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ArribaAbajoCapítulo XVI.

La ley de evolución (continuación).


128. ¿Expresa toda la verdad la generalización, resumen del capítulo anterior? ¿Comprende todos los caracteres de la evolución y ninguno más? ¿Abraza todos los fenómenos de redistribución secundaria, excluyendo todos los demás fenómenos posibles? No; como va a probárnoslo un exámen crítico de algunos hechos.

En toda enfermedad local hay cambios de lo menos a lo más heterogéneo, que no entran, indudablemente, en los fenómenos de evolución. En efecto, cuando una parte del cuerpo es sitio de una producción morbosa, sufre una modificación. Ahora bien; no importa saber si esa producción es o no más heterogénea que los tejidos en que se forma, sino saber si el organismo enfermo, considerado en su totalidad, se ha hecho o no más heterogéneo por la adición de una parte que no se parece a ninguna de las ya existentes, o en su forma, o en su estructura, o en ambas cualidades. A tal cuestión no hay más respuesta posible que una, la afirmativa. Y más aún; los primeros grados de descomposición de un cuerpo muerto aumentan la heterogeneidad de éste; pues claro está que, comenzando, como comienzan, los fenómenos químicos de dicha descomposición, en unas partes antes que en otras, y operándose diversamente en los distintos tejidos, todo cuerpo muerto, empezado a descomponer, es más heterogéneo que cuando estaba vivo. Si el resultado final de la descomposición cadavérica es una homogeneidad, el resultado inmediato es una heterogeneidad mayor; y ciertamente ese resultado inmediato no es un fenómeno de evolución. Análogos ejemplos hallamos en los desórdenes y agitaciones sociales: una sublevación que, dejando tranquilas unas provincias, se manifieste en otras por asociaciones secretas, acá por demostraciones públicas más o menos pacíficas, allá por lucha armada, hace indudablemente a la sociedad más heterogénea, y no es tampoco un fenómeno de evolución. Cuando una penuria produce una paralización en los negocios comerciales, con su cortejo de bancarrotas, talleres cerrados, motines, incendios, conservando otra parte de la sociedad sus habituales ocupaciones, es evidente que también en ese caso se aumenta la heterogeneidad, y no por fenómenos de evolución, sino más bien de disolución, como los otros acabados de citar.

Se ve, pues, que la definición dada al final del capítulo anterior es imperfecta, puesto que comprende cambios como los que acabamos de citar, y que, lejos de ser evolutivos, son más bien los primeros de la disolución. Estudiemos, pues, las diferencias que separan a los cambios de la clase últimamente citada, de los cambios propia y genuinamente evolutivos.

129. Además de ser un paso de lo homogéneo a lo heterogéneo, la evolución es también un paso de lo indefinido a lo definido. A la par que un progreso de lo simple a lo complejo, se verifica un progreso de lo confuso a lo ordenado, de lo indeterminado a lo determinado. En todo desarrollo o proceso evolutivo, hay no sólo una multiplicación de partes heterogéneas, si que también un incremento en la claridad con que esas partes se distinguen unas de otras.

Ese es el carácter que nos faltaba asignar a la evolución, y para comprobar su existencia en los fenómenos de ese orden y su ausencia en los demás, examinaremos primeramente los casos ha poco citados. Los cambios que constituyen una enfermedad no tienen, por lo general, los caracteres determinados de lugar, extensión, configuración, etc., que presentan los fenómenos fisiológicos o de normal desarrollo orgánico; pues aunque algunos productos morbosos sean más frecuentes en algunas partes del cuerpo que en otras (por ejemplo, las berrugas en las manos, el cáncer en las mamas, el tubérculo en los pulmones), no son exclusivos de ellas; además las posiciones que ocupan no son tan determinadas como las de los órganos y tejidos normales; sus volúmenes son también indeterminados, no guardan relación fija con el del cuerpo; sus formas y estructuras son más confusas, menos específicas; en suma, son indeterminados en la mayoría de sus caracteres o atributos esenciales. Lo mismo sucede a los primeros productos de la descomposición cadavérica: el estado de indeterminación y de amorfismo, al que llega finalmente un cuerpo muerto, es al que tienden desde el principio todos los fenómenos de putrefacción; la destrucción progresiva de los compuestos orgánicos, produce otros cuerpos, de formas y estructuras menos distintas o determinadas; de las partes que han sufrido más descomposición se pasa por transición gradual a las que han sufrido menos; poco a poco los caracteres de la organización, antes tan marcados, desaparecen. Análogamente, en los cambios sociales de especie anormal, el punto de partida u origen de un movimiento revolucionario es siempre una relajación de los lazos jerárquicos sociales; creciendo la agitación, fórmanse juntas revolucionarias, y los rangos, antes separados, se confunden; actos de insubordinación destruyen los límites marcados a los derechos y deberes recíprocos, y confunden a jefes con subordinados; la paralización de los negocios y trabajos hace que cese, siquiera sea internamente, la distinción de, oficios y profesiones, y que todos o casi todos los ciudadanos formen una masa homogénea indeterminada; especialmente cuando estando ya en todo su auge la revolución, cesan todos los poderes constituidos, todas las distinciones de clases, todas las diferencias profesionales; y la sociedad, antes organizada, sólo forma un conjunto sin organización, de unidades sociales. Lo mismo sucede cuando guerras, hambres o epidemias transforman el orden en desorden, o cambian un orden determinado o definido en otro indefinido o indeterminado.

Si, pues, los primeros cambios que implica la enfermedad o la muerte, tanto de un individuo como de la sociedad, aumentan la heterogeneidad preexistente, no aumentan los caracteres definidos preexistentes; los cuales, por el contrario, tienden a destruirse o a borrarse, y dar por resultado una heterogeneidad indeterminada, en vez de una determinada; y en eso se distingue el incremento de heterogeneidad que constituya la evolución, del que no la pertenece. Así como una población, ya multiforme por su diversidad de edificios, calles, plazas, etc., puede hacerse más heterogénea por un terremoto, que, dejando en pie algunos edificios, arruine los demás, de varios modos y en diversos grados, pero pasando evidentemente, al mismo tiempo, de una situación ordenada a otra desordenada; así también los cuerpos organizados, individuales y sociales, pueden hacerse más heterogéneos en virtud de fenómenos de disolución o desorganizadores; en uno y otro caso la ausencia de caracteres definidos es lo que distingue a la heterogeneidad no evolutiva de la evolutiva.

Si el progreso de lo indefinido a lo definido es un carácter esencial de la evolución, lo veremos manifestarse doquier, en todo proceso evolutivo, como hemos visto se manifiesta el progreso de lo homogéneo a lo heterogéneo. Recorramos las varías clases de fenómenos ya enumerados.

130. Cada época de la evolución del sistema solar -supuesto formado de una materia difusa- ha sido un paso hacia una estructura mejor definida. En efecto, irregular y sin límites precisos, primeramente, la materia difusa, origen de dicho sistema, debió tomar la forma de un esferoide aplanado, y cada vez más denso, a medida que la materia se iba integrando y adquiriendo su movimiento rotatorio; es decir, que se debió marcar clara y distintamente la separación de su contorno o superficie del vacío ambiente. A la vez, se verificaría también otro cambio análogo: las distintas partes de la nebulosa, que al principio se moverían independientes, y en distintos planos y sentidos, hacia el centro común de gravedad, luego se moverían juntas, en planos y sentidos paralelos, es decir, con movimientos más definidos o determinados.

Siguiendo la misma hipótesis, se inferirán cambios análogos en la formación de los planetas y de los satélites, y aun se puede ir más allá en las deducciones. Un esferoide gaseoso tiene un límite menos determinado que un esferoide líquido, puesto que la superficie de aquél está sometida a ondulaciones más extensas y rápidas, y a deformaciones mayores que las de éste, el cual es a su vez menos definido que un esferoide sólido, por la misma razón. La disminución del aplanamiento, que acompaña al incremento de integración, da también un carácter más definido a los otros elementos astronómicos. Un planeta cuyo eje está inclinado respecto al plano de su órbita, debe, si su forma es muy aplanada, estar más expuesto a cambiar su plano de rotación, por la atracción de los cuerpos circunvecinos; pero si tiene una forma próximamente esférica, lo que implica un movimiento de precesión muy débil, sufrirá menos variaciones en la dirección de su eje.

Al mismo tiempo que las relaciones de espacio, se establecen también gradualmente las de fuerza, hoy día tan precisas como lo comprueban la exactitud de los cálculos y predicciones de la Astronomía; estando, y por el contrario, manifiesto el carácter indefinido de su primitivo estado en la casi imposibilidad de someter al cálculo la hipótesis nebular.

131. El estado primitivo de fusión de la Tierra, inducible de los datos geológicos, explicable por la hipótesis nebular y no por otra alguna, se ha cambiado, poco a poco, en el estado actual, atravesando una serie de estados cada vez más definidos. Desde luego, un esferoide líquido es menos definido que uno sólido, no solamente porque su contorno o superficie es relativamente más instable, sino también porque todas sus partes tienen más movilidad, menos fijeza; pues si bien las corrientes de materia fundida están sujetas a circuitos, determinados por las condiciones de equilibrio del esferoide, es claro que sus direcciones no pueden fijarse de un modo permanente, mientras no estén confinadas por cauces sólidos. Una solidificación, siquiera sea parcial, de la superficie, es evidentemente un paso hacia el establecimiento de relaciones de posición más fijas o determinadas; sin embargo, con una costra delgada, rota frecuentemente por fuerzas interiores, y a merced de las ondulaciones de las mareas, la fijeza de posiciones relativas sólo puede ser temporal, hasta que adquiriendo la costra más fuerza y espesor, se establecen ya relaciones geográficas fijas y permanentes. Debe también notarse que después que la superficie se ha enfriado lo bastante, los depósitos acuosos, formados por la precipitación de los vapores que flotaban en la atmósfera, no pueden guardar tampoco posiciones determinadas: el agua cae sobre una costra sólida que no es bastante espesa para conservar las deformaciones que implican grandes variaciones de nivel, y no puede formar sino balsas poco profundas, sobre las superficies frías, en que se ha condensado, las cuales aún se deben calentar, a veces, lo bastante para vaporizar, de nuevo, el agua que las cubre. Pero, a medida que el enfriamiento aumenta, que la costra se espesa, y se forman mayores elevaciones y depresiones, el agua que se precipita toma posiciones más estables, hasta llegar a constituir la actual distribución de mares y tierras; la cual no sólo está determinada geográficamente, sino que presenta, merced a las costas roquizas, límites más definidos que los existentes cuando las superficies no sumergidas eran tierras bajas con riberas muy inclinadas, que el flujo invadía a grandes distancias y el reflujo abandonaba.

Análogas inducciones podemos formar, relativamente a los caracteres geológicos de la parte sólida terrestre: cuando ésta era delgada, las cordilleras de montañas eran imposibles; no podía haber ejes de levantamiento largos y definidos, con vertientes y cuencas bien marcadas; los desgastes de pequeñas islas por riachuelos, y por débiles corrientes marinas, no podían producir capas sedimentarias bien distintas, y sí solamente masas confusas y variables de detritus, tales como los que aun hoy se forman en las embocaduras de los ríos pequeños; necesitábanse los grandes continentes y océanos, y los grandes ríos, con sus dilatadas costas y orillas, e inmensas corrientes marinas, para la formación de las extensas y bien distintas estratificaciones que hoy constituyen la corteza terráquea.

En cuanto a los fenómenos meteorológicos, no hay necesidad de entrar en muchos detalles para comprender cómo han debido hacerse más definidos con el progreso de la evolución terráquea: las diferencias de climas y de estaciones se harían evidentemente más señaladas cuando el calor solar cesó de confundir sus efectos con los del calor terrestre, cuando la situación, ya fijada, de las tierras y de los mares, favoreció la producción de condiciones especificas en cada localidad.

132. Examinemos ahora la ley de que tratamos, en los seres orgánicos, para lo cual no tenemos necesidad de ejemplos hipotáticos que sirvan de fundamento a raciocinios deductivos; nos bastarán hechos bien comprobados y las inducciones subsiguientes; todo ello menos expuesto a una crítica fundada que las hipótesis y raciocinio del párrafo anterior. El desarrollo de los mamíferos, por ejemplo, nos suministrará bastantes pruebas, en los fenómenos tan bien descritos por los embriologistas y fisiólogos.

El primer cambio que el óvulo de un mamífero experimenta, después que las primeras divisiones han reducido la yema ovitellus a una masa pastosa, es la aparición de un estado más definido en las células periféricas de la masa, cada una de las cuales toma su película o pared propia. Esas células periféricas, ligeramente distintas de las internas por una subdivisión más fina y un estado más completo, se sueldan en seguida para formar el blastodermo, o membrana germinativa. Pronto una parte de esa membrana se diferencia del resto, por la acumulación de células, aún más subdivididas, que forman una mancha redondeada -área germinativa, -la cual se funde insensiblemente con las partes próximas del blastodermo, y el área pelúcida que se forma luego en medio de aquélla, apenas presenta bordes distintos. La línea primitiva, que despues aparece en medio del área pelúcida, y que es el rudimento del eje vertebral, es decir, del carácter fundamental del animal desarrollado, no es, como su nombre indica, más que una línea, que comienza por un surco superficial poco a poco más profundo; luego sus bordes se elevan, se repliegan y por fin se unen, formándose así de un surco vagamente definido un tubo bien determinado -el conducto vertebral. -En éste se distinguen, a poco, indicios de las principales divisiones encefálicas, bajo la forma de pequeñas protuberancias; por otra parte, ligeras modificaciones en el tejido que limita el conducto, indican los primeros grados de formación de las vértebras. Al mismo tiempo, la parte externa del blastodermo se diferencia de la interna, dividiéndose en dos hojas o membranas, la mucosa y la serosa; división al principio sólo perceptible alredodor del área germinativa, pero que luego se extiende gradualmente a toda la membrana. De la hoja mucosa nace el tubo digestivo y de la serosa el conducto vertebral. Aquél no es primero sino un simple surco de la superficie inferior del embrión, cuyos bordes se levantan, luego repliegan y unen para formar el conducto. Análogamente, el embrión entero, implantado primeramente en la membrana vitelina, se aparta de ella, a la cual no queda unido sino por un conducto estrecho -el cordón umbilical.

Los cambios que dan a la estructura general una precisión creciente, tienen sus análogos en la evolución de cada órgano. El corazón no es primero más que una aglomeración de células, de las cuales las externas se transforman en paredes, y las internas en sangre; en ese estado es muy vaga su distinción del resto del organismo, no solamente porque no está limitada aún por membrana alguna, sino porque no es más que una dilatación del vaso sanguineo central. Poco a poco la parte de la cavidad cardiaca que ha de servir de depósito, se distingue y separa de la que ha de servir de órgano propulsor, y después comienzan a formarse los tabiques divisorios de cada una de esas dos cavidades en otras dos; primero el de los ventrículos, y luego el de las aurículas, que permanece incompleto durante toda la vida fetal o intrauterina. El hígado principia por una aglomeración de células en la pared del intestino; esas células, multiplicándose, llegan a formar una protuberancia en la parte externa de aquél; y a la par que va desarrollándose la, glándula y separándose del intestino, los canales que primeramente la surcan se transforman en conductos de paredes bien distintas. Análogamente, algunas células de la túnica externa de otra porción del intestino se acumulan formando unas pequeñas protuberancias, rudimentos de los riñones, los cuales van adquiriendo gradualmente caracteres más señalados, tanto en su forma como en su estructura.

Los cambios de ese orden continúan largo tiempo después del nacimiento; algunos órganos no llegan a su completo desarrollo, sino a la mitad de la vida. En la juventud, la mayor parte de las superficies articulares de los huesos están rugosal y resquebrajadas por la irregular incrustación, sobre los cartílagos, de las sales calizas; pero de los quince a los treinta años, poco más o menos (en el hombre), dichas superficies articulares han terminado su desarrollo, y héchose lisas, duras, como cortadas con instrumento. En general, puede decirse que este carácter -el paso de lo menos a lo más definido- continúa aun después que cesa el incremento de heterogeneidad. En efecto, las modificaciones que se verifican despues de la edad viril, hasta las proximidades de la muerte, son de igual naturaleza; los tejidos se ponen más rígidos, haciendo, por consiguiente, más limitados los movimientos y las funciones, más precisa, menos variable la coordinación orgánica, y por tanto, menos adaptable a las condiciones exteriores.

133. Ciertamente, no podemos probar que la fauna y la flora terráquea, ya en su conjunto, ya en cada una de sus especies, han tomado un carácter cada vez más definido; así como probamos en el capítulo anterior su incremento en heterogeneidad; las lagunas que presenta la paleontología impiden deducir aquella conclusión con tanto fundamento como esta otra. Pero, si nos es lícito razonar, en la hipótesis cada día más probable, de que todas las especies, hasta las más complicadas en su organización, provienen de otras más sencillas, por la sucesiva acumulación de modificaciones, fácil es deducir que debe haber un progreso de lo indeterminado a lo determinado, lo mismo en las formas específicas que en los grupos de formas.

Los organismos inferiores (análogos en su estructura a los gérmenes de los organismos superiores) tienen tan vagos sus caractéres, que es difícil, si no imposible, decidir si son plantas o animales; hecho muy significativo, y que podemos tomar como punto de partida. Muchos de esos organismos son aún objeto de controversias entro los naturalistas, y se ha propuesto formar con ellos un reino aparte - psicodiario, -base común de los reinos animal y vegetal. Todavía en los Protozoos es general la vaguedad de formas: algunos rizópodos, sin concha, tienen una forma tan irregular, que no puede ser descrita; nunca es igual en dos individuos, ni aun en un mismo individuo en distintas edades. La agregación de esos seres produce otros cuerpos -las esponjas, -indeterminados en su forma, en su volumen, y hasta en su estructura. Para figurarse bien cuán indeterminados son esos primeros organismos, no hay más que tener en cuenta que en los protozoos y protofitos hay muchas formas, clasificadas antes como especies distintas, y hoy admitidas como variedades de una misma especie. Si, por el contrario, recordamos cuán precisos son los caractéres, cuán distintos los contornos, cuán determinadas las proporciones métricas de sus diversos órganos, y cuán constante la estructura de los organismos superiores, no podremos negar la ley que discutimos, en el conjunto de los seres orgánicos terráqueos, considerados como una fase de la evolución universal.

Todavía debemos, sin embargo, resolver otra cuestión, a saber: las diferencias entre los varios grupos de seres de una misma categoría-especies, géneros, órdenes, etc., entre sí, -¿se han hecho también más grandes o profundas en el transcurso de los siglos? Esta proposición no es más susceptible de pruebas decisivas que la anterior; debe, pues, establecerse o

caer con ella. Con todo, si las especies y los géneros son el resultado de una selección natural, preciso es, como dice Darwin, que haya habido una tendencia a separarse, cada vez más, unos grupos de sus afines, y eso ha debido, principalmente, realizarse por la desaparición de formas intermedias, menos propias para ciertas condiciones de existencia que las formas extremas a las que servían como lazo de unión; así habrán pasado variedades vagamente distintas y poco estables, a especies bien distintas y estables; deducción comprobada actualmente por lo que sabemos de las razas humanas y de los animales domésticos.

134. Las fases sucesivas que atraviesan las sociedades, manifiestan irrecusablemente el progreso de una coordinación indeterminada a otra determinada. Una tribu nómada de salvajes (sin habitación ni organización fijas) es mucho menos determinada en las posiciones relativas de sus elementos sociales, que una nación ya constituida; en aquélla, las diversas relaciones sociales están parcialmente confundidas y mal arregladas; la autoridad política no tiene caracteres precisos, no está bien establecida; las distinciones de clases no están marcadas; no hay más divisiones industriales que las distintas ocupaciones de uno y otro sexo; solamente en las tribus que han reducido a esclavitud a otras tribus, hay una división económica bien marcada, amos y esclavos, servidos y servidores.

Cuando una de esas sociedades primitivas empieza a progresar, se hace gradualmente más específica: primero cesa de ser nómada, se establece, fijando su territorio más o menos precisamente, no sin haber tenido que sostener, a veces, una guerra de fronteras. La distinción entre el jefe y el pueblo llega a consistir, para éste, en una diferencia de naturaleza; la clase militar llega también a separarse completamente de las dedicadas a trabajos manuales; fórmase una casta sacerdotal distinta por su rango, sus funciones y sus privilegios. Los caracteres distintivos de las varias clases y funciones sociales van, pues, haciéndose más marcados, a medida que las sociedades avanzan en su civilización, y alcanzan su máxima fijeza en las sociedades que, habiendo ya llegado al término de su evolución, comienzan a declinar o a disolverse. Así, en el antiguo Egipto, a que alcanza la historia, las divisiones sociales eran muy profundas y las costumbres inmutables. Los recientes descubrimientos demuestran cada vez más que en los asirios y en los países próximos a ellos, no sólo las leyes eran inalterables, sino que los hábitos menos importantes, la rutina doméstica, por ejemplo, tenían un carácter sagrado, que les aseguraba su permanencia. En la India, aun actualmente, las distinciones invariables de castas y la persistencia con que las poblaciones siguen con los mismos trajes, los mismos procedimientos industriales, las mismas ceremonias religiosas, nos muestran la fijeza de coordinaciones sociales de una antigüedad ya muy remota; siendo otro ejemplo asombroso de ello mismo la China con su antigua e inmutable organización política, sus precisos y sabios convenios y su inmóvil literatura.

Las fases sucesivas de nuestra misma nación (Inglaterra) y de las naciones vecinas, presentan hechos de una especie algo diferente, pero de la misma significación; al principio, la autoridad monárquica era más baronial y la autoridad baronial más monárquica que después. Entre los sacerdotes actuales y los de la Edad Media, que eran a la vez jueces, guerreros, arquitectos, etc., hay una gran diferencia; las funciones sacerdotales se han hecho más distintas, más precisas. Análogamente se encuentra esa creciente separación de funciones en las demás clases sociales; la clase industrial, separada primero de la militar, se dividió y subdividió cada vez más y más distintamente; los poderes del Rey, de los lores y demás autoridades, se han ido distinguiendo gradualmente. Si se sigue la historia de la legislación se hallarán innumerables hechos, susceptibles de igual interpretación; por ejemplo, veríamos que las leyes se han ido haciendo sucesivamente más especificas en sus aplicaciones a casos particulares. Aun hoy mismo vemos que una ley empieza por una proposición vaga que se va dividiendo y subdividiendo en títulos, artículos y cláusulas; y todavía adquiere más precisión, por la interpretación de los tribunales que la aplican. También se nota lo mismo en el desarrollo de algunas instituciones menos importantes; las sociedades literarias, religiosas, benéficas, etc., principian con fines y medios vagamente bosquejados y fácilmente modificables; luego por la acumulación de reglas y precedentes, el fin o los fines y los medios de alcanzarlos se precisan hasta que adquieren una fijeza, ya inadaptable a nuevas condiciones. Si se objeta que en naciones civilizadas hay ejemplos de un decrecimiento en la distinción de clases, puede responderse que eso es síntoma de una transformación social; por ejemplo, del paso del régimen militar al industrial o comercial, durante cuyo paso las antiguas líneas de separación desaparecen y las nuevas se marcan más.

135. Todos los resultados orgánicos y superorgánicos de la acción social pasan por fases paralelas a las que hemos reconocido en los párrafos anteriores: productos objetivos de operaciones subjetivas, deben presentar cambios correlativos a los de éstas; el lenguaje, la ciencia y el arte lo prueban.

Si se borran de una cláusula todas las palabras que no sean verbos ni nombres, se verá reproducido el carácter de vaguedad de las lenguas en su infancia. Aun con esas dos únicas clases de palabras, puede ya observarse la mayor precisión que dan al lenguaje las conjugaciones y declinaciones; precisión que crece después con el uso de los adjetivos, artículos, adverbios y demás partes de la oración. El mismo efecto produce la multiplicación de las palabras de una misma clase; cuando son pocas, la acepción de cada nombre, verbo, adjetivo, etc., es muy lata y, por tanto, tiene poca precisión; así, las lenguas antiguas necesitan valerse de alegorías y metáforas, para expresar indirecta y vagamente lo que no pueden expresar directa y claramente, por falta de palabras. Aun en las lenguas modernas sucede lo propio a los individuos de poca instrucción; por ejemplo, compárese la respuesta de un hombre del pueblo que, interrogado acerca de un medicamento que lleva, dice es una droga del doctor para mi mujer que está mala; con la explicación que hace el médico, a personas ilustradas como él, de la composición del medicarnento, y de la enfermedad para la cual lo ha prescrito, y se verá comprobado cuánta más precisión da al lenguaje la multiplicación de sus vocablos. Además, en el curso de su evolución, cada idioma adquiere también mayor precisión por las operaciones que fijan las acepciones de cada palabra y de cada frase; las gramáticas y los diccionarios y, en fin, el lenguaje de las personas instruidas no consienten la menor vaguedad, tanto en las acepciones de las palabras, cuanto en sus combinaciones gramaticales.

Por último, las diversas lenguas, consideradas como todos, se separan cada vez más unas de otras y de su madre común: como lo prueban, entre las antiguas, el latín y el griego, nacidas del mismo origen, y sin embargo, tan distintas; y entre las modernas el español, el francos y el italiano, derivadas las tres del latín.

136. En su Historia de las ciencias inductivas dice Whewell que los griegos no pudieron constituir una filosofía natural, porque sus ideas no eran bien claras, ni bien conformes con los hechos; prescindiendo de la verdad de la proposición, pues tanto podría decirse, que la imperfección de su filosofía natural fue la causa de la falta de precisión y exactitud de sus ideas; citamos ese pasaje como una prueba del carácter indeterminado de la ciencia primitiva. La obra citada y su complemento Filosofía de las ciencias inductivas nos ofrecen otra multitud de pruebas de la ley. La Geometría nació de casos o problemas concretos, y sus varias proposiciones abstractas no adquirieron la claridad y precisión suficientes, hasta que Euclides las colocó en series coordinadas. Análogo progreso se observa en la parte de la Algoritmia que, partiendo del método de los indivisibles y de los agotamientos, terminó en el método de los límites y en el infinitesimal. En Mecánica, el principio de la acción y de la reacción, aunque vagamente vislumbrado, no fue clara y distintamente formulado hasta Newton, ni el de inercia hasta Kepler. El concepto de las fuerzas estáticas o en equilibrio no había sido claramente expuesto hasta Arquímedes, y el de las fuerzas aceleratrices no era aún perfecto en Kepler y sus contemporáneos, y no fue bastante claro para servir a las necesidades de un buen razonamiento científico hasta el siglo siguiente. Añádase a estos hechos la observación general de que los vocablos y las frases de acepción vaga, antes de que fuesen conocidas las leyes del movimiento, han adquirido después más preciso significado. Si de las ciencias abstractas pasamos a las concretas, seguiremos observando la verificación de la ley. Las predicciones astronómicas, por ejemplo, se hacían antiguamente con errores que llegaban hasta días, en cuanto a la producción de algunos fenómenos celestes, y hoy se predicen esos mismos fenómenos con aproximación de algunos décimos de segundo. Las órbitas planetarias supuestas primero circulares, luego epicyclicas, después elípticas, son hoy reconocidas como curvas de doble curvatura que sufren constantemente cambios.

Pero lo que más caracteriza el progreso de la ciencia, en precisión, es el contraste entre sus períodos cualitativo y cuantitativo. Primeramente sólo se sabía que entre tales y cuales fenómenos había conexión de coexistencia o de sucesión; pero no se sabía la naturaleza de esa conexión ni qué cantidad del fenómeno a o b acompañaba o seguía al fenómeno e o d. El progreso científico ha consistido, en su mayor parte, en la transformacion de esas conexiones vagas en relaciones precisas: se las ha clasificado en mecánicas, químicas, térmicas, etc., y se ha aprendido a deducir exactamente, o con mucha aproximación, el valor de los antecedentes, del de los consecuentes, y viceversa. Habiendo ya presentado varios ejemplos correspondientes a la Física, pondremos ahora otros de las demás ciencias. En Química se ha analizado, hasta cuantitativamente, numerosos compuestos que nuestros padres no analizaron ni siquiera cualitativamente, y se ha determinado con toda exactitud los equivalentes de los elementos. En Fisiología, el progreso de la previsión cualitativa a la cuantitativa se revela en la determinación de la cantidad de materias producidas y consumidas, y en la medida de la intensidad de las funciones, con el spirometro, el sphigmógrafo, etc. En Patología se manifiesta ese mismo progreso por el empleo del método estadístico para determinar los orígenes de las enfermedades y los efectos de cada tratamiento. En Botánica y en Zoología, tenemos un ejemplo, en la fijación del origen de las faunas y floras, por su comparación numérica. Y por último, en Sociología, por discutibles que sean las conclusiones inducidas de los censos oficiales de población, de las tablas de Board of Trade, de los procesos criminales, etc., es forzoso reconocer que esos medios de hacer constar los fenómenos sociales son un progreso real hacia su más perfecto conocimiento.

Notemos, finalmente, que si se entiendo por Ciencia, como es lógico, el conocimiento definido, preciso, en oposición al conocimiento indefinido, vago, que posee el vulgo, es una trivialidad hacer consistir el progreso científico en el incremento de precisión. Si la Ciencia ha sido, como no se puede negar, el desarrollo gradual, a través de los siglos, del conocimiento vulgar, es natural que el carácter dominante de su evolución haya sido la conquista gradual de esa precisión que en tan alto grado posea ya.

137. Las artes industriales y bellas nos ofrecen ejemplos más notables aún. Las herramientas de pedernal, que ha poco se han descubierto en algunos depósitos geológicos modernos, demuestran que las primeras obras de la mano del hombre carecían totalmente de precisión; y aunque las armas y herramientas de los salvajes contemporáneos representan ya un gran progreso sobre las de la edad de piedra, todavía se distinguen de las de los pueblos civilizados en lo basto de sus puños y monturas. Los productos de las naciones ya algo civilizadas presentan los mismos defectos, aunque en menor grado. Así, un junco chino, con todos sus accesorios, no tiene línea al guna recta ni de curvatura uniforme. Hasta en los muebles de nuestros antepasados se nota una inferioridad análoga, comparados con los nuestros. Desde la invención de las máquinas herramientas, es posible ya labrar aristas tan rectas y superficies tan planas, que coinciden exactamente unas con otras. Las máquinas de dividir, los micrómetros, los microscopios micrométricos permiten medir distancias y ángulos con una aproximación tal, que sobrepuja tanto a la de nuestros bisabuelos como la de éstos sobrepujaba a la de los antiguos celtas.

En bellas artes, partiendo de los ídolos primitivos, hallamos esculturas, en cuyos miembros no se señala ningún músculo, cuyos ropajes parecen de madera, cuyas caras son todas parecidas, y luego vemos las bellísimas estatuas de Grecia y las modernas, con su finísima precisión de líneas. Compárense las pinturas murales de los egipcios con las de la Edad Media y con las pinturas modernas, y se verá también el incremento gradual de precisión. Lo mismo sucede a las obras dramáticas y demás puramente literarias. Los cuentos maravillosos del Oriente, las románticas leyendas de la Europa feudal, así como los autos y misterios que inmediatamente sucedieron a aquéllas, no corresponden a las realidades de la vida; no son sino una mezcla de acontecimientos sobrenaturales, de coincidencias inverosímiles y de personajes vagamente definidos. A medida que la sociedad ha progresado, la representación y descripción de sus actos, siquiera sean ideales, se han hecho más naturales, más aproximadas a la realidad; así, el éxito de una novela o de una obra dramática, es, por lo general, proporcionado a la fidelidad de la acción y de la pintura do los caracteres; se desechan las inverosimilitudes o imposibilidades que llenaban las obras antiguas, y aun las acciones muy complicadas de que hay pocos ejemplos en la vida social, aunque haya algunos.

138. Todavía podríamos acumular multitud de ejemplos de otros órdenes: el progreso de los mitos y leyendas inexactas, a las historias críticas, cada vez más exactas y precisas; la sustitución de métodos racionales a métodos empíricos, etc. Pero la base es ya suficientemente ámplia para inducir que: en la evolución hay también un progreso de lo indefinido o indeterminado a lo definido o determinado; y no hay ciertamente menos pruebas para esa inducción que para la del progreso, ya reconocido, de lo homogéneo a lo heterogéneo.

Sin embargo, podría añadirse que aquel progreso no es un fenómeno primario, sino secundario, resultado accidental de otros cambios. En efecto, la transformación de un todo difuso y homogéneo en una combinación concentrada de partes heterogéneas, implica una separación progresiva del todo y lo que le rodea y de las partes entre sí. Mientras la separacion no se verifica, no hay estados bien distintos en las partes y el todo. Sólo a medida que éste crece en densidad, va distinguiéndose claramente del espacio o de la materia exterior a él; y sólo a medida que cada parte va atrayendo y condensando a su alrededor la materia periférica imperfectamente adherida a las partes vecinas, es como van distinguiéndose claramente las partes entre sí. Es decir, que el incremento de precisión acompaña siempre al incremento de consolidación total y parcial o general y local. A la vez que las redistribuciones secundarias producen aumento de heterogeneidad, la redistribución primaria, a medida que la integración aumenta, produce accesoriamente más claridad en la distinción de las partes entre sí, y del todo respecto a los demás todos.

Aunque este nuevo carácter de la evolucion sea un corolario forzoso de los caracteres expuestos en los dos capítulos precedentes, no está incluido en las frases que nos sirvieron últimamente para definir aquélla. Debemos, pues, modificar la fórmula (127) y decir que la evolución es el cambio de una homogeneidad incoherente e indefinida en una heterogeneidad coherente y definida, a consecuencia de una disipación de movimiento y de-una integración simultánea de materia.




ArribaAbajoCapítulo XVII.

La ley de evolución (fin).


139. Todavía es incompleto el concepto de la evolución que acabamos de dar en el último capítulo; todavía no contiene sino una parte de la verdad. Efectivamente, hemos considerado bajo tres aspectos las transformaciones que sufren todos los seres durante las fases ascendentes o evolutivas de su existencia, dando una idea aproximada de esas transformaciones, bajo esos tres aspectos considerados sucesiva y simultáneamente; pero hay, además, otros cambios concomitantes, que aún no hemos mentado, y que no por ser menos aparentes son menos esenciales e importantes.

En efecto, hasta ahora sólo hemos tenido en cuenta la redistribución de la materia, omitiendo la redistribución concomitante del movimiento. A ésta, hemos sí aludido, explícita o implícitamente, al tratar de aquélla en todos sus casos y detalles; y si toda la evolución fuera simple, estaría completa y perfectamente expresada por la fórmula: «la materia se integra a medida que su movimiento se disipa;» pero, en la evolución compuesta, si bien hemos hablado de la redistribución definitiva del movimiento, nada hemos dicho de sus redistribuciores intermedías; si liemos mentado oportunamente el rnovimiento que se disipa o escapa de la materia en evolución, hemos callado absolutamente acerca del movimiento que no se disipa, sino que se transforma dentro de la misma masa.

Ahora bien; en toda evolución compuesta, y proporcionalmente a su grado de composición y al tiempo que duran las redistribuciones secundarias de materia, verificadas en virtud del movimiento interior no disipado, hay o se verifican también, forzosamente, redistribuciones de ese movimiento conservado. A medida que las partes se transforman, se transforma también el movimiento sensible o insensible que poseen;.no pueden aquéllas integrarse, ya individualmente, ya en su conjunto, sin que se integren, a la par, sus movimientos individuales y combinados; no pueden hacerse más heterogéneas de volumen, de forma, de cualidades, las partes de materia, sin que a la vez sus movimientos, o los de sus moléculas, o todos, se hagan también más heterogéneos en sus direcciones y velocidades. Además, el incremento en caractéres definidos de las partes, implica también un incremento análogo de sus movimientos. En resumen, las acciones rítmicas que se verifican en cada masa, deben integrarse y diferenciarse al mismo tiempo que su estructura se integra y diferencia.

Es, pues, necesario que expongamos, siquiera sea brevemente, la teoría general de esa redistribución del movimiento conservado. Para completar nuestro concepto de la evolución, considerada hasta aquí sólo bajo su aspecto material, con el concepto de la misma, considerada bajo su aspecto dinámico, debemos seguir, desde su origen, los movimientos integrados que se producen, y deducir la necesidad del incremento de su precisión y de su multiformidad.

Si la evolución es el paso de la materia, de un estado difuso, a otro más concentrado, si, mientras que las unidades difusas pierden una parte del movimiento insensible que las mantenía en ese estado, las masas coherentes de esas unidades adquieren movimientos sensibles, unas respecto a otras, es necesario que esos movimientos sensibles hayan existido antes, bajo la forma de ese movimiento insensible de las unidades. Si la materia concreta es el resultado de la condensación de la materia difusa, el movimiento concreto debe ser el resultado de la agregación del movimiento difuso; el movimiento total o de masas, debe proceder, al iniciarse, de un movimiento equivalente de las moléculas de esas masas. Esta proposición que, como su correlativa, tocante a la materia, no pasa de ser una hipótesis en cuanto a los movimientos celestes, es una verdad indudable respecto a los movimientos sensibles que se verifican en la Tierra.

Ya sabemos (69) que el desgaste de las antiguas y el depósito de las nuevas capas terrestres son producidos por el agua en su curso descendente hacia el mar, y por.las olas y mareas de éste; vamos ahora a ver que la elevación del agua, a la altura de donde cae, y el origen de los vientos que la transportan en estado de vapor y la agitan en el mar, son debidos al calor solar, es decir, que la acción molecular del medio etéreo se transforma: primero en movimiento de gases, luego en niovimiento de líquidos, y por último en movimiento de sólidos, y en cada transformación se pierde cierta cantidad de movimiento molecular y se gana otra equivalente de movimiento de masas.

Lo mismo sucede a los movimientos orgánicos: los rayos solares hacen que las plantas se asimilen, solidificándolos, ciertos elementos de los compuestos gaseosos ambientes, es decir, que contribuyen al crecimiento y demás funciones orgánicas. El crecimiento de la planta y circulación de la savia son movimientos vitales o sensibles, pero los rayos solares productores cle aquéllos son movimientos insensibles o moleculares; transformación de movimientos del género que estudiamos. Los animales, derivados material y dinámicamente de las plantas, llevan aun más lejos la transformación: los movimientos automáticos de las vísceras, lo mismo que los movimientos voluntarios de los miembros y de la locomoción son producidos a expensas de ciertos movimientos moleculares que se verifican en los tejidos nervioso y muscular; esos movimientos, transformaciones a su vez de los que constituyen la nutrición, tienen, pues, por origen primitivo los movimientos moleculares comunicados del Sol a la Tierra, y sin los cuales no sería posible la vida orgánica. La misma ley se verifica respecto a los conjuntos o agregados de seres orgánicos.

Así, en las sociedades humanas el progreso se verifica siempre en el sentido de la absorción de los movimientos individuales por los movimientos sociales. Si, durante la evolución, el movimiento que se disipa se desintegra por efecto de esa misma disipación o dispersión, en cambio el movimiento que se conserva se integra a la par que la materia o masa en evolución; y ésta, por tanto, considerada bajo el punto de vista dinámico, es una disminución del movimiento relativo de las partes y un incremento del movimiento relativo de los todos, dando a las palabras parte y todo su más amplio significado. El progreso se verifica del movimiento de las moléculas simples al de las compuestas, y del de éstas al de masas pequeñas, y así ascendiendo sucesiva y gradualmente. El cambio simultáneo que tiende hacia una uniformidad mayor en los movimientos conservados, se verifica bajo la forma de un incremento en la variedad de los ritmos. Hemos visto ya que todo movimiento es rítmico, desde las vibraciones infinitesimales de las moléculas, hasta las vibraciones colosales de los astros al recorrer sus órbitas; pues bien, según lo hace sospechar el contraste entre esos casos extremos, a la prodigiosa multiplicidad de grados y modos de agregación material que median desde la molécula hasta el astro, debe acompañar una multiplicidad correlativa de las relaciones de esas masas agregadas con sus fuerzas internas, y, por tanto, una multiplicidad en los ritmos respectivos. El grado o el modo de agregación no influye en la extensión y duración del ritmo, cuando las fuerzas incidentes varían en la misma proporción que las masas; tal sucede, por ejemplo, en la gravitación; la cual no hace variar el ritmo sino cuando varían las relaciones de distancia entre las masas, como se ve en el péndulo, cuyas oscilaciones duran lo mismo si sólo se cambia el peso de la lenteja, y varían de duración cambiando la longitud de la varilla o la latitud geográfica del lugar; o bien cuando por algun artificio, no cambia la relación de las fuerzas en la misma proporción que la de las masas, como sucede con la máquina de Atwood para el estudio de la caída de los cuerpos. Pero en todos los casos en que las fuerzas incidentes no varían como las masas, todo nuevo orden de agregacion hace variar el ritmo: así, las últimas investigaciones sobre la propagación del calor y de la luz a través de los gases, afirman que las ondulaciones o vibraciones correspondientes tienen duraciones distintas en los diversos gases; y ya hace tiempo se sabía lo mismo respecto a las vibraciones sonoras.

Así, pues, todo incremento en la multiformidad o heterogeneidad de la materia, va necesariamente acompañado de un incremento de multiformidad en el ritmo, tanto por el aumento de variedad en los volúmenes y formas de los agregados, como por el incremento de variedad en sus relaciones con las fuerzas que los mueven. No tenemos necesidad de insistir, para demostrar que esos movimientos deben hacerse más definidos o determinados, a medida que van haciéndose más integrados y heterogéneos, porque es evidente que en la misma proporción en que cada parte de un todo en evolución se consolida y separa de las demás, perdiendo, por tanto, la movilidad relativa de sus elementos, su movimiento total debe necesariamente hacerse más distinto, más determinado.

Debemos, pues, para completar nuestro concepto de la evolución, considerar, en toda la extensión del Cosmos, las metamorfosis del movimiento conservado que acompañan a las metamorfosis de la materia que le conserva; pero como el lector está habituado ya al método que seguimos en ese orden de consideraciones, serán menos los ejemplos necesarios para la completa demostración del tema, y más breve, por tanto, nuestra tarea, que abreviamos todavía más, considerando a la vez, o simultáneamente, los tres diversos aspectos de las varias metamorfosis.

140. La materia diversa que se mueve, como sabemos, en toda nebulosa espiral, hacia el centro común de gravitación, desde todos los puntos y distancias, y en prodigiosa variedad de trayectorias, debe introducir en la nebulosa definitiva innumerables momentos dinámicos de intensidades y direcciones distintas, y aun opuestas. A medida que la integración progresa, las partes de esos momentos, que son directamente opuestas, se destruyen o neutralizan mutuamente y se disipan en forma de calor; el movimiento de rotación que subsiste, presenta primero velocidades angulares diferentes, a las diversas distancias del centro; poco a poco esas diferencias disminuyen, y se aproximan a un estado final -que el Sol, por ejemplo, está muy próximo a conseguir-, en que toda la masa gira con igual velocidad angular, o en que el movimiento total está definitivamente integrado. Lo mismo sucede a cada uno de los planetas y satélites. El progreso que conduce del movimiento de un anillo nebuloso, incoherente, y con gran cantidad, en su masa, de movimiento relativo molecular, al movimiento de un esferóide denso, es un progreso hacia un movimiento integrado completamente, en que la rotación y la traslación son cada una un movimiento total o simultáneo para todos los elementos o unidades de masa. Durante ese tiempo, se opera también la nueva integración que liga entre sí los movimientos de las diversas partes del sistema solar. El Sol con sus planetas, por una parte, y cada planeta con sus satélites, por otra, constituyen, pues, un sistema de ritmos simples y compuestos, con variaciones periódicas y seculares, que forman un conjunto o sistema integrado de movimientos.

La materia que, en su estado difuso primitivo, tenía movimientos confusos o indeterminados, o sin distinción claramente marcada, ha adquirido, durante la evolución del sistema solar, movimientos distintamente heterogéneos: los períodos de revolución de todos los planetas y de los satélites son diferentes, como también sus tiempos respectivos de rotación; de esos movimientos heterogéneos, pero simples aún, nacen otros movimientos complejos, pero bien definidos; por ejemplo, los que producen las revoluciones de los satélites combinadas con las de sus planetas, y cuyo resultado se llama precesión, los llamados perturbaciones, etc. Toda nueva complejidad de estructura produce una nueva complejidad de movimientos, pero complejidad definida o determinada, puesto que son calculables sus resultados.

141. Cuando la superficie de nuestro globo estaba todavía fundida, las corrientes de la atmósfera luininosa que le rodeaba, y principalmente las corrientes de gases calentados que subían, y las de líquidos precipitados que bajaban, debían ser locales, numerosas, y muy poco definidas o distintas unas de otras. Pero, a medida que la superficie se enfriaba, y que la radiación solar iba produciendo diferencias apreciables de temperatura entre las regiones polares y las ecuatoriales, debió establecerse poco a poco una circulación atmosférica determinada, de los polos al ecuador y del ecuador a los polos -vientos alisios-; y algunas otras corrientes atmosféricas definidas debieron nacer también entonces. Esos movimientos integrados, al principio relativamente homogéneos, se hicieron heterogéneos al formarse las grandes islas y los continentes, que hicieron se engendraran otros vientos periódicos, por la variable calefacción de vastas extensiones terrestres en las diferentes estaciones.

Análogos cambios debieron verificarse en los movimientos del agua: sobre una costra delgada, con pequeñas elevaciones y depresiones, y en consecuencia con pequeños ríos y mares, sólo podía haber una circulación local; pero cuando los grandes océanos y continentes estuvieron ya formados, origináronse también grandes corrientes marinas de las latitudes calientes a las frías, y de éstas hacia aquéllas; y esas corrientes se hicieron más importantes, más determinadas y más variadas en su distribución geográfica, a medida que los caracteres físicos de la superficie terrestre se hicieron más constantes. Lo mismo sucedió, indudablemente, a las aguas que llamamos dulces; arroyos insignificantes corriendo mansamente sobre las pequeñas islas primitivas, serían primero los únicos movimientos de esas aguas; pero, cuando las grandes superficies de tierra, con sus cordilleras y cuencas respectivas, estuvieron formadas, se pudieron ya reunir varios afluentes para formar los grandes ríos; en vez de movimientos independientes y semejantes, hubo pues, luego, movimientos integrados y desemejantes o heterogéneos.

Por último, no cabe la menor duda de que los movimientos de la costra sólida terrestre han seguido la misma ley, el mismo progreso: débiles, numerosas, locales y muy semejantes cuando la costra era delgada, las elevaciones y depresiones debieron, a medida que la costra se espesaba, extenderse a más vastas, superficies, y hacerse más fuertes, escasas y desemejantes, por efecto de la mayor solidez y más variada estructura de la costra en las diversas regiones.

142. En los organismos, el progreso hacia una distribución más integrada, más heterogénea, más definida del movimiento no disipado, que acompañía al progreso análogo de la materia que los compone, constituye precisamente lo que se llama desarrollo de las funciones orgánicas. Todas las funciones activas son, o bien movimientos perceptibles, como los de los órganos contráctiles, o movimientos insensibles, como los de los órganos secretorios, y la mayoría de los de nutrición. Durante la evolución, tanto las funciones como las estructuras se consolidan individualmente, y se combinan mutuamente, a la vez que se hacen más multiformes y más distintas.

En los animales inferiores, los jugos nutritivos se mueven irregularmente a través de los tejidos, en función de las fuerzas y presiones que los solicitan; no habiendo en ellos sistema vascular, no hay tampoco circulación propiamente dicha o bien definida. Pero así que, ascendiendo en la escala, se forma un aparato distinto para la distribución de la sangre, se verifica también una evolución funcional que determina grandes y rápidos movimientos de sangre, definidos en su curso y en la distinción de aferentes y eferentes; esos movimientos son heterogéneos, no sólo en sus direcciones, sino también en sus velocidades, puesto que el uno se verifica por impulsiones alternativas, y el otro por una corriente continua.

Otro ejemplo bien notable es la producción de diferenciaciones e integraciones en los movimientos mecánicos y químicos de la digestión, a la par que se producen también en el aparato digestivo. En los animales inferiores el tubo digestivo está formando, desde un extremo a otro, dilataciones y contracciones, con bastante uniformidad que ha de reflejarse naturalmente en los movimientos correlativos. Pero, en el hombre y demás animales superiores, en que el conducto alimenticio tiene muy diferentes sus dilataciones y contracciones en las diversas partes de su longitud, son también muy distintos los movimientos correspondientes, en su especie, fuerza y velocidad. Así, en la boca, los movimientos de prehensión y masticación, unas veces se suceden con rapidez, otras cesan durante horas enteras. En el esófago, los movimientos peristálticos se verifican con intervalos muy cortos mientras se come, y cesan de una a otra comida. En el estómago, hallamos aún más variados los movimientos, tan uniformes en el origen de la escala zoológica: las contracciones musculares son muy fuertes en todas direcciones y duran todo el tiempo que el estómago conserva alimentos y quizá después. En la primera porción del intestino se manifiesta una nueva diferencia: los movimientos son ondulatorios y le recorren sin interrupción, pero débilmente. Por último, en el recto, la onda dinámica se aparta mucho más del tipo común: después de muchas horas de reposo se verifica una serie de constricciones fuertes. Al mismo tiempo las acciones concomitantes de esos movimientos se hacen también más heterogéneas y distintas: la secreción y la absorción, consideradas como funciones generales auxiliares de la digestión, se subdividen en funciones parciales subordinadas; los disolventes y fermentos suministrados por las paredes del tubo digestivo y por las glándulas auxiliares, son muy distintas en las partes superior, media e inferior; lo cual implica especies o modos diferentes en los movimientos moleculares respectivos; en unas partes predomina la acción secretoria, en otras la absorbente y en otras, como el esófago, no hay absorción ni secreción apreciables. A la par que esos movimientos moleculares o inapreciables, y los sensibles o apreciables, se hacen más variados o heterogéneos y también más consolidados y definidos, se verifica un progreso en la integración que los une en grupos locales de movimientos y en sistemas combinados de movimientos. Al mismo tiempo que la función de la digestión se subdivide, esas subdivisiones se hacen más coordenadas, de suerte que las acciones musculares y secretorias se armonizan y que la excitación de una parte del aparato produce la excitación del resto. Aun más, la función digestiva entera que suministra la materia para las funciones circulatoria y respiratoria, se integra tan armónicamente con ellas, que no puede verificarse sola ni un instante, y las tres dependen, a su vez, de la inervación, tanto más cuanto más se asciende hacia el hombre en la escala zoológica.

Consideremos, ahora, las funciones de los órganos externos: los infusorios se mueven, generalmente, en el líquido en que viven, por las vibraciones de sus apéndices, y animales mayores, como los Turbellaria, se mueven también de un modo análogo sobre las superficies sólidas; esos movimientos vibrátiles son homogéneos, poco extensos, y muy vagos o indeterminados, tanto individualmente, como en la acción total o resultante, que la mayoría de las veces es una locomoción fortuita o sin dirección fija préviamente elegida. Por el contrario, en los animales que tienen órganos locomotores bien desarrollados, hay, en vez de un gran número de movimientos pequeños o desintegrados, cuales los acabamos de describir, un pequeño número de movimientos grandes o integrados; es decir, que acciones muy semejantes y débilmente coordinadas, han sido sustituidas por otras desemejantes, y de una coordinación apropiada para dar precisión a los movimientos totales y parciales del animal. Análogo contraste, aunque menos pronunciado, se observa, al pasar de los animales inferiores provistos de extremidades, a los superiores de igual condición. Las patas de un cien-pies verifican movimientos numerosos, pequeños, homogéneos; y tan poco integrados, que, si se corta transversal mente al animal en dos o más trozos, las patas de cada trozo siguen conduciéndolo hacia adelante por algún tiempo; pero en un insecto, las extremidades, ya poco numerosas tienen movimientos relativamente más extensos, más diferentes o heterogéneos, y más integrados en movimientos compuestos suficientemente definidos o determinados.

143. Los últimos ejemplos nos conducen, por afinidad, a los llamados fenómenos psíquicos. Los fenómenos conocidos subjetivamente como psicológicos, son conocidos objetivamente como excitaciones y descargas nerviosas, que la Ciencia explica ahora por modos especiales de movimiento. De consiguiente, se puede racionalmente suponer, desde luego, que el progreso de integración, heterogeneidad y determinación del movimiento no disipado, se manifiestará en las acciones nervo-musculares visibles, y en los cambios psicológicos correlativos de las varias especies zoológicas y de los individuos de cada una, siguiendo la ley ya comprobada en los demás casos de la evolución orgánica. Comencemos, pues hay ventaja en ello, por considerar los fenómenos de la evolución individual, antes de estudiar los de la evolución general orgánica.

Los primeros gritos de un niño son homogéneos, en su duración, tono y timbre, sobre todo relativamente a las sonidos que emitirá después, si vive; son, además, incoordinados o simples, sin tendencia, entonces, a combinarse para formar sonidos compuestos; y son, por último, inarticulados, indefinidos, sin esos límites precisos de principio y fin, que caracterizan a los sonidos articulados, -sílabas y palabras-. Pues bien: el progreso se manifiesta primero en la multiplicación de los sonidos inarticulados; las vocales extremas se añaden a las vocales medias, y las vocales compuestas a las vocales simples; luego, el niño articula ya consonantes, pero sólo al principio de cada sonido, terminándolos aún vaga, indefinidamente; durante ese progreso hacia la precisión, también aumenta la heterogeneidad por la combinación variadísima de las consonantes con las vocales, y la precisión por el uso de las consonantes terminales. Las consonantes más difíciles y las consonantes compuestas, articuladas primero imperfectamente, son, poco a poco, articuladas con claridad y precisión; y una multitud de sílabas diferentes y definidas, que implican muchas especies de movimientos en los órganos vocales, verificados con gran precisión, y perfectamente integrados en grupos, se suman a los que el niño sabía ya. El progreso subsiguiente que le hace pronunciar las voces disílabas y polisílabas, y las combinaciones de palabras, manifiesta el grado superior de integración y de heterogeneidad que finalmente alcanzan los movimientos de fonación. Los actos psicológicos correlativos a los nervo-musculares, recorren naturalmente fases paralelas; el progreso realizado desde la infancia a la edad madura, suministra abundantes pruebas de que los cambios que bajo el punto de vista físico son operaciones nerviosas, y bajo el punto de vista psíquico son operaciones mentales, se van haciendo poco a poco más variados, más definidos, más coherentes. Primero, las funciones son muy semejantes u homogéneas: recuerdos, clasificaciones, impresiones, y nada más. Pero sucesivamente, dichas funciones se hacen multiformes; aparece el raciocinio, con sus dos ramas inductiva y deductiva; la recordación y la imaginación voluntarias se añaden a la asociación natural espontánea de las ideas; nacen los varios modos específicos de acciones mentales, -matemáticos, músicos, poéticos, etc.,- los cuales van diversificándose y definiéndose más y más.

El niño hace sus observaciones con tan poco cuidado, que se equivoca muchas veces, leyendo, recitando sus lecciones, sacando cuentas, tratando de reconocer a las personas; el joven se engaña todavía mucho, juzga erróneamente acerca de muchos sucesos y asuntos de la vida; solamente en la edad madura o viril aparece esa coordinación precisa en las operaciones nerviosas, que supone una buena adaptación de los pensamientos a las cosas. Por último, lo mismo sucede respecto a integración, que combina los actos mentales simples en actos mentales compuestos: en los niños es difícil una atención sostenida durante algún tiempo; tampoco pueden formar una serie coherente de impresiones, ni sucesivas ni simultáneas, aun cuando sean del mismo orden; por ejemplo, cuando un niño mira un cuadro, sólo atiende a las figuras aisladas y de ningún modo al conjunto; pero a cierta edad ya comprende una frase complicada, sigue un largo razonamiento, reune en una sola operación mental numerosas circunstancias, etc. La misma integración progresiva se manifiesta en las modificaciones psíquicas que llamamos sentimientos, que en el niño sólo producen impulsiones, y en el adulto producen actos reflexivos y equilibrados con todas las circunstancias que influyen en la vida.

Después de esos ejemplos, relativos a la vida individual, vamos a presentar rápidamente algunos relativos a la evolución general, y que, como veremos, son semejantes a aquéllos. Un animal de inteligencia rudimentaria, al percibir cerca de si el movimiento de una gran masa, da un salto instintivo, espasmódico, generalmente hacia delante; tal movimiento supone que tiene el animal percepciones, pero relativamente simples, homogéneas o indefinidas, pues no distingue si la masa en movimiento es peligrosa para él o no, ni si se mueve avanzando o retrocediendo; así el movimiento que hace para evitar el peligro es siempre el mismo, no tiene dirección preconcebida, y tanto puede alejarle de aquél como acercarle a él. Un paso mas adelante, en la serie zoológica, nos muestra ya el salto instintivo, en dirección opuesta a donde se cree hay peligro; los fenómenos nerviosos se han especificado hasta dar por resultado la distinción de direcciones; lo cual indica una variedad, una coordinación, una integración y una precisión mayores, en dichos fenómenos. En los animales superiores, que distinguen sus enemigos de los que no lo son, un pájaro, por ejemplo, que huye del hombre y no huye de la vaca, los actos de percepción se han unido en todos más complejos, puesto que los movimientos determinados del pájaro suponen el conocimiento de ciertos atributos específicos; se han hecho más multiformes, puesto que cada nueva impresión componente aumenta el número de los compuestos posibles; y por consecuencia, se han hecho también más específicos en sus correspondencias con los objetos, es decir, más definidos. En los animales, bastante inteligentes para reconocer por la vista no sólo a las especies, sino a los individuos de una especie, los cambios o fenómenos mentales se hacen más distintos aun bajo esos tres aspectos. Finalmente, el curso de la evolución psíquica humana en la tierra confirma también la ley; los pensamientos del salvaje no son tan heterogéneos como los del hombre civilizado, no tiene, muchas veces, ideas abstractas, cuyos elementos es incapaz de integrar, y a no ser en cosas muy sencillas no puede adquirir esa precisión de ideas que conduce a los hombres civilizados a la Ciencia. Análogos contrastes presenta también la evolución de las emociones, de los deseos, etc.

144. Después de todo lo que hemos dicho en los capítulos precedentes, no es necesario insistir mucho, ahora, en el modo cómo los movimientos o funciones sociales adquieren más multiformidad, precisión y complejidad. Pondremos, sin embargo, dos o tres ejemplos típicos, para hacer juego con los que hemos puesto en las demás esferas de la evolución.

Consideremos los actos belicosos de ataque y defensa. Primeramente, las funciones militares, no se diferenciaban de las demás, en cada tribu o sociedad primitiva, pues todos los hombres eran guerreros, como eran también cazadores, etc.; dichas funciones eran, entonces, homogéneas, nada o mal combinadas y definidas; aun hoy los salvajes, al combatir en comandita, lo hacen batiéndose cada uno por separado, y todos de igual manera y desordenadamente. Pero, a medida que las sociedades se desarrollan y que las funciones militares se distinguen de las demás, se hacen a la vez más multiformes, complejas y definidas. Los movimientos de millares de soldados que reemplazan a los de centenas de guerreros, se dividen y subdividen en especies y subespecies; hay tropas de infantería, caballería y artillería; soldados, sargentos, oficiales, jefes; servicio de sanidad, de administración, de estado mayor; y a esa multiplicidad acompaña naturalmente otra correlativa, en las funciones de los diversos individuos y grupos de individuos; las cuales, además de hacerse, de ese modo más heterogéneas, en conjunto y en detalle, aumentan a la par en precisión, mediante los ejercicios y simulacros; de suerte que, en una batalla, hombres y regimientos determinados pueden, a una voz de mando, ocupar tales o cuales sitios, verificar tales o cuales actos, en momentos previamente fijados. Un grado más de progreso, y se obtiene la integración completa de todos los movimientos de un gran ejército hacia un objetivo o fin único, cien mil o más acciones individuales convergen hacia él, bajo la dirección de un solo hombre.

Ese marcado progreso que acabamos de hallar en las funciones militares, se encuentra también en las demás funciones sociales. Compárese el gobierno de un jefe salvaje con el de un jefe de toda nación civilizada, ayudado por todos los funcionarios que lo están subordinados, y se verá que a medida que los hombres han progresado desde el estado de tribus de una docena de personas, al de naciones de muchos millones de almas, la función gubernamental se ha hecho más compleja; guiada por leyes escritas, ha pasado de un estado vago e irregular a otro de precisión relativa, y se ha subdividido en funciones de creciente multiformidad. Véase también cuánto difiere el comercio de las tribus bárbaras del nuestro, que distribuye diariamente millones de mercancías, que arregla el valor relativo de una inmensa variedad de artículos, según la relación entro la oferta y la demanda, y que combina las diversas fuerzas industriales, de suerte que cada una dependa de las otras y las auxilie, y se concluirá también: que la acción o movimiento comercial se ha ido haciendo progresivamente más vasta, más variada, más definida y más integrada.

145. Resulta, pues, que el concepto completo de la evolución comprende: la redistribución del movimiento conservado a la par que la redistribución de la materia componente; y este nuevo elemento no es menos importante que el otro. Los movimientos del sistema solar tienen para nosotros una importancia no igual, sino mayor que los volúmenes, formas y distancias relativas de los astros que le componen. Las acciones sensibles o insensibles qua componen la vida de un organismo no son menos importantes que su forma, estructura, etc. Es, pues, evidente que cada redistribución de materia va acompañada de una redistribución de movimiento, y que el conocimiento unificado que constituye la Filosofía debe abrazar esas dos ramas de la transformación. Por consiguiente, considerando la materia de un agregado en evolución como experimentando, no una integración progresiva simplemente, sino redistribuciones secundarias diversas, nos es forzoso considerar el movimiento de un agregado en evolución, no sólo como disipándose gradualmente, sino como pasando por muchas redistribuciones secundarias, antes de disiparse. Del mismo modo que las combinaciones complejas de materia, que se producen durante la evolución compuesta, son los accesorios del progreso de la extrema difusión a la extrema concentración, también las combinaciones complejas de movimientos, que acompañan a las de materia, son los accesorios del progreso de la mayor a la menor cantidad del movimiento interno correspondiente. Tratando ahora, como debemos hacer, de formular esos accesorios de los dos órdenes de transformaciones, la fórmula dada últimamente (138) de la evolución debe ser añadida, o invirtiendo además el orden de algunas frases, para mayor claridad en la expresión, podremos decir: la evolución es una integración de materia acompañada de una disipación de movimiento, durante las cuales, tanto la materia, como el movimiento aún no disipado, pasan de una homogeneidad indefinida o incoherente a una helerogeneidad definida y coherente.




ArribaAbajoCapítulo XVIII.

Interpretación de la evolución.


146. La ley que acabamos de formular, ¿es primitiva o derivada? ¿Nos debe satisfacer por completo saber que en todos los órdenes de fenómenos concretos las transformaciones siguen siempre esa ley, o es posible ir más allá y llegar a saber por qué la siguen? ¿Podremos hallar un principio universal que explique esa operación universal? ¿Podrán ser obtenidas por deducción las inducciones expuestas en los cuatro capítulos precedentes?

Indudablemente, esos efectos comunes implican una causa común, acerca de la cual puede ser que nada más se alcance a saber, sino que es el modo general de revelársenos o manifestársenos lo incognoscible; o puede ser que ese modo sea reductible a otro más simple y general, del que sean meras consecuencias todos esos efectos complejos. La analogía nos inclina a pensar que esta última suposición debe ser la verdadera; pues así como se ha llegado a explicar las generalizaciones empíricas llamadas leyes de Kepler, como simples corolarios de la ley de la gravitación, también será quizá posible explicar las generalizaciones empíricas de los anteriores capítulos, como consecuencias necesarias de una ley más general.

Preciso es, por tanto, que busquemos la razón o el por qué de esa metamorfosis universal, so pena de renunciar a constituir la Filosofía o el conocimiento completamente unificado. Las conclusiones a que hemos ido llegando sucesivamente hasta ahora parecen independientes entre sí; no hay, que sepamos, conexión o relación alguna entra el paso de lo indefinido a lo definido, y el de lo homogéneo a lo heterogéneo, ni entre esos dos y la integración, o paso de lo incoherente a lo coherente; aún menos relación aparece entro esas leyes de redistribución de la materia y del movimiento, y las de dirección y ritmo del movimiento, que expusimos antes que aquéllas. Sin embargo, mientras no hayamos probado que todas esas leyes son consecuencias de un solo principio, nuestro conocimiento no tendrá sino una coherencia imperfecta.

147. Nuestro actual objeto debe ser, pues, presentar los fenómenos de la evolución sintéticamente; demostrar, partiendo de un principio evidente: que el curso de la evolución, en todos los seres, no puede ser sino el que hemos visto que es; que la redistribución de la materia y del movimiento ha de hacerse doquier, como hemos visto se verifica en los fenómenos celestes, inorgánicos, orgánicos, sociales, etc., y finalmente, que esa universalidad de la ley de evolución proviene de la necesidad misma que determina a nuestro alrededor todos los movimientos.

En otros términos, es preciso que el fenómeno de la evolución se deduzca de la persistencia de la fuerza; pues, como ya hemos dicho (62), a ese principio debe conducirnos todo análisis profundo, y sobre él debe fundarse toda síntesis racional. En efecto, siendo ese principio el único indemostrable científicamente, puesto que es la base de la Ciencia y el fundamento de sus más amplias generalizaciones, éstas quedarán unificadas desde el momento que se las refiera a ese principio como a su fundamento o base común. Ya vimos (73, 81, 88), que la transformación y equivalencia de las fuerzas, la dirección y el ritmo del movimiento, verdades manifiestas en todos los órdenes de fenómenos concretos, son consecuencias necesarias de la persistencia de la fuerza, principio que, por tanto, da unidad y coherencia a dichas verdades a él afiliadas. Análogamente, vamos ahora a referir a un principio superior los caracteres generales de la evolución, demostrando que, dada la persistencia de la fuerza, deben forzosamente verificarse con esos caracteres las redistribuciones de la materia y del movimiento; cumplida esa tarea uniremos esos caracteres, que no aparecerán ya sino como aspectos diversos y correlativos de una sola ley, y uniremos al mismo tiempo esa ley con las leyes más simples que preceden.

148. Pero antes de continuar, bueno será establecer alguno principios generales que, al interpretar la evolución, hemos de considerar luego bajo formas especiales en las varias descomposiciones de fuerzas que acompañan a las redistribuciones de la materia y del movimiento.

Toda fuerza es divisible en una parte efectiva y otra no efectiva. Por ejemplo: en todo choque, la fuerza o cantidad de movimiento del cuerpo chocante se divide, aun en las condiciones más favorables, o cuando aquél pierde todo su movimiento sensible; puesto que el chocado no recibe íntegra dicha cantidad de movimiento, sino que parte de ésta queda en el chocante bajo la forma de movimiento molecular o insensible, añadido al que ya existía antes del choque. Igualmente, cuando una cantidad de luz o de calor cae sobre un cuerpo, una parte mayor o menor, según los casos, es reflejada o refractada, y sólo la otra parte se transforma en el cuerpo, modificándole o produciendo en él efecto útil, como se dice en Mecánica. Debe también observarse: que la fuerza efectiva es, a su vez, divisible en fuerza efectiva temporalmente y fuerza efectiva permanente. En efecto, las moléculas o unidades de una masa que recibe la acción de una fuerza, pueden experimentar esos cambios rítmicos que constituyen sólo incremento de vibraciones, y pueden además experimentar cambios de posición relativa no vibratorios, es decir, no neutralizados a cada instante por cambios contrarios: los primeros se disipan bajo la forma de ondulaciones radiantes y dejan el arreglo o la coordinación molecular como estaba; mas los segundos producen el nuevo arreglo molecular que caracteriza a la evolución compuesta. Todavía se debe hacer otra distinción: las fuerzas efectivas de un modo permanente operan cambios de posición relativa de dos especies, insensibles y sensibles. Las trasposiciones insensibles que sobrevienen entre las unidades de masa son las que constituyen los cambios moleculares, entre los cuales están las combinaciones y descomposiciones químicas, y que son para nosotros diferencias cualitativas en la masa. Las trasposiciones sensibles son las que se verifican cuando algunas unidades, en vez de experimentar cambios de relación con sus inmediatas, son separadas de ellas y llevadas a otra parte.

Lo notable en todas esas divisiones y subdivisiones de la fuerza que actúa sobre una masa, es que son mutuamente complementarias. Así, la fuerza útil o efectiva es el resto de sustraer la fuerza no efectiva de la fuerza total. Las dos partes de la fuerza efectiva varían en orden inverso: cuando una gran parte es efectiva temporalmente, sólo débil parte puede serlo permanentemente y vice-versa. En fin, si la fuerza efectiva permanente produce, a la vez, las redistribuciones moleculares insensibles y las sensibles o cambios de estructura, ambas clases de efectos están en razón inversa en su cantidad o intensidad.




ArribaAbajoCapítulo XIX.

Instabilidad de lo homogéneo.


149. Al tratar de seguir las complicadísimas transformaciones, que todos los seres han sufrido y sufren aún, se encuentran tan grandes dificultades, que parece casi imposible poder dar una interpretación precisa y completa, por vía deductiva, de dichas transformaciones; puesto que también lo parece, abarcar de una ojeada el proceso total de las redistribuciones de la materia y del movimiento, con todos los resultados necesarios de su actual dependencia mutua. Sin embargo, hay un medio de llegar a formarse una idea del conjunto de esa operación; pues si, por una parte, la génesis de la redistribución que experimenta todo ser en evolución, es una en sí, por otra parte consta de varios factores; interpretando, pues, sucesiva y separadamente los efectos de cada uno de esos factores, la síntesis de esas interpretaciones nos dará una idea aproximada, por lo menos, del conjunto.

El orden lógico nos dice, en primer término, que la homogeneidad es una condición de equilibrio inestable, y por tanto tiende a desaparecer. Expliquemos estas frases. En Mecánica se entiende por equilibrio inestable el de una masa o un sistema de masas en equilibrio, pero de tal modo, que la intervención de una fuerza nueva, por débil que sea, destruye la coordinación existente y produce otra distinta. Así, un bastón puesto en equilibrio sobre su contera, está en equilibrio inestable: desde el momento en que se le desvía lo más mínimo de la posición vertical, se inclina y cae rápidamente, tomando otra posición de equilibrio estable. Por el contrario, si se le cuelga o suspende por su extremo superior, estará en equilibrio estable; si se le desvía de esa posición, vuelve a ella inmediatamente. Nuestra proposición del párrafo anterior significa, pues, que el estado de homogeneidad es inestable, insostenible, como el de un bastón equilibrado sobre su contera. Pongamos más ejemplos.

Uno de los más familiares es la balanza, la cual, si no está oxidada, y sí bien construida y engrasada, es difícil permanezca en perfecto equilibrio; sino en suaves y lentas oscilaciones, subiendo y bajando alternativamente uno y otro platillo. Si se espolvorea la superficie de un líquido con pequeños cuerpos de igual volumen, y que tengan atracción mutua, se concentrarán irregularmente en uno o varios grupos. Si fuese posible poner una masa de agua en un estado de completo reposo, y perfectamente homogénea en densidad, la radiación de los cuerpos próximos, influyendo desigualmente en las diversas partes de la masa, produciría inevitablemente desigualdades de densidad, y por consecuencia corrientes; es decir, heterogeneidad y movimiento. Si se calienta un pedazo de materia hasta el calor rojo, por ejemplo, adquirirá tal vez la misma temperatura en toda su masa; pero, al enfriarse, cesará en seguida esa homogeneidad, puesto que el exterior se enfriará más rápidamente que el interior, y ese paso a una temperatura heterogénea, que también se patentiza en este caso extreme, se verifica, más o menos, en todos los casos. Las acciones químicas nos ofrecen también multitud de ejemplos. Expongamos a la intemperie, o mejor, sumerjamos en agua un pedazo de hierro; al cabo de algún tiempo le veremos cubierto de una capa de óxido, de carbonato, etc.; es decir, que sus partes exteriores se hacen diferentes de las interiores. Comúnmente, la heterogeneidad producida por las acciones químicas en la superficie de las masas, no llama la atención, porque las partes alteradas son generalmente lavadas por el agua o quitadas de otro modo; pero si se las impide desaparecer, se forma una estructura relativamente compleja. Las canteras de basalto presentan ejemplos notables: no es raro encontrar un fragmento reducido por la acción del aire a un conjunto de capas u hojas flojamente adheridas, como las de una cebolla. Si el fragmento ha sido abandonado a sí mismo, podemos seguir en él una serie de capas: primeramente, una exterior, irregular, angulosa; después otras varias, cada vez más redondeadas; y por último, un núcleo central esférico. Comparando la masa de piedra en su estado primitivo, con esa serie de capas concéntricas, diferentes unas de otras por la forma y por su estado respectivo de descomposición, vemos un ejemplo muy notable de la multiformidad a que puede llegar un cuerpo primitivamente uniforme, por la acción continuada largo tiempo de las fuerzas químicas. Vése también la instabilidad de lo homogéneo, en los cambios que so verifican en el interior de una masa cuyas unidades no están íntimamente ligadas entre sí; los átomos de un precipitado no permanecen separados, ni distribuidos uniformemente en el fluido en que han hecho su aparición, sino que se agregan, ya en granos cristalinos, ya en copos amorfos, y cuando la masa líquida es grande y la operación prolongada, esos copos o granos no permanecen separados y equidistantes, sino que se agrupan a su vez en masas mayores y desiguales. Hay soluciones de sustancias no cristalinas, en líquidos volátiles, que sufren en media hora toda la serie de cambios acabada de indicar. Por ejemplo, si se vierte sobre una hoja de papel una disolución de goma laca en aceite de nafta, o sea un barniz de goma laca, de una consistencia como la de la crema, bien pronto se recubrirá la superficie del barniz, de grietas poligonales, partiendo de los bordes hacia el centro. Mirados con una lente de aumento, esos polígonos irregulares de cinco o más lados, aparecen limitados por líneas oscuras, cuyos bordes se ven ligeramente coloreados; estos bordes se ensanchan poco a poco a costa de las áreas de los polígonos, hasta que no queda sino una mancha oscura en el centro de cada uno. Al mismo tiempo, los bordes de los polígonos se redondean, y estos acaban por presentar el aspecto de sacos esféricos mutuamente comprimidos, semejando así exteriormente a un grupo de células con núcleo. Vemos, pues, que en este caso, hay una rápida pérdida de la homogeneidad, y de tres modos distintos: primero, por la formación de la película, que es el sitio de los demás cambios; después, por la formación de las secciones poligonales; y finalmente, por el contraste entre las secciones poligonales de los bordes, pequeñas y formadas las primeras, y las del centro, mayores y formadas las últimas.

La instabilidad, de que acabamos de poner varios ejemplos, es evidentemente consecuencia de que las varias partes de una masa homogénea están sometidas a fuerzas diferentes, ya por su especie, ya por su intensidad; y por tanto, aquéllas deben ser también diferentemente modificadas. La parte externa y la parte interna, por ejemplo, no pueden experimentar acciones iguales del medio ambiente, ya en cantidad, ya en cualidad, ya en ambas a la vez, y por fuerza han de ser distintos los cambios de partes distintamente influidas.

Por razones análogas es evidente que la operación debe repetirse en cada grupo subordinado de unidades diversificadas por fuerzas modificadoras. Cada uno de esos grupos debe perder a su vez, bajo la influencia de las fuerzas que actúen sobre él, el equilibrio de sus diversas partes, y pasar de un estado uniforme a otro multiforme, y así sucesiva y continuamente mientras dure la evolución. Resulta, pues, que no solamente lo homogéneo debe tender constantemente a la heterogeneidad, sino que lo heterogéneo debe tender siempre a ser más heterogéneo; porque si un todo no es uniforme, sino compuesto de partes distintas unas de otras, pero cada una de esas partes es uniforme, homogénea en sí misma, por serlo, estará en equilibrio inestable, deberá sufrir cambios que la hagan heterogénea o multiforme; y por tanto, el todo se hará también más heterogéneo. El principio general que hemos de desarrollar o seguir en todas sus fases es, pues, algo más comprensivo que lo que indica el título del capítulo. En realidad, lo homogéneo perfectamente no existe; mas no por eso dejaremos, de tener que estudiar el paso de una homogeneidad imperfecta o relativa a una heterogeneidad también relativa.

150.. La distribución de las estrellas presenta una triple irregularidad: primeramente, el contraste de la vía láctea con las demás partes del cielo, respecto al número de estrellas contenidas en los dos campos visuales; después, contrastes secundarios del mismo orden en la misma vía láctea, en la cual las estrellas están acumuladas enormemente por unos sitios y mucho más claras o separadas por otros, sucediendo lo propio en todo el cielo: y por último, hay los contrastes producidos por la reunión de varias estrellas en grupos pequeños. Además de esa heterogeneidad en la distribución general de las estrellas, hay otra respecto a los colores, que probablemente corresponde a diferencias en su constitución física. Hay en todas las regiones celestes estrellas amarillas, pero no azules y rojas, las cuales son muy raras en algunas regiones y más o menos abundantes en otras. Análoga irregularidad se observa en las nebulosas, esas aglomeraciones de materia que, sea cualquiera su naturaleza, pertenecen indudablemente a nuestro sistema sideral. En efecto, las nebulosas no están distribuidas con uniformidad: son abundantes hacia los polos de la vía láctea y escasas en las proximidades de esa zona. Nadie imaginará que se puede dar ni un asomo de interpretación precisa de esa disposición de las nebulosas, por la teoría de la evolución ni por otra alguna; todo lo más que se puede pedir es una razón para pensar que esas irregularidades, probablemente todas de la misma especie, se han producido en el curso de la evolución, caso que ésta haya tenido lugar. Se puede decir: que si la materia, de que esas estrellas y todos los astros se componen, ha existido primitivamente en estado difuso, en un espacio inmensamente mayor que el hoy ocupado por nuestro sistema sidéreo, la instabilidad de lo homogéneo lo habrá impedido continuar en el mismo estado. En efecto, siendo evidentemente imposible un equilibrio absoluto entro las fuerzas con que esas partículas dispersas, pero encerradas en límites, actuaban unas sobre otras, se operaría un movimiento, y por tanto, algunos cambios de distribución subsiguientes hacia los centros locales y a la vez hacia el centro común de gravedad, como los átomos de un precipitado se agregan en pequeños granos y a la vez obedecen a la atracción terrestre. En virtud de la ley que exige continúe más fácilmente en una dirección el movimiento ya comenzado en ella, puede afirmarse que una vez iniciada la heterogeneidad antedicha en la materia cósmica, tendería a pronunciarse cada vez más; y las leyes dinámicas nos autorizan a pensar: que los movimientos de esas masas irregulares de materia flojamente agregada, hacia su centro común de gravedad, debieron tomar formas curvilíneas, a causa de la resistencia del medio en que se mueven; y por las irregularidades de distribución ya efectuadas, esos movimientos curvilíneos debieron, por virtud de una composición de fuerzas, conducir a un movimiento general de rotación del naciente sistema sidéreo. Entonces se comprendo fácilmente que la fuerza centrífuga de ese movimiento de rotación debió modificar la coordinación estelar, hasta el punto de impedir la distribución uniforme de los cuerpos ya formados, los cuales se acumularían, naturalmente, hacia las regiones más lejanas del eje de rotación, y de ahí el contraste entre la vía o zona láctea y lo demás del cielo. Se podría también inferir, muy racionalmente, que las diferencias manifestadas en el acto de la concentración local, son resultados de las diferencias de condiciones físicas entre las regiones próximas y las lejanas del eje de rotación. No hay necesidad de continuar hasta perderse en una serie indefinida de suposiciones; hasta con lo dicho, que resumido nos enseña: que una masa finita de materia difusa, aun siendo bastante grande para constituir todo nuestro sistema sidéreo, no podría tener un equilibrio estable; que su concentración o condensación debió verificarse con una irregularidad siempre creciente, por falta de una esforicidad perfecta, de una homogeneidad absoluta de composición y de una completa simetría con respecto a las fuerzas exteriores; y que, por tanto, el aspecto actual del cielo no es incompatible con la hipótesis de una evolución general, resultante de la instabilidad de lo homogéneo.

Si nos limitamos a considerar la parte de la hipótesis nebular, según la cual el sistema solar es el resultado de una concentración gradual; y si suponemos desde luego esa concentración, ya avanzada lo bastante para haber producido un esferoide en rotación, de la materia nebulosa aún relativamente homogénea, vamos a ver las consecuencias de la instabilidad de lo homogéneo. Una vez en rotación, el esferoide se aplana hacia los polos; toman diferentes densidades el interior o sea las partes más cerca del centro, y las más próximas a la superficie; muévense sus varias partes con velocidades diferentes alrededor del eje común; no se puede decir que esa masa sea homogénea; por consiguiente, todos los cambios que experimente podrán sí servir de ejemplo a la ley general, pero tan sólo como paso de lo menos a lo más heterogéneo; y se verificarán en las partes de la masa homogéneas aún interiormente. Ahora bien, si admitimos con Laplace, que la parte ecuatorial de ese esferoide en rotación y en vía de concentración debió adquirir, en períodos sucesivos, una fuerza centrífuga bastante grande para impedir a esa parte de la masa aproximarse al centro, a cuyo alrededor giraba, y por tanto, para separarse de las partes internas del esferoide que seguían su movimiento de contracción, veremos en ese anillo desprendido del esferoide un nuevo ejemplo del principio en cuestión. Ese anillo, compuesto de sustancia gaseosa, pudo muy bien ser homogéneo al desprenderse; mas, por lo mismo, no debió persistir en ese estado. En efecto, para conservarle era preciso que hubiera una casi perfecta uniformidad en la acción de todas las fuerzas externas que actuaban sobre él (casi, nada más, porque la cohesión, aun en la materia muy rarificada, podría bastar para neutralizar perturbaciones pequeñas), y hay inmensas probabilidades contra esa combinación. No siendo, pues, iguales, mejor dicho, no estando equilibradas las fuerzas externas o internas que actuaban sobre el anillo, debió éste romperse por uno o varios puntos; Laplace suponía que sólo se rompió en un punto, replegándose, o arrollándose en seguida, sobre sí mismo; pero tal hipótesis es muy improbable, según la opinión de una eminencia científica de nuestro tiempo; un anillo tan grande, tan poco denso, debió romperse en muchos pedazos; pero en virtud de la instabilidad de lo homogéneo, el resultado definitivo anunciado por Laplace debió verificarse. En efecto, suponiendo que las masas de materia nebulosa, resultantes de la rotura del anillo, fuesen de volúmenes iguales y estuviesen a distancias convenientes para atraerse mutuamente con fuerzas iguales, lo que es muy improbable, ese equilibrio debería ser pronto destruido por las acciones desiguales de las fuerzas perturbatrices externas, y por tanto, las masas contiguas comenzarían en seguida a separarse; una vez comenzada la separación, produciría con una velocidad creciente un agrupamiento de masas, y lo mismo se produciría nuevamente en esos grupos, hasta que al fin se agregaran todos en una masa única.

Dejemos ya la Astronomía hipotética, y consideremos el sistema solar tal cual es ahora; pero antes examinemos un hecho que parece contradictorio con las condiciones que anteceden: la existencia actual de los anillos de Saturno, y sobre todo del anillo gaseoso que ha poco se le ha descubierto, todos los cuales se conservan enteros y guardando su equilibrio relativo con respecto al planeta. En cuanto a los primeros, puede responderse que la cohesión de las sustancias líquidas y sólidas de que constan basta para impedir su rotura, y el gaseoso puede muy bien subsistir por la simetría de las fuerzas con que lo atraen los otros dos anillos. Aun más: si el sistema de Saturno y sus anillos parece, a primera vista, en desacuerdo con el principio de la instabilidad de lo homogéneo, en realidad es un ejemplo más que lo confirma. En efecto, Saturno no es concéntrico con sus anillos, y si lo fuese, no podría permanecer siéndolo, según se prueba matemáticamente; es decir, que esa relación homogénea tendería hacia otra heterogénea. Pues bien, lo mismo sucede en todo el sistema solar: las órbitas, tanto de los planetas como de los satélites, son todas más o menos excéntricas, ninguna es circular, y si alguna lo fuese, pronto dejaría de serlo, pues las perturbaciones engendrarían inmediatamente excentricidad; en una palabra, las relaciones homogéneas se transformarían en heterogéneas.

151. Hemos hablado ya tantas veces de la formación de la costra sólida de nuestro planeta, que parecerá superfluo decir aún algo más. Sin embargo, preciso será considerarla bajo el punto de vista del principio que ahora discutimos. El enfriamiento y la solidificación de la superficie terrestre son indudablemente uno de los casos más sencillos e importantes del paso de un estado uniforme a un estado multiforme, por las distintas condiciones a que estuvieron sometidas las diferentes partes del globo. A la diferenciación entre el exterior y el interior, producida por el enfriamiento, se añadió, poco después, la diferenciación producida en la superficie por la desigual acción sobre ella del Sol, principal centro de las fuerzas exteriores, y al que son debidas las modificaciones permanentes, que tanto distinguen aún las regiones polares de las ecuatoriales.

A la par que las diferenciaciones físicas de primer orden que se operaban en el globo, en virtud de la instabilidad de lo homogéneo, se verificaban también numerosas diferenciaciones químicas susceptibles de la misma explicación. En efecto, sin suscitar ahora la cuestión de saber si, como algunos creen, los llamados cuerpos simples lo son efectivamente, o están a su vez compuestos de elementos desconocidos -elementos que no podemos aislar, quizá por insuficiencia del calor artificial, pero que pudieron muy bien existir aislados cuando el calor terrestre era muy superior al mayor que hoy podemos producir,-bastará a nuestro objeto demostrar: cómo en vez de la homogeneidad relativa, bajo el punto de vista químico, que debió tener la costra terrestre cuando su temperatura era muy elevada, se fue haciendo cada vez más heterogénea a medida que se fue enfriando. Desde luego, siendo incapaz cada cuerpo, simple o compuesto, de los que constituían entonces la superficie terrestre, de conservar la homogeneidad en presencia de tantas afinidades químicas ambientes, entraría en variadas y heterogéneas combinaciones; estudiemos esos primeros fenómenos químicos con algún detenimiento. Hay, como se sabe, poderosas razones para juzgar que a una temperatura muy elevada no se combinan los cuerpos, puesto que aun a las temperaturas que podemos producir artificialmente se descomponen la mayoría de las combinaciones conocidas. Es, por tanto, muy probable que, cuando la Tierra estaba todavía en su estado primitivo de fusión, no hubiera verdaderas combinaciones químicas. Aun sin ir tan allá, nos basta partir de un hecho indiscutible, y es que los compuestos que resisten a las más altas temperaturas, y que, por consiguiente, debieron ser los primeros formados, al irse enfriando la Tierra, son los más sencillos. En efecto, los álcalis y tierras son los compuestos más fijos que conocemos; la mayoría resiste a los más intensos calores artificiales, y constan solamente de un átomo de cada elemento; es decir, son las combinaciones más sencillas, menos heterogéneas. Más heterogéneos, más fácilmente descomponibles por el calor, y por tanto, más recientemente formados en nuestro globo, son los deutóxidos, tritóxidos, etc., en los que hay dos, tres, etc. átomos de oxígeno unidos a cada átomo del otro elemento.

Las sales anhidras son aún más fácilmente descomponibles por el calor, que la mayoría de los óxidos, y claro es que son también más heterogéneas, por el número y especies de átomos que forman la molécula química. Las sales hidratadas, más heterogéneas, que las anhidras, sufren casi todas una descomposición, por lo menos parcial, perdiendo el agua a temperaturas relativamente bajas. Los compuestos aún más complicados, como sales dobles, sobresales y subsales, etc., son también menos estables, por regla general, y así sucesivamente. La misma ley siguen, con pocas y no muy importantes excepciones, los compuestos orgánicos, cuya estabilidad, en iguales circunstancias, está en razón inversa de su complicación. Una molécula de albúmina, por ejemplo, se compone de 482 átomos de cinco distintos elementos. La de fibrana tiene aún más complicada composición; pues consta de 298 átomos de carbono, 49 de nitrógeno, 2 de azufre, 228 de hidrógeno y 92 de oxígeno, o sean 669 átomos de cinco especies. Pues bien; tanto albúmina como la fibrina se descomponen a una temperatura como la de hacer un asado. Se objetará, quizá, que hay compuestos inorgánicos bien sencillos, y más fácilmente descomponibles que los más complejos principios orgánicos; tales son, por ejemplo, el hidrógeno fosforado y el cloruro de nitrógeno. Es verdad, pero eso no invalida nuestro principio; pues no afirmamos que todos los compuestos sencillos son más fijos, más estables, que todos los compuestos complicados; sino solamente que, por regla general, las combinaciones sencillas pueden subsistir a una temperatura mayor que las combinaciones complicadas, y eso es indudable. Así, pues, está probado que la heterogeneidad química de la superficie o corteza terrestre, tal y como hoy existe, ha ido aumentando gradualmente, según lo ha permitido el enfriamiento sucesivo; que esa heterogeneidad se manifiesta actualmente de tres modos, a saber: en la multiplicidad de los compuestos químicos, en el número mayor de elementos que contienen los compuestos más modernos y, en fin, en la mayor complejidad o mayor número de átomos que tiene cada molécula a medida que necesita menos calor para poderse formar y subsistir.

Sin entrar en detalles, tomemos como últimos ejemplos de la ley, relativos todavía a la evolución general de nuestro planeta, los fenómenos meteorológicos de la época actual, comparados con los de las anteriores edades de la Tierra. Son indudablemente nuevos casos que comprueban la destrucción del estado homogéneo, sujeto desigualmente a fuerzas incidentes.

152. Consideremos una masa de materia no organizada aún, pero organizable: por ejemplo, el cuerpo de uno de los seres vivos más inferiores, o el germen de uno de los superiores. Esa masa, o bien estará en el agua, o en el aire, o en otro organismo; mas, sea cualquiera su situación, es indudable que su interior y su exterior tendrán distintas relaciones con los agentes externos, el alimento, el oxígeno y los diversos estimulantes; más aún: de las varias partes de su superficie, unas están más expuestas que otras a las fuerzas ambientes, luz calor, oxígeno o influencia de los tejidos de la madre; resultará, pues, inevitablemente, la ruptura del equilibrio primitivo, la cual puede verificarse de uno de estos dos modos: o las fuerzas externas son capaces de vencer las afinidades de los elementos orgánicos y la masa organizable se descompone en vez de organizarse; o, por el contrario, dichas fuerzas van modificando lenta y gradualmente a la masa, la cual se va desarrollando u organizando. Pongamos algunos ejemplos.

Notemos primero algunas excepciones aparentes. Hay pequeños seres del reino animal que no presentan variaciones apreciables en el curso de su rudimentaria organización. Así, la sustancia gelatiniforme de los rizópodos permanece sin organización propiamente dicha durante toda la vida de dichos seres, hasta el punto que no tienen membrana externa que los limite; como lo prueba el que las prolongaciones filiformes que nacen de la masa, se sueldan si se tocan. Que un animal afine a los rizópodos el Ameba, cuyos miembros, menos numerosos y de más volumen, no se sueldan, tenga o no, como se discute aún, una especie de membrana o pared de célula y un núcleo, claro es que esa ligera distinción de partes es insignificante, puesto que las partículas alimenticias pasan al interior del animal, a través de una parte cualquiera de la periferia, y, puesto que, cortando al animal en pedazos, cada uno tiene las mismas propiedades y funciones que el animal entero. Pues bien: estos casos, en que no hay contraste entre la estructura interior y la exterior, o le hay insignificante, y que parecen contradecir el principio que discutimos, son, por el contrario, pruebas muy significativas de su verdad. En efecto, ¿cuales son los caracteres de los Protozoos? Sufrir continuos o irregulares cambios de forma; no tener relaciones permanentes entre las varias partes de su cuerpo; lo que antes era interno, luego es exterior, y sirviendo de miembro temporero, se adhiere al objeto que acaba de tocar; lo que formaba parte de la superficie externa es atraído al interior con las partículas alimenticias que le estaban adheridas. Ahora bien, según nuestra hipótesis, sólo por sus posiciones diferentes, respecto a las fuerzas modificadoras, es por lo que las partes primitivamente semejantes de una masa viva se hacen desemejantes; pero si las posiciones son indeterminadas, si no hay diferencias permanentes entre ellas, tampoco podrán ser influidas permanentemente, por las fuerzas externas, las partes de la masa, y ésta no podrá experimentar por tanto, sino débiles modificaciones; y esto precisamente es lo que sucede en los protozoos, según hemos indicado. A esa prueba negativa añádese, como era de esperar, alguna prueba positiva. Al pasar de esos puntos proteiformes de la materia viva a organismos cuya estructura no varía, hallamos que las diferencias de tejidos corresponden a las diferencias de posición relativa.

En todos los Protozoarios superiores, como también en todos los Protofitos, se nota una diferenciación fundamentalmente distinta, en las membranas de las células y en el contenido de las mismas, correspondiente al contraste fundamental de condiciones, implicado en las palabras exterior o interior. Pasando de los organismos llamados unicelulares a los compuestos de una aglomeración de células, observaremos también la relación íntima que uno las diferencias de estructura, y las de circunstancias o condiciones. Bajo el punto de vista negativo vemos que en una esponja, atravesada en todos sentidos por las corrientes de agua del mar, lo vago de la organización corresponde a una vaguedad también, en las diferencias de condiciones; las partes periféricas y las centrales se diferencian tan poco en su estructura como en su exposición a las influencias ambientes. Y bajo el punto de vista positivo, en seres como los Thalassicolla, que, aun cuando poco elevados en la escala zoológica, conservan diferencias permanentes con el exterior, sus partes internas y externas, vemos una estructura sometida evidentemente a las relaciones entre centro y superficie, una distribución más o menos concéntrica de las diversas partes.

Después de esa modificación primaria, que introduce una diferencia entro los tejidos externos y los internos, sigue, en el orden de persistencia y de importancia, otra modificación que diferencia entre sí las varias partes de los tejidos externos, y esta modificación corresponde a un hecho casi universal, a saber: que esas varias partes están distintamente expuestas a los agentes o influencias exteriores. En este caso, como en los otros, las excepciones aparentes tienen un gran valor. Hay vegetales inferiores, tales como los Hematococcus y Protococcus, envueltos por igual en una capa de mucus o dispersos en la nieve de los polos, que no presentan diferencia alguna entre las varias partes de su superficie, y es natural que así sea, puesto que esas varias partes no están sometidas a diversas condiciones. Las esferas animadas, tales como las Volvox, no tienen en su periferia parte alguna que se distinga de las demás, y nada más natural, pues como ruedan por el agua en todas direcciones, no exponen a condiciones especiales ninguna de las partes de su superficie. Pero los organismos que conservan en sus movimientos, actitudes o posiciones determinadas, no presentan ya superficies uniformes, como los Volvox, Protococcus, etc. El hecho más general que se puede afirmar acerca de la estructura de los animales y de las plantas es que, por grande que sea al principio la semejanza de forma y de textura de las diversas partes exteriores, adquirirán desemejanzas sucesivas, correspondientes a sus distintas relaciones con las fuerzas exteriores. El germen ciliar de un zoofito, que durante su período de locomoción no presenta más diferencias que las do los tejidos externos e internos, apenas se ha fijado, cuando su parte superior comienza a diferenciarse ya de la inferior. Las yemas discoideas del Marchantia, primero semejantes por sus dos caras, comienzan en seguida a echar raicillas por su cara inferior y estomas por la superior; lo cual prueba indiscutiblemente que esa diferenciación primaria es producida por la diferencia fundamental de condiciones.

El los gérmenes de los organismos superiores, las metamorfosis debidas inmediatamente a la instabilidad de lo homogéneo, son natural y prontamente ocultadas por las debidas a la ley hereditaria. Sin embargo, hay cambios primitivos, comunes a todos los organismos, y que por tanto, no se puede atribuir a la herencia, sino a la ley que venimos estudiando. Un germen, que aún no ha empezado a desarrollarse, consta de un grupo esferoidal de células homogéneas: pues bien; el primer grado de su evolución, en todo el reino orgánico, consiste en establecerse una diferencia entro las células periféricas y las interiores; algunas de aquéllas, después de haberse hendido en muchos sitios, se sueldan formando una película o membrana, la cual, o se extiende y recubre a poco la masa entera, como en los mamíferos, o bien se detiene algún tiempo en su desarrollo, como en las aves. He ahí dos hechos significativos: el primero, que la desemejanza primitiva se establece entre el interior y el exterior; el segundo, que el cambio que da el impulso al desarrollo no se verifica simultáneamente en toda la parte externa, sino que comienza en un sitio y se extiende, poco a poco, a todos los demás. Ambos hechos son corolarios evidentes de la instabilidad de lo homogéneo; la superficie debe, más bien que otra parte cualquiera, diferenciarse prontamente del centro, porque está sometida a condiciones más diferentes de las del centro que todas las demás partes; y todas las partes de la superficie no deben diferenciarse simultáneamente de las interiores, porque no están todas a la vez igualmente expuestas a las fuerzas exteriores. Recordemos aún otro hecho general de análogo significado: cualquiera que sea la extensión de esa capa periférica de células o del blastodermo, como se le llama, se divide a su vez en dos hojas membranas: la mucosa, exterior, o exodermo y la serosa, interior, o endodermo; la primera está formada de la parte del blastodermo que está en contacto con el exterior, y la segunda de la parte que toca a la masa celular interior; es decir, que después de la diferenciación primaria entre la superficie y el centro, la parte superficial resultante se desdobla, sufriendo, una diferenciación secundaria, en parte u hoja externa y parte interna; y es evidente que esta diferenciación secundaria es del mismo orden que la primaria, que corresponde también al contraste de condiciones tantas veces ya montado.

Pero, como ya lo hemos indicado, ese principio (el de al inestabilidad de lo homogéneo) no da por sí solo toda la clave del desarrollo orgánico; es insuficiente para explicar particularidades genéricas y específicas, y mucho más, las correspondientes a los órdenes, familias, etc.; no puede, de ningún modo, explicarnos por qué dos huevos, depositados en el mismo estanque, producirán el uno un pez y el otro un reptil; por qué otros dos, empollados por la misma gallina, darán el uno un patito, el otro un pollito. Para eso no hay más explicación que el principio inexplicado de la transmisión hereditaria; esa capacidad inexplicable de cada germen para desarrollarse, reproduciendo las formas y rasgos de sus antepasados en sus menores detalles, y hasta sus enfermedades. Que una parte microscópica de sustancia, aparentemente homogénea, encierre o lleve en sí una influencia tal, que el hombre que de aquella salga será a los veinte, treinta, cincuenta años tísico, gotoso, loco, etc., es una cosa increíble a no estarlo viendo confirmado por la experiencia, en muchísimos casos. Si, volviendo sobre nuestros pasos, probásemos que esas diferenciaciones tan complicadas, que presenta un adulto, son resultados gradualmente acumulados y transmitidos por la herencia, de un proceso análogo al que hemos ya descrito, del germen, resultaría: que aun los cambios manifiestos, desde el embrión hasta el adulto, y debidos a la influencia específica o hereditaria, son consecuencias lejanas de la instabilidad de lo homogéneo. Si patentizásemos que las ligeras modificaciones verificadas durante la vida de cada adulto y legadas a los descendientes con todas las modificaciones anteriores, no son sino desemejanzas de partes, producidas por desemejanza de condiciones, resultaría que las modificaciones verificadas durante la vida embrionaria son consecuencias en parte directas y en parte indirectas de la instabilidad de lo homogéneo. Pero las condiciones de esta obra no permiten que descendamos a exponer las razones que hay en pro de esa hipótesis. Basta haber hecho constar que las diferenciaciones más notables que manifiestan universalmente los organismos, al comenzar su desarrollo, corresponden a las diferencias más marcadas de las condiciones a que están expuestas sus distintas partes; y basta que el contraste habitual entre el exterior y el interior, que sabemos es producido en las masas inorgánicas por la distinta exposición a las fuerzas incidentes, sea enteramente análogo, en su causa y proceso, al contraste primero que se verifica en todas las masas organizables al comenzará organizarse.

Réstanos probar que en el conjunto de organismos que constituyen una especie, se puede también ver una prueba de la instabilidad de lo homogéneo. Hay, en efecto, hechos bastante numerosos para inducir que cada especie no subsiste invariable y uniforme, sino que tiende a variar y heterogeneizarse, hasta cierto punto; y hay también razones bastantes para juzgar que ese tránsito de lo homogéneo a lo heterogéneo es debido a que los distintos individuos de cada especie están respectivamente sometidos a diferentes conjuntos o sistemas de circunstancias exteriores o ambientes. Como base, que creemos suficiente, de inducción, notaremos estos dos hechos: primero, en ninguna especie, animal o vegetal, son totalmente semejantes los individuos; y segundo, hay en toda especie una tendencia a producir diferencias bastante señaladas para constituir variedades. Por otra parte, la experiencia confirma en esos hechos, el principio general, puesto que las variedades son más numerosas y distintas en las plantas cultivadas y en los animales domésticos, cuyas condiciones de vida se apartan más, y en mayor número de puntos, de sus condiciones primitivas. Ya miremos la selección natural como el agente que produce la totalidad, o solamente una parte, de las variedades, esto en nada cambia nuestras deducciones. En efecto, como la persistencia de una variedad prueba que está en armonía con el conjunto de las fuerzas ambientes, como la multiplicación de una variedad y su establecimiento sobre un terreno ocupado antes por otra fracción ya extinguida de la especie, implican que ese conjunto de fuerzas ha producido sobre ambas variedades efectos diferentes, es evidente que ese conjunto de fuerzas es la causa efectiva de la diferenciación; es claro que si la variedad sustituye a la especie original en unas localidades y en otras no, es porque el sistema de fuerzas de una localidad no es igual al de la otra; y es, por último, evidente que el paso de la especie, de una homogeneidad relativa a la heterogeneidad de razas, variedades, etc., es efecto de que sus distintos individuos han estado expuestos a distintas condiciones ambientes, a distintos sistemas de fuerzas.

153. Para demostrar que la ley (de la instabilidad, etc.) se verifica también en los fenómenos psíquicos, deberíamos hacer un análisis muy detenido de esos fenómenos; deberíamos seguir con minucioso rigor la organización de las primeras experiencias mentales, para poder mostrar cómo los estados psíquicos primitivamente homogéneos, se hacen heterogéneos, a consecuencia de los cambios diferentes efectuados por distintos sistemas de fuerzas. Y una vez probado eso, sería evidente que lo que constituye el desarrollo de la inteligencia bajo uno de sus principales aspectos, es una repartición en clases distintas, de cosas desemejantes, que, primitivamente estaban confundidas en una sola clase; es una formación de grupos y subgrupos, hasta que el conjunto de objetos conocidos reúna a la heterogeneidad de los distintos grupos que lo componen, la homogeneidad de los elementos de cada grupo.

Si, por ejemplo, seguimos en la escala zoológica la génesis del sin número de conocimientos que adquirimos mediante la vista, observaremos: que en el primer escalón, en que los ojos no sirven sino para distinguir la luz de las tinieblas, la única clasificación posible de los objetos visibles debe estar fundada en el modo y grado de producir sombra o interceptar la luz. En esos órganos visuales rudimentarios, las imágenes que se forman en la retina, deben clasificarse tan sólo en dos grupos: uno, de los objetos en reposo, ante los cuales pasa el animal moviéndose; y otro, de los objetos móviles, o que pasan ante el animal en reposo; objetos estacionarios y objetos móviles debe ser, pues, la primera y más general clasificación de los objetos visibles. Luego viene la división en objetos próximos y objetos lejanos, que no todos los animales pueden apreciar, pues los de ojos muy sencillos no distinguen un objeto pequeño muy cercano de un objeto grande y lejano. Los sucesivos perfeccionamientos de la visión, que hace posible una evaluación más exacta de las distancias, por la comparación de los ángulos ópticos; y los que hacen posible la distinción de formas, por el incremento y subdivisión de la retina, dan más precisión a las clases ya formadas, y a la vez las subdividen en clases más pequeñas compuestas de objetos menos desemejantes. En fin, todos los perfeccionamientos sucesivos de los órganos de percepción externa, deben conducir, y conducen según lo confirma la experiencia, a una multiplicación de las divisiones o clases de los objetos percibidos, y a un aumento de precisión en los límites de cada clase. En los niños se ve también que el confuso conjunto de sus primeras impresiones, en que los objetos ambientes se les presentan sin distancias, volúmenes, ni formas, es decir, sin distinción ni diferencia, unos respecto a otros, se transforma, poco a poco, en clases de objetos desemejantes por tales o cuáles atributos. En ambos casos se puede comprobar, haciendo un detenido estudio, aquí ya incompatible con la extensión de esta obra, que esa conciencia primitiva, indefinida, incoherente y homogénea, se ha cambiado en una conciencia definida, coherente, heterogénea, por la influencia de las diversas acciones de las fuerzas externas sobre el organismo. Bastan estas indicaciones sumarias, que a modo de jalones podrán guiar al lector reflexivo, y ayudarlo a convencerse de que la evolución de los fenómenos psíquicos no ofrece excepción alguna a la ley de la instabilidad de lo homogéneo. Para facilitar esta tarea, añadiremos un ejemplo, que puede comprenderse aislado, fuera de la evolución mental, aunque de ella forme indudablemente parte integrante.

Hase observado ya que a medida que progresa la formación de un idioma, las palabras que tenían primitivamente significados parecidos, los van adquiriendo más distintos; fenómeno que puede llamarse desinonimización. No es fácil demostrar claramente ese cambio en las palabras indígenas o primitivas, de cada idioma, porque faltan libros donde observarlo, ya qui las divergencias de sentido de esas palabras han precedido generalmente a la aurora de la literatura. Pero, en las palabras inventadas, o tomadas de otras lenguas, cuando ya había libros, es muy fácil seguir ese movimiento. Entre los antiguos teólogos, la palabra descreído (miscreant), era usada exclusivamente en su sentido etimológico, como sinónima de incrédulo (unb-elever); pepo en el lenguaje moderno ha extendido más su significación9. Análogamente: malvado y malhechor, sinónimos etimológicamente, no lo son ya por completo, puesto que malhechor significa un criminal, y no es tan fuerte la acepción moral de la voz malvado. Las palabras más demostrativas de la ley, son las compuestas de las mismas partes combinadas distintamente; así, si dice: pasamos (go under) bajo un árbol, y sufrimos (undergo) una pena; analizadas estas dos frases -lo mismo otras muchas- se halla el mismo sentido literal, pero el uso (quem penes arbitrium est et jus et norma loquendi) ha modificado de tal modo sus respectivos significados, que no se puede decir, sin caer en ridículo, sufrimos (undergo) un árbol, pasamos (go under) bajo una pena. Todos esos ejemplos, y otros innumerables que podríamos poner, prueban que el completo equilibrio o uniformidad o sinonimia entre dos o más palabras, no puede sostenerse: formándose bien pronto el hábito de referir la una con preferencia a la otra, a tales o cuáles objetos o actos. Cada persona tiene costumbre de usar tales o cuales frases, para expresar lo mismo que otras personas expresan con otras frases; y esa imposibilidad de conservar un perfecto equilibrio, una perfecta homogeneidad en el uso de los signos verbales; que caracteriza a cada hombre, o le distingue, bajo el punto de vista del lenguaje, de los demás, y por consecuencia caracteriza también a cada grupo de hombres, da por resultado definitivo la desinonimización de palabras y de frases.

Si hubiera dificultad en comprender cómo esos cambios intelectuales pueden servir de ejemplos a una ley de transformaciones físicas, operadas por fuerzas físicas, se tendrá en cuenta: que todos los actos psicológicos pueden ser considerados como funciones nerviosas; que las pérdidas de equilibrio acabadas de citar son pérdidas de igualdad funcional entre dos elementos del sistema nervioso; y, que, como en los ejemplos anteriormente puestos, esa pérdida de igualdad funcional es debida a diferencias en el modo de actuar las fuerzas ambientes.

154. Las masas de hombres, como todas las masas, tienen la misma tendencia que venimos estudiando, y ocasionada o producida por las mismas o análogas causas, ya tantas veces reconocidas en las series de ejemplos anteriormente expuestas. Las diversificaciones gubernamentales, profesionales, etc., tanto en las pequeñas como en las grandes sociedades, reconocen el mismo origen, o más bien las mismas causas originarias -diferencia de influencias externas sobre masas, totales o parciales, relativamente homogéneas-. Analicemos, siquiera sea ligeramente, las dos clases de diversificaciones acabadas de citar.

En una sociedad mercantil, la autoridad de todos los socios puede muy bien ser igual en teoría, pero en la práctica, siempre la autoridad de alguno predomina sobre la de otro u otros, y si, como sucede comúnmente, los socios delegan, casi todos; sus poderes en los directores, y éstos tienen, por tanto, iguales atribuciones, pronto alguno de ellos se impone a los demás, y sus decisiones son las que prevalecen en la compañía. Análogamente, en las sociedades políticas, benéficas, religiosas, literarias, etc., hay siempre una división semejante, en partidos dominantes y partidos subordinados, y cada partido tiene sus jefes o individuos más influyentes, otros con menos pero con alguna influencia, y otros sin influencia. En estos ejemplos secundarios podemos ver grupos de hombres, sin organización, unidos por relaciones homogéneas, pasar gradualmente al estado de grupos organizados, unidos por relaciones heterogéneas; y no es otra la clave de todas las desigualdades sociales. En efecto, las sociedades, bárbaras o civilizadas, están divididas en clases, y en cada clase hay individuos más y menos importantes; esta estructura social es indudablemente el resultado de una operación análoga a la que hemos indicado antes y vemos realizarse frecuentemente en las pequeñas sociedades citadas. Ínterin los hombres estén constituidos para influir unos sobre otros, ya por la fuerza física, ya por la moral, habrá luchas por la dominación, que terminarán necesariamente por el triunfo de uno de ellos; y una vez marcada la diferencia, se acentuará cada vez más, puesto que, destruido el equilibrio inestable, lo uniforme debe gravitar, con movimiento acelerado, hacia lo multiforme. La supremacía y la subordinación deben establecerse, como vemos se verifica diariamente, en todas las partes del edificio social, desde las grandes clases, que se extienden a la sociedad entera, hasta las pandillas de aldea y las bandas de escolares. Se objetará quizá que, esos cambios resultan, no de la homogeneidad, sino de la heterogeneidad de las agrupaciones primitivas, cuyas unidades presentaban desde luego ligeras diferencias. Indudablemente, esa es la causa próxima; y en rigor, hay que considerar esos cambios como tránsitos de un estado relativamente homogéneo a un estado relativamente heterogéneo. Pero es también indudable que una masa de hombres completamente semejantes en todas sus cualidades, experimentaría análogas transformaciones. En efecto, si no la uniformidad perfecta de vida, ocupaciones, condiciones físicas, al menos las relaciones domésticas y la ilación de ideas y sentimientos de cada hombre, debían producir en ellos diferencias individuales, y éstas conducir a diferencias sociales. Hasta las desigualdades de salud, produciendo necesariamente desigualdad en las facultades físicas y mentales, deben romper el equilibrio que suponemos existía entre las influencias mutuas de unos hombres sobre otros. Vemos, pues, que una agrupación humana cuyos individuos fuesen completamente iguales en autoridad, debe, como todo lo homogéneo, hacerse heterogénea, y vemos también que esa heterogeneidad es efecto de la misma causa originaria, la desigual exposición de las partes a las acciones exteriores.

Más claramente aún se reconoce esa misma causa a las primeras divisiones profesionales de los hombres, las cuales faltan mientras son iguales las influencias externas. Así, las tribus nómadas no exponen permanentemente grupos de sus individuos a condiciones locales particulares; una tribu sedentaria que ocupa un territorio reducido, conserva durante largo tiempo, las diferencias marcadas que distinguen a sus varios individuos; y en estas tribus, no hay diferenciaciones económicas propiamente dichas. Pero cuando una agrupación humana bastante numerosa ocupa un gran territorio, y sus individuos viven y mueren en sus distritos respectivos, sus varias secciones subsisten en distintas circunstancias físicas, y por consiguiente tienen que diferenciarse también por sus ocupaciones.

Entonces, los que viven aún dispersos, siguen cazando y cultivando la tierra; los que habitan a orillas del mar, se dedican a faenas marítimas; los habitantes de los sitios escogidos, quizá por su posición central, para reuniones periódicas, se hacen comerciantes y fundan poblaciones; cada una de esas clases sufre en su carácter un cambio, resultante de su ocupación, y que la hace más apta para desempeñarla. Las adaptaciones locales, más recientes en la marcha de la evolución social, se multiplican más y más; una diferencia en el suelo, o en el clima, o en ambos, hace que los habitantes de las diversas regiones de un país se diferencien en sus ocupaciones: unos se dedican a ganaderos de vacuno, lanar, etc., según las condiciones; otros, a labradores de trigo, maíz, avena, bajo análoga influencia; los distritos abundantes en minas se pueblan pronto de mineros, y de fundiciones y herrerías, si las minas son metálicas, y de hierro. En suma, tanto de las grandes como de las pequeñas divisiones sociales, la causa principal, originaria y continuada, es la diferencia de circunstancias externas o ambientes; y esta explicación es perfectamente compatible con la que, bajo otro punto de vista, dimos (80) como corolario de la ley de la dirección de todo movimiento; puesto que la distribución de las fuerzas ambientes es lo que determina el sentido de la mínima resistencia, y por tanto, la diferencia de distribución en diversas localidades ha de producir necesariamente diferentes acciones humanas, individuales y sociales, de profesión.

155. Quédanos por hacer ver que el principio de la instabilidad de lo homogéneo es demostrable a priori, como corolario de la persistencia de la fuerza, lo cual ya hemos admitido implícitamente, explicando el paso de lo uniforme a lo multiforme por la diferencia de exposición de unas y otras partes a las fuerzas ambientes; pero conviene dar a ese reconocimiento implícito la forma de una prueba definida.

Cuando se golpea una masa de materia con una fuerza capaz do romperla, se ve que el golpe produce diferentes efectos en las diversas partes, a consecuencia de las distintas relaciones de esas partes con la fuerza que las hiere: la parte que se pone en contacto inmediato con el cuerpo chocante, y por tanto recibe la totalidad del movimiento comunicado, es empujada hacia el interior de la masa, empujando a su vez a las partes próximas, y éstas a las otras, y así sucesivamente. Cuando el golpe es bastante fuerte para hacer pedazos la masa, vemos, por la dispersión de los fragmentos desiguales en direcciones radiadas, que el momento total se ha dividido en momentos parciales distintos por sus valores y por sus direcciones; vemos, también, que esas direcciones están determinadas por las posiciones de las partes de la masa, unas respecto a otras, y respecto al punto de aplicación de la fuerza del choque; y vemos, por fin, que las partes son distintamente impulsadas por la fuerza que las rompe, porque tienen diferentes relaciones con esa fuerza, en cuanto a su dirección y sus enlaces; pues siendo los efectos, sobre las distintas partes, productos combinados de las condiciones de éstas y de la fuerza, no pueden aquéllos ser semejantes, en partes sometidas a condiciones diferentes. La absorción o recepción del calor radiante es otro ejemplo.

Consideremos el caso más sencillo, el de una esfera que recibe los rayos térmicos del Sol o de un foco bastante lejano; dichos rayos caerán sobre las varias partes del hemisferio que los recibe, bajo todos los ángulos de 0º a 90º; además las vibraciones moleculares propagadas al través de la masa, partiendo de los puntos que reciben el calor, deben también marchar en todas direcciones; por consiguiente, las partes interiores de la esfera deben vibrar o calentarse diferentemente según sus posiciones, respecto a la parte que recibe los rayos incidentes; y todas las moléculas interiores y exteriores diferirán unas de otras, más o menos, en sus vibraciones térmicas, puesto que difieren en sus relaciones con el foco que, las calienta.

¿Qué es, pues, lo que significa en el fondo la proposición: «una fuerza constante produce cambios diferentes a través de una masa homogénea, porque las varias partes de esa masa tienen relaciones diferentes con esa fuerza»? Para comprender bien esto, debemos considerar cada parte como sometida simultáneamente a otras fuerzas: la gravitación, la cohesión, el movimiento molecular, etc., los efectos producidos por una fuerza nueva deben ser resultantes de ésta y de todas las fuerzas anteriores. Si las fuerzas que actuaban ya sobre dos partes de una masa diferían por su dirección, los efectos producidos sobre esas dos partes por dos fuerzas iguales, diferirán por su dirección; puesto que aun cuando estas nuevas componentes sean iguales, las anteriores no lo eran, por tanto las resultantes y los resultados no pueden ser iguales. Aún nos parecerá más claro que las partes de una masa, dispuestas diferentemente, deben ser modificadas de distintos modos por una misma fuerza exterior, si observamos que las cantidades de la fuerza total, que corresponden a las distintas partes, no son iguales. Así, las fuerzas químicas sólo ejercen su acción sobre las partes externas de una masa, y aun sobre esas, desigualmente; puesto que, por lo general, se establecen corrientes en el medio en que se verifica la reacción, y en su virtud se aplican a las varias partes de la superficie atacada, diferentes cantidades del agente o reactivo. Análogamente, las cantidades de una fuerza radiante exterior, que reciben las diversas partes de una masa, varían por muchos conceptos: primeramente, hay el contraste entre la cantidad de fuerza incidente sobre la parte situada hacia el centro radiante, y la incidente sobre la parte opuesta, que es, por lo regular, nula; después, las distintas cantidades que reciben las partes diferentemente situadas del lado de la radiación; y por último, las innumerables diferencias entre las cantidades recibidas por las diversas partes interiores. Cuando una fuerza mecánica actúa sobre un agregado material, ya sea por choque, por presión continua o por tensión, las cantidades de fuerza distribuidas entre partes iguales de la masa, son indudablemente distintas para partes situadas distintamente; y si éstas reciben diferentes cantidades de fuerza, serán diversamente modificadas por ella; es decir, que si eran relativamente homogéneas en sus relaciones, deben hacerse heterogéneas, puesto que en virtud del principio de la persistencia de la fuerza, a igualdad de masas, fuerzas desiguales deben producir efectos desiguales.

Podemos también llegar, por un razonamiento análogo, a la conclusión de que, aun fuera de las acciones exteriores, el equilibrio de un todo homogéneo debe ser destruido por las acciones desiguales que ejercen unas sobre otras sus diversas partes. La influencia mutua que produce la agregación - prescindiendo ahora de las demás influencias mutuas- debe producir efectos diferentes sobre las diversas partes, puesto que éstas reciben la acción de aquella fuerza con variadas intensidades y direcciones. Se comprenderá esto más fácilmente considerando: que las partes de un todo pueden ser miradas, a su vez, como todos menores, respecto a cada uno de los cuales las acciones o influencias de los otros son fuerzas exteriores que, según lo ya explicado anteriormente, deben operar cambios distintos sobre las partecillas diversas de esos todos; y por tanto, cada uno de ellos debe hacerse heterogéneo, y el todo mayor o principal resultará, por consiguiente, heterogéneo.

Es, pues, deducible lógicamente la instabilidad de lo homogéneo del principio primordial que sirve de fundamento a nuestra inteligencia. Solamente es concebible la estabilidad en el caso de una homogeneidad absoluta única, o infinita en extensión. En efecto, si centros de fuerza absolutamente iguales en su potencia, estuviesen distribuidos con absoluta y simétrica uniformidad en todo el espacio infinito, estarían eternamente en equilibrio. Pero esa hipótesis, aunque inteligible verbalmente, es inimaginable o ininteligible realmente, puesto que lo es el espacio infinito. Todas las formas finitas de lo homogéneo, únicas que podemos conocer y concebir, deben forzosamente hacerse heterogéneas. Esa necesidad se deduce, bajo tres puntos de vista, de la persistencia de la fuerza. Prescindamos de las fuerzas externas primeramente; cada unidad de un todo homogéneo debe ser solicitada de distinto modo que otra cualquiera del mismo, por la resultante de las acciones respectivas de las demás unidades. En segundo lugar, no siendo nunca iguales las acciones que sobre dos unidades cualesquiera de la masa ejerce el conjunto de todas las demás, cada fuerza externa o incidente, aunque sea constante en su intensidad y en su dirección, debe también producir efectos diferentes sobre dichas dos unidades de masa. Y por último, como son necesariamente distintas las posiciones de las diversas partes del todo, respecto a la dirección y punto de aplicación de cada fuerza incidente, deben también por este concepto ser distintos los efectos de ésta sobre aquéllas.

Para concluir, haremos observar que no solamente deben comenzar los cambios que inicien la evolución, como consecuencia necesaria de la persistencia de la fuerza, sino que por la misma razón, deben continuar; lo absolutamente homogéneo debe perder su equilibrio, y lo relativamente homogéneo debe hacerse menos homogéneo cada vez; puesto que lo que se verifica en ese punto, respecto de una masa total, debe seguir verificándose respecto a las partes en que aquella se divida; cada una de las cuales debe perder su homogeneidad, absoluta o relativa, por la misma razón. Vemos, pues, que los cambios continuos que caracterizan la evolución, en cuanto al paso de lo homogéneo a lo heterogéneo, o de lo menos a lo más heterogéneo, son consecuencias necesarias de la persistencia de la fuerza.