se asegura que el Duende Satírico se ocupa muy seriamente de profundizar esta cuestión importante, y si la noticia es cierta, debe suponerse que nadie mejor que el Duende está en el caso de poder manifestar quién sea el Caballero de la Triste Figura.

El Correo Literario y Mercantil, número 41, 15 de octubre de 1828



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ArribaAbajoVariedades y noticias

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Sabemos que un cierto impresor de esta capital acaba de hacer rechinar las prensas con la edición de un folleto que se titula Satírico, en el cual su autor (según lo dirá el cartel), después de no sostener las principales cuestiones en disputa, quiere probar que el Correo Literario y Mercantil es un mal periódico. Sabemos, asimismo, que dicha edición seca, corriente, y dispuesta a ver la luz pública, se halla, sin embargo, detenida en la oficina del expresado impresor, quien parece da en la singular y trivial manía de no permitir que salga de su casa un solo ejemplar siquiera mientras no vea satisfecho el importe total de su cuenta, y de los gastos que se le han originado; motivo, que si bien a primera vista parece justo, no lo es tanto atendida la exactitud que debe suponerse en el autor del folleto, según y como lo ha demostrado en otras varias imprentas en donde se han impreso otros opúsculos suyos llenos de erudición y de ciencia. Nosotros, a pesar del tiro y perjuicio que esta obrita puede causar a nuestro crédito y a la prosperidad de nuestra empresa, no queremos prescindir de ser imparciales y nos interesamos en que cese el secuestro impuesto por la nimia precaución de un impresor tímido y poco acostumbrado a habérselas con hombrecillos de la especie de nuestro apreciable antagonista. Lo contrario sería diferir la corrección que nos dirige, y que a todas luces merecemos por nuestra audacia en publicar un papel que debió morir por Todos Santos, y que vive aún y, que según las trazas, seguirá viviendo sano y robusto; gracias a la benevolencia de los lectores y a la Providencia Divina que así quiere permitirlo. ¿Qué arriesga el impresor? ¿Percibir el importe de su cuenta? Esto no es sospechable ni creíble de parte del consumado   —318→   literato, que aunque no sabe darnos lecciones en español, nos las da por lo menos en latín y en griego, y nos dirige cuatro largos pliegos de desvergüenzas y personalidades, que prueban el gran fondo de su saber y de su conciencia. ¿Y luego qué vale más, que tarden en entrar en el bolsillo de un impresor unos mezquinos maravedises, o que las gentes por tan pueril motivo carezcan de la instrucción que han de adquirir con el anuncio de tan admirable cuaderno? La respuesta no es dudosa ni admite deliberación. Si el impresor, por acaso se llamase León, y persistiese en su mercantil desconfianza, probará que no es menos León en las obras que en el nombre; no se le podrá, en una palabra, aplicar aquello de no es tan fiero el león como le pintan; logrará tener en prensa a un pobre autor que anda afanoso de nombre y de pesetas; y exasperará, sobre todo, la impaciencia de los confiteros, chocolateros, turroneros, salchicheros, especieros, y otros mercaderes de comestibles que, antes que acaben pascuas, ven en la publicación del indicado folleto un medio segurísimo de aumentar la remesa de sus envoltorios. Conjuramos, pues, a estos señores, para que uniéndose a nosotros logren desarmar la inflexibilidad del pacato impresor, y contribuyan a la pronta salida de una obrita tan interesante, y de suyo tan hecha para excitar la curiosidad del público.

Correo Literario y Mercantil, núm. 73, 29 de diciembre de 1828




ArribaAbajoMisceláneas críticas. El convite del pavo

Véase el texto de este artículo en el capítulo V424 del presente estudio. Correo Literario y Mercantil, número 73, 29 de diciembre de 1828



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ArribaAbajoTeatros. Coliseo del Príncipe. Treinta años o la Vida de un jugador, drama escrito en francés por Mr. Victor Ducange y traducido al español

El vicio que el autor se propone hacer aborrecible no es de aquéllos que no existen, o que si han existido han perdido ya gran parte de su fuerza. La pasión del juego ha hecho en toda Europa extraordinarios progresos; y a pesar de que no es nuevo haberla atacado en los teatros de diferentes naciones, no por eso ha dejado de generalizarse de un modo portentoso. Abundan en la sociedad los estragos de que es causa. Durante mucho tiempo la revolución francesa ofreció la escena de otro juego (desgraciadamente harto terrible), en que la fortuna empeñaba las combinaciones más extrañas. Gracias a Dios aquel espantoso juego acabó ya; pero la codicia no ha dejado de existir, y el espectáculo de las singulares suertes que ofrece el juego produce siempre sensaciones muy fuertes y terribles. Los hombres, paralizados por una inmoralidad profunda, necesitan para reanimarse de las penetrantes punzadas del temor y de la esperanza; el interés que ofrece el juego es superior al que proporciona una corrida de toros o la representación de la mejor tragedia; sacude al que se entrega a él con mayor violencia; tiene también sus peripecias, y sus catástrofes suelen ser frecuentes y muy considerables. No hay languidez en sus escenas; todo en ellas es acción y movimiento; todas las pasiones bullen y fermentan en el corazón de los jugadores, y lo único que desconocen es la compasión. El jugador que ha llegado a desgastar su sensibilidad está a medio morir, cuando ya no palpita entre su ruina y su fortuna. De aquí proviene que la pasión del juego es de todos los vicios el que menos   —320→   se corrige, y el que suele tener más execrables resultados.

El autor del Beverley presentó sobre esta funesta pasión un cuadro interesante y filosófico. Regnard, poeta hábil y más festivo, dio a su crítica un giro menos violento; su comedia, sin embargo, es muy superior a cuantas se han escrito atacando el mismo vicio. La que escribió Dufreny no es tan teatral como la que escribió el segundo poeta cómico de la Francia; y esto no quita que el fondo de ambas piezas sea tan el mismo, que hay en ella suma semejanza en caracteres, en situaciones, en incidentes, en gracias cómicas, y (lo cual es muy particular) hasta en los nombres de los interlocutores. En una y otra pieza el jugador tiene dos queridas, la una joven, la otra vieja; y ambas ricas, y quedándose sin ninguna acaba por verse abandonado de todo el mundo. En una y otra se le ve muy enamorado cuando le falta dinero; muy indiferente cuando se halla en fondos; muy insolente cuando la fortuna le favorece. Destouches, en su Disipador, tocó algunos incidentes que coinciden con el carácter del jugador; el público francés apludió la comedia, y no es de extrañar, pues ya entonces comenzaba a apreciarse en las obras dramáticas la pintura de los vicios que son comunes a la naturaleza humana. Las cosas cambian ahora; pues si bien es cierto que las gentes de gusto se interesan más particularmente en la pintura de los ridículos sociales, la masa general prefiere las sensaciones fuertes, y codicia con afán las descripciones románticas y exageradas, que conmoviendo fuertemente sacan (digámoslo así) de quicio el corazón de los espectadores.

Y en prueba de ello ya puede apostarse cualquiera cosa a que la producción más perfecta y arreglada de las obras citadas, representada con el mayor esmero y propiedad, no atraería al teatro el concurso extraordinario   —321→   que ha acudido a las representaciones del drama extraordinario que anunciamos. El título de Los treinta años o la Vida de un Jugador estampado en el cartel presenta una especie de talismán mágico, que si bien es causa luego de que los concurrentes giman y se estremezcan, hace (para producir compensación) sonreír agradablemente al tesorero de la empresa. La entronizada ópera, luchando a brazo partido con esta producción extraordinaria, ha perdido, a veces, el pleito y llevado cuchillada; y en este mismo año cómico los armoniosos acentos de Netzarea, se han visto vencidos en cuanto a la entrada por las palpitantes agitaciones del jugador Jorge; nombre, a la verdad, poco estrepitoso y conforme con el papel que representa y con la profunda tenebrosidad del drama en que se halla colocado.

¿Y quién es este Jorge? Un hombre frenético que, desordenadamente entregado a la vergonzosa pasión del juego, va por grados incurriendo en los mayores excesos y acaba por ser un ladrón y un asesino.

A los que no conozcan otros juegos que los que se usan en España, ni otros jugadores que los que por lo regular entregan a los albures del monte las esperanzas de su fortuna, podrá, sin duda, parecer exageradas las situaciones que ofrece este drama; porque sólo en un país en donde los juegos son abiertamente permitidos, y en que los fondos de las bancas ascienden a sumas considerables, pueden encontrarse escenas que con fidelidad sirvan de modelo a las que se describen en Treinta años o la Vida de un Jugador. De todos modos, por lo que toca al fin moral, esta cuestión es de poca importancia; y el pensamiento de inspirar horror a un vicio que a tantos estragos conduce, pertenece a todos los países en donde se juegue, y a todos los que se entregan a tan ominosa pasión.

Mr. Victor Ducange es el autor francés de esta pieza.   —322→   Y no se admiren nuestros críticos, que atenidos a la monstruosidad dramática de semejante obra, no saben decir hablando de ella sino que es mala; si les anunciamos que el tal Mr. Victor Ducange no es ningún poetilla de ciento en boca, sino un verdadero y buen literato, que tiene en la punta de la uña todos los preceptos de Aristóteles, y todas las poéticas que se han escrito. Sabe muy bien que está reprobado que el que es joven en el primer acto, sea adulto en el segundo y viejo en el tercero; no ignora que no se conceden treinta años para una acción dramática: ha probado en otras producciones escogidas que los dramas del jaez del presente no son las obras predilectas de la festiva Talía; y, por último, no ha menester que ningún aprendiz de literatura le dé lecciones de buen gusto y de regularidades dramáticas. Lo que hay es que Mr. Victor Ducange, escribiendo para los teatros del Boulevard, en donde éste es el género permitido, lo hace con pleno conocimiento de que infringe las reglas, así como por motivos casi iguales lo hicieron Lope de Vega y nuestros más célebres dramáticos. Lo paga el vulgo,


      Y es justo
hablarle en necio para darle gusto.



Faltaría aún saber si es acción necia la del autor que en un terreno como el del teatro (en el cual todo es mera convención) se apodera del ánimo de los espectadores, y excita en ellos todas las sensaciones que se propone. Por malo que sea el género en que se escribe, algo más que hablar en necio será necesario para lograr este resultado: algún conocimiento se ha de tener de los hombres, de su modo de sentir, de los que son las pasiones, de lo que es el mundo, y de la marcha general de la vida humana. No basta presentar lances terribles en la escena; es menester que estén bien eslabonados,   —323→   que se expresen con verdad y gran interés, y de lo contrario se hará un drama (como hay tantos) inconexo, incoherente, y mal zurcido, que ni conmoverá ni atraerá gente, ni excitará ese gran fondo de curiosidad que le cabe en suerte al que motiva este artículo. Todos los días se hacen dramas y melodramas, que más bien que otra cosa hacen reír, y no llaman la concurrencia al teatro; y yo para mí tengo que cuando una representación dramática excita la pública curiosidad, algo habrá en ella que merezca la atención, y que pueda disculpar mucho de lo malo o de mal gusto que en ella se contenga. De lo contrario sería preciso suponer que el público es un animal imbécil, que sólo se deja alucinar por aparatos y tramoyas de fantasmagoría, y este juicio sería sobradamente exagerado.

«Pero oiga vmd. (se me dirá), a ese público cuando sale de la representación de los Treinta años de la vida de un jugador; óigale vmd., y sobre todo a las mujeres, que unánimemente van repitiendo: ¡Jesús qué cosa tan mala! ¡Maldita comedia!... No, pues cuando me pillen otra vez..., etc.».

¿Pero no ven ustedes (se responderá) que ese público, y sobre todo ese público femenil, sale trastornado, y poderosamente conmovido; y que su primer desahogo es entregarse a renegar de lo mismo que acaba de excitar su sensibilidad y de agitar su espíritu? El público siente; pero no se detiene a calcular cómo ni por qué; ni entra en cuenta de los resortes que el poeta ha movido para producirle este efecto; y así es, que si su modo de sentir ha sido muy violento, animado por la misma sensación suele tachar de malo lo mismo que le agita, siendo así que esto precisamente es lo que demuestra el arte del que le condujo a semejante consecuencia.

No es mi ánimo, sin embargo (y será oportuno protestarlo),   —324→   defender este género de dramas, y sí repetir que para recoger tan grandes resultados en el ánimo de los espectadores es preciso conocer mucho teatro y el corazón humano, como le sucede a Mr. Victor Ducange; y si no ejercita su talento en producciones de otra especie, puede que nos responda con Boileau, y según he expresado en otra ocasión, que

Tous les genres sont bons, hors le genre ennuyeux



La ejecución de esta comedia en el teatro es bastante regular, y su aparato escénico está bien servido. Es pieza en la cual el actor Avecilla (actualmente en la Habana) ha dejado buenos recuerdos, por ser una de las que mejor ha desempeñado.

C(arnerero)

El Correo. Periódico Literario y Mercantil, núm. 76, 5 de enero de 1829