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Macondo boca arriba: antología de narrativa andaluza actual (1948-1978) [Fragmento]

Fernando Iwasaki Cauti



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ArribaInstrucciones para leer narrativa andaluza

Desde que la UNAM me propuso hacer una antología del cuento andaluz tuve clarísimo el título del libro, el criterio de la edición y quiénes serían los autores seleccionados. Después de todo, tratándose de una antología andaluza para América Latina elaborada por un latinoamericano, ¿por qué no plantear de manera formal una intuición que desde hace años he dejado caer en reseñas, conferencias y presentaciones? A saber, que existe más de una generación de escritores españoles que le debe su educación sentimental y literaria a la narrativa latinoamericana. Obviamente aquí no podrían estar antologados todos los escritores andaluces que simplemente hayan leído a Borges, Cortázar o García Márquez, pero sí considero que están todos los que descubrieron su vocación literaria gracias a la lectura de esos y otros clásicos de la literatura latinoamericana.


La primera experiencia textual

Cuando Mario Vargas Llosa publicó La ciudad y los perros en 1962, Eduardo Mendicutti -el mayor de los autores de la presente antología- no había cumplido ni siquiera quince años. Y aunque no dudo de que en su Sanlúcar de Barrameda natal Mendicutti llevaría ya varios años leyendo, no creo que hubiera advertido lo que representó el boom latinoamericano a comienzos de los 60:

En los sesenta asistimos a una radicalización de la universidad, al milagro económico, al boom turístico, a las contradicciones de Fraga Iribarne y a la decisión de Franco de restaurar la monarquía en la persona de Juan Carlos. En esta misma década aparece La ciudad y los perros (1962) de Mario Vargas Llosa, que señala el inicio del entusiasmo por la narrativa latinoamericana. Al margen de las anécdotas y del mercantilismo en torno al boom, asistimos a un fenómeno insólito, repetición de otro fenómeno que se dio a finales del siglo XIX y que decidió el rumbo de la poesía y la prosa españolas del siglo XX: el modernismo. Una literatura que representa no sólo la independencia de América Latina con respecto a la metrópoli, sino el acercamiento sumiso (¿y por qué no?) de la metrópoli a la libertad innovadora de sus antiguas colonias: un adiós a Cultura Hispánica, a Andrés Sánchez Bella y a la Madre Patria: los hijos se iban de casa para descubrir el mundo1.



Por entonces los autores españoles más interesantes como Miguel Delibes, Carmen Laforet, Camilo José Cela, Rafael Sánchez Ferlosio y Ana María Matute levantaron la bandera del «realismo social», una propuesta literaria que fue rotundamente barrida del mercado por los jóvenes autores del boom latinoamericano, quienes en realidad no estaban muy lejos en lo ético aunque sí a una distancia sideral en lo estético:

El público además le volvió la espalda [al «realismo social»], tanto en España como en el exterior -pues sus productos se habían traducido con cierta profusión- y se vio con claridad que la política, por correctamente que hubiera sido formulada, no podía suplir las exigencias del arte y de la estética. La baja en la calidad artística, el influjo y la coacción ejercida por una censura más avisada, y el hecho del cambio social y económico español, que suponía que las denuncias de aquellas obras estaban dejando de ser reales en los momentos mismos en los que se formulaban determinaron la falta de vigencia y el relativo y rápido cansancio del público. La literatura del realismo social estaba dejando de ser realista justo cuando se producía, el público buscaba otros caminos y los creadores más conscientes se abrían a otro tipo de literatura2.



A nivel nacional esos «creadores más conscientes» fueron Luis Martín Santos con Tiempo de silencio (1962), Juan Goytisolo con Señas de identidad (1966), Juan Marsé con Últimas tardes con Teresa (1965), José María Guelbenzu con El Mercurio (1968), Juan García Hortelano con El gran momento de Mary Tribune (1972), José Manuel Caballero Bonald con Ágata, ojo de gato (1974) y Eduardo Mendoza con La verdad del caso Savolta (1975). Mientras tanto, en Andalucía la editorial Planeta quiso auspiciar una suerte de boom de la narrativa andaluza promoviendo los nombres de autores como Manuel Ferrand, Alfonso Grosso, Luis Berenguer y Fernando Quiñones -entre otros- quienes fueron mejor conocidos como los «narraluces». Los «narraluces» pasaron sin pena ni gloria por el mercado editorial español, aunque Juan Benet aprovechó la ocasión para meterle a la narrativa latinoamericana una patada en el trasero de la narrativa andaluza, pues Benet afirmó desdeñoso que el boom latinoamericano le parecía «costumbrismo en el fondo, y costumbrismo casi andaluz»3.

Sin embargo, ya hemos llegado a la mitad de la década de los 70, Franco ha muerto en 1975 y Eduardo Mendicutti tiene 25 años, Muñoz Molina ha cumplido 19 y Benítez Reyes apenas cuenta con 15. ¿A quiénes leerían desvelados esos escritores en agraz? ¿A Francisco Umbral? ¿A Ignacio Aldecoa? ¿A Carmen Martín Gaite?




Una Biblioteca de Babel

Una revisión de las novelas, artículos, entrevistas y ensayos de los escritores andaluces que alcanzaron la mayoría de edad durante la Transición, revela que todos leyeron de manera preferente a los autores del boom latinoamericano y que algunos incluso siguieron los consejos de Fuentes, Vargas Llosa y García Márquez, quienes reivindicaron las obras de Juan Carlos Onetti, Augusto Monterroso, Juan Rulfo y Alejo Carpentier. Los autores hispanoamericanos disfrutaron así de una generosa hospitalidad por parte de los lectores, los críticos y los editores españoles, y de una manera natural se fueron sumando a esta enumeración los nombres de Manuel Puig, Jorge Edwards, Julio Ramón Ribeyro, Alfredo Bryce Echenique y Guillermo Cabrera Infante, entre otros. No obstante, en 1979 Jorge Luis Borges recibió en Alcalá de Henares el Premio Cervantes y nunca como entonces fue más evidente la hegemonía de una sola figura literaria en el mundo de las letras en español.

El magisterio de Borges es clarísimo en todos los narradores seleccionados en la presente antología. Desde los mayores como José María Conget o Justo Navarro hasta los más jóvenes como Andrés Neuman y Luis Manuel Ruiz, pasando por Juan Bonilla, Felipe Benítez Reyes o Eduardo Jordá. Algo semejante podríamos afirmar sobre Julio Cortázar, cuya impronta fantástica es visible en Hipólito G. Navarro, Guillermo Busutil, Manuel Moyano, Félix Palma y hasta en dos escritoras jovencísimas como Nerea Riesco y Lara Moreno. Por otro lado, Eduardo Mendicutti siempre ha reivindicado sus deudas literarias con Manuel Puig y Guillermo Cabrera Infante, mientras que Antonio Muñoz Molina jamás ha dejado de hacer hincapié en su admiración por el uruguayo Juan Carlos Onetti. Finalmente, la influencia de Vargas Llosa y García Márquez es tan notable en las novelas y mundos narrativos de Ana Rosetti, Antonio Soler y Salvador Compán, como en los de Muñoz Molina, Ernesto Pérez Zúñiga y Antonio Orejudo.

Por supuesto que la mayoría de los autores de la presente antología ha definido su «canon» personal y en aquél le habrán concedido más o menos protagonismo a los escritores latinoamericanos que leyeron durante la adolescencia o los años de formación universitaria, pero a mí tan sólo me interesaba señalar el decisivo papel que cumplió la lectura de Borges, Cortázar, Vargas Llosa o García Márquez en la definición de una vocación, en la fascinación por la literatura y en la elección de una forma de vida que suponía los libros y la escritura.

No podría precisar cuán cerca o lejos se encuentren ahora de la literatura latinoamericana los escritores antologados, aunque tal vez sí podría asegurar que todos ellos fueron o se sintieron alguna vez cronopios.




Macondo boca arriba

El criterio de la presente antología no deja de ser cronológico, pues todos los autores seleccionados comenzaron a publicar sus obras en la década de los 80. Por eso he tenido que dejar fuera a cuentistas excelentes como Julio Manuel de la Rosa (Sevilla, 1935), precisamente por ser contemporáneo de los autores del boom y porque sus primeras narraciones -publicadas a comienzos de los años 60- tenían más influencia del nouveau roman que de Borges o Cortázar, o bien a escritoras tardías como Fanny Rubio (Jaén, 1949), quien después de una larga trayectoria como poeta comenzó su andadura como narradora en 1992, mostrando mucho más influencia de la novela española post-boom que de la hispanoamericana.

También he tenido que limitarme a seleccionar escritores que al menos hubieran publicado un libro de narrativa, lo cual me ha impedido contar con escritoras que han sido premiadas en certámenes de cuentos o que más bien han publicado sus relatos en revistas literarias. Es el caso de Lale González (1962), Rosario Pérez Cabaña (1967), Soledad Galán (1972) y Carmen Camacho (1976), narradoras estupendas y sin embargo inéditas.

Por otro lado, aunque algunos de los escritores seleccionados son esencialmente novelistas, como en España es habitual publicar cuentos en revistas o periódicos me ha parecido oportuno convocar así a narradores como Justo Navarro, José Luis Rodríguez del Corral, Salvador Compán, Elvira Lindo, Antonio Orejudo y Eva Díaz Pérez, quienes no tienen ningún libro de cuentos publicado. No obstante, la presente antología habría estado abocada al fracaso sin su comparecencia.

Finalmente, como Andalucía siempre ha sido tierra de acogida y generosa convivencia, he incluido en esta selección a escritores que sin haber nacido en Andalucía viven y escriben en esta parte del sur de España. Es el caso del mallorquín Eduardo Jordá, residente en Sevilla. De los hermanos y madrileños Ernesto y José María Pérez Zúñiga, avecindados en Granada. Del también madrileño Antonio Orejudo, profesor de la Universidad de Almería. Y de la bilbaína Nerea Riesco y del zaragozano José María Conget, ambos vecinos de Sevilla. Sin embargo, la hospitalidad no sería completa si faltaran los argentinos Andrés Neuman y Alfredo Taján, quienes llevan más de la mitad de sus vidas instalados en Granada y Málaga, respectivamente.

Uno de los mejores cuentos españoles -«El Hechizado»- es obra del granadino Francisco Ayala y el gaditano Fernando Quiñones merece figurar entre los más grandes cuentistas españoles de todos los tiempos. Ambos disfrutaron de la amistad de Borges y los dos recibieron el reconocimiento literario de escritores y críticos latinoamericanos. Así también, a mí me haría ilusión que otros maravillosos escritores andaluces como Antonio Muñoz Molina, Juan Bonilla, Felipe Benítez Reyes, Hipólito G. Navarro, Luis Manuel Ruiz, Antonio Soler y todos los autores seleccionados en esta antología, sean leídos y apreciados en América Latina. Llevo veintiún años viviendo en Sevilla, me he conmovido con sus obras y sé que sus narraciones me conciernen, tanto por andaluz como por latinoamericano.

Macondo boca arriba es sólo uno de los títulos que podría tener una antología latinoamericana de literatura andaluza. «Continuidad de las Catedrales» podría ser otro. Quizás «El libro de Asterión» y -por supuesto- «La región más transpirante». Sin embargo, después de releer los cuentos seleccionados advierto que Macondo boca arriba es sobre todo el título de una antología andaluza de literatura latinoamericana.

San José de la Rinconada, primavera de 2006







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