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ArribaAbajoDon Juan

Poema en dos cantos


Al más constante de mis amigos Don Ezequiel Ordóñez.






Canto primero.- Las mujeres en la tierra


I

   Cuando el Don Juan de Byron se hizo viejo,
pasó una vida de aprensiones llena
mirándose la lengua en un espejo,
prisionero del reuma en Cartagena.
   Este gran desertor de las orgías  5
conoce, al fin de sus postreros días,
que, conforme envejece,
sin ser más respetable, es más risible,
porque es lo más alegre, en lo terrible,
ver un antiguo Adonis que encanece;  10
y, aunque viejo, es un viejo tan amable
que, hablando sin rebozo,
aun después que acabó de ser buen mozo,
todavía es un tonto razonable;
y si tomando del placer consejo,  15
la juventud de su vejez prorroga,
y cree como de joven, siendo viejo,
que tiene la virtud algo que ahoga,
este hombre, libertino a sangre fría,
que jamás se mató por sus pasiones,  20
soporta con más pena cada día
el miedo que le dan las sensaciones:
y, ansiando bienes y esquivando males,
se parapeta sólo en su egoísmo
y se hace el más feliz de los mortales,  25
perdiendo por lo mismo
de condenarse por amor las ganas,
pues, después que se extinguen las pasiones,
yo he visto sorprendentes conversiones
a la verdad y a la virtud cristianas.  30


II

   Como era el caballero
franco por genio y por carácter doble,
aunque era, en mi opinión, un bandolero,
solía ser un bandolero noble;
y, como hombre colmado  35
de cien felicidades por lo menos,
siendo, cual buen galán afortunado,
falaz despreciador que dice amores,
por quedar como bueno entre los buenos
se quiso despedir con cuatro flores  40
de algunas cuyos nombres no ha olvidado;
e hilvanando recuerdos mal cosidos,
con poca fe y escaso sentimiento,
(porque aquel gran rival de los maridos
cultivó demasiado sus sentidos  45
para ser muy sensible al pensamiento),
un borrador trazó con mil ternuras,
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y escribió cinco cartas
a otras cinco hermosuras,
todas bellas, ardientes y maduras,  50
nunca de amor aunque de amantes hartas:
-«Deja (aquí el nombre) que en mi triste estancia
recordándote llore;
que te vea a mil leguas de distancia;
que me postre a tus pies y que te adore.  55
   »El recuerdo feliz de tu inocencia
ennoblece el martirio
del que está repartiendo su existencia
entre la tos, la fiebre y el delirio.
   »Además de lo mucho que te quiero  60
(aquí el nombre) ¡oh querida!
déjame que te diga, cuando muero,
que era tu amor el centro de mi vida.
   »No me mata el dolor que me ha postrado;
quien me mata es tu ausencia:  65
pues, sin tu amor, de mí se ha apoderado
un horror increíble a la existencia.
   »¡Es la pena mayor que estoy sintiendo
el dolor de no verte!
¡Te juro que por esto voy teniendo  70
más miedo a la locura que a la muerte!
   »¡Fuente de amor! ¡Tú fuiste en mis dolores
el único consuelo!
¡Sí! ¡Tú echarás sobre mi tumba flores!
¡Tengo en ti tanta fe como en el cielo!  75
   »¡El ser que más te ha amado y que más te ama
te dice adiós, querida!
¡No puedo más! ¡Adiós! ¡Caigo en la cama,
que he de dejar tan sólo con la vida!»


III

   Y escribe cinco copias, y galante  80
remite la primera
a Catalina Ariosto, que, radiante,
lleva en sus ojos de su patria el cielo,
y tiene una mirada más brillante
que el lustroso azabache de su pelo.  85
   Por ingenio pagana,
sigue amando los ídolos caídos,
y aunque es, como italiana,
católica apostólica romana,
es su culto el amor de los sentidos;  90
mas, de pureza y santidad modelo,
como es al acostarse un poco atea,
envuelve a la Madona con un velo
por devoción y porque no la vea.
   Esta hermosa italiana  95
que en Venecia algún día
a espaldas de otro necio y su marido
con mucha gracia con Don Juan vivía,
suele tener desde su amor primero
un sistema nervioso tan somero,  100
que el sol de Italia con furor reseca,
y que ¡ay! aunque es para el placer de acero,
como un cristal lo rompe la jaqueca.
   Por eso, aunque anhelante
no dirige suspiros a la luna,  105
es capaz, en un caso interesante,
de abandonar su casa y su fortuna
por seguir a los montes a un amante.


IV

   Y decidido a despachar deprisa,
con la perfidia en sus amores propia,  110
mandó Don Juan, después de cierta risa,
a Fanny Moore la segunda copia.
   Fanny, una inglesa de afecciones tiernas,
que no quiso marido
después que por Don Juan hubo sabido  115
que las lunas de miel no son eternas;
que es para amar más dura que los bronces,
pues, aunque fue sensible,
menos cuando se quema, como entonces,
se juzga una mujer incombustible;  120
que sólo enamorada
de una cosa sin nombre,
después que por un hombre fue engañada
ya, más que amar a un hombre, amaba al hombre
   Fanny Moore, ya tarde arrepentida,  125
después de conocer muchos ingratos,
sacó por consecuencia que en la vida
valen más que el amor unos zapatos.
   Mujer a los quince años Byroniana,
y a los treinta rabiosa luterana,  130
se fue haciendo devota
al ver su juventud algo remota.
   Con cierto aire de cisne fatigado
un ropón, muy estrecho y mal cortado,
suele colgar de sí cuando se viste,  135
y, después que Don Juan la hubo olvidado,
como único recurso se hizo triste.
   Alta, seca, angulosa de estructura,
glacial y de linfática blancura,
con tono magistral y algo altanera,  140
aspirando a ser cuákera en lo austera,
una infanta de España parecía,
pues, sin ser una reina, se aburría
con el mismo interés que si lo fuera,
   Mas la grave doctora  145
si se hubiese casado, hubiera sido
casta, firme y leal a su marido,
inmutable en su hogar y, pensadora:
pues, recatada ahora,
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siempre mira a las Venus de soslayo  150
en gracia a su pudor intransigente,
y, con ver un Cupido solamente,
se pone azul, se irrita hasta el desmayo,
y entre otras muchas cosas
después que Miss a envejecer empieza,  155
la virtud se le sube a la cabeza
y siente congestiones religiosas.


V

   El ingenio después Don Juan aguza
para escribir con letra más galana
a Julia Calderón, que era andaluza,  160
y allá va lo más grave, sevillana;
que, de sus quince en los primeros meses,
ya amó para casarse al fin del año,
y, lo que es más extraño,
que encantó a los catorce a dos ingleses.  165
   Julia, mujer amable,
de corazón ardiente,
que al amor y a la iglesia juntamente
se consagra con celo infatigable,
sintiendo en la expansión de algún sentido  170
no sé qué de resuelto y atrevido,
despreciando el amor de cierto conde
por irse con Don Juan, yo no sé dónde,
dejó de ser mujer de su marido.
   A esta alma tan sensible,  175
caprichosa y amante,
a veces le acomete un imposible,
que es el dejar de ser interesante.
   Sin ser mala, tenía distracciones,
y como todos, todos, la encontraban  180
muy leal a sus nuevas afecciones,
todos, todos después la perdonaban
la insigne buena fe de sus traiciones.
Con flores de naranjo en la cabeza,
la produce el azahar vértigos tales,  185
que, enemiga de amores ideales,
habla en ella esa gran naturaleza
que impele a hacer mil cosas naturales.


VI

   A Margarita Goethe escribió luego;
una alemana hermosa  190
muy sabia y muy curiosa,
repleta de latín, llena de griego;
un serafín de Rubens colorado,
de ojos azules que el candor agranda,
que muestra en su conjunto redondeado,  195
con un aire indolente y ocupado,
bajo un rostro que duerme, un cuerpo que anda.
   Es, en lo humano, esta mujer divina
con espalda de cisne, blanca y gruesa,
una hermosa princesa palatina  200
que hace sudar al verla tan obesa;
y haciendo vulgarmente esta princesa
ciertas exploraciones
en un viaje ideal de sensaciones,
a Don Juan vio una vez desde un convento,  205
y, como era su guía el sentimiento,
llegó a lo real por medio de ilusiones.
Hija octava, pero hija interesante,
de una flamenca agricultora y bella,
que echó tierra en la boca de un amante  210
para criar un tulipán en ella,
mas de amor tan sincero y tan profundo
que, a pesar de caprichos tan extraños,
llegó a tener diez hijos en ocho años
con la mayor serenidad del mundo.  215


VII

   Riendo con los labios solamente
don Juan, la quinta copia, impertinente,
manda a Luisa Chenier, mujer amante
que pone, seductora,
en relación lo bello y lo elegante,  220
y que, aunque algo chafada por delante,
es, vista de perfil, encantadora.
   Aunque Luisa encanece,
es por eso tal vez menos coqueta,
pues, cual vieja veleta,  225
se fija más conforme se enmohece.
Ninguna otra mujer como ella sabe
modular el acento,
para que suene en el mejor momento
entre voz de mujer y canto de ave.  230
Sólo ella acierta de agradar los modos,
pues, con gracia, y graciosa para todos,
va causando un motín por donde pasa.
Baila con arte, y charla por los codos.
Vivaracha y afable,  235
y ubicua y perspicaz, hace en su casa
los honores con gracia inimitable.
   Pérfida y melindrosa,
a disgustos matando a su marido,
ama viuda al esposo que ha perdido;  240
y, deliciosamente,
hasta por ser donosa,
se la echa de inocente
lo mismo que una Lady vaporosa.
Para todo ligera,  245
no siempre hace, pensar, mas siempre encanta,
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y aunque algo aprisa y de cualquier manera,
caza, pinta, enamora, ríe y canta;
y artista de placer, de ingenio llena,
con astucia discurre  250
que más que un Juan que desdeñado pena
sufre un Don Juan hastiado que se aburre.


VIII

   Y después que Don Juan remitió artero
las cinco copias a las cinco bellas,
exclamó placentero:  255
-Ya he cumplido con ellas-
y a su oficio volvió de caballero,
que era hace tiempo el de vaciar botellas.
   A impulso del Montilla que le inflama,
cayó cual un cadáver en el hoyo,  260
y al fin del mes se despertó en la cama
como un Baco en el medio del arroyo;
y con ojos que apenas se entreabrían,
miró cinco respuestas
en la mesa revuelta en que yacían,  265
y después de exclamar: -¿Qué dirán éstas?-
abrió las cinco cartas, que decían:
-Voy -contestó la inglesa;
y -voy- le contestaba la italiana;
y sus ojos atónitos miraron  270
que, en pos de la española y la francesa,
también se lo decía la alemana,
y, maldiciendo la ternura humana,
aquellos cinco voy le consternaron.
   Al contemplar el trasnochado amante  275
aquella muestra general de aprecio,
quedó Don Juan en tan supremo instante
con todo el aire necio
de un poeta que busca un consonante;
pues decir de Don Juan se me olvidaba,  280
que el amor que a las cinco profesaba
es como cierto cuento que una abuela
me solía contar con sentimiento,
y que, aunque el crimen confesar me duela,
no me acuerdo ya de ella ni del cuento.  285


IX

   Afortunadamente
la inglesa y la italiana,
la francesa después y la alemana,
tardaron en llegar por lo siguiente:
   Aunque fuese más casta que Diana,  290
como era el corazón de la italiana
mezcla del genio griego y del latino,
todo el mundo asegura
que, en un lugar a Castellón vecino,
se detuvo a mirar a un campesino  295
que era igual a un Apolo en la figura;
y yo lo creo así, porque no ignoro
que ella hacía las cosas más extrañas
por religión, por arte, por decoro,
por buscar en las ruinas un tesoro,  300
por huir del mal de ojo a las montañas,
por bondad natural de sus entrañas
y por lucir sus arracadas de oro.


X

   Y la inglesa ¿que hacía?
La inglesa, a quien un Lord la llamaría  305
«mujer de distinción y de modales»,
aunque ya no es muy joven, todavía
quiere tener encuentros infernales.
   Y los tiene; si bien en ocasiones
le gusta mucho parecer bisoña,  310
como toda mujer de pretensiones
que necesita amar y es muy gazmoña;
y ama, como quien siente
haber sido una vez condescendiente,
pues con respecto a amores  315
ya ha visto, con perdón de sus deberes,
las cadenas de flores
que los hombres traidores
enlazan a los pies de las mujeres.
   Como su honor es joya  320
que guarda, con dos vueltas, bajo llave,
lo que ama en Dios lo apoya,
que el abandono por mayor no cabe
en la instrucción de una mujer que sabe
que fue el amor la perdición de Troya.  325
   Mas como al fin su pecho es pecho humano,
con la Biblia en la mano
(que la suele entender sabe Dios cómo)
camina cual un plomo,
porque a un joven e incrédulo marino  330
que encontró en el camino,
silbando inglés le enseña a ser cristiano;
y Fanny de esta suerte,
volviendo al cuerpo de un papista el alma,
caminando con calma,  335
como es tan desgraciada, se divierte.


XI

   Su paso la francesa deteniendo,
como quien va con ansia descubriendo
en el azul del cielo un millonario,
se encontró con el caso extraordinario  340
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de que hirió a un oficial un bandolero,
y ella al bandido desarmó primero,
y al oficial después curó la herida,
porque Luisa Chenier, como ya he dicho,
beneficencia, amor, gracia, capricho,  345
ligereza y amor, tal es su vida.


XII

   Muy detrás de la inglesa y la italiana
camina la alemana
leyendo un gran latino, y hasta creo
que estudiando botánica en Linneo,  350
(porque entre otras rarezas que tenía,
criar la rosa azul fue su manía),
y al llegar a Valencia,
la ciudad de más ciencia
en materia de rosas y de amores,  355
se detuvo a estudiar filosofía
con un joven muy docto, que sabía
que un musgo es una pléyade de flores:
mas la dejo estudiar, porque aseguro
que no hará más acciones decorosas  360
su tierno corazón, que salió puro
de diez o doce intrigas amorosas.


XIII

   Al «voy» de aquellas fieles hermosuras,
infiel Don Juan, premeditó una huida,
pues la mucha tensión de sus venturas  365
ya ha roto los resortes de su vida;
y lo mismo que el que huye de una hiena,
abandona Don Juan a Cartagena,
con la esperanza vana
de que ninguna en su excursión le siga:  370
pero Julia, ardorosa y sevillana,
era española, y la nobleza obliga:
y le sigue, y le sigue, y entretanto
que ella corre eficaz tras del amante,
él, escapando de ella con espanto,  375
mientras mira hacia atrás, sigue adelante.
Y a su edad, bien comprendo
que por andar huyendo
del fulgor de unos ojos españoles,
fuese Don Juan capaz de andar corriendo  380
diversas tierras y diversos soles.


XIV

   Caminando Don Juan sin rumbo cierto,
vio a la derecha el sol, y ya orientado,
de Torrevieja hacia el estéril puerto,
por el terror llevado,  385
corrió como escapado
lo mismo que Mazeppa hacia el desierto;
mas, como es la mujer un torbellino
de tul, de terciopelos y de encajes,
oyó Don Juan tras sí por el camino  390
el rumor peregrino
que harían al moverse unos ramajes;
y con la prisa y el terror de un ciervo,
cruzó del Pinatar la antigua aldea,
y al llegar, por la Rambla de la Glea  395
a la Peña del cuervo,
Don Juan, ya fatigado,
respira, toma aliento,
y después, apoyado
contra el tronco de un árbol corpulento,  400
digno de ser por Títiro cantado,
no lejos del edén de Matamoros,
vio, en el sitio de que hablo,
una cueva en la cual enterró el diablo
al último rey godo y sus tesoros:  405
y al verla tan oculta entre dos cerros,
huyendo del amor, que ya le aterra,
en ella se escondió bajo de tierra,
cual liebre que se escapa de los perros.


XV

   Cuando oculto Don Juan (más divertido  410
que al lado de la joven más risueña),
se encontraba metido
como un sapo en el hueco de una peña,
Julia a la cueva se asomó entretanto
por cima de una loma,  415
como aquella paloma
que trajo a Clodoveo el óleo santo;
y antes, mucho antes, que Don Juan la viese,
con furia le da abrazos y le besa
con la gracia del tigre que extendiese  420
las garras por encima de su presa;
y al mirar que no hay medio
de evadir su existencia del asedio
de una mujer tan bella,
Don Juan siente junto a ella  425
la angustia complicada con el tedio:
y es que, habiendo querido con vehemencia,
su corazón gastado, estaba frío.
Vuelve el amor del odio y de la ausencia,
pero no del desprecio y del hastío.  430


XVI

   Al ver amor tan tierno,
Don Juan contiene por vergüenza el lloro,
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y con dolor -¡misericordia!- exclama,
cuyo gemir sonoro
tan sólo encontró un eco en el infierno:  435
y Julia repitiéndole -¡te adoro!-
le envuelve de sus ojos en la llama,
y, con piedad inmensa
con los labios cubriéndole la boca
su último aliento aspira, y le sofoca;  440
y Don Juan sofocado
dirige al cielo una mirada extensa,
y por Julia, al morir, acariciado,
de su amor le dedica en recompensa
una lúgubre risa de forzado.  445


XVII

   La pobre Julia luego,
por un impulso de cariño extraño,
le dio un beso de fuego
que matándole al fin le hizo un gran daño:
y viajó después mucho, hasta que un día,  450
pensando en sus amores,
brotó de su tristeza la alegría
como se crían en las tumbas flores.
   Con respecto a Don Juan no pasó nada.
Sólo se habló del tétrico homicidio  455
de un cierto inglés a quien mató el fastidio
de un barranco a la entrada;
y como, por las señas,
era, más bien que un loco,
un bribón escapado de presidio,  460
ninguno fue a llorarle, ni tampoco
su cadáver sacó de entre las breñas,
al cual se lo comieron poco a poco
las aves que habitaban en las peñas.
   Muerto el gran amador, de puro amado,  465
fue por su mala suerte
comido por los cuervos y olvidado...
Como todo buen mozo jubilado,
su vida hizo más ruido que su muerte.


Canto segundo.- Las mujeres en el cielo


I

    Muerto Don Juan por fin, y muertas ellas,  470
el linde al trasponer del otro mundo
(según refiere un teólogo profundo
que sabe lo que pasa en las estrellas),
conforme iban entrando,
un ángel grave, de equidad modelo,  475
fue sus almas pesando
en medio del vestíbulo del cielo.
    Y mientras con delicia
ve el ángel de la gracia y la justicia
que, por su grande amor y su esperanza,  480
pesaban de ellas más en la balanza
los días buenos que las malas horas,
y con risa inefable
el ángel a las cinco pecadoras
les promete la gloria perdurable,  485
ve Don Juan con espanto
que sus muchos pecados pesan tanto
que lo pintan, como es, abominable.
    Pero él el fallo del Señor sumiso
aguarda esperanzado, porque sabe  490
que aquellas cinco hermosas
que él quiso, o mejor dicho, que él no quiso,
aunque sea robando alguna llave
a espaldas de San Pedro, generosas
las puertas le abrirán del paraíso.  495


II

    Y la fe que tenía
en sus pobres amantes, ya gloriosas,
era justa, a fe mía,
porque ¿quién lo creería?
aquellas cinco víctimas piadosas  500
que Don Juan tantas veces ha vendido,
al cielo le han pedido
que salve del bribón el alma impía,
y Dios, por excepción, ha permitido
que Don Juan pueda ser en aquel día  505
por los méritos de ellas redimido.
    ¡Oh encantadores seres
del alma humana incomprensible abismo!
¡Si el hombre sabe poco de sí mismo,
sabe menos quizás de las mujeres!  510
¡Por eso yo, que indago su destino,
y el alma humana en estudiar me afano,
veo en el hombre el corazón humano
y en la mujer el corazón divino!
    ¡Y por eso por ellas,  515
en mis locos amores,
del mundo entero devasté las flores,
y descolgué del cielo las estrellas;
y por eso jamás el alma mía,
pintándolas un día y otro día,  520
pudo agotar sus gracias por escrito,
porque pintar una mujer sería
verter lo inagotable en lo infinito!
—359→


III

    La entusiasta italiana que veía
perder un alma que salvar quería;  525
que, siempre seductora,
a aquella luz de un alba sin aurora,
como era tan morena, parecía
una flor colonial encantadora,
viva, arrebatadora,  530
sobre el platillo que Don Juan vencía
este mérito echó que le sobraba,
y es la alta acción de que jamás cantaba
una canción de frases muy picantes
que aprendió siendo joven, y mucho antes  535
de saber la malicia que encerraba.
    Mas con tristeza viendo
la poca gravedad de tal presente,
fue echando en el platillo lentamente
todas las penas que sufrió, teniendo  540
una jaqueca, a ratos, persistente;
y viendo que tampoco estos dolores
alcanzaban para él el paraíso,
echó después sus méritos mejores,
que son los de hacer caso a sus mayores  545
en tanto que quisieron lo que quiso.


IV

    Vio este inútil afán, y en el momento
la alemana, radiante de contento,
alza su cara roja,
y en el platillo arroja  550
el caso peregrino
de que, odiando el alcohol, siempre aguó el vino.
    Y viendo que no alcanza
a inclinar del platillo la balanza
por más que echó a montones  555
las muchas ocasiones
en que quieta y pastosa su belleza
sacrificó el placer a la pereza,
también, con vano intento,
echó por fin el bello sentimiento  560
de que fue muy honrada
el tiempo en que encerrada
estuvo tras las rejas de un convento.


V

    Pero, de pronto, lleno
el corazón de Luisa de esperanza,  565
al ver que no se inclina la balanza
ni un ápice hacia el lado de lo bueno,
mira a Don Juan con tierno coquetismo,
y en el platillo del opuesto lado
echa el inmenso afán que le ha costado  570
el raspar su partida de bautismo.
    Después, enternecida,
el mérito arrojó de que en su vida,
atenta al bien de su razón tan sólo,
prefirió el dios millón al dios Apolo,  575
y méritos y méritos echando
(siempre a Don Juan mirando),
lanzó en el fondo del platillo Luisa
la acción dudosa de venir amando
los huesos de su esposo a lo Artemisa.  580


VI

    Como eterna rival de la francesa
Fanny Moore, la inglesa,
que, entre muchas acciones honorables,
siempre había tenido
el dolor impagable de haber sido  585
víctima de perfidias adorables,
el mérito mayor que le sobraba
lánguida echó sobre el rebelde plato,
y era el tierno relato
de un antiguo amador que ella no amaba,  590
al que oyó tan arisca como un gato;
añadiendo un tratado de exorcismos
que ella escribió, repleto de aforismos.
    Mas viendo que era inútil su cuidado,
en el platillo echó de la balanza  595
las horas de fastidio en que no ha amado
y aquellas en que amó sin esperanza;
y hasta con aire altivo y pudibundo,
volviendo al cielo de extrañeza loco,
echó después el mérito profundo  600
de que, estando en el mundo,
solamente en la edad mentía un poco.


VII

   Mirando Julia el invencible peso
que el alma inicua de Don Juan hacía,
se sintió acometida de un acceso  605
de antigua y renovada idolatría;
y como ama con fe todo lo que ama,
y siempre, amando, hasta el delirio toca
(cual una indiana cuerda que está loca
y se quema al morir su viejo Brahama),  610
al mirar a su amante condenado,
pensando en su ternura del pasado,
calcula resignada
que ir por él condenada
al infierno es preciso...  615
—360→
Mas ¿qué importa? para ella el paraíso
es el ser bella, amar y ser amada.
    Julia, por ver al punto rescatado
aquel bribón dichoso,
nunca cautivo y siempre enamorado,  620
ya el semblante de cólera amarillo,
juntando con lo altivo lo gracioso,
en cuerpo y alma se arrojó al platillo;
y así, perdiendo su alma la española,
el alma redimió del caballero  625
con tal valor, que el peso de ella sola
hubiera redimido al mundo entero.


VIII

    Y es esto tan verdad, que el cielo siente
una ternura a nada comparable
mirando tristemente  630
caer desde el empíreo a la inocente
en el abismo del amor culpable,
y al ver que, tan resuelta como bella,
la española, esa caña inquebrantable,
el noble fin de sus amores sella  635
salvando del infierno a un miserable.
    ¡Oh, cuán cierto es que en pechos como el de ella
el amor imposible es el probable!
Mas ¿por qué, cielo santo,
esa hermosa a Don Juan ha de amar tanto  640
que él se lleve el honor y ella el castigo,
siendo ella la virtud y él el infame?...
Dice San Agustín: -Dadme uno que ame
y veréis cómo entiende lo que digo.-


IX

    Viendo el amante celo  645
de esta especie de Cristo,
de amor terreno y redención modelo,
resonó en el vestíbulo del cielo
cuanto tiene el asombro de imprevisto:
y cuando Julia, altiva,  650
al sacrificio su locura eleva,
a sus rivales maliciosa y viva
les echa una mirada de hija de Eva;
y al ver a tan sublime visionaria,
quedando como heridas por el rayo,  655
la contemplan las otras de soslayo
con cierta estimación involuntaria:
rápida la francesa
con ojos la miró de envidia llenos;
y prorrumpió la inglesa  660
-Veriwell, veriwell, -que son dos buenos;
y callando humillada la italiana,
se admiró en una frase la alemana
de treinta consonantes por lo menos:
pues era en aquel día  665
del cielo el entusiasmo tan ardiente,
que hasta Don Juan gritó: -¡Perfectamente!
¡Si fuera yo mujer, lo mismo haría!-


X

    Julia, en momentos tales,
se encuentra tan divina,  670
que perdonar no quieren sus rivales
la grande admiración que las domina;
y las cuatro, frenéticas de celos,
ven que cuanto ella mira se alboroza
(pues lo mismo en la tierra que en los cielos  675
era técnicamente buena moza);
y, a pesar de la augusta
caridad de San Pablo,
como nunca a la envidia le disgusta
ver cómo a un alma se la lleva el diablo,  680
como es la más genial, y peregrina
imagen de la raza femenina,
celosa la italiana en tal momento
unos hondos suspiros lanza al viento;
después la inglesa, con sonrisa amarga,  685
echa hacia arriba una mirada larga;
y con faz tan divina como humana,
sin repetir su interminable frase,
paciente la alemana
parecía una estatua que llorase;  690
y la francesa, que con ojos mira
de un color, entre blanco y azulado,
que daba a su mirada un aire frío,
hasta llegó a decir, siendo mentira,
que en Sevilla una vez mató con ira  695
a otra cierta mujer en desafío;
y las cuatro rivales
no notaron jamás, hasta aquel día,
que la española, al parecer, tenía,
los ojos un poquito desiguales:  700
y aunque eran, como Julia, todas bellas,
por su belleza era la envidia tanta,
que, bajando la voz, dijo una de ellas:
-Se va al infierno por fingirse santa.-


XI

    Pero ¿qué vil conjuración es esta  705
contra un ser tan paciente?
Es la mujer tortuosa que detesta
por celos del oficio a la serpiente.
Ser rival es odiar y ser odiada.
Hasta la misma sombra condenada  710
—361→
cuando, al andar, con cadencioso talle,
y al ver el no se qué de su mirada
las almas al pasar le abrían calle,
sin respeto tal vez al lugar santo,
humilla a sus rivales con encanto,  715
porque estos bellos seres
aunque se ocupan de los hombres tanto,
se ocupan mucho más de las mujeres.


XII

    Y ¿qué era de Don Juan? Don Juan tranquilo
dos lágrimas soltó de cocodrilo:  720
y porque al cielo su elegancia asombre,
mira en torno con plácido cinismo,
con aquel aire fanfarrón de un hombre
que tiene una alta idea de sí mismo;
y cuando entra en los cielos insensible,  725
su pobre redentora despreciada
con ojos de limpieza irresistible
le acaricia al pasar con la mirada;
pero él, exagerando pretencioso
la parte teatral de su manera,  730
volviéndole la espalda, ni siquiera
dejándose adorar fue generoso;
y en tanto que los buenos serafines
ancho paso le abrían,
sus miradas decían:  735
-Vedme bien; soy Don Juan. ¡Sonad clarines!
Y la española, aunque contiene el llanto,
de mirar tal desprecio casi loca,
a juzgar por los ayes que sofoca
nunca mártir alguno sufrió tanto;  740
porque ¡oh Dios! ¿quién creyera
que aquel hombre galán y degradado
dejase a Julia, sin mirar siquiera
a una mujer tan noble y hechicera,
que, si volviese a verle desgraciado,  745
su propia sangre a su salud bebiera?
    Pero aquella alma vana,
probando que era cierta
la expresión italiana
de -pensamiento oculto en cara abierta,-  750
deja a Julia, sabiendo
que queda su ex-querida
de alma y cuerpo perdida,
y en el cielo se entró como diciendo:
-Que Dios os dé salud y larga vida-  755
Y dolor afectando,
las rivales le siguen, ocultando
su rabia y sus enojos;
y entran con él las pérfidas mostrando
rabia en el corazón, llanto en los ojos.  760


XIII

    Cuando Julia después ya no veía
al león que la había fascinado,
y en su aire consternado
revelaba el martirio que sufría,
la madre Eva, saliendo de repente  765
del fondo de la gloria,
le dijo a Julia cariñosamente:
-Aun vive en ti el honor de mi memoria;-
y, abrazando a la sombra despreciada,
-¡Hija mía! ¡hija mía!-  770
nuestra madre primera le decía,
y cien veces, teniéndola abrazada,
-¡Eres tan hija mía!... -entusiasmada
Eva le repetía.
Y contemplando en Julia al tipo eterno  775
de esas almas benditas
que tornan por lo que aman el infierno
en un sueño de dichas infinitas,
la madre universal de las naciones
cuando deja del cielo las regiones,  780
más que por propios, por ajenos vicios,
llena a Julia de santas bendiciones,
en nombre de los buenos corazones
que comprenden los grandes sacrificios,
¡Ay! ¡Aunque os jure la estulticia humana  785
que una mujer es todas las mujeres,
yo os juro por el padre de los seres
que aquella alma infeliz no tiene hermana!


XIV

    Viendo a Julia, que marcha resignada
del cielo azul hacia las puertas de oro,  790
todo el celeste coro
suspira por la sombra desterrada,
y de Julia las huellas
sigue con paso incierto
por las regiones bellas,  795
donde se ven, como en un libro abierto,
poemas cuyas letras son estrellas.
    Y cuando Eva doliente,
al volverla a decir: -¡Pobre hija mía!-
la atrajo hacia su pecho dulcemente,  800
de Julia un gran torrente
de luz apocalíptica salía;
y cuando Eva así exclama
y aquellas almas buenas
ven ir hacia el infierno, por el que ama,  805
a la noble mujer por cuyas venas
no circulaba sangre sino llama,
—362→
por algunos momentos
reinó por las regiones bonancibles
uno de esos terribles  810
silencios que rebosan pensamientos.


XV

    Julia después, con altivez suprema,
con el velo arrollado
por la frente, a manera de diadema,
lo mismo que una reina que ha abdicado,  815
para seguir con paso reverente
de su Calvario la desierta vía,
su vestido de luz graciosamente,
como un ave sus alas, recogía;
y un serafín que de los cielos vino,  820
y que, admirado, a su pesar lloraba,
de la sombra el camino
con su espada de fuego le mostraba,
y al ir andando la heroína aquella
que al coro de los ángeles asombra,  825
la luz dio fin en palidez de estrella,
y quedándose fueron ellos y ella
los unos en la luz y ella en la sombra!



  —363→  

ArribaAbajoLas tres rosas

Poema en tres jornadas


A mi invariable y afectuoso amigo el Sr. D. Tomás Pérez Anguita en prueba de reconocimiento y cariño. -Campoamor.




PERSONAJES
 

 
ROSA,   madre de Rosaura.
ROSAURA,   madre de Rosalía.
ROSALÍA.
JULIO MONTERO.
BLAS,    marido de Rosaura.
UN AMANTE OLVIDADO POR ROSA.
UN MÉDICO.
SOR LUZ.
TITÁN,    perro de Terranova.
SATANÁS.
DANIEL,   novio de Rosalía.


Rosa

Jornada primera



Escena I

Los dos miedos

 

JULIO - ROSA.

 


I

Al comenzar la noche de aquel día,
       ella, lejos de mí,
-¿Por qué te acercas tanto? -me decía;-
       -¡Tengo miedo de ti!


II

Y después que la noche hubo pasado,  5
      dijo, cerca de mí:
¿Por qué te alejas tanto de mi lado?
      ¡Tengo miedo sin ti!


Escena II

La última palabra

 

EL AMANTE OLVIDADO - ROSA.

 
   Cuando yo con el alma te quería,
¿quién presumir pudiera  10
que a despreciar ¡infame! llegaría
en ti y por ti la humanidad entera?...


Escena III

A rey muerto rey puesto

 

JULIO - ROSA.

 
   Murió por ti; su entierro al otro día
pasar desde el balcón juntos miramos;
y espantados tal vez de tu falsía,  15
en tu alcoba los dos nos refugiamos.
—364→
   Cerrabas con terror los ojos bellos.
El requiescat se oía. Al verte triste,
yo la trenza besé de tus cabellos,
y -¡traición! ¡sacrilegio! -me dijiste.  20
   Seguía el de profundis y gemimos...
El muerto y el terror fueron pasando...
Y al ver luego la luz, cuando salimos,
-¡Qué vergüenza! -exclamaste suspirando.
   Decías la verdad. ¡Aquel entierro!...  25
¡El beso aquel sobre la negra trenza!...
Después ¡la obscuridad de aquel encierro!...
¡Sacrilegio! ¡Traición! ¡Miedo! ¡Vergüenza!


Escena IV

Hastío

 

JULIO - ROSA.

 
   Sin el amor que encanta,
la soledad de un ermitaño espanta.  30
Pero es más espantosa todavía
la soledad de dos en compañía.


Escena V

Las dos copas

 

UN MÉDICO - ROSA.

 


I

   Le dijo a Rosa un doctor:
-«Se curan de un modo igual
las dolencias en amor,  35
en higiene y en moral.
   »Yo, aunque el método condene,
lo dulce en lo amargo escondo:
esta copa es la que tiene
dulce el borde, amargo el fondo.  40
   »Y por si quiere esa boca
cumplir una vez mi encargo,
tiene esta segunda copa
dulce el fondo, el borde amargo.
   »Dios, sin duda, así lo quiso,  45
y esto siempre ha sido y es:
tomar lo amargo es preciso,
bien antes o bien después.»-


II

   Rosa luego, de ansia llena,
dice en su amoroso afán:  50
-«Mezclados cual dicha y pena
lo dulce y lo amargo van.
   »Merced a doctor tan sabio,
ve, aunque tarde, mi razón,
que aquello que es dulce al labio  55
es amargo al corazón.
   »Yo, que hasta el postrer retoño
angosté en mi edad primera,
brotar no veré en mi otoño
flores de mi primavera.  60
   »Fui dejando, por mejor,
lo amargo para el final,
y esto, según el doctor,
sabe bien, mas sienta mal.
   »Cumpliré una vez su encargo:  65
tú, copa segunda, ven,
pues tomar antes lo amargo,
si sabe mal, sienta bien.
   »¡Oh, cuán sabio es el doctor
que cura de un modo igual  70
las dolencias en amor,
en higiene y en moral!»-


Escena VI

Un drama de familia

 

JULIO - ROSAURA - ROSA (oculta).

 


I

   Siendo Rosa Valdés, según mi cuenta
(si bien por excepción un poco rara),
una mujer hermosa de cuarenta,  75
que no tiene veinte años en la cara,
casi es su otoño una estación florida,
lo mismo que lo fue su primavera;
que es más bella tal vez que la primera
la juventud segunda de la vida.  80
   De Rosa la hermosura es tan cumplida,
que, cual si fuese un velo,
cuando lo suelta al viento, toda entera
la oculta la madeja de su pelo;
pelo que todavía  85
un torrente sería
del ébano más puro, si no fuera
porque a veces, si lo ata o lo desata,
tiene ¡oh dolor! que eliminar severa
unos hilos de plata  90
que matizan su negra cabellera.
   Lozana como un fruto ya maduro,
de buena fe aseguro
que si a los quince abriles encantaba,
y a los veinte admiraba,  95
seguía a los cuarenta mereciendo,
pues toda la ciudad aseguraba
que Rosa (y es verdad) más bien ganaba
que solía perder, envejeciendo.


II

   Pero la pobre Rosa  100
es más que desgraciada, está celosa;
y ya a la languidez de sus miradas
se une de día en día
—365→
en su rostro de madre una sombría
palidez de facciones fatigadas;  105
pues de cierta ilusión roto ya el prisma,
su pena, más que pena, es un martirio,
y vive en una especie de delirio
en que duda de todo y de sí misma.
   La idea de su edad la atormentaba,  110
pues aunque nunca se la oyó una queja,
por momentos notaba
que el amor de los otros la dejaba,
aunque el que ella sintió jamás la deja...
¡Nada a madama Sevigné curaba  115
del inmenso dolor de hacerse vieja!


III

   Mas como ya sabemos
que los años que cuenta,
aunque parecen veinte, son cuarenta,
haciendo Rosa de dolor extremos,  120
asegura que Julio es un infame
porque la ha olvidando. Mas ¡Dios mío!
después de mucho tiempo, aun cuando se ame,
en el fondo de todo ¿no hay hastío?
¡Sí! y por eso, a pesar de sus traiciones,  125
es, ha sido y será Julio Montero
un gentil y cumplido caballero,
que vive según Dios y sus pasiones.


IV

   Como es Julio una débil criatura
que en sus varios amores  130
gustaba del amor por sus favores,
como hombre que cree sólo en la hermosura
(como se cree en la esencia de las flores),
olvida después que ama,
y ama después que olvida.  135
Mudar, siempre mudar, ¡ley de los seres!
dulce ley que fue el norte de su vida,
pues poco escrupuloso en sus deberes,
practicando esta máxima sabida
de que es fuerza adorar a las mujeres,  140
después que a Rosa amó con fanatismo
adoró de Rosaura los encantos.
Mas ¿fue en Julio cinismo
hacer lo que hacen tantos?
No lo creo, sabiendo por mí mismo  145
que a quien más tienta el diablo es a los santos.
Por eso, aunque la madre es tan hermosa,
ve Julio que es la hija hasta divina,
y, en consecuencia, a Rosa
con Rosaura reemplaza,  150
pegándose aquel hombre a aquella raza,
como se pega el muérdago a la encina.


V

   Rosaura, hija de Rosa,
como niña nacida entre las flores,
además de ser bella, era graciosa,  155
pues no sé en que botánico he leído
que una hermosa mujer, cuando ha nacido
en medio de un jardín es más hermosa.
Morena verdadera,
¡cuán morena sería,  160
que bien seguro estoy que pasaría
por morena en Jerez de la Frontera!
Pecando en esta bella criatura
(si se peca por eso)
por demasiada gracia su hermosura,  165
produce la dulzura
de su voz musical tanto embeleso,
que el que la oye suspira,
y hermosa hasta el exceso,
en los labios de todo el que la mira  170
casi se ve cómo palpita un beso.


VI

   Perdidas y enterradas
en Rosa sus primeras emociones,
en la joven Rosaura recobradas
volvió Julio a encontrar sus ilusiones.  175
Mas cuando Rosa vio que él tiernamente
a Rosaura miraba embelesado,
casándola de pronto honradamente,
la eliminó con honra de su lado;
y así fue la infeliz casada en frío  180
con un joven galán de mucho brío,
que, como un Lord, de sus haciendas vive;
que aunque se llama Blas, es muy celoso;
que toca, baila, canta y hasta escribe
muy poco y mal como cualquier esposo;  185
y con tal casamiento,
Rosa, aunque buena madre, amante artera,
puso por el momento
entre Julio y Rosaura una barrera.


VII

   De todos los encantos  190
que Rosaura tenía,
era el mayor, aunque tenía tantos,
que a través de sus ojos todavía
sólo cruzaban pensamientos santos,
y por eso, entregada  195
a nobles expansiones,
aunque mujer casada,
es una niña grande tan honrada,
que no piensa en las malas intenciones;
y de Julio Montero, que la amaba,  200
—366→
ella el amor oía
con un cierto candor que enamoraba,
pues, casada deprisa, se creía
libre en su amor, si en su deber esclava.


VIII

   Estando Julio de Rosaura al lado  205
en una noche, al acabarse el día,
bajo el fresco rincón de un emparrado
que entre la casa y el jardín había,
Rosa, aunque enferma, alzándose del lecho,
poniendo en no ser vista un gran cuidado,  210
se arrastró del jardín hasta la puerta,
y dejándola a oscuras y entreabierta,
se puso a oír en alevoso acecho.


IX

   Y mientras Julio, que a Rosaura adora,
con los ojos devora  215
lo hermoso que nos causa calentura,
muestra Rosaura, de abandono llena,
aquel rostro en la flor de su hermosura,
y ¡lo que es el amor! aunque es morena,
salta de ella una especie de blancura.  220
¡Noche de amor en que el amor rebosa,
en la cual las ideas son pasiones,
en que ostentan las flores sus botones
con toda su turgencia misteriosa!
¡Noche clara, lo mismo que la aurora,  225
en la que en sombras, en rumor y flores,
y en cánticos de amor de ruiseñores,
se agota todo un mayo en una hora!
Y cuando así los dos gozan unidos
de una dicha sensual y candorosa,  230
encienden el ardor de sus sentidos
los magnéticos ruidos
que, electrizando la campiña toda,
en blando movimiento,
pasando por los nidos,  235
los va arrastrando y dispersando el viento,
¡cantor eterno de la eterna boda!


X

   Entre la sombra de la noche aquella
en que ambos frente a frente se miraron,
y sus almas los dos se derramaron,  240
ella en el pecho de él, y él en el de ella,
se dijeron amores,
como se abren las flores,
como un ave es cantora,
como lo quiere, cuando se ama, el cielo,  245
como en todo lugar y a cualquier hora
alegre y bullidora
coge el placer la juventud al vuelo;
mientras Rosa, escondida y desalada,
oía cada frase  250
cual si sintiese el frío de una espada
que su pecho a traición atravesase.


XI

   Como hace amar aprisa, muy aprisa,
el ardor que circula por las venas,
cuando se aspira una templada brisa  255
que es en lo dulce un céfiro de Atenas,
Julio ciego y Rosaura placentera,
bajan enamorados
la pendiente hechicera,
por la cual nos empuja arrebatados  260
la noche, nuestro amor, la primavera...
¡Aquel dosel tan bello
que forma lo gentil del emparrado!...
¡La bruma de un lugar poco alumbrado!...
¡Lo oscuro y lo nupcial de todo aquello!...  265
¡Allá suspiros, ramas y dulzura,
y acá fe y esperanza!...
¡A una parte deseos y ternura,
por otro lado el odio y la venganza;
y aquí y allí los débiles quejidos  270
que murmuran los pájaros dormidos!...
¡Oh, imagen de la vida,
la dicha siempre a la desdicha unida!...
¡Vértigo que formaron combinados,
la tierra, los abismos y los cielos,  275
eternos remolinos encontrados,
bien y mal, luz y sombra, amor y celos!...


XII

   Viendo Rosa llegar el gran instante
en que a su fin camina
la audacia habitual de todo amante  280
que conoce la ciencia femenina,
a un ruido de suspiros que hizo el viento,
como el vago rumor de una arboleda,
exhaló un rudo acento.
cual si en aquel momento  285
se hallase en el suplicio de la rueda;
y cuando Rosa con furor repara
que ya llega el instante de la hora
en que se hunde aquel puente que separa
a Eva inocente de Eva pecadora,  290
al pie de la vidriera
de la puerta que daba a la terraza
mira más... mira más... se desespera,
y cae desmayada, cual si fuera
una estatua que el rayo despedaza.  295
—367→


XIII

   Cuando Rosa caía sin sentido,
cual si hubiese sufrido
un fuerte martillazo en la cabeza,
Rosaura ante la culpa, con nobleza
casta, retrocedía,  300
pues cuando ya perdía
su corazón la calma
de un modo que no sé cómo aquel día,
sin saber lo que hacía,
no añadió el don del cuerpo al don del alma,  305
al corazón venció con su cabeza,
pues, aun envuelta en fuego,
sabía con certeza
que el mismo Dios vuelve la vista a un ciego,
pero no vuelve a un alma la pureza.  310
Y siempre decidida
a hacer guardar del deshonor su vida,
y sabiendo además que es más seguro
que arrostrar las pasiones
poner en ocasiones  315
entre el deber y el corazón un muro,
se lanzó hacia la estancia,
santuario de los juegos de su infancia.
Del jardín a la puerta se avecina,
y, viendo que no cede, empuja airada,  320
y encendida, jadeante, fatigada,
pisa un bulto, se inclina,
vuelve a erguirse, y camina
como si el bulto aquel no fuese nada;
y la enferma, que a su hija huyendo mira,  325
siente, al verse pisada,
unas ráfagas de ira
de toda madre al corazón extrañas;
y, más rival que madre, entonces Rosa
al tocarla aquel pie, sintió celosa  330
el demonio del odio en sus entrañas.


XIV

   Cuando ve Julio que Rosaura, huyendo
del fuego que la abrasa,
corre ciega, y corriendo
sobre su madre moribunda pasa,  335
al umbral de la puerta,
de sorpresa y terror petrificado,
-¡Rosa!... -exclama espantado.
Mas Rosa, medio muerta,
la cabeza, que a intervalos levanta,  340
como cortada con un hacha gira;
va a contestar, pero su angustia es tanta,
que entre sus labios la respuesta expira;
vuelve a querer hablar y se atraganta;
y al fin, más que decirlo, así suspira:  345
-Me asesinaste, adiós; duerme si...- Muere,
y el «si puedes», que apenas lo profiere,
se le heló con la vida en la garganta.


XV

   ¡La luna indiferente entonces muestra
su disco ensangrentado,  350
y una espantosa lividez siniestra
echó sobre aquel cuadro desolado!


Escena VII

Mal de muchas

 

EL MÉDICO - ROSAURA.

 
   -¿Qué mal, doctor, la arrebató a la vida!-
Rosaura preguntó con desconsuelo.
-Murió, dijo el doctor, de una caída.  355
-¿Pues de dónde cayó? -Cayó del cielo.-
—368→


Rosaura

Jornada segunda



Escena I

Bodas celestes

 

JULIO - ROSAURA.

 
   Te vi una sola vez, sólo un momento;
mas lo que hace la brisa con las palmas
lo hace en nosotros dos el pensamiento;
y así son, aunque ausentes, nuestras almas
dos palmeras casadas por el viento.  5


Escena II

Las dos esposas

 

ROSAURA - BLAS - SOR LUZ.

 
   Sor Luz, viendo a Rosaura cierto día
      casándose con Blas,
-¡Oh, que esposo tan bello! se decía,
      ¡pero el mío lo es más!-
Luego, en la esposa del mortal miraba  10
      la risa del amor,
y, sin poderlo remediar, lloraba
      la esposa del Señor!


Escena III

Madrigal

 

JULIO - ROSAURA.

 
   Brotó un día en Rosaura el sentimiento
de su primer amor, y en el momento  15
volando un ángel, con fervor divino,
para guiarla al bien del cielo vino,
mientras un diablo del infierno, ardiendo,
para arrastrarla al mal, llegó corriendo.
   Ante Rosaura bella  20
ángel y diablo, enamorados de ella,
divinizado el diablo, se hizo bueno,
y el ángel se impregnó de amor terreno;
y al ser transfigurados de este modo,
por voluntad del que lo puede todo,  25
fue el ángel al infierno condenado,
y el diablo al cielo fue purificado.
¿De qué gracia y malicia estará llena
mujer que con mirar salva o condena?


Escena IV

Memorias de un sacristán

 

JULIO - ROSALÍA.

 


I

   Dos de abril. -Un bautizo. -¡Hermoso día!  30
El nacido es mujer, sea en buen hora.
Le pusieron por nombre Rosalía.
La niña es, cual su madre, encantadora.
Ya el agua del Jordán su sien rocía;
todos se ríen y la niña llora.  35
Cruza un hombre embozado el presbiterio:
mira, gime y se aleja: aquí hay misterio.


II

   A unirse vienen dos de amor perdidos.
El novio es muy galán, la novia es bella.
¿Serán en alma como en cuerpo unidos?  40
Testigos, primas de él y primos de ella.
En nombre del Señor son bendecidos.
Unce el yugo al doncel y a la doncella,
Dejan el templo, y al salir se arrima
un primo a la mujer, y él a una prima.  45


III

   ¡Un entierro! ¡Dichosa criatura!
¿Fue muerto o se murió? Todo es incierto.
Solos estamos sacristán y cura.
¡Cuán pocos cortesanos tiene un muerto!
Nacer para morir es gran locura.  50
Suenan las diez. La iglesia es un desierto.
Dejo al muerto esta luz, y echo la llave.
Nacer, amar, morir: después... ¡quién sabe!


Escena V

La gran noche lúgubre

 

JULIO - ROSAURA (muerta.) - BLAS - TITÁN.

 


I

   Imagen de su madre a los veinte años,
Rosaura, hija de Rosa,  55
no murió con los mismos desengaños;
mas, como ella, murió triste y hermosa.
Poco feliz, como tan mal casada,
fue la mujer más buena entre las buenas,
y aunque al amor de Julio encadenada,  60
derramó en torno suyo, siempre honrada,
casta, noble y altiva,
ejemplos de virtud a manos llenas;
hasta que al fin, rompiendo sus cadenas,
la muerte con amor, caritativa,  65
la libro de la carga de sus penas.


II

   Mujer tan infeliz como adorable,
aunque era su virtud inquebrantable,
—369→
su amor a Julio, de pureza lleno,
fue inspirando al marido  70
uno de esos rencores sin olvido
que se arman del puñal y del veneno.
   Pero el esposo, a medias ofendido,
alcanzó, más dichoso que temido,
hacer en ella respetar su nombre,  75
y la amó, aunque la amó sin esperanza
de ser jamás querido.
Muerta Rosaura, aun le quedó a aquel hombre,
un objeto en la vida: ¡la venganza!


III

   Julio Montero, en tanto,  80
fiel de Rosaura la memoria adora,
pues si fue en vida su terrestre encanto,
su dulce nombre le parece ahora,
unido ya a la muerte, grande y santo.
   Y como él, además de su tristeza,  85
es amor de los pies a la cabeza,
todo el mundo repara
que morirá por consunción de cierto,
pues desde el día en que Rosaura ha muerto,
su cara es el cadáver de una cara.  90
Y aspirando, en su inmenso desconsuelo,
gozar a ella unido
trasportes de la tierra allá en el cielo
aunque está inconsolable
no pide al cielo olvido;  95
pues como todo ser que se ha querido
al morir se dilata en lo impalpable,
su mal no tiene cura,
porque, ausente su imagen hechicera,
a la tumba bajando intacta y pura  100
ya era, más que una muerta, una quimera.
   Y como siempre el que ama está celoso,
y aquel que está celoso es desgraciado,
para hallar en la vida algún reposo,
pensó en abrir con el mayor cuidado  105
un hoyo en el rincón del cementerio,
y, el cuerpo de Rosaura, cariñoso,
trasladar a aquel hoyo con misterio,
y secreto dejar lo misterioso;
y de su vida en el postrero día  110
ser con ella enterrado, y de esta suerte,
dormir por fin con la que más quería
descansando en los brazos de la muerte.


IV

   Cuando con gran misterio
camina Julio a trasladar la muerta  115
a otra tumba, que abierta
tenía en un rincón del cementerio,
torpes, volando, lúgubres gemían
los pájaros nocturnos por el cielo,
y rastreando, amarillas, por el suelo  120
lucecillas de fósforo corrían.
   Más venciendo impasible
esas negras visiones
que, aterrando a los bravos corazones,
suelo el miedo sacar de lo invisible,  125
hacia la tumba de Rosaura avanza
con pie seguro y cauteloso oído,
aunque no había entorno un solo ruido
que no fuese un terror o una esperanza;
y a Rosaura exhumando, en el instante  130
que descubrió con ansia verdadera
su rostro de alabastro,
el color de aquel lívido semblante
alumbró el cementerio, cual si fuera
la luminosa palidez de un astro.  135


V

   Cuando Julio veía,
a la espectral penumbra que salía
de la lívida faz de aquella muerta,
que su boca entreabierta
respirar parecía,  140
creyó su pensamiento
que alguna hada, tal vez compadecida,
tomándola, al morir, con mucho tiento
en el sueño del último momento,
se la llevó al sarcófago dormida;  145
y acercando su boca,
besar quiso su frente;
mas viendo un Crucifijo
de su cuello pendiente,
con la misma dulzura con que toca  150
la golondrina el agua con sus alas,
besó piadosamente
con sus labios amantes
el Cristo de marfil lleno de galas
que tenía por lágrimas diamantes  155
y sangre de rubíes en la frente.


VI

   Coge en brazos la muerta,
que estrecha convulsivo contra el pecho,
y al caminar derecho
hacia la tumba por su mano abierta,  160
Blas (que en pérfido acecho
con ojos de serpiente
velaba oculto entre la sombra incierta)
con expresión furiosa de alegría
desenvaina un puñal y, de repente,  165
clavándolo en el bulto que veía,
de los brazos de Julio derribada,
cayó la pobre muera asesinada;
—370→
pues con tan mala suerte
blandió el arma, furioso,  170
que el marido celoso
en su mujer apuñaló a la muerte.


VII

   Viendo Julio, al hallarse sorprendido,
que es menester herir o ser herido,
hace frente, de cólera azulado  175
al vengativo esposo,
que le sigue, tornándose, celoso,
blanco, rojo y después amoratado;
y cuando Blas airado a Julio alcanza,
uno del otro asidos,  180
por todas sus potencias y sentidos
respiran el placer de la venganza.
   Sigue a un golpe mortal otro más recio;
la rabia los trasporta hasta la furia;
se devuelven desprecio por desprecio,  185
y es cada golpe una mortal injuria;
la lucha, más que lucha, es un tanteo;
se repelen, se abrazan, se sofocan,
y cada vez que contra el suelo tocan
adquieren nueva fuerza, como Anteo.  190
   Se espían el marido y el amante,
uno de ellos sagaz y otro siniestro,
hasta que cae en el supremo instante
sobre el hombre feroz el hombre diestro;
pues el ciego marido  195
hacia atrás impelido
como una mole por el rayo herida,
resbalando en la tierra removida,
cayó de espaldas en la tumba abierta.
Julio después, amontonando activo  200
sobre él la tierra que a coger acierta,
entierra al hombre vivo,
dejando así sin enterrar la muerta.


VIII

   Después Julio, aterrado
ante la inmensa atrocidad del hecho,  205
viendo al vivo enterrado
e insepulta a la muerta,
tres veces hizo, con la boca abierta,
el signo de la cruz sobre su pecho.
   Luego volvió los ojos espantado,  210
con la mirada incierta,
como un tigre enjaulado
que busca para huir cualquiera puerta;
pues ya era entonces su cuidado tanto,
que creyó que la muerta se movía,  215
y en su mortal quebranto
con evidencia tal Julio creía,
que hacia si algún fluido la atraía,
que a la salida del retiro santo
ya fue miedo el cuidado que tenía,  220
y el miedo al fin se convirtió en espanto;
y huyendo de Rosaura y del marido,
cuanto más presto corre, más se asombra,
al notar que al huir se ve seguido
de un sudario que andaba precedido  225
de algo negro, más negro que la sombra.


IX

   Y al escapar, del miedo que sentía,
cual teniendo alas en los pies volaba,
y el sudario arrastrando le seguía,
y en su horror se fingía  230
mil ruidos inauditos que escuchaba,
mil cosas invisibles que veía;
y cuanto más corría,
viendo aquella blancura
por una cosa negra arrebatada,  235
dudando si existía o no existía,
pensaba en su locura
si aquella forma pálida y obscura
ya del mundo hasta el fin le seguiría,
pues al cruzar por montes y laderas,  240
la muerta parecía
que tendiendo la mano, le decía:
-¡Siempre te seguiré; ve donde quieras!-


X

   Y a un cielo que parece, aunque estrellado,
de ceniza cubierto,  245
viendo el campo desierto,
y el desierto de espectros erizado,
cual si a danzar surgieran a su lado
las fantásticas momias del Roberto,
corre a campo traviesa, perseguido  250
por cien deformidades misteriosas;
y aunque sólo entreve, desvanecido,
los vagos lineamientos de las cosas,
mira el cadáver que le sigue amante,
y el bulto negro que entrevé delante  255
lanzándole miradas horrorosas;
y conforme le sigue, él huye y huye,
la tierra, entretanto, rueda y rueda,
y viendo cuanto en torno le circuye
sumido en una lúgubre humareda,  260
ya ver le parecía
en un abismo el universo hundido;
pues rendido, jadeante,
viendo siempre delante
el negro azul, la inmensidad sombría,  265
—371→
es tal su estado de visión completa,
que cree en su desvarío
que el mundo se ha volcado en el vacío,
y que él pasó de un salto a otro planeta.


XI

   Aunque ya para Julio se convierte  270
en visión lo visible y lo invisible,
como siempre, invencible,
aun flota en aquel caos de la muerte
de su ser la conciencia insumergible:
y al ver brillar un río, que parece  275
un espejo de acero,
que líquido ondulando fosforece,
arrebatado al fin Julio Montero,
con varonil firmeza
se echó aterrado al agua de cabeza.  280
   Mas cuando ya indolente
se dejaba arrastrar por la corriente,
en medio de su horrible desvarío
sintió que le agarraba alguna cosa,
y una mano invisible y poderosa  285
le iba sacando con afán del río.


XII

   Volviendo Julio en sí pausadamente,
se halló echado a la orilla del torrente;
y estando ya de su razón seguro,
a la margen del río, al pie de un cerro,  290
el de la noche y del agua al claro obscuro,
entre la muerta y él mira su perro
que fija en él tranquilas,
pardas, cual las del búho, sus pupilas.
Y, como el ebrio que sacude el sueño,  295
entonces se da cuenta poco a poco
de que el perro, fielmente,
a la muerta arrastrando hasta el torrente,
fue volviendo a su dueño
feroz de miedo y de pavura loco.  300
Y repentinamente
-¿Qué haré? -se preguntó. Dudó un momento,
y entrando en posesión de su existencia,
pasó del pensamiento a la conciencia,
después de la conciencia al pensamiento,  305
y al fin con la entereza del espanto
echa el cadáver de Rosaura al río,
y arrepentido ya de amarla tanto,
más que en su cuerpo, en su alma siente frío.


XIII

   Avezado a su noble servidumbre,  310
Titán, el perro fiel de Terranova,
echándose tras ella por costumbre,
lucha por ver si al agua el cuerpo roba
que su dueño arrojó sin pesadumbre;
mas Julio, indiferente y alelado,  315
que lo que antes amó detesta ahora,
sube al cerro empinado,
donde se sienta triste y casi llora.
   Y allí puesto en alerta,
y presumiendo que jamás sería  320
la huella de su crimen descubierta,
desde lo alto del cerro
mira con alegría
el de Rosaura el entierro
que en el agua va a hallar tumba sombría;  325
y al perro y al cadáver contemplando,
arrastrados los ve por la corriente
que flotaban dejando
el rastro de una luz fosforescente;
y con ojos abiertos  330
por el terror desmesuradamente,
ve al perro que, luchando sin descanso,
ya hundiéndose en las aguas, ya subiendo,
pide auxilio, gimiendo,
hasta que al fin, del río en lo más manso,  335
se cumplió su destino,
pues al llegar a un pérfido remanso
se los sorbió a los dos un remolino.


XIV

   Todo esto lo ve Julio desde el cerro
con el cuerpo aterido, el alma yerta...  340
Mucho más fiel que el hombre, el pobre perro
ni siquiera al morir soltó a la muerta.


Escena VI

El anónimo

 

JULIO - UN ANÓNIMO.

 
   Sobre la tumba de ella escribió un día:
«¡Por darte vida a ti me mataría!»
Y al otro día, por autor incierto,  345
con lápiz al final se vio añadido:
«Si ella hubiese vivido,
ya de hastío tal vez la hubieras muerto.»
—372→


Jornada tercera





Escena I

Madrigal

 

JULIO - ROSALÍA.

 
   Hay un rincón maldito en el infierno
desde el que, en vaga y celestial penumbra,
para aumentar el sufrimiento eterno,
otro rincón del cielo se columbra.
   ¿Por qué de mi alma el tenebroso invierno  5
la hermosa luz de tu semblante alumbra,
si es mirarse en tus ojos retratado
hacerle ver el cielo a un condenado?


Escena II

El almez

 

JULIO.

 


I

   Junto a este mismo almez a Rosa un día
hice votos de amarla eternamente.  10
Se está oyendo en el aire todavía
      de mi acento el rumor.
¿Por qué siento, mis votos olvidados,
esclavo de otra fe, nuevos ardores?
Pasa el tiempo de amar y ser amados,  15
      mas no pasa el amor.


II

   Otro día, a Rosaura encantadora
al pie del mismo almez juré lo mismo,
y recuerdo que entonces, como ahora,
      cantaba un ruiseñor.  20
Pasó el tiempo, y los nuevos ruiseñores
vinieron a cantar a otra hermosura;
porque se van amados y amadores,
      pero queda el amor.


III

   Después, al pie de este árbol, he sentido,  25
extático mirando a Rosalía,
momentos de emoción, en que he perdido
      para siempre el color.
¡Ay! ¿Pasarán, como pasaron antes,
si no el amor, las almas que lo sienten?  30
¡Sí! ¡que es siempre, siendo otros los amantes,
      uno mismo el amor!


IV

   Almez, a cuyo pie tanto he adorado;
de amores, que aun vendrán, altar querido;
que enciendes, recordando mi pasado,  35
      de mi sangre el ardor...
Tú morirás, cual muere nuestra llama,
y otro árbol nacerá de tu semilla,
porque, aunque es tan fugaz todo lo que ama,
      es eterno el amor.  40


V

   Y cuando el mundo al fin sea extinguido
y se oiga en las regiones estrelladas
del orbe entero el último crujido
      en inmenso fragor,
Dios, de nuevo la nada bendiciendo  45
de ella hará otros almeces y otros mundos,
e irá un hervor universal diciendo:
      -¡Amor! ¡amor! ¡amor!...-
—373→


Escena III

¡Así!

 

ROSALÍA - DANIEL.

 


I


   -Mira hacia allí. Tu eléctrica mirada
¿por qué se clava con ardor en mí?  50
¡Es mi pecho un volcán! ¡muero abrasada!
      ¡No me mires así!-


II

   -Mira hacia acá. Tus ojos inconstantes
ya no se clavan con ardor en mí;
si he de vivir, mírame así... como antes...  55
      Fíjate bien: ¡así!-


Escena IV

Las églogas modernas

 

ROSALÍA - JULIO MONTERO- DANIEL - LA LUNA.

 
 

EL POETA.

 


I

   Ya había poca luz en la montaña
y era casi de noche en las honduras
viéndose a un tiempo, en perspectiva extraña,
bajo un monte con luz, valles a obscuras.  60
En uno de los valles de esta sierra
se halla un jardín obscuro y pintoresco
que parece olvidado de la tierra;
y del jardín en el rincón más fresco,
un cenador formado por almeces,  65
donde no se ve luz ni se oyen ruidos,
y hay tanta paz en su interior, que, a veces,
hacen en él los pájaros sus nidos.
Contándose los dos esos secretos
que suelen escuchar los cenadores,  70
cuando a oídos discretos
se acercan unos labios habladores,
están al fin de este apacible día
en aquel cenador, sin luz ni ruidos,
sobre un banco, Daniel y Rosalía,  75
deshojando unas flores distraídos.


II

   Hermosa nieta de su hermosa abuela,
Rosalía, entre flores confundida,
sobre el banco, que el musgo aterciopela,
a Daniel escuchaba embebecida  80
cuando tenía apenas
la edad en que ya corre por las venas
el alma confundida con la vida.
Además de ser bella,
se admiraban en ella  85
los lindos pies y las pequeñas manos,
y su cutis tenía
ese matiz que se llamó algún día
el bético color por los romanos.
Pasando en Avilés por gaditana,  90
en Cádiz se decía
que era prima del sol y perüana,
pues siendo tan morena, Rosalía,
con la tez de su abuela competía
su tez de cuarterona de la Habana.  95


III

   Nuestro Julio Montero,
que a Rosalía con furor amaba,
recuerda cuando Rosa le juraba
que es el último amor el verdadero.
Con respeto profundo  100
cumplía como noble sus deberes,
y a no encontrar morenas en el mundo
sería un Escipión con las mujeres.
Pero ignorando yo por qué razones
a su ardoroso seno  105
en el color moreno
le enviaba Satanás mil tentaciones,
fue una tras otra, y en creciente, amando
tras de Rosa, a Rosaura y Rosalía,
las tres morenas y las tres hermosas;  110
y por eso con honda simpatía
fue en su pecho reinando
la bella dinastía de las Rosas.
Sólo tuvo en el mundo tres amores,
ligero uno, otro grave, otro profundo;  115
positivo y equívoco el primero;
casto, ardiente y fantástico el segundo;
y ultra-amante y platónico el tercero,
y, según la sentencia del profeta,
-Como los hombres para amar son ciegos-  120
halló Julio, en sus sueños de poeta,
en la abuela, en la hija y en la nieta
toda la gracia antigua de los griegos:
y amante, a su pesar, de Rosalía,
estaba tan celoso, tan celoso,  125
que el pobre, un poco viejo, no sabía
pensar en Luis catorce, que decía:
-A mi edad, mariscal, nadie es dichoso.-
—374→


IV

   Era tanta la fe con que quería,
que ¡perdonad la execración, Dios mío!  130
el lecho de su madre quemaría,
si los viese con frío,
por calentar los pies de Rosalía.
No hay, crimen ni bajeza
que no cometa un hombre, si celoso  135
tiene un horno encendido por cabeza;
por eso el día aquel, Julio, envidioso,
siendo más bien que un necio un insensato,
¡oh, inocente candor de los sesenta!
quiere escuchar un rato  140
lo que Daniel a Rosalía cuenta;
y como antes ya dije que tenía
el bello cenador por ambos lados
asientos de granito desgastados,
en uno de los cuales aquel día  145
juntos están Daniel y Rosalía
con dejadez asiática sentados,
Julio, que amaba con senil terneza,
y era más bien demente que culpable,
poco antes, sacudiendo la cabeza  150
como un loco incurable,
queriendo ver y oír el miserable
lo que había en su amor de misterioso,
exaltada su ardiente fantasía
se escurrió cauteloso  155
cual si fuese un reptil, bajo el asiento
en que estaban Daniel y Rosalía...
Julio en aquel momento,
siendo un hombre hasta bello, era espantoso.


V

   Mientras están del cenador a un lado  160
Daniel y Rosalía
sentados en el banco, que tenía
por la lluvia el cimiento socavado,
bajo el asiento echado,
y oculto en situación tan vergonzosa,  165
se acuerda Julio de Rosaura y Rosa
cual de un eco lejano del pasado;
y agolpársele siente,
ya arrepentido de su mal consejo,
el rubor a la frente,  170
pues tarde ve que, desdichadamente,
sin llegar a ser sabio, se hizo viejo.
Y ¡pobre Julio! su ansiedad es mucha,
pues cree que encima del asiento imitan
del tormentoso amor la ardiente lucha  175
las ramas que se agitan...
y es que para un celoso, cuando escucha,
los silencios parece que palpitan.
Mas ¿qué hacen esas almas encantadas
de corazón tan joven como ardiente?  180
Nonadas nada más, simples nonadas;
lo que se suele hacer naturalmente
cuando brota el amor de dos miradas;
lanzar ayes de amor que hacen un ruido
como de santa intimidad de nido;  185
esas cosas henchidas de placeres
que, cuando se aman hombres y mujeres,
se dicen muy cerquita y al oído,
lo que se dice en víspera de bodas,
por lo cual Rosalía hablando quedó,  190
murmura como todas
las que van a casarse: -¡Tengo miedo!


VI

   ¡Pájaro fascinado, que aturdido
en la boca cayó de la serpiente,
ve Julio, arrepentido,  195
que nada oye ni ve, pues solamente,
como si fuese el aura,
la hija encantadora de Rosaura,
haciéndole cosquillas en la frente,
le roza sin querer con el vestido!  200
Y a aquel roce magnético, sintiendo
los celos de la carne acres y extraños,
sin poder oír nada, estuvo oyendo
diez segundos más largos que diez años;
y unos ojos abría  205
cual los que abre un ahogado en su agonía
en el fondo del agua;
mas ni el pie vio siquiera a Rosalía,
porque un doblez de encaje de la enagua,
como a un astro una nube, lo cubría;  210
y su amor maldiciendo,
echa al cielo, gimiendo,
con un resto de juicio,
la mirada de un hombre que está viendo
que en el fondo se echó de un precipicio,  215
en tanto que despiden a porfía
los ojos de Daniel y Rosalía
relámpagos de luz y de deseos,
al rumor de los tiernos cuchicheos
de pájaros nacidos aquel día,  220


VII

   ¡Ay! una vez que de gentil manera
dio un salto sobre el banco Rosalía
como una cervatilla en la pradera,
—375→
Julio vio que el asiento se bajaba
y al grave peso de los dos cedía...  225
Y al verlo, su cabello se erizaba,
y ahogándose, el aliento retenía,
y el curso de su sangre se paraba.
Mas como es su desgracia una vergüenza,
a resistir el peso maldecido  230
con el valor de un Hércules comienza,
y ya en su hueco de reptil metido
para oír a Daniel y a Rosalía,
ni pudo articular ningún sonido,
ni moverse del sitio en que yacía;  235
y al fin, cuando repara
que si el banco a la base mal sujeto
baja algo más le aplasta por completo,
toma de Julio la siniestra cara
un color de cabeza de esqueleto.  240


VIII

   Julio, echando hacia arriba
la mirada de un lobo encadenado,
con temor infinito
ve que el cimiento en que el asiento estriba,
por el tiempo y la lluvia descarnado,  245
deja correr hasta el nivel del suelo
el banco de granito,
como si fuese un témpano de hielo;
y aunque ahora, como antes,
creen oír los amantes  250
en lo profundo de la sombra un ruido
parecido al rumor de unas congojas,
creyendo que habrá sido
el dulce remolino de unas hojas,
siguen quietos Daniel y Rosalía,  255
mientras Julio sentía
un momento de angustia inexplicable...
¡Miserable! ¡oh, mil veces miserable!
¡Qué escena tan cruel parecería
si nos pintasen con su ardiente estilo  260
situación de dolor tan lamentable
el fiero Dante, o el poderoso Esquilo!


IX

   Quejoso Julio de su suerte inicua,
tiende hacia el cielo una mirada oblicua,
y al través de la trémula enramada  265
ve la luna plateada
que alzándose, cual nunca placentera,
con su luz entre blanca y azulada
cree que le viene a hablar de esta manera:
-Oye, Julio, a tu vieja conocida.  270
¿Qué suerte adversa a sostener te trajo,
vil Sísifo, esa losa desprendida?
¡Qué amor arriba, y qué dolor abajo!
Nace uno y otro muere: ésta es la vida.
¡Asesino de Rosa,  275
por quien Rosaura se murió de pena,
ya ves que es esta vida una cadena
en que nace una cosa de otra cosa;
y por eso sin duda al cielo plugo
que sea en esta noche tan serena  280
Dios tu juez, Rosalía tu verdugo!
¡Qué burla tan amarga de la suerte!
Nada se pierde, Julio, ni se olvida.
Hoy la nieta de Rosa, al darte muerte,
une el fin y el principio de tu vida.  285
¡Adiós! Se hunde la losa, gime y reza;
aprovecha piadoso
el último momento luminoso
que nos presta al morir naturaleza.
¡Adiós! ¡Adiós! Tu amor era un delirio.  290
Pide al cielo piedad y muere en calma.
¡Tal vez Dios te perdone, pues que tu alma
llego a la expiación por el martirio!-
Y al soñar que la luna así le hablaba,
metido en aquel lecho de Procusto,  295
el semblante de Julio ya tomaba
la térrea y fría palidez de un busto,
diciendo, porque a Rosa recordaba,
en vez de blasfemar: -¡El cielo es justo!-
Y al trasponer la cima de un vallado,  300
la luna parecía
que recordando a Julio su pasado
-¡La expiación!...- cruel le repetía.


X

   Y en tanto que seguía indiferente
la luna su camino,  305
y que arriba y abajo eternamente
marchaba cada cosa a su destino,
ni sentados ni en pie, medio apoyados
para contarse el fin de algún secreto,
derriban los amantes por completo  310
del banco los cimientos socavados.
¡Y en el fatal momento
en que al peso insufrible del asiento
los poros de sus miembros aplastados
brotaban un sudor sanguinolento,  315
—376→
a tientas Rosalía y vacilante
para hacer más graciosa una postura,
sobre el rostro de Julio agonizante
con el pie se asegura;
pisa, se afirma, la sedienta boca  320
del moribundo con el pie sofoca;
suena un ruido, la losa desprendida
aplasta a Julio en su mortal caída;
y siendo a un tiempo muerto y enterrado,
besó el pie que le ahogaba, el desdichado,  325
con el último aliento de su vida!


Escena V

El alma en venta

 

JULIO - SATANÁS.

 
   Así con Satanás Julio habló un día:
-¿Quieres comprarme el alma? -Vale poco.
-Tan sólo por un beso la daría.
-Antiguo pecador, ¿te has vuelto loco?  330
-¿La compras? -No. -¿Por qué? -Porque ya es mía.



  —377→  

ArribaAbajoDichas sin nombre

Poema en un canto


Al popular escritor el Sr. D. Ramón de Navarrete y Landa (Asmodeo) su antiguo amigo y compañero. -El autor.






I

    Lo tengo bien presente.
La quinta de Pombal, honra del Tajo,
se encuentra río abajo, río abajo,
saliendo de Lisboa hacia el Poniente.
En Portugal los sucios son pasiones;  5
y en el bello jardín que os he nombrado,
hecho por algún sabio enamorado
del arte de avivar las tentaciones,
un día, el más hermoso de mi vida,
niñas bellas y jóvenes rendidos,  10
jugamos a escondernos, y en seguida
a volvernos a hallar bien escondidos.


II

    ¡Cuánta divina cosa
se agolpa a arrebatarnos el reposo
en esa edad dichosa  15
en que es encantador lo peligroso!
Así una inglesa, hasta dar miedo, hermosa,
en aquel día para mi dichoso,
merced a la bondad de cierta prima
que me dio cierta fama de poeta,  20
al verme se animó, como se anima
al soplo del abril la violeta;
y siendo aquella vez la vez primera
que del amor la música escuchaba,
la niña me miraba  25
poniendo en su mirada el alma entera;
pues su candor, que era su grande encanto,
era tan ultra-inglés, que todavía,
teniendo ya quince años, no sabía
por qué los hombres la miraban tanto;  30
y sin saberlo, ardiente,
no os engaña mi lengua si os confiesa
que en sus labios tenía, aunque era inglesa,
los mortales perfumes del Oriente.


III

    Yo la miré también con vivo fuego,  35
y, después de mirarnos,
corrimos a escondernos: si bien luego
jugamos, escondidos, a adorarnos,
que en el mundo el amor siempre está en juego.
Y, mientras llena de inquietudes ella,  40
de un rincón del jardín tomo el camino,
más rápida y más bella
que una fúlgida estrella
que corre por los cielos sin destino,
yo la seguí atrevido,  45
sintiéndome exaltado
por el vapor caliente y colorado
que arroja el Tajo por el sol herido;
y en un cierto rincón que parecía
a trechos arenal y a trechos prado,  50
se escondió bien a espaldas de un vallado,
para que yo la hallase si quería.
    Mas lo que es una infamia, es que aquel día
me dijo ella su nombre y lo he olvidado;
y no encuentro manera,  55
por más que la conciencia me remuerde,
de recordarlo ahora, que era... que era...
ya lo diré después cuando me acuerde.
—378→


IV

    No sé bailar como se baila hoy día;
mas llegué hasta a bailar con elegancia  60
cuando yo, a los veinte años, escribía
mis versos para el uso de la infancia;
y hoy todavía entiendo
que a correr (no a bailar) nadie me gana,
aunque ya voy teniendo  65
bastante edad para morir mañana.
    Por eso corrí tanto aunque sentía
mis nervios por el rayo sacudidos,
cuando al irse a esconder ella corría
como una cierva al escuchar ladridos.  70
¿Si por estos pueriles devaneos
me mirará, algún día, el cielo airado,
como miran los jueces a los reos?
¿Por qué el tener amor será pecado?
¿Qué mal harán a Dios nuestros deseos?  75


V

    Y aunque es fama que, ardiente y seductora,
coge el saber la adolescencia al vuelo
y mira con placer, cuando lo ignora,
cuánta ciencia se aprende en una hora,
si es la hora marcada por el cielo,  80
echando entonces del pudor el velo,
ni de una sola esquina
tiraron mis amantes inquietudes,
pues siempre, entre ella y yo, la muselina,
haciendo una aspillera de virtudes,  85
levantó una muralla de la China.


VI

    Sólo una vez, al estrechar su mano,
robo de mis entrañas el sosiego
un poco de aquel fuego
que ha enterrado a Pompeya y a Herculano.  90
Víctima del mutismo
que da el amor, cuando en la fiebre toca,
se quedó en celestial sonambulismo;
y no pudiendo hablarme con la boca,
me hablaba con los ojos, que es lo mismo.  95
¿Estaba ella en el mundo? Lo ignoraba...
Mas ¿cómo se llamaba?... Se llamaba...
¿Echarán nuestros nombres en olvido,
lo mismo que los hombres, las mujeres?
Si olvidan, como yo, los demás seres,  100
este mundo, lector, está perdido.


VII

    Después quiso el destino
que por un claro enorme que tenía
aquel vallado pérfido de espino,
se asomase una faz que parecía  105
conservada en espíritu de vino;
y era la cara extraña
de la madre dichosa de la inglesa,
que a aquel sol, que es igual al sol de España,
tomaba esa apariencia de la araña,  110
pronta siempre a caer sobre su presa,
y que, creyendo un crimen descubierto,
me parecía con la boca abierta
la hiena que olfatea carne muerta
en el viento que sopla del desierto:  115
mas la joven, prudente,
fingió serenidad con tanta gracia
ante el horror de la acritud materna,
que me hizo ver que, cuando se ama y siente,
en materias de amor y diplomacia  120
cualquiera niña es la mujer cierva.


VIII

    Mientras la madre a su malicia atenta
me echaba unas miradas de soslayo,
miradas mitad sal, mitad pimienta,
la niña, traspasada,  125
como quien siente el látigo de un rayo,
se volvió del jardín hacia la entrada,
velados de estupor sus ojos bellos,
roja la frente, pálida la boca,
y además llenos de heno los cabellos,  130
aunque no, como Ofelia, por ser loca;
y mirándonos fuimos a hurtadillas,
cuando ya, huyendo el sol de las estrellas,
nos volvió a la ciudad, entre otras bellas,
un coche empavesado de sombrillas.  135
Y en tanto que en la eléctrica corriente
de sus calores vírgenes se ahogaba,
besaba con mis ojos santamente
a la niña gentil, que se llamaba...
¡Oh malhadado olvido!  140
Para sacar del fondo de mi historia
su nombre en mis entrañas escondido,
en vano reavivando mi memoria,
con mi tambor, por la metralla herido,
toco llamada a mi perdida gloria!  145


IX

    Y cuando el hado adverso
me arrebató hacia España al otro día,
lo mismo que Rousseau, cuando sentía,
me ahogaba en la extensión del universo.
Y ¡lo que es el amor, divino cielo!  150
aunque olvidé su nombre,
de pensar si habrá amado a algún otro hombre
casi frunzo las cejas como Otelo.
—379→
¿Se habrá casado? ¡Oh pensamiento horrible!
¡Cómo arde mi cabeza! ¿Estaré loco?  155
¿Si habrá muerto de amor? Es muy posible;
¡los niños muy precoces viven poco!


X

    ¿Qué habrán hecho los años envidiosos
de aquella imagen de serena frente,
con uno de esos rostros candorosos  160
que hacen pecar a un hombre mortalmente?
¿Acaso en este crítico momento
mandará un regimiento
de héroes futuros, cual su madre, hermosos,
como una valerosa coronela,  165
sorda al ruido del fuego y de las balas?
    Y como el tiempo vuela,
¿formará entre las viejas generalas?
¡Generalas!... Esto es, ¿será ya abuela?
¿Será abuela la niña encantadora  170
que... (esperad que me acuerde) se llamaba
¡Diera un millón por recordar ahora
su nombre... que acababa... que acababa...
no sé bien si era en ira o si era en ora!


XI

    Estoy desesperado  175
al ver cuánta lectora,
viendo mi olvido, exclamará: -¡malvado!-
¡Malvado! Sí, señora;
pero yo, ¿qué he de hacer si lo he olvidado?
Mas ¿seré el primer hombre  180
que se olvidó de una mujer querida?
¡Ay! Yo bien sé que el olvidar su nombre
es la eterna vergüenza de mi vida,
¡Dejad que a gritos al verdugo llame!
¡Que me arranque a puñados el cabello!  185
¡Soy un infame, sí, soy un infame!
¡Ahórcame, lectora: he aquí mi cuello!


XII

    Mas si he de ser ahorcado
por alguna mujer que, consecuente,
el nombre de un amor no haya olvidado,  190
entonces, confiado,
aun pudiera vivir eternamente.
Pero quiero morir, ¡oh rabia! ¡oh mengua!
¡No hay tormento más grande para un hombre
que el no poder articular un nombre  195
que se tiene en la punta de la lengua!
¡Oh tú, mi antiguo fiador, el viento!
Di a todos, pues lo sabes,
cuántas veces mi amor de pensamiento
la remitió memorias por las aves.  200
Recuérdale a mi oído,
canoro ruiseñor de la enramada,
el mágico sonido
de aquel nombre olvidado, aunque querido!
¿Era Sara?... ¿Era Emma?... Nada, nada,  205
¡no sale, aunque lo tengo aquí escondido!