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ArribaAbajoAutos sacramentales

1. Abadesa (La) del Cielo.

Manuscrito número 16615 de la Biblioteca Nacional, letra del siglo XVII.

Lleva este encabezado: «Auto sacramental de La Abadesa del Cielo. De Luis Velez de Guevara».

Personas: Don Andrés, canónigo.-Caracuel, criado.-Doña Juana, abadesa.-Demonio.-Christo.-Un manco.-Un cojo.-Un ciego.-Un viejo.-La Virgen.-Un soldado.

Empieza:

ANDRÉS.-
Desatinado amor, monstruo terrible,
¿adónde has de parar con el deseo,
pues cada vez que tus intentos veo
no paras hasta dar en lo imposible?

Acaba:

JUANA.-
Haciendo inmortal al suelo,
contra vida y tiempo vario,
la devoción del Rosario
por la Abadesa del cielo.

En la misma Biblioteca hay otro manuscrito, número 16877, rotulado: «Aucto de nra. S.ª del Rosario de la Abadesa del Cielo».

Figuras: Nuestra Señora.-Cristo.-Un ángel.-Caraciel, lacayo.-Don Andrés, canónigo.-Doña Juana, abadesa.-Soldado hablador.-Don Bernardo, caballero.-Don Gonzalo, caballero.-Lucifer.-Otros dos demonios.-Un cojo.-Un manco.-Un ciego.-Un viejo, todos pobres.

Empieza:

D. BERNARDO.-
¿Gonzalo?
GONZALO.-
      Bernardo; muera.
D. ANDRÉS.-
Ni me retiro ni aguardo.

y acaba:


Y pues se apartó el pecado
y pretendieron la gloria,
daráse fin a la historia
de la Abadesa del cielo.

2. Icaro.

Se representó en Madrid, en la fiesta del Corpus, 4 de junio de 1641; pero es hoy desconocido.

3. Mesa (La) redonda.

Impreso en el tomo Navidad y Corpus Christi festejados por los mejores ingenios de España en diez y seis autos... Recogidos por Isidoro de Robles. Madrid, José Fernández de Buendía. 1664, 4.º El tercero del volumen.

En la Biblioteca Nacional hay dos manuscritos antiguos. El uno, número 16984, lleva la fecha de 1634 y la letra es del tiempo; pudiera ser autógrafo.

Hablan en ella (sic): La Sinagoga.-Carlomagno.-Jordán.-Montesinos.-Flor de Lis.-Roldán.-Durandarte.-Galalón.-La Ley de Gracia.-La muerte.

Empieza:

LA SINAGOGA.-
¿Dónde, con plumas veloces...

Acaba:

FLOR DE LIS.-
La mesa redonda así
y el divino Carlomano.

Lleva el título igual al otro manuscrito (número 17402), que dice: Auto sacramental de la mesa redonda por Luis belez de guevara en Madrid. En todo igual al anterior, excepto que en la lista de los personajes faltan La Ley de Gracia y La muerte.

4. Nacimiento (Auto del) de Nuestro Señor.

Se imprimió en el tomo de Autos sacramentales, con cuatro comedias nuevas... Madrid, 1655, 4.º, p. 235, y se reimprimió en el titulado Autos sacramentales y al Nacimiento de Cristo... Madrid, 1675, 4.º, p. 82; en ambos a nombre de Luis Vélez.

Personas que hablan en él: Ginés.-Gil.-Llorente.-La noche.-Bras.-Berrueco.-La Virgen.-Joseph.-Una pastora muda.



ArribaAbajoEntremeses

1. Antona y Perales.

2. Atarantados (Los).

3. Burla (La) más sazonada. (Distinto del de Cáncer).

4. Sarna (La) de los banquetes.

Estas cuatro obrillas se hallan impresas en el raro tomito Flor de entremeses, impreso en Madrid, 1657, en 8.º, y reimpreso en 1907.

5. Los sordos.

Se estampó en el Ramillete de entremeses, impreso en 1672, y es distinto de otro de igual título que se halla en el Vergel de entremeses (Zaragoza, 1675, 8.º).




ArribaAbajoBailes

1. Colmeneruela (Baile de la).

2. Moriscos (Baile de los).

Impresos en la Flor de comedias, quinta parte. Madrid, 1615, y otras veces.






ArribaVI. Crítica Antigua y Moderna de Luis Vélez

Los juicios que de Luis Vélez de Guevara, como dramaturgo, nos dejaron sus coetáneos, o se refieren a cosas y cualidades de orden secundario, o celebran en él justamente las que menos brillan en sus obras. Bien es verdad que no conociendo más que una quinta parte de toda su producción dramática, pueden referirse, en mayor número, las pérdidas a comedias en las que mejor se revelase su condición de poeta satírico y jocoso.

Cervantes, en el prólogo de sus Comedias (Madrid, 1615), nos habla, no sin alguna punta de ironía, del «rumbo, el tropel, boato, la grandeza de las comedias de Luis Vélez de Guevara». Esto se refiere, como se ve por la fecha, a la juventud del poeta; pero muchos años después todavía Pérez de Montalbán recuerda en Vélez «sus arrojamientos poéticos»132, si bien reconoce a la vez, que tiene «pensamientos sutiles» y bizarros versos, méritos que no son exclusivos de la obra dramática.

Diez o doce años después de muerto Luis Vélez, ocurriósele al entremesista Quirós hacerle comparecer en una soñada academia poética, al lado del padre Hortensio Paravicino, y le designa en estos términos: «Con él iba el gran cortesano y poeta Luis Vélez de Guevara, ara de las oblaciones de las musas y su galán, lauro de Apolo y mar de la elocuencia gustosa. Dióle Su Majestad título de Marqués de Salinas, pues no se conocen más salinas que las suyas en el Parnaso»133.

El elogio de Lope, copiado antes, no es más expresivo, y también se contrae, como el de Cervantes en el Viaje del Parnaso, a la gracia y agudeza del chistoso poeta; circunstancias que no concurren en casi ninguna de sus obras de teatro.

En cuanto a los críticos modernos, han apreciado de muy diversa manera las obras de Luis Vélez. Puede decirse que su fama ha ido creciendo con el tiempo, desde las negaciones harto duras de Lista134 hasta los ditirambos modernos de los que le creen digno de colocarse entre nuestros dramáticos de primer orden.

Don Alberto Lista, que había leído bastantes dramas de Vélez y casi todos los principales, dedicole tres artículos, recogidos en sus Ensayos literarios y críticos135. Después de fijar bien la época de su florecimiento, cuando Tirso de Molina, Mira de Amescua y Pérez de Montalbán, aunque le considera inferior a ellos, añade:

«Pocos vestigios se ven en Guevara de las mejoras que hizo Lope en el arte dramático. Más bien parece imitador de las comedias de Virués, Cervantes y otros antecesores del padre de nuestro teatro, que de la gracia y fiel representación de las pasiones humanas que, a pesar de sus defectos, admiramos en los dramas de éste. Casi todas sus fábulas son, o se fingen, tomadas de la Historia. Figuran en ellas Tamorlán, Escanderberg, el rey Desiderio, Atila, Roldán, Bernardo del Carpio, cuyos caracteres desfigura, dando a estos héroes el lenguaje de los rufianes y baladrones. Gusta mucho de la bambolla y del aparato teatral, como Virués, e introduce, como él, personajes alegóricos. Su versificación, generalmente hablando, o es rastrera o gongorina; su estilo, débil y desmayado, excepto cuando quiere poner en boca de sus personajes alguna expresión desatinada y altisonante. Rara vez se notan en él intenciones poéticas, y menos aún combinaciones profundas. Sus recursos dramáticos son, por lo común, muy limitados».



Después de esto, no parecerá extraño que sólo le conceda el talento de conservar el interés de la acción cuando el asunto lo tiene por sí mismo. «Era menester carecer absolutamente de juicio para que el carácter de la desgraciada Inés de Castro dejase de conmover dolorosamente; y Vélez, si bien su gusto era pésimo, no estaba desprovisto de talento». Halla endebles los dos primeros actos de Los Celos hasta los Cielos, aunque verdaderamente trágico el tercero. Censura con dureza La Duquesa de Sajonia, El Valiente toledano, El Amor en vizcaíno, El Verdugo de Málaga y El Marqués de Vasto, y sólo recuerda, por estar en fabla antigua, Los Hijos de la Barbuda y el excelente drama Si el caballo vos han muerto.

Mejor concepto le merecen ciertas situaciones de Los Amotinados de Flandes y unos versos, que copia, del Caballero del Sol; y termina su juicio así: «Bastan los ejemplos ya citados para conocer la elocución de este autor en diferentes géneros. Sus comedias no pueden en nuestros días sufrir la prueba de la crítica más moderada; pero hay en ellas un gran repertorio de argumentos que, animados por el genio, pueden convertirse en dramas excelentes. Muchas de las ya citadas, La Romera de Santiago, El Diablo está en Cantillana y El Espejo del mundo, aunque ninguna escape de la censura infelix operis summa, tienen algunas situaciones y escenas muy apreciables, que conviene estudiar al hombre de gusto, y aun imitar al poeta dramático»136.

Influido quizá por el juicio de Lista, aunque no tan severo como él, don Antonio Gil y Zarate dijo: «Escribió este fecundo poeta más de cuatrocientas comedias, aunque hoy apenas se pueden reunir de él una décima parte, casi todas pertenecientes a hechos o personajes históricos. Imité en todo la manera de Lope; pero no goza hoy de la opinión que tuvo como poeta dramático en su tiempo. En medio de su desarreglo tiene, sin embargo, rasgos muy felices: sus caballeros son siempre nobles, valientes y generosos, y las damas brillan por su honestidad y recato; siendo su versificación, por lo general, fluida y sonora, aunque a veces con resabios de mal gusto»137.

Un ensayo de rehabilitación intentó poco después el historiador alemán de nuestro teatro Adolfo F. de Schack, al escribir: «Luis Vélez de Guevara es de los poetas más distinguidos de su época. Quizá no debe enumerarse entre los dramáticos españoles de primer orden; pero, en cambio, le corresponde entre los de segundo uno de los primeros lugares. Pocas veces excita nuestra sorpresa ni nos admira por el insólito vuelo de su inteligencia; pero casi todos sus dramas rinden tributo al buen sentido poético, sin hacer esfuerzos prodigiosos y obligándonos a confesar el mérito de obras que no pertenecen, sin embargo, a las creaciones más sublimes del arte». Su intención poética no es profunda; su estilo, más superficial que el de los maestros, no llena en sus dramas grandes fines; pero alcanza los que se propone. «Interpreta fiel y noblemente la Historia y su fantasía es docilísima para crear las invenciones más variadas, sin profundizar mucho en las sinuosidades del alma. Sabe imprimir en sus caracteres originalidad y vida. Es agudo y gracioso cuando quiere; por último, su dicción es concisa, natural y flexible, y con frecuencia tan exenta de superfluos adornos y tan epigramática, que hay pocos dramáticos españoles que en esta parte se le asemejen».

Prosigue el autor con el examen de algunos dramas de Vélez, empezando por el titulado Si el caballo vos han muerto, que le parece «el más notable bajo todos los aspectos que se le considere, y de tan rara excelencia, que puede contarse entre los sobresalientes de este género del teatro español». También le merece mucho aplauso Más pesa el Rey que la sangre, que analiza con extensión; así como La Duquesa de Sajonia, La Desdichada Estefanía y La Romera de Santiago. Reinar después de morir le parece la mejor obra de las que tratan dicho asunto, o sea la muerte de doña Inés de Castro. Y más brevemente recuerda El Príncipe viñador, El Amor en vizcaíno, Los Amotinados de Flandes, El Valiente toledano, El Caballero del Sol, El Marqués del Vasto y La Niña de Gómez Arias, a la que dice puso en olvido la de Calderón de igual título138.

El anglo-americano Jorge Ticknor no formula sobre Vélez un juicio de conjunto, sino que analiza la que tiene por mejor de sus comedias, Más pesa el Rey que la sangre, si bien dice que, «como todas las demás de su autor, está llena de hinchazón y gongorisrno; pero su estilo elevado y la entonación grave de toda ella la han hecho siempre encontrar eco en el carácter nacional». De Reinar después de morir sólo dice que es «tragedia llena de melancolía y tierna como un idilio, que armoniza perfectamente con la suerte desdichada de doña Inés de Castro, en cuya historia está fundada».

Al Ollero de Ocaña llama, con error, comedia de intriga, y halla censurables los dramas religiosos de Vélez, especialmente «Los Tres mayores portentos (sic) que recorre la historia de la vida de San Pablo, a quien supone en un principio enamorado de la Magdalena, y en La Corte de Satanás (sic) encontramos igualmente la vida de Jonás, a quien anuncia como hijo de la viuda de Sarepta y hace luego vivir en la Corte de Nínive, durante los reinados de Nino y de Semíramis, y otra multitud de iguales desatinos, que parece imposible se presentasen a un auditorio respetable y cristiano»139.

En oposición a este insulso y superficial juicio de Ticknor, y prosiguiendo la obra de rehabilitación emprendida por el Conde de Schack, escribió don Ramón de Mesonero Romanos, al colegir para la Biblioteca de Autores Españoles las obras de los autores dramáticos contemporáneos de Lope de Vega, un discreto examen crítico del teatro de Luis Vélez de Guevara, a la vez que daba a conocer, reimprimiéndolas, algunas de sus obras más estimables y raras, como La Luna de la Sierra y Los Hijos de la Barbuda.

Según este crítico, las obras heroicas de Luis Vélez «respiran por todas partes el vigor, la arrogante entonación y valentía del poeta fácil, del autor inspirado y audaz. En todas ellas, y al lado de bellezas y primores poéticos, de caracteres bien trazados y de escenas de seguro y calculado efecto, hay también (fuerza es confesarlo) enorme desarreglo, disparates increíbles, abuso, en fin, de la misma fecundidad y soltura de ingenio». Y más adelante añade que «Vélez de Guevara, que sabía inventar un argumento, desplegarle y conducirle diestramente en la escena, era por manera irresoluto, débil y poco acertado en los desenlaces, quitando al fin de la acción todo el interés producido por ella o debilitándola con acomodos y cortes improvisados que destruyen el efecto de los primeros actos». Tales le parecen los desenlaces de La Luna de la Sierra, El Diablo está en Cantillana, Gómez Arias y La Montañesa de Asturias, entre otras. Pero esta lenidad era propia del nuevo teatro español en su primera época: los desenlaces truculentos no comenzaron a ser frecuentes hasta los últimos tiempos de Lope de Vega y alcanzaron su apogeo en las obras de Rojas Zorrilla y sus imitadores140.

Una comprensión más amplia del teatro de Vélez se halla aún en la Historia del drama nacional español, del alemán Adolfo Schaeffer141, que empleó su estudio en analizar minuciosamente hasta treinta y seis obras de Vélez, algunas de las menos conocidas, como Las Palabras a los Reyes, La Niña de Gómez Arias, Virtudes vencen señales, El Niño diablo, y aun la que nosotros consideramos dudosa, titulada Don Pedro Miago.

Pero cuando la fama gloriosa de Vélez llegó a su más alto grado fue hace no muchos años142, cuando, discreta y ligeramente retocados su portentosa tragedia Reinar después de morir y el interesante drama La Luna de la Sierra, fueron ejecutados con sumo acierto y primor en el teatro Español. Por entonces fue cuando su persona excitó también la curiosidad pública, y el difunto Pérez y González en parte la satisfizo con el estudio biográfico a que nos hemos referido en la primera parte del presente143.

Luis Vélez escribió mucho144 y de prisa, por adular a sus señores o forzado por la necesidad. Así resulta un autor muy desigual, y el juicio que de él se haga será diverso, según el aspecto que se considere o las obras en que el crítico se detenga.

El carácter general que a su teatro atribuye Cervantes en 1615, y corresponde a la juventud, duraba aún en 1632, según hemos visto por la cita de Montalbán, y parece ser influjo de la tierra. Por eso decía el personaje de la comedia de Tirso:


en las tramoyas pareces
poeta de Andalucía.



Y lo más curioso es que el mismo Vélez se burló lindamente de la bambolla teatral en su Diablo Cojuelo (tranco IV) al hablar de aquel estudiante de Madrid, «poeta de los que hacen comedias», que despertó y alborotó la posada con sus gritos de «¡Fuego, fuego!», declamando pasajes de su comedia Troya abrasada, por otro título: Tragedia troyana, Astucia de Sinón, Caballo griego, Amantes adúlteros y Reyes endemoniados, de la cual nos da estas señas:

«Sale, lo primero, por el patio, sin haber cantado, el Paladión con 4.000 griegos, por lo menos, armados de punta en blanco dentro del. -¿Cómo -le replicó un caballero soldado- puede toda esa máquina entrar por ningún patio ni coliseo de cuantos hay en España, ni por el del Buen Retiro, afrenta de los romanos anfiteatros, ni por una plaza de toros ? -Muy buen remedio -respondió el poeta-: derribaráse el corral y dos calles junto a él, para que quepa esta tramoya, que es la más portentosa y nueva que los teatros han visto; que no siempre sucede hacerse una comedia como ésta; y será tanta la ganancia, que podrá muy bien a sus ancas sufrir todo este gasto. Pero, escuchen; que ya comienza la obra... Salen por el tablado, con mucho ruido de chirimías y atabalillos, Príamo, rey de Troya, y el príncipe Paris, y Elena, muy bizarra, en un palafrén en medio y el Rey a la mano derecha, que siempre desta manera guardo decoro a las personas reales; y luego, tras ellos, en palafrenes, negros, de la misma suerte, 11.000 dueñas a caballo...» Y, pareciéndole poco el asombro que las apariencias y tramoyas de sus otras dos comedias El Marqués de Mantua y El Saco de Roma habían causado en sus oyentes, añadía el poeta: «Mucho mayor alboroto fuera si yo acabara aquella comedia de que tiene V. m. (el ventero) en prenda dos jornadas por lo que le debo; que la llaman Las Tinieblas de Palestina, donde es fuerza que se rompa el velo del templo en la tercera jornada, y se escurezca el sol y la luna, y se den unas piedras con otras, y se venga abajo la fábrica celestial, con truenos y relámpagos, cometas y exhalaciones, en sentimiento de su Hacedor; que, por faltarme dos nombres que he de poner a los sayones, no la he acabado. ¡Ahí me dirá V. m., señor huésped, qué fuera ello!»145.

Examinado en conjunto el teatro que hoy conocemos de Luis Vélez, salta desde luego a la vista su poca variedad. Si se exceptúan sus medianos ensayos en el drama religioso, casi todas las demás obras son históricas, legendarias o genealógicas. Y aunque el fondo del asunto sea privado, le da Vélez carácter heroico, ya introduciendo reyes y princesas, como en La Montañesa de Asturias, o dando al conflicto aspecto de tragedia, aunque luego, como dice en La Luna de la sierra, al final:


   Y aquí se da fin, señores,
sin tragedia ni desgracia,
ni casamiento a la postre;
vuesas mercedes perdonen.



De la verdadera comedia no nos ha dejado muestras, ni aun de aquella cortesana o palaciega que tan delicados modelos tiene en Lope o Tirso146, ni menos aún de la de costumbres particulares de la clase media, ni de la de enredo, al estilo de Calderón, ni de la de costumbres locales especialmente madrileñas.

Esto quita, ciertamente, gran valor a la representación total de Vélez como autor dramático, que aminoran también otras circunstancias cuando se entra ya en el examen del fondo de su copiosa producción dramática.

Es la principal, entre ellas, la suma pobreza de inventiva de Vélez. Con sólo leer los títulos de sus obras se adivina que la mayor parte de los argumentos están tomados de Lope de Vega, de Tirso de Molina y de otros poetas de menos fama.

Su célebre drama Reinar después de morir tiene por antecesores la Nise laureada, de Jerónimo Bermúdez, y Doña Inés de Castro, drama perdido de Lope de Vega.

Son tantas las imitaciones y refundiciones que hizo de las comedias de este gran poeta, que no debemos omitir aquí la lista de las que recordamos:

La Bienaventurada Madre Santa Teresa de Jesús es simple refundición de La Madre Teresa de Jesús, de Lope, conservando gran parte de sus versos.

El Capitán prodigioso es, con pocas variantes, El Príncipe Transilvano, de Lope.

Los Celos hasta los Cielos es imitación de La Desdichada Estefanía147.

El Conde D. Pero Vélez será arreglo de otra de igual título de Lope.

La Creación del mundo, aunque el asunto es vulgar, sería tal vez inspirada por la que Lope tiene con el mismo título.

El Hércules de Ocaña es arreglo o refundición de El Valiente Céspedes.

La Jornada de Argel. Lope tiene una titulada La Mayor desgracia de Carlos V, que es el mismo asunto.

La Magdalena. Es arreglo y refundición de La Magdalena, de Lope.

El Negro del Serafín es el mismo tema del Santo negro.

Los Novios de Hornachuelos son refundición de los de Lope.

Reinar después de morir será imitación de Doña Inés de Castro.

El Rey Alfonso de la mano horadada tiene parecido con El Hijo por engaño.

La Serrana de la Vera es una excelente imitación de la de Lope.

Si el caballo vos han muerto será imitación de la de Lope de igual título.

El Rey Don Sebastián tiene mucho parecido con la Tragedia del rey don Sebastián.

El Niño Diablo está tomada de la de Lope del propio título.

También tiene el sol menguante es arreglo de la Adversa fortuna de D. Bernardo de Cabrera.

La Montañesa de Asturias recuerda demasiado El Vaquero de Morana.

Diego García de Paredes es tema también de Lope.

El Águila del agua salió de La Santa Liga.

Los Tres portentos de Dios tienen semejanza con El Vaso de elección.

La Corte del Demonio la tendrá con El Inobediente.

El Triunfo mayor de Ciro es el asunto de Contra valor no hay desdicha.

Los Amotinados de Flandes en parte se corresponden con Pobreza no es vileza.

La Conquista de Orán tendría, quizá, que ver con El Cerco de Orán, comedia no conocida de Lope.

Luis Vélez es sólo en parte autor de otras varias comedias; pues escribió en colaboración con don Francisco de Rojas Zorrilla y don Antonio Coello La Baltasara, El Catalán Serrallonga y También la afrenta es veneno.

Con Rojas y Calderón, El Monstruo de la fortuna.

Con Rojas y Mira de Amescua, El Pleito que tuvo el Diablo con el Cura de Madrilejos.

Con Calderón y don Jerónimo de Cáncer, Enfermar con el remedio.

Pero esta falta de originalidad queda en parte compensada con el acierto y mérito de diversas obras, aun de éstas en que tenía que luchar con predecesor ilustre. Los Celos hasta los Cielos, La Serrana de la Vera y El Hércules de Ocaña son casi tan buenas como las de Lope, en lo que son diferentes.

De las que no conocemos modelo son excelentes dramas El Diablo está en Cantillana, La Luna de la sierra, El Ollero de Ocaña, El Príncipe Escanderberg, El Privado perseguido. Más pesa el Rey que la sangre, Los Hijos de la Barbuda, Los Agravios perdonados, El Hijo del águila, El Rey en su imaginación, y acaso algunas otras.

Debe rechazarse la inculpación de ser en sus versos unas veces rastrero y prosaico y otras hinchado con exceso. Lo es por excepción: en general, su poesía es buena, con lenguaje propio y decoroso y sobremanera fácil y aun armoniosa.

En lo de conducir los asuntos con descuido y poco arte hay bastante verdad, y más en lo flojo de sus desenlaces, defecto común en nuestro teatro de la primera mitad del siglo XVII.

En los caracteres tiene de todo. Aquellos que venían impuestos por la naturaleza del asunto no decaen en sus manos y conservan aspecto y vigor que les pertenece, como sucede en los personajes históricos. En los de invención poética suele exagerar la nota característica, o bien dejarlos insignificantes. Los caracteres cómicos son buenos, y es de lamentar que no hubiese cultivado la comedia de costumbres comunes.

En resolución: por su falta de originalidad no creemos que pueda Vélez igualarse con Guillén de Castro, con Mira de Amescua, con Montalbán ni con Jiménez de Enciso; pero, fuera de éstos, no cede en mérito a ningún otro de sus contemporáneos, entre los de segundo orden.