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ArribaAbajoLa calumnia

Poema en dos cantos


Dedicado a mi querido amigo y paisano el Sr. D. Cayetano Sánchez y Bustillo.






Canto primero.- Dicen que dicen...


I

   Es Marcela una esposa honrada y bella;
pero Jorge, su esposo,
o por falta de juicio, o por celoso,
ve con despecho gravitar sobre ella
el peso de un enigma misterioso.  5
   Aunque Marcela ignora,
como alma casi exenta de pecado,
que causa le ha robado
el corazón del hombre a quien adora,
esa innoble y común maledicencia  10
que añade a lo entrevisto lo inventado,
con reticencias viles
va trazando, trazando, de ella en torno
los siniestros perfiles
de unas vagas sospechas sin contorno;  15
y siendo una beldad tan candorosa,
y de pureza tanta,
que apostar se podría cualquier cosa
a que, más que mujer, es una santa,
ya siente una tristeza sin objeto,  20
pues sabe que en la vida
se hace verdad mentira repetida;
y aunque lleva en sí misma su respeto,
para arrancar del corazón humano
la dicha y el reposo,  25
basta el aire sutil de un dicho vano,
como basta un gusano
para perder el fruto más hermoso.


II

   Lo cierto es que Marcela, que era buena,
llegó a saber con pena  30
que su nombre llevaba
el sello de un destino misterioso,
y a creer comenzaba
que una fuerza invisible la arrastraba
envuelta en un torrente cenagoso,  35
pues una vez que con su airoso talle
de algunos hombres la atención se atrajo,
dijo uno de ellos, al volver la calle:
-Tiene esa joven...- y se hablaron bajo.


III

   Y en sitios y ocasiones diferentes,  40
escuchando a esas gentes
que de todo maldicen,
con terror este diálogo oyó un día:
-Dicen que dicen...- una voz decía.
-Pero ¿qué dicen? -¿Qué? Dicen que dicen...  45
Así era su virtud inmaculada
poco a poco empañada,
con ese vago modo
con que acostumbra a suponerlo todo
el que no sabe nada;  50
pues es cosa probada
que la calumnia astuta
crece también entre la gente honrada
como en un bosque virgen la cicuta.


IV

   Mas ¿por qué Jorge, que a sentir comienza  55
un malestar no exento de vergüenza,
sabiendo que Marcela es inocente
y siendo él además tan buen marido,
de noble y de galán se ha convertido
en un hombre vulgar e inconveniente?  60
¿Por qué? Porque en calumnia convertida
cualquier maligna chanza,
la más serena vida
llega a ser un infierno sin salida,
sin amparo, sin luz, sin esperanza.  65
   Y como de ella al corazón herido,
cada vez más la duda la exaspera,
ya mira a su marido
con un poco de lástima altanera;
y el desdichado esposo,  70
con rostro enjuto y aire desdeñoso,
teniendo al qué dirán un miedo horrible,
duda, observa, medita, y meditando
si alguna acción perjura
es posible en Marcela o no es posible,  75
consigo mismo a intervalos hablando
a media voz monólogos murmura,
que, ésta es la presunción inevitable
de una lógica impura:
mujer posible, es tentación probable;  80
mujer probable, es tentación segura.
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V

   Pero ¿qué causa había
para dudar de honor tan acendrado?
No sé por qué sería;
mas debo confesar, como hombre honrado,  85
que todo el mundo en el lugar sabía
que Marcela tenía
un precioso lunar en un costado;
lunar que, oculto, era una hermosa gloria,
pero que, ya sabido y comentado,  90
fue el principio terrible de una historia;
historia que fue en cuento convertida,
y hecho el cuento después noticia grave,
siempre a Marcela unida
la siguió todo el resto de su vida,  95
¿Adrede o sin querer? Nadie lo sabe.
Sólo es cosa sabida
que, en el flujo y reflujo de la vida,
para cualquier galán, aún siendo hidalgo,
saber que hay un lunar, ya es saber algo;  100
y al contarlo, del modo más sencillo,
la noticia primero corre y corre...
y después sube y sube...
y así sobre el lunar se alza un castillo,
y sobre éste después se alza una torre...  105
la torre se circunda de una nube,
y, deshecha en torrentes,
la nube arrastra un nombre por el lodo,
nombre que infaman las odiosas gentes,
que, siempre maldicientes,  110
encuentran algo que decir de todo.
   Por eso Jorge, con el alma herida,
siente un tósigo arder en sus arterias;
pues, más que en desengaños, en la vida
consisten en las dudas las miserias;  115
y siempre receloso,
el desdichado esposo
tornando a su dolor no halla la calma,
pues vuelve al fin, cuando se esta celoso,
como a la playa el mar, la pena al alma.  120


VI

   Teniendo ya Marcela, casi loca,
una arruga imborrable entre las cejas,
y pálida, además, aquella boca
que engañaba en el campo a las abejas,
en una idea fijo  125
su, hasta entonces, espíritu perplejo,
-Entre la muerte y la deshonra -dijo-
¡morir! -y del gran trágico al consejo,
más de virtud que de arrogancia llena,
a la muerte después marchó serena;  130
porque ninguno sabe
la abnegación magnánima que cabe
en un alma sencilla, honrada y buena.


VII

   A Marcela, el esposo enamorado
sin quererla matar como un malvado,  135
la deja que se muera poco a poco.
Pero, Jorge ¿es un loco?
Es que la ama tan mal el desdichado,
que, hablándola una noche de ese modo
con que habla siempre el que no sabe nada,  140
le dijo de improviso: -¡Lo sé todo!-
Pero ella, hasta los ojos colorada,
le replicó con sencillez honrada:
-¡Mientes! ¡mientes! y ¡mientes!...
Y al decirlo en tres tonos diferentes,  145
se elevó a la expresión de una inspirada.


VIII

   Llora un día Marcela... y de repente,
con ceño entre las cejas permanente,
coge un vaso con mano temblorosa,
y fija ante una idea tenebrosa,  150
pidiendo a Dios perdón alzó la frente,
y, después de beber no sé qué cosa,
con un aire sublime de paciencia,
mirando a su marido,
que matarse la ve con indolencia  155
como un juez por el opio adormecido,
-¡Adiós! -le dice- ¡adiós! Como no puedo,
dejar de amar lo que olvidar quisiera,
en prueba del perdón que te concedo
pediré a Dios por ti cuando me muera.-  160
Y hablando de esta suerte,
por el mortal licor desvanecida,
sintiéndose morir ve que es la muerte
mucho menos terrible que la vida.
Ya fría y con los labios azulados,  165
fue adquiriendo por vino de sus lados
su boca esa angustiosa curvatura
con que un sabio marco los desahuciados.
Y sin alzar más queja,
y en secreto llorando,  170
su voz se fue apagando
cual la voz de un viajero que se aleja:
los grandes ojos, que abre enajenada,
algo invisible en contemplar se aferran:
su sien deja caer sobre la almohada,  175
y ven sus ojos, que al morir se cierran,
antes luz, después sombra y luego nada.
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IX

   Marcela, virtuosa y sin consuelo,
murió así; pero Dios está en el cielo:
y Jorge, tan celoso como amante,  180
no templando la muerte sus enojos,
el cabello apartó de aquel semblante:
no la dio un beso, la cerró los ojos;
y mientras en tal día,
con mezcla de pesar y de alegría,  185
de su deshonra, que juzgaba cierta,
el término veía,
¡una lágrima fría
corrió por el semblante de la muerta!


X

    Por vergüenza, y por orden del esposo,  190
en la fosa común después fue echada.
¡De este modo el celoso
perder hizo en la sombra ilimitada
el cuerpo más hermoso
de la mujer más buena, que muriendo,  195
olvidó sus agravios,
y noble, a su verdugo bendiciendo,
como las santas expiró, teniendo
el perdón en el alma y en los labios!


Canto segundo.- Era mentira


I

   No hay en la vida modo  200
de guardar un secreto;
que el tiempo, ese grandísimo indiscreto,
acaba al fin por revelarlo todo;
y por eso hoy, sin discreción, revela
que, cuando era Marcela  205
la pequeña mimada de la casa,
su cuerpo entero hizo pintar su abuela
cubierto con el velo de una gasa;
pero Jorge el esposo
nada de esto sabía,  210
hasta que el triste, de la abuela un día
recibió aquel retrato misterioso
envuelto en un papel que así decía:
«Por si esto te consuela-
la abuela le escribía-  215
te remito el retrato de Marcela
de cuando era muy niña todavía.»
Mira Jorge el retrato, y ve un querube
que a través de una tela trasparente
se destaca gentil y sonriente  220
como el Amor que sale de una nube;
y a Marcela contempla que, hechicera,
un pintor de la escuela sevillana
la retrató con luz de la mañana,
lo mismo exactamente que si fuera  225
la Asunción de Murillo en carne humana:
y entre la luz sombría
de burbujas de gasa como espuma
que a la niña cubría,
en un lado un lunar se traslucía  230
en lo interior de una sagrada bruma;
bello lunar, fatal para Marcela,
pues fue a propios y extraños,
Urbi et orbi, enseñado por su abuela,
candorosa mujer de sesenta años.  235


II

   Cuando Jorge, aterrado,
vio esta ventana abierta de repente
que arrojaba una luz tan refulgente
sobre el cuerpo de un ser idolatrado,
ante el lunar fatídico, suspira,  240
pensando, en su injusticia del pasado;
y los ojos con saña,
como buscando un arma, en torno gira;
pues claro ya por el retrato mira
que es más vil la calumnia que con maña  245
injerta en la verdad una mentira,
y ve como la ruin maledicencia,
dibujando en lo noble lo execrable,
de Marcela adorable
tendió sobre la cándida inocencia  250
esa niebla sutil de lo probable,
niebla que, ora subiendo, ora bajando,
se espesa poco a poco, y, desplegando
el imperio terrible de la sombra,
por su interior impuros circulando,  255
de la humilde virtud hacen alfombra
para verter sobre ella su veneno
los monstruos de las sombras y del cieno!


III

   ¡Sí! ¡sí! Cuando contempla de Marcela
aquel bello lunar en el costado,  260
maldice, enamorado,
el funesto capricho de su abuela:
pues ve ya claro que en la humana vida
ya la calumnia a la virtud asida
como al olmo la hiedra,  265
que crece luego al viento, y desprendida,
con savia, en los alientos recogida,
se alimenta, se agranda, crece, medra,
y el aire en ondas repetidas hiende,
como el agua en que cae alguna piedra  270
en círculos concéntricos se extiende!
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IV

   Y esta vez, por lo menos, razonable
reconoce, sus dudas recordando,
que un celoso es un ser insoportable;
y de pronto, soltando  275
de su dolor el dique,
con inmensa ternura contemplando
aquella atroz calumnia echada a pique,
besa con arrebato
de Marcela el retrato,  280
y con la fe de un alma visionaria
mira al cielo un gran rato,
como el que hace a una santa una plegaria;
y piadoso una vez y otra irascible,
pide perdón con humildad terrible  285
a la esposa inocente,
aquella a quien rodeó constantemente
la vaga hostilidad de algo invisible;
a aquella esposa, de honradez modelo,
que, si él tal vez la asesinó celoso,  290
seguro está que a cuantos van al cielo
pregunta con afán si es muy dichoso.


V

   Al volver Jorge en sí, no ve siquiera
que había encanecido en una hora,
y mira en derredor como una fiera,  295
y al verse solo, se maldice y llora;
se retuerce las manos, y con ellas
se cubre una y mil veces el semblante.
¡Oh tú, Marcela amante,
que con divinos pies los astros huellas,  300
bien vengada estarás, si en este instante
desde lo alto le ves de las estrellas!


VI

   Y ya de rabia y de amargura lleno,
volviendo a ser tenaz, conciso y frío,
si la dicha primero le hizo bueno,  305
la desdicha después le volvió impío;
pues desde el día aquel, siempre que advierte
que algún impuro aliento
suelta una chanza al viento
que ni encanta, ni ilustra, ni divierte,  310
y que la chanza en dicho se convierte,
se transforma después el dicho en cuento,
éste en calumnia y la calumnia en muerte,
mirando al cielo, exclama inconsolable:
-¡Señor! ¿en dónde está tu Providencia?-  315
¡Es, por Dios, una cosa abominable
lo que el cielo consiente en la apariencia!


VII

   El desdichado esposo
pide el olvido al sueño, pero en vano;
y como el buen celoso  320
coge cizaña aunque se siembre grano,
cruzando el cementerio eternamente
tras el cuerpo inocente
de una mujer tan buena,
inquiere, busca... pero inútilmente  325
de tumba en tumba va como alma en pena,
porque aquella calumnia tenebrosa
de ella pesó también sobre la losa;
pues Marcela, ya muerta y deshonrada,
en la fosa común siendo lanzada  330
como una mala esposa,
fue por siempre perdida,
tan infeliz en muerte como en vida.
¿Hubo en la tierra un ser más desdichado?
¡Después que fue su nombre calumniado,  335
siguiéndola hasta el fin su mala suerte,
su cuerpo fue perdido y nunca hallado!...
¡El rayo a la calumnia comparado,
es comparar al sueño con la muerte!