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ArribaAbajoLibro sexto

Después que Arsileo se partió, quedó Felismena con Amarílida, la pastora que con él estaba, pidiéndole una a otra cuenta de sus vidas, cosa muy natural de las que en semejantes partes se hallan. Y estando Felismena contando a la pastora la causa de su venida, llegó a la choza un pastor de muy gentil disposición y arte, aunque la tristeza parecía que le traía encubierta gran parte de ella. Cuando Amarílida le vio, con la mayor presteza que pudo, se levantó para irse, mas Felismena le trabó de la saya, sospechando lo que podía ser y le dijo:

-No sería justo, hermosa pastora, que ese agravio recibiese de ti, quien tanto deseo tiene de servirte como yo.

Mas como ella porfiase de irse de allí, el pastor con muchas lágrimas decía:

-Amarílida, no quiero que teniendo respecto a lo que me haces sufrir, te duelas de este desventurado pastor, sino que tengas cuenta con tu gran valor y hermosura, y con que no hay cosa en la vida que peor esté a una pastora de tu cualidad que tratar mal a quien tanto le quiere. Mira, Amarílida mía, estos cansados ojos que tantas lágrimas han derramado, y verás la razón que los tuyos tienen de no mostrarse airados contra este sin ventura pastor. ¡Ay, que me huyes por no ver la razón que tienes de aguardarme! Espera, Amarílida, óyeme lo que te digo y siquiera, no me respondas. ¿Qué te cuesta oír a quien tanto le ha costado verte?

Y volviéndose a Felismena con muchas lágrimas le pedía que no le dejase ir; la cual importunaba con muy blandas palabras a la pastora que no tratase tan mal a quien mostraba quererle más que a sí y que le escuchase lo que quería decirle, pues que en escucharle aventuraba tan poco. Mas Amarílida respondió:

-Hermosa pastora, no me mandéis oír a quien da más crédito a sus pensamientos que a mis palabras. Cata que este que delante de ti está, es uno de los desconfiados pastores que se sabe y de los que mayor trabajo dan a las pastoras que quieren bien.

Filemón dijo contra Felismena:

-Yo quiero, hermosa pastora, que seas el juez entre mí y Amarílida y si yo tengo culpa del enojo que conmigo tiene, quiero perder la vida. Y si ella la tuviere, no quiero otra cosa sino que conozca lo que me debe.

-De perder tú la vida -dijo Amarílida- yo estoy bien segura porque ni a ti te quieres tanto mal que lo hagas, ni a mí tanto bien que por mi causa te pongas en esa aventura. Mas yo quiero que esta hermosa pastora juzgue, vista mi razón y la tuya, cuál es más digno de culpa entre los dos.

-Sea así -dijo Felismena- y sentémonos al pie de esta verde haya junto al prado florido que delante los ojos tenemos porque quiero ver la razón que cada uno tiene de quejarse del otro.

Después que todos se hubieron sentado sobre la verde hierba, Filemón comenzó a hablar de esta manera:

-Hermosa pastora, confiado estoy que si acaso has sido tocada de amores, conocerás la poca razón que Amarílida tiene de quejarse de mí y de sentir tan mal de la fe que le tengo, que venga a imaginar lo que nadie de su pastor imaginó. Has de saber, hermosa pastora, que cuando yo nací (y aun ante mucho que naciese), los hados me destinaron para que amase a esta hermosa pastora que delante mis tristes y tus hermosos ojos está; y a esta causa he respondido con el efecto de tal manera que no creo que hay amor como el mío, ni ingratitud como la suya. Sucedió, pues, que, sirviéndola desde mi niñez lo mejor que yo he sabido, habrá como cinco o seis meses que mi desventura aportó por aquí a un pastor llamado Arsileo, el cual buscaba una pastora que se llama Belisa, que por cierto mal suceso anda por estos bosques desterrada. Y como fuese tanta su tristeza, sucedió que esta cruel pastora que aquí ves, o por mancilla que tuvo de él o por la poca que tiene de mí, o por lo que ella se sabe, jamás la he podido apartar de su compañía. Y si acaso le hablaba en ello parecía que me quería matar, porque aquellos ojos que allí veis no causan menos espanto, cuando miran estando airados, que alegría cuando están serenos. Pues como yo estuviese tan ocupado el corazón, de grandísimo amor, el alma de una afición jamás oída, el entendimiento de los mayores celos que nunca nadie tuvo, quejábame a Arsileo con suspiros, y a la tierra con amargo llanto, mostrando la sinrazón que Amarílida me hacía, hale causado tan grande aborrecimiento haber yo imaginado cosa contra su honestidad que, por vengarse de mí ha perseverado en ello hasta ahora, y no tan solamente hace esto, mas en viéndome delante sus ojos, se va huyendo como la medrosa cierva de los hambrientos lebreles. Así que por lo que debes a ti misma, te pido que juzgues si es bastante la causa que tiene de aborrecerme y si mi culpa es tan grave que merezca por ella ser aborrecido.

Acabado Filemón de dar cuenta de su mal y de la sinrazón que su Amarílida le hacía, la pastora Amarílida comenzó a hablar de esta manera:

-Hermosa pastora, haberme Filemón, que ahí está, querido bien, o a lo menos haberlo mostrado, sus servicios han sido tales, que me sería mal contado decir otra cosa; pero si yo también he desechado por causa suya el servicio de otros muchos pastores que por estos valles repastan sus ganados y zagales a quien naturaleza no ha dotado de menos gracia que a otros, él mismo puede decirlo, porque las muchas veces que yo he sido recuestada y las que he tenido la firmeza que a su fe debía, no creo que ha sido muy lejos de su presencia, mas no había de ser esto parte para que él tuviese tan en poco que imaginase de mí cosa contra lo que a mí misma soy obligada; porque si es así y él lo sabe, que a muchos que por mí se perdían yo he desechado por amor de él, ¿cómo había yo de desechar a él por otro? O pensaba en ál37 o en mis amores. Cien mil veces me ha Filemón acechado, no perdiendo pisada de las que el pastor Arsileo y yo dábamos por este hermoso valle, mas él mismo diga si algún día oyó que Arsileo me dijese cosa que supiese a amores o yo si le respondía alguna que lo pareciese. ¿Qué día me vio hablar Filemón con Arsileo que entendiese de mis palabras otra cosa que consolarle de tan grave mal como padecía? Pues si esto había de ser causa que sospechase mal de su pastora, ¿quién mejor puede juzgarlo que él mismo? Mira, hermosa ninfa, cuán entregado estaba a sospechas falsas y dudosas imaginaciones que jamás mis palabras pudieron satisfacerle ni acabar con él que dejase de ausentarse de este valle pensando él que con ausencia daría fin a mis días, engañose porque antes me parece que lo dio al contentamiento de los suyos. Y lo bueno es que aun no se contentaba Filemón de tener celos de mí, que tan libre estaba, como tú, hermosa pastora, habrás entendido, mas aun lo publicaba en todas las fiestas, bailes, luchas que entre los pastores de esta sierra se hacían. Y esto ya tú conoces si venía en mayor daño de mi honra que de su contentamiento. En fin, él se ausentó de mi presencia, y pues tomó por medicina de su mal cosa que más se lo ha acrecentado, no me culpe si me he sabido mejor aprovechar del remedio de lo que él ha sabido tomarle. Y pues tú, hermosa pastora, has visto el contentamiento que yo recibí en que dijeses al desconsolado Arsileo nuevas de su pastora, y que yo misma fui la que le importuné que luego fuese a buscarla, claro está que no podía haber entre los dos cosa de que pudiésemos ser tan mal juzgados como este pastor inconsideradamente nos ha juzgado. Así que esta es la causa de yo me haber resfriado del amor que a Filemón tenía, y de no me querer más poner a peligro de sus falsas sospechas, pues me ha traído mi buena dicha a tiempo que, sin forzarme a mí misma, pudiese muy bien hacerlo.

Después que Amarílida hubo mostrado la poca razón que el pastor había tenido de dar crédito a sus imaginaciones y la libertad en que el tiempo le había puesto, cosa muy natural de corazones exentos, el pastor le respondió de esta manera:

-No niego yo, Amarílida, que tu bondad y discreción no basta para disculparte de cualquiera sospecha, mas ¿quieres tú, por ventura, hacer novedades en amores y ser inventora de otros nuevos efectos de los que hasta ahora hemos visto? ¿Cuándo quiso bien un amador que cualquiera ocasión de celos, por pequeña que fuese, no le atormentase el alma, cuanto más siendo tan grande como la que tú con la larga conversación y amistad de Arsileo, me ha dado? ¿Piensas tú, Amarílida, que para los celos son menester certidumbres? Pues engáñaste, que las sospechas son las principales causas de tenerlos. Creer yo que querías bien a Arsileo por vía de amores, no era mucho, pues el publicarlo yo, tampoco era de manera que tu honra quedase ofendida; cuanto más que la fuerza de amor era tan grande que me hacía publicar el mal de que me temía. Y puesto caso que tu bondad me asegurase cuando a hurto de mis sospechas la consideraba, todavía tenía temor de lo que me podía suceder si la conversación iba delante. Cuanto a lo que dices que yo me ausenté, no lo hice por darte pena, sino por ver si en la mía podría haber algún remedio, no viendo delante mis ojos a quien tan grande me la daba y también porque mis importunidades no te la causasen. Pues si en buscar remedio para tan grave mal, fui contra lo que te debía, ¿qué más pena que la que tu ausencia me hizo sentir? ¿O qué más muestra de amor que no ser ella causa de olvidarte? ¿Y qué mayor señal del poco que conmigo tenías que haberle tú perdido de todo punto con mi ausencia? Si dices que jamás quisiste bien a Arsileo, aun eso me da a mí mayor causa de quejarme, pues por cosa en que tan poco te iba, dejabas a quien tanto te deseaba servir. Así que tanto mayor queja tengo de ti, cuanto menos fue el amor que a Arsileo has tenido. Estas son, Amarílida, las razones, y otras muchas que no digo que en mi favor puedo traer; las cuales no quiero que me valgan, pues en caso de amores suelen valer tan poco. Solamente te pido que tu clemencia y la fe que siempre te he tenido estén, pastora, de mi parte, porque si esta me falta, ni en mis males podrá haber fin, ni medio en tu condición.

Y con esto el pastor dio fin a sus palabras y principio a tantas lágrimas que bastaron juntamente con los ruegos, y sentencia que en este caso Felismena dio, para que el duro corazón de Amarílida se ablandase, y el enamorado pastor volviese en gracia de su pastora; de lo cual quedó tan contento como nunca jamás lo estuvo, y aun Amarílida no poco gozosa de haber mostrado cuán engañado estaba Filemón en las sospechas que de ella tenía. Y después de haber pasado allí aquel día con muy gran contentamiento de los dos confederados amadores, y con mayor desasosiego de la hermosa Felismena, ella otro día por la mañana se partió de ellos, después de muy grandes abrazos y prometimientos de procurar siempre la una de saber del buen suceso de la otra.

Pues Sireno, muy libre del amor, Selvagia y Silvano, muy más enamorados que nunca, la hermosa Diana muy descontenta del triste suceso de su camino, pasaba la vida apacentando su ganado por la ribera del caudaloso Ezla, adonde muchas veces, topándose unos a otros, hablaban en lo que mayor contento les daba. Y estando un día la discreta Selvagia con el su Silvano junto a la fuente de los alisos, llegó acaso la pastora Diana, que venía en busca de un cordero que de la manada se le había huido, el cual Silvano tenía atado a un mirto, porque cuando allí llegaron, le halló bebiendo en la clara fuente y por la marca conoció ser de la hermosa Diana. Pues siendo, como digo, llegada y recibida de los dos nuevos amantes con gran cortesía, se asentó entre la verde hierba, arrimada a uno de los alisos que la fuente rodeaban y después de haber hablado en muchas cosas, le dijo Silvano:

-¿Cómo, hermosa Diana, no nos preguntas por Sireno?

Diana entonces le respondió:

-Como no querría tratar de cosas pasadas por lo mucho que me fatigan las presentes, tiempo fue que preguntar yo por él le diera más contento, y aun a mí el hablarle de lo que a ninguno de los dos nos dará, mas el tiempo cura infinitas cosas que a la persona le parecen sin remedio. Y si esto así no entendiese, ya no habría Diana en el mundo, según los disgustos y pesadumbre que cada día se me ofrecen.

-No querrá Dios tanto mal al mundo -respondió Selvagia- que le quite tan grande hermosura como la tuya.

-Esa no le faltará en cuanto tú vivieres -dijo Diana-; y adonde está tu gracia y gentileza muy poco se perdería en mí. Sino míralo por el tu Silvano que jamás pensé yo que él me olvidara por otra pastora alguna, y en fin me ha dado de mano por amor de ti.

Esto decía Diana con una risa muy graciosa, aunque no se reía de estas cosas tanto ni tan de gana como ellos pensaban, que, puesto caso que ella hubiese querido a Sireno más que a su vida y a Silvano le hubiese aborrecido, más le pesaba del olvido de Silvano, por ser a causa de otra, de cuya vista estaba cada día gozando con gran contentamiento de sus amores, que del olvido de Sireno, a quien no movía ningún pensamiento nuevo.

Cuando Silvano oyó lo que Diana había dicho, le respondió:

-Olvidarte yo, Diana, sería excusado, porque no es tu hermosura y valor de los que olvidarse pueden. Verdad es que yo soy de la mía Selvagia, porque demás de haber en ella muchas partes que hacerlo me obligan, no tuvo en menos su suerte por ser amada de aquel a quien tú en tan poco tuviste.

-Dejemos eso -dijo Diana- que tú estás muy bien empleado, y yo no lo miré bien en no quererte como tu amor me lo merecía. Si algún contento en algún tiempo deseaste darme, ruégote todo cuanto puedo que tú y la hermosa Selvagia cantéis alguna canción por entretener la siesta, que me parece que comienza, de manera que será forzado pasarla debajo de estos alisos, gustando del ruido de la clara fuente, el cual no ayudará poco a la suavidad de vuestro canto.

No se hicieron de rogar los nuevos amadores, aunque la hermosa Selvagia no gustó mucho de la plática que Diana con Silvano había tenido. Mas porque en la canción pensó satisfacerse, al son de la zampoña que Diana tañía, comenzaron los dos a cantar de esta manera:



ArribaAbajo   Zagal, alegre te veo
y tu fe firme y segura.
Cortome amor la ventura
a medida del deseo.

   ¿Qué deseaste alcanzar  5
que tal contento te diese?
Querer a quien me quisiese,
que no hay más que desear.
    Esa gloria en que te veo,
¿tiénesla por muy segura?  10
No me la ha dado ventura
para burlar al deseo.

   Si yo no estuviese firme,
¿morirías suspirando?
De oírlo decir burlando  15
estoy ya para morirme.
    ¿Te mudarías, aunque es feo,
viendo mayor hermosura?
No, porque sería locura
pedirme más el deseo.  20

    ¿Tiénesme tan grande amor
como en tus palabras siento?
Eso a tu merecimiento
lo preguntarás mejor.
    Algunas veces lo creo  25
y otras no estoy muy segura.
Solo en eso la ventura
hace ofensa a mi deseo.

   Finge que de otra zagala
te enamoras más hermosa.  30
No me mandes hacer cosa
que aun para fingida es mala.
    Muy más firmeza te veo
pastor, que a mí hermosura.
Y a mí muy mayor ventura  35
que jamás cupo en deseo.

A este tiempo bajaba Sireno de la aldea a la fuente de los alisos con grandísimo deseo de topar a Selvagia o a Silvano, porque ninguna cosa por entonces le daba más contento que la conversación de los dos nuevos enamorados. Y pasando por la memoria los amores de Diana, no dejaba de causarle soledad el tiempo que la había querido. No porque entonces le diese pena su amor, mas porque en todo tiempo la memoria de un buen estado causa soledad al que le ha perdido. Y antes que llegase a la fuente, en medio del verde prado, que de mirtos y laureles rodeado estaba, halló las ovejas de Diana, que solas por entre los árboles andaban paciendo, so el amparo de los bravos mastines. Y como el pastor se parase a mirarlas, imaginando el tiempo en que le habían dado más en que entender que las suyas propias, los mastines con gran furia se vinieron a él; mas, como llegasen, y de ellos fuese conocido, meneando las colas y bajando los pescuezos, que de agudas puntas de acero estaban rodeados, se le echaron a los pies; y otros se empinaban con el mayor regocijo del mundo. Pues las ovejas no menos sentimiento hicieron porque la borrega mayor, con su rústico cencerro, se vino al pastor, y todas las otras, guiadas por ella o por el conocimiento de Sireno, le cercaron alrededor, cosa que él no pudo ver sin lágrimas, acordándosele que en compañía de la hermosa pastora Diana había repastado aquel rebaño. Y viendo que en los animales sobraba el conocimiento que en su señora había faltado, cosa fue esta que si la fuerza del agua que la sabia Felicia le había dado no le hubiera hecho olvidar los amores, quizá no hubiera cosa en el mundo que le estorbara volver a ellos. Mas viéndose cercado de las ovejas de Diana y de los pensamientos que la memoria de ella ante los ojos le ponía, comenzó a cantar esta canción al son de su lozano rabel:



ArribaAbajo    Pasados contentamientos,
¿qué queréis?;
dejadme, no me canséis.

   Memoria, ¿queréis oírme?
Los días, las noches buenas,  5
paguelos con las setenas,
no tenéis más que pedirme;
todo se acabó en partirme,
como veis,
dejadme, no me canséis.  10

    Campo verde, valle umbroso
donde algún tiempo gocé,
ved lo que después pasé
y dejadme en mi reposo;
si estoy con razón medroso  15
ya lo veis,
dejadme, no me canséis.

    Vi mudado un corazón
cansado de asegurarme;
fue forzado aprovecharme  20
del tiempo y de la ocasión;
memoria, do no hay pasión,
¿qué queréis?;
dejadme, no me canséis.

   Corderos y ovejas mías,  25
pues algún tiempo lo fuisteis38,
las horas ledas o tristes
pasáronse con los días,
no hagáis las alegrías
que soléis,  30
pues ya no me engañaréis.

    Si venís por me turbar,
no hay pasión ni habrá turbarme,
si venís por consolarme,
ya no hay mal que consolar,  35
si venís por me matar,
bien podéis;
matadme y acabaréis.

Después que Sireno hubo cantado, en la voz fue conocido de la hermosa Diana y de los dos enamorados, Selvagia y Silvano. Ellos le dieron voces diciendo que si pensaba pasar la siesta en el campo, que allí estaba la sabrosa fuente de los alisos y la hermosa pastora Diana, que no sería mal entretenimiento para pasarla. Sireno le respondió que por fuerza había de esperar todo el día en el campo hasta que fuese hora de volver con el ganado a su aldea; y viniéndose a donde el pastor y pastoras estaban, se sentaron en torno de la clara fuente, como otras veces solían. Diana, cuya vida era tan triste cual puede imaginar quien viese una pastora, la más hermosa y discreta que entonces se sabía, tan fuera de su gusto casada, siempre andaba buscando entretenimientos para pasar la vida hurtando el cuerpo a sus imaginaciones. Pues estando los dos pastores hablando en algunas cosas tocantes al pasto de los ganados y al aprovechamiento de ellos, Diana les rompió el hilo de su plática diciendo contra Silvano:

-Buena cosa es, pastor, que estando delante de la hermosa Selvagia trates de otra cosa sino de encarecer su hermosura y el gran amor que te tiene. Deja el campo y los corderos, los malos o buenos sucesos del tiempo y fortuna, y goza, pastor, de la buena que has tenido en ser amado de tan hermosa pastora, que a donde el contentamiento del espíritu es razón que sea tan grande, poco al caso hacen los bienes de fortuna.

Silvano entonces le respondió:

-Lo mucho que yo, Diana, te debo, nadie lo sabría encarecer como ello es, sino quien hubiese entendido la razón que tengo de conocer esta deuda, pues no tan solo me enseñaste a querer bien, mas aun ahora me guías, y muestras a usar del contentamiento que mis amores me dan. Infinita es la razón que tienes de mandarme que no trate de otra cosa, estando mi señora delante, sino del contento que su vista me causa, y así prometo de hacerlo, en cuanto el alma no se despidiere de estos cansados miembros. Mas de una cosa estoy espantado y es de ver cómo el tu Sireno vuelve a otra parte los ojos cuando hablas, parece que no le agradan tus palabras ni se satisface de lo que respondes.

-No le pongas culpa -dijo Diana- que hombres descuidados y enemigos de lo que a sí mismos deben, eso y más harán.

-¿Enemigo de lo que a mí mismo debo? -respondió Sireno-. Si yo jamás lo fui, la muerte me dé la pena de mi yerro. ¡Buena manera es esa de disculparte!

-¿Disculparme yo, Sireno? - dijo Diana-. Si la primera culpa contra ti no tengo por cometer, jamás me vea con más contento que el que ahora tengo. ¡Bueno es que me pongas tú culpa por haberme casado, teniendo padres!

-Más bueno es -dijo Sireno- que te casases teniendo amor.

-¿Y qué parte -dijo Diana- era el amor, adonde estaba la obediencia que a los padres se debía?

-¿Mas qué parte -respondió Sireno- eran los padres, la obediencia, los tiempos ni los malos o favorables sucesos de la fortuna para sobrepujar un amor tan verdadero como antes de mi partida me mostraste? ¡Ah, Diana, Diana, que nunca yo pensé que hubiera cosa en la vida que una fe tan grande pudiera quebrar! ¡Cuanto más, Diana, que bien te pudieras casar y no olvidar a quien tanto te quería! Mas mirándolo desapasionadamente, muy mejor fue para mí, ya que te casabas, el olvidarme.

-¿Por qué razón? -dijo Diana.

-Porque no hay -respondió Sireno- peor estado que es querer un pastor a una pastora casada, ni cosa que más haga perder el seso al que verdadero amor le tiene. Y la razón de ello es que, como todos sabemos, la principal pasión que a un amador atormenta, después del deseo de su dama, son los celos. Pues ¿qué te parece que será para un desdichado que quiere bien saber que su pastora está en brazos de su velado, y él llorando en la calle su desventura? Y no para aquí el trabajo, mas en ser un mal que no os podéis quejar de él, porque, en la hora que os quejaréis, os tendrán por loco o desatinado. Cosa la más contraria al descanso que puede ser, que ya cuando los celos son de otro pastor que la sirva, en quejar de los favores que le hace y en oír disculpas, pasáis la vida, mas este otro mal es de manera que en un punto la perderéis, si no tenéis cuenta con vuestro deseo.

Diana entonces respondió:

-Deja esas razones, Sireno, que ninguna necesidad tienes de querer ni ser querido.

-A trueque de no tenerla de querer -dijo Sireno- me alegro en no tenerla de ser querido.

-Extraña libertad es la tuya -dijo Diana.

-Más lo fue tu olvido -respondió Sireno- si miras bien en las palabras que a la partida me dijiste, mas, como dices, dejemos de hablar en cosas pasadas y agradezcamos al tiempo y a la sabia Felicia las presentes. Y tú, Silvano, toma tu flauta y templemos mi rabel con ella y cantaremos algunos versos; aunque corazón tan libre como el mío ¿qué podrá cantar que dé contento a quien no le tiene?

-Para eso yo te daré buen remedio -dijo Silvano-. Hagamos cuenta que estamos los dos de la manera que esta pastora nos traía al tiempo que por este prado esparcíamos nuestras quejas.

A todos pareció bien lo que Silvano decía, aunque Selvagia no estaba muy bien en ello, mas por no dar a entender celos donde tan gran amor conocía, calló por entonces y los pastores comenzaron a cantar de esta manera:



SILVANO, SIRENO

ArribaAbajo    Si lágrimas no pueden ablandarte,
cruel pastora, ¿qué hará mi canto,
pues nunca cosa mía vi agradarte?
    ¿Qué corazón habrá que sufra tanto
que vengas a tomar en burla y risa  5
un mal que al mundo admira y causa espanto?
    ¡Ay ciego entendimiento!, ¿qué te avisa
amor, el tiempo y tantos desengaños,
y siempre el pensamiento de una guisa?
    ¡Ah pastora cruel!, ¿en tantos daños,  10
en tantas cuitas, tantas sinrazones
me quieres ver gastar mis tristes años?
    De un corazón que es tuyo, ¿así dispones?
Un alma que te di, ¿así la tratas
que sea el menor mal sufrir pasiones?  15

SIRENO

    Un nudo ataste, amor, que no desatas:
es ciego y ciego tú y yo más ciego
y ciega aquella por quien tú me matas.
    Ni yo me vi perder vida y sosiego,
ni ella ve que muero a causa suya,  20
ni tú que estoy39 abrasado en vivo fuego.
    ¿Qué quieres, crudo amor, que me destruya
Diana con ausencia? Pues concluye
con que la vida y suerte se concluya.
    El alegría tarda, el tiempo huye,  25
muere esperanza, vive el pensamiento,
amor lo abrevia, alarga y lo destruye.
    Vergüenza me es hablar en un tormento
que aunque me aflija, canse y duela tanto,
ya no podría sin él vivir contento.  30

SILVANO

    ¡Oh alma, no dejéis el triste llanto,
y vos, cansados ojos,
no os canse derramar lágrimas tristes!
Llorad, pues ver supisteis40
la causa principal de mis enojos.  35

SIRENO

    La causa principal de mis enojos,
cruel pastora mía,
algún tiempo lo fue de mi contento.
¡Ay, triste pensamiento,
cuán poco tiempo dura un alegría!  40

SILVANO

    ¡Cuán poco tiempo dura un alegría,
y aquella dulce risa
con qué fortuna acaso os ha mirado!
Todo es bien empleado
en quien avisa el tiempo y no se avisa.  45

SIRENO

    En quien avisa el tiempo y no se avisa,
hace el amor su hecho,
mas ¿quién podrá en sus casos avisarse,
o quién desengañarse?
¡Ay, pastora cruel, ay duro pecho!  50

SILVANO

    ¡Ay, pastora cruel, ay duro pecho!,
cuya dureza extraña
no es menos que la gracia y hermosura
y que mi desventura.
¡Cuán a mi costa el mal me desengaña!  55

SILVANO

    Pastora mía, más blanca y colorada
que ambas rosas por abril cogidas,
y más resplandeciente
que el sol que de oriente
por la mañana asoma a tu majada,  60
¿cómo podré vivir si tú me olvidas?
No seas, mi pastora, rigurosa,
que no está bien crueldad a una hermosa.

SIRENO

    Diana mía, más resplandeciente,
que esmeralda y diamante a la vislumbre,  65
cuyos hermosos ojos
son fin de mis enojos
si a dicha los revuelves mansamente;
así con tu ganado llegues a la cumbre
de mi majada, gordo y mejorado,  70
que no trates tan mal a un desdichado.

SILVANO

    Pastora mía, cuando tus cabellos
a los rayos del sol estás peinando,
¿no ves que los oscureces,
y a mí me ensoberbeces?,  75
¿que desde acá me estoy mirando en ellos,
perdiendo ora esperanza, ora ganando?
Así goces, pastora, esa hermosura,
que des un medio en tanta desventura.

SIRENO

    Diana, cuyo nombre en esta sierra  80
los fieros animales trae domados,
y cuya hermosura
sojuzga a la ventura
y al crudo amor no teme y hace guerra,
sin temor de ocasiones, tiempo, hados,  85
así goces tu hato y tu majada,
que de mi mal no vivas descuidada.

SILVANO

    La siesta, mi Sireno, es ya pasada,
los pastores se van a su manida
y la cigarra calla de cansada.  90
    No tardará la noche, que escondida
está, mientras que Febo en nuestro cielo
su lumbre acá y allá trae esparcida.
    Pues antes que tendida por el suelo
veas la oscura sombra y que cantando  95
de encima de este aliso está el mochuelo,
    nuestro ganado vamos allegando,
y todo junto allí lo llevaremos
a do Diana nos está esperando.

SIRENO

    Silvano mío, un poco aquí esperemos,  100
pues aún del todo el sol no es acabado
y todo el día por nuestro le tenemos.
    Tiempo hay para nosotros y el ganado,
tiempo hay para llevarle al claro río,
pues hoy ha de dormir por este prado;  105
y aquí cese, pastor, el cantar mío.

En cuanto los pastores esto cantaban, estaba la pastora Diana con el hermoso rostro sobre la mano, cuya manga, cayéndole un poco, descubría la blancura de un brazo que a la de la nieve oscurecía, tenía los ojos inclinados al suelo, derramando por ellos unas espaciosas lágrimas, las cuales daban a entender de su pena más de lo que ella quisiera decir: y en acabando los pastores de cantar, con un suspiro, en compañía del cual parecía habérsele salido el alma, se levantó, y sin despedirse de ellos, se fue por el valle abajo, entrazando sus dorados cabellos, cuyo tocado se le quedó preso en un ramo al tiempo que se levantó. Y si con la poca mancilla que Diana de los pastores había tenido, ellos no templaran la mucha que de ella tuvieron, no bastara el corazón de ninguno de los dos a poderlo sufrir. Y así, unos como otros, se fueron a recoger sus ovejas que desmandadas andaban saltando por el verde prado.


 
 
Fin del sexto libro de la Diana