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Los surtidos de romances, coplas, historias y otros papeles

Jaime Moll





La presente comunicación pretende sólo exponer una serie de aspectos relacionados con el ámbito editorial de los llamados pliegos sueltos poéticos -de relación de dependencia o prioridad con romanceros y cancioneros- que, por lo general, no han sido suficientemente analizados. Bibliófilos y catadores de poesía tradicional fueron los primeros que prestaron atención a estas formas de literatura de amplia difusión y reducido volumen, características éstas que condicionaron su conservación y facilitaron su rareza. Es literatura de consumo, considerando este vocablo en sus distintos sentidos. No son impresos que pasen habitualmente a las bibliotecas coetáneas, aunque otras clases de impresos tampoco son acogidos en las mismas, como nos lo demuestran precisamente sus hermanos mayores, muchos cancioneros y romanceros en forma de libro. ¿Cómo han podido llegar hasta nosotros? Recordemos los principales caminos: viajeros por España que los reúnen en un volumen; algunos, pocos, curiosos que hacen lo mismo dentro del país; usos al margen de su función, al pasar a ser considerados papel viejo... Y en este punto queremos rendir un doble homenaje: a Fernando Colón, que quiso hacer entrar en una biblioteca esta literatura de consumo, aunque, desgraciadamente, el posterior interés desenfrenado hizo salir de la misma estas piezas, quedándonos, sin embargo, su magno esfuerzo catalogador1. Y a Antonio Rodríguez Moñino que reunió en su «Diccionario» el repertorio de lo poco conservado hasta nuestros días, base para las continuas adiciones que en estos últimos años se han producido.

Para un bibliófilo -y un librero anticuario, su proveedor- dos, cuatro o más hojas en cuarto, en letra gótica -también en redonda- con romances y/u otras coplas eran y son objeto de deseo, de satisfacción posesoria, de estudio. La fuerza de lo poético en metros tradicionales favoreció este estudio y aisló -con algunas excepciones- una parte de un amplio conglomerado de piezas impresas, las poéticas, uniendo, por el contrario, elementos diversos que presentaban sólo una única afinidad, la de estar metrificados. Sin duda, podemos hacerlo por conveniencias metodológicas, pero cabe y es necesaria la visión de un conjunto, nada fácil de delimitar, que a través de un proceso de decantación va adquiriendo personalidad propia, llegándose a la creación de surtidos -o surtimientos- que ofrecen al comprador gran variedad de selección.

¿Qué elementos constituyen un surtido? ¿Qué características comunes ofrecen? Muchas otras preguntas podríamos hacer y algunas se deslizarán, aunque sólo sea en su respuesta. No vamos a entrar en un problema que ha preocupado a los estudiosos de los pliegos poéticos: ¿hasta cuántas hojas puede incluir un pliego suelto? Si consideramos el formato más habitual en los poéticos, el 4.°, estrictamente hablando, un pliego será el formado por cuatro hojas, ni más, ni menos. Pero los hay de dos hojas -o sea medio pliego- y de un número bastante superior, formados a base de varios pliegos de papel -recordemos que la unidad de impresión es siempre el pliego. Por otra parte -y seguimos limitados a lo poético- no siempre una composición suelta, en 4.°, podremos incluirla dentro del repertorio de literatura de consumo. ¿Consideraremos, en este contexto, como pliegos sueltos el «Elogio en la muerte de Juan Blas de Castro» y la «Elegía en la muerte del licenciado Don Geronimo de Villaiçan» de Lope de Vega? No es sólo el aspecto material lo condicionante para que una pieza sea considerada pliego suelto o no. Es su finalidad editora, su forma de difusión -no limitada al ciego vendedor, por supuesto-, la amplitud del público lector, todo ello difícilmente cuantificable, lo que permite incluir una pieza en este tipo de repertorio. En resumen, una serie de determinados factores de relación entre el acto de su edición y el de su recepción, sin olvidar el de su distribución. Pero este repertorio no está limitado a lo poético, incluye obras en prosa, de larga vida o efímeras, que pueden acoger alguna poesía para completar pliego o que pueden introducir un largo texto poético.

En una consideración de este tipo de literatura, tanto desde el punto de vista editorial como el de su consumo, es preciso englobar poesía y prosa, pues los elementos coetáneos diferenciadores del libro son otros. Hay conciencia de lo que es un libro, aunque sea de un formato reducidísimo, por oposición a estos tipos de productos impresos, como hoy día también sabemos limitar el uso del concepto y la palabra libro. Ni los romances, ni las coplas, ni las relaciones, cartas, nuevas, etc., en prosa, ni las historias, en prosa o en verso, ni -es forzoso añadirlas- las comedias sueltas, las relaciones de comedias y aún podríamos incluir los almanaques y calendarios, las cartillas, no son libros, aunque en algunos casos incluyan más pliegos que muchos libros. Son formas editoriales con personalidad propia. Sin embargo, doce comedias forman un libro, aunque esté constituido éste por doce comedias sueltas con portada y tabla añadidas; un conjunto de historias en prosa, con una portada común pueden constituir un libro; o una historia en folio, formando un único cuaderno de 28 hojas (o sea 14 pliegos de papel) puede transformarse en un libro al editarse en octavo. No siempre se trata de una unión de elementos preexistentes lo que hace pasar el pliego suelto a la consideración de libro, o a la inversa, del libro, cuando éste está preparado para ser desglosados sus elementos componentes, a pliego suelto. Varios romances, por ejemplo, según su presentación podrán ser considerados como un pliego suelto o como un libro, un romancero. Y no olvidemos los cancioneros o romanceros publicados, como hoy diríamos, por entregas.

Se pueden estudiar únicamente los pliegos sueltos -mantendremos este término moderno- poéticos y aún hacer en los mismos distintos subgrupos. Pero, como hemos dicho, desde un punto de vista editorial creemos preferible y necesario estudiar este tipo de publicaciones englobando poesía y prosa, aunque se excluyan algunas categorías que tienen en su vertiente editorial características que los personalizan. Almanaques y cartillas están sometidos a privilegio de impresión permanente, las cartillas, en los reinos de Castilla, con un centro productor único -Valladolid- si exceptuamos los años iniciales del mismo; los almanaques y calendarios, cuyo privilegio se extendió a toda España en el siglo XVIII, cuentan en esta época con una multiplicidad de centros impresores, por cesión contractual del defensor del mismo. Las comedias sueltas forman un conjunto suficientemente personalizado, aunque la mayoría de sus editores lo son de pliegos sueltos y, por otra parte, se incluyen en catálogos comunes, como es el caso del impresor-editor Antonio Sanz, en su «Surtimiento de Comedias» de 1751, en el que figuran «Historias de a folio», «Historias en quarto» y otros pliegos.

Si analizamos un amplio repertorio de pliegos en prosa o poéticos, podremos constatar una multiplicidad de diferencias que es preciso delimitar. Su origen editorial, su finalidad y sus funciones podrán ser puntos de vista que nos permitirán este análisis.

¿Quién es el editor de un pliego suelto? Y a esta palabra le damos un sentido amplio, considerando como editor a quien financia su impresión, de una manera aislada o continuada. Podrá ser el autor, el vendedor o una institución civil o religiosa quienes encarguen su impresión. Ocasionalmente podrá un impresor imprimir obras de dicha naturaleza a su costa o a costa de algún librero no especializado en este campo. No nos parece, por otra parte, que refleje una realidad la creencia que un impresor, en momentos de falta de encargos, ocupe sus prensas en la impresión de pliegos. Parca solución para una época de falta de trabajo: una prensa en un día realizará la impresión de un pliego suelto, en 4.°, de cuatro hojas, en la tirada normal de 1.500 ejemplares. Y otro aspecto, la fase imprescindible de la distribución. ¿Cómo sabrán los vendedores fijos o ambulantes que una determinada imprenta ha publicado un determinado pliego, si no es habitual que lo haga y por lo tanto sea ya conocida esta su actividad? Nos queda el tercer tipo de editor, habitualmente también impresor, el que más nos deberá interesar, el editor continuado, especializado en este tipo de publicaciones, aunque no sean las únicas que salen de sus prensas. Si para los siglos XVIII y XIX no ofrece demasiados problemas la localización de estos editores-impresores especializados, no nos parece difícil reconstruir la nómina de los mismos para los dos siglos anteriores, en los principales centros distribuidos por todo el ámbito español.

¿Qué tipos de publicaciones se editan? Dentro del ámbito global que estamos considerando, podemos distinguir cuatro tipos:

  1. ocurrentes: las que nos dan noticia de acontecimientos producidos en España u otros países, de distinta calidad e interés. Son las relaciones, cartas, nuevas, etc., en su mayor parte en prosa, por esencia publicaciones efímeras, aunque en su momento puedan alcanzar varias ediciones y en distintas ciudades, característica ésta fruto no sólo de la forma constitucional de la monarquía de los Austrias, sino de la falta de un potente centro editor y distribuidor. Parte de los pliegos ocurrentes, pequeña parte, en su casi totalidad en verso, generalmente romances, pasan a la categoría de permanentes, superando la barrera de la actualidad momentánea. Pocos son los acontecimientos de tipo político y muchos más los trágicos y sangrientos que dejan de ser efímeros y se incorporan al surtido. Los noticieros en prosa, todavía carentes de periodicidad, son, como es sabido, el origen de las publicaciones periódicas de noticias, con las que coexistirán.
  2. recurrentes: publicaciones que tienen una determinada periodicidad: almanaques, calendarios, pronósticos y, posteriormente, las nuevas, noticias, gacetas y otras publicaciones seriadas. No vamos a insistir más en ellas, pero es conveniente recordar que los canales de distribución son los generales del conjunto de pliegos sueltos.
  3. propias: son aquéllas con una relación concreta con un determinado lugar geográfico, advocación religiosa, sobre temas de interés limitado, obras de un autor determinado, etc. Pueden tener una vigencia temporal reducida o amplia, en este caso con un ámbito geográfico reducido. Si sobrepasan la limitación temporal y geográfica, pasan a formar parte -a veces con modificaciones- del próximo grupo.
  4. permanentes: publicaciones poéticas -¿son la mayoría?- o en prosa, que superan su vigencia temporal y geográfica y que son objeto de reediciones continuadas -incluso durante varios siglos- y en centros editores repartidos por toda la geografía peninsular. Son la base de los surtidos de las casas especializadas.

Editor, tipo de publicación, son dos sistematizaciones relacionadas entre sí que necesitan completarse con el análisis de la función que realizan estos impresos entre el público lector. En unos casos es una función meramente informativa, mientras en otros la función lectora -y no olvidemos la musical- es la predominante, relacionada ampliamente con las publicaciones permanentes. A estas dos funciones debemos añadir la aportación de textos para el aprendizaje de la lectura en las escuelas, tanto de romances como de obras en prosa, y la función pastoral. Los pliegos difundidos en un centro religioso que ensalzan o exponen los milagros de una determinada advocación venerada por los fieles, o aquéllos con una intención más pedagógica, de formación religiosa, tienen una función plenamente diferenciada, que puede limitarse al ámbito local o sobrepasarlo.

Ya nos hemos referido a la amplitud geográfica y temporal de la difusión de los pliegos sueltos, aspecto fundamental en la construcción de un surtido, junto, no hay que menospreciarlo, con otro factor, la moda. Un aspecto de la difusión que nos parece esencial es el de la distribución. Un pliego estrictamente local como puede ser, por ejemplo, el editado por la institución a cuyo cargo está un santuario y vendido exclusivamente en el mismo, puede alcanzar una amplísima difusión geográfica si es centro de peregrinación que atraiga a romeros de muy alejados lugares. Pero esta vía de difusión pertenece a otro ámbito. Nos interesa ahora analizar las posibilidades al alcance del público lector para proveerse de pliegos sueltos, cuáles eran los puntos de venta de los mismos. Antes, sin embargo, es preciso detenernos de nuevo en el aspecto editorial. No contamos en España, ya lo hemos dicho, con un centro editor único o que domine el mercado, como es, por ejemplo, el caso francés con la ciudad de Troyes, aunque últimamente se cuestione dicha preeminencia al irse estudiando otros centros editores repartidos en toda Francia. En España, en sus distintos reinos, encontramos múltiples editores-impresores especializados en este tipo de publicaciones, que van manteniendo un surtido formado en sus líneas generales por las mismas piezas, tanto en prosa como en verso. Indudablemente su área de distribución preferente se centra en una zona geográfica más cercana, aunque la división del mercado no es tajante. A mediados del siglo XVIII, en Madrid, ciudad donde Antonio Sanz editaba una serie de papeles en prosa y verso -entre otros las Historias del Emperador Carlomagno, Bernardo del Carpió, Infante Don Pedro de Portugal, Marqués de Mantua, Pasión de Cristo, Batalla de Lepanto- en los puestos de venta se encontraban ediciones de las mismas obras impresas en Valencia, Barcelona, Valladolid, Salamanca, Burgos y Sevilla. Pluralidad de centros editores y pluralidad de elementos distribuidores. Creemos que se ha sobrevalorado el papel del ciego vendedor. Indudablemente era un eslabón importante en la distribución, pero no único, con puestos fijos de venta en ciudades, recorriendo pueblos y aldeas con su mercancía, llevando pliegos en prosa y en verso, y dentro de lo poético las piezas que podía cantar para de este modo darlas a conocer. El repertorio que ofrecía a la venta podía estar constituido por las publicaciones que adquiría en las casas de los impresores-editores o formado por propias o ajenas obras, cuya impresión el mismo ciego encargaba y aún, a veces, cuidaba de mantener en exclusiva solicitando privilegio. Junto al ciego, otros vendedores ambulantes se encargaban de recorrer la geografía hispana ofreciendo dichos productos. Falta un estudio de estos vendedores que no se limitaban a los pliegos sueltos y que no deben confundirse con los enviados por libreros con cajones de libros para su venta en pueblos y ciudades. Recordemos lo que nos dice Rodrigo Fernández de Ribera en «El Mesón del Mundo», publicado en 1632: «Levánteme por la mañana del otro día, que era fiesta, y hallé una pared de casa entoldada de ristras de papeles y rimas de libretes, que al parecer debía ser alguna biblioteca vagabunda, en que entran coplas, relaciones y sus pocas de estampas, y algunos libros casuales y demandados»2.

Ya nos hemos referido a los centros religiosos que vendían los textos relacionados con los mismos. Y en actos religiosos, principalmente en las llamadas misiones, en ciudades y pueblos, pueden regalarse o venderse pliegos con finalidad formativa y pastoral. Nos queda por reseñar la existencia de una red distribuidora, ésta permanente, que precisa ser debidamente estudiada. Nos referimos a los puestos de librería y a las tiendas que en los pueblos -se mantienen aún en nuestros días- vendían junto a otras muchas mercancías, pliegos, almanaques, cartillas y quizá algunos librillos. El editor-impresor especializado tiene habitualmente en su casa despacho de las obras que edita, tanto al por mayor como al detall. Junto a los compradores de ejemplares sueltos, pasan por la misma los vendedores ambulantes que los compran en cantidad a un precio más rebajado, los propietarios de los puestos de librería de su propia ciudad y, a través de arrieros, proveen las tiendas de los pueblos. Incluso pueden tener libreros distribuidores en otras ciudades.

La importancia de los puestos de librería y otros puntos de venta con ellos relacionados en la difusión de los pliegos es fundamental y creemos que es principalmente para su información que se publican los catálogos impresos con el surtido editado. Colgados en bastidores fijados en las paredes adyacentes al puesto de libros, figuran «comedias, relaciones, romances, historias y otros papeles impresos para su venta al público», como consta en el acta notarial que Antonio Sanz hizo levantar en 1766 de la visita que realizó a varios de estos puestos de librería establecidos en Madrid.

Hemos hablado de repertorio y de surtido. La diferencia ya puede ser deducida. Un repertorio, hecho forzosamente a posteriori, producto de una investigación bibliográfica, reúne las obras y ediciones de las mismas que se publicaron en un tiempo determinado y que nos son conocidas por referencias solventes o por conservarse ejemplares. Pero no distingue la finalidad editora y funcional ni la amplitud geográfica y temporal de su difusión. Un surtido es un conjunto de obras ofrecido en un determinado momento por un editor de este tipo de literatura.

Conocemos hasta ahora catálogos de surtidos desde el siglo XVIII. Su estudio nos permite conocer su composición tanto en los tipos de obras contenidas como la especificación de las mismas y su clasificación editorial. Vemos en primer lugar esa unión señalada ya de obras en prosa y en verso, de distintos formatos y de variado número de pliegos. Junto a ello, una compañía reducida de algunos libros de amplia difusión y, en ciertos casos, de estampas. ¿Qué obras contienen? Primordialmente las que han logrado una aceptación permanente, fruto de un proceso de decantación que se ha ido desarrollando a lo largo de los años y las generaciones. Es por ello que los surtidos, no sólo coetáneos sino también los distanciados en el tiempo, ofrecen una base común. Hay obras que mantienen su permanencia a lo largo de cuatro siglos. Pero ello no significa, en la mayoría de casos, un estancamiento de la actividad editora. Se van incluyendo nuevas obras que podrían resistir el paso del tiempo y perdurar, a la vez que son publicadas por otros editores coetáneos. Otras piezas son producto de una moda pasajera y también se incluirán obras que no lograron aceptación y su permanencia en los catálogos indica sólo la falta de venta de las mismas. El hecho de figurar en el catálogo de un surtido no nos indica el grado mayor o menor de aceptación de las piezas incluidas. Sólo -cosa imposible de no conservarse documentación de la casa editora- conociendo el número de ediciones realizadas podríamos fijar el éxito y difusión de las distintas obras, aunque siempre es posible, con los pocos datos conocidos, acercarnos a hipótesis provisionales.

¿Podemos reconstruir los surtidos ofrecidos en los siglos XVI y XVII? Dos elementos básicos nos permitirán acercarnos a dicha reconstrucción: los repertorios de las piezas conservadas y los inventarios y otros documentos de imprentas y librerías especializadas en este tipo de publicaciones. Un primer paso, ya señalado anteriormente, es establecer la relación de los principales centros y casas editoriales, fijando su sucesión, para ir delimitando sus respectivos surtidos. Las comparaciones sincrónicas de los mismos nos permitirán establecer el fondo común de obras junto con sus peculiaridades respectivas y las adiciones, de vigencia temporal o permanente, que se aporten a cada surtido. Un estudio diacrónico de los surtidos y de su base común establecerá su grado de permanencia y movilidad, positiva y negativa, tanto en piezas concretas como en tipos de obras. Este panorama analizado desde el punto de vista de la sociología de la edición y en relación con el de la sociología de la lectura, permitirá el acercamiento al estudio de los factores dinámicos que influyeron en la consolidación y variación de los surtidos. Por otra parte, además de considerar las relaciones de dependencia o prioridad entre los pliegos poéticos y los cancioneros y romanceros, es preciso investigar el ámbito cronológico de la coexistencia de sus formas y temas y de las desviaciones y divergencias entre ambos tipos de publicaciones, muchas veces fruto de una misma actividad editorial, hecho éste que también es preciso analizar. ¿Nos llevará ello a una diferenciación sincrónica y diacrónica del lector de pliegos sueltos con el de cancioneros y romanceros? Dejemos la pregunta sin contestar. Falta mucho análisis todavía para poder intentar establecer un ámbito sociocultural de las publicaciones que estudiamos y, por el momento, sólo cabe señalar que la consideración de literatura popular, como restrictiva de un determinado tipo de lectores, va evolucionando hacia una consideración de literatura de amplia difusión. Consideramos preferible esta denominación a la propuesta por algunos autores, de literatura compartida.

Queremos, finalmente, referirnos a un tipo de análisis a que han sido sometidos en otros países los surtidos de esta clase de obras: división de sus componentes según las materias que traten -como es natural varían las clasificaciones según el interés y la óptica del investigador- para fijar cuantitativamente el grado de mayor o menor presencia de las mismas, como base de estudios socioculturales. Un surtido ofrecido en un momento concreto es sólo una posibilidad de elección abierta al lector-comprador. Como hemos dicho, en el mismo se incluyen obras reeditadas frecuentemente junto a otras sin venta. Los porcentajes por materias nos indicarán la amplitud de posibilidades de elección que tiene el comprador, pero no podremos deducir de ello el grado de influencia de cada materia en el lector.

«Romances, relaciones, historias, entremeses, estampas, libros, y otras menudencias» nos ofrecen un catálogo del surtido de la imprenta valenciana de Agustín Laborda y Campo de los años sesenta del siglo XVIII3. Pocas variaciones presentan otras listas de surtidos semejantes. Ya de fines del siglo XIX es el «Nuevo catálogo de los títulos de las historias, romances, relaciones, trovos, libritos, sainetes, aleluyas, soldados, santos y demás papeles que se hallan de venta en el despacho de la Viuda de Hernando y C.ª», que incorpora los fondos de otras dos casas editoras anteriores: Mares y Cía. y Minuesa. Sin penetrar en el análisis detallado de su contenido, sólo los encabezamientos que presentan los dos catálogos de surtidos que acabamos de señalar ya reflejan el mantenimiento de una serie de tipos junto con nuevas incorporaciones. Y su enumeración es paralela a la citada anteriormente de «El Mesón del Mundo» de Rodrigo Fernández de Ribera, de 1632. Retrocedamos a 1583. El 22 de febrero, Juan Jiménez del Río, librero de la Ciudad de los Reyes, la actual Lima, encarga ante notario a Francisco de la Hoz que a su vuelta de España, para donde iba, le traiga los libros contenidos en una larga lista. Leemos en el último asiento:

«20 resmas de menudencias, como son San Alexo, San Amaro, Santa Ana, Cid, Confesionarios de Vitoria, Repertorillos de tiempos, Ynfante Don Pedro, coplas del Marqués de Mantua, Conde Dirlos, Escala celi, Carlomagno, Catón, Doncella de Francia, Alivio de caminantes, Cañamor y Turián, Jofre, Tablante de Ricamonte, y todas las demás menudencias nuevas que hubiera, Flores y Blancaflor, y librillos otros diferentes para muchachos, tales estos han de ser hasta veinte resmas y que sean de Alcalá o de otra impresión buena, encoadernados todos en pergamino escrito, al de menos los grandes, que las coplas basta venir plegadas y cosidas; costará cada resma de veinte a veinte y cuatro»4.



¿Qué representa este asiento? Un esbozo, muy completo en su tipología, de un surtido de la época. Prosa y verso con obras de reedición y lectura permanente, las novedades que se vayan publicando -que el librero desconoce- y unos librillos de pasatiempos, información y religiosos. Un conjunto de impresos que forman una unidad dentro de la producción editorial, unidad que justifica y exige -completando la investigación de sus componentes- un tratamiento y estudio globales.





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