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Canto quinto

El buen Juan





I

    Después del día en que terriblemente,
por la espalda una vez, y otras de frente,
se mataron los hombres a millares,
la lluvia indiferente
fue llevando la sangre al Manzanares,  5
y el río se fue al mar por la pendiente;
y antes de la llegada
del silencio que sigue a todo ruido,
y después de aplicada
la moral vencedora «¡ay del vencido!»  10
acabó nuestro Juan en presidiario;
pues el hado enemigo,
llevándolo hasta el fin de su calvario,
lo hizo mandar a Ceuta por castigo
al primer batallón disciplinario;  15
y es fama que su fama de asesino
por su hermano arrostró noble y sereno,
pues cuando un blanco, como Juan, es bueno,
ese blanco es un negro del destino.


II

   Había en Ceuta una fatal Roseta  20
que, adiestrada en amor por un tal Nelo,
en el cuartel del Fijo echó discreta
la caña de pescar de sus encantos,
siendo Juan el primero que, entre tantos,
picó como un mal pez en el anzuelo.  25
Juan, con el alma inquieta,
engañado tal vez por su deseo,
creyendo que Roseta,
hermosa valenciana con seseo,
se parecía un poco  30
a su novia María,
con honda idolatría
la adoró como un ciego y como un loco,
y ella, hasta el fin artera,
por Juan idolatrada,  35
se empeñó en olvidar que era casada
y se dejó obsequiar como soltera.
Valenciana notable
por el subido azul de sus ojeras,
tiene un alma irascible y entrañable  40
que sabe amar y odiar como las fieras.
Roseta, que servía
a un criado de un Duque de Gandía,
aunque huertana y gruesa, era tan bella
que no se hallaba en Cádiz ni en el Puerto  45
una mujer más andaluza que ella
por la sal que vertía;
y si alguno dudase de mi aserto,
que suba al cielo, y le dirá si es cierto
el sol, que es natural de Andalucía.  50


III

   Era Nelo un gentil aventurero
que con el alma para el mal nacida
fue el que a Roseta administró el primero
el bautismo de fuego de la vida,
Roseta, desposada con Segundo,  55
se quedó como muchas en el mundo,
no por causa del cura, mal casada;
y aunque era religiosa a su manera,
de veinte se cansó de ser soltera,
y casada de un mes se halló cansada.  60
Y Nelo, acaudillando
cierta mañana un enemigo bando
de turcos españoles con careta,
robó a Roseta antes de entrar en misa;
y es fama, aunque lloraba, que Roseta  65
se dejó secuestrar muerta de risa.


IV

   En Valencia a un Manuel le llaman Nelo,
y el Nelo de quien hablo,
siendo mejor que el diablo,
es un poco peor que Maquiavelo;  70
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pues el traidor, lo mismo
que lo pudiera hacer un abogado,
sabía dar de lado
al Código penal y al Catecismo;
y siendo un presidiario sin grillete  75
que ardoroso, y con hábitos sensuales,
no tiene más que siete
de todos los pecados capitales,
hace pensar su tez amarillenta
que en su sangre hay más bilis que fibrina,  80
y en su boca se ostenta
la sonrisa feroz de un Catilina;
y malo desde el día que ha nacido,
si nunca roba, con frecuencia mata,
y siendo más pirata que bandido,  85
es más contrabandista que pirata.


V

   Ya venían de fuera
a España a veranear los ruiseñores,
y empezaba a inquietar la primavera
con sus linfas turgentes a las flores;  90
y más que aquí, ya en Ceuta se sentía
la atmósfera templada
del aliento fecundo de aquel día
en que salió la tierra de la nada,
cuando Nelo, encargado  95
de una misión secreta,
fue el que en su barca de pirata honrado
llevó a Ceuta al marido de Roseta.
Mas ésta, que a Segundo no quería,
llamándolo hacia sí ¿qué pretendía?  100
Lo ignoro, porque tengo la evidencia
de que, aunque sea joven por derecho,
según dicen mujeres de experiencia,
todo marido es un anciano de hecho:
y creo en consecuencia  105
que al llamar al esposo aborrecido,
Roseta, que algún día
para ser libre se casó en Gandía,
hoy piensa hacer matar a su marido
para hacerse más libre todavía.  110


VI

   Ya indique de pasada
que sólo por recuerdo de María
con alma enamorada
Juan Fernández servía
de criado a Roseta, la criada  115
de un criado de un Duque de Gandía;
siendo también una verdad probada
que si él la amó con sumisión completa,
por su parte Roseta
pagaba sus servicios con tesoros,  120
pues muchas veces con sus propias manos
ya le daba alcuzcuz, plato de moros,
ya caballa y boniato de cristianos.
Y un día en que Roseta,
que con calma aparente vive inquieta,  125
convida a Juan a manzanilla y luego
le da un plato de callos que echan fuego,
mientras él de Roseta la belleza
contempla enamorado como un loco
y se le va subiendo poco a poco  130
el vino y el amor a la cabeza,
Nelo, falaz como el traidor de un drama,
encima de la estancia de la que ama,
a Segundo en un cuarto introducía,
y dando fin a una horrorosa trama,  135
cuando éste confiado se dormía,
en vez del pobre esposo que vivía,
dejó un muerto acostado en una cama;
y dos horas después, Juan, conducido
con modos insinuantes  140
por Roseta hasta el cuarto maldecido,
lo encerró en compañía del marido
que Nelo asesinó dos horas antes.


VII

   Turbado por el vino y casi inerte,
al caer sobre el lecho  145
Juan sintió junto al pecho
el hielo de las manos de la muerte.
Dudo, temió, palpó, y aunque embriagado,
en medio de un horrible desvarío
le hirió, al tocar a un hombre asesinado,  150
una descarga eléctrica de frío.
Juan, todavía incierto,
turbada la razón, si no perdida,
volvió a palpar, pero, al tocar al muerto,
sintió el horror más grande de su vida.  155
Y corriendo después hacia la entrada
para buscar salida,
encontrando la puerta bien cerrada,
puso, al ver imposible toda huida,
una cara espantosa de espantada.  160
Consigo mismo entre las sombras lucha;
de nuevo el lecho a registrar se atreve;
hasta el pulso en su sien se ve y se escucha,
y el muerto, que mueve él, cree que se mueve.
Y tomando el rumor de sus pisadas  165
por pasos sigilosos de un malvado,
toca el puñal por Nelo abandonado,
y con manos crispadas
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lo coge, y defendiéndose, aterrado
da al muerto, por error, dos puñaladas.  170
Volvió a querer huir, pero no pudo.
Furioso, fue a gritar, y se halló mudo.
¡Va y viene y vuelve; y de sudor cubierto,
da vueltas como un loco rematado,
y después de girar, de espanto yerto  175
su cuerpo se quedó petrificado
y por fin cayó en tierra como un muerto!


VIII

   Roseta en tanto el ondulante talle
en la nube envolvió de un negro manto,
y gritando «¡asesino!» con espanto  180
del Revellín alborotó la calle;
y aquella mal casada,
que sabe quien ha muerto a su marido,
llamando a Juan «¡infame!» a grito herido
quiere a Ceuta hacer ver que está aterrada.  185


IX

   Delatado por Nelo,
fue preso Juan Soldado
por cierto capitán muy delicado,
que tenía más reúmas que su abuelo,
héroe de tal fiereza  190
que a dejarse arrastrar por sus instintos
alinearía a un batallón de quintos
cortando a los más altos la cabeza.
-¿Es cierto que amas a Roseta? -Es cierto.
-¿Luego eres el que ha muerto a su marido?  195
-Yo juro -dijo Juan- que no he sabido
si he muerto a un vivo, o asesinado a un muerto.
Así pregunta el mozo,
y así Juan le contesta;
quien después con la cara descompuesta  200
los labios se mordió y ahogó un sollozo.
¡Mas no pidió ni gracia ni consuelo,
presintiendo sin duda el desdichado
que hace ya mucho tiempo ha renunciado
al reino de la tierra el rey del cielo!  205


X

   Un consejo de guerra,
tan discreto por mar como por tierra,
condenó a Juan Soldado,
porque encontró evidente
que, estando de Roseta enamorado,  210
fue el que, arrastrado por su amor impuro,
al marido mató cobardemente
a traición y además sobre seguro.
Así por el vil Nelo,
cobarde de una audacia calculada,  215
aunque no la del cielo,
la justicia del mundo fue engañada.
Y como nadie ve que Juan Soldado
traspira por los poros la inocencia,
que era un hombre culpado  220
fue de tal evidencia
que un General, sin letras muy letrado,
al firmar la sentencia,
exclamó de esta suerte:
-Siempre el mundo pecó por ese lado.  225
dilema del amor, o tú, o la muerte.-
¿Será preciso que inocente muera
el calumniado Juan? ¡Será preciso!
¡Y pues la ley falló de esta manera,
honremos a la ley que así lo quiso!  230


XI

   Como suelen hallarse en las honduras,
el sol ya no penetra en las cabañas,
y del mar del Estrecho en las llanuras.
hacen leguas de sombras las montañas.
Es la tarde en que Nelo  235
en la nave en que el vil contrabandea
desde el peñón de Gibraltar a Altea,
se embarcó con Roseta, cuyo duelo
es hoy tan grande, al parecer, que gime
como una esposa honrada y sin consuelo,  240
mientras Nelo, esta infame criatura,
ampara su orfandad, virtud sublime
que tanto ha bendecido la Escritura:
y los dos, ella triste, y él clemente,
juntos a Ceuta apresurados dejan,  245
por no ver fusilar a Juan Soldado;
y contentos se alejan
con angustia aparente;
mientras que, tristemente,
parece que hasta el sol, avergonzado,  250
por no ver lo que ve se hunde en poniente.


XII

   De este modo Roseta con su amante,
afectando el dolor de esposa tierna,
salió para las costas de Alicante
dejando en Ceuta una tristeza eterna.  255
Y en mengua de lo humano y lo divino,
el pérfido asesino
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    partió amante y amado,
sin temor a la ley ni al fuego eterno,
porque dice un autor muy afamado  260
que acaba por vivir un condenado
como el pez en el agua en el infierno,
y ¡oh deshonor de la olvidada Astrea!
lo que hace aquí más grande el desconsuelo
es que hasta el mismo Altea  265
de Roseta y de Nelo
el viaje iluminó con luz febea
el Dios que con el rayo alumbra el cielo!


XIII

   -Después de confesar muy de mañana
a aquel gran homicida sin grandeza  270
un cura que llamaba con tristeza
su camisa de fuerza a la sotana,
muy cerca de la fuente
donde frecuentemente
toman agua las niñas casaderas,  275
fusilaron a Juan sencillamente
contra un seto de pitas y chumberas.
Murió ahogado en sus últimos gemidos,
y aunque la fe de Juan era tan viva
que creía que hay seres elegidos  280
que alguna vez se inclinan desde arriba
para echar una mano a los caídos,
fue infeliz su bondad de tal manera
que tuvo algún escéptico el recelo
de que en la hora de morir postrera  285
ni una sombra siquiera
se inclinó a recibirle desde el cielo.


XIV

   Dejémosle morir a Juan Soldado.
Ya el Génesis decía sabiamente
que el hombre de dolores agobiado  290
no conviene que viva eternamente.
Nació y vivió inocente.
Fue bueno, y por ser bueno, desdichado.
Ayudó de su patria a la victoria.
Y aunque vivió tan útil como honrado  295
y creyó a pies juntillas en la gloria,
murió del todo, pues murió olvidado.
Aquí da fin la historia
del buen Juan, es decir, de Juan Soldado.


XV

   ¡Como en alma tan buena y tan amante  300
nadie ha visto una pena semejante,
por la salud del ser a quien más amo
juro que en este instante
moja el papel el llanto que derramo!
Y ya que hay en la tierra tanto duelo  305
que mi madre decía
que lo bueno del mundo es que hay un cielo,
porque, cual Juan, creía
que en el último día
todo el que sufre ha de tener consuelo,  310
¡mandad, Señor, puesto que estamos ciertos
de que es la vida una incurable peste,
que convierta a los pueblos en desiertos
ese día en que un hálito celeste
ha de barrer los vivos y los muertos!  315



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ArribaAbajoLos amoríos de Juana

Poema en dos cantos


A mi consecuente amigo el ilustrado literato Sr. Conde de Santiago.- Campoamor.






Canto primero

De Rey a Coronel



I

   Con un amor fatal por lo ilusorio,
siendo en lo real más casta que Susana,
era un Don Juan Tenorio,
en la región de las ideas, Juana.
Muerta por fuera, aunque por dentro viva,  5
suele traer a la memoria el beso
su boca de salud provocativa;
y aunque grandes y abiertos con exceso,
son bellos como el sol, a pesar de eso,
sus ojos con caídas hacia arriba.  10


II

   Vivía con honor de su trabajo,
y obrera incomparable en sus cosidos,
sabiéndolos volver de arriba abajo,
estrenaba diez veces los vestidos.
Es su casa un convento  15
donde, exceptuando el son de aquel acento
que habla más bien al alma que al oído,
la preciosa cartuja
no hace en su cuarto de labor más ruido
que el clava que te clava de la aguja.  20
Y cosiendo y soñando entretenida,
idealiza sus propias sensaciones
porque cree, como yo, que en esta vida
lo que hay más verdadero es ver visiones.
¡Ver visiones! Dios mío, ¿estaré loco  25
al presentir que me parezco un poco
a esas castas doncellas
tan llenas de ilusiones,
que malgastan su amor y sus pasiones
en la luna, en el sol y en las estrellas?  30


III

   En esa edad tan bella
en que el amor se cae de maduro,
se empezó a ver en ella
la grave enfermedad del amor puro,
enfermedad tan grave, aunque tan pura,  35
que un día de parada
se quedó (y perdonadle su locura)
del Rey enamorada.
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Cuando es bien parecido
un Rey, es una imagen de marido  40
que las niñas fantásticas adoran.
¡La mujer y la alondra se enamoran
de todo lo que brilla y hace ruido!


IV

   Fue el caso que, al hacerle algún saludo,
detrás de sus cabellos escondida,  45
vio que el Rey su mirada distraída
echó hacia ella; mas ¿la vio? Lo dudo.
Pero Juana infirió, según infiero,
que el Rey le dijo con los ojos: «Te amo»;
y ella, pensando en responder: «Te quiero»,  50
ocultó su rubor oliendo un ramo.
Y luego echa a correr avergonzada,
y cuando va pensando
si el Rey irá besando
las huellas de sus pies con su mirada,  55
así como al descuido, con cuidado
Juana mira de lado
con tanta gentileza,
que no puso en su huida
más gracia natural ni más belleza  60
Galatea, volviendo la cabeza
por ver si era en su fuga perseguida.


V

   Juana, que se veía
hermosa y con salud, dos veces bella,
llegó a creer que se quedó aquel día  65
el Rey de España enamorado de ella.
Y aunque es tan pudorosa
que no abraza a sus sueños ni en el viento,
el día aquel, por excepción honrosa,
le dio de pensamiento  70
un beso... o dos... o tres... muy poca cosa;
y prometiendo al Rey su blanca mano,
con el amor más tierno,
la mitad del verano
y parte del invierno  75
a su futuro esposo el Soberano
lo adoró como a un Dios sin culto externo.
Y al pensar, la inocente,
que su gracia de un Rey hará un vasallo,
en el Palacio Real cristianamente  80
aspira a ser sultana sin serrallo.
Y ¡lo que es la ilusión! desde el gran día
en que el Rey la inflamó con su mirada,
por elegancia fría,
ya muestra aires de Reina fastidiada,  85
aunque tiene un reinado todavía
más chico que el Rey Chico de Granada.


VI

   Mas ¡ay! cuando, creyéndose en su mente
Reina de ambas Castillas,
ya extraña que la gente  90
no empiece a contemplarla de rodillas,
la luz de una mañana
vino a eclipsar su estrella,
pues supo un día, al despertarse, Juana
que el Rey se iba a casar, y no con ella.  95
Y como es un refrán tan verdadero
que el mayor desengaño es el primero,
al caer de su trono,
creyó con el candor más hechicero
que del Rey lloraría el abandono,  100
vistiéndose de luto, el orbe entero.
Y cuando vio apagado
el esplendor de su ideal soñado,
y después que perdió la confianza
de alcanzar la esperanza  105
de tener un vasallo coronado,
la consoló aquel día
del triste fin de su pasión dichosa
el mirar que el espejo le decía:
«¡Consuélate, hija mía,  110
que es más que Reina ya la que es hermosa!»
¡Cuánto celebro, por su bien y el mío,
que su amor no pasase de amorío,
y que su fe, sin experiencia alguna,
ignorase en su noble desvarío  115
que el ir de la pobreza a la fortuna
es marchar de la dicha hacia el hastío!
¡Ya ha muerto su ilusión! Pero entretanto,
el destino iracundo
no le hará ver con verdadero espanto  120
que también en el mundo
hay en los ojos de las Reinas llanto!
Y al poner fin a sus amores reales,
no quedará por dicha convencida
de que son las grandezas imperiales  125
las más grandes miserias de la vida!


VII

   Siempre ha sido y será cosa corriente
que, mientras dure el malestar divino,
en alas de la mente
llega el alma hasta el fin de su destino;  130
siendo un hecho evidente
que si un amor se va muy fácilmente,
el amor venidero está en camino.
Así, paseando un día,
más ligera que un pájaro ligero,  135
vio Juana a un diplomático extranjero
que, sin ser General, lo parecía;
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y, como es de inferir, fiel a su estrella,
al volverse a la paz de su retiro,
un corazón tan tierno como el de ella  140
le dedicó al dormir la noche aquella,
después de un «¡es buen mozo!» un gran suspiro.
Mas no fue poco enorme
el suspiro que dio su alma doliente,
cuando supo después por accidente  145
que aquel Embajador con uniforme
era un monstruo civil, un ser deforme,
que no era ni siquiera subteniente.
Y como en ella obra el discurso tanto
que, aunque la ciencia lo contrario mande,  150
escribe siempre Amor con A muy grande,
y un busto de Nerón lo juzga un santo,
de buena fe asegura
que el que no es militar es casi un cura,
y conforme al saber de muchas gentes,  155
ignora las razones oficiales
que hay para dar patentes
del uso de uniforme a los mortales
que no son por lo menos subtenientes.


VIII

   Porque ¿es hombre un paisano?  160
Aunque Juana creía
que en el género humano
puede a ratos, y en término lejano,
un paisano ser hombre todavía,
ella piensa que es nada, o casi nada,  165
grandeza que no es hija de la espada,
y que, aun siendo brutal como todo hecho,
la fuerza, pese al cielo, es un derecho;
y en honra de las glorias militares
cree, como todas, por instinto, Juana  170
que el verter sangre humana
no es deshonor cuando se vierte a mares;
por lo cual, resolviendo que el paisano
es, más que un hombre, un papagayo humano,
lo olvida muy aprisa, muy aprisa,  175
recordando más triste que Artemisa
que ya puede sumar dos desengaños
en quince años que cuenta:
¡quince años, ¡ah! quince años!...
¡la edad que yo tenía hace cincuenta!  180


IX

   Mas, dejando mi edad, tened por cierto
que hay siempre un vivo que reemplaza a un muerto,
y por raro que sea
el corazón humano
es como el yo Fichtiano,  185
que lo que piensa en su interior, lo crea,
y Juana, que en su amor se lisonjea
de lograr para esposo al heroísmo
si es necesario en Don Pelayo mismo
realizará su idea...  190
¡Lo que tiene de bueno el platonismo
es que alcanza en Platón lo que desea!


X

   Sintiendo el inmortal desasosiego
de una sibila en éxtasis y loca,
Juana consagra a un militar su fuego  195
para quitarse luego, luego, luego
el sabor a paisano de la boca.
Y buscando otro amor precipitada,
quiso la mala suerte
que Juana, nuestra Reina destronada,  200
oyese hablar, si bien muy de pasada,
del coronel Roldán, alias «La Muerte»,
un militar de historia acrisolada,
de quien cuenta la fama pregonera
que, al empuñar la espada,  205
se creía un Titán, aunque no lo era.


XI

   Pero ¡Señor! para que el alma honrada
de tan casta doncella
estuviese vencida y dominada
por la pasión aquella,  210
¿qué había entre ella y él? ¿Qué había? Nada:
la mucha fama de él y un sueño de ella.


XII

   Supo Juana también que, osado y fuerte,
el coronel «La Muerte»,
como algún día Condillac, opina  215
que el tacto es la razón de los humanos,
y que el mundo termina
donde acaba el alcance de las manos.


XII

   Y como es tan común entre las Juanas
el tentar a los hombres atrevidos,  220
una de esas mañanas
en que hierve el volcán de los sentidos,
soñó con el candor más halagüeño
que dormía muy cerca de su ensueño;
y en el supremo instante  225
en que soñaba más... ¡Jesús, qué loca!
supuso que aquel hombre delirante,
como Pablo a Francisca la de el Dante,
le escondía los besos en la boca...
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Y aunque esto, si no en Dante, lo ha leído  230
en la historia de un santo arrepentido,
al ver su corazón pundonoroso,
que tocan en lo real sus ilusiones,
perdiendo para siempre su reposo,
a aquel amante, que alardeó de esposo,  235
le echó más maldiciones
que Fray Diego al murciélago alevoso.
Y espantada del hecho
de dormir, sin querer, con sus visiones,
al fin de su explosión de sensaciones,  240
como flor arrancada de un barbecho,
creyó sacar, cuando saltó del lecho,
su ropa de inocencia hecha jirones.


XIV

   ¡No temas, soñadora empedernida,
por tu pudor, que la final caída  245
de tu virtud retarda;
a pesar de tus faltas de dormida,
todavía tus pasos en la vida
ve sin rubor el Ángel de la Guarda!
Y en tanto que a tu amante devaneo  250
falte el imán del material deseo,
en tu mundo de amor imaginario
siempre serán tu casto mobiliario
las cosas de los seres ideales,
oro, diamantes, perlas y corales,  255
luz, susurros, perfumes y colores,
risas, suspiros, pájaros y flores.


Canto segundo

De capitán a soldado



I

   ¿Volverá Juana a amar? Naturalmente.
¿Qué ha de hacer aquella alma adolescente,
cuando en el campo, respirando amores,
los pájaros gorjean
y se hinchan los estambres que rodean  5
los fecundos pistilos de las flores?
Ella, después que olvida
la imagen que ama ciega,
a otra imagen fingida
con alma, vida y corazón se entrega.  10
¿Quién no ha visto mil veces repetida
esa crisis suprema de la vida
de un amor que se va y otro que llega?


II

   Juana, esta vez, por su fatal destino,
yendo a una feria un día  15
se encontró en el camino
a un capitán buen mozo, que tenía
la ordinaria manía de ser fino.
Y una mujer que, por favor del hado,
no conoce el pecado ni de oídas,  20
conoció al capitán «Perdonavidas»,
que, a más de ser la imagen del pecado,
por falta de ocasión, sólo ha probado
que es muy bravo en vencer a sus queridas.
Este hombre, tan pagado de sí mismo  25
que con frente altanera
se suele despedir como un cualquiera,
y él cree que dice «¡adiós!» con heroísmo,
en la feria llevaba
un traje de montar, que suponía  30
un enorme caudal que le faltaba,
y un caballo andaluz que no tenía.


III

   Mas ¿cómo pudo soportar sin ira
a un hombre que en amor sólo suspira
por todo lo sensual de vuelo bajo,  35
Juana, que altiva hasta a los grandes mira,
desde que fue algo Reina, de alto a bajo?
Porque en cosas de amores,
por afición sin duda a los laureles,
suele gustar a las que crían flores  40
el penetrante olor de los cuarteles.


IV

   Pero como era en Juana
la castidad más fiera que en Diana,
cuando a aquel capitán, de su alma dueño,
lo vio casado, se acabó su sueño.  45
Y aunque Juana al principio se acongoja,
porque a su amor sincero
le prueba que es un monstruo verdadero
una rubia, muy rubia, casi roja,
que le sirvió de negro un año entero,  50
ella, ya indiferente,
hoy le ve acompañar galantemente
a una mujer muy fea y a otra hermosa;
y como es natural y muy frecuente,
la hermosa es su mujer, la otra su esposa.  55


V

   Mas no lloréis, lectores,
por un alma excelente
a quien constantemente
la consuela el amor de sus amores,
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pues tengo la certeza  60
de que le hará soñar otra grandeza
esa mala ventura que la trajo
a amar a un capitán mala cabeza.
¡La gran naturaleza
va siguiendo en secreto su trabajo,  65
y después que nos mueve, ella nos guía
al fin de nuestro fin por el atajo
con la fuerza brutal de su inocencia!...
¡Oh madre universal de la existencia!
tu ley es la inmortal sabiduría.  70


VI

   Diré, por fin, para abreviar mi cuento,
que bajando de un golpe muchos grados
en la escala social de la grandeza
Juana quiso a un sargento
de los más afamados,  75
que cuando grita «¡firmes!» con firmeza,
clava un metro en el suelo a los soldados.
Es raro en un candor tan verdadero
que amase una semana
al sargento «Metralla», un gran guerrero,  80
que era primo tercero
de una prima trigésima de Juana,
y un hombre tan ardiente y tan bizarro,
de quien su prima, que le amó, decía
que al mirarla parece que quería  85
encender en sus ojos el cigarro.
¿Decís que amar a ese hombre es gran locura?
Lo será con certeza;
pero el mal del amor no tiene cura
cuando es por desventura  90
mas grande el corazón que la cabeza;
y cuando un cuerpo lleva
un alma como un horno acalorada,
cualquier cosa, una voz, una mirada,
es la serpiente tentadora de Eva.  95
Así es que fue querido
por la prima de Juana el tal sargento,
porque un día, atrevido,
vistió de falda corta un pensamiento,
se fue hacia ella, se acercó a su oído,  100
y en frases más fosfóricas que bellas,
aunque sólo de nombre,
le regaló la luna y las estrellas.
¡No engaña a las mujeres ningún hombre:
por regla general, se engañan ellas!  105


VII

   El sargento Metralla,
que llamaba a la tropa
la «gente de mi ropa»,
y a las gentes civiles «la canalla»,
era un matón de audacia tan fingida,  110
que siempre en el fragor de la batalla
procuró, más que herir, no ser herido;
y buscando socorro,
mientras gritaba «¡a ellos!» en la huida,
como el gran Napoleón, pasó su vida  115
haciéndose el león, siendo un gran zorro.
Pero ella, que en la edad de la hermosura,
aspirando a un amor que nunca alcanza,
metida en una nube de esperanza,
cuanto hace y dice es poesía pura,  120
exaltado su amor probablemente
por los informes de su prima, Juana
sólo pudo querer a aquel valiente
deprisa y de memoria una semana,
porque el pobre sargento,  125
con esta precisión con que lo cuento,
de pendiente en pendiente,
ganó rápidamente
los cuatro grados que a la letra copio:
ascendió a subteniente,  130
subió desde el Jerez al aguardiente,
de éste al alcohol y del alcohol al opio.
Mas si helaron al pronto estos horrores
en Juana los amantes sentimientos,
vendrán otros momentos,  135
y vendrán, como siempre, otros ardores;
que en palacio, en la choza, en los conventos,
al llegar la estación de los amores,
sólo se hallan amantes pensamientos,
cantos de aves, perfumes de las flores.  140


VIII

   Mas ¿vivió el tal sargento? El tal sargento
ignoro si ha vivido o no ha vivido;
mas sé que fue querido, y muy querido,
por Juana, que le amó de pensamiento.
Y ¿quién duda un momento  145
que lo que fue en un corazón, ha sido?
¡Tan cierto es que lo real es lo fingido,
que a veces duda el mundo
si César y Colón han existido:
los verdaderos hombres que han nacido  150
son Fausto, Don Quijote y Segismundo!


IX

   Como se ven las cosas más extrañas
en aquella cabeza,
más movible que un viento entre montañas,
Juana, en noches de insomnio y de flaqueza,  155
sin perder la pureza,
tuvo hijos sin dolor de sus entrañas.
—456→
¿Me vais a preguntar que cómo es eso?
Pues eso es que, fundidas al exceso
del calor de sus sueños juveniles,  160
de las frías muñecas infantiles,
se convierte el cartón en carne y hueso.
¿Que no es verdad? ¿Cómo diré, Dios mío,
sin que de horror se abra a mis pies el suelo,
que Juana, entre amorío y amorío,  165
tuvo hijos sólo por favor del cielo?
Hijos de ella ¿y de quién? De las estrellas,
que, inspirando ternuras visionarias,
hacen ser a castísimas doncellas
madres imaginarias  170
de hijos hermosos de ninguno y de ellas;
por lo cual la que más y la que menos,
al condensar el fuego que la abrasa,
en sus delirios, de ternura llenos,
tiene hijos sanos, rubios y morenos,  175
de los novios de luz con quien se casa;
y por eso, la niña de este cuento
aunque viuda ya de pensamiento,
si virgen por el cuerpo todavía,
en ese corto plazo  180
que precede al crepúsculo del día,
soñando, convertía
en un nido de soles su regazo;
y como el alma encierra
el germen de los bienes y los males,  185
es feliz con sus hijos ideales
la madre menos madre de la tierra:
y en su amor sin amante,
dejándole volar a su deseo,
soñando, se llevaba de paseo  190
dos niños de la mano y dos delante;
y ¡cosas de la vida! como estaban
formados del vapor de los ambientes,
los hijos de su amor se evaporaban
cuando, al venir la aurora, se llevaban  195
los céfiros los sueños de las frentes!


X

   ¡Dios del amor! ¿Preguntas en qué autores
he aprendido a pintar tantos amores
y escenas de pasión tan misteriosas?
¡Dios del amor, Dios del amor! ¿qué quieres?  200
¡Como soy viejo ya, sé muchas cosas,
y entre ellas, lo que piensan las mujeres!


XI

   Ya hemos visto que es Juana tan vehemente
y en amar tan voraz, aunque inocente,
que, arrastrando tenaz sus desengaños,  205
moralmente, y tan sólo moralmente,
gastó varios esposos en dos años;
y en su ilusión, cual si estuviese cierta
de cumplir de su madre el pensamiento,
imitando a la Infanta de aquel cuento,  210
que a la suya oyó hablar después de muerta,
se fue a buscar su mente
al vecino de enfrente,
que, siendo carpintero, hizo la caja
y se prestó a poner piadosamente  215
a su madre difunta la mortaja.
Mas como obra a traición lo inesperado,
quiso el destino fiero
que fuese el carpintero,
mientras ella era Reina, a ser soldado.  220
Y si bien, desdeñosa,
cuando era hombre civil no le quería,
ya un poco menos fría,
al ver que es militar, piensa otra cosa;
y de este modo, Juana,  225
que tenía a aquel joven olvidado,
al verle ya soldado,
lo halló en su corazón una mañana;
y aunque sólo es soldado el buen vecino,
ella, en su sed de amor inextinguible,  230
sabe bien que el destino
suele hacer de un soldado un Rey posible.
Y ¿quién duda que en caso semejante,
cuando era Juana de Arco una pastora,
elevaba en su amor, como ella ahora,  235
algún pastor a Príncipe reinante?
Jura, pues, por el sol y por la luna,
y por todo lo humano y lo divino
que al volver de la guerra aquel vecino
se casará con él sin duda alguna;  240
y aunque ignora su nombre todavía,
conserva Juana de él una memoria
tan tierna como el día
del santo de su madre, que está en gloria.


XII

   No hablando ni pensando en otra cosa  245
mas que en ser pronto esposa
de un militar que es bueno y de su clase,
para estar muy hermosa,
discute algo dudosa
si su traje nupcial, cuando se case,  250
ha de ser blanco o de color de rosa;
y esperando al ausente,
sólo tiene en su amor por confidente
a aquel que ve nacer los pensamientos,
y vaga por el campo alegremente  255
oyendo en el ambiente
la música sin letra de los vientos.
—457→


XIII

   Pero ¡ay! un día, de dolor transida,
aquella Ofelia cuerda y mal vestida
con traje de percal descolorido,  260
supo que el prometido
dio con gloria la vida,
y que, al fin de una lucha fratricida,
su gloria y él se los tragó el olvido,
siendo así de aquel hombre,  265
la fama, el ruido, la virtud y el nombre,
la extinción tan completa,
cual lo serán las dichas y los duelos
de este inútil planeta
el día en que, al pasar algún cometa,  270
lo arroje a los abismos de los cielos!


XIV

   Y como es Juana, al fin, de esas mujeres
que tienen el consuelo
de suponer que hay seres
que las miran y llaman desde el cielo,  275
cuando ya lentamente
su endeblez se iba haciendo transparente,
siguió al héroe olvidado
que a la sombra murió de su bandera,
y ella, de esta manera,  280
después que tuvo a un Rey esclavizado,
vino a acabar su militar carrera
muriéndose de amor por un soldado.


XV

   Mientras Juana ha existido,
sólo vio en los objetos sus ficciones,  285
y al fin, para acabar como ha vivido,
en una compendió sus ilusiones:
y soñando, al morir, que se moría,
vio, en su sueño, formado
un numeroso ejército mandado  290
por aquel Rey que la miró aquel día;
y, mientras duda con dolor la tierra
si es Juan un general muerto en campaña,
la despide del mundo el Rey de España
con todos los honores de la guerra.  295
¡Marcha real! En sus honras funerales
le presentan las armas los soldados,
y tienen con dolor los oficiales
en el cielo los ojos abismados.
¡Y en tanto que hace de pasión extremos  300
un cierto coronel que ya sabemos,
y un capitán, con el mayor cariño,
le promete, mirándola, ser bueno,
alivia el pecho de suspiros lleno
un sargento que llora como un niño!  305
¡Marcha real, marcha real! ¡Aunque encantados,
queriendo sus sentidos apagados
dar fin a su calvario de venturas,
con ojos por las penas agrandados
mira Juana, expirando, a las alturas,  310
donde han de ser los tristes consolados;
y, virgen coronada de jazmines,
mientras haciendo el duelo
ensordecen el suelo
tambores destemplados y clarines,  315
oye también por la región del cielo
los coros de los santos serafines!
¡Y cuando su alma honrada,
que no pensó sin éxtasis en nada,
dio un adiós a sus sueños terrenales,  320
su frente levantó, sólo tocada
por la luz y los besos maternales;
y volviendo tranquila la cabeza
a la vaga región de lo invisible,
murió con la firmeza  325
de un mártir de la fe de lo imposible!
¡Y feliz con el duelo
que la tierra le hacía,
logrando el fin de su constante anhelo,
fue a gozar de la gloria, en que creía,  330
aquella alma tan grande, que tenía
por base el mundo y por corona el cielo!




ArribaAbajoUtilidad de las flores

Poema en un canto


A mi constante y buen amigo el Excmo. Sr. D. José de Cárdenas, ex Director de Instrucción Pública.- Campoamor.






I

   No lo dudéis, lectores,
si hay un cielo, hay en él aves y flores.


II

   Hállanse en una estancia
compitiendo en belleza y en fragancia,
frente a un espejo, una mujer hermosa,  5
que tiene al lado izquierdo y al derecho,
en aquel una cuna, en éste un lecho,
y en la mesa, en un búcaro, una rosa;
y en tanto que la rosa la embalsama,
mira la madre, tierna cual ninguna,  10
con el afán del que ama,
a una niña menor que está en la cuna
y a otra enferma y mayor que está en la cama;
y con madre tan bella
y con hijas tan niñas y agraciadas,  15
hace la rosa de la estancia aquella
un jardín habitado por las hadas.


III

   Nieves, que es un modelo
de humanas y divinas perfecciones,
tiene algunas pasiones,  20
mas todas pasan antes por el cielo.
En su noble apostura,
acaso lo de menos es ser bella,
porque, además de hermosa, brilla en ella
la bondad que hermosea la hermosura;  25
y al mismo tiempo encantadora y pura,
le sale tan de adentro ser graciosa,
que cuando va a la iglesia y presurosa,
uniendo lo gentil a lo sencillo,
hacia el altar sus pasos se aproximan,  30
creen que ven a la Virgen, y se animan
unos niños de un cuadro de Murillo.


IV

   Hay hombre que sediento,
no a gotas, a oleadas
bebe el opio volátil de su aliento,  35
pues Nieves es un hada que en el viento
escribe himnos de amor con las miradas,
y si en casos de fe cree en lo increíble,
a toda presunción indiferente,
no cree que es su belleza irresistible.  40
Contempladla de frente.
¿Fue Venus más hermosa? Es imposible.
Miradla ahora de perfil. ¿No es cierto
que es mi madre en persona?...
Pero ¡ay! lector, perdona;  45
¡siempre me olvido que mi madre ha muerto!
—459→


V

   Aunque la niña grande es ya perita
en coordinar las flores que diseca,
lo que escucha a los hombres en visita
se lo cuenta después a su muñeca.  50
Y si aun ve como sombras los reflejos
del sol de las pasiones,
y encima de sus ojos, aunque lejos,
ya cierne el porvenir sus ilusiones,
flotando vagamente sus razones  55
de la inocencia en las tranquilas aguas,
ya sabe por sus propias reflexiones
que una niña es un niño con enaguas,
y un hombre una mujer con pantalones.


VI

   Y aunque la grande a la menor desdeña  60
con todas sus potencias y sentidos,
porque viste de encajes cuanto sueña
y sabe un cuento o dos de aparecidos,
la niña más pequeña,
que no quiere por celos a su hermana,  65
siempre está más risueña
que al abrirse una flor por la mañana;
y si la grande encanta
por su rostro expresivo,
la más niña es alegre sin motivo,  70
como el pájaro canta porque canta.


VII

   Al alumbrar la luz, casi apagada
por una bomba de cristal filtrada,
madre e hijas tan bellas,
parece aquella estancia iluminada  75
por la luz interior que sale de ellas.
Y como Nieves, por amor, prudente,
para verlas a un tiempo y fácilmente,
sin que estén las dos niñas envidiosas,
pone el espejo enfrente;  80
mirándolas con aire indiferente
de una a otra, ya fijas, ya indecisas,
envueltas en miradas cariñosas,
vienen y van, y vuelan las sonrisas,
lo mismo que si fuesen mariposas.  85


VIII

   Son flores y mujeres tan iguales,
que forman en la estancia de la hermosa
cuatro flores cabales
la madre, las dos niñas y la rosa.
Y cuando llamo a las mujeres flores  90
es que quiero, lector, que consideres,
aunque ya lo sabrás por tus amores,
que aseguran doctores, muy doctores,
que son flores con alma las mujeres.


IX

   La niña de la cuna, que veía  95
aquella rosa fresca y sonriente
que acaso, acaso al asomarse el día
se le cayó a la aurora de la frente,
cual si fuese algún pájaro pequeño
que ansiase comer flores en el nido  100
pedía con empeño
la rosa que en el búcaro veía,
y que por cierto para verla abría
unos ojos de a metro mal medido;
y una vez y otra vez, voluntariosa,  105
como todas las niñas muy mimadas,
poniendo el alma entera en sus miradas
pedía aquella rosa
pronunciando unas frases mal formadas
que podían decir cualquiera cosa.  110
Y sabiendo las niñas muy pequeñas
la lengua universal de hablar por señas,
lo que la niña ansía
con señas del más puro castellano
haciendo líneas curvas con la mano  115
en el viento lo escribe.
¡Qué modo de decir tan soberano!
¡Sería un orador ciceroniano
si supiera charlar lo que concibe!


X

   La madre encantadora y encantada,  120
después de oírla hablar con la mirada,
con un celo, por gracia, algo tardío,
dijo al darle la flor: -¡Toma, bien mío!-
La niña, alegre y con presteza rara,
se aproximó la rosa a aquella cara  125
más fresca que otra rosa con rocío:
y, apretando la flor apetecida,
poco después la niña caprichosa,
en hechicera desnudez dormida,
cayó en un sueño de color de rosa.  130
¡Oh trasunto feliz de mis amores!
¡La niña es una imagen de la vida:
pide con ansia flores,
las disfruta... se duerme... y las olvida!
—460→


XI

    Mas Nieves cuidadosa,  135
sabiendo la presteza
con que puede la niña ajar la rosa,
la coge presurosa
y da asilo a la flor en su cabeza.
Pero como hoy, lo mismo  140
que en los días de amor del tiempo viejo,
atrae a las mujeres un espejo
como atrae a los hombres un abismo,
el verse con la flor en la cabeza
del muerto amor le recordó las glorias,  145
y, excitada de nuevo su terneza,
dando un tierno repaso a sus memorias
le recuerda la flor en los cabellos
que son el fruto de su amor perdido
los ángeles aquellos;  150
y al mirar a uno enfermo, a otro dormido,
se llenaron, pensando en su marido,
de lágrimas y luz sus ojos bellos!
   Y siendo interminables las mujeres
en recorrer memorias hechiceras  155
cuando idolatran seres
elevados al rango de quimeras,
después, con embeleso,
vio un diamante muy grueso
que en su anillo nupcial resplandecía  160
como la chispa eléctrica de un beso,
e inclinándose a un lado y otro lado,
en memoria del padre idolatrado
dio a sus hijas con labio enardecido
un beso muchas veces repetido;  165
porque al besar la madre a un hijo amado
besa a un tiempo al amor de que ha nacido.


XII

   ¡Así, la misma rosa
que el sueño perfumó de la inocencia,
honró con su presencia  170
el sueño del amor de aquella hermosa,
viuda sin consuelo y madre tierna,
que tan sólo comprende
ese amor absoluto que se extiende
de la vida mortal hasta la eterna!  175


XIII

   Mas ¡oh Dios! de la niña agonizante
en las formas divinas
la vida se enfriaba a cada instante,
cuando puso de pronto en su semblante
la tisis unas manchas purpurinas;  180
y al ver por la tristeza de su risa
que la muerte llegaba a toda prisa,
la madre, desolada,
se preguntó con la mirada: -¿Es cierto?-
Y la niña, más pálida que un muerto,  185
-Es cierto -dio a entender con la mirada.
   Y siguiendo un gemido a otro gemido,
cuando ya sus mejillas
pasaban de amarillas
hasta un azul subido, muy subido,  190
su garganta hechicera
imitaba en su angustia lastimera
el rítmico sonido
que hace la hoz segando en la pradera.
¡Y al ver la madre que de angustia llena  195
se quedará viviendo
como un marino en tierra que sintiendo
la nostalgia del mar muere de pena,
jura al cielo sufrir cristianamente,
verdadera creyente  200
de esas que van con valerosos pechos
luchando con las penas, frente a frente,
porque saben que flota providente
un eterno ideal sobre los hechos!


XIV

   Y en aquel mismo día  205
en que ya se veía
que quemaba los pámpanos el hielo,
la niña, que al morir se sonreía,
se trasladó desde la cama al cielo:
¡y la madre, entre tanto,  210
con las manos en cruz y de rodillas,
saboreaba, besando sus mejillas,
el dejo amargo de su propio llanto:
pero, en sufrir experta,
ni siquiera solloza,  215
por no turbar el sueño de que goza
la niña viva ante la niña muerta!


XV

   Así acabó esta historia sin historia.
Y al protestar mi pecho compasivo,
que ve Dios desde el trono de su gloria,  220
que es por la niña mi dolor tan vivo
que el llanto que me arranca su memoria
humedece esta pagina en que escribo;
diré que Nieves, de pesar transida
junto a la niña muerta,  225
aunque al verla tan bella, queda incierta
si está muerta o dormida,
para aumentar sin duda su belleza
le puso entre las manos, afligida,
la rosa que arrancó de su cabeza.  230
—461→
   No hay para los humanos
ni honor más grande ni mayor consuelo;
¡morir con una flor entre las manos,
es morir abrazados con el cielo!


XVI

   De este modo en un día  235
aumentando el dolor o la alegría
de fantasmas ya tristes, ya risueños,
la única rosa que en la estancia había
fue el honor y el testigo de tres sueños.
Y ¿no es verdad, lectores,  240
que pueden ser en casos semejantes
más útiles las flores
que las perlas, el oro y los diamantes,
cuando pudo una rosa de esta suerte
perfumar y adornar con su presencia  245
el sueño angelical de la inocencia,
el sueño del amor y de la muerte?...