Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.
Indice Siguiente


ArribaAbajo

Los trabajos de Narciso y Filomela

(Una novela cervantina del siglo XVIII)


Vicente Martínez Colomer


Edición, prólogo y notas de Antonio Cruz Casado


ArribaAbajo

Introducción


1. La corriente de los libros de aventuras peregrinas en la literatura española

Los libros de aventuras peregrinas1, a los que se suele denominar también «novelas bizantinas», forman un conjunto de narraciones en prosa, de longitud considerable, que se gestaron a lo largo del siglo XVI, al calor de las traducciones de la antigua novela griega de amor y aventuras. La preferencia de los erasmistas2 por este tipo de obra, de indudable prestigio por estar escrita en griego, tener rasgos muy clásicos y ofrecer contenidos de marcado carácter moral, es algo conocido. Además hay que añadir que el mismo esquema narrativo fue adoptado por parte de un sector bastante importante de escritores de la etapa de la contrarreforma, entre los que figuran Lope y Cervantes, lo que dio como resultado el cultivo de esta tendencia en un amplio periodo del Siglo de Oro. Las muestras más representativas se concentran, en el primer tercio del siglo XVII, formando dos grupos algo diferenciados, pero que comportan numerosas características comunes, y que toman como modelos las narraciones de Lope de Vega o de Cervantes respectivamente.

A partir de las ideas sobre el poema épico en prosa por parte del Pinciano y de la decidida admiración que éste manifiesta por la narración de Heliodoro se crea una especie de cuadro teórico o poética3 que, aun sin aparecer expresada de una manera clara y manifiesta, llevan a la práctica varios escritores del Barroco, teniendo en cuenta también que en la etapa anterior se contaba con las primeras aproximaciones al género en las obras de Alonso Núñez de Reinoso y de Jerónimo de Contreras y con algunos antecedentes remotos de la época medieval, no muy operativos ya en el siglo XVII.

Características formales del relato son el comienzo in medias res; una estructura bastante flexible, en la que se incluyen poemas, excursos de variada tipología e incluso obras breves de teatro; una historia central de enamorados separados y reunidos, que avanza por medio de peripecias y agniciones, a la que numerosas narraciones de personajes secundarios procuran cierto remansamiento en su precipitada acción, y un final feliz tras la pertinente anagnórisis.

El agotamiento del género en su periodo creativo puede localizarse en la segunda mitad del siglo XVII, con El criticón, de Baltasar Gracián, obra en la que la faceta novelesca se ve ahogada prácticamente por un adensamiento del significado. De esta manera podría decirse que se produce con este género un proceso inverso al que se nota en la narrativa caballeresca, en el que la parodia quijotesca contribuye a su desaparición, en tanto que en la narrativa bizantina es la alegoría y la moral los elementos que terminan por ahogarla, hasta tal punto que, aunque son numerosos y fundamentales los rasgos de este género que ofrece la obra de Gracián, casi nunca han sido tenidos en cuenta.

La admiración por la tendencia que manifestaban un grupo muy importante de humanistas, teólogos y moralistas, no fue obstáculo para que esta corriente no prosperase de manera notable, puesto que el que podía considerarse el sector más amplio del público no parece haber gustado mucho de este tipo de obras que ofrecen una estructura clásica, por supuesto, pero que son reiterativas, profundamente morales y tal vez demasiado largas. De esto puede dar indicios el no muy elevado número de ediciones que tuvieron en su momento, si se exceptúan los casos de Lope de Vega y de Cervantes, hasta tal punto que algunas de estas obras han quedado manuscritas y desatendidas por la crítica4.

Éste es el caso de Los trabajos de Narciso y Filomela, de Vicente Martínez Colomer, narración que, junto con La historia de Liseno y Fenisa, de Francisco Párraga Martel de la Fuente, aparecida en los albores de la centuria ilustrada, prolonga el género hasta finales del siglo XVIII, aunque ya hay que considerarla más bien como un puro ejercicio de virtuosismo literario, sin duda anacrónico, y especialmente como un caluroso homenaje de admiración a Cervantes y su obra. Con todo su interés parece innegable, no sólo como recreación e imitación cervantina, sino como una aportación novelesca de relativa originalidad, en un momento en el que la novela española inicia una andadura titubeante apoyada sobre todo en traducciones y adaptaciones extranjeras. La aportación de Martínez Colomer puede ser considerada como un intento no del todo fallido de revitalización de un género volviendo a las raíces más hispánicas del mismo y, al mismo tiempo, reaccionando contra la manía extranjerizante que el propio autor se encarga de criticar en diversas obras más.

Por otra parte, el atractivo de esta obra crece si se la sitúa en la perspectiva de la novela prerromántica, de la narración sensible, puesto que la expresión exaltada de las pasiones, el sentimiento melancólico de la naturaleza, el gusto por lo lúgubre casi en la linde de lo macabro, son otros tantos elementos que van a verse potenciados en Narciso y Filomela, de tal manera que otra obra posterior de Martínez Colomer, El Valdemaro, va a actuar como una especie de caja de resonancia en relación a la primera. Y lo que en la primera es, en ocasiones, un sencillo apunte clasicista, en la segunda se convierte en un rasgo marcadamente romántico, aun cuando no se huya del todo del mundo clásico y alegórico de la tradición hispánica. En este sentido, la primera obra de Martínez Colomer es un eslabón muy curioso en la historia de nuestra novela, puesto que el autor, al no haberla editado5 recurre a ella con notoria frecuencia, de tal manera que se convierte en una especie de arsenal de situaciones, personajes e historias, que luego pasan con escasa o nula variación a su producción posterior. De esta forma, el proceso de creación de uno de los escasos narradores autóctonos, de relativa originalidad en esa etapa de la transición hacia el romanticismo, puede verse desde una perspectiva distinta y posiblemente con mucha más claridad e interés.




2. El problema de la novela en España en el siglo XVIII: algunos datos para una revisión de la supuesta inexistencia

La novela española del siglo XVIII cuenta ya, por lo tanto, con una muestra más en un panorama que casi siempre se nos ha solido presentar con aportaciones muy pobres y, en varias ocasiones, inexistentes.

Afortunadamente se están realizando estudios6 sobre esta etapa que, aun sin eliminar radicalmente por ahora la idea expresada, nos describen una situación más completa y sin duda más cierta.

De cualquier manera se puede pensar que si bien la tendencia neoclásica no potenció la novela, siguió existiendo un amplio público lector que se nutrió de reediciones y de adaptaciones de numerosos libros publicados anteriormente en el Siglo de Oro, de tal forma que la avalancha de traducciones que propician el nacimiento de la novela romántica encontró un lectorado con cierta preparación y predisposición a aceptar los productos nuevos.

Veamos más concretamente, aunque no de forma exhaustiva, y puesto que Los trabajos de Narciso y Filomela se incluyen en esa tendencia, las ediciones de narrativa bizantina a lo largo del siglo XVIII.

De la obra más influyente del género, Las etiópicas o Teágenes y Cariclea, de Heliodoro, se localizan al menos dos ediciones; una la traducción clásica de Fernando de Mena, en 1787, y otra versión, bastante anterior, de 1722, pero que tiene el interés de ser una adaptación nueva del clásico griego, obra de Fernando Manuel de Castillejo.

No ha recibido esta versión buenas críticas, puesto que se trata de una adaptación o paráfrasis más que de una traducción fiel. Castillejo define su obra como una «nueva traducción de la Novela de Theágenes y Cariclea» y le modifica el título, llamándola ahora La nueva Cariclea. Aun cuando el valor literario de la adaptación sea escaso, la fecha de su publicación, así como la denominación novela empleada para designar a una narración larga de carácter ficticio, le concede cierto interés. Prueba de ello es la mención elogiosa que, ya en 1840, le dedica el sevillano Alberto Lista: «Dígalo si no el Teágenes y Cariclea de Heliodoro, obispo de Trica, ciudad de Tesalia, que tenemos muy bien traducido en nuestro idioma por Castillejo»7. La causa de esta aprobación no es, como pudiera creerse, la consabida mezcla de elementos placenteros y doctrinales por los que siempre ha merecido consideración esta obra, sino el acaparamiento del interés y el elemento maravilloso que introduce Heliodoro en su relato. Y es que, en pleno romanticismo, la Historia etiópica continúa seduciendo «por medio de sucesos ya sobrenaturales, ya inesperados»8.

El elemento amoroso sentimental del argumento y la peripecia, que podríamos llamar romántica en el pleno sentido de la expresión, son rasgos atractivos para el lector de la época. Además no hay que olvidar, aunque también ha sido desatendida esta aportación, que en el momento cumbre de nuestro Romanticismo, tiene lugar la traducción de otra vieja novela bizantina, Los amores de Ismene e Ismenias (1835), de factura parecida a la de Heliodoro.

Esta última novela no parece desdeñable al traductor, puesto que en ella se ven reflejados sus sentimientos personales: «¡Ah! cuántas veces al verter algunos pasajes los borraré con mis lágrimas, temiendo que el amor y la virtud que nos han hecho desgraciados, se miren ofendidos al ver revelado aquí el secreto de nuestros corazones!»9. Quizá el traductor haya mejorado la sentimental narración de los enamorados griegos porque, según confiesa, «usando de esta libertad, he variado, he añadido, he quitado, he corregido algunas faltas [...] Por esta razón, los sabios que me lean se escandalizarán: y al hacer comparación con los originales griegos y sus traducciones, me harán quizá un crimen de lesa antigüedad»10. Como era de esperar el relato aparece plagado de elementos sensibles y sentimentalismos propios de la época romántica, acentuando los que existían en la obra bizantina.

Por último, se puede mencionar también otra obrita que sigue el esquema de la narración de aventuras aun cuando su composición es bastante cercana: se trata de Caritá y Polidoro, relato formado a partir de un fragmento de El viaje del joven Anacarsis a Grecia (1788), de Jean Jacques Barthélemy, pero que se editó de forma independiente con cierta asiduidad y fue igualmente traducida11 en este periodo.

Quizá estas aportaciones no sean decisivas para la marcha de la novela en este periodo, pero su aparición sirve, sin duda, para engrosar aún más el caudal de sentimientos, amor y aventuras de que gusta el lector de la época.

A estas traducciones de narración bizantina se pueden añadir las que resultan de la nacionalización del género y que se reeditan a lo largo de la centuria. De esta forma contamos, además de las aportaciones originales de Párraga Martel y de Martínez Colomer, con ocho ediciones del Persiles y Sigismunda, de Cervantes, una de ellas, muy cercana a la que hay que suponer fecha de composición del Narciso y Filomela, aparece en Madrid en 1781,por Antonio de Sancha; hay además cuatro ediciones de El español Gerardo, de Gonzalo de Céspedes, tres de El peregrino en su patria, de Lope de Vega, una de las cuales es de 1776, por Antonio de Sancha, y una edición de la Historia de Hipólito y Aminta, de Francisco de Quintana. No resulta en absoluto un panorama pobre, de tal manera que la obra de Martínez Colomer no surge completamente aislada de su contexto genérico, sino que esta tradición continúa siendo operativa gracias a las diversas reediciones. En consecuencia, la obra no puede considerarse sólo como una labor de erudito anacrónico fascinado por la obra de Cervantes, sino también como un intento de revitalización de una tendencia que seguía manteniendo cierto público lector.

Por otra parte, si consultamos algunos catálogos de libreros podremos ver cómo los diversos géneros narrativos del Siglo de Oro siguen manteniendo cierta vigencia. Por ejemplo, a partir del catálogo del librero madrileño Pedro José Alonso y Padilla se puede establecer un panorama de la novelística española abundante y en muchas ocasiones casi exhaustivo.

Ciñéndonos al género que analizamos vemos que en su «Catálogo de libros entretenidos de Novelas, Cuentos, Historias y Casos trágicos para divertir la ociosidad»12, de 1737, se incluyen la mayoría de las muestras que presentan características de relato bizantino, desde las traducciones de clásicos Teágenes y Cariclea, Los más fieles amantes Leucipe y Clitofonte, las dos versiones de Argenis y Poliarco, una de José Pellicer y otra de Gabriel del Corral, hasta las aportaciones españolas, como Persiles y Sigismunda, Hipólito y Aminta, Semprilis y Generodano, Eustorgio y Clorilene, El español Gerardo y Liseno y Fenisa; como puede comprobarse están casi todas las muestras conocidas de esta tendencia, porque incluso la Selva de aventuras, una de las narraciones que inicia el género en España aparece incluida, con la salvedad de que está prohibida, lo que efectivamente sucede desde mediados del siglo XVII, a partir del Índice del inquisidor Zapata (1632).

No vaya a creerse, sin embargo, que el catálogo contiene toda la narrativa de los siglos anteriores, sino que se ha realizado una amplia selección, en la que no están presentes los libros de caballerías, escasamente los libros de pícaros, en tanto que resultan dominantes la llamada novela cortesana (Salas Barbadillo y Castillo Solórzano casi completos), numerosas colecciones de novelas cortas y algunas muestras significativas de los libros de pastores.

De todo ello se puede concluir que el panorama de la novela en España a lo largo del siglo ilustrado mantiene un fondo importante de narrativa del periodo áureo, de tal forma que el lector y también el autor de novelas cuentan con un amplio repertorio que en un momento determinado se puede actualizar y hacer operativo.




3. Cervantes y su obra en el siglo XVIII13. El modelo de Los trabajos de Narciso y Filomela14

Una aplicación de la estética de la recepción a la creación cervantina a lo largo del siglo XVIII puede ofrecer resultados representativos de su vigencia, especialmente en tres aspectos: a) el auge de las ediciones que tienen lugar en la época, con un cuidado, rigor textual y calidad de impresión y grabados desconocidos hasta el momento, de lo que son ejemplo las ediciones de Ibarra y de Sancha15, b) los estudios que se emprenden sobre la figura y la obra del autor, como los que realizan Gregorio Mayans y Síscar o Martín Fernández de Navarrete, editados los del segundo en el siglo siguiente16, y c) las imitaciones, continuaciones o aprovechamiento de la ficción cervantina en obras narrativas, algunas de las cuales presentan cierto grado de originalidad.

En este último aspecto se ha señalado como la figura de Sancho Panza, superviviente tras la muerte de don Quijote suministra variadas posibilidades de creación de narraciones, en tanto que, en otras ocasiones, se continúa alguna obra inacabada de Cervantes, como La Galatea17, que Cándido María Trigueros recrea a partir del original francés del caballero Florian, modificando y añadiendo diversos elementos.

En este contexto de admiración por Cervantes hay que situar Los trabajos de Narciso y Filomela. Su autor se propone de manera expresa hacer una imitación del Persiles y así lo manifiesta en el cuerpo de la narración.

El estudiante, un personaje que se confiesa amigo íntimo del escritor, expone: «En cuanto al [estilo] que lleva en la historia, dicen los que la han leído que no es despreciable, porque se ha tomado por modelo al nunca bien alabado Miguel de Cervantes, en su Persiles y Sigismunda, cuya memoria será eterna en la de las gentes»18. Lisandro, el protagonista masculino del libro, recela que en lugar de imitación pueda ser un plagio de Cervantes, a lo que el estudiante replica defendiendo la historia de su amigo: «Eso no, no sé que le noten de plagiario, porque ya sabe muy bien que ese es un vicio el más aborrecible que pueda darse entre literatos; si ya no es que también haga número entre plagiarios el que, con trasposición decente, se vale de las mismas frases y del mismo método, invención, artificio y diligencia que usa aquel a quien se procura imitar. Cuanto más que si ha caído tal vez en este defecto, habrá sido sin noticia de la voluntad, a causa que como tiene tan leídos los escritos de Cervantes -como precisamente debe hacerlo cualquiera que pretenda imitar aquel estilo que más se le acomode- tal vez habrá encajado como suyo algún concepto que no lo será. Pero esta censura la dejamos a cargo de aquellos que sólo sirven para criticar escritos ajenos, sin tener quizá capacidad de hacer otros que los igualen» (pp. 333-334).

Esta cerrada autodefensa de su creación literaria está motivada, al parecer, porque se hicieron ciertas objeciones a su «Poema», como explica el propio autor en la única nota marginal del manuscrito, en la que, sin intermedio de ninguna criatura de ficción, se dirige al lector explicando su postura y señalando que se vale para ello de un característico recurso cervantino: la crítica del relato por medio de los propios personajes.

En consecuencia, la obra repite la estructura del Persiles incluso en el título; Los trabajos de Narciso y Filomela está formado sobre Los trabajos de Persiles y Sigismunda, apareciendo en el título los nombres auténticos de los protagonistas, aunque en la mayor parte del argumento se les llame de forma distinta: Lisandro y Felisinda en el primero, Periandro y Auristela en el segundo. Incluso la morfología del nombre Lisandro recuerda la del Periandro cervantino.

Sin embargo, y como el propio autor ha dejado bien claro, no se trata de un plagio, sino de una imitación consciente que tiene autonomía y sentido por sí misma. El mundo de la ficción de esta novela del siglo XVIII no tiene ninguna conexión con el de Cervantes, no se trata de una continuación o algo parecido, sino que nos encontramos ante la adopción de un esquema estructural, el de los libros de aventuras peregrinas, que Cervantes empleó en su última obra.

Diversos rasgos más procedentes del influjo señalado pueden localizarse en la obra, como los títulos de varios capítulos que recuerdan otros cervantinos y cuya relación puede verse expresada en las notas de nuestra edición, además del episodio del cautiverio, que falta en el Persiles, pero que es fundamental en El amante liberal. Tanto en Narciso y Filomela como en la novela ejemplar mencionada asistimos a una demorada situación de cautiverio, que es, por otra parte, característica de este género narrativo, y las situaciones que se plantean en ambas son bastante parecidas, hasta el punto de que Martínez Colomer mantiene el nombre que había usado Cervantes para la dama mora, Halima, enamorada del protagonista y sistemáticamente rechazada.

Con todo, hay otros elementos en la obra que no proceden del Persiles y que implican una lectura atenta de diversas creaciones cervantinas. En este sentido nos parece muy interesante la adopción del recurso, casi metaliterario, de clara raigambre cervantina, mediante el cual el autor se incluye dentro de su obra, defendiéndola por medio de sus personajes e incluso ofreciendo rasgos reales de su propia personalidad, en un intento de dejarse entrever ante el posible lector, aunque ocultando su nombre al mismo tiempo, identidad que cela incluso en el título del manuscrito conservado que se ha tenido siempre como anónimo. La idea de incluir al autor en el mundo de los personajes procede, como el escritor señala, de los capítulos 3 y 4 de la segunda parte de Don Quijote.

De esta forma se ofrecen algunos datos acerca del autor. Se nos dice que es un religioso:

«-Pues qué, ¿cuál es el estado que profesa? -preguntó Felisinda.

-El de religioso -respondió el estudiante- y ese es uno de los mayores cargos de que se teme. Quiero decir que ese es el fundamento sobre que estriban y se apoyan las mayores objeciones que se le hacen, porque dicen -en especial los de su misma profesión- que el escribir historias profanas no es propio de un religioso» (p. 337).

Se puntualiza que pertenece a la orden de los franciscanos:

«-Pero decidme antes, ¿de qué instituto o de qué religión es?

-De Franciscos Observantes -respondió el estudiante» (p. 338), a lo que se añade que Cervantes sólo fue tercero de esta orden y, sin embargo, fue incluido como autor de la misma en la Biblioteca Franciscana, y por el mismo motivo no debe el autor novel preocuparse de las críticas.

También se dan precisiones sobre su edad: «el que la escribe [la historia], llevado sólo de su natural inclinación, es un joven que apenas cuenta los veinte y un años de su edad, habiéndolos empleado en los estudios de Filosofía, Teología Escolástica y Moral y otros ejercicios anejos al estado que profesa» (p. 335), así como noticias de su escasa fama y poca experiencia en el campo de la creación literaria: «En cuanto a la fama del escritor -continuó el estudiante- yo no sé que tenga alguna, ni por su ingenio, ni por sus escritos, porque ni ha arrojado ningunos a la plaza del mundo, ni lo que ha hecho hasta ahora para acreditar su ingenio son cosas que no las practiquen casi todos los que cursan las escuelas» (p. 332).

A partir de estos elementos tuvimos que localizar el autor; fueron numerosas e insistentes nuestras búsquedas iniciales, pesquisas e investigaciones para descubrirlo, algo que no en todas las ocasiones corona el éxito. Y resultó ser fray Vicente Martínez Colomer (1763-1820), cuya obra primeriza, aunque mencionada en diversos lugares19, se daba por perdida.

De esta forma el momento de composición de Los trabajos de Narciso y Filomela debe situarse hacia 1784, temprana fecha20 que será necesario tener en cuenta al estudiar la novela del periodo prerromántico, puesto que es aproximadamente coetánea del Eusebio, de Pedro Montengón, impreso en 1786.




4. Características de Los trabajos de Narciso y Filomela

En cuanto al género de la obra se refiere, el autor, por boca de su personaje el estudiante, la define como historia: «hay ya ociosas plumas que están escribiendo una grande, divertida y lastimosa historia» (p. 326); «Lo cierto es que se está escribiendo la tal historia» (p. 328); «se ha empeñado en escribir esa historia» (p. 332), etc.

Sin embargo, en la única ocasión en que Martínez Colomer se dirige personalmente al lector, en una nota marginal que sirve para introducir el mencionado recurso cervantino, la califica como poema: «Cuando estaba ya poniendo en limpio este capítulo, supe las objeciones que se me hacían acerca del poema» (p. 326), con lo que se puede incluir al autor en la amplia lista de escritores que, influidos por el Pinciano, designan a la narración larga en prosa con el nombre de poema.

Pero, ya se califique como historia o como poema, Los trabajos de Narciso y Filomela se incluye en una tradición literaria anterior, que ya hemos señalado, no ajena a los moldes retóricos, aunque sí marginada por el espíritu racionalista del siglo XVIII.

Cuando la narración en prosa de carácter ficticio empiece a resurgir con cierta fuerza a finales de este siglo, los escasos defensores y teóricos del género tendrán que recurrir a viejos argumentos para defender la nueva modalidad literaria. En este sentido Valladares y Sotomayor escribe hacia 1797: «no hay más diferencia entre la Novela y el Poema que ser este en verso y aquella en prosa»21, en tanto que el plan, la extensión y el objeto de los dos son iguales; por otra parte este escritor asigna luego una serie de características a la novela que cumple, entre otras obras anteriores, el Persiles.

Como podemos ver, existe alguna afinidad entre el pensamiento de Martínez y Valladares, lo que parece también indicativo de una intención revitalizadora de los clásicos del Siglo de Oro y un aprovechamiento de sus variados recursos narrativos para crear una novela de características casi románticas.

Por otra parte, el autor del Narciso, en la apología de su obra, menciona en su descargo a graves varones que también ocuparon su tiempo en escribir este tipo de historias: «Sólo con dar una breve ojeada hacia los pasados tiempos y fijar la vista ligeramente en los escritos de Heliodoro, de Aquiles Tacio, de Fenelon y otros sujetos de no inferior carácter, quedarán desvanecidos los frívolos reparos que se le hacen al autor» (p. 339).

Pertenece, pues, la obra al género de aventuras peregrinas, cuyas características observa de manera bastante ceñida.

El libro se presenta escrito en prosa, aunque se intercalan dos poemas no muy importantes. Comienzo in medias res, como suele ocurrir en la mayoría de los casos, y el relato se estructura en torno a un viaje, en el que, por medio de peripecias y agniciones consecutivas, va complicándose la trama, hasta resolverse felizmente al concluir el relato, una vez realizada la pertinente anagnórisis.

El viaje, que sirve de esquema narrativo a la acción, se presenta acompañado de dos importantes elementos: el amor y la religión. Los peregrinos son zarandeados por el amor de un lado a otro, constituyendo lo que se llama la peregrinatio amoris. Pero a su lado, y con idéntica fuerza, se encuentra el deseo de peregrinación hacia centros religiosos, rasgo relacionado con la peregrinatio vitae y de fuerte contenido simbólico.

En el Narciso se advierte también, al igual que en el Persiles, el proceso de gradación que va desde una región innominada y abrupta hasta la concreción religiosa del templo de la Virgen del Pilar, en Zaragoza, pasando por múltiples etapas en las que se va accediendo al conocimiento de personajes, hechos y contenidos morales; al mismo tiempo se realiza un proceso de purificación del individuo, mediante sucesivos trabajos. La peregrinatio vitae supone la superación de una serie de pruebas por medio de las cuales el peregrino va acercándose a lo divino.

Como rasgo secundario aparecen, junto a la trama principal, diversas historias intercaladas, que explican las acciones de otros personajes y sirven de complemento y, a veces, como elemento explicador y retardador de las aventuras de Narciso y Filomela. También se incluyen algunos excursos de carácter didáctico, moral y especulativo, que imprimen a la obra cierto carácter misceláneo.

El argumento giro en torno a los hijos de los reyes de Creta y de Chipre, Narciso y Filomela respectivamente, que el día en que van a celebrar sus esponsales, y durante un viaje de recreo por el mar, sufren una tempestad y naufragan, sin que uno sepa del otro, logran sobrevivir y tienen largas aventuras casi paralelas en el cautiverio de Trípoli y en España; por fin se reúnen en Valencia, aunque sin descubrir su verdadera personalidad, actuando siempre como hermanos y con los nombres de Lisandro y Felisinda. La peregrinación transcurre por regiones españolas, por lo que en ocasiones recuerda a El peregrino en su patria, de Lope de Vega, mientras se agregan nuevos personajes al grupo, oportunidad que sirve para narrar la historia de cada uno de ellos. Llegan a Zaragoza, que es la meta de su peregrinación religiosa, y luego se embarcan en Palamós, hacia Creta, de donde han salido diversos barcos en su busca. Pero aún antes de llegar les ocurren nuevas aventuras y trabajos: un marinero loco hiere casi de muerte a Lisandro, provocando una vez más las lágrimas en Felisinda. Pero el final feliz y la proclamación de estos reyes encubiertos, peregrinos por el Mediterráneo, no se hace esperar.

Como es usual la narración no ofrece el carácter rectilíneo que pudiera deducirse de lo expuesto: la trama argumental es muy compleja y puede seguirse en el argumento general que acompaña a esta introducción. El comienzo in medias res complica extraordinariamente la estructura y concatenación lógica de los hechos, de tal manera que, hasta pasada la mitad del relato, no se logra averiguar las causas de la situación inicial, en la que una dama, Felisinda, va a ser forzada por el bárbaro Idomeneo, logrando salvarla el joven Lisardo, que sucumbe en la pelea.

Las historias secundarias, los frecuentes excursos y digresiones de carácter moralizante, por lo general, alargan de forma notable la trama narrativa.




5. El interés de esta obra en la narrativa de Martínez Colomer

Aunque se trata de una obra primeriza, Los trabajos de Narciso y Filomela aparece marcada con determinados elementos propios de la época prerromántica, entre los que destaca un acusado sentimentalismo que preludia actitudes románticas. En el libro se dan cita, por una parte, una corriente de ficción de conocidos orígenes y rasgos clásicos, y por otra, una clara tendencia a las situaciones melodramáticas. Creemos que esta tensión entre clasicismo y sentimiento no es ajena al espíritu del momento histórico en que escribe el autor, de tal forma que la narración puede ser considerada en diversos aspectos como una «novela sensible»22.

Los rasgos expresivos y actitudes de marcada tendencia melodramática son visibles en numerosos lugares de la obra. Así la situación de soledad y aislamiento en que se inicia la acción nos parece plenamente prerromántica: «Estas voces que, envueltas en espantoso ruido, salían de una casa desierta y medio derribada, que se descubría en la mitad de unos horrorosos e incultos llanos ceñidos de altísimas peñas, obligaron a que acudiera Lisardo que acaso acertó a pasar por aquellas cercanías» (p. 2).

Nótese que en la cita elegida los adjetivos evocan situaciones de marcado carácter subjetivo y que son casi los mismos que van a proliferar en la tendencia romántica: «espantoso ruido», «casa desierta», «horrorosos e incultos llanos», «altísimas peñas».

Además las lamentaciones y desmayos de la dama desconocida, que luego resulta ser Filomela, son frecuentes y algunos escenas adquieren un carácter tétrico, cercano al de la novela de terror, también cultivada en la transición hacia el romanticismo: «forcejeó para abrirla [la puerta], y viendo que no podía, se volvió a subir otra vez al mismo aposento de donde había bajado; y toda confusa, toda temerosa y toda temblando, se sentó en tierra, alzó los ojos al cielo, cruzó las manos sobre las rodillas, y soltando la voz al viento dijo:

- ¿Conque entre estos horrorosos cadáveres he de pasar la noche? ¡Desventurada de mí! Y ¿cómo ha de caber tanto sufrimiento en mi corazón? ¿Cómo podré estar en tan horrible compañía un solo momento, sin que el horror y el espanto no que quiten la vida? Pero ¿a dónde iré sin ventura? ¿He de meterme por entre esos intrincados montes donde a cada paso me amenazará un peligro? Los celajes que en el cielo se descubren, las nubes enmarañadas y negras que asombran la atmósfera, y el horroroso estruendo que forman entre sí los contrapuestos vientos, dan indicios de que la noche, que ya cierra a toda priesa, no será muy apacible. Pues ¿qué haré, desgraciada de mí? ¡Ay, cielos, y cómo habéis cerrado todas las puertas a mi consuelo!» (pp. 8-9).

En este aspecto los ejemplos podrían ampliarse considerablemente, no faltando tampoco la expresión sincopada, el empleo de los puntos suspensivos, los signos de admiración y otros rasgos que indican el desconcierto interior del personaje: «Sabe Dios a qué apartada regiones te habrán arrojado después acá o la furia de los vientos o la fuerza de las aguas. ¡Ay, prenda mía! Yo... los mares... tú... No, no más tardanza, bien mío» (p. 87). Tampoco están ausentes el marcado sentimiento de admiración por el paisaje, con el que el personaje aparece emocionalmente identificado, o la preocupación que provocan los pobres o los solitarios.

Con todo perviven numerosos rasgos de tendencia ilustrada, como los consejos de carácter moral y cristiano que da doña Clara a sus hijos, el rechazo del borracho, los perniciosos efectos del amor libre, etc., de tal forma que la obra ofrece también variados excursos sobre los temas más diversos, como el amor al conocimiento y a la poesía, la alabanza de la vida retirada, el alejamiento del bullicio y del reconocimiento meramente externo, etc., reflexiones de un personaje que parecen traslucir las del propio Martínez Colomer.

Sin embargo, el interés del Narciso y Filomela no se encuentra sólo en los elementos señalados, sino en ser una especie de repertorio de datos literarios, personajes y situaciones que pueden verse repetidos en sus obras siguientes, con esa especie de impunidad que da el no haber publicado la narración. De haberla publicado, cosa que quizá no sepamos nunca por qué no llevó a cabo, gran parte de la obra restante de Martínez Colomer habría sufrido diferentes modificaciones, puesto que personajes, argumentos muy concretos e incluso expresiones y amplios párrafos de sus obras editadas repiten estos mismos recursos ya empleados en su primera obra.

Quizás el caso más llamativo sea el de la historia de Peregrina, la mujer ermitaña que se retira de la vida tras diversos desengaños (p. 128 y ss.), que pasa a integrar sin apenas modificaciones el argumento de La Narcisa, novela que de la que el autor no tiene un buen concepto, como indica en el prólogo: «verdad es que la primera está muy falta de invención, y por lo mismo quería no reimprimirla, pero he pensado que aunque sea mala por esta razón, al cabo no será más que un pequeño mal»23. Sólo ha sufrido variación el marco en el que se inserta el relato de la dama, puesto que la redacción es muy cercana a la de su primera novela, como puede verse en algunos ejemplos incluidos en las notas correspondientes. Además al principio de El petimetre pedante se recurre a una situación que se había desarrollado también en el Narciso, en la que el caballero Teodosio cuenta a su hija el estado de dolor en que queda tras la muerte alevosa de su hermano, que hace voto de visitar el apóstol San Pedro en Roma si recobra la salud y que ahora quiere cumplir la promesa, lo que efectivamente hace. Igualmente en su primera obra doña Clara enferma a consecuencia de la muerte de su marido y hace voto de visitar el templo de la Virgen del Pilar de Zaragoza, si recobra la salud, viaje y peregrinación que también realiza. O la quinta cerca del río Mosa, en La Dorinda, en la que vive retirada Eugenia, a la que se le ha muerto su hijo Gerardo, que ya habíamos encontrado en la quinta que habita doña Clara a quien se le había muerto el marido. En la misma novelita se incluye también la historia del hijo, supuestamente muerto como el marido de doña Clara, y que ha estado nueve años cautivo en Trípoli, tras ser atacado por galeras turcas y haber sido hecho prisionero; su liberación se debió a «Halima hija del Bey en el día que celebraba sus felices bodas»24, lo que no es más que otra versión del cautiverio que sufre Lisandro en la primera novela, con repetición de nombres y situaciones. Algo parecido ocurre con El hallazgo de Alejandrina, que ofrece una clara estructura bizantina, con su comienzo in medias res, sus aventuras con piratas y su anagnórisis final. Los ejemplos de estas versiones podrían ampliarse mucho, y algunos casos se encuentran apuntados en las notas.

En cuanto a la relación entre el Narciso y El Valdemaro se puede señalar que, aunque la primera obra sea un libro de aventuras peregrinas, de estructura clásica, imitación confesada del Persiles, y la segunda una novela de aventuras de carácter sensible o sentimental, característica de la época prerromántica, encontramos diversos elementos comunes a ambas narraciones que, como en el caso de las novelas antes señaladas, se ven sometidos a cierta reelaboración, a pesar de que, como hemos señalado, la primera obra sea un homenaje a una estructura clásica y la segunda una novela sensible con una fuerte carga didáctica frecuente en otras obras del siglo XVIII.

En el Narciso aparece una pareja protagonista y la intervención de ambos es efectiva en la trama, en tanto que en El Valdemaro, aunque aparece una pareja protagonista, el peso de la acción recae fundamentalmente sobre el héroe, en tanto que Ulrica Leonor es una figura en este sentido secundaria. En la primera son enamorados que se fingen hermanos, en tanto que en la segunda son efectivamente hermanos, por lo que la ausencia del sentimiento amoroso es más fuerte en la segunda, a pesar del episodio de Felisinda. Los primeros se buscan uno a otro, acuciados por el amor, en tanto que Valdemaro persigue sobre todo la recuperación del trono de su padre, ocupado por un usurpador.

Se puede señalar también un comienzo in medias res en ambos, aunque es mucho más brusco y artístico en Narciso y se demora casi hasta el final todos los elementos que causan la situación inicial; en tanto que en Valdemaro se disuelve considerablemente el efecto de la suspensión del lector, puesto que la aclaración del comienzo tiene lugar inmediatamente. El final feliz en ambos se diferencia, entre otras cosas, en que se produce la unión de los enamorados en la primera, rasgo que no se da en la historia de Valdemaro.

Las historias secundarias acompañan asiduamente la trayectoria de Narciso y Filomela, con la función de dar variedad a la acción, en tanto que son muy escasas y tienen menos relevancia en las aventuras de Valdemaro y cuando aparecen están siempre en función del personaje central. Se podría hablar de un argumento disperso y flexible en el primer caso, en tanto que hay una concentración argumental siempre en torno a Valdemaro y a su necesidad de recuperar el trono. Quizá esto sea debido a que la primera es una narración de estructura clásica, narración de historias, en tanto que la segunda es una novela que preludia la narrativa moderna, la novela de personaje.

Sin embargo, en cierto sentido, las aventuras de Valdemaro se encuentran también ancladas en el pasado; se recurre con gran frecuencia a personajes alegóricos, simbólicos y mitológicos, como la Desesperación que acude con asiduidad a Plutón, el largo episodio de Felisinda y de Valdemaro recrea el episodio virgiliano de Dido y Eneas, y los dioses, Cupido y Venus, intervienen en la trayectoria de los personajes mortales, como si se tratase de un viejo poema épico. La intención didáctica es muy fuerte en esta obra, con los frecuentes excursos sobre el poder de la providencia divina y el cuidado especial que ésta tiene con el hombre, en tanto que en Narciso está más marcado el sentido novelesco, lo narrativo, aunque no se desdeña lo didáctico. De esta lucha entre lo clásico y lo moderno encontramos algunos ecos en el pensamiento de Martínez Colomer; en este sentido reprueba el olvido de los viejos poemas épicos y el cultivo creciente de la novela: «Antes se creía que el poema épico era lo más noble y sublime de la poesía, y el único esfuerzo del ingenio humano; pero en nuestros tiempos ya no se piensa así: la novela es lo mismo que el poema épico, y un mero novelista debe ocupar un asiento al lado de Virgilio; y con mucha razón porque aquella divina Eneida que había sido mirada siempre con asombro y con respeto ha venido a tenerse ya por una mala novela sin invención y sin plan». Y la solución que el escritor había dado en su primera novela no está muy lejana, de acuerdo con los cánones clásicos, de un intento de conciliación.

De esta forma se acrecienta el interés de la obra de Martínez Colomer, que cultiva tanto la narración clásica, bajo la forma de novela bizantina, y el relato moderno que representa El Valdemaro, por lo que puede considerarse un eslabón curioso, hasta ahora casi perdido en la trayectoria de la novela española.






ArribaAbajo

Argumento general

(Se mantienen los títulos de los capítulos según la redacción original y se añade un breve resumen del mismo, que puede ayudar a la localización de cualquier episodio más fácilmente).


Libro Primero de los Trabajos de Narciso y Filomela

Capítulo I. «Vence Felisinda socorrida de Lisardo las fuerzas de Idomeneo y mátanse éstos mutuamente».

Una dama se resiste a la fuerza de un bandido y con sus lamentos atrae a Lisardo, que derriba la puerta de la casa aislada, en la que se inicia la acción, y lucha con el presunto forzador, Idomeneo. Los dos hombres perecen en la reyerta y Felisinda, que así se llama la dama en apuros, según lo expresa ella misma en sus lamentaciones, casi se ve obligada a pasar la noche con los cadáveres, aunque por último, sirviéndose de una cuerda que lleva enrollada Idomeneo, consigue abandonar la casa.

Capítulo II. «Piérdese Felisinda en la espesura de un bosque, pasa la noche en él, hasta que por la mañana es socorrida por Lenio».

Felisinda se interna en el bosque, tiene lugar una gran tormenta y se guarece en el tronco de una encina. Siguen más lamentos de la joven hasta que descubre a un pastor que se acerca; se trata de Lenio, que la conforta y anima para luchar contra la fortuna, en tanto que ambos se encaminan hacia la quinta de los amos de Lenio.

Capítulo III. «Llegan a la quinta y dase la noticia del buen acogimiento que halló Felisinda».

Lenio se interesa por la causa que llevó a la joven a la situación en que la encontró, pero la dama dice que su narración pide más tiempo del que disponen en ese momento. Le dice su nombre, Felisinda, y, a su vez, pregunta por la quinta y los dueños del pastor. Lenio hace una hermosa descripción del lugar y seguidamente encuentran a don Fernando, dueño de la finca y amo del pastor; este le informa cómo ha encontrado a la dama y su intención de llevarla a la finca. Felisinda, entre lágrimas, pide ayuda a don Fernando y se desmaya. Cuando vuelve en sí la conducen a la quinta, donde recibe los cuidados necesarios.

Capítulo IV. «Donde se dice quiénes eran los dueños de la quinta».

Los dueños de la finca son doña Clara y sus hijos, don Fernando y Constanza. Cuando deja el lecho Felisinda aparece hermosamente adornada ante todos, les agradece con lágrimas sus atenciones y se capta sus voluntades, especialmente la de Constanza, que le ofrece asilo permanente en la mansión. Pasan luego a la mesa, y el tiempo transcurre plácidamente en la quinta, mientras Felisinda y Constanza conversan. La última cuenta a la protagonista cómo vive toda la familia alejada de la corte porque su padre murió a traición en la misma. Felisinda le confía que no puede quedarse con ella indefinidamente porque anda en busca de un hermano perdido. Más tarde van de paseo.

Capítulo V. «De la discreta plática que pasó entre los dichos».

Durante el paseo admiran el hermoso paraje en que se encuentra situada la casa de campo, y Felisinda observa que Lenio le describió adecuadamente el lugar, hasta tal punto que piensa que el pastor tiene un estilo y elegancia impropios de un ganadero. Don Fernando añade que le ha visto escribir poemas, églogas y otras composiciones, y Constanza recuerda que los pastores de otros tiempos eran letrados y poetas como consecuencia de las enseñanzas de Apolo. Incluye entonces una visión idealizada del mundo pastoril, a lo que don Fernando responde que todo eso son ficciones y que los pastores llevan una vida áspera. Constanza hace una defensa del pastor como persona con todas las cualidades humanas y pone de relieve los rasgos positivos de la vida honesta y sencilla del pastor en el campo, inmerso en una naturaleza agradable y risueña. Don Fernando va a replicar a esta imagen idealizada, pero todos oyen unas voces que interrumpen la respuesta.

Capítulo VI. «Encuentran en el recuesto de un bosquecillo a un hermoso joven que hablaba consigo a solas, y queda conocido por mujer».

El nuevo personaje que habla consigo mismo deja ver que es una mujer burlada, Leonisa, que ha dado muerte a su seductor, huyendo a continuación. El grupo descubre a un hermoso joven, que es la mujer vestida de hombre a la que han escuchado, le hablan y le ofrecen ayuda, que el personaje rechaza, aunque se muestra favorable a narrarles su historia, lo que efectivamente hace.

Historia de Leonisa.

Leonisa ha crecido en medio de las riquezas que lleva consigo su sangre noble; huérfana desde niña, queda al cuidado de una tía. La dama recibe una educación varonil: esgrima, montar a caballo, etc., al mismo tiempo que le gusta vestirse de hombre. Es duelista y pendenciera hasta los veinticuatro años, en que se enamora perdidamente de un mancebo, Roberto. Pero antes de contraer matrimonio Leonisa se entera de que su prometido ha dado palabra de casamiento a otra doncella. Enfurecida lo busca y, en el campo, le atraviesa el pecho con su daga, tras reprocharle su engaño, dejándolo por muerto, hasta llegar al lugar en que la han encontrado.

Inmediatamente, sin decir ni oír nada más, se marcha en su caballo de manera precipitada. De regreso a la quinta, doña Clara reflexiona sobre la actitud del personaje que se dejó llevar de sus pasiones, sin atender a la luz de la razón y sin tener fuerzas para contrarrestarlas, lo que explica su desgraciada trayectoria.

Capítulo VII. «De la cuenta que dio de su vida el pastor Lenio a sus amos y a la huéspeda Felisinda».

Doña Clara recuerda la aflicción que debió tener Felisinda en medio de las montañas y Lenio añade que cuando la vio le pareció una hamadríade o una náyade. Don Fernando se extraña de las expresiones que Lenio emplea, a lo que éste añade que no siempre ha vivido entre selvas y animales, sino en medio de los hombres más eruditos en las universidades más famosas. Todos quedan atónitos al oír estas razones y Lenio se ve obligado a contar su historia.

Historia de Lenio.

Lenio empieza su narración con quejas contra el amor. Es de Florencia, en Italia, rico y noble. Estudia gramática y filosofía y más tarde teología. Obtiene el grado de doctor y se marcha a Pisa, donde hace amigos y estudia jurisprudencia. Uno de sus amigos, don Fulgencio, escucha sus confidencias según las cuales se ha enamorado de una dama a la que ha visto en una reja. Por último consigue trabar conocimiento con la dama, Delfina, y está a punto de contraer matrimonio con ella. Pero al llegar el día fijado para el enlace, aparece un caballero que, dirigiéndose a la dama, le reprocha haberle dado palabra de matrimonio y no haberla cumplido. El joven prometido se desmaya y es trasladado a su casa inconsciente.

Lenio interrumpe su historia. Don Fernando le releva de las obligaciones que tiene como pastor de la quinta y le ofrece su ayuda. El narrador promete proseguir su historia al día siguiente.

Capítulo VIII. «Donde Lenio da fin a su comenzada historia».

El pastor continúa narrando su historia y añade que toma la decisión de marcharse, lo que efectivamente lleva a cabo. Tiene intención de ir a Francia, aunque luego, desde el puerto de Livorno, se decide a partir a España. En la navegación descubren una nave fenicia a punto de anegarse; la auxilian y Lenio traba conocimiento con un marinero, el cual dice llamarse Lisandro y estar olvidado de su patria. Luego se despiden.

Terminado el episodio, Felisinda interrumpe el relato manifestando su dolor de forma poco clara ante los concurrentes.

Sigue Lenio diciendo que llegaron a Cartagena y se alistó en una compañía de carboneros. Va a Murcia a vender carbón, pero no le agrada el oficio, lo abandona y llega a la quinta, en la que ha vivido cuidando las ovejas, admirando la naturaleza y olvidado del mundo; al alabar la vida rústica recuerda también la instabilidad de la fortuna.

Tras oír la historia de Lenio, todos se duermen, excepto Felisinda, que habla consigo misma lo que se dice en el siguiente capítulo.

Capítulo IX. «De lo que sucedió a la afligida Felisinda la noche que acabó Lenio de contar su historia».

Se inicia el capítulo con un excurso moral acerca de diversas virtudes cristianas, como la constancia y la paciencia, añadiendo que cuantas más tribulaciones padezca el hombre, mayor será el premio. Estas verdades las conoce Felisinda, pero su edad y su frágil sexo le impiden practicarlas. Se lamenta y está dispuesta a dejarse morir de hambre y de sed, e incluso piensa en el suicidio, pero se arrepiente de su mal pensamiento. Sigue luego el monólogo en el que la joven se incita a sí misma a buscar a su hermano Lisandro, al mismo tiempo que teme por la vida del ausente. Por último decide marcharse al día siguiente y consigue conciliar el sueño.

Capítulo X. «Propone Felisinda a doña Clara el intento de marcharse».

Lenio también duda entre quedarse y marcharse, aunque opta por lo último. Felisinda habla con doña Clara y le expone su resolución. Doña Clara los reúne a todos y les habla acerca de la necesidad de cumplir las promesas.

Capítulo XI. «Propone doña Clara a sus hijos la romería que quiere hacer a Zaragoza por visitar la Santísima Virgen. Dícese el sentimiento que ellos hicieron y cómo quiere Constanza acompañarla en su peregrinación».

Doña Clara rememora su historia y explica que cuando supo la noticia de la alevosa muerte de su marido cayó en un profundo estado de dolor, que desembocó en una enfermedad. En este trance ofrece visitar a la Virgen del Pilar, si alcanza salud, lo que efectivamente sucede. No ha podido cumplir antes la promesa y ahora quiere hacerlo. Constanza desea acompañar a su madre, en tanto que don Fernando accede a permanecer al cuidado de la finca. Lenio también decide acompañar a los peregrinos y la ejecución se aplaza hasta dos días después.




Libro Segundo de los Trabajos de Narciso y Filomela

Capítulo I. «Salen de la quinta vestidos a lo peregrino y dan principio a su viaje».

Breve excurso acerca de la necesidad de que los padres muestren la virtud a sus hijos. Por esta causa doña Clara los instruye y a continuación emprenden el camino en silencio. Constanza manifiesta su sentimiento ante el paisaje que las rodea, al mismo tiempo que aconseja a Felisinda que no haga caso de la fortuna. Se detienen en un pradecillo a descansar y a comer y entonces oyen una voz.

Capítulo II. «Donde se da cuenta lo que les pasó con un pobre mendigo».

Se llega hacia el grupo un personaje desharrapado que resulta ser un borracho y que habla de los agradables efectos del vino. Además dice que es mejor hacer un solo pecado emborrachándose que varios cuando está sereno. Lenio le reprende y le dice que no es lícito elegir entre un pecado mortal y uno venial, porque la elección es ya pecado. El borracho, finalmente, pide limosna, pero doña Clara dice que no se debe dar limosna a este tipo de viciosos y holgazanes; entonces el vagabundo se marcha.

Capítulo III. «Prosiguen su camino, extravíanse de él y van a parar a una cueva donde les acoge gratamente un ermitaño que la habitaba».

Se pierden en una selva y se hace de noche; ven una lumbre en la ladera de un monte, se acercan a la misma y descubren una cueva. En el interior ven recuerdos de la muerte y unos versos que componen un soneto, el poema más importante de la obra, de características barrocas, casi quevediano, en torno al tema de la muerte y el desengaño. De la cueva sale por fin un ermitaño penitente de horroroso aspecto, que les ofrece su cueva como albergue. Ruegan luego al penitente que les cuente su historia.

Capítulo IV. «Donde el ermitaño dice la ocasión que tuvo para serlo».

Historia del ermitaño o de Peregrina.

El ermitaño dice que tiene treinta y dos años y que llevó una vida regalada en su mocedad. Su padre muere cuando el personaje es muy pequeño y su madre le hace llevar una vida de vanidades. En este momento de su narración se descubre como mujer. Su madre la maltrata y la obliga a ir a un baile.

Doña Clara le pregunta su nombre y ella dice llamarse Peregrina.

Continúa narrando su historia y añade que se convenció de que su madre no buscaba su perdición. Se arregla para el baile y llama poderosamente la atención de los jóvenes durante el mismo debido a su gran hermosura. Ahora reprocha a su madre el haberla llevado y haber hecho que cayese en impurezas.

Interrumpe el relato porque oyen que la bestia de carga hace ruido al haberse enredado y dar manotadas. Luego la joven quiere proseguir su historia.

Capítulo V. «Continúa Peregrina sus trágicos sucesos».

Añade Peregrina que un caballero frecuenta su casa con asiduidad; seduce primero a la madre y por último la hija pierde su virginidad aprovechando que la madre está enferma. Un día visita al amante en su propia casa y lo encuentra muerto. Se desmaya y más tarde tiene visiones del mancebo entre llamas. También fallece la madre, al igual que el amante sin los últimos auxilios espirituales. La joven abandona su casa y se marcha al desierto, donde ahora se encuentra desde hace ya doce años.

Interrumpe su historia para que los oyentes puedan descansar.

Capítulo VI. «Concluye Peregrina su historia».

Continúa narrando la penitente cómo llegó a la montaña en busca de una cueva. Encuentra a un viejo ermitaño que al ver que es mujer la rechaza porque todavía tiene miedo de su carne flaca. Por fin la lleva a la caverna en la que están ahora y, recurriendo al don profético que tiene, le recuerda los hechos fundamentales de su vida y la alecciona cristianamente. Le señala dónde hay un monasterio de monjes, que le darán lo necesario, porque él va a morir dentro de ocho días. Le pide que entierre su cuerpo y le lega su hábito como vestido. Todo se cumple como el viejo ha dicho. Habla luego de las tentaciones que ha tenido que superar y de la contemplación de la naturaleza, en tanto que los monjes la confortan de vez en cuando con los sacramentos.

Los oyentes quedan pasmados con la historia que han oído y a luego emprenden la marcha.

Capítulo VII. «Llegan a Valencia, encuentran a Lisandro a tiempo que estaban para darle la muerte y sucede un portento».

Cerca de Valencia encuentran a un mendigo que les indica que van a arcabucear a un soldado. Llegan al sitio donde se va a ejecutar la sentencia con gran concurrencia de público. Lenio cree reconocer al reo, en tanto que Felisinda echa a correr cuando lo ve, se abraza al condenado y se desmaya. El virrey se acerca y oye balbucear a Felisinda que llama a su hermano y le insta a que arroje los vestidos y deje ver su grandeza. Aquí Felisinda dice ser Filomela y Lisandro Narciso, hijo de rey. El virrey ordena que los lleven a palacio. Más adelante inquieren sobre el significado de las palabras de Felisinda, en tanto que el joven dice que su hermana estaba fuera de sí cuando lo reconoció y que ambos no son Narciso y Filomela. En cambio, añade que los dos son hermanos. El virrey entonces quiere conocer la historia.

Capítulo VIII. «Donde Lisandro da principio a su historia».

Historia de Lisandro.

El joven se presenta junto con su hermana como habitadores del inmenso mar, oriundos de una isla. En una ocasión estando solazándose en un navío en las riberas de la mar, se levanta una borrasca y del naufragio consiguiente se salva Lisandro, el cual cree que Felisinda ha muerto.

Felisinda añade que ella también pudo salvarse y que temía que él hubiera muerto, hasta que Lenio le dio noticias de haberlo visto en un barco fenicio. Lenio y Lisandro se abrazan tras reconocerse.

Luego sigue narrando Lisandro cómo llegó náufrago a una isla desierta, a la que consigue también arribar otro náufrago más. Forman con maderas una especia de balsa, se hacen a la mar y avistan luego un navío fenicio que les recoge. En esta embarcación ayudan al trabajo del remo. El capitán se hace amigo de Lisandro y un día lo llama.

Capítulo IX. «Prosigue Lisandro su agradable historia».

El capitán le confía un secreto al mismo tiempo que le cuenta su historia: en el barco iba un caballero de quien estaba enamorado Casilda, hija del rey Humberto. Pero los malos modales y desobediencias del caballero fuerzan al capitán a llamarlo al orden. Ambos luchan y el capitán mata al caballero. La tripulación consigue reducir a los partidarios del noble. Ahora no sabe lo que hacer y pide consejo a Lisandro. Este le dice que ambos pueden abandonar el navío solapadamente al llegar al puerto de Salerno, sin que el resto de la tripulación se dé cuenta. Pero el barco está a punto de naufragar y recibe auxilio del navío en que venía Lenio. Por último consiguen abandonar el barco.

El virrey interrumpe la narración de Lisandro, suponiendo que éste se encuentra cansado. En ese momento llega ruido de coches y anuncian la visita del conde don Faustino, hecho que alegra al virrey. El conde viene enfermo y todos se retiran a descansar.

Capítulo X. «Salen nuestros peregrinos a ver las grandezas de Valencia, y dase cuenta de la que dio de su enfermedad el conde don Faustino».

Elogios de Valencia y de sus habitantes, ciudad que visitan los peregrinos. Se interesan por la salud del noble y éste cuenta su historia.

Historia del conde don Faustino.

Es portugués y enamorado. Se siente atraído por una labradora, vasalla de su padre, y al no poder casarse con ella enferma de amor. Su madre le pregunta la causa de la enfermedad, por si hubiese algún remedio; entonces el enamorado confiesa su pasión por Bárbara, la hija de Casimiro, vasalla de su padre como se ha dicho. Ante la imposibilidad de solucionar el problema se recurre a los médicos; éstos proponen algunos remedios, entre los que se encuentra viajar, pero a pesar de ello no consigue olvidar a la joven. Cerca de Tudela se encuentra en una difícil situación.

Capítulo XI. «Donde se prosigue la notable historia de nuestro enamorado caballero».

El narrador encuentra un cinto adornado de diamantes y más tarde un zapato igualmente lujoso. Por último localizan a un gallardo mozo herido. Un grupo de personas confunde al conde y a sus criados con salteadores. Los llevan a Pamplona, sin hacer caso de razones, y los encierran en un calabozo. Sin embargo un paisano del conde lo reconoce y consigue que lo liberen. Vuelve a su patria, aunque no ha logrado olvidar el amor de Bárbara. Un médico polaco le dice que oiga música, al mismo tiempo que lo instruye, a manera de excurso, sobre las cualidades terapéuticas de las melodías. Entonces los padres contratan a diversos músicos que ahora acompañan siempre al enamorado para ver si logran calmar su melancolía.

Los músicos cantan unos versos. Sin embargo el conde no experimenta gran mejoría con esta terapia.

Capítulo XII. «Vuelve Lisandro a proseguir su comenzada historia».

La historia de Faustino ha supuesto un paréntesis en la de Lisandro, que vuelve a la suya. En Salerno, en compañía del capitán, decide embarcarse; pero su amigo recibe un pliego de la princesa Casilda en la que manifiesta que perdona la muerte de su pretendiente, porque lo tenía bien merecido. Entonces los compañeros se separan y Lisandro se embarca sin percatarse en una nave de corsarios a la búsqueda de su hermana. En la nave oye una conversación sobre Felisinda y conoce que está viva. Le dicen que la han visto en una nave holandesa, salvada del naufragio y pretendida por el capitán del navío.

Felisinda corrobora este extremo y añade que dijo al capitán, con la intención de disuadirlo, que ya estaba casada.

Lisandro se hace también amigo del capitán de su navío, que se interesa por su historia. Se dirigen a Túnez y avistan tres embarcaciones turcas. Estos barcos asaltan al navío en el que va el joven, aprisiona a la tripulación y los conducen a Trípoli.

Capítulo XIII. «Refiere Lisandro el modo con que entró en Trípoli y lo que le sucedió en aquella ciudad».

Gran recibimiento en Trípoli. Los cautivos son encerrados en una mazmorra. El bey se apiada del joven y la hija, Halima, se enamora de él. Muere el amo y Halima intenta convencerlo al mismo tiempo que le declara su amor, pidiéndole que sea su esposo. Le deja algún tiempo para que medite la respuesta.

Capítulo XIV. «Donde todavía prosigue Lisandro su historia».

Rechaza a Halima porque él es cristiano; la mora le ofrece elegir entre ricos hábitos y joyas o una gran cadena, pero no consigue convencerlo. En consecuencia recibe un fuerte castigo.

Felisinda interrumpe apenada la narración. Más tarde los jóvenes tienen ocasión de hablar a solas.

Capítulo XV. «Del razonamiento que pasó entre Lisandro y Felisinda».

Felisinda insta a Lisandro a partir y le pide que dé fin pronto al cuento de sus sucesos, porque echa de menos su casa y sus padres. Lisandro le responde que no se deje abatir y que se marcharán pronto.

Durante la cena todos se alegran menos el conde, que está cada vez peor y se desmaya. Lo auxilian y quiere oír el final de la historia de Lisandro.

Capítulo XVI. «Cuenta Lisandro el modo con que escapó del poder de Halima y llegó a Valencia. Muere el conde a la fuerza de un desmayo y disponen nuestros peregrinos su partida».

Sigue contando Lisandro el mal trato que recibía en la prisión. El carcelero lo conforta y le facilita una lima. Una noche oye una conversación mediante la cual se entera de que Felisinda, que también estaba prisionera del cadí, tras ser robada a los holandeses, ha sido rescatada por unas naves españolas.

Felisinda añade que no pudo ver a Lisandro porque su amo la tenía muy bien guardada.

El protagonista consigue limar sus cadenas y, cuando va a escaparse, resulta sorprendido por Halima, pero ésta cree, al no verlo en la prisión, que efectivamente se ha fugado ya y se clava un puñal. Libre por fin, se esconde en unos montes y más tarde logra embarcarse rumbo a Cádiz, aunque él quiere dirigirse a Valencia. Lo dejan en la playa de esta ciudad y ve una pelea de marineros, en la que uno de ellos resulta herido. Más tarde lo prende la justicia y está a punto de ser ejecutado, hecho que impide la llegada del grupo de peregrinos.

Así termina la historia de Lisandro, en tanto que la mujer del virrey, doña Leonor, se interesa por la de Felisinda. Pero ésta no puede contar nada, porque el conde Faustino se desmaya y poco después fallece. Con la gran confusión existente en palacio, los peregrinos deciden marcharse, lo que efectivamente hacen tomando el camino de Zaragoza.




Libro Tercero de los Trabajos de Narciso y Filomela

Capítulo I. «Salen de Valencia para Zaragoza y acontécenles nuevos sucesos».

Constanza agradece que aún no está enamorada viendo el fin del Conde Faustino. Lenio le habla del poder del amor y le pone diversos ejemplos mitológicos. Oyen un ruido y descubren a un hombre ahorcándose. Tras socorrerlo el desconocido vuelve en sí y todos intentan consolarlo con discursos morales y religiosos. Luego le ruegan que les cuente su historia.

Capítulo II. «Donde se cuenta quién era y lo que dijo el ahorcado».

Historia del ahorcado.

El personaje no menciona de entrada su nombre ni tampoco el de sus padres, aunque dice que es un hombre rico y noble. Se casa y tiene una hija que recibe una buena crianza, pero que andando el tiempo se fuga con el verdugo.

El caballero se desmaya, consiguen reanimarlo y se lamenta de su desgracia. Luego prosigue el relato.

La hija recibió proposiciones de matrimonio de diversos caballeros, pero no aceptó ninguna. Una mañana descubren que se ha marchado de casa con dos cofres, donde tenía sus galas. La buscan desolados, pero no aparece. Por fin en los corrillos de la ciudad se comenta que Isabela, la hija de don Eduardo, que de paso dice su nombre, se ha marchado con el verdugo. La madre muere de dolor y el padre desesperado quiere quitarse la vida.

Finalmente fallece ante la vista y las lágrimas de los peregrinos, que le dan sepultura y siguen su camino.

Capítulo III. «Prosiguen su viaje y continúan los sucesos extraños».

Los personajes comentan el suceso. Se detienen a la sombra de un árbol y oyen comentar a alguien acerca de diversos contenidos morales, como la importancia de los estudios que se hacen para adquirir honores, etc., y de otros temas que indican se trata de una persona desengañada. Lenio ve que la conversación procede de dos estudiantes a los que invita a comer. Dicen que vienen de Valencia; uno estudia filosofía y otro medicina y van a Zaragoza a proseguir los estudios. Deciden hacer el camino todos juntos. El que habla lo hace de forma pedantesca, con numerosas alusiones mitológicas y aprovecha de paso para requebrar a Felisinda. Añade que es muy buen escritor. Prosiguen el viaje.

Capítulo IV. «Cuenta el estudiante su historia».

Historia del estudiante.

Ha nacido en un lugar de Extremadura, de padres pobres y va a estudiar la gramática a Mérida. Hace una crítica de los malos maestros y habla de la importancia de la gramática y de los malos métodos de aprenderla. Añade que luego pasa a estudiar a Valencia y cursa retórica y filosofía, mientras señala que hay muchas personas que se ponen a tratar temas sin conocerlos.

Lenio dice que no hable de cosas que no vienen a cuento, lo que provoca cierto enfado en el narrador. Por fin Lenio accede a dejarle decir lo que quiera.

Vuelve a su cuento. Los padres le preguntan sobre el estado que va a seguir y le aconsejan que escoja el de religión, e incluso quieren obligarlo a ello. Va a hablar de los padres que fuerzan las voluntades de sus hijos pero se refrena.

Lenio vuelve a reprocharle las excesivas digresiones.

Continúa la historia e insiste sobre las falsas vocaciones que proceden de la autoridad e imposición paterna, al mismo tiempo que narra una anécdota o cuentecillo sobre la cuestión. Esto provoca la risa de los peregrinos.

Capítulo V. «De lo más notable y digno de leerse que se ha visto hasta ahora».

Sigue el estudiante narrando su historia y añade que por último estudia medicina y ahora se traslada a Zaragoza. Lenio le pregunta sobre sus dotes y sus obras literarias; él dice que salió poeta del vientre de su madre y rechaza que la poesía se pueda alcanzar sólo con el arte, aunque concreta que es preciso que concurran en un buen poeta la naturaleza y el arte. Continúa su conversación con Lenio sobre estas cuestiones, porque también el antiguo pastor es escritor. Recuerda a instancias del estudiante los rasgos fundamentales de su vida y habla del hallazgo de Felisinda.

La nota marginal en el texto señala que el autor va a defender su obra usando del recurso cervantino.

Se introduce entonces las referencias al autor, a su condición, etc., que se han expuesto en la introducción. Tras hablar acerca del autor y de la obra prosiguen su camino, no sin antes pedir a Felisinda que cuente lo que le sucedió desde que se desvió de su hermano hasta llegar a la casa de Idomeneo, porque el autor no ha podido averiguar estos extremos.

Capítulo VI. «Refiere Felisinda sus sucesos».

Historia de Felisinda.

Tras separarse de su hermano en el naufragio, consigue agarrarse a una tabla y llega a un solitario promontorio, donde está a punto de perecer. Una nave holandesa la recoge. El capitán se enamora de ella, le proporciona ricos vestidos y está a punto de violentar la voluntad de la dama, cuando aparecen dos naves turcas. Los recién llegados vencen a los holandeses y se llevan a Felisinda a Trípoli y la entregan al cadí. Por último resulta rescatada por dos navíos españoles. Sin embargo, tiene lugar otro nuevo naufragio, esta vez frente a las costas de Cartagena. Asida a otra tabla llega a la costa, se interna en la sierra y es allí donde la aprisiona Idomeneo.

El estudiante y su amigo se desvían hacia Calatayud.

Capítulo VII. «Llegan a Zaragoza y sucédeles el más lastimoso suceso que se ha visto hasta ahora».

Breve excurso sobre la pesadumbre y el gozo. Llegan a Zaragoza y visitan el santuario de la Virgen, con lo que doña Clara cumple su promesa, tras ofrecer a la imagen una corona de oro. Cuando regresan a la posada ven apearse de un caballo a un anciano caballero: doña Clara se desmaya al verlo. También el anciano se desmaya al reconocer a doña Clara como su esposa; igual ocurre con Constanza. Cuando esta última vuelve en sí cree que ha visto a un fantasma, porque todos creen que el padre ha muerto. Por fin se reconocen y se cuentan sus historias. Anselmo, que ese es el nombre del marido de doña Clara, ha estado herido en Francia, sin poder escribir, con el juicio trastornado.

El narrador se dirige al caballero y a los demás personajes y les advierte que no se dejen llevar de la alegría. Efectivamente llega un mozo de la quinta y cuenta cómo don Fernando ha muerto en un incendio provocado de forma accidental. Lo comunica a don Anselmo y luego a las damas, que vuelven a desmayarse a causa del nuevo dolor.

Capítulo VIII. «De lo que sucedió después de haber vuelto los desmayados en su acuerdo».

Pequeño excurso sobre los trabajos. Quejas de doña Clara y la restante familia y consuelos de los otros personajes. Piensan no regresar a la quinta, ahora desolada, sino seguir siempre de peregrinos. Lisandro los invita a ir a su patria y ellos, tras alguna vacilación, aceptan.

Capítulo IX. «Parten de Zaragoza para Cataluña, llegan al puerto de Palamós, hácense a la vela y acontécenles nuevos peligros».

Toman el camino de Cataluña y se embarcan en Palamós. Sobreviene una tormenta en tanto que Lisandro los alienta para que no perezcan, pero una gran ola lo arranca de la nave.

El narrador otra vez se dirige a Felisinda para darle ánimos en la nueva adversidad.

Felisinda intenta arrojarse tras Lisandro, luego se queja amargamente. Se desmaya en tanto que la borrasca va calmándose. Ven venir otro buque y les habla el capitán del navío recién llegado.

Capítulo X. «Dícese de qué parte era el navío y qué era lo que buscaba. Vuelve Felisinda de su desmayo y hállase en brazos de Lisandro».

Pregunta el capitán por Narciso y Filomela; el que manda la nave de los peregrinos responde que con esos nombres no los conoce. Entonces el recién venido cuenta la historia.

Historia de Narciso y Filomela.

El capitán cuenta que Tancredo, rey de Creta, y su esposa Eugenia tuvieron un hijo al que llamaron Narciso. Cuando le llega la edad de casarse se enamora de Filomela, hija de los reyes de Chipre Sisebuto y Luisa. Cuando van a contraer matrimonio quiere viajar hacia Creta, en un barco adornado ricamente, y los asalta una borrasca que arrebató la galera real e hizo que el resto de la comitiva se dispersase. El resultado es que han desaparecido Narciso y Filomela y andan en su busca diferentes navíos.

Se dice luego que han encontrado a un hombre aparentemente ahogado en las olas y que han conseguido reanimarlo; está vestido de peregrino y es el desaparecido Lisandro. Más tarde pasa a su antiguo navío y se reúne con Felisinda.

Capítulo XI. «Vuelve el capitán cretense a proponer el fin de su viaje, funda esperanzas de conseguirlo, admite en su navío a todos los peregrinos y toman el rumbo para Creta».

El capitán cretense vuelve a decir que no encuentra a los perdidos; entonces Lisandro manifiesta que conoce a los que andan buscando. Ponen rumbo a Creta. Doña Clara y Lenio sospechan que los jóvenes hermanos son Narciso y Filomela. Doña Clara lo manifiesta así a Felisinda, pero cuando ésta va a descubrir su verdadera identidad se oyen unas voces; el que las da parece ser un marinero náufrago.

Capítulo XII. «Donde se dice lo que contó el que parecía marinero».

Historia de Isabela.

El personaje empieza quejándose de su fortuna y se descubre como mujer. Añade que hace dos años que falta de su patria, que es noble y rica, además de bella. Se enamora de un hermoso mozo que ve desde su balcón, hasta que un día lo encuentra en la calle y se desmaya. El enamorado se llama Rosendo; intercambian misivas pero él le hace saber que es hijo del verdugo.

Lisandro la interrumpe preguntándole si es Isabela, la hija de don Eduardo, la que se marchó con el verdugo. La dama se queja y pregunta por sus padres; al enterarse de que han muerto se arroja al mar pereciendo.

Sigue la conversación entre doña Clara y Felisinda: la primera cree que Felisinda es la princesa Filomela, pero la protagonista lo niega.

Capítulo XIII. «Donde se cuenta lo que pasó entre los dos hermanos».

Comentarios sobre la historia de Isabela. Los protagonistas hablan aparte con rasgos muy retóricos. Lisandro llama ya a Felisinda Filomela y él se presenta como Narciso. Oyen otras lastimeras voces en el mar. Es una mujer en una lancha a merced de las olas, con los brazos y las piernas en aspa y atados a los bancos de la embarcación. Pide ayuda. Lenio la abraza y la reconoce como su amada Delfina.

Capítulo XIV. «En que se describe la relación que hizo Delfina de sus acontecimientos».

Historia de Delfina.

La historia de Delfina completa la de Lenio, por lo que éste le dice que no repita el principio de sus amores. Tras el desmayo de Lenio hubo una escaramuza entre la familia de Delfina y los que acompañaban al mancebo que afirmaba que la dama le había prometido ser su esposa. Todo ha sido una farsa por enemistad contra Lenio. Delfina se va a Francia en hábito varonil de estudiante, en busca de Lenio. Pasa el tiempo y regresa a Italia, pero los marineros que la transportan sospechan que no es varón. El cómitre intenta seducirla, pero viendo su entereza la manda arrojar al mar atada a la barca.

Capítulo XV. «Concluye Delfina su historia; toman aquella noche el abrigo de una peña y sucédeles un desastre».

Sigue narrando la joven cómo el cómitre quiere abusar de ella cuando la ve atada, pero se alza un recio viento y el malvado se ahoga. La borrasca dura dos días y la joven está a punto de perecer, pero al final recibe el socorro de la nave en que va Lenio.

Los enamorados se abrazan y no quieren proseguir la navegación hasta que se calme el temporal. Buscan un abrigo en el que también se ha guarecido otro barco. Impensadamente un marinero hinca un agudo puñal en el pecho de Lisandro. El marinero huye pero tropieza, cae al mar y muere.

Breve reflexión sobre las mudanzas de la fortuna. Felisinda corre a auxiliar al herido, al que cree muerto, y otra vez se desmaya.

Se dice que el marinero asaltante era un caballero napolitano, que perdió familia y fortuna y que estaba loco en determinados momentos.

Nuevas quejas de Felisinda más entrecortadas y lastimosas que nunca, pensando que ha muerto Lisandro al que llama Narciso y rey de Creta. El capitán cretense está gozoso de haber encontrado a la pareja.

Capítulo XVI. «Llegan a Creta, cásanse Lisandro y Felisinda conocidos ya por Narciso y Filomela».

A Felisinda se le dice que la herida es de poco cuidado. Más tarde Narciso se descubre como tal ante todos; hace igual con la personalidad de Filomela y añade que están casados y que son herederos de los reinos de Chipre y de Creta. Se dispara la artillería, ondean flámulas y gallardetes y son recibidos entre el regocijo y el alborozo popular por los padres de ambos. Hay fiestas durante treinta días. Lenio y Delfina regresan a Italia. Narciso y Filomela quedan solemnemente desposados tras su aprendizaje en la escuela de las desgracias.






ArribaAbajo

El manuscrito

El manuscrito 6349 de la Biblioteca Nacional de Madrid contiene Los trabajos de Narciso y Filomela.

El códice, que carece de fecha, mide 140x200 cm. y está escrito a una sola columna por ambas caras. Cada página suele tener unas 22 líneas, que pueden reducirse en el caso de que se inicie o termine un libro o se incluya el título de algún capítulo.

El tipo de letra pertenece a una misma mano y ofrece una grafía clara y legible, prácticamente sin ningún problema de transcripción o lectura. Puede tratarse de la copia en limpio del autor, la única existente que sepamos. No aparece el nombre del escritor, ni signo exterior o clave que permita su identificación, salvo las referencias internas en el argumento de la obra.

El texto se presenta escrito completamente en prosa, salvo dos poemas, un soneto y una octava, en el Libro I, señalados en las notas correspondientes. Se divide en tres libros y cada libro, a su vez, en varios capítulos, todos con su título específico de acuerdo con el contenido.

El Libro primero tiene once capítulos, el segundo dieciséis y el tercero también dieciséis. La repartición de la materia narrativa es aproximadamente proporcional, al igual que la longitud de los capítulos.

Al final del libro se añade un Índice de los capítulos que contiene la obra y que remite a las páginas del ms. Hemos mantenido esos números y se pueden localizar en nuestra edición, puesto que se ha señalado en el cuerpo del texto el número de la página original entre [ ]. Cfr. también nota 27 del Libro I.




ArribaAbajo

Criterios de edición

Los criterios de transcripción y edición que hemos seguido a la hora de preparar el texto han sido los más usuales que se emplean en obras manuscritas de los siglos XVII y XVIII.

En consecuencia, hemos separado palabras, deshecho abreviaturas, actualizado grafías y sistematizado el uso de las mayúsculas. Hemos respetado, sin embargo, las peculiaridades fonéticas y morfológicas que resultan indicativas del estado lingüístico de la narración: vacilaciones vocálicas, grupos consonánticos cultos, laísmos, etc.

Igualmente hemos dispuesto el texto en párrafos, aunque siguiendo en la mayoría de las ocasiones los que presenta el manuscrito; al mismo tiempo lo hemos puntuado y añadido los signos ortográficos precisos de acuerdo con el significado de la frase.

En cuanto a las notas que acompañan la edición tienen como finalidad la de aclarar determinados lugares de la obra, aunque hemos soslayado aquellas referencias que no son difíciles de identificar o que aclara el propio contexto. Cuando nos ha sido factible hemos documentado también ese fenómeno en otras obras, tanto del siglo XVIII, como de épocas anteriores, puesto que la narración se incluye en una trayectoria narrativa delimitada, aunque se trate de una muestra tardía.

Nuestro deseo ha sido el de ofrecer un texto claro y legible, con algunas notas que sitúen la obra en el contexto literario de su época y de su género.




ArribaAbajo

Bibliografía consultada

AGUILAR PIÑAL, Francisco, «Un comentario inédito de Quijote en el siglo XVIII», Anales Cervantinos, VIII, 1959-60, pp. 307-319.

_____. «Anverso y reverso del "quijotismo" en el siglo XVIII español», Anales de Literatura Española, I, 1982, pp. 207-216.

_____. «Cervantes en el siglo XVIII», Anales Cervantinos, XXI, 1983, pp. 153-163.

_____. Bibliografía de Autores Españoles del siglo XVIII, Madrid, CSIC, 1981-2001, 10 vols.

_____. Un escritor ilustrado: Cándido María Trigueros, Madrid, CSIC, 1988.

_____. Introducción al siglo XVIII, Madrid, Júcar, 1991.

ALONSO SEOANE, María José, «La obra narrativa de Pablo de Olavide: nuevo planteamiento para su estudio», Axerquía, 11, 1984, pp. 9-49.

_____. «Los autores de tres novelas de Olavide», IV Jornadas de Andalucía y América, Sevilla, 1985, tomo II, pp. 1-22.

_____. «Algunos aspectos de las ideas ilustradas de Olavide en las Lecturas útiles y entretenidas», Alfinge, 4, 1986, pp. 215-228.

_____. «Un texto del Inca Garcilaso y la novela Federico y Beatriz de Ignacio García Malo», en Actas del Congreso Internacional de Historia de América, Córdoba, 1988, II, pp. 145-151.

_____. «Una desconocida traducción española del L. D'Ussieux: La heroína francesa de Vicente Rodríguez de Arellano», Investigación Franco-Española, 1, 1988, pp. 9-30.

_____. «Una adaptación española de Blanchard: El sepulcro en el monte de Vicente Rodríguez de Arellano», Crisol, 8, 1988, pp. 5-19.

_____. Narrativa de ficción y público en España: Los anuncios en la «Gaceta» y el «Diario de Madrid» (1808-1819), Madrid, Editorial Universitas, 2002.

ÁLVAREZ BARRIENTOS, Joaquín, «Algunas ideas sobre teoría de la novela en el siglo XVIII en Inglaterra y España», Anales de Literatura Española, 2, 1983, pp. 5-25.

_____. «Sobre la institucionalización de la literatura: Cervantes y la novela en las historias literarias del siglo XVIII», Anales Cervantinos, XXV-XXVI, 1987-88, pp. 57-63.

_____. «Controversias acerca de la autoría de varias novelas de Cervantes en el siglo XVIII», Actas del IX Congreso de la Asociación Internacional de Hispanistas, Frankfurt, Vervuet Verlag, 1989, I, p. 301-309.

_____. La novela del siglo XVIII, Madrid, Júcar, 1991.

_____. Id., CARNERO, Guillermo, y PÉREZ LÓPEZ, Manuel: «La narrativa del siglo XVIII», en GARCÍA DE LA CONCHA, Víctor: Historia de la literatura española. El siglo XVIII, coord. Guillermo Carnero, Madrid, Espasa Calpe, 1995, II, pp. 897-993.

Amores de Ismene e Ismenias, Los, Barcelona, José Rubió, 1835.

BACHILLER SANSÓN CARRASCO [¿Juan Beltrán y Colón?], La acción de gracias a doña Paludesia, Madrid, Joaquín Ibarra, 1780.

BAQUERO ESCUDERO, Ana Luisa, Una aproximación neoclásica al género novela. Clemencín y el «Quijote», Murcia, Academia Alfonso X el Sabio, 1988.

BARJAU CONDOMINES, Teresa, «Introducción a un estudio de la novela en España (1750-1808)», Boletín del Centro de Estudios del siglo XVIII, 10-11, 1987, pp. 111-130.

_____. Novela en España en el siglo XVIII: teoría y evolución de un género, Barcelona, Universidad, 1992.

BARRERO PÉREZ, Óscar, «Los imitadores y continuadores del Quijote en la novela española del siglo XVIII», Anales Cervantinos, XXIV, 1986, pp. 103-121.

BATAILLON, Marcel, Erasmo y España, México, FCE, 1966.

BERTRAND, J. J. A., «Florian, cervantista», Anales Cervantinos, 5, 1955-56, pp. 343-352.

BLANCO WHITE, José María, Vargas. Novela española, ed. Rubén Benítez y María Elena Francés, Alicante, Instituto de Cultura Juan Gil Albert, 1995.

BRAVO VILLASANTE, La mujer vestida de hombre en el teatro español, Madrid, SGEL, 1976.

CAMAMIS, George, Estudios sobre el cautiverio en el siglo de Oro, Madrid, Gredos, 1977.

CAÑEDO FERNÁNDEZ, Jesús, «Martín Fernández de Navarrete, crítico literario, un joven marino y la literatura española del siglo XVIII», Actas del Cuarto Congreso de la Asociación Internacional de Hispanistas, Salamanca, 1982, pp. 243-253.

CARNERO, Guillermo, La cara oscura del Siglo de las Luces, Madrid, Fundación Juan March/Cátedra, 1983.

_____. «La novela española del siglo XVIII: Estado de la cuestión (1985-1995)», en La novela española del siglo XVIII, ed. Guillermo Carnero, Anales de Literatura Española, 11, 1995, pp. 11-43.

_____. Id., coord., Siglo XIX (I), en GARCÍA DE LA CONCHA, Víctor: Historia de la literatura española, Madrid, Espasa Calpe, 1996.

CASTILLO SOLORZANO, Alonso, Lisardo enamorado, ed. Eduardo Juliá Martínez, Madrid, Real Academia, 1947.

CATENA, Elena, «Don Pedro de Montengón y Paret: algunos documentos biográficos y una precisión bibliográfica», Actas del Cuarto Congreso Internacional de Hispanistas, Salamanca, 1982, pp. 297-304.

CERVANTES, Miguel de, La Galatea, ed. Juan Bautista Avalle-Arce, Madrid, Espasa Calpe, 1961, 2 vols.

_____. Los trabajos de Persiles y Sigismunda, ed. Juan Bautista Avalle-Arce, Madrid, Castalia, 1969.

_____. Don Quijote de la Mancha, ed. Luis Andrés Murillo, Madrid, Castalia, 1978, 2 vols.

_____. Novelas ejemplares, ed. Juan Bautista Avalle-Arce, Madrid, Castalia, 1982, 3 vols.

COVARRUBIAS, Sebastián de, Tesoro de la Lengua Castellana o Española [1611], Madrid, Turner, 1979.

CRUZ CASADO, Antonio, «El viaje como estructura narrativa: Los trabajos de Narciso y Filomela, de Vicente Martínez Colomer, una novela inédita (Presentación y textos)», en Arcadia. Estudios y textos dedicados a Francisco López Estrada, Dicenda. Cuadernos de Filología Hispánica, 7, 1987, pp. 309-325.

_____. «Los amantes peregrinos Angelia y Lucenrique»: un libro de aventuras peregrinas inédito, Madrid, Editorial de la Universidad Complutense, 1989, 2 vols.

_____. «Los libros de aventuras peregrinas. Nuevas aportaciones», Actas del IX Congreso de la Asociación Internacional de Hispanistas, Frankfurt, Vervuet Verlag, 1989, I, pp. 425-431.

_____. «Una revisión del desenlace del Persiles», Actas del segundo coloquio internacional de la Asociación de Cervantistas, Barcelona, Anthropos, 1991, pp. 719-726.

_____. «Los amantes peregrinos Angelia y Lucenrique: una narración inédita en el Archivo de la Catedral de Córdoba (Presentación y textos)», Boletín de la Real Academia de Córdoba, 119, julio-diciembre, 1990 [octubre, 1991], pp. 143-163.

_____. «Auristela hechizada: Un caso de maleficia en el Persiles», Cervantes, Bulletin of the Cervantes Society of America, XII, 2, 1992, pp. 91-104.

_____. «Un curioso relato intercalado: las aventuras del pícaro Luis en la Historia de Liseno y Fenisa», en El relato intercalado, Madrid, Fundación Juan March-SELGYC, 1992, pp. 119-129.

_____. «Para la Poética de la narrativa de aventuras peregrinas», en Estado actual de los estudios sobre el Siglo de Oro [Actas del II Congreso de la Asociación Internacional «Siglo de Oro»] ed. Manuel García Martín, Salamanca, Ediciones Universidad Salamanca, 1993, pp. 261-267.

_____. Edición, introducción y notas a Miguel Álvarez de Sotomayor y Abarca [1767-1839], Efectos del amor propio (Una novela prerromántica inédita, seguida de una selección de poemas igualmente inéditos), Lucena, Excmo. Ayuntamiento, 1994.

_____. «Persiles y Sigismunda. De Cervantes a Rojas Zorrilla», en Actas del III Coloquio Internacional de la Asociación de Cervantistas, [Alcalá de Henares, noviembre de 1990], Barcelona, Anthropos, 1993, pp. 541-551.

_____. «Preludio del Romanticismo en Andalucía: la obra lírica inédita de Miguel Álvarez de Sotomayor y Abarca (1767-1839)», Boletín de la Real Academia de Córdoba, 127, julio-diciembre, 1994, pp. 445-465.

_____. «Periandro/Persiles: Las raíces clásicas del personaje y la aportación de Cervantes», en Cervantes, Bulletin of the Cervantes Society of America, XV, 1, 1995, pp. 60-69.

_____. Edición, introducción y notas a José Concha, El rey Boabdil (Una comedia histórica del siglo XVIII), Lucena-Córdoba, Excmo. Ayuntamiento-Diputación Provincial de Córdoba, 1996.

_____. «Secuelas del Persiles», en Actas del XII Congreso de la Asociación Internacional de Hispanistas, Birmingham 1995, Tomo II, Estudios Áureos, I, ed. Jules Whicker, Birmingham, University of Birmingham, 1998, pp. 145-156.

_____. «Séneca en la Historia Literaria de España (1766-1791) de los Padres Rodríguez Mohedano», Angélica. Revista de Literatura, 8, 1997-98, pp. 71-82.

_____. «Un bandolero lucentino en los albores del siglo XVIII: Francisco Esteban de Castro», en Actas de las Segundas Jornadas sobre el bandolerismo en Andalucía (Jauja, octubre de 1998), Lucena, Excmo. Ayuntamiento, 1999, pp. 67-102.

_____. «Ambientes y personajes alemanes en una novela barroca inédita (Los amantes peregrinos, ¿1625?)», en Actas del V Congreso de la Asociación Internacional Siglo de Oro, Munster 1999, ed., Cristoph Strosetzki, Vervuert, Frankfurt am Main, 2001, pp. 388-394.

_____. «Los "Poemas a Tersea", un epistolario poético inédito del lucentino Miguel Álvarez de Sotomayor y Abarca (1767-1839)», en Angélica. Revista de Literatura, 10, 2000-2001, pp. 7-61.

_____. «Las Octavas a la infancia del hombre, un poema inédito de Gonzalo Enríquez de Arana (1661-1738), en los albores del siglo XVIII», en Remedios Morales Raya, ed., Homenaje a la profesora M.ª Dolores Tortosa Linde, Granada, Universidad, 2003, p. 107-146.

CUENCA, Luis Alberto de, «La literatura fantástica española del siglo XVIII», Literatura fantástica, Madrid, Siruela, 1985, pp. 57-75.

CHENOT, Beatriz, «Presencia de ermitaños en algunas novelas del Siglo de Oro», Bulletin Hispanique, LXXXII, 1980, pp. 59-80.

CHEVALIER, Maxime, L'Arioste en Espagne, Bordeaux, Féret et fils, 1966.

CHICHARRO, Dámaso, Don Quijote de la Manchuela. Novela del siglo XVIII. Estudio crítico y antología, Jaén, Centro Asociado de la UNED, 1997.

DOMERGUE, Lucienne, «Ilustración y novela en la España de Carlos IV», Homenaje a José Antonio Maravall, Madrid, Centro de Investigaciones Sociológicas, 1985, I, pp. 483-498.

ENRÍQUEZ DE ZÚÑIGA, Juan, Historia de las fortunas de Semprilis y Generodano, Madrid, Juan Delgado, 1629.

ERAUSO, Catalina de, Memorias de la monja alférez, Madrid, Felmar, 1974.

ESLAVA, Antonio, Noches de invierno, ed. Julia Barella, Navarra, Institución Príncipe de Viana, 1986.

ESPRONCEDA, José de, Poesías líricas y fragmentos épicos, ed. Robert Marrast, Madrid, Castalia, 1970.

FERNÁNDEZ DE MATA, Gerónimo, Soledades de Aurelia, Madrid, Pedro José Alonso y Padilla, 1737.

FERNÁNDEZ DE MORATÍN, Leandro, Epistolario, ed. Ricardo López Barroso, Madrid, CIAP, s.a.

FERRERAS, Juan Ignacio, Los orígenes de la novela decimonónica, 1800-1830, Madrid, Taurus, 1973.

_____. Catálogo de novelas y novelistas del siglo XIX, Madrid, Cátedra, 1979.

_____. La novela en el siglo XVIII, Madrid, Taurus, 1987.

FOGELQUIST, James Donald, El Amadís y el género de la historia fingida, Madrid, Porrúa Turanzas, 1982.

FORASTIERI-BRASCHI, Eduardo, «Secuencias de capa y espada: escondidos y tapadas en Casa con dos puertas», en Calderón (Actas del Congreso Internacional sobre Calderón y el teatro español del Siglo de Oro), ed. Luciano García Lorenzo, Madrid, CSIC, 1983, I, pp. 433-449.

FUSTER, Justo Pastor, Biblioteca Valenciana de los escritores que florecieron hasta nuestros días, Valencia, Mompié, 1830, ed. facsímil, Valencia, 1980.

GARCÍA BERRIO, Antonio, Introducción a la poética clasicista: Cascales, Barcelona, Planeta, 1975.

GARCÍA LARA, Fernando, ed., I Congreso Internacional sobre novela del siglo XVIII, Almería, Universidad, 1998.

GARCÍA MERCADAL, José, ed., Viajes por España, Madrid, Alianza, 1972.

GARCÍA-SÁEZ, Santiago, Montengón, un prerromántico de la ilustración, Alicante, Publicaciones de la Caja de Ahorros Provincial, 1974.

GIES, David T., ed., El Romanticismo, Madrid, Taurus, 1989.

_____. Id., y SEBOLD, Russell P., Ilustración y Neoclasicismo. Primer suplemento, en RICO, Francisco: Historia y crítica de la literatura española, Barcelona, Crítica, 1992.

GONZÁLEZ DE AMEZÚA, Agustín, Opúsculos histórico- literarios, Madrid, CSIC, 1951, 2 vols.

_____. Cervantes creador de la novela corta, Madrid, CSIC, 1956, 2 vols.

GONZÁLEZ ROVIRA, Javier: La novela bizantina en la Edad de Oro, Madrid, Gredos, 1996.

GREEN, Otis H., España y la tradición occidental, Madrid, Gredos, 1969, 4 vols.

GRISWOLD, Morley, y TYLER, Richar W., Los nombres de personajes en las comedias de Lope de Vega, Valencia, Castalia, 1961.

GUTIÉRREZ, Luis, Cornelia Bororquia o la víctima de la inquisición, ed. Gerard Dufour, Alicante, Instituto Juan Gil Albert, 1987.

HELIODORO, Historia etiópica de los amores de Teágenes y Cariclea, trad. Fernando de Mena, ed. Francisco López Estrada, Madrid, RAE, 1954.

_____. Las etiópicas o Teágenes y Cariclea, trad. Emilio Crespo Güemes, Madrid, Gredos, 1979.

HERNÁNDEZ DE VILLAUMBRALES, Pedro, Peregrinación de la vida del hombre, ed. H. Salvador Martínez, Madrid, Fundación Universitaria Española, 1986.

JAMMES, Robert, La obra poética de don Luis de Góngora y Argote, Madrid, Castalia, 1987.

JULIÁ MARTÍNEZ, Eduardo, «Doble faceta literaria de fray Vicente Martínez Colomer», Revista de Filología Española, XLVII, 1964, pp. 309-329.

LAFUENTE, Felipe Antonio, «Más sobre los seudónimos de Lope de Vega», en Lope de Vega y los orígenes del teatro español, Madrid, Edi-6, 1981, pp. 661-672.

Leyenda del caballero del cisne, La, ed. Emeterio Mazorriaga, Madrid, Victoriano Suárez, 1914.

Libro de Apolonio, ed. Manuel Alvar, Madrid, Juan March/Castalia, 1973.

Libro del Caballero Zifar, ed. Joaquín González Muela, Madrid, Castalia, 1982.

LISTA, Alberto, «De la novela», El Tiempo, 1840, en Ricardo Navas Ruiz, El Romanticismo español. Documentos, Salamanca, Anaya, 1971.

LOPE DE VEGA, Félix, Novelas a Marcia Leonarda, ed. Francisco Rico, Madrid, Alianza, 1968.

_____. El peregrino en su patria, ed. Juan Bautista Avalle-Arce, Madrid, Castalia, 1973.

LÓPEZ ESTRADA, Francisco, Los libros de pastores en la literatura española. La órbita previa, Madrid, Gredos, 1974.

LÓPEZ PINCIANO, Alonso, Philosophia Antigua Poética, ed. Alfredo Carballo Picazo, Madrid, CSIC, 1973, 3 vols.

LUZÁN, Ignacio de, La Poética, Madrid, Cátedra, 1974.

MARCIAL, Epigrammata selecta, ed. Miguel Dolç, Barcelona, Bosch, 1981.

MÁRQUEZ VILLANUEVA, Francisco, Personajes y temas del Quijote, Madrid, Taurus, 1975.

MARTÍ GRAJALES, Francisco, Ensayo de una bibliografía valenciana del siglo XVIII, Valencia, Excma. Diputación, 1987.

MARTÍN DE BERNARDO, Jerónimo, El Emprendedor o aventuras de un español en el Asia, ed. Joaquín Álvarez Barrientos, Alicante, Instituto de Cultura «Juan Gil-Albert», 1998.

MARTÍN GAITE, Carmen, Usos amorosos del XVIII en España, Madrid, Lumen, 1981.

MARTÍNEZ COLOMER, Vicente, Los trabajos de Narciso y Filomela, BNM, ms. 6349.

_____. El Valdemaro (1792), ed. Guillermo Carnero, Alicante, Instituto de Estudios «Juan Gil-Albert», 1985.

_____. Novelas morales, Valencia, Benito Monfort, 1804.

_____. Poesías, Valencia, Ildefonso Mompié, 1818.

_____. Historia de la provincia franciscana de Valencia, pról. Benjamín Agulló Pascual, Madrid, Cisneros, 1982.

MARTÍNEZ TORRÓN, Diego: Ideología y literatura en Alberto Lista, Sevilla, Alfar, 1993.

_____. El alba del romanticismo español. Con inéditos recopilados de Lista, Quintana y Gallego, Sevilla, Alfar, 1993.

_____. Manuel José Quintana y el espíritu de la España liberal (Con textos desconocidos), Sevilla, Alfar, 1995.

MCKENDRICK, Melveena, Women and Society in the spanish drama of the Golden Age. A study of the «mujer varonil», Cambridge, University Press, 1974.

MONTENGÓN, Pedro de, Eusebio, ed. Fernando García Lara, Madrid, Editora Nacional, 1984.

_____. Obras. I. El Rodrigo, II. Eudoxia, hija de Belisario, ed. Guillermo Carnero, Alicante, Instituto Juan Gil Albert, 1990.

MONTESINOS, José F., Introducción a una historia de la novela en España en el siglo XIX, Valencia, Castalia, 1960.

NÚÑEZ DE REINOSO, Alonso, Historia de los amores de Clareo y Florisea y de los trabajos de Isea, Venecia, Gabriel Giolito, 1552.

PARDO GARCÍA, Pedro Javier, La tradición cervantina en la novela del siglo XVIII, Salamanca, Universidad, 1997.

PÉREZ DE MOYA, Juan, Filosofía secreta, 1585, Barcelona, Glosa, 1977, 2 vols.

PROPERCIO, Elegías, ed. Antonio Tovar, Madrid, CSIC, 1984.

QUEVEDO, Francisco de, Poesía original completa, ed. José Manuel Blecua, Barcelona, Planeta, 1981.

RHODES, Elizabeth, «The Poetics of Pastoral: Prologue to the Galatea», en Cervantes and the pastoral, ed. José J. Labrador Herraiz and Juan Fernández Jiménez, Cleveland, Cleveland State University, 1986, pp. 139-155.

RÍOS CARRATALÁ, Juan Antonio, Vicente García de la Huerta (1734-1787), Badajoz, Diputación Provincial, 1986.

ROMERO TOBAR, Leonardo, Panorama crítico del romanticismo español, Madrid, Castalia, 1994.

SÁNCHEZ BLANCO, Francisco, La prosa del siglo XVIII, Madrid, Júcar, 1992.

SOLA, Emilio, Un Mediterráneo de piratas: corsarios, renegados y cautivos, Madrid, Tecnos, 1988.

SABUCO DE NANTES, Oliva, Nueva filosofía de la naturaleza del hombre, ed. Atilano Martínez, Madrid, Editora Nacional, 1981.

SUÁREZ DE MENDOZA, Enrique, Eustorgio y Clorilene. Historia moscóvica, Madrid, Juan González, 1629.

TEMPRANO, Emilio, El mar maldito. Cautivos y corsarios en el Siglo de Oro, Madrid, Mondadori, 1989.

TÓJAR, Francisco de, La filósofa por amor, ed. Joaquín Álvarez Barrientos, Cádiz, Universidad, 1995.

TOLEDANO MOLINA, Juana, «Una novela cervantina del siglo XVIII: La historia del más famoso escudero Sancho Panza, después de la muerte de Don Quijote de la Mancha», Actas del Segundo Coloquio Internacional de la Asociación de Cervantistas, Barcelona, Anthropos, 1991, pp. 227-232.

_____. «Otra secuela cervantina del siglo XVIII: Adiciones a la historia del ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha, continuación de la vida de Sancho Panza», Actas del III Coloquio Internacional de la Asociación de Cervantistas, Barcelona, Anthropos, 1993, pp. 131-137.

Viaje de Turquía, ed. Fernando García Salinero, Madrid, Cátedra, 1980.

ZAVALA Y ZAMORA, Gaspar, Obras narrativas, ed. Guillermo Carnero, Barcelona, Sirmio-Universidad de Alicante, 1992.

ZIMIC, Stanislav, «El amante celestino y los amores entrecruzados en algunas obras cervantinas», Boletín de la Biblioteca Menéndez Pelayo, XL, 1964, pp. 361-387.

_____. «Hacia una nueva novela bizantina: El amante liberal», Anales Cervantinos, XXVIII, 1989, pp. 139-165.





Arriba
Indice Siguiente